domingo, 23 de septiembre de 2007

Conferencia sobre el P. Igartua en Bilbao 15-09-2007, 1

La devoción al Corazón de Jesús en el carisma apostólico del P. Igartua S.J. (1912-+1992)
Ignacio Mª Azcoaga Bengoechea

Introducción

Nos hemos propuesto hacer este acto de homenaje o de recuerdo al P. Igartua un grupo de amigos que le conocimos a través de Schola Cordis Jesu, Sección del Apostolado de la Oración.
Primeros recuerdos

Hacia enero de 1969 comenzamos a ir los domingos por la mañana a la Universidad de Deusto para que nos diera unas sesiones de formación. En esas reuniones trataba diferentes temas, generalmente de espiritualidad, si bien incluía también cuestiones de Teología y de Filosofía.

El primer tema que nos produjo un fuerte impacto fue el de la gracia santificante, al que no se le daba el relieve requerido en aquellos tiempos. Durante el primer año nos habló en profundidad sobre el Concilio Vaticano II que acababa de finalizar—1965— ya que se había originado una gran confusión acerca de sus enseñanzas. El nos ayudó a acercarnos al verdadero Concilio Va¬ticano II.

Más adelante, en el año 1976, nos dio unas sesiones sobre “Introducción a la Sagrada Escritura”. A él fue al primero que le oímos hablar sobre los métodos histórico-críticos de historia de las formas, de historia de la redacción y las “ipsissima verba Christi” de J.J. Jeremías, de la disociación que hacían algunos entre el “Jesús de la historia” y el “Cristo de la fe”, que llevaba a la ruina la historicidad de los evangelios, tema que ampliamente han tratado Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Siempre estaba al tanto de todos los hallazgos relacionados con la historicidad de los Evangelios. Como el hallazgo de textos en las cuevas de Qumram, donde se podía apreciar que uno de los evangelios, no recuerdo cuál, podía estar escrito en los años 50, mucho más próximo a la vida terrena de Jesús que lo que decían los racionalistas como Dibelius y otros de la escuela de Tubinga que, en su afán por quitar historicidad a los evangelios, retrasaban su redacción a finales del primer siglo, o incluso a comienzos del segundo.

También recuerdo con qué alegría nos contaba el hallazgo en Jerusalén de la piscina de los cinco pórticos -que sólo aparece en el evangelio de San Juan-, evangelio al que los modernistas y sus seguidores, en su afán desmitificador, le asignaban el carácter de a-histórico y un carácter teológico, lo que suponía que el discurso del pan de vida, fundamental para la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía, o el discurso de la última Cena, eran no relatos fidedignos de lo enseñado por Jesucristo, sino invenciones de San Juan o de sus discípulos (la comunidad post-pascual).

El P. Igartua tenía el convencimiento de que no podía haber contradicción entre la verdad revelada, las verdades de la razón y los descubrimientos de las ciencias experimentales ya que, como enseñó el Concilio Vaticano I, no puede haber contradicción en lo que tiene el mismo autor, es decir, Dios. Así que recuerdo con qué satisfacción nos contó una vez que la ciencia biogenética había descubierto en el óvulo de la mujer un componente que ponía de manifiesto que todas las mujeres procedían genéticamente de un único óvulo (claro está del de Eva) lo que dejaba en el aire la hipótesis del poligenismo que fue comentada por Pío XII en la Encíclica “Humani Generis”.

De todas formas, el tema central y nuclear de la vocación apostólica del P. Igartua, fue el «Reinado del sagrado Corazón de Jesús». Fuera el que fuera el tema del que hablaba nunca faltaba la referencia obligada al Corazón de Jesús. Todo adquiría sentido para él desde el Corazón de Jesús y todo cuanto acontece en esta vida individual, familiar o socialmente, está dirigido hacia el Corazón del Hijo de Dios. Nos inculcaba que venimos del Corazón de Jesús, vivimos por el Corazón de Jesús por medio del Corazón de María y nos encaminamos con la ayuda de la Virgen hacia el corazón del Verbo encarnado.


Director del Centro de Schola erigido en Bilbao

Un Centro de Schola Cordis Jesu fue erigido en Bilbao en el mes de diciembre del año 1982 (ahora están a punto de cumplirse los 25 años), por el P. Corta S.J., entonces Director diocesano del Apostolado de la Oración en la diócesis de Bilbao, con la intervención del P. Igartua S.J. que pasó a ser su Director.

Con ese motivo, el 20 de marzo de 1983, tuvo lugar un retiro dirigido por el P. Igartua, con el tema: «Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor».

Indicó tres niveles de conocimiento. El primero, su rostro físico, el que vieron los que con El convivieron en Palestina, e hizo algunas alusiones a la Sábana Santa. El segundo, su Corazón, que es el que más específicamente califica la vocación de SCHOLA y que nos pone en contacto con el Amor de Dios. El tercero, la propia Divinidad, conocimiento que será colmado en la visión beatífica. Es de notar el hecho de que el Corazón de Jesús hace de puente para conocer la «humanidad» y la «Divinidad» de Jesucristo y nos muestra el verdadero rostro de Dios.


1.- Vida y obra del P. Juan Manuel Igartua S.J.

Datos biográficos (consultar en otra entrada del blog)
Labor de Escritor

El P. Igartua escribió mucho porque pensaba que los libros pueden desarrollar una gran labor de apostolado. Sus palabras corren, pero a la vez permanecen. Pueden ser consultados, leídos, releídos, comparados. Son un amigo fiel, y en ellos dejamos los que escribimos nuestra alma y nuestros deseos: ¡ojalá suceda lo mismo con los que leen! Porque la suprema aspiración de un escritor debe ser y es que sus ideas pasen a otras almas, y a través del conductor de papel, y de aquellos signos materiales de las letras, se hagan de nuevo vida apasionada en otros seres, como primero lo fueron en el que escribió.

Los libros en particular, tratándose de la devoción al Sagrado Corazón de Cristo Rey, tienen un importante papel de apostolado. Pío XI lo ha expresado en la Encíclica Quas Primas sobre la fiesta de Cristo Rey, exponiendo los precedentes de la fiesta:

Ninguno ignora cómo fue sostenido este culto y sabiamente defendido por medio de libros divulgados en las varias lenguas del mundo”
Catálogo de las obras del P. Igartua S.J. (consultar en otra entrada del blog)
Las fases de su producción escrita

En la redacción de sus libros, podemos considerar varias fases, atendiendo a la génesis de sus libros.

Una fase inicial, en la que publica sus libros relacionadas directamente con la devoción al Corazón de Jesús, la Realeza de Cristo y el Apostolado de la Oración: Peregrino de amor; el Corazón abierto de Jesús; el Misterio de Cristo Rey; Vivir con la Iglesia; y Podemos cambiar el mundo.

Aunque posteriores en el tiempo, se pueden incluir en esta primera fase, como en embrión o en potencia, dos obras que escribió sobre San Claudio de la Colombière: Escritos espirituales y cartas del Beato Claudio de la Colombière y San Claudio de la Colombière, Apóstol del Corazón de Jesús. La primera, con motivo del cincuentenario de su beatificación, que salió a la luz en 1979 y una segunda, con motivo de su canonización, publicada dos meses antes de su muerte en 1992.

El que hubiera conocido en vida la canonización de San Claudio se puede considerar como un don del Corazón de Jesús a su fidelidad al «Encargo suavísimo».

Una segunda fase, en continuidad con la anterior, avanzando en comprensión y especulación teológica, en la que desarrolla el tema central de su vocación apostólica, el Reinado social del Corazón de Jesús, por medio de su libro, el Misterio de Cristo Rey, su triunfo próximo esperado por la Iglesia y afirmado en numerosos textos del Magisterio de la Iglesia a partir de la bula de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción por Pío IX.

En esta tarea es continuador de la línea iniciada por el P. H. Ramiére y nos ha dejado dos obras relativas desarrollado el tema central: La Esperanza Ecuménica de la Iglesia; y El Mundo será de Cristo. Relacionado, también, con esta segunda fase, cabe señalar sus estudios exhaustivos acerca de la profecía de los Papas, conocida con el nombre de profecía de San Malaquías, que nos acerca a pensar en los «últimos tiempos»: El enigma de la «Profecía de San Malaquías sobre los Papas y ¿Quién escribió la «Profecía de San Malaquías»?

Hay una tercera fase en sus libros, en la que unifica su sólida fe y su talla de pensador.

En esta fase hay que considerar en primer lugar, un curso de Teología a distancia, Historia de la salvación, y una obra apologética, Respuesta teológica a Díaz-Alegría, quien había escrito una obra abiertamente enfrentada a la enseñanza del Magisterio de la Iglesia, titulada, “Yo creo en la esperanza”.

En segundo lugar, nos ha dejado un conjunto de libros sobre Jesús de Nazaret. A partir de la historicidad de los evangelios que nos expresan fielmente lo que Jesús de Nazaret hizo y dijo —historicidad examinada amplia y profundamente en el libro Los evangelios ante la historia—, estudia los puntos centrales de nuestra fe: la divinidad de Jesucristo —Hijo de Dios y Mesías— en su obra El Mesías Jesús de Nazaret, la resurrección de Jesucristo en su libro La Resurrección de Jesús y su cuerpo. En esta misma línea, está El Misterio de Cristo. Un verdadero tratado de Cristología, donde expone y examina las verdades de fe reveladas por Dios y enseñadas por el Magisterio de la Iglesia.

Tenía escritas pero sin preparar para publicar una obra sobre la vuelta de resucitado y sus señales (un comentario al Capítulo 24 del Evangelio de San Mateo); y la última era el apoteosis del Corazón de Jesús.

Dentro de esta última fase, cabe señalar dos libros de carácter apologético relativos a la Sábana Santa: El enigma de la Sábana Santa y La Sábana Santa es auténtica, esta segunda, después de haber asimilado y contestado ampliamente la los resultados de la prueba del carbono-14. Para el P. Igartua, la Sábana Santa no es un mero icono como se dijo al dar publicidad a los resultados de la prueba del carbono 14, sino una verdadera reliquia que contuvo en su interior el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.

La idea de la realeza de Cristo, el tema central

El Misterio de Cristo Rey contiene en síntesis el ideal que constituye su aspiración apostólica. La dedicatoria del libro es al Sagrado Corazón de Cristo Rey. Esta obra contiene el resumen primero del ideal que después se fue desplegando y ampliando. En élla, el P. Igartua se hace eco de la doctrina incluida en el culto litúrgico a la realeza de Cristo propuesto por S.S. Pío XI, el 31 de diciembre de 1925, calificada como la «devotio moderna».

El P. Igartua era consciente de la actualidad y trascendencia de la idea de Cristo Rey. En el prólogo de El Misterio de Cristo Rey, recorre los centros nucleares de la devoción católica según las diferentes épocas, bien entendido que nunca cesan los grandes centros de devoción católica, y dice: «la devoción de la Cruz llenó los primeros siglos del cristianismo, a partir de Constantino; la devoción de la Sagrada Pasión, promovida por el maravilloso poverello de Asís, por¬taestandarte de Cristo; la devoción mariana del Rosario, desarrollada por Santo Domingo de Guzmán; la devoción triunfante de la Eucaristía, sacada a la adoración pública en el siglo XII, a partir de la Beata Juliana de Cornillon; la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, principalmente de Santa Margarita María de Alacoque, y, finalmente, la devoción a Cristo Rey, instaurada solemnemente por Pío XI» .

A esta devoción, la denomina «la última gran estrella del eterno Amor», la considera inspiradora de la heroicidad de los «mártires de Méjico y de España, los mártires del siglo XX» que «morían vencedores con el grito de triunfo en los labios ¡Viva Cristo Rey! Considera que el Espíritu Santo «ha inspirado a su Iglesia, para la lucha que se avecinaba, el ideal de Cristo Rey».

Se puede decir que el P. Igartua al escribir este libro tenía en su mente el «Llamamiento del Rey eternal» que propone San Ignacio de Loyola en la segunda semana, junto con la «Meditación de las dos Banderas».

2.- La devoción al Corazón de Jesús, San Claudio

Desde el comienzo de su vida apostólica y desde el comienzo de su tarea de publicar libros, como lo hicieron los devotos del Corazón de Jesús, tuvo presente esta devoción. Entre estos autores, cita a: San Claudio de la Colombière, con su Retiro espiritual; el Padre Croiset, con su libro sobre la Verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús; el Venerable Hoyos, por medio del P. Loyola con su Tesoro escondido; el Padre Gallifet, el Padre Cardaveraz, el Padre Ramiére, con su Apostolado de la Oración etc…
El Corazón abierto de Jesús

En una de sus primeras obras, «el Corazón abierto de Jesús», editada en 1951, escrita por indicación del P. Imatz para explicar a los jóvenes la devoción del Corazón de Jesús haciendo hincapié en el aspecto reparador, nos dice el P. Igartua que «su más urgente deseo» era «conquistar entre los estudiantes algunos amadores ardientes de este Divino Corazón» .

Era consciente de la importancia de transmitir la devoción al Corazón de Jesús que tiene vigencia permanente. Por eso decía que “doy más gracias a Dios de haber podido escribir este libro que si hubiera escrito la mayor parte de los que ahora son de actualidad. Porque toda actualidad pasa, pero la obra de Dios permanece. Y no hay en verdadera actualidad más grave y poderosa que la de esta devoción del Sagrado Corazón de Jesús”.

Algunos párrafos, a modo de muestra, ilustran qué significó la Devoción al Corazón de Jesús al P. Igartua.

El Sagrado Corazón es, pues, Jesucristo con el Corazón abierto. El Sagrado Corazón no es Jesucristo simplemente: es Jesucristo con el Corazón abierto, es Jesucristo desde el punto de vista del Corazón.
Estaba el Señor en la Cruz. (…) Llegaba un soldado con orden de romper las piernas a los crucificados para rema¬tarlos de este modo. Acercóse a Jesús, y viendo su rostro amarillo y su inmovilidad, interrogó a los demás con la mirada. «Ha muerto», le dijeron. Pero él, como quien quiere cerciorarse, tomó una lanza del suelo, la blandió con fuerza, y fue a clavarla en el costado de Jesús. Tembló el cuerpo de la sacudida, y al retirar la lanza salió tras ella «sangre y agua». Había quedado roto el Corazón divino y su última generosidad era dar por la herida la sangre preciosa que lava y redime.
Desde aquel momento, para siempre, Jesucristo era: JESUCRISTO CON EL CORA¬ZÓN ABIERTO. Tres días después resucitaba. (…)
Aparecióse después de ocho días a todos los Apóstoles en el Cenáculo, y dirigiéndose a Tomás le dijo: «Mete tu mano en mi costado», y le mostró la herida de su Corazón. (…)
Cuando contemplamos la maravillosa vida y riqueza de la Iglesia en el mundo, con sus flores de mártires y vírgenes, con sus altísimos cedros de santidad y sus humildes violetas agradables a Dios, sabemos que el río que alegra esta ciudad de Dios nace de su Sagrado Corazón traspasado. (…)
Si quieres asegurar tu salvación y gozar del puerto eterno en la otra vida, entra du¬rante la navegación de ésta en el Sagrado Corazón. Confía tu propia, y hasta el fin incierta, salvación eterna al Sagrado Corazón, y tienes el modo cierto de asegurarla por la esperanza
.

El “Encargo suavísimo”

El hecho que pone más de manifiesto la vinculación de la persona y obra apostólica del P. Igartua a las revelaciones de Pary-le-Monial y la devoción al Corazón de Jesús, fue la forma en que vivió desde su vocación de jesuita del encargo suavísimo que el Corazón de Jesús hizo a la Compañía de Jesús en la persona del P. La Colombiére , en revelación a Santa Margarita, El 2 de julio de 1688, relatado en la carta a la M. Sumaise.

Escribió dos artículos sobre el tema en la revista Cristiandad, uno en el año 1985: “El «Encargo suavísimo» del Sagrado Corazón a la Compañía de Jesús”; y otro en el año 1986: “El Corazón de Jesús y la propagación de su devoción por la Compañía de Jesús”, en ambos se palpaba hasta qué punto había calado en su conciencia de jesuita dicho encargo.

«El día de la Visitación, ante el Santísimo Sacramento, mi Soberano se dignó favorecer a su miserable sierva con varias gracias particulares de su amoroso Corazón (...) volviéndose hacia el buen padre de la Colombière , esta Madre de bondad le dijo: y tú, siervo fiel de mi divino Hijo, tienes gran parte en este precioso tesoro pues... está reservado a los padres de la Compañía hacer ver y conocer su utilidad y valor, a fin de que se aprovechen de él, recibiéndolo con el respeto y agradecimiento que se debe a un beneficio tan grande.
Y a medida que le den este gusto, el Divino Corazón, fuente de bendiciones y de gracias, las derramará con tanta abundancia sobre el ejercicio de su ministerio, que producirán frutos superiores a sus trabajos y esperanzas...»
(Carta de Santa Margarita Maria de Alacoque a la Madre Saumaise, en Julio de 1688.)

Las congregaciones generales de la Compañía de Jesús XXIII (16- Septiembre, 23 Octubre 1883) y XXVI (2 Febrero- 18 Marzo 1915), acogieron esta misión de dar a conocer y propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

CONGREGACIÓN GENERAL XXIII.- Elección del P. Anderledy (16 sept.-23 oct. 1883). — «Como feliz y próspero remate de los trabajos, se propo¬ne a la Congregación un postulado con el fin de acrecentar y promover entre nosotros el culto de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Leído el parecer de los PP. Diputados, levan¬táronse a una todos los PP. Congregados y aprobaron por unánime aclamación lo siguiente: Declaramos que la Compañía de Jesús acepta y re¬cibe con ánimo rebosante de alegría y gratitud el suavísimo encargo a ella confiado por el mismo N. S. Jesucristo de practicar, fomentar y propa¬gar la devoción a su divinísimo Corazón». (Decreto 46).

CONGREGACIÓN GENERAL XXVI.- Elección del P. Ledóchowski (2 febr.-18 mar. 1915). — «Los Padres de esta Congregación XXVI, recordando aquel decreto solemne en el que la Congregación XXIII declaró reverente que la Compañía de Jesús aceptaba y recibía con ánimo rebosante de alegría y gratitud el suavísimo encargo a ella con¬fiado por el mismo N. S. Jesucristo de practicar, fomentar y propagar la devoción a su divinísimo Corazón, y aleccionados por la experiencia de que para promover este culto es sumamente apto el Apostolado de la Oración, en el comienzo mismo del segundo siglo de Restablecimiento de la Compañía, confirmaron de nuevo esta ardentísima adhesión de la Compañía al Sacratísimo Corazón de Jesús, y quisieron muy de veras que a todos los Nuestros, en particular a los Superiores, les fuese recomendado que fomenten cuanto les sea posible y trabajen por dilatar esta piadosa Aso¬ciación del Corazón de Jesús». (Decret. 21).

A este «encargo suavísimo» se alude de nuevo en el texto del Epítome del Instituto de la Compañía (num. 851, 1,2,3).Y muchas veces los superiores lo han recordado.

En la segunda de las citadas congregaciones se relacionó el cumplimiento de este «suavísimo encargo», al que según las palabras de Santa María de Alacoque, están prometidos frutos más allá de los trabajos y esperanzas, al fomento de la asociación del APOSTOLADO DE LA ORACIÓN.

El anhelo de ver canonizado al Beato Claudio de la Colombière que durante años deseó y esperó el P. Igartua, lo vio cumplido unos meses antes de su muerte ya que fue canonizado por Juan Pablo II el 31 de mayo de 1992 (festividad de la Visitación de María) tres meses antes de su fallecimiento. Su vinculación a la obra y a la persona del «servidor fiel y amigo perfecto» tiene su mejor reflejo en su última obra publicada “San Claudio de la Colombière, apóstol del Corazón de Jesús” y en la editada en 1979, «Escritos Espirituales del Beato Claudio de la Colombiére SI.».

Al día siguiente de la canonización de Claudio la Colombiére, Juan Pablo II ratificaba el “Encargo suavísimo” a la Compañía, con estas palabras:

«La canonización de Claudio la Colombiére me lleva naturalmente a subrayar el «munus suavissimum» que él mismo recibió de parte del Señor: la difusión y la predicación del misterio de su Corazón Sagrado. Es toda la Compañía la que queda encargada de ésto, como tuve el gozo de confirmaros en Paray Le Monial, junto a la tumba de San Claudio». (Audiencia del Papa a los fieles del A. de la O., en Roma, el día 1 de Junio de 1992)

Conferencia sobre el P. Igartua en Bilbao, 15-09-2007, 2

3.- Una referencia significativa en su vida y apostolado: El P. Enrique Ramière S.J.

Si tratáramos de encontrar una vocación apostólica precedente a la del P. Igartua en la Compañía de Jesús, tenemos que re¬cordar la figura del P. H. Ramiére, jesuita del siglo XIX, gran teólogo del Concilio Vaticano I, cofundador y sobre todo difusor del Apostolado de la Oración.

La mejor manera de cumplir el «Encargo suavísimo», dado a la Compañía de Jesús, en la persona de San Claudio de la Colombiére —La propagación de la devoción al Corazón de Jesús— según el carisma de Paray-le-Monial revelado a Santa Margarita, fue para el P. Igartua S.J. fomentar e impulsar el Apostolado de la Oración del que fue Director Nacional.

San Claudio y el apostolado de la oración, junto con su lema «Adveniat Regnum tuum», ocupan gran parte de su obra escrita y la que no trata directamente del tema está en relación con él.

La vinculación de la persona del P. Igartua al carisma apostólico del P. Ramiére se pone de manifiesto en la conferencia que pronunció en el colegio Máximo de Oña de la Compañía de Jesús, el 3 de diciembre de 1944, para conmemorar el primer centenario del apostolado de la Oración.

Lo que cita el P. Igartua del P. Ramiére, se le podría aplicar a él: «Mi vocación de jesuita se me ha aparecido de nuevo en toda su divina sencillez. En cada instante de mi vida no he tenido más que una cosa que hacer: ser otro Jesucristo; y para reproducir en mí al divino Maestro, tengo su Espíritu, que está constan¬temente ocupado en inspirarme sus pensamientos, sus sentimientos, su lenguaje, sus obras» .

Del P. Ramiére, el P. Igartua se fija en dos de sus obras: «El Apostolado de la Oración» y «las Esperanzas de la Iglesia». Le reconoce al jesuita francés el mérito de haber identifica¬do el Apostolado de la Oración con la devoción al Corazón de Jesús. Los compara al alma y al cuerpo. El P. Ramiére califica la devoción del Corazón de Jesús como «un trato de íntima amistad entre el Divino Corazón y los corazones de los hombres» y el Apos¬tolado de la Oración, como «la abnegación caballeresca al servicio de Jesucristo». Basado en estas proposiciones, el P. Igartua pone de manifiesto la vinculación de la espiritualidad del apostolado de la Oración y la de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice el P. Igartua:

«se puede decir que el Apostolado de la Oración es la práctica perenne de los Ejercicios, la verdadera quinta semana, porque aquella «abnegación caballeresca» al servicio de Jesucristo que define el Apostolado parece un eco del grito del caballero ante el llamamiento del rey eternal, y la eficacia que los Ejercicios buscan está en unir al hombre con Jesucristo, sentido y amado in¬ternamente, hasta llegar a la cumbre de los Ejercicios, en el «Tomad, Señor y recibid toda mi libertad...» cuyo espíritu es también el de la perfecta práctica del Apos¬tolado» .

El Apostolado de la Oración, «adveniat regnum tuum»

Tuvo siempre muy presente la importancia del Apostolado de la Oración y fue tarea apostólica en sus escritos dar a conocer su espiritualidad y su importancia publicando la traducción de la obra «El Apostolado de la Oración» del P. Ramiére con el título Podemos cambiar el mundo que sugiere su confianza en la eficacia apostólica de esta obra.

Para él, «El Apostolado de la Oración» ofrece un sistema de espiritualidad claro y sencillo, fundamentado en las bases mismas de la re¬ligión católica».
Vivir con la Iglesia

En el libro Vivir con la Iglesia expone la espiritualidad del Apostolado de la Oración. Consta de tres partes: 1a parte: El Plan divino de Redención, los principios teológicos de la espiritualidad; 2ª parte: Nuestra colaboración al Plan divino, los elementos prácticos de la espiritualidad y 3a parte: Conquista del reino de Dios, el dinamismo de la espiritualidad.

Leamos un texto muy central:
«Jesucristo es el Rey de la tierra, cuyo derecho ha conquistado con su muerte. La cruz es la insignia de su poder real, y con la mano en alto convoca a los hombres para la grande empresa. Su Corazón, lleno de amor, la planeó durante los muchos años de su vida escondida, siguiendo la voluntad de su Padre. En el libro de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola lo ha expresado en la meditación del Rey eternal... «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre, por tanto, quien quisiera venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» .
«La Iglesia nació del Corazón herido del Redentor. La gracia santificante ha fluido de aquella herida, a lo largo de tantos siglos, sobre las almas.
El Espíritu Santo ha sido dado desde Pentecostés al mundo, como un don de aquel Divino Corazón que dijo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba, porque de mi entraña brotan ríos de agua viva... en la empresa de de redimir y salvar al mundo para Dios, no puede estar ausente el sagrado corazón... Si Jesucristo es Rey, su Corazón es el Corazón de un Rey. De su Corazón salen las órdenes, a El se rinden los homenajes. El Cuerpo Místico de Cristo tiene Corazón Real» .

Las contraseñas del Apostolado de la Oración que le garantizan como obra de Dios, dice el P. Igartua que son tres: La devoción al Corazón de Jesús, la ternura para con la Virgen María y el amor inconmovible al Papa de Roma.

“La Esperanza Ecuménica de la Iglesia”: «un solo rebaño y un solo Pastor»

El impacto que le produjo la obra «Las Esperanzas de la Iglesia» del P. Ramiére que supuso el punto de partida de su libro más tabajado —La esperanza ecu¬ménica de la Iglesia— se pone de manifiesto en la citada conferencia. Se pregunta el P. Igartua ¿por qué se llama con este sugestivo título: «Las Esperanzas de la Iglesia» y añade: «La tesis del autor es demostrar que Jesucristo, y con El su Iglesia, han de obtener un gran triunfo no sólo en la vida eterna, sino también en esta temporal» . El apoyo más próximo se lo había dado Pío IX en la bula dogmática de la definición de la Inmaculada Concepción.

Después de proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Pío IX, hablando en nombre de toda la Iglesia, expresó con las siguientes palabras lo que él esperaba como resultado del triunfo decretado a su augusta Reina:

“Nos, con firmísima y absoluta confianza, nos esforzamos en conseguir de la Bienaventurada Virgen María, que se digne otorgarnos que la Iglesia, desaparecidas todas las dificultades y deshechos todos los errores, florezca en el universo entero, para que todos los extraviados vuelvan al camino de la verdad, y se forme un solo rebaño y un solo pastor”

El P. Igartua, desde el principio, recibe la tesis del P. Ramiére de «Las Esperanzas de la Iglesia», capta su trascendencia y tiene motivos para pensar en la proxi¬midad de su realización. Por eso, profundiza en la Escritura y el Magisterio de la Iglesia que le condujo a escribir La Esperanza Ecuménica de la Iglesia y, a la vez, a vivir con interés e intensidad todos los acon¬tecimientos mundiales que podían presagiar la proximi¬dad del cumplimiento de tal esperanza. Tenía muy presente que en este siglo había tenido lugar, por ejemplo, la formación del Estado de Israel, la conquista de Jerusalén, y tenía muy presente también, la situación de la fe en los países de origen cristiano.

La esperanza Ecuménica de la Iglesia —basada en la promesa del mismo Cristo: «Se hará un sólo rebaño y un solo pastor»— y El Mundo será de Cristo son los libros que forman parte de lo que hemos llamado segunda fase de sus obras, ampliación de la idea inicial expresada en el Misterio de Cristo Rey.

La tesis de estos dos libros, como dice el P. Igartua: «es deducida de los documentos del Magisterio eclesial: antes del fin del mundo, la humanidad habrá formado, de manera moralmente completa, un solo rebaño y un solo pastor, es decir, una sola Iglesia o confesión re¬ligiosa católica».

Estudia, además, «la radicación de esta afirmación de los documentos eclesiales en la Sagrada Escritura, según los mismos documentos y una exégesis precisa». Y añade que «Nos parece haber establecido tal tesis como doctrina cierta de la Iglesia». Es por ello una aportación doctrinal y de documentación de Magis¬terio de la Iglesia de gran valor.

Así como en La Esperanza ecuménica de la Iglesia se lleva realiza una investigación metódica sobre la Esperanza del Reino de Cristo, en El Mundo será de Cristo, es un desarrollo histórico de la esperanza según los últimos pontífices, desde Pío IX hasta Pablo VI y Juan Pablo II. En este libro presenta la marcha hacia el Reino universal de Cristo en los diversos aspectos que posee con carácter ecuménico: la unión de las iglesias orientales y cristianas en general, y la dimensión verdaderamente universal del Reino de Cristo.

El P. Igartua era consciente de que el acontecimiento eclesial más significativo del siglo XX, el Concilio Vaticano II, fue impulsado por la esperanza del cum¬plimiento de la promesa de Cristo de unidad religiosa. En efecto, recuerda que el Papa Juan XXIII en su primera Encíclica «ad Petri Cathedram», del 29-6-1959, había dicho:

«Esta sua¬vísima esperanza (se hará un solo rebaño y un solo Pastor) nos ha llevado ya y nos ha impulsado ardien¬temente al propósito anunciado públicamente de reunir un concilio ecuménico».

Así pues, el cumplimiento y realización de la realeza de Cristo, contenida en la devoción a Cristo Rey, la «devotio moderna», fue lo impulsó a la Iglesia a convocar el Concilio Vaticano II.

Ante la proximidad de la realización del reino de Cristo

La conciencia de vivir una época singular en la historia de la humanidad y su devoción a la Virgen le hicieron centrar su atención en Fátima, muchos años antes de que tuvieran lugar los acontecimientos del atentado del Papa Juan Pablo II, sus visitas de agradecimiento y súplica de protección para la humanidad, las consa¬graciones del mundo al Corazón Inmaculado de María, llevadas a cabo por Juan Pablo II, sobre todo, la realizada de modo colegial con todos los obispos del mundo, y la beatificación de Jacinta y Francisco.

Dejó escrito, aunque no publicado, un libro sobre «Fátima y el fin del mundo». Sostenía con certeza la intervención de la Virgen en los acontecimientos últimos. Se basaba en la carta de Pío IX a los obispos del mundo pidiendo parecer sobre la conveniencia de la definición del dogma de la Inma¬culada Concepción: «Si tenemos alguna esperanza, sepamos que de Ella la recibimos, pues tal es la voluntad de Aquel que quiso todo lo obtuviésemos por María».

La sospecha de que el mundo se encuentra en unos tiempos singulares, tal vez próximo a su fin, le llevó a interesarse mucho por la conocida profecía de San Malaquías, la de los lemas de los Papas, pues nos acercamos al fin de la lista. Sin entrar en detalles, podemos recordar los últimos lemas que corresponden a los Papas de nuestra época: Pastor et nauta: Juan XXIII; Fos florum: Pablo VI; De medietatae lunae: Juan Pablo I; De labore solis: Juan Pablo II; Gloria olivae: Benedicto XVI; In persecutione extrema: XXXX; y Petrus Romanus: XXXXX.

El P. Igartua era consciente de que la Iglesia vive en la espera del último instante, sin que por ello dejase de interesarse por este mundo temporal, que sabía caduco y pasajero, pero ordenado a su propia renovación eterna con sus habitantes los hombres, según confiesa Pedro: «Esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según las promesas de Dios» (2. Pe. 3,13). Y estaba al tanto de los tiempos porque «Cuando veáis suceder estas cosas (las señales del fin), miradlas y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención» (Lc. 21,28).

Dice el P. Igartua que «Tenemos ya ciertas llamativas señales del final acercamiento, algunos sucesos histó¬ricos acontecidos ya, que, al menos bastante probable¬mente, son premisas necesarias del fin.
Lo hemos ad¬vertido en el libro La Esperanza Ecuménica de la Iglesia, al presentar algunos documentos pontificios que decla¬ran como presentes algunas señales del fin del mundo» . «Especialmente... la presencia de un nuevo factor de muy grande importancia en la historia humana con¬temporánea, que es la formación del Estado de Israel en el año 1948 (...) todo esto da a la situación presente profundos augurios de época decisiva en la historia del mundo» . Sería muy interesante leer el libro escrito pero no publicado que antes hemos mencionado, la vuelta de resucitado y sus señales, tomando como referencia el capítulo 24 de San Mateo.

Recoge los siguientes testimonios magisteriales relativos a los acontecimientos finales narrados en el Apocalipsis:

 SAN PIO X: «Se puede temer, por las cosas que suceden, que el hijo de perdición del que habla el Apóstol (el Anticristo) está ya en este mundo» (Supremi Apostolatus, 1903).
 PIÓ XI: «Parece que se anuncia, por los presentes sucesos, el principio de los dolores que traerá el hombre de pecado» (el Anticristo) (Miserentissimus Redemptor, 1928).
 PIÓ XI: «Se acercan próximos los tiempos que vaticinó nuestro Señor: Puesto que abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos» (la gran apostasía) (Miserentissimus Redemptor, 1928).
 PIO XII: «Ven Señor Jesús. Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana» (14).

Conferencia sobre el P. Igartua en Bilbao, 15-09-2007, y 3

4.- Movimiento espiritual de fe: CREDO.

P. Igartua tuvo una iniciativa institucional, tal vez menos conocida que sus libros. Durante los últimos años del pontificado de Pablo VI, y a pesar de la proclamación del «Credo del Pueblo de Dios», se apre¬ciaba en algunos círculos el empeño de poner en en¬tredicho algunas verdades de fe e incluso el ataque a algunas en concreto. Se puede recordar, por ejemplo, los referentes a la virginidad de María.

Como una necesidad para nuestro tiempo, el P. Igartua alentó, en aquellos momentos, la creación de un movimiento espiritual de fe católica, derivado del Apostolado de la Oración. El nombre muy significativo: CREDO.

Su finalidad, «ayudar a promover y confirmar con la oración y la palabra la fe de sus miembros, en fidelidad a la Iglesia Católica Romana, así como a realizar esta fe en su vida cristiana y apostólica».

La norma de conducta se centraba en «aceptar sin vacilar todas las enseñanzas del Papa, como Maestro de la Iglesia, sobre puntos doctrinales, morales o litúrgicos». Además, se hace profesión pública de adhesión al “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI (30-VI-1968).

Principios doctrinales

Los principios doctrinales los agrupa en dos aspectos de la fe: la fe como virtud teologal y la fe como entrega a Dios.

La fe como virtud teologal

La fe, católicamente entendida, es en primer lugar una virtud teologal, distinta de la esperanza y la caridad, aunque unida con ellas. Es el fundamento y raíz de la justificación cristiana por la gracia santificante, como enseña el Concilio de Trento, y consiste en creer que es verdad lo que Dios ha revelado, aceptando y sometiéndose a la autoridad de Dios que revela.

Como tal virtud teologal es un hábito que produce actos del hombre movido por la gracia de Dios. En estos actos el hombre acepta y cree verdades concretas o contenidos dogmáticos, como por ejemplo el misterio de la Trinidad, el de la Encarnación o el de la Eucaristía.

Estos contenidos de la fe teologal, revelados por Dios y cuyo conjunto forma el llamado «depósito de la fe», son enseñados por la Iglesia, que es intérprete y Maestra auténtica de los mismos, como Cuerpo de Cristo y en fidelidad a su Cabeza. En la Iglesia tiene este oficio de enseñar la Jerarquía episcopal, según la disposición de Cristo al encomendarlo a sus Apóstoles, y goza de una particular asistencia del Espíritu Santo para ejercitarlo.

Esta asistencia del Espíritu Santo garantiza, en determinadas formas de enseñar, aun la misma infalibilidad del cuerpo episcopal en comunión con el Papa, que es su cabeza visible y de toda la Iglesia. El Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, goza de esta asistencia del Espíritu Santo en plenitud por particular carisma, otorgado por el mismo Señor a Pedro y sus Sucesores para bien de la Iglesia Universal y Católica, según enseñan los Concilios Vaticano I y II, siguiendo toda la tradición.

La plenitud infalible se da cuando habla ex cátedra definiendo una verdad de fe. Pero siempre que actúa como Maestro de la Iglesia o de sus fieles tiene la particular asistencia del Espíritu, aunque no sea de manera infalible. Por ello la mejor garantía de la verdad que hay en la Iglesia es mantenerse unido a todas las enseñanzas del Papa, aunque sea en diverso grado de obligación. Este es el espíritu del movimiento CREDO.

La fe como entrega total a Dios

La fe puede ser considerada también, como enseña la manera de hablar de la Escritura, como entrega total del hombre a Dios por la esperanza y la caridad, cuyo fundamento es, en la unión de la gracia santificante (Rom 10,16; 1 Cor 13,13). En este sentido influye en la vida entera del creyente en gracia de Dios. Todo acto de fe es un acto sobrenatural que produce aumento de gracia en el alma, uniéndola más con Dios.

La fe puede permanecer en el alma, aunque ésta pierda por el pecado la gracia y la caridad, siendo de este modo la condición que hace posible la recuperación de la gracia por el arrepentimiento y la confesión. La fe se pierde por pecados directos contra la misma fe, y es el estado más desgraciado del hombre, aunque la puede recuperar por la divina misericordia, que siempre se ofrece al hombre en esta vida para su salvación.

La fe, cuando es muy viva, hace florecer toda la vida cristiana, especialmente la oración. Todos los santos han sido hombres de viva fe.
Oración diaria de Credo

1. Sagrado Corazón de Jesús - por medio del Corazón 1nmaculado de María - y en unión con el santo sacrificio del altar, sacramento de la fe - te ofrezco las oraciones, obras y sufrimientos de este día por la Iglesia - y por el Papa y sus intenciones y especialmente para que llegue pronto el día en que según tu promesa - se haga un solo rebaño y un solo pastor.
2. Renuevo mis promesas del bautismo - de permanecer fiel a la integridad de la fe - y también a todas las enseñanzas del Papa como Maestro de la Iglesia Católica - en especial al «Credo del Pueblo de Dios».
3. Y para confirmar esta fidelidad y para reparar las faltas de fe que haya en la Iglesia - digo con amor y agrade¬cimiento ante Ti: el Credo Apostólico.


Conclusión. Las columnas de su vida y obra: la devoción al Corazón de Jesús, la devoción a la Virgen y la fidelidad al Papa.

El 17 de octubre de 1985 cumplió los 50 años de jesuita, por ello, el 9 de noviembre de ese mismo año tuvimos un retiro en la casa de ejercicios de Portugalete. En la homilía, además de recordar a las personas que influyeron en su vocación y sus cargos apostólicos, señaló, como centro de su vida religiosa, sus tres amores: el amor al Papa, a la Inmaculada y al Corazón de Jesús resucitado.

Su devoción al Corazón de Jesús, junto con su aprecio hacia la Sábana Santa imagen verdadera del mismo Jesucristo, hizo que en el recordatorio del evento pusiera “La herida del Costado de Jesús y la Sangre derramada, en la Sábana Santa de Turín”. En el reverso escribió: La fotografía muestra, en color original, la impresión directa de la Herida del Costado y de la Sangre derramada, como se hallan en la Sábana Santa. (…) El óvalo inclinado en la parte superior es la herida abierta por la lanza. No se ha cerrado nada por ser ya cadáver al herirlo. El resto es la sangre que ha fluido. El triángulo blanco es un simple remiendo del lienzo, para cubrir el agujero causado por plata fundida en un incendio. La gota ardiente atravesó varios dobleces del lienzo plegado, pero providencialmente los remiendo son marginales a la imagen, y la encuadran.

También aparece el siguiente texto: “Un soldado abrió con la lanza el costado y salió sangre y agua” (Jn 19,34) y de la oración de San Ignacio “Alma de Cristo”: “Sangre de Cristo, embriágame; Agua del costado de Cristo, lávame; Dentro de tus llagas escóndeme”.

En aquella ocasión nos leyó dos poesías de la Cantata a la Creación, del grupo denominado la Rosa de Oro, tituladas: la Sonrisa, y Sangre y Agua.


«SONRISA»
Sobre el altar radiaba una sonrisa,
¡oh inefable visión!, en paz inmaculada y luz precisa
tras la consagración.
Como una espada hirió el profundo centro
donde guardo el amor, y me dejó clavado tan adentro
su desnudo temblor.
Las lágrimas los ojos arrasaron,
y no supe decir lo que absortos los ojos contemplaron
en aquel sonreír.
¡Oh sello singular de mi fortuna,
sonrisa virginal,
torna a brillar, serena y oportuna, en la hora principal!






«SANGRE Y AGUA»
Arde la llama viva dentro del Corazón divinizado.
Un dulce soplo aviva el resplandor que llena su costado.
¡Está muerto y aspira, y una infinita vida en él respira!
Ha llegado la lanza, con la punta de hierro pecadora,
a herir donde no alcanza sino el amor que en lo secreto mora.
¡Está muerto, y aún ama, y se despierta la celeste llama!
Con ímpetu de fuente derrámase la llama en sangre y agua.
¡Cómo va la corriente que del océano de amor desagua!
¡Está muerto, y convida con las sagradas fuentes de la vida!
En el íntimo pecho siento brotar la fuente misteriosa,
que establece su lecho como allá en Siloé tan silenciosa.
¡Está muerto, y tardíos de mi dolor y amor corren los ríos!






En el mes de julio de 1985, en los ejercicios espi¬rituales que dirigió el P. Igartua en el Tibidabo, en la casa «Mater Salvatoris», para los miembros de «Schola Cordis Iesu», dijo que ésos serían los últimos ejer¬cicios que iba a dar, no se le notaba nada raro, pero él “presentía” algo. En el mes de diciembre de aquel mismo año, es decir, un mes después de celebrar los 50 años de vida religiosa, sufrió un fuerte ataque al corazón, estando a las puertas de la muerte.

Después de ese ataque al corazón, que ya le marcó hasta el fin de sus días, nos habló de tres momentos de su vida, en los que había experimen¬tado dones místicos, no dijo que fueran los únicos, vino a decir que tuvieron lugar en momentos muy signifi¬cativos de su vida religiosa y de su actividad apostólica. El primero, durante su profesión de jesuita, nos dijo que vio el «Corazón lleno de espinas». El segundo, en Burgos, durante la misa de una consagración de familias al Corazón de María, vio «la sonrisa de la Virgen». El tercero, en Lourdes, durante una visita que hizo al santuario con motivo de un viaje a Lovaina, «la Virgen le señaló el Corazón de Jesús en respuesta a su pregunta acerca del origen de lo que sentía en aquel momento»


Murió el día 14 de septiembre de 1992 día de la Exaltación de la Santa Cruz festividad que centra la atención en lo más nuclear de su espiritualidad y obra apostólica.

Estos fueron los últimos momentos de su vida, que conocemos gracias al que era superior de la Comunidad de los jesuitas de Deusto y que los comentó en la homilía del funeral:

“El sábado por la tarde todavía (el día 12) fue a dar la Bendición del Santísimo a los enfermos de la Institución benéfica del Sagrado Corazón, en Archanda, a donde iba asiduamente todos los miércoles y sábados del año.

Y el domingo (el día 13) por la tarde, después de recibir la Comunión, a las 11 de la noche, charlando conmigo, y viendo próximo su fin, me dijo: «Te voy a leer lo que acabo de escribir». Decía así: «Hoy con 79 años, sufro un problema importante en mi salud. Me cuesta articular las palabras y tragar. Mucha fatiga. ¿Corazón? Plena lucidez. Fiat voluntas tua».

Y así, con esta disposición, a la mañana siguiente (el día 14) después de recibir la Unción, recibió también la llamada definitiva del Padre Dios”.