martes, 5 de febrero de 2008

El Mesías de Israel en los Evangelios

Aula P. Igartua - El Mesías, Jesús de Nazaret
EL MESÍAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS

Esta cuestión se estudia siguiendo la exposición de la segunda parte del libro: “El Mesías, Jesús de Nazaret” escrito por el P. Juan Manuel Igartua, publicado por Ediciones Mensajero en el año 1986.

Esquema y contenido del libro “El Mesías, Jesús de Nazaret”

El problema que presenta la crítica histórica de los textos evangélicos es: los textos y palabras de Jesús en su vida mortal, la casi totalidad del evangelio, ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de lo posible, del propio Jesús?

Sus afirmaciones, directas o indirectas, de divinidad. ¿Son de él o han sido puestas en su boca por una fe que las transforma? ¿Dijo que era Dios o se lo han hecho decir, con toda la buena voluntas que se quiera, pero no objetivamente? ¿O hay acaso que entender de otro modo tales palabras?

Resolver este problema de gran importancia crítica es el intento del trabajo del P. Igartua. Jesús hace dos tipos de afirmaciones que se estudian en dos partes de la obra: las de su mesianidad y las de su divinidad.

El libro consta de cinco partes:

Ø Primera: pruebas de la existencia histórica de Jesús de Nazaret;
Ø Segunda: se responde a esta pregunta: ¿Se proclamó Jesús Mesías de Israel?;
Ø Tercera, se responde a esta pregunta: ¿Se proclamó Jesús a sí mismo Dios, de un modo o de otro?;
Ø Cuarta, propone las razones críticas externas e internas, que sustentan la realidad objetiva de tales palabras afirmadas;
Ø Quinta, concluye, a vista del resultado crítico, sobre la identidad mesiánica y divina de Jesús.


Segunda Parte: ¿Se proclamó Jesús Mesías de Israel?

Los títulos mesiánicos



  • Primer título mesiánico: “Mesías” o “Cristo”.


  • Segundo título mesiánico: “Hijo de David”.


  • Tercer título del Mesías: “Hijo del Hombre”.


  • Cuarto título: “Santo de Dios”.

Afirmaciones Mesiánicas de Jesús

En este capítulo se recogen los testimonios puestos por los evangelios en boca del propio Jesús acerca de su mesianidad, de ser él aquel Mesías o Cristo que Israel esperaba. No se trata de un Mesías político, sino religioso y trascendente, sin que por ello exija identificar la mesianidad con la divinidad afirmada.

Manifestaciones a sus discípulos

Según el evangelio de Juan, Jesús debió manifestarse a sus principales y primeros discípulos, desde la entrevista personal con ellos, como Mesías de Israel.

Ø Primer testimonio: el de Andrés. “Hemos encontrado al Mesías”, dijo de sopetón Andrés a su hermano Simón (Jn 1, 41).

Ø Segundo testimonio: el de Felipe. “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y los Profetas, y es Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Jn 1, 45)

Ø Tercer testimonio: el de Natanael. “Maestro, Tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49), es decir, el Cristo o Mesías esperado. Jesús no rechaza su confesión.

Ø Cuarto testimonio: la confesión de Pedro. Solamente examinamos el aspecto de confesión mesiánica del Cristo Vistos los textos de los sinópticos, debemos convenir, al menos, en que Pedro proclamó la mesianidad de Jesús, con estas palabras que son común denominador de los tres textos: “Tú eres el Cristo” (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20).

Resultaría difícil negar que Jesús proclamó, según los evangelistas, al aceptar la declaración de Pedro, que él era el Cristo.

Ø Quinto testimonio: El comienzo del discurso apocalíptico. En el mensaje apocalíptico de Jesús comienza por una proclamación clara de ser el Cristo. Se halla el pasaje de la pregunta de los apóstoles en los capítulos 24 de Mt; 13 de Mc; y 21 de Lc. En todos la pregunta de los apóstoles obtiene un mismo resultado, que es el anuncio de los sucesos de la caída de Jerusalén y del fin del mundo o segunda venida del Mesías en gloria. Aunque se halle en Mateo y Marcos la notable negación del conocimiento del día y tiempo de esta venida, (Mt 24, 36; Mc 13, 32), afirma la realidad del hecho.


Manifestación a otras personas singulares




  • Ø La mujer de Samaría en Juan. Después de hablar con Jesús dio testimonio de esta revelación sorprendente recibida por ella, al convocar al pueblo para que acudiese a El, quien permaneció así en contacto con el pueblo durante dos días (Jn 4, 40) y el resultado fue que le aceptaron como “Salvador del mundo” (Jn 4, 42).


  • Ø El de Marta en la resurrección de su hermano Lázaro. “Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo” (…) Esta afirmación de Marta sobre la mesianidad de Jesús, y trascendente por lo que se añade, es plena y absoluta. Es un Mesías que ha venido de Dios, es el Mesías o Cristo.


Los títulos mesiánicos en Jesús

Ø Mesías o Cristo es el de Rey de Israel, Rey divino o enviado por Dios a Israel. Uno de los temas predilectos de la predicación de Jesús fue el del Reino de Dios o Reino de los cielos.

Ø “Hijo de David”. Jesús nunca se llamó a sí mismo el Hijo de David. Pero admitió que se le dirigiera este título por los que a él acudían.




  • Primer caso: el del ciego de Jericó. Marcos le ha dado el nombre de Bartimeo o hijo de Timeo. “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí” (Mc 10, 47; Mt 20, 30; Lc 18, 38).


  • Segundo caso: la mujer cananea en Mateo. Ésta invoca a Jesús con el nombre de Hijo de David, y obtiene la curación de su hija (Mt 15, 22).


  • El tercer caso, común a los tres sinópticos, y el más relevante sin duda: la entrada gloriosa del día de los ramos en la ciudad de Jerusalén. (…) Mateo presenta el título mesiánico de “Hijo de David”, que es aclamado en Jesús (Mt 21, 9), título que parecen omitir Marcos y Lucas. Pero en realidad la han sustituido por un equivalente. Pues Marcos dice: “Bendito el que viene en nombre del Señor, bendito el Reino que viene de nuestro padre David” (Mc 11, 10); y Lucas hace también referencia a la entrada regia, diciendo: “Bendito el Rey que viene, en nombre del Señor” (Lc 19, 38).


Ø “Hijo del hombre”.

• Nunca ha sido utilizado tal título por los propios evangelistas, ni siquiera por los escritos apostólicos. Siempre aparece en boca del mismo Jesús

• Utiliza el título para designarse a sí mismo en su vida cotidiana, como por ejemplo cuando afirma que no tiene lugar fijo para dormir (Mt 8, 20; Lc 9, 58), o se queja de ser acusado de comedor y bebedor injustamente (Mt 11, 19; Lc 7, 34)

• De su muerte en cruz habla enigmáticamente como de una “exaltación, ser levantado en alto”, con el título de Hijo del hombre en Juan, expresión que provoca la respuesta del pueblo que le oía, el cual identifica el Hijo del hombre con el Cristo o Mesías.

• También designa con el título misterioso la segunda venida para juzgar en numerosos textos. El Hijo del hombre será el juez de los hombres (…) La hora de esta venida es repentina, como el rayo, y desconocida para todos excepto para Dios (Mt 24, 27; Lc 17, 24; Mt 24, 44; Mc 13; 32; Lc 12, 40).

• Para desvelar en profundidad el misterio del Hijo del hombre sería necesario aducir los textos más importantes, que se resuelven ya en implícita afirmación de divinidad; él perdona los pecados, él es dueño del sábado (Mt 9, 6; 12, 8).

• Pero otro texto muy importante del uso de la expresión “Hijo del hombre” por Jesús es el relativo a la eucaristía. “En verdad en verdad (Amén, amén) os digo si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (6, 53). “¿Esto os escandaliza? ¿Y si viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba antes?” (6, 62). Todo esto muestra que el valor dado a la expresión “Hijo del hombre” es totalmente trascendente, pues llega a referirlo a una existencia anterior.

Consta claramente aquí que en Juan este Hijo del hombre es el propio Jesús, pues dice repetidas veces en primera persona que él mismo es este pan de vida

• Un tercer relato d en Juan, es el del ciego de nacimiento, Jesús le dice: “Tú crees en el Hijo del hombre?” (9, 35). “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús hace la solemne declaración: “Le has visto ya, El que habla contigo ése es” (9, 37)

Testimonios mesiánicos: milagros y posesos

Ø Cuando el Bautista envió dos discípulos a Jesús para preguntarle si era él aquel que Israel esperaba que había de venir, es decir, el Mesías, o si habían de esperar después de él a otro. Decid a Juan lo que habéis visto y oído. “Los ciegos, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Mt 11, 4-5; Lc 7, 22).

Ø Respecto a los testimonios que dieron de él los espíritus malos cuando salían de los posesos, acerca del título de Cristo o Mesías, debemos notar la actitud del propio Jesús en relación a tales manifestaciones.


El proceso de Jesús: el Sanedrín

Ø La culminación del testimonio mesiánico de Jesús se produce ante el tribunal supremo de Israel, llamado el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, que lo era este año Caifás, yerno del anterior Anás (Lc 3, 2). Hallamos la escena en los tres evangelios sinópticos. Juan no relata la escena.

Ø La primera cuestión planteada era: ¿Eres el Cristo o Mesías esperado? ¿Te tienes por tal?. La pregunta se hacía, señala Juan, en el invierno que precedía a la última Pascua de la muerte. Trajeron testigos para la acusación formal (en el tribunal) y sin duda querían testimonios de esta pretensión mesiánica. Pero los testigos no fueron constantes o concordes (…)

Ø Entonces entró directamente en acción el mismo Sumo Sacerdote, Caifás, enfrentado autoritariamente al reo, le conminó a declarar este punto clave. El silencio de Jesús ante los testimonios aducidos contra él, que no han conseguido llevar a la confesión del propio reo, le obliga a plantear la pregunta.




  • Mt (26, 63-64) – “Dinos si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. “Tú lo has dicho”

  • Mc (14, 61-62) – “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito (Dios)”. “Yo soy”

  • Lc (22, 66-67) – Si tú eres el Cristo, dínoslo”. “Si os lo digo no me creeréis”.

Ø Mateo y Marcos han unido en la pregunta del Sumo Sacerdote la doble cuestión del Cristo y del Hijo de Dios. Lucas, quizás con más crítica, ha puesto separadas ambas cuestiones.

Ø En resumen dejamos sentado que Jesús, según los tres evangelistas, ha afirmado ser el Cristo en la pregunta oficial y jurídica que se le ha propuesto en nombre de la autoridad religiosa. No ha vacilado ante la muerte, y ha dado testimonio a su propia verdad.

Ø Los evangelistas, después de este juicio previo al de Pilato, nos presentan a los sacerdotes llevando la acusación de la proclamación de “el Cristo”, o sea “el rey” de Israel, ante el tribunal político y civil.

Ø En realidad, a los sacerdotes no les bastaba para condenar a Jesús acusarle de proclamarse Cristo o Mesías. Era el celeste trasfondo de su mesianismo lo que rechazaban. Era, en rigor, la proclamación de divinidad lo que condenaban, de la cual hablaremos mas adelante.

El proceso político ante Pilato

Ø Consta en los evangelios que la acusación formal ante Pilato, que los sacerdotes de común acuerdo plantearon, es la de mesianismo. El reo se ha proclamado rey de Israel al proclamarse Cristo. Lucas es el que mejor ha planteado la plenitud de la fórmula acusatoria: “Provoca la rebelión de nuestro pueblo, prohíbe dar tributo al César, y dice que él es el Cristo (o Rey)” Lc 23, 2; Mt 27, 11-14; Mc 15, 2-4). Es pues una acusación certeramente formulada para destruir a Jesús ante Pilato.

Ø Pilato hace la primera pregunta a Jesús sobre este punto: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Mt 27, 11; Mc 15, 2; Lc 23, 3). La respuesta de Jesús fue rotunda: “Tú lo dices”, que equivale a la plena afirmación. (…) Pilato hace la misma pregunta en Juan que en los sinópticos, y obtiene la misma respuesta afirmativa: “¿Luego eres rey?”, ya que confiesas tener un reino. “Tú lo dices, yo soy Rey”, es también aquí la respuesta de Jesús (Jn 18, 37)

Ø Lucas introduce el episodio de Herodes, del que sin duda tiene testimonio por alguna fuente personal. Es un intento de Pilato de zafarse del problema, al oír la acusación de que la rebelión comenzó en Galilea, el lugar clásico de las rebeliones, de donde es originario Jesús en la creencia general, y donde ciertamente ha vivido y reclutado sus primeros discípulos.

Ø La causa de Jesús no ofrecía base real para la acusación, sino solamente pretexto, que aprovecharon los sacerdotes. Jesús se declaró Cristo o Mesías, pero tuvo un gran cuidado en mostrarse ajeno a toda maniobra política. Desde el comienzo de su predicación la centró en la llegada del “Reino de Dios” o del “Reino de los cielos”. Hablaba de un reino espiritual, de obediencia a los mandamientos de Dios, de conversión del corazón, aunque trataba por esto mismo de un verdadero Reino de Dios en los hombres. Reino que tenía su “Rey”, el Cristo o Mesías, que se declaraba él mismo.

Ø Pilato para librar a Jesús piensa Pilato en Barrabás (…) Conoce el presidente la tumultuosa manifestación de los ramos, y los hosannas al “Hijo de David”, y el enfrentamiento de Jesús con los sacerdotes en el templo, arrojando a los vendedores fuera. Puesto que la multitud aclamaba a Jesús, la multitud el elegirá. Intenta una especie de referéndum popular. Propone la pregunta: “¿Quién queréis que os suelte, Barrabás o Jesús, llamado el Cristo?” (Mt 27, 17). Tanto Marcos como Juan sustituyen la palabra Cristo por la de “rey de los judíos”.

Ø Al responder la turba con su grito unánime “persuadida por los sacerdotes”, principales responsables del grito (Mt 27, 20; Mc 15, 11), que preferían a Barrabás, todavía Pilato queriendo salvar su propio gesto, insistió con las mismas palabras ofreciendo la oportunidad de librar a los dos: “¿Y qué haré de Jesús, que es llamado el Cristo?” (Mt 27, 22)”

Ø Ordena azotar a Jesús creyendo salvarle de la muerte por este medio. Después de cumplir el cruel oficio, los verdugos inventan un castigo superior (…) Trenzaron una corona de agudas espinas (…) El doloroso episodio, insólito quizás en los anales romanos, muestra de nuevo que el título en juego en el proceso era el de “rey de los judíos” o Mesías-Cristo. Pues impuesta la corona comenzaron con los golpes salvajes los burlescos saludos: “Salve, Rey de los judíos” (Mt 27, 29; Mc 15, 16; Jn 19, 3).

Ø Los últimos intentos de Pilato por salvar a Jesús se producen ente la nueva dimensión divina que entrevé en el proceso. Al notarlo los sacerdotes vuelven a la acusación política (…) “Si sueltas a éste no eres amigo del Emperador, pues todo el que se hace rey a sí mismo se opone al César” (Jn 19, 12). Decís que se hace rey, pues bien: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn 19, 14). El humano y conmovido “el hombre” se ha convertido en el irónico y dramático “el rey vuestro” (…) “¿A vuestro rey he de crucificar?” – No tenemos más rey que el César” (Jn 19, 15). Queda así planteada la causa de Jesús en el dramático desarrollo del proceso como una causa mesiánica. Jesús será condenado como rey de los judíos, como Mesías y Cristo.

Ø Declarada la sentencia, el título de la causa fue escrito según costumbre, para llevarlo al lugar del suplicio y ponerlo sobre el reo ajusticiado para conocimiento popular. En una tabla de madera es grabado el título de la causa en tres lenguas: en la línea superior en arameo o hebreo, en la siguiente en griego, en la inferior en latín. Las tres lenguas usadas en el país, la del pueblo palestino, la de la cultura genera, la de la justicia romana, son empleadas para público testimonio: “Jesús Nazareno Rey de los judíos”. El testimonio atravesará los siglos, y hará saber a todas las gentes que Jesús es, y se ha proclamado, “Rey de los judíos”, que significa Cristo-Mesías (Mt 27, 36; Mc 15, 26; Lc 23, 38; Jn 19, 19).

El cumplimiento de las Escrituras

Jesús se declara Mesías de Israel, el Cristo esperado. La esperanza del Mesías es el fondo mismo de la historia del pueblo judío. Esto se halla en los escritos sagrados del pueblo de Dios.

Entre las declaraciones mesiánicas del propio Jesús, deben ser contadas aquellas en las que Jesús, según los evangelios, menciona el AT como escritos referidos a él mismo.

Ø Durante su vida ha declarado repetidas veces que en él se cumplen las Escrituras sagradas de Israel, lo cual equivale a proclamarse el Mesías esperado. En su apostolado llegó a la sinagoga de su pueblo de larga residencia y trabajo, Nazaret. Le fue entregado para que lo leyese el libro del profeta Isaías, abriéndolo en el pasaje mesiánico en que se recuerda que sobre el Mesías está el Espíritu del Señor (Is 61, 1-2) Jesús se sentó para la explicación, y con los ojos de todo el pueblo fijos en su persona, comenzó tranquilamente su exegesis: “Hoy se ha cumplido esta escritura en vuestro oídos” (Lc 4, 21). En realidad acababa de proclamar: “Yo soy el Mesías”.

Ø En Mateo Jesús se niega a defenderse en el huerto de los Olivos, cuando llegan a prenderle: “¿Cómo se cumplirían las Escrituras de que es necesario que esto suceda?” (Mt 26, 54). En la cena había hablado diciendo: “Es necesario que se cumpla lo que está escrito de mí: Ha sido contado entre los malhechores” (Lc 22, 37), en cuyo momento Pedro sacó su espada (…)

Ø Juan es el que ha dado más vigorosos testimonios de la apelación mesiánica de Jesús a las Escrituras. La objeción puesta a Jesús para aceptar su título de Cristo era la creencia de que era Nazaret su lugar de origen, debiendo ser Belén conforme a la Escritura, pues el Mesías debía venir nacido de allí, y de Sion, no de Galilea (Jn 7, 41-42.52; cf Mt 2, 5-6; Jn 4, 22). Jesús arguye a los judíos que son precisamente las Escrituras las que dan testimonio del El: “Estudiad las Escrituras, y que pensáis tener en ellas la vida eterna. Son precisamente ellas las que dan testimonio de mí” (Jn 5, 39) (…) “Si leyeseis a Moisés, seguramente me creeríais a mí. Pues él escribió de mí” (Jn 5, 4). Y termina confirmando la aserción: “Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mí?” (5, 47).

Ø Después de la resurrección el propio resucitado hará exégesis, sin duda maravillosa, de lo dicho por Moisés (la Ley) y los profetas, o sea la Escritura, sobre él y los sucesos de su pasión y muerte. Lo hará ante los de Emáus en el camino, y sus corazones arderán con un fuego nuevo al oír su interpretación mesiánica de la Ley y los profetas (Lc 24, 27).

Ø Luego, el resucitado les concedió el don de comprender las Escrituras y les añadió: “Así está escrito, que el Cristo debía padecer y resucitar al tercer día” (Lc 24, 45-46).

Conclusión mesiánica sobre las declaraciones de Jesús

Ø De este capítulo se desprende, creemos que con claridad, que Jesús de Nazaret, según lo que los evangelios le atribuyen (y que por el momento no juzgamos críticamente en su realidad histórica), se declaró Mesías de Israel, el esperado. Juan Bautista lo había anunciado, Jesús lo confirmó. Ya ante sus propios apóstoles en privado, ya ante personas particulares como la Samaritana, el ciego de nacimiento o Marta de Betania, ya también en público de diversas formas ante los judíos. Se puede decir, en general, que su predicación y sus parábolas del reino de Dios, que son tan numerosas, así como los milagros realizados, a los que apela, son testimonios públicos de su mesianismo. También su apelación mesiánica a la Escritura.

Ø Lo mismo muestra su aceptación solemne del título de Hijo de David, en el día de triunfo de los ramos. Y el título de Hijo de hombre, usado habitualmente por Jesús, pone de relieve su profundo conocimiento de la situación y del valor de tal título. Su afirmación mesiánica de ser el Cristo de Israel resplandece en el juicio ante el Sanedrín, al responder a la pregunta solemne del Sumo Sacerdote.

Ø Luego, el proceso ante Pilato y el título de su condena, puesto en la cruz sobre su cabeza, dejan indubitable tal punto. Este título, además de por los evangelios que no podrían falsearlo con todo el proceso realizado, nos es confirmado por el testimonio de Tácito, el cual reconoce que fue ésta la causa de la acusación, dando así valor histórico reconocido extraevangélico al hecho: “Su fundador, llamado Cristo, fue condenado a muerte por el procurador Poncio Pilato, imperando Tiberio” (Annales, 15, 44).

Ø Poseemos un fragmento que puede legítimamente ser tenido por auténtico, del título mismo de la Cruz de Jesús. En él, en el relicario de la Basílica de Santa Croce de Gerusalmme, construido por Constantino, se puede ver todavía hoy (y el que escribe lo ha visto) la parte del letrero en dos lenguas completas (griego y latín), con las señales indudables de la hebrea que providencialmente incluyen precisamente la causa del proceso: REY DE LOS JUDÍOS


APENDICE: "JESUS DE NAZARET" - JOSEPH RATZINGER

En la obra “Jesús de Nazaret”, Joseph Ratzinger (capítulo 10) trata de los nombres con los que Jesús se nombra a sí mismo. Dice que Pedro utilizó – como hemos visto- títulos diferentes, superiores: Mesías, Hijo de Dios vivo. El intento de condensar el misterio de Jesús en títulos que interpretaran su misión, más aún, su propio ser, prosiguió después de la Pascua.

Cada vez fueron cristalizando tres títulos fundamentales: Cristo (Mesías); Kyrios (Señor) e Hijo de Dios.

El primero apenas era comprensible fuera del ámbito semita: desapareció muy pronto como título único y se fundió con el nombre de Jesús: Jesucristo. La palabra que debía servir de explicación se convirtió en nombre. Él es una sola cosa con su misión; su cometido y su ser son inseparables. Por tanto, con razón su misión se convirtió en parte de su nombre.

En cuanto a los títulos Kyrios y de Hijo, ambos apuntaban en la misma dirección. La palabra “Señor” había pasado a ser, en el curso de la evolución del A.T. y del judaísmo temprano, un sinónimo del nombre de Dios y, por tanto, incorporaba ahora a Jesús en su comunión ontológica con Dios, lo declaraba como el Dios vivo que se nos hace presente. También la expresión Hijo de Dios lo unía al ser mismo de Dios.

Ratzinger se pregunta: ¿Se trataba del Hijo en un sentido traslaticio –en el sentido de una especial cercanía a Dios-, o la palabra indicaba que en Dios se daban realmente Padre e Hijo? ¿Supone que Él era realmente “igual a Dios”, Dios verdadero de Dios verdadero? El primer concilio de Nicea (325) solventó esta discusión con el término homousios (“consustancial, de la misma sustancia), el único término filosófico que ha entrado en el Credo. Pero es un término que sirve para preservar la fidelidad de la palabra bíblica. Nos quiere decir que cuando los testigos de Jesús nos dicen que Jesús es “el Hijo”, no lo hacen en un sentido mitológico ni político, que eran los dos significados más familiares en el contexto de la época. Es una afirmación que ha de entenderse literalmente: sí, en Dios mismo hay desde la eternidad un diálogo entre Padre e Hijo que, en el Espíritu Santo, son verdaderamente el mismo y único Dios.

Después presta una atención más detallada a las denominaciones con las que Jesús se designa a sí mismo en los Evangelios. Son dos. Por un lado, se llama preferentemente “Hijo del hombre”; por otro, hay textos – sobre todo en el evangelio de Juan- en los que se refiere a sí mismo simplemente como el “Hijo”. Jesús nunca utiliza el título Mesías para referirse a sí mismo; el de Hijo de Dios lo encontramos en su boca en algunos pasajes del Evangelio de Juan. Cuando se le ha llamado Mesías o con designaciones similares – como en el caso de los demonios expulsados y en el de la confesión de Pedro-, Él ordena guardar silencio. Sobre la cruz queda plasmado, esta vez de manera pública, el título de Mesías, Rey de los judíos. Y aquí puede tranquilamente aparecer escrito en las tres lenguas del mundo de entonces (Jn 19, 19s), pues por fin se le ha quitado toda ambigüedad. El tener la cruz por trono le da al título su interpretación correcta. Dios reina desde el madero; así es como la Iglesia antigua ha celebrado este nuevo reinado.


Hijo del Hombre

Hijo del hombre: esta misteriosa expresión es el título que Jesús emplea con mayor frecuencia cuando habla de sí mismo. Sólo en el evangelio de Marcos aparece catorce veces en boca de Jesús. Más aún, en todo el N.T. la expresión Hijo del hombre la encontramos sólo en boca de Jesús, con la única excepción de la visión de Esteban: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios” (Hch 7, 56).

Esta constatación es importante. La cristología de los autores del N.T., también la de los evangelistas, no se basa en el título Hijo del hombre, sino en los títulos de Mesías (Cristo), Kyrios (Señor) e Hijo de Dios, que comenzaron a ser usados ya durante la vida de Jesús. La expresión Hijo del hombre es característica de las palabras de Jesús mismo

Se distinguen en general tres grupos de palabras referentes al Hijo del hombre:

Ø El primero, estaría compuesto por las que aluden al Hijo del hombre que ha de venir. Con ellas, sin embargo, no se designa a sí mismo, sino que precisamente se distingue del que ha de venir.

Ø El segundo, estaría formado por palabras que se refieren a la actuación terrena del Hijo del hombre

Ø El tercero, hablaría de su pasión y resurrección.

Frente a las diferentes interpretaciones acerca de la autenticidad de este título por parte de Jesús, dice: “A la comunidad anónima se le atribuye una sorprendente genialidad teológica. ¿quiénes fueron las grandes figuras que concibieron esto? Pero no es así, lo grande, lo novedoso, lo impresionante, procede precisamente de Jesús; en la fe y en la comunidad se desarrolla, pero no se crea”.

La expresión Hijo del hombre, con la cual Jesús ocultó su misterio y al mismo tiempo fue haciéndolo accesible poco a poco, era nueva y sorprendente. No era un título habitual de la esperanza mesiánica, pero responde perfectamente al modo de la predicación de Jesús, que se expresa mediante palabras enigmáticas y parábolas, intentando conducir paulatinamente hacia el misterio, que solamente pude descubrirse verdaderamente siguiéndole a Él.

“Hijo del hombre” significa en principio, tanto en hebreo como en arameo, simplemente “hombre”. El paso de una a otra, de la simple palabra “hombre” a la expresión “Hijo del hombre” y viceversa puede verse en unas palabras sobre el sábado que encontramos en los sinópticos. En Marcos se lee: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mt 12, 8; Lc 6, 5).

En tiempos de Jesús, “Hijo del hombre” no existía como título. No obstante, hay una primera alusión a él en la visión sobre la historia universal contenida en el Libro de Daniel basada en las cuatro fieras y el “Hijo del hombre”. El hijo del hombre que llega desde arriba es, pues, lo opuesto a las fieras que salen del fondo del mar; como tal, no es propiamente una figura individual, sino la representación del “reino” en el que el mundo alcanzará su meta final.

Centrémonos ahora en las palabras de Jesús. Ya hemos visto que un primer grupo de afirmaciones sobre el Hijo del hombre se refieren a su llegada futura. La mayor parte de éstas se encuentran en las palabras de Jesús sobre el fin del mundo (cf. Mc 13, 24-27) y en su proceso ante el Sanedrín (cf. Mc 14, 62).

La identificación del Hijo del hombre, que juzga al mundo, con los que sufren de cualquier modo presupone la identidad del juez con el Jesús terrenal y muestra la unión interna de cruz y gloria, de existencia terrena en la humildad y de plena potestad futura para juzgar al mundo. El Hijo del hombre es uno solo: Jesús. Esta identidad nos indica el camino, nos manifiesta el criterio por el que se juzgará nuestra vida en su momento.

Naturalmente, la crítica no considera estas palabras sobre el Hijo del hombre futuro como auténticamente jesuánicas. Sólo dos textos de este grupo, en la versión de Lucas, se aceptan como auténticas palabras de Jesús, porque se las considera como palabras que con toda probabilidad “podían” haber sido pronunciadas por Él.




  • En primer lugar Lucas 12, 8 s: “Y os digo que, si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios (…)”.




  • El segundo texto es Lucas 17, 24s: “Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación (…)”.


El motivo por el que se aceptan estos textos estriba en que en ellos, aparentemente, se distingue entre el Hijo del hombre y Jesús; sobre todo en la primera cita parece evidente que el Hijo del hombre no coincide con Jesús que está hablando.

A este respecto, se ha de notar ante todo que al menos la tradición más antigua no lo ha entendido así. En el texto paralelo de Marcos 8, 38 (“Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles”) la identificación no se expresa claramente, pero no es innegable a la luz de la estructura de la frase. En la versión que nos da Mateo del mismo texto falta la expresión “Hijo del hombre”. Mucho más evidente resulta la identificación del Jesús terrenal con el juez que ha de venir: “si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo” (Mt 10, 33). Pero también en el texto de Lucas vemos perfectamente claro la identidad a partir del contenido en su conjunto. Es cierto que Jesús habla de esa forma enigmática que le caracteriza, dejando al oyente el último paso para comprender. Sin embargo, la identificación funcional que hay en el paralelismo entre reconocimiento y negación, ahora y en el juicio, ante Jesús y ante el Hijo del hombre, sólo tiene sentido sobre la base de la identidad ontológica.

Los jueces del sanedrín le entendieron correctamente a Jesús, y él tampoco los corrigió diciendo, por ejemplo: “Me entendéis mal; el Hijo del hombre que ha de venir es otro”. La unidad interna entre la kénosis vivida por Jesús (Flp 2, 5-10) y su venida gloriosa es el motivo permanente de la actuación y la predicación de Jesús, es precisamente lo novedoso, lo “auténticamente jesuánico” que no ha sido inventado, sino que constituye más bien el aspecto esencial de su figura y de sus palabras.

Los distintos textos tienen su puesto dentro de un contexto y no se entienden mejor cuando se los aísla de el. A diferencia de Lucas 12, 8s, donde una operación semejante podría encontrar más fácilmente un punto de apoyo, este hecho resulta todavía más evidente en el segundo texto: Lc 17, 24s. En efecto, aquí la conexión se efectúa con claridad. El Hijo del hombre no vendrá aquí o allá, sino que brillará para todos como un relámpago de horizonte a horizonte, de modo que todos lo verán a Él, al que han atravesado (cf. Ap. 1,7); pero antes Él –precisamente este Hijo del hombre- tiene que sufrir mucho y ser repudiado. La profecía de la pasión y el anuncio de la gloria están inseparablemente unidos. Los textos se refieren claramente a la misma e idéntica persona: precisamente a Aquel que, cuando pronuncia estas palabras, estaba ya en camino hacia la pasión.

También encontramos estos dos aspectos en las palabras con que Jesús habla en presente de su actuación. Ya hemos comentado brevemente la afirmación que Él hace, según la cual, como Hijo del hombre, Él es señor del sábado (cf. Mc 2, 28). En este punto se aprecia precisamente lo que Marcos describe en otro lugar del siguiente modo: “Se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad” (Mc 1, 22). Jesús se pone en la parte del legislador, de Dios; no es intérprete, sino Señor.

Esto se ve más claramente aún en el relato del paralítico, al que sus amigos deslizaron en su camilla desde la techumbre hasta los pies del Señor. En lugar de pronunciar unas palabras para curarlo, como esperaban tanto el paralítico como sus amigos, lo primero que le dijo Jesús fue: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 5). Perdonar los pecados es algo que sólo corresponde a Dios, objetaron indignados los escribas. Si Jesús atribuye este poder al “Hijo del hombre” es porque da a entender que tiene la dignidad de Dios y que actúa a partir de ella. Sólo tras perdonarle los pecados llegan las palabras esperadas: “Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados” (…), entonces dijo al paralítico: “Contigo hablo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 10s). Es precisamente esta reivindicación de divinidad lo que le lleva a la pasión. En este sentido, las palabras de autoridad de Jesús se orientan hacia su pasión.

Llegamos al tercer tipo de palabras sobre el Hijo del hombre: los preanuncios de la pasión. Ya hemos visto que los tres anuncios de la pasión del Evangelio de Marcos, que estructuran tanto el texto como el camino de Jesús mismo, indican cada vez con mayor nitidez su destino próximo y la necesidad intrínseca del mismo. Encuentran su punto central y su culminación en la frase que sigue al tercer anuncio de la pasión y su aclaración estrechamente unida a ella, sobre el servir y el mandar: “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).

Con la citación de una palabra tomada de los cantos del siervo de Dios sufriente (cf. Is 53), aparece en la imagen del Hijo del hombre otro filón de la tradición del A.T.. Jesús, que por un lado se identifica con el futuro juez del mundo, por otro lado se identifica aquí con el siervo de Dios que padece y muere, y que el profeta había previsto en sus cantos. De este modo se aprecia la unión de sufrimiento y “exaltación”, de abajamiento y elevación. El servir es la verdadera forma de reinar y nos deja presentir algo de cómo Dios es Señor, del “reinado de Dios”.

La exegesis más antigua ha considerado que lo realmente novedoso y especial de la idea que Jesús tenía del Hijo del hombre, más aún, la base de su autoconciencia, es la fusión de la visión de Daniel sobre el “hijo del hombre” que ha de venir con las imágenes del “siervo de Dios” que sufre transmitidas por Isaías. Y esto con toda la razón.

Así en la respuesta de Jesús a la pregunta de si era el Mesías, el Hijo del Bendito, se funden Daniel 7 y el Salmo 110: Jesús se ve a sí mismo como el que está sentado “a la derecha de Dios”, como dice el salmo sobre el futuro rey y sacerdote. Por otro lado, en el tercer anuncio de la pasión, en las palabras de rechazo de los letrados, los sumos sacerdotes y los escribas (cf. Mc 8, 31) se inserta el Salmo 118 con la alusión a la piedra que desecharon los arquitectos y se convierte en la piedra angular (v. 22); se advierte también una relación con la parábola de los viñadores infieles (…)

En la enigmática expresión “Hijo del hombre” descubrimos con claridad la esencia propia de la figura de Jesús, de su misión y de su ser. Proviene de Dios, es Dios. Pero precisamente así – asumiendo la naturaleza humana- es portador de la verdadera humanidad.