miércoles, 24 de diciembre de 2008

EGUBERRI ON




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La Virgen Madre de Dios – Concilio de Éfeso

En la sesión anterior se han recorrido las contradicciones o herejías opuestas a la verdad de la Encarnación por querer sostener la unidad absoluta de Dios, rechazando la Trinidad de Personas, por lo que se negaba la divina la persona del Hijo, que es la de Jesús.

En ésta se tratan las dificultades nacidas más directamente del misterio de la Encarnación. La cual supone que Jesús era Dios y hombre al mismo tiempo.

Antes de comenzar el tema de hoy vamos a comentar dos cuestiones que tienen que ver con lo que se dijo aquí en la última reunión. Una, sobre la exégesis de la Sagrada Escritura y otra, sobre la relación y dependencia de las herejías que se desarrollan de forma polarizada a modo de antítesis.

El esquema de la charla de hoy es pues el siguiente

 Dos cuestiones previas
 Un adecuado trabajo exegético – Adán y Eva
 La polaridad dialéctica de las herejías: Gnosticismo - Socinianismo
 Antecedentes del nestorianismo
 Teodoro de Mopsuesta
 Argumentación contra el descenso del Hijo de Dios a condición humana
 San Cirilo frente a Nestorio
 María Madre de Dios
 La «humildad de Dios»: el descenso misericordioso
 El malentendido de la soberbia religiosa
 La virginidad de María pertenece a la fe católica
 San Cirilo reúne el concilio en Éfeso
 La definición dogmática aprobada en el Concilio de Éfeso
 Los doce anatematismos
 Enfrentamiento de los antioquenos a san Cirilo y al Concilio de Éfeso
 El Concilio de Éfeso y el pueblo cristiano: Théotokos
 Resumen


Dos cuestiones previas
Un adecuado trabajo exegético

La Dei Verbum (n. 12) ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético.

En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico (…). La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.
Esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina.(…) El Concilio (…) dice que la Escritura para interpretarse con el mismo espíritu con que fue escrita, hay que tener en cuenta tres elementos metodológicos fundamentales: 1) la unidad de toda la Escritura;(…) 2) la tradición viva de toda la Iglesia. 3) la analogía de la fe.
Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este Libro. (…)

(…) donde desaparece la hermenéutica de la fe indicada por la Dei Verbum, aparece necesariamente otro tipo de hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que lo divino no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, se debe explicar de dónde viene esa impresión y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.

Hoy, el llamado mainstream de la exégesis en Alemania niega, por ejemplo, que el Señor haya instituido la sagrada Eucaristía y dice que el cuerpo de Jesús permaneció en la tumba. La Resurrección no sería un hecho histórico, sino una visión teológica.

Esto sucede porque falta una hermenéutica de la fe: se consolida entonces una hermenéutica filosófica profana, que niega la posibilidad de la entrada y de la presencia real de lo Divino en la historia.

La polaridad dialéctica de las herejías

En torno al diálogo entre católicos y protestantes– Francisco Canals Vidal

Desde la edad apostólica, el error anticristiano se presenta en una polaridad dialéctica, al opo¬nerse al misterio revelado desde una doble co¬rriente de diversa y antitética actitud. «No sigamos ni el error judaico ni el herético», exhortaba en su tiempo san Jerónimo.

Ni el error de un Mesías humano, exaltado a la filiación divina en méritos de su propia justicia según la ley, sentado a la diestra de Dios como rey terreno de un reino mundano y carnal;

ni el contrapuesto error herético, que niega la venida de Cristo en carne, desprecia la resurrección y el reino y es hostil a la ley y los profetas.

Desde aquella primera antítesis que enfrentó el ebionismo milenarista y las primeras gnosis, di¬ríase que una corriente misteriosa, en sucesivas evoluciones o atenuaciones, mantiene, a través de una continuidad secular, la interna dialéctica de las desviaciones religiosas.

¬El error judío, que pervivió en el adopcionismo, se atenuó en el dualismo separatista, del que se originó la herejía nestoriana. En su vertiente soteriológica, la tradición judaizante pervive en el error pelagiano — estoico y neofarisaico — sur¬gido originariamente en las propias escuelas y autores «antioquenos» en que se gestó el nestorianismo.

El error herético, hostil a la obra y a la ley del Creador y Señor del mundo —enfrentado al juicio por el que Dios, «viendo todo lo que había creado, juzgó que todas las cosas eran muy bue¬nas» —, parece haberse transformado sutilmente a lo largo de una corriente de actitudes que, aun atenuando la estridencia del dualismo maniqueo, han invocado lo divino contra lo humano, lo pneumático contra la plasmación histórica y sen¬sible de la obra redentora, la gracia y la reden¬ción contra la ley y contra la autoridad. En el siglo del humanismo renacentista, esta corriente se habría concretado en la antitética teología de la gracia sin la libertad, de la justificación sin la interna regeneración del hombre redimido.





GNOSTICISMO

El gnosticismo es un complejo sistema sincretista de creencias provenientes de Grecia, Persia, Egipto, Siria, Asia Menor, etc. Es de notar la influencia platónica.

Se les llama "gnósticos" por la "gnosis" (conocimiento), ya que afirmaban tener conocimientos secretos obtenidos de los apóstoles y no revelados sino a su grupo elite, los iluminados capaces de entender esas cosas.
Entre las creencias generalmente sostenidas por los gnósticos, señalamos:
- La posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos a los que sólo una minoría selecta puede acceder por vía de una iluminación no asequible a otros. Conocer esas creencias sería suficiente para salvarse, sin necesidad de una práctica de moral.
- Hay dos principios: el buen dios que creó el mundo espiritual y el perverso el cual es responsable por la creación del mundo (la materia y el cuerpo). Nuestro cuerpo era, para los gnósticos, la cárcel en la que estaba presa nuestra alma como consecuencia de una caída original. En nuestra liberación de la materia, la iluminación gnóstica era necesaria para lograr la salvación.
- Yahvé es un Dios del mal, culpable por haber realizado la creación del mundo material.
- Existe una enorme jerarquía de seres. Las Personas de la Trinidad serían diferentes seres de relativo bajo rango en dicha jerarquía. La divinidad esta compuesta de una multitud de seres espirituales.
- Al creer que la materia es una prisión, la procreación es también vista como algo perverso. El matrimonio es también perverso porque conduce a la procreación.
- Jesús no es ni dios ni hombre sino un ser espiritual que solo aparentó tomar cuerpo y vivir entre nosotros para darnos los conocimientos secretos necesarios para liberarnos de la prisión que es nuestro cuerpo. Por lo tanto, nos salvamos al adquirir conocimiento y no por la obra de redención de Cristo. Se trata de auto-divinización.
Jesús estaba asociado al dios bueno. La mayoría creían que Jesús era un auténtico mediador entre nosotros y nuestra verdadera vida, más allá de la materia, en el dios bueno.
- Niegan la muerte expiatoria de Jesús (ya que no tenía verdadero cuerpo propio y porque no hace falta la redención cuando se tienen los conocimientos gnósticos). Rechazan la resurrección del cuerpo.
- Rechazo a las tradiciones y Biblia judía

SOCINIANISMO

Doctrina teológica antitrinitaria elaborada y difundida en el siglo XII por los nobles Lelio y Fausto Socini.

Es una característica esencial del socinianismo la tendencia a racionalizar los contenidos de la fe cristiana, reduciendo a la mínima expresión los contenidos sobrenaturales y revelados.

La Biblia -leída con métodos filológicos de cuño erasmiano- es considerada como depósito único de la fe, pero queda sometida a la luz de la razón natural, que se sitúa, por tanto, como el último criterio del juicio.

Doctrinas de los socinianos:

- Negación del dogma de la Trinidad, considerada como extraña a la doctrina bíblica original: el Padre es la única persona divina, mientras que Cristo es sólo un hombre dotado de una particular gracia divina, al nacer de una virgen.

- La redención consiste en adherirse a la predicación y al ejemplo de Cristo y en difundir la verdad.

- Los sacramentos quedan despojados de todo carácter sobrenatural y se conciben como un simple ceremonial exterior.

Introducción

En la sesión anterior hemos recorrido las contradicciones o herejías opuestas a la verdad de la Encarnación por querer sos¬tener la unidad absoluta de Dios, rechazando la Trinidad de Per¬sonas, lo que hace que no se admita como divina la persona del Hijo, que es la de Jesús.

En ésta nos enfrentamos a las dificultades nacidas más directamente del misterio de la Encarnación. La cual supone que Jesús era Dios y hombre al mismo tiempo.

Antecedentes del nestorianismo: Teodoro de Mopsuesta

La escuela de Antioquía, que había dado lugar al brote del arrianismo, en su segundo reflorecimiento da origen al problema de la unidad de persona. De ella, y de su maestro Diodoro de Tarso, son discípulos tanto Teodoro de Mopsuesta como Nestorio, que llegó a alcanzar el patriarcado de Constantinopla, la segunda Roma.

Teodoro de Mopsuesta (m. 428) para esclarecer la dificultad de unir Dios y hombre en Cristo, manteniendo la naturaleza humana, creyó necesaria la hipótesis de que la divinidad vivió en Jesús solamente por la gracia.

Teodoro de Mopsuesta utiliza el término de "Templo" para la naturaleza humana de Jesús. Su equívoco de decir solamente que "Dios está en Cristo" ha llegado hasta nuestros días. Según Teodoro de Mopsuesta, el Verbo vivía en Cristo como en su propio templo y efigie. Ambas naturalezas eran íntegras, y ambas personales.

Nestorio, para resolver el problema de la persona, afirmó que en Cristo hay dos personas, la divina y la humana, cada una con su naturaleza, de modo paralelo, pero más decisivo que Teo¬doro. Lo hizo además de modo dramático, negando que la Vir¬gen María, su madre en relación a la naturaleza humana, pudiese ser llamada con verdad "Madre de Dios", en la expresión griega "Zeotókos". Para, Ella era solamente madre de la naturaleza humana, la cual tenía su propia persona también humana, y así era madre del hombre, pero no de Dios. Nestorio aceptaba para María el título de "Jristozókos" (madre de Cris¬to), o el de "androzókos" (madre del hombre), pero negaba el de "Zeotókos" (Madre de Dios), por negar la Persona divina de Cristo, y reconocer a María sola¬mente ser madre del hombre, con persona humana.

Argumentación hipócrita contra el misterio del descenso del Hijo de Dios a la condición humana

Nestorio tendía a ver apolinarismo en todo lenguaje en el que no se hablase de «dos hijos», y predica¬ba una doctrina que le llevaría fuera de la fe.
Siendo patriarca de Constanti¬nopla, apoyó públicamente a un presbítero constantinopolitano que por medio de la predicación pretendió ponerle en guardia contra la «desviación», el «peligroso error» de los que llaman a María «Madre de Dios».

Argumentaba que una mujer no puede dar a luz a Dios, que es eterno, y lo que nace de una mujer es temporal, es un niño pequeñito que va creciendo, y de este hijo de María, pequeño, que crece, se cansa y llora, no podemos decir que es el Hijo de Dios, sino que el Hijo de Dios descansa sobre aquel niño, que une a sí mismo en unidad de persona, entendiendo este término como si significa¬se que Jesús pasa a hacer su mismo papel, su misma misión, y ha sido puesto a su servicio, pero no porque sea el mismo, en su subsistencia, el que ha venido a hacerse hombre.

El Verbo eterno es infinito, no nace en el tiempo, no está en el seno de una mujer, no llora, no crece. Es blasfemo llamar Dios al hijo de María, que es Jesús de Nazaret, el Cristo, el Ungido. Sólo se le puede llamar hijo de Dios en el sentido de el Hijo de Dios descansa en él, en el sentido de que el Verbo lo ha tomado como su propio templo y su instrumento de salvación. En definitiva: todo menos decir que este que nace de María es Dios. Esta era la predicación del presbítero constantinopolitano.

El pueblo fiel de Constantinopla no creyó lo que predicaba el presbítero nestoriano. Un laico, que después fue obispo, Eusebio de Dorilea, se enfrentó al predicador diciéndole que no estaba predicando la fe católica y que María era Madre de Dios. Toda la ciudad se puso en tensión y el patriarca Nestorio tuvo que intervenir. Dio la razón al presbítero, su discípulo, y la negó al laico y asumió la tesis de que no debe decirse que María es Madre de Dios, que esto es un insulto a Dios; es atribuir condiciones de finitud a Dios.

San Cirilo de Alejandría defiende la fe contra Nestorio

Nestorio escribió al papa Celestino (422-432) exponiendo en un tono muy explícito, su doctrina y rogándole que frenara los errores apolinaristas, negadores de la humanidad de Cristo y causantes de que se afirmara que el nacido de María era Dios. El papa contestó a Nestorio que deseaba ser informado más detalladamente de la polémica, y no dio todavía sentencia. Por su parte, el patriarca san Cirilo de Alejandría escribió a Nestorio, pues la cuestión se había convertido en una polémica abierta en todo el Oriente, advirtiendo que era herético no re¬conocer que María es Madre de Dios.

Argumentaba así san Cirilo, en favor de la legitimidad del término «Madre de Dios» dicho de María: no queremos decir que la naturaleza divina se origine de la naturaleza humana, ni que se confunda con ella; no queremos decir que la persona divina comience a ser en el tiempo y provenga de una mujer; tampoco decimos que Dios sea finito, y que sea niño que crece en el sentido de que lo divino como tal tenga crecimiento; decimos que, puesto que Dios ha querido redimirnos y para ello ha querido ser hombre como nosotros, el Hijo de Dios no ha venido a unirse con un hombre que hubiese na¬cido de María, sino que Él mismo se ha hecho hombre, naciendo de ella.

La «humildad de Dios» en el descenso misericordioso a nosotros

Todo lo que tengamos que decir de Dios Hijo, de la segun¬da persona de la Santísima Trinidad, es lo que nos relatan los Evangelios: que era tenido por hijo de José, el carpintero de Nazaret; que vivió treinta años de vida oculta, tan ordinaria y común, que después de predicar en la sinagoga, al empezar la vida pública, decían: «¿No es éste el hijo del carpintero?», y se preguntaban de dónde le venía tanta sabiduría. Lo cual quiere decir que tenían a José por uno de tantos, que nunca había destacado. Salvo las operaciones angélicas y la Providencia divina sobre él, lo mas adecuado es pensar que, en su vida entre los hombres, ni José ni María obraron milagros.

La «humildad de Dios» -la expresión es de san Juan de la Cruz- se había manifestado en la Encarnación. El tierno des¬cender misericordioso sobre el hombre había puesto aquello que a Nestorio escandalizaba: que fuese posible decir que quien era Dios crecía, se cansaba, trabaja y lloraba. Por la misericordiosa economía por la que Dios ha querido ser hombre como nosotros es por lo que el Verbo se ha hecho hombre, no se ha unido a un hombre, sino que ha asumido una naturaleza en una unidad real, personal e hipostática, y no meramente moral o de actitud. Es Dios mismo quien nace de María, María es Madre de Dios. Esto lo decía san Cirilo a Nestorio con intención de convencerle.

Nestorio no quiso oír a san Cirilo y se enfrentó con él como si fuese herético, seguidor de Apolinar, el que negaba la integridad de la humanidad de Cristo. El papa Celestino convocó un concilio occidental, examinó la cuestión y envió una serie de cartas: al emperador Teodosio, al patriarca Nestorio, al patriarca de Antioquía Juan -más amigo de Nestorio que de san Cirilo como discípulo de la línea de Diodoro de Tarso y de Teodoro de Mopsuesta, y al propio san Cirilo.
El malentendido de la soberbia religiosa

En el fondo de la tradición antioquena había el deseo de que el Redentor fuese un hom¬bre, sólo un hombre que, por sus propios méritos mereciese ser hijo de Dios, y que el Verbo, el Hijo eterno de Dios, descansase en él como en su templo.

Convencidos de que la justificación del pecado ha de hacerse desde un esfuerzo del hombre, Cristo es el modelo de esfuerzo del hombre, de la auto-salvación. Cristo era para ellos tan justo que el Padre previó que aquel hombre, que nacía de María, le iba a servir de instrumento, y por eso mereció este hombre que se llamara hijo de Dios, unido al Hijo eterno.

Es una visión judaizante, de que el hombre sube al cielo por su cuenta, visión que tenían los fariseos. Querían interpretar la profecía del Mesías como un Hijo del Hombre que subía a ser Hijo de Dios. Que aquél que se sentaba a la diestra del Padre era un hombre a quien Dios pre¬miaba, con una retribución merecida por la justicia humana. En este caso, la Encarnación no sería redentora, descendente, misericordiosa; no se habría bajado Dios al hombre, sino que habría reconocido en el hombre una tan alta dignidad que lo habría elevado hasta Él.

¡Es el orgullo religioso, el humanismo de los hombres reli¬giosos! No el de los hombres mundanos, racionalistas, sino el de los herederos del fariseísmo. Esta postura estaba subya¬cente en la tendencia de Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuesta, Nestorio y sus amigos.

La virginidad de María pertenece a la fe católica

El argumento de san Ambrosio es éste: el parto virginal hace nacer en el mundo al Hijo de Dios. Por eso es un parto virginal.

No se trata de definir si María es virgen, porque esto nadie lo ha discutido nunca en la Iglesia; sólo lo han hecho los judíos ebionitas que estaban fuera de la Iglesia, a quienes los Santos Padres ni siquiera llamaban herejes, sino simplemente judíos.

En cambio, en el lenguaje del magisterio de la Igle¬sia, siempre se enseña que María concibe virginalmente y que su virginidad es perpetua.

Esto es más cierto que si hubiese existido una definición dogmática, porque las cosas que en el magisterio ordinario se proponen siempre como de fe, consta más claramente como lugar teológico que son de fe; cons¬tan más obviamente que las que han necesitado una defini¬ción dogmática.

Es verdad que la definición dogmática pone de manifiesto lo que es de fe, pero aquello que no ha nece¬sitado definirse es que ni siquiera ha sido discutido por na¬die. No sólo son de fe las verdades definidas, lo son las que siempre han sido creídas como de fe divina sin necesidad de una definición. ¡Nestorio mis¬mo profesaba la concepción virginal y la asunción corporal de María a los cielos!


San Cirilo reúne el concilio en Éfeso

Los egipcios llegaron en seguida, en barco, con buen vien¬to, antes de lo que se les esperaba. De los antioquenos, no se tenía noticia. Entonces el patriarca alejandrino avisó con tres días de tiempo que iba a convocar el Concilio. Los legados pontificios, que no tenían tan buen viento como los egipcios, también tardaban. El Concilio reunió a unos doscientos obispos y citó a Nestorio tres veces, pero éste no quiso comparecer. Entre tanto, san Cirilo le había dirigido una tercera carta, la que contiene los llamados «doce anatematismos». Aparecen doce errores que profesaban los que no querían reconocer que Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre.

Se leyó en el Concilio la carta del papa san Celestino y votó unánimemente a favor de la condenación de Nestorio como hereje. No se redactó un símbolo sino que se decretó «como juicio relativo a la fe», que no es compatible con el Credo de Nicea negarse a decir que María es Madre de Dios.

En el Concilio de Éfeso no hay referencias al símbolo que aprobó el Concilio de Constantinopla del año 381, que sólo en tiempos posteriores al Concilio de Calcedonia se reconocería como el segundo concilio ecuménico.

En el credo de Nicea aunque no se diga que María es la Madre de Dios, está supuesto claramente. Dice: Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo «nombrado con nombre humano: Jesús-Cristo», del cual se dice que es el Hijo del Padre, engendrado antes de todos los siglos, que se hizo hombre... Sólo se habla de uno en quien creemos: «Credo in Jesum Christum»; todo lo demás son aposiciones u oraciones de relativo), «consubstancial con el Padre» (aposición), «el cual (relativo) por nosotros los hom¬bres bajó de los cielos»...

Todo lo que se profesa en el Credo de la segunda persona de la Santísima Trinidad tiene, gramaticalmente, un solo sujeto: Jesús. Luego Jesús es la segunda persona de la Santísima Tri¬nidad que nace de María, muere y resucita. Por tanto, si no se dice que María es la Madre de este Jesús, que es consubstan¬cial con el Padre, no se reconoce la fe de Nicea.

La definición dogmática aprobada en el Concilio de Éfeso

En Éfeso se profesa que María es Madre de Dios como algo inseparable de la profesión de fe en que Jesucristo es Dios. He aquí el texto votado y firmado por todos los obispos presentes en aquel momento en el Concilio y que es considera¬do unánimemente como solemne definición dogmática:

«Así pues, dice el santo Concilio [de Nicea] que El mismo nacido naturalmente de Dios Padre, Hijo Unigénito, Dios verdadero de Dios verdadero, Luz de Luz, por El que y con El que el Padre creó todas las cosas, Éste descendió, se encarnó y se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día, y de nuevo subió a los cielos....

»Así pues, Éste, que antes de todos los siglos ha nacido del Padre, se dice que ha sido también, según la carne, en¬gendrado de mujer, no porque su divina naturaleza tomase principio de la Santa Virgen, ni que Él mismo necesitase nacer por segunda vez después del nacimiento del Padre (pues es inadecuado y necio afirmar que El que es antes de todos los siglos y coeterno con el Padre necesitase una segunda generación para empezar a ser); sino porque por nosotros y para nuestra salvación unió a Sí la naturaleza humana y nació de mujer, y por esto decimos que nació según la carne. Ni nació primeramente un hombre de la Santa Virgen y después en él habitó el Verbo, sino que en el mismo seno materno y virginal se unió con la carne y sostuvo la generación, haciendo suya la natividad según la carne.

»No dice la Escritura que el Verbo de Dios asumiese una persona humana, sino que se hizo carne. El Verbo de Dios ha participado en la carne y en la sangre para nosotros, y que hizo propiamente suyo lo que es nuestro, lo humano; que nació, como hombre, de mujer, no depuesta ni dejada por aquella generación que tenía del Padre, sino que permaneció Dios incluso al asumir la carne.

»Esto es lo que profesa la recta fe; y este pensamiento hallamos que tuvieron los Santos Padres; por esto no dudaron en decir que la Santa Virgen es Madre de Dios, no porque la naturaleza del Verbo y su divinidad tomasen principio de la Santa Virgen, sino porque de ella nació aquel cuerpo sagrado, animado con alma racional, unido hipostáticamente al Verbo de Dios, que por esto decimos que nació según la carne».

El texto votado como fórmula dogmática por el Concilio de Efeso es la carta que san Cirilo había escrito a Nestorio y que se cita siempre como la «segunda carta de san Cirilo». Los Padres presentes asumieron unánimemente esta enseñanza la suscribieron, y puesto que todo lo realizado en el Concilio de Efeso fue aprobado por los legados pontificios y posteriormente por el papa Celestino I, aquel acto tiene todos los caracteres de una definición dogmática.

Para juzgar como hereje a Nestorio se leen ante el Concilio los doce anatematismos

En sesiones posteriores, el Concilio se ocupó propiamente del examen de Nestorio, del hecho de que, en realidad, profe¬saba una doctrina herética que es la que había denunciado san Cirilo no sólo en aquella carta, sino en otra posterior, la que es citada siempre como la «tercera carta de san Cirilo», que es la que contiene los doce anatematismos. Esta carta fue también leída en Éfeso y, aunque se estaba examinando entonces lo que llamaríamos la «cuestión de hecho» acerca de la posición herética del patriarca Nestorio, en realidad, si los doce ana¬tematismos expresaran una doctrina exagerada de orientación apolinarista -como pretendieron entonces sus adversarios antioquenos, y siguen diciendo en nuestros días bastantes auto¬res- no hubiera habido por qué condenar como hereje a Nestorio por discrepar de Cirilo.

Atendamos al contenido de aquella tercera carta, en la que a los doce anatematismos precede una riquísima exposición doctrinal:

«Siguiendo, pues, en todo, la confesión de fe de los santos mártires, en los que habló el Espíritu Santo... profesamos que el mismo unigénito de Dios, el Verbo, Dios nacido de la misma esencia del Padre, Dios verdadero de Dios verdadero, Luz de Luz, por el cual fueron hechas todas las cosas, ya sean celestes ya terrenas, descendiendo, por causa de nuestra salvación, se ha dignado inclinarse hasta el anonadamiento encarnado y hecho hombre, esto es, tomando de la Santa Virgen la carne y haciéndola suya propia, sostuvo nuestro nacimiento desde el útero, y no perdiendo lo que era, pues aunque por la asunción de la carne y de la sangre se ha hecho hombre, sin embargo persistió siendo lo que era, a saber, Dios en su naturaleza y en verdad. Y no decimos que la carne se ha convertido en divina, ni que la inefable esencia del Verbo de Dios se ha cambiado en la substancia de la carne, pues es inconvertible e inconmutable e idéntico, Él mismo, según las Escrituras, y así permaneciendo plenamente. Se le ha visto como un párvulo, puesto en la cuna y engendrado en el seno de la Madre Virgen, El que llenaba toda la Creación, como Dios indiviso con El que le engendra; pues lo que es divino no admite cantidad ni límites. Así pues, confesando al Verbo de Dios unido según hipóstasis a la carne, adoramos al Hijo y Señor Jesucristo, no separando y poniendo aparte al hombre y a Dios, como si se uniesen entre sí por dignidad y autoridad, y no nombrando Dios al Verbo que procede de Dios y Cristo, como si fuese otro, al hombre nacido de mujer, sino que conocemos sólo a un único Cristo, Verbo de Dios Padre, con su propia carne.

»Así pues, a una única Persona atribuimos todas las cosas que hallamos dichas en el Evangelio, a una única hipóstasis del Verbo encarnado, porque uno es el Señor Jesucristo.

»Así pues, porque la Santa Virgen parió a Dios unido a la carne según hipóstasis, por esto la llamamos a ella Madre de Dios.

»Hemos sido enseñados por los Santos Apóstoles y Evangelistas y por toda la Escritura divinamente inspirada, y por las confesiones fieles a la fe de los Santos Padres, a profesar estas cosas; conviene, pues, que tú concuerdes y, fuera de cualquier engaño o ficción, consientas en estas cosas. Están añadidas a esta carta aquellas cosas que es necesario anatematizar en tu profesión de fe; lo cual, si no hicieres, quedarías sometido a estas sentencias».


Estas palabras del fin de la carta introducen los doce cánones que contienen los doce anatematismos:

Canon I: «Si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por eso la Santa Virgen es Madre de Dios (pues dio a luz, según la carne, al Verbo de Dios encarnado), sea anatema».

El Emmanuel, que significa «Dios con nosotros», y es el nombre profetizado por Isaías para el que había de concebir la Virgen como «Hijo de David», es verdaderamente «Dios con nosotros», porque el engendrado eternamente por el Padre ha venido a ser hombre y ha nacido «según la carne», es decir, en lo humano, de María, pero sin dejar de ser él mismo, eterna¬mente nacido de Dios Padre. Y porque el Emmanuel verdade¬ramente es Dios, María engendra, con generación humana, aunque milagrosa, por obra del Espíritu Santo, al Verbo de Dios hecho carne. La necesidad de llamar a María Madre de Dios se funda en la necesidad de afirmar que Cristo es uno, y que es la segunda persona de la Santísima Trinidad. Se trata de defen¬der que el que viene a redimirnos es Dios mismo.

Canon II: «Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió, según hipóstasis, a la carne, y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que Él mismo es Dios y al mismo tiempo hombre, sea anatema».

Hipóstasis es la persona existente; carne, que traduce un término griego, traducido a su vez del hebreo, significa «direc¬tamente humano» y «el hombre». Así, decir que Cristo es uno con su propia carne, quiere decir que Cristo no es uno el Verbo de Dios y el otro un hombre nacido de María, sino que son el mismo ser personal, que es, al mismo tiempo, Dios, como el Padre, y hombre, como nosotros.

Canon III: «Si alguno divide en el único Cristo las hipóstasis después de la unión, y sólo las une por una relación de dignidad o de autoridad y potestad, y no por la conjunción que resulta de la unión natural, física, sea anatema».

La terminología de san Cirilo, que habla aquí de «unión física» (enosis physiké) sería después acusada de monofisita, de confundir en una sola unidad lo divino y lo humano. Pero es clara la intención de san Cirilo de afirmar que la unión del Verbo con la naturaleza humana no es de carácter moral o afectivo, o de acción conjunta, sino de carácter entitativo y natural.

Canon IV: «Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos, o dichas sobre Cristo por los Padres, o por Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre, entendiéndolo aparte del Verbo de Dios, y otras como dignas de Dios al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema».

Quien atribuye los predicados divinos al Verbo y no a Je¬sús, y los predicados humanos a Jesús, y no al Verbo, no podría decir, como hace el credo de Nicea, que el Señor Jesucristo es consustancial con el Padre y nacido antes de todos los siglos, y que Él mismo fue condenado, muerto y sepultado. Pero si ha¬blásemos así, no creeríamos en Cristo, ni podríamos reconocernos redimidos, porque la redención es obra de Dios realizada por¬que Su mismo Hijo ha venido a nosotros para ser en todo se¬mejante a nosotros, menos en el pecado, y salvarnos con su muerte redentora. Sólo Dios salva, pero Dios ha querido sal¬varnos haciéndose total y plenamente uno de nosotros.

Canon V: «Si alguno se atreve a decir que Cristo es un hombre "teóforo", es decir, portador de Dios, y no más bien Dios verdadero, como Hijo único y natural, según que el Verbo se hizo carne y tuvo parte con nosotros, en todo semejante a nosotros en la carne y en la sangre (Heb 2,14), sea anatema».

Del Verbo de Dios hemos de predicar atributos humanos temporales y decir que es hijo de María, que nace en Belén, que es condenado bajo Poncio Pilato, que fue muerto, sepultado y que resucitó. Y poniendo en el sujeto, gramaticalmente, nombres humanos, es decir, el «Hijo del Hombre», el «Hijo de David y de Abraham», el «Hijo de María», el «Hijo de José de Nazaret» puedo decir de este sujeto predicados eternos y divinos, como El mismo afirmaba de sí mismo al decir que «el Padre y yo somos una misma cosa», porque Él existía antes de que Abraham fuera, y confesar así que es Hijo de Dios. A esto, se llama «communicatio idiomatum», así habla el lenguaje católico siempre.

Canon VI: «Si alguno se atreve a decir que el Verbo del Padre es Dios y Señor de Cristo, y no confiesa que Él mismo es juntamente Dios y hombre, puesto que el Verbo se hizo carne según las Escrituras (Ioh. 1, 14), sea anatema».

Canon VII: «Si alguno dice que como hombre fue ayudado por el Verbo de Dios, y le fue atribuida la Gloria del Unigénito, como si fuera otro distinto de Él, sea anatema».

Estos dos cánones denuncian algo que el nestorianismo ha¬bía heredado de la teología de los «dos hijos», y que entendía que el hombre Jesús, otro y distinto que el Hijo eterno de Dios, había de ser llamado Hijo de Dios porque tenía con él una rela¬ción de asistencia y colaboración.

Canon VIII: «Si alguno se atreve a decir que el hombre asumido ha de ser coadorado y coglorificado con Dios Verbo y, juntamente con Él, llamado Dios, como uno en el otro (pues esto nos obliga a entender la partícula co) y no más bien, con una sola adoración, honra al Emmanuel y le tributa una sola gloria, según que el Verbo se hizo carne (Ioh 1,14), sea anatema».

No adoramos conjuntamente al Verbo eterno y a Jesús, sino que adoramos a Jesús, que es el Verbo eterno hecho hom¬bre. Así, en una encíclica sobre el Sagrado Corazón, pudo en¬señar Pío XII que el Corazón de Jesús es el corazón de la segunda persona de la Trinidad en su naturaleza humana, y el Concilio Vaticano II nos ha recordado que «Dios ha querido amarnos con corazón de hombre» (Gaudium et spes).

Canon IX: «Si alguno dice que el solo Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu, como si hubiera usado de la virtud de éste como ajena, y de Él hubiera recibido el poder de obrar contra los espíritus inmundos y de hacer milagros en medio de los hombres, y no dice, más bien, que es por su propio Espíritu aquel por el que obró los milagros, sea anatema».

En la Escritura se llama al Espíritu Santo «el Espíritu de Jesús» San Cirilo, en esta carta que contiene los anatematismos escribió: «El Espíritu Santo, que es llamado Espíritu de Verdad, es el Espíritu de Cristo, que es la Verdad; por lo que procede de Él, así como de Dios Padre». El Señor Jesús alien¬ta sobre los Apóstoles y les dice: «Recibid el Espíritu Santo»

¿Acaso el Espíritu Santo procedía de la naturaleza humana de Jesús? El Espíritu procede del Padre y del Hijo, y la naturaleza humana de Jesús no era la de una persona humana distinta del Verbo, sino que el Verbo mismo se había hecho hombre, un hombre del que se dice que es Hijo de Dios, no adoptivo, sino natural. De tal manera se dice lo divino del sujeto humano, que se llama Espíritu de Jesús al Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.

Canon X: «La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro sumo sacerdote y apóstol de nuestra confesión (Heb 1,14) y que se ofreció a sí mismo a Dios Padre (Eph 5,2). Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro sumo sacerdote y apóstol, al hacerse carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, un hombre que propiamente nació de mujer; o si alguno dice que también se ofreció como ofrenda por sí mismo, y no, más bien, por nosotros (pues no tenía necesidad de ofrenda El que no conoció el pecado), sea anatema».

Puesto que atribuimos a Cristo el carácter de sacerdote en cuanto hombre, porque el sacerdocio implica la mediación en¬tre Dios y el hombre, si al decir que Cristo es sacerdote en cuanto hombre, entendemos que es un hombre que no es el Verbo de Dios, estamos desconociendo el sentido mismo del sacerdocio de Cristo, porque Cristo es ungido en su naturaleza humana por el mismo Verbo que ha asumido la carne como Propia.

Canon XI: «Si alguno no confiesa que la carne del Señor es vivificante y propia del mismo Verbo de Dios Padre, sino de otro fuera de Él, aunque unido a Él por la dignidad, o que sólo tiene la inhabitación divina, y no más bien la confiesa vivificante porque la hizo suya propia el Verbo, que tiene poder de vivificarlo todo, sea anatema».

Texto referente a la afirmación de Jesús en el evangelio de san Juan de la necesidad de comer su propia carne para tener en nosotros la vida. Este carácter vivificante del Cuerpo de Cristo carecería de sentido sin el reconocimiento de la perte¬nencia total de la carne de Jesús al Verbo de Dios, que se ha hecho pan vivo bajado del cielo.

Canon XII: «Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne, fue crucificado en la carne, y gustó de la muerte en la carne, y fue hecho el primogénito entre los muertos, según que es vida y vivificador como Dios, sea anatema».

El que padece y muere en la cruz es la segunda persona de la Trinidad, y este mismo Cristo resucita por su propia virtud, porque es el Hijo de Dios.

Enfrentamiento de los antioquenos a san Cirilo y al Concilio de Éfeso

La carta que concluye con los doce anatematismos había sido aprobada en un sínodo de todos los obispos del patriarcado de Alejandría, presidido por san Cirilo, y después enviada al patriarca de Constantinopla Nestorio. Su lectura en Éfeso que, como diji¬mos, se realiza como un elemento más del juicio sobre Nestorio, para preparar la sentencia del mismo como hereje, se produce también en una situación dramática. Los treinta obispos del patriarcado antioqueno se habían reunido por su parte y procedieron a excomulgar a san Cirilo como apolinarista. Los que son responsables de esta iniciativa, el patriarca Juan de Antioquía y el máximo representante de la tradición antioquena, Teodoreto de Ciro (393-466), estaban convencidos del error de Nestorio, pero obraban también los problemas de terminología de escuela y el orgullo de Antioquía, enfrentada a Alejandría, y la circunstancia del apoyo imperial a Nestorio, el patriarca de Constantinopla, y a los antioquenos anticirilianos.

El patriarca Juan se había retrasado en su viaje a Éfeso y él y los obispos de su Patriarcado llegaron después de la aprobación dogmática de la segunda carta y del juicio de hecho de la herejía por la tercera carta con los anatematismos. Entonces (y hoy) se acusó a san Cirilo de precipitación, y aun de haber juzgado a Nestorio sin querer oírle. El hecho es que Nestorio rehusó comparecer ante el Concilio porque alegaba la ausencia de los antioquenos. Es también un hecho que, al llegar los legados pontificios (dos obispos y un presbítero que representaban al papa Celestino) examinaron todo lo realizado y lo aprobaron. Las acusaciones contra san Cirilo, ni entonces ni en nuestro tiempo, han sido asumidas por la Iglesia católica. Pío XI, en su encíclica Lux veritatis (25-12-1931), conmemorando los 1500 años del Concilio de Éfeso, reafirma la ortodoxia y el acierto de san Cirilo de Alejandría en su condenación de la herejía nestoriana:

«No se nos oculta que algunos investigadores de la histo¬ria, principalmente en nuestro tiempo, tratan de defender a Nestorio de la nota de error, e incluso acusan de duplicidad inicua al santo obispo alejandrino Cirilo, y de haber acusado a Nestorio atribuyéndole lo que no enseñaba para provocar su condenación. A esta gravísima incriminación añaden los contemporáneos defensores del obispo de Constantinopla que nuestro predecesor, san Celestino, y el propio Concilio efesino fueron engañados por Cirilo, que abusó de su ignorancia».

»Pero contra tal osadía y temeridad reclama la Iglesia, que nunca dejó de reconocer la condenación de Nestorio como justa y proferida con justicia, siempre tuvo como ortodoxa la doctrina de san Cirilo, y el Concilio de Éfeso lo ha venerado siempre como uno de los ecuménicos celebrados con la inspiración del Espíritu Santo».

El Concilio de Efeso había sido convocado por voluntad del emperador Teodosio II, y por influencia del patriarca de Constantinopla Nestorio, que había escrito al papa Celestino y que esperaba triunfar en el Concilio y convencer al papa de Roma. Nestorio obtuvo el apoyo político, y el ejército imperial ocupó la iglesia de Santa María de Éfeso para impedir la con¬tinuidad del Concilio, que se reunió, desde entonces, en la sede del obispo de Efeso. Así pues, resultó un concilio clandestino en el plano político, pero su carácter auténtico y oficial en lo ecle¬siástico fue garantizado por los legados pontificios, ante quienes se leyó la totalidad de lo realizado en las sesiones anteriores.

El Concilio de Éfeso y el pueblo cristiano.

San Cirilo canta la grandeza de la Théotokos

El Concilio de Éfeso fue, probablemente, aquel en que se dio una mayor proximidad y comunicación entre los obispos presentes y el pueblo fiel. Una comunicación contemporánea, porque la definición de que María es Madre de Dios fue acla¬mada en una memorable procesión de antorchas en el anoche¬cer de aquel mismo día. La basílica de Santa María la Mayor, en Roma, que fue el primer templo occidental dedicado a María, es el monumento conmemorativo de la definición de Éfeso.

Sentiremos este fervor mariano del gran Doctor de la En¬carnación del Verbo en su modo de hablar en un sermón pronunciado ante el Concilio de Éfeso, en el que podemos encontrar como el inicio del lenguaje de todos los grandes apóstoles de María: de san Bernardo de Claraval, de san Luis María Grignon de Montfort, de san Alfonso María de Ligorio, de san Antonio María Claret. En san Cirilo encontramos la vida y el ambiente del magisterio de la Iglesia al definir Pío IX la Inmaculada Concepción de María y al enseñar Paulo VI su maternidad sobre la Iglesia. Oigamos a san Cirilo en Éfeso:

«¡Salve, oh María, Madre de Dios, Virgen y Madre, lucero y vaso de elección! ¡Salve, Virgen María, Madre y sierva: Virgen en verdad por Aquel que nació de tí, Virgen, Madre por virtud de Aquel que llevaste en pañales y nutriste con tus pechos; sierva, por Aquel que tomó de siervo la forma! Quiso entrar como Rey en tu ciudad, en tu seno, y salió cuando le plugo, cerrando por siempre su puerta, porque concebiste sin obra de varón y fue divino tu alumbramiento. ¡Salve, María, templo donde mora Dios, templo santo, como le llama el profeta David! ¡Salve, María, criatura la más preciosa; salve, María, antorcha inextinguible; salve porque de ti nació el Sol de Justicia!

»¡Salve, María, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo unigénito, produciendo sin arado y sin semilla la espiga inmarcesible! ¡Salve, María, Madre de Dios, aclamada por los Profetas, bendecida por los pastores, cuando con los Ángeles cantaron el sublime himno de Belén: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

»¡Salve, María, Madre de Dios: por ti adoraron a Cristo los Magos, guiados por la estrella de Oriente! ¡Salve, María, Madre de Dios, honor de los Apóstoles! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien Juan, el Bautista, saltó de gozo desde el seno de su madre! ¡Salve, María, Madre de Dios, que trajiste al mundo la gracia inefable de la que dice san Pablo: «ha aparecido la gracia de Dios, Salvador de todos los hombres. »¡Salve, María, Madre de Dios, que hiciste brillar en el mundo al que es Luz verdadera, a Nuestro Señor Jesucristo, al que dice en su Evangelio: «Yo soy la Luz del mundo» ¡Salve, María, Madre del que los Evangelios aclaman bendito. «Bendito el que viene en nombre del Señor». ¡Salve, María, por quien se poblaron de iglesias nuestras ciudades ortodoxas! ¡Salve, María, por quien vino al mundo el vencedor de la muerte y el destructor del infierno! ¡Salve, María, por quien vino al mundo el autor de la Creación, restaurador de las criaturas y Rey de los cielos!

Salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la gloria de la Resurrección! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien lució el sublime bautismo de santidad! ¡Salve María, Madre de Dios, por quien el Bautista y el Jordán fueron santificados y fue destronado el demonio! ¡Salve, María, Madre de Dios, por quien todo espíritu fiel alcanza la Salvación eterna!».


Resumen

Frente a Nestorio se alzó la gran figura de san Cirilo Patriarca de Alejandría, quien recogió la antorcha de la verdad levantada por la protesta de los fieles. Se reunió el tercer Concilio Ecumé¬nico, el de Efeso (a. 431). Cirilo proclamó a María Zeotókos, Madre de Dios. Esto significaba que la persona de Cristo era úni¬ca, la divina, y así la madre, aunque lo era por obra divina y desde la naturaleza humana en milagro virginal, pero era madre de la persona, como toda madre, y la Persona única en Cristo era la divina. Ella era pues, con verdad, Madre de Dios.

San Cirilo apoyó con fuerza su doctrina en las afirmaciones de san Atanasio, el gran campeón contra el arrianismo, que tam¬bién llamó a María Madre de Dios.

El Concilio recogió una importante carta de Cirilo a Nestorio (la segunda), en que expresaba la verdadera doctrina, y la proclamó con solemnidad de definición. También recogió, dándoles valor conciliar aunque no con tan plena solemnidad, los llamados "Anatematismos de Cirilo contra Nestorio". La carta contenía lo esencial de la definición. Niega el Concilio que la divinidad o el Verbo se transforme en hombre sino que hay unión de la naturaleza humana con la Persona divina.

"Habiendo unido el Verbo consigo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional se hizo hombre de modo inefable e incomprensible, y fue llamado Hijo del hombre....

No nació primero un hombre de la santa Virgen; luego descendió sobre él el Verbo, sino que unido desde el seno materno se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne. De esta manera los Santos Padres no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la santa Virgen" (Denz 111 a)

En este texto de la carta, que es objeto de la definición, se observan dos puntos de especial interés:

o Primero, la unión del Verbo con la naturaleza humana plena (alma-cuerpo) se hace “según hipóstasis o persona", por lo cual en adelante será llamada "unión hipostática o personal".

o El segundo punto concreto es el nombre dado así a María, con verdad, de Madre de Dios o Zeotókos en griego.

Los importantes Anatematismos o anatemas contra la herejía (anatema = condenación o excomunión) tomados de san Cirilo, aunque no definidos sí asumidos por el Concilio, muestran la verdad doble de modo especial. Son doce en total. De ellos podemos recoger el 1º, que afirma que la Virgen es Madre de Dios, por haber dado nacimiento al Verbo en su carne o humanidad; el can. 2, que recoge la dicha unión "según ipostasis (persona)", y el 3-4 que niega una doble hipóstasis Persona en Cristo. (Denz 113-116).

El pueblo, entusiasmado por la formulación de honor para la Madre de Dios, acompañó a los Padres conciliares tras la defi¬nición con antorchas encendidas. Aparecen ya así los tér¬minos como específicos en adelante: la sustancia o cosa = ousía; la naturaleza o sea la entidad como principio de actividad y ener¬gía = fúsis; la subsistencia o persona = hipóstasis. En adelante será abandonado el término de "prósopon" para designar a la persona, que será llamada hipóstasis Prósopon significaba la careta o máscara teatral de los actores griegos, con la que declaraban la persona a quien representaban (prós-opon = ante el rostro). Pero ya en nuestra lengua (como en latín y lenguas derivadas) ha pasado a ser usado en el mismo sentido de "persona" que es válido, para el que en griego se ha reservado el de "hipóstasis".