domingo, 7 de junio de 2009

Renovación Consagración de España al Corazón de Jesús

Renovación de la Consagración de España
al Sagrado Corazón de Jesús
1919-2009

Cerro de los Ángeles, 21 de Junio de 2009



Hijo eterno de Dios y Redentor del mundo, Jesús bueno, tú que al hacerte hombre te has unido en cierto modo a todo hombre y nos has amado con tu corazón humano, míranos postrados ante tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser y, para vivir más estrechamente unidos a ti, todos y cada uno nos consagramos hoy a tu Sagrado Corazón.

De tu corazón traspasado brota el Amor de Dios, hecho allí visible para nosotros y revelado para suscitar nuestro amor. Ante la generación del nuevo milenio, tan esperanzada y tan temerosa al mismo tiempo, la Iglesia da testimonio de la misericordia encarnada de Dios dirigiéndose a tu Corazón.

Muchos, por desgracia, nunca te han conocido; muchos, despreciando tus mandamientos te han abandonado. Jesús misericordioso, compadécete de todos y atraélos a tu Corazón.

Señor, sé rey no sólo de los hijos fieles, que jamás se han alejado de ti, sino también de los hijos pródigos que te han dejado; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria. Sé rey de aquéllos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de ti: devuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que pronto se forme un solo rebaño de un solo pastor.

Concede, Señor libertad a tu Iglesia; otorga a todos pueblos y, en particular, a España la paz y la justicia; que del uno al extremo de la tierra no resuene sino esta voz; bendito sea el Corazón divino, causa de nuestra salvación; a él la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén

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San Claudio de la Colombière, el primer apóstol del Corazón de Jesús

En la última sesión del curso 2008-2009 del Aula P. Igartua S.J. en el que se ha venido estudiando su libro “El misterio de Cristo”, se tratado sobre “San Claudio de la Colombière, el primer apóstol del Corazón de Jesús”.

La charla ha tenido el siguiente esquema:

1.- Datos biográficos
2.- El encargo a la Compañía de Jesús
3.- Santa Margarita y San Claudio en el Magisterio de la Iglesia
4.- La esperanza teologal en san Claudio

En la biografía de san Claudio se pone de manifiesto que brilla la omnipotencia divina en la flaqueza humana. El caso de san Claudio que fue un jesuita ejemplar por su voto de cumplir la regla de la Compañía, destaca por haber sido elegido por el Señor para primero ayudar al discernimiento del carisma de las apariciones del Corazón de Jesús a santa Marque Dios y después ser el encargado por indicación directa del Señor de propagar la devoción al Corazón de Jesús y de haber recibido en su persona el encargo dado por el Señor a la Compañía de Jesús de dedicarse difundir esta devoción.

Nació el 2 de febrero de 1641 en S. Symphorien d’Ozon y murió en Paray-le MOnial el 15 de febrero de 1681. En 7 escasos años de vida apostólica y, en medio de grandes dificultades, primero incomprensiones por haber confirmado el carisma de santa Margarita, donde fue destinado recién finalizada la tercera probación en 1675; después en Londres 1676-1678, encerrado en un palacio de Saint James como capellán de la Duquesa de York, también recluido en la cárcel acusado de complot papal, donde se le declaró una tuberculosis que en tres años le llevaría a la tumba; y, finalmente, en Lyon 1679, en un año escaso de director espiritual de unos cuantos jóvenes estudiantes de jesuitas, entre los que se encontraban el P. Gallifet que escribió el primer libro sobre la devoción al Corazón de Jesús, el P. Croisset, un gran apóstol que también escribió otro libro, y el P. Froment. Falleció en Paray-le Monial en 1681.

No hay explicación humana para explicar que entre un jesuita enfermo, una monja de clausura y unas pocas almas más ganadas por éstas, como la madre Sumaise, la Duquesa de York y los jesuitas antes mencionados, se propagara por el mundo de la forma en que se hizo la devoción al Corazón de Jesús. En poco tiempo se aprobó la fiesta pedida para la octava del Corpus, en la liturgia de hoy día Solemnidad, se fundaron innumerables cofradías por todo el mundo, se fundaron muchas órdenes religiosas con su referencia, se consagró el mundo al Corazón de Jesús por León XIII (1899) y el Magisterio de la Iglesia impulsara esta devoción en varias Encíclicas y numerosos documentos.
Para finalizar el curso se ha rezado el Acto de Confianza compuesto por el santo, que es la peroración de un sermón sobre el Amor de Dios que pronunció en el palacio de Saint James durante su estancia en Londres.

San Claudio de la Colombiére, el primer apóstol del Corazón de Jesús

1.- Biografía de san Claudio

a) Familia y formación humana

1641.- San Claudio de La Colombiére nació el 2 de febrero de 1641 en S. Symphorien d'Ozon, en la actual diócesis de Grenoble, pero entonces se incluía en la de Lyon, y en la dependencia civil de Vienne en el Delfinado.

Fueron 7 hermanos, el hacía el tercero, salvo uno que se casó y dos que murieron siendo niños, los demás fueron religiosos o sacerdotes.

1650.- En la primavera de 1650 la familia abandonó el pueblecito y se tras­ladó a vivir a Vienne. Ese mismo año, Claudio fue enviado a Lyon, al colegio de los jesuitas de Nuestra Señora del Socorro. Era un colegio menor, del que pasó el año 1653 al gran Colegio de la Trinidad.

1658.- A los diecisiete años Claudio decidió su vocación al término de los estudios. «Con una horrible aversión por la vida religiosa», sentida por su sensible naturaleza (carta LXX), pero viendo clara la llamada del Señor, hizo a Dios su sacrificio y entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús en Aviñón.

1660.- Hizo sus primeros votos, que son ya perpetuos en la Compañía, el 20 de octubre de 1660 en el Colegio de Aviñón, donde comenzaba a cursar el tercer año de filosofía.

1661.- Poco después era designado, al comenzar el curso de 1661, como profesor o regente de la clase de gramática. Dio ya muestras de su notable talento oratorio.

1665.- Pronunció el discurso inaugural del curso de 1665, ante un brillante audi­torio, y en el sermón para celebrar la canonización del gran san Francisco de Sales en uno de los días del octavario celebrado. Tenía entonces 25 años y participó con destacados oradores sagrados de varias Órdenes religiosas.

1666.- Por especial disposición del General de la Compa­ñía de Jesús fue destinado a los estudios de la Teología, prepa­ratorios para el sacerdocio, en el Colegio de Clermont, de París, próximo a la Sorbona.

En cuanto al ambiente literario y oratorio, por los años de La Colombiére en París como estudiante de Teología, triunfaban en la escena Racine y Moliere, y en los pulpitos sagrados Bossuet y Bourdaloue

Por este tiempo, mientras estudiaba su Teología, fue nom­brado en el Colegio preceptor del hijo mayor del influyente Colbert, ministro de Finanzas de Luis XIV. Se cuenta una anéc­dota, según la cual La Colombiére cayó al fin en desgracia del hombre de Estado, porque éste habría hallado entre los papeles personales del preceptor de su hijo inopinadamente un epigrama copiado de su mano contra él.

1669.- El 6 de abril de 1669, víspera del domingo de Pasión, fue or­denado sacerdote. No conservamos ninguna noticia, ninguna impresión personal de tan grande y decisivo momento, en un hombre que después vivirá intensamente su sacerdocio y la de­voción a la Eucaristía (V. Retiro de 1674 en Lyon, I, n. 10).

1670.- Ter­minada la Teología al año siguiente, volvió a Lyon, al Colegio de la Trinidad, como profesor. Le fue encomen­dada la cátedra de los cursos superiores, o de Retórica. También le fue encargada la dirección, primero, de la Congre­gación de los Santos Ángeles, y después de la Anunciación.

Tuvo como Rector en el Colegio al célebre P. de la Chaize, que fue poco después Provincial, quien envió a La Colombiére al destino de Paray, y más tarde fue designado confesor de Luis XIV, y con su influjo hizo que La Colombiére fuese enviado de Paray a Londres, como capellán de la Duquesa de York. La Pro­videncia pone los hombres necesarios en el camino para que se obtengan los resultados que quiere.

b) El giro espiritual de su vida

1674.- Es enviado, en el mismo Lyon, a la Casa de san José para hacer la Tercera Proba­ción. Lo principal de ese tiempo es el mes entero dedicado a los Ejercicios Espirituales íntegros, tal como en plenitud los concibió y escribió san Ignacio de Loyola. Este mes de silencio y de intensa meditación interior fue decisivo en la vida del P. Claudio de La Colombiére.

Supone un ángulo de giro hacia Dios en totalidad de entrega. El lo dice: «Dios mío, quiero hacerme santo entre Vos y yo», en la soledad de su propósito (Retiro, III, 5 ante Herodes). Y acaba su mes exclamando con decisión: «A cualquier precio que sea, es necesario que Dios esté con­tento».

1675.- El 2 de febrero de 1675 La Colombiére hacía en Lyon, en el Terceronado, su Profesión religiosa. Era la unión con Jesucristo por los tres votos solemnes de los Profesos de la Compañía de Jesús, de los cuales dirá en un sermón pronunciado en Londres: «Me clavé hace tiempo en vuestra Cruz con los votos de mi Pro­fesión religiosa».

Claudio de La Colombiére fue enviado como Superior de la pequeña Residencia en aquella ciudad. Sólo tenía tres o cuatro Padres en la Residencia, con un pequeño colegio para los alumnos de Paray.

c) Santa Margarita María de Alacoque

En Paray-le-Monial existía un Monasterio de la Visitación de santa María, conocido con el nombre familiar de las Salesas.

En este Monasterio, cuando La Colombiére llegó a Paray en 1675, se hallaba uno de los más poderosos focos de irradiación espiritual que han existido en la Iglesia: las revela­ciones y apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a una hu­milde religiosa del Monasterio llamada Margarita María de Alacoque.

1673.- Desde el día de san Juan Evangelista, 27 de di­ciembre de 1673, el Corazón de Jesús había comenzado con mayor claridad sus manifestaciones: «Mi divino Corazón ama tan apa­sionadamente a los hombres, que quiere repartirles los tesoros de su caridad...».

Se le mostraba el Corazón de Cristo sobre su pecho como un divino sol rodeado de una corona de espinas. Tiene ardiente deseo de ser amado por los hombres. Se trata de un «último esfuerzo de su amor en estos últimos siglos».

Era hasta entonces Superior de los jesuitas el P. Papón, y al marchar llamó la atención del P. Provincial sobre el problema de su sustituto, que debía dirigir el caso.

¿Era el demonio o era Dios el que actuaba?. Pero el Señor dijo a santa Margarita María: «Yo te enviaré a mi siervo fiel y per­fecto amigo, que te enseñará a conocerme y abandonarte a Mi». (Vida y Obras de santa Margarita María, 3 edic, Bilbao, 1958. Carta CXXXII, tercera de Aviñón al P. Croiset, p. 445).

1675.- A fines de febrero de 1675 san Claudio hacía su primera visita al monasterio de Paray, la superiora M. de Saumaise, le presentó la Comunidad de la que iba a ser confesor extraordina­rio. Tras las rejas del locutorio, entre las demás, la santa oyó interiormente y con claridad esta palabra del Señor: «He aquí al que te envío».

1675.- Llegó el día 16 de junio de 1675. En ese día de la octava del Corpus, la santa recibió la comunicación y visión definitiva de la intención de Jesucristo. Ha sido llamada la Gran Revelación.

La Gran Revelación

«He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse consumirse para demostrarles su amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios, irreverencias sacrilegios y frialdades que tienen para Mí en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan.

Por esto te pido que se dedique el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, a una fiesta particular para honrar mi Corazón, reparando su honor por medio de un acto público de desagravios, y comulgando ese día, para reparar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto sobre los altares. Y yo te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor.

»—-Pero, Señor mío, ¿a quién os dirigís? ¿A una criatura tan frágil y pobre pecadora, que su misma indignidad sería capaz de impedir el cumplimiento de vuestros designios? Vos que tenéis tantas almas gene­rosas para ejecutar vuestros planes.

»—¡Pues qué! ¿No sabes tú, pobre inocente, que yo me sirvo de los sujetos más débiles para confundir a los fuertes; y que de ordinario, sobre los más pequeños y pobres de espíritu es sobre quienes hago brillar con más esplendor mi poder, a fin de que nada se atribuyan a sí mismos?

»—Dadme, pues, le dije, el medio para hacer lo que me mandáis.

—Entonces me añadió:

»—Dirígete a mi siervo (el P. de La Colombiere) y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón; que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente Mí».

En ella, el Señor pide concretamente la Fiesta en honor de su Sagrado Corazón en el viernes siguiente a la octava del Corpus, con intención reparadora por los pecados de los hombres. Ha­biendo sido aceptada la fiesta por la Iglesia Católica, y figurando hoy en su liturgia como Solemnidad, tenemos la garantía de la verdad de esta petición.

El santo la transcribió de su propia mano en el Retiro de Londres de 1677, atribuyendo el escrito a «una persona según el Corazón del Señor, según se puede creer por las grandes gracias que le ha hecho». Y añade: «El buen Dios quiere valerse de mis débiles servicios en la ejecución de este designio».

Siguiendo los deseos del Señor, la santa y el santo se consagraron a su divino Corazón enteramente en el día señalado por el mismo Jesucristo para su deseo, el viernes siguiente a la octava del Corpus, que aquel año fue el 21 de junio de 1675, aunque no conozcamos con certeza la fórmula literal que el santo aquel día utilizó para su acto. (V. Retiros y oraciones, nota 53).

Un año más estuvo en Paray el Beato como Superior de la Residencia. En el año y medio de su estancia, desde febrero de 1675 hasta setiembre de 1676, trabajó lleno de celo por las al­mas en Paray-le-Monial y sus alrededores. Dejó huella inolvidable en la ciudad, en sólo año y medio de estancia en ella. Podemos ver su rastro en las Cartas del Beato, y hablaremos más concretamente de estas personas en la introducción a las Cartas.

A mediados de setiembre de 1676 dejaba Paray para diri­girse a Londres.

d) De Paray a Londres

1676.- Carlos II de Inglaterra, que era católico de corazón pero no se atrevía a serlo francamente, no tenía herederos directos. To­caba heredar el trono a su hermano Jaime, que era verdadero católico en sus sentimientos y conducta.

Jaime, Duque de York, contrajo segundo matrimonio, muerta Ana. La elegida fue la casi niña María Beatriz de Este, hija del Duque de Módena. Convertida en Duquesa de York, esposa del heredero de Ingla­terra, tenía derecho estipulado a tener una capilla en palacio y un capellán católico, desde su matrimonio en 1673. Lo fue en primer lugar el jesuita P. Saint Germain. Pero a finales de 1675 fue falsamente acusado por un traidor de haberle querido obligar por la fuerza a abjurar del protestantismo. Aban­donó Inglaterra, y hubo de buscársele un sustituto. La elección recayó ahora sobre el P. La Colombiére, por parte del P. La Chaize, el confesor de Luis XIV, que le conocía a fondo del tiempo del Colegio de Lyon y de su tiempo de Provincial. Y fue destinado.

En la despedida la santa entregó a la Superiora, para que lo transmitiese al Padre, un «Memorial» breve, de tres puntos. En dicho escrito se contenían algunos consejos y prevenciones para el Beato, de parte del Señor. Este tesoro se convirtió en un foco de luz para el Beato, que iluminó sus difíciles años de Londres, y le acompañó hasta su muerte.


e) En el palacio de S. James

El P. La Colombiére habitó en Londres en el palacio de Saint James, residencia del Duque de York. Quedaba enfrente del Palacio real, separado por un parque, y sobre el río Támesis lleno de movimiento y vida.

La predicación del Beato convirtió la capilla del Palacio en un lugar de consuelo para los católicos ingleses. Allí desarrolló una intensa labor de predicación el Beato. Nos basta consignar aquí, como una muestra del valor extraordinario de su oratoria religiosa, que el Acto de con­fianza tan admirable, que se puede leer al fin de los Retiros en este libro, está tomado de su sermón sobre el amor y la confianza en Dios. (Charrier, IV, 215: v. p. 167).

En sus cartas aparecen repetidas veces casos de personas que venían a buscarle para tratar asuntos de espíritu, de vocación, de fe perdida o recobrada. (Cartas XXIII, XXVI, XXVIII, XXX, XXXV-XXXVIII). Hasta hay indicios de que pudo in­fluir en el ánimo del mismo rey.

f) Enfermedad y cárcel

1678.- En febrero de 1678, el santo habla en sus cartas de una salud que «no es ciertamente buena», y empieza a crearle dificultades (carta XXXII). Enfermó de tuberculosis, de lo que tres años después murió.

Iba a volver a Francia para reponerse pero un traidor llamado Titus Oates planeó una conspiración para incriminar a católicos. El «Popish Plot» (complot papista), inventado por Oates y apun­talado por los protestantes sectarios y los ambiciosos, había entrado en la historia, hasta que más tarde quedara patente su loca ficción.

El complot, como era obvio, afectó gravemente a La Colombiére. La Colombiére fue arres­tado en el mismo palacio de Saint James en la madrugada del 13-14 de noviembre.

Se le acusaba de haber alentado varias vocaciones, de haber ayudado en sus dificultades a un muchacho de 16 años, de haber dicho que el rey era católico de corazón, que podía disolver el Parlamento (lo cual era pura verdad legal), que había ayudado a abjurar a algunos protestantes, que decía misa alguna vez fuera de palacio... Que cuidaba de unas religiosas católicas, ocultas en Londres: debían ser las hijas de la admirable Mary Ward.

El Parlamento, no atreviéndose a más, vista la falta de prue­bas, pidió al rey que desterrase a La Colombiére a Francia. Como Pilato de Jesús decía: No hallo culpa en este hombre, por tanto le castigaré...

La cárcel de King's Bench, donde estuvo encerrado desde el 16 de noviembre hasta el 6 de diciembre, tenía los horrores de las cárceles inglesas de entonces, como todas las de la época.

Finalmente en la segunda mitad de diciembre abandonó para siempre Inglaterra, con el corazón puesto en el que él mismo llamará «el país de las cruces» (Carta XLIII). A mediados enero de 1679 se hallaba en París, y desde allí escribía el 16 a su Padre Provincial para solicitar órdenes suyas para su destino (Carta X).

g) Paray y Lyon de nuevo

Su destino fue Lyon, donde podría, con las fuerzas escasas que tenía (Carta X), realizar la labor de un Padre espiritual diri­giendo a los jóvenes estudiantes de la Compañía de Jesús (Carta L). Pero tuvo el gran consuelo, después de más de dos años de se­paración, de volver a ver a las personas que tan en el corazón llevaba. Pasó por Dijon, donde la M. de Saumaise, antigua superiora de santa Margarita María en Paray, vivía ahora en el monasterio de las Salesas, aunque no como superiora. Luego, alcanzó Paray-le-Monial. Allí visitó a santa Margarita María (Carta XLIII), y a las demás personas conocidas.

Después de diez días de estancia, de nuevo se puso en camino a Lyon, a donde llegó el 11 de marzo, agotado por el viaje. En el mes de abril, poco después de Pascua, que aquel año fue el 1 de abril, los superiores autori­zaron a su hermano Humberto a llevarle a su casa de campo de S. Symphorien d'Ozon, su pueblo natal, para obtener una mejoría.

En Lyon, en alternativas de salud, con esperanzas y retrocesos, mejorías y empeoramientos, pasará los años 1679-81, practicando el inmenso sacrificio de «no hacer nada», o casi nada (Carta XLIII). Sin embargo, de esta época es más de una tercera parte de la co­rrespondencia conservada, y particularmente las dos cartas diri­gidas a santa Margarita María. Las cartas a los jesuitas dirigidos por él dan testimonio de su labor callada y del efecto con que la recibían (Cartas XIV-XV).

1681.- Finalmente, en agosto de 1681, sus superiores viendo el declinar de su salud, y probablemente el peligro que podría traer a los jóvenes estudiantes un posible contagio, decidieron sacarle de Lyon. Efectivamente, el día de Pascua, en abril, había sufrido un nuevo vómito de sangre. Y la decisión fue enviarle a la Residencia de Paray, dándole aquel consuelo. Dios estaba de por medio en tal decisión. Era el lugar elegido por el Señor.

Vivió en Paray los últimos meses de su vida, aunque muy débilmente en sus fuerzas físicas. No podía ni vestirse por sí mismo. Reducido a no salir de su habitación, aunque todavía podía decir Misa a intervalos. Era una ruina física, pero todavía con la esperanza, que un en­fermo siempre conserva, de recuperar la salud, matizándolo como «un castigo del mal uso que hago de la enfermedad».

h) La muerte de un santo

En los meses de setiembre y octubre, todavía el Beato había podido salir algunas veces de casa, y en sus paseos ligeros y breves pudo visitar tanto a la santa como a la Hermana Rosalía de Lyonne, que había ya alcanzado el tesoro de las esposas de Jesucristo en el mismo monasterio de la santa.

1682.- En enero de 1682 los superiores, visto el peligroso estado del enfermo y siguiendo el consejo del médico, piensan en tras­ladarle a un clima mejor.

El último consejo del santo es impresionante. Después de haber deseado y trabajado tanto para hacerse santo, por fin ha comprendido: «Es imposible, si Dios no pone su mano en ello. Sólo a El pertenece el santificarnos, y no es poco desear sincera­mente que lo haga. No tenemos ni bastante luz ni bastante fuerza para hacerlo».

Al fin está en el punto que Dios quiere: había dicho que trataba del negocio de la santidad «entre Vos y yo a solas». Ahora ya sabe que es cosa de Dios sólo. Su humildad es plena, está maduro para el cielo.

El doctor Billet, que le atiende en Paray, es hermano del socio del Provincial. Le ha escrito indicando su opinión de la necesidad de un clima apto para el enfermo, y la conveniencia o necesidad de su traslado.

Santa Margarita María envió antes del día señalado un recado verbal al enfermo, sirviendo de intermediaria Catalina de Bisefranc: que si podía, sin faltar a la obediencia, no emprendiese el viaje. «El me ha dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra pida».

Dios quería, pues, unir la memoria de los dos santos con Paray, como había unido antes sus corazones de hermano y hermana con el Suyo propio.

Un violento acceso de fiebre impidió al enfermo proseguir el viaje. Hubo de volver a la Residencia, y el día 15 de febrero, con 41 años de edad justamente cumplidos el 2 de febrero, recién pasado, murió.

La santa sabía por el mismo Señor que había muerto antes de que se lo dijeran. Sólo dijo: «Rezad y haced rezar por el descanso de su alma». Pero unas horas más tarde le escribió una nota: «Cesad de afligiros. Invocadlo, no temáis; es más poderoso que nunca para socorrernos».

La entonces superiora de la santa, M. Greyfié, en su Memoire, narra que extrañándose con la santa de que no pidiera hacer sa­crificios especiales por el alma del P. La Colombiére, Margarita María le respondió: «Mi querida Madre, no tiene necesidad. Está en estado de pedir por nosotros, colocado muy alto en el cielo por la misericordia y bondad del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Únicamente, para satisfacer por alguna negli­gencia que le había quedado en el ejercicio del divino amor, se ha visto privada su alma de Dios desde que abandonó el cuerpo hasta el momento en que fue colocado en el sepulcro» (Gauthey, Vie et Oeuvres de S. M. M., I, 378).


2.- El encargo a la Compañía de Jesús

En su carta del 4 de julio de 1688, dos días después de la visión del día de la Visitación, santa Margarita escribe a la M. de Saumaise una carta en que le da amplia cuenta de esta visión con todos sus detalles.
«Os diré que habiendo tenido la dicha de pasar todo el día de la Visitación delante del Santísimo Sacramento, mi Soberano se dignó favorecer a su miserable esclava con varias gra­cias particulares de su amoroso Corazón, el cual, introduciéndome dentro de sí mismo, me hizo sentir lo que no puedo expresar. Se me represen­tó un lugar muy eminente, espacioso y admirable por su belleza, en cuyo centro había un trono de llamas, y en él estaba el amable Corazón de Jesús con su llaga que despedía rayos tan ardientes y luminosos, que todo aquel espacio quedaba ilumi­nado y caldeado con ello. La Santísima Virgen es­taba a un lado, y San Francisco de Sales al otro con el santo Padre de la Colombiére; y se veía en aquel lugar a las Hijas de la Visitación acom­pañadas de sus ángeles custodios...
Después, volviéndose hacia el buen Padre de la Colombiére, esta Madre de bondad le dijo: Y tú, siervo fiel de mi divino Hijo, tienes gran parte en este precioso tesoro; pues, si fue dado a las Hijas de la Visitación conocerlo y distribuirlo a los demás, está reservado a los Padres de la Com­pañía hacer ver y conocer su utilidad y valor, a fin de que se aprovechen de él, recibiéndolo con el respeto y agradecimiento debido a tan gran beneficio.
PROMESAS: Y a medida que le den este gusto, el divino Corazón, fuente de bendiciones y de gracias, las derramará tan abundantemente en el ejercicio de su ministerio, que producirán frutos superiores a sus trabajos y esperanzas, incluso para la salvación y perfección de cada uno de ellos en particular».
(Carta LXXXIX —en la edic. castellana, XC—, a la Madre de Saumaise. Julio 1688: Cfr. Vie et Oeu-vres, II, 405-407)


Confirma el hecho en otra carta a la misma religiosa, y en varias cartas al jesuita P. Croiset, convertido en apóstol de esta devoción por Claudio de La Colombiere en Lyon, cuando era Director espiritual de los estudiantes jesuitas, a su vuelta de Inglaterra. Las diez cartas de la santa de Paray al P. Croiset son muy importantes para esta devoción.

En la última de ellas se expresa con gran energía: «Jesucristo me ha dado a conocer, de modo que no deja lugar a dudas, que principalmente por medio de los Padres de la Compañía de Jesús quería establecer en todas partes esta sólida devoción, y formarse con ella un número incontable de amigos perfectos y de hijos verdaderamente agradecidos». El título que la santa reivindica aquí es el que el mismo Señor dio al P. La Colombiere, aún en vida, designándole a la santa como el «que él mismo le enviaba»: Perfecto amigo.

En 1883, dos siglos después, tras el apostolado de los PP. Croiset, Gallifet y otros, tan importantes en la historia de la devoción al Sagrado Corazón, influidos por La Colombiere, y de modo muy especial también del P. Enrique Ramiére, organizador del Apostolado de la Oración como forma práctica de vivir la devoción de cada día en la Iglesia, la Compañía realizó un acto excepcional en su historia. En una Congregación General, reunida para dar un ayudante y sucesor al P. General, Becks, que tenía ya ochenta y ocho años, fue elegido el P. Anderledy como Vicario-Sucesor.

Y la Congregación General, por aclamación, con todos puestos en pie para aprobar la propuesta, declaró que «la Compañía acepta y recibe con suma alegría y gratitud el encargo dulcísimo (munus suavissimum) que Jesucristo se ha dignado confiarle de abrazar, fomentar y propagar la devoción a su Sagrado Corazón». Acuerdan también consagrar solemnemente la Compañía, al Sagrado Corazón, a quien la consagró ya el P. Becks en 1872, y celebrar cada año con gran solemnidad su fiesta, y consagrarse también al Corazón de María.

Esta aceptación y confirmación del encargo del Sagrado Corazón, en adelante será confirmada por todas las siguientes Congregaciones Generales y padres Generales sucesivos, desde Anderledy hasta Arrupe, como punto clave en el apostolado de la Compañía de Jesús.


3.- Documentos del Magisterio de la Iglesia relacionados san Claudio

En nuestro tiempo, en la Iglesia, del mismo modo, y con mucha mayor autoridad, la devoción y culto del Sagrado Corazón ha sido confirmada por los diversos Pontífices, desde Pío IX, que instituyó la fiesta en la Iglesia, pedida por el Señor a santa Margarita y san Claudio La Colombiére, pasando por todos los Papas, León XIII, Pío X, Benedicto XV (quien canonizó a santa Margarita), Pío XI (que beatificó a san Claudio), Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, y finalmente Juan Pablo II (que canonizó a san Claudio). Este ha querido realizar un acto singular en relación a la Compañía de Jesús.

Encíclicas Annum Sacrum; Miserentissimus Redemptor; Haurietis Aquas; Carta de Juan Pablo II al P. Konvelbach; Homilía en la misa de la canonización de san Claudio.

Encíclica Miserentissimus Redemptor. Un año antes de la beatificación es citado porque ya había sido canonizada santa Margarita y se habían aprobado sus obras. Se aceptó el testimonio de santa Margarita de la visión del día de la Visitación, entonces el 16 de julio, de ver a Claudio de la Colombière en el cielo con la Virgen María y san Francisco de Sales.


ANNUM SACRUM - Acerca de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. LEÓN P. XIII. 1899

Con esta encíclica León XIII consagró el mundo al Corazón de Jesús y en élla reconoce el celestial mandanto confiado a la (entonces) Beata Margarita María de Alacoque, de propagar la devoción del Sagrado Corazón

Compara a la señal de la cruz que supuso la victoria sobre la opresión del yugo de los Césares, otra señal que hoy se ofrece a nuestros ojos: “el Sacratísi­mo Corazón de Jesús, con la cruz por remate y resplandeciente de llamas entre esplendísimos fulgores. En El se han de cifrar, pues, todas las esperanzas; a Él se ha de rogar y de El hemos de aguardar la salvación de los hombres”.



CARTA ENCÍCLICA MISERENTISSIMUS REDEMPTOR DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. 1929

Pío XI en esta Encíclica reconoce que Jesús se apareció a santa Margarita María de Alacoque y lo que le pidió la honesta satisfacción a que estamos todos obligados respecto del Corazón Santísimo de Jesús.

Lo hace con estas palabras: “Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discípula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos”.

“Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores espirituales”.

HAURIETIS AQUAS ENCÍCLICA SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS PIO XII 15 de mayo de 1956
En la Encíclica Haurietis Aquas, a pesar, de estar escrita con la intención de mostrar a toda la Iglesia que la devoción al Corazón de Jesús está fundada en la Sagrada Escritura y en la Tradición y en los Santos Padres, llega un momento en que cita a santa Margarita de quien dice que dio la forma definitiva a esta devoción y cita también al entonces Beato Claudio, hoy santo.
Y lo hace con estas palabras: “Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual -el Beato Claudio de la Colombiere-, consiguió que este culto, ya tan difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana”.
No puede decirse, por consiguiente, ni que este culto deba su origen a revelaciones privadas, ni cabe pensar que apareció de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente, en almas selectas, de su fe viva y de su piedad ferviente hacia la persona adorable del Redentor y hacia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más elocuente de su amor inmenso para el espíritu contemplativo de los fieles.
Es evidente, por lo tanto, cómo las revelaciones de que fue favorecida Santa Margarita María ninguna nueva verdad añadieron a la doctrina católica- Su importancia consiste en que -al mostrar el Señor su CORAZÓN Sacratísimo- de modo extraordinario y singular quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano. De hecho, mediante una manifestación tan excepcional, Jesucristo expresamente y en repetidas veces mostró su CORAZÓN como el símbolo más apto para estimular a los hombres al conocimiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos.
CARTA DEL PAPA JUAN-PABLO IIAL PREPÓSITO GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS 1986
El 2 de julio de 1986 convocó en Paray-le-Monial al P. General Kolvenbach, ante la tumba que guarda las reliquias del Beato Claudio de La Colombiére en su iglesia. Allí quiso entregarle una carta dirigida a la Compañía de Jesús en la que recuerda y proclama de nuevo la misión que, por voluntad de Dios, tiene la Compañía con relación a este culto. En ella dice:

«El beato Claudio de La Colombiére, fue el siervo fiel, que en su providencial amor dio el Señor como director espiritual a santa Margarita María de Alacoque, y he querido venir a orar en la capilla donde se venera su tumba. El llegó a ser el primero en difundir el mensaje del Sagrado Corazón. En unos pocos años de vida religiosa e intenso ministerio pastoral, demostró ser «hijo ejemplar» de la Compañía de Jesús. Compañía a la que -según el testimonio de la misma santa Margarita María- Cristo confió el encargo de extender el culto de su divino Corazón.

«Conozco la generosidad con que la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y el ardor con que ha procurado realizarla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos. Deseo, en esta solemne ocasión, exhortar a todos sus miembros a promover todavía más con más celo esta devoción, que responde más que nunca a las aspiraciones de nuestro tiempo.»

«Hoy os pido que os esforcéis todo lo posible para cumplir siempre mejor la misión que Cristo mismo os confió, a saber, la difusión del culto a su divino Corazón. Son bien conocidos los abundantes frutos espirituales producidos por la devoción al Corazón de Jesús.»

«De igual forma, que el año pasado, con ocasión del congreso del Apostolado de la oración os confié particularmente esta obra, estrechamente ligada a la devoción al Sagrado Corazón, hoy igualmente, en el curso de mi peregrinaje a Paray-le-Monial, os pido desplegar todos los esfuerzos posibles para cumplir siempre mejor la misión que el mismo Cristo os ha confiado, la difusión del culto de su divino Corazón».

De este modo la Iglesia por la voz del Vicario de Cristo ha confirmado como encargo del mismo Cristo esta misión del culto y devoción al Sagrado Corazón, a la Compañía de Jesús, que el Beato Claudio de La Colombiére inició en su tiempo, y de la que ha sido celeste mediador según santa Margarita. Confirmada así por la Iglesia, resalta la certeza espiritual de esta misión celeste. Sin excluir, en modo alguno, a nadie de este apostolado, los jesuitas tienen encargo oficial de promoverlo, confiado por la misma Iglesia según los deseos del Señor.

HOMILIA DE JUAN PABLO II – 31 de mayo de 1992 – Canonización de Claudio de la Colombière
Dice que san Claudio fue una de aquellas personas elegidas que casi descubren y revelan de nuevo esa verdad perenne e infinita sobre el amor.

4. Verdadero compañero de san Ignacio, Claudio aprendió a encauzar su fuerte sensibilidad. Miró con humildad el sentido de "su miseria" para apoyarse sólo en su esperanza en Dios y en su confianza en la gracia. Tomó decididamente el camino de la santidad. Se adhirió con todo su ser a las constituciones y a las reglas del instituto, rechazando toda tibieza. Fidelidad y obediencia se traducen en un "deseo... de confianza, de amor, de resignación y de sacrificio perfecto" (Retraites,28). El padre Claudio forjó su espiritualidad en la escuela de los ejercicios. Hemos mirado su impresionante diario. Se consagró, por encima de todo, a "meditar profundamente la vida de Jesucristo, que es el modelo de la nuestra" (ib, 33). Contemplar a Cristo permite vivir en familiaridad con él para pertenecerle totalmente: "Veo que es absolutamente necesario que yo sea suyo" (ib, 71). Y si Claudio osó tender hacia esa fidelidad total, lo hizo en virtud de su agudo sentido del poder de la gracia que lo transforma.
(…)
El padre La Colombière se comprometió en el apostolado con la convicción de que era un instrumento de la obra de Dios: "para hacer mucho por Dios, es necesario ser completamente suyo" (ib, 37). La oración, afirmaba, es "el único medio... por el que Dios se une a nosotros a fin de que hagamos algo para su gloria" (ib, 52). En el apostolado, los frutos y los éxitos no se obtienen tanto por la capacidad de las personas cuanto por la fidelidad a la voluntad divina y la transparencia de su acción.
5. Este religioso de corazón puro y libre fue preparado para comprender y predicar el mensaje que, al mismo tiempo, el Corazón de Jesús confiaba a sor Margarita maría Alacoque. Paray-le-Monial es, a nuestros ojos, la etapa más fecunda del breve camino de Claudio La Colombière. Llegó a esa ciudad, rica de una larga tradición de vida religiosa, para encontrarse providencialmente con la humilde salesa que había entrado en diálogo constante con su "divino Maestro", que le había prometido "las delicias de [su] amor puro". Descubrió en ella a una religiosa que deseaba ardientemente la "cruz completamente pura" (Mémoire, 49), y que ofrecía su penitencia y sus penas sin reticencia. El padre La Colombière, con una gran seguridad de discernimiento, acreditó enseguida la experiencia mística de esa "discípula amada [del] Sagrado Corazón" (ib, 54), con la cual entabló una hermosa fraternidad espiritual. Recibió de ella un mensaje, que tuvo una gran resonancia: "Este es el Corazón que amó tanto a los hombres, que no ahorró nada, hasta agotarse y consumirse para testimoniar su amor" (Retraites, 135). El Señor pidió que se honrara su Corazón con una fiesta haciéndole una reparación de honor en la comunión eucarística. Margarita María transmitió al 'servidor fiel y perfecto amigo', que reconocía en el padre La Colombière, la misión de "establecer esa devoción y de complacer a mi divino Corazón" (ib). Claudio, en los años que aún le quedaban por vivir, interiorizó esas "riquezas infinitas". Desde entonces su vida espiritual se desarrolló en la perspectiva de la "reparación" y de la "misericordia infinita", tan subrayadas en Paray. Se entregó en alma y cuerpo al Sagrado Corazón "ardiendo siempre de amor". Incluso en la prueba practicó el olvido de sí mismo a fin de llegar a la pureza del amor y elevar el mundo a Dios. Sintiendo su debilidad, se remitió al poder de la gracia: "Señor, haz en mí tu voluntad... Por ti, divino Corazón de Jesucristo, hago todo" (ib, Offrande, 152).
6. Los tres siglos que han pasado nos permiten medir la importancia del mensaje confiado a Claudio La Colombière. En un período de contrastes entre el fervor de algunos y la indiferencia o la falta de piedad de muchos, se ofrece una devoción centrada en la humanidad de Cristo, en su presencia, en su amor misericordioso y en su perdón. La llamada a la "reparación", característica de Paray-le-Monial, podrá comprenderse de diversas maneras, pero esencialmente se trata de los pecadores, que son todos los hombres, vuelvan al Señor tocados por su amor y le ofrezcan una fidelidad más viva en el futuro y una vida abrasada por la caridad. Si existe solidaridad en el pecado, también existe en la salvación. La ofrenda de cada uno se realiza para el bien de todos. Al imitar el ejemplo de Claudio La Colombière, el fiel comprende que esa actitud espiritual sólo puede deberse a la acción de Cristo en él, manifestada por la comunión eucarística: acoger en su corazón el Corazón de Cristo y unirse en el sacrificio que sólo él puede ofrecer dignamente al Padre.La devoción al Corazón de Jesús fue un factor de equilibrio y de afirmación espiritual para las comunidades cristianas que enseguida debieron afrontar la falta de fe de los siglos venideros: se difundirá una concepción impersonal de Dios; el hombre, apartándose del encuentro personal con Cristo y de sus fuentes de gracia, querrá ser el único señor de su historia y darse a sí mismo su ley, hasta el punto de mostrar su falta de piedad con tal de hacer realidad sus ambiciones. El mensaje de Paray, accesible tanto a los humildes como a los grandes de este mundo, responde a esos extravíos aclarando la relación del hombre con Dios y del hombre con el mundo mediante la luz que viene del Corazón de Dios: conforme a la Tradición de la Iglesia, orienta su mirada hacia la cruz del Redentor del mundo, hacia aquel "al que traspasaron" (Jn 19,37).
7. Damos las gracias, aún hoy, por el mensaje confiado a los santos de Paray, que no ha cesado de irradiar su resplandor. En el umbral de nuestro siglo el Papa León XIII saludó "en el Sagrado Corazón de Jesús un símbolo y una imagen clara del amor infinito de Jesucristo, amor que nos impulsa a amarnos los unos a los otros" (encíclica Annum sacrum,1900). Pío XI y Pío XII favorecieron ese culto, discerniendo en él una ¿Cómo podría sentirse atraído por la proliferación de concepciones de lo sagrado que no hacen más que enmascarar un trágico vacío espiritual?.
Para la evangelización de hoy es necesario que el Corazón de Cristo sea reconocido como el corazón de la Iglesia: es él quien llama a la conversión y a la reconciliación. Es él quien atrae los corazones puros y a los hambrientos de justicia hacia los caminos de las bienaventuranzas. Es él quien realiza la comunión ardiente de los miembros del único Cuerpo. Es él quien permite adherirse a la buena nueva y acoger las promesas de la vida eterna. Es él quien envía en misión. El abandono en Jesús ensancha el corazón del hombre hacia las dimensiones del mundo.¡Que la canonización de Claudio La Colombière sea para toda la Iglesia una llamada a vivir la consagración al Corazón de Cristo, consagración que es don de sí para dejar que el amor de Cristo nos ame, nos perdone y nos arrebate en su deseo ardiente de abrir a todos nuestros hermanos los caminos de la verdad y de la vida!
Acto de confianza del Beato La Colombiere – 1991 – Francisco Canals Vidal

La espiritualidad de san Claudio de la Colombière es poco conocida. En la oratoria en Francia del siglo XVIII los sermones tienen interés literario, sólo los de san Claudio tienen interés espiritual para nuestros días.

La carta XCVI escrita a una religiosa inglesa desde Lyon en 1679, posterior al Acto de Confianza, todavía dice más. El acto de confianza es la peroración de un sermón sobre el Amor de Dios, se hizo en la corte de York en el año 1678, en el palacio de Saint James ante la Duquesa de York y en la peroración, al final del sermón, dijo esto proponiendolo a los oyentes como una plegaria para pedir con ello a Dios el Amor. El sermón trataba de la caridad teologal.

Se llama acto de confianza, no obstante, es uno de los aspectos de la actitud de la esperanza teologal, podría llamarse una exhortación a la esperanza teologal.

Voy a leer el acto de confianza que es un acto de esperanza teologal; un párrafo del retiro de Londres; y una carta dirigida a una religiosa inglesa, a su regreso de Inglaterra, es del año 1679–1680, unos meses años de la muerte.

El Acto de Confianza es del año 1678, la carta a la religiosa es algo posterior al sermón, 1679-1680 no está bien fechada. Es la fructificación en un alma que fue moldeada por la providencia de Dios, a través de las complicaciones de su vida y de los fracasos de su vida. El P Orlandis decía: “yo no conozco a nadie de los que no han fracasado nunca que haya dado fruto alguno”. La gente que no fracasa no da fruto. Es decir, en forma de experiencia espiritual, lo del Evangelio “si el grano de trigo no muere no fructifica y si muere fructifica”. La vida de S. Claudio es una inmolación permanente. Tenía a su decir como pasión dominante la vanagloria. Si no hubiera fracasado, no habría superado la pasión de la vanagloria.


1.- Párrafo del Retiro de Londres 1677: (puede ser contemporáneo a la peroración del sermón sobre al Amor de Dios)

No puedo decir hasta qué punto me encuentro miserable: mi imaginación es loca y extravagante. Todas las pasiones sacuden mi corazón, y apenas se me pasa un día sin que una tras otra no exciten en él sus más desordenados movimientos. Tan pronto son objetos reales como imaginarios los que las remueven. Verdad es que por la misericordia de Dios sufro todo eso sin contribuir mucho a ello y sin consentirlo; pero a cada momento sorprendo en mí estas pasiones locas que agitan mi pobre corazón.
Este amor propio huye de rincón en rincón y siempre en­cuentra algún escondrijo; tengo gran compasión de mí mismo, pero no por eso me encolerizo, ni me impaciento; ¿de qué me serviría? pido a Dios que me haga conocer lo que tengo que hacer para servirle y para purificarme; pero estoy resuelto a esperar con dul­zura hasta que a El le plazca hacer esta maravilla, pues estoy bien convencido de que esto sólo a El le pertenece: Quis potest facere mundum de immundo conceptum semine, nisi tu qui solus es?: «¿Quién puede hacer puro a un ser concebido de sangre impura, sino tú, el Único» (Job 14,4). Con tal de que yo pueda ir a Dios con gran sencillez y confianza, soy muy feliz. ¡Dios mío!, haced que tenga yo siempre este pensamiento en mi espíritu.
Siento en mí un gran deseo de hacer el bien, conozco los medios para ello, y con tal de que reflexione al obrar faltaré en pocas cosas; pero esta reflexión es una gracia grande de Dios, que le pido muy humildemente.
He aquí algunas palabras que nunca se presentan a mi espíritu sin que la luz, la paz, la libertad, la dulzura y el amor entren en él al mismo tiempo: Sencillez; Confianza; Humildad; Abandono completo; Ninguna reserva; Voluntad de Dios; Mis Reglas.

Este texto lo he cogido para leer precisamente el párrafo que viene a continuación. La irradiación de la devoción al Corazón de Jesús por el mundo es sorprendente. El inicio con la lectura imprevista de un pasaje del Retiro redactado por San Claudio en Londres, luego los libros en el índice porque no querían devociones nuevas y temían el quietismo de Molinos; después dificultades para introducir la fiesta litúrgica.

Con criterios estadísticos de encuestas nadie hubiera podido prever lo que iba a pasar con la devoción del Corazón de Jesús en el mundo. Que la canonización del San Claudio ayude a que el río que alegra la ciudad de Dios que decía Pío XII en la Summi Pontificatus, aludiendo a la devoción al Corazón de Jesús, siga regando el mundo como sucedió con la beatificación de santa Margarita.

Este santo de la primera hora de Paray lo tenemos en línea con santa Teresita porque dice, en este último párrafo:

No tengo alegría semejante a la que experimento cuando descubro en mí alguna nueva flaqueza que se me había ocultado hasta entonces. Varias veces he tenido este placer durante este Retiro, y lo tendré cuantas le plazca a Dios comunicarme su luz en las reflexiones que haga sobre mí mismo. Creo firmemente, y siento gran placer al creerlo, que Dios conduce a los que se abandonan a su dirección y que se cuida aun de sus cosas más pequeñas.
Lyon, 1679

Esto es lo que dice san Claudio en el año 1677, en el año siguiente terminaba el sermón sobre el amor de Dios el texto que voy a leer entero.





2.- CARTA XCVI - A una religiosa inglesa - Lyon, 1679-80

Es posterior al Acto de Confianza y todavía dice más. Aquél es un acto de esperanza, pero la carta es un acto de esperanza dirigido al Amor misericordioso.

Mi muy querida Hermana:

Ruego a Nuestro Señor que tenga piedad de usted, según su grandísima e infinita misericordia.
Conmovido por vivo dolor he leído su carta, y no tanto por las faltas que ha cometido; me hace sufrir más el estado lamentable en que esas faltas la han puesto, a causa de la poca confianza que tiene usted en la bondad de Dios y en la facilidad amorosa con que El recibe, según debía usted saberlo, a aquellos que más gravemente le han ofendido. Reconozco en su disposición presente los engaños y la malicia suma del espíritu maligno, que trata de aprovechar sus caídas para llevarla a la desesperación. Al contrario, el Espíritu de Dios la inclinaría a la humildad y a la compunción, y le inspiraría que buscase los medios de reparar el mal que ha hecho. Es grande, mi muy querida Hermana, pero no es irremediable. Puede ser un remedio admirable para curarla enteramente de todo orgullo, de toda presunción. Si yo estuviera en su lugar, he aquí cómo me consolaría: diría a Dios con confianza

-Señor, he aquí un alma que está en el mundo para ejercitar vuestra admirable misericordia y para hacerla brillar en presencia del cielo y de la tierra. Los demás os glorifican haciendo ver cuál es la fuerza de vuestra gracia por su fidelidad y su constancia, cuán dulce y generoso sois para con aquellos que os son fieles. En cuanto a mí, os glorificaré haciendo conocer cuán bueno sois con los pecadores y que vuestra misericordia es superior a toda malicia, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer desesperar del perdón a un pecador. Os he ofendido gravemente ioh mi amable Redentor! Pero sería peor todavía si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois bastante bueno para perdonarme. En vano vuestro enemigo y mío me tiende cada día nuevos lazos; me hará perderlo todo, antes que la esperanza que tengo en vuestra misericordia. Aunque recayera cien veces y mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, siempre esperaré en Vos

Se parece mucho a santa Teresita: «Aunque tuviese sobre mí todos los pecados del mundo me arrojaría en los brazos del Señor». Aquí termina el acto de ofrecimiento sugerido a la religiosa y continúa la carta.

Acto de esperanza que deja perfectamente tranquilo como si no se hubiera hecho nunca nada malo.

3.- Acto de Confianza

Acto de confianza del Beato La Colombiere

Propiamente es la peroración de un sermón del Beato sobre el amor de Dios

Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes. In pace in idipsum dormiam et requiesc quoniam tu, Domine, singulariter in spe constituisti me: «En paz me duermo y al punto descanso, porque tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4, 10). Despójenme en buena hora los hombres de los bienes y de la honra, prívenme de la fuerzas e instrumentos de serviros las enfermedades; pierda yo por mí mismo vuestra gracia pecando, que no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del in­fierno por arrancármela: in pace in idipsum dormiam et requiescam. Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus ta­lentos: que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza: quoniam Tu, Domine, singulariter in spe constituisti me: «Tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4, 10). Confianza semejante jamás salió fa­llida a nadie. Nemo speravit in Domino et confusus est: «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido» (Sir 2, 11). Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firme­mente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero; in te, Domine, speravi non confundar in aeternum. «En Tí, Señor, he esperado; no quede avergonzado jamás» (Sal 30, 2; 70, 1).
Conocer, demasiado conozco que por mí soy frágil y mu­dable; sé cuanto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y estremecerse las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme. Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia: y de que esperaré siem­pre estoy cierto, porque espero también esta esperanza inva­riable. En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la espe­ranza hasta donde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mis­mo, oh Criador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén

San Claudio de la Colombière, el primer apóstol del Corazón de Jesús


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