lunes, 21 de diciembre de 2009

Eguberri on - Feliz Navidad


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domingo, 13 de diciembre de 2009

La Resurrección y su testimonio: El sepulcro abierto

En la sesión de hoy se ha expuesto el capítulo titulado “El sepulcro abierto” del libro: “La Resurrección de Jesús de Nazaret y su Cuerpo” del P. Juan Manuel Igartua S.J.

De forma resumida el P. Igartua en este capítulo deja constancia, en base a los testimonios de los evangelios, de que

a) Jesús de Nazaret murió en Jerusalén el 7 de abril del año 30 con muerte de cruz en el monte Calvario, tras haber sido flagelado y coronado de espinas.
b) Una vez certificada la muerte por el Centurión, Pilatos entregó el Cuerpo a José de Arimatea para que lo sepultara.
c) José de Arimatea lo enterró al modo judío, es decir, envolvió el cadáver en una Sábana, le puso el sudario en la cabeza y no pudo ser embalsamado el viernes santo por estar próximo el comienzo de la Pascua judía. Lo enterró en un huerto de su propiedad próximo al Calvario en una cueva cuya abertura fue cerrada con una losa
d) Los fariseos pidieron a Pilatos que pusiera guardia en el sepulcro hasta el domingo porque temían que los apóstoles robaran el cadáver y dijeran que había resucitado como había prometido. Y se puso la guardia e incluso de selló la piedra para garantizar que nadie pudiera entrar al sepulcro.
e) Las mujeres (María Magdalena, María la de Santiago y Salomé, junto con otras mujeres) al alba del domingo se acercaron con perfumes y ungüentos para embalsamar el Cuerpo de Jesús de Nazaret. No sabían quién les podría mover la piedra (desconocían la presencia de la guardia)
f) Al aproximarse al sepulcro vieron que la piedra estaba desplazada. María Magdalena corrió al Cenáculo para comunicar lo que había visto y que no sabía dónde estaría el Cuerpo de Jesús.
g) Las otras mujeres se acercaron al sepulcro vieron que estaba vacío y el ángel les dijo:

«No temáis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el Crucificado. Ha resucitado. No está aquí. Mirad el lugar en que le pusieron» (Mc 16,6; Mt 28,5-6; Lc 24,5-6)

h) Pedro y Juan después del aviso fueron corriendo y encontraron la piedra movida, el sepulcro con los lienzos, en su lugar, pero sin el cuerpo. Creyeron a la vista de lo que vieron ya que la única explicación de que la sábana estuviera sin cuerpo y el sudario en su lugar, es que había resucitado.

El esquema de la charla ha sido el siguiente:

1.- Muerte y sepultura de Jesús
2.- El sepulcro abierto
3.- Las mujeres en el sepulcro
4.- Los lienzos en el sepulcro
EL SEPULCRO ABIERTO

1.- Muerte y sepultura de Jesús

Fecha y lugar de la muerte de Jesús

El día 7 de abril del año 30 de la era cristiana, el día 14 del mes judío de Nisán, en la noche del 15, noche pascual para los judíos, en Jerusalén, sobre el montecillo del Gólgota (llamado así por su forma de calavera, Calvaría en latín), que era lugar habitual de crucifixiones para los romanos, y estaba situado en las afueras de la muralla de la ciudad, a poca distancia de la puerta de la Tentación, murió crucificado Jesús de Nazaret.

El lugar de la Crucifixión

Los cuatro evangelistas acordes notan que el lugar de la Crucifixión fue un altozano fuera de las puertas de la ciudad, el cual se llamaba en hebreo «Gólgota» (Mt 27,33; Mc 15,22; Jn 19,16)

Mt 27,33 – Llegados a un lugar que se llama Gólgota, esto es, “Calvario”
Mc 15,22 – Le conducen al lugar Gólgota que quiere decir “Calvario”
Jn 19,16 - El salió llevando su cruz hacia el lugar que se llama Calvario y en hebreo Gólgota

Durante casi tres años había sido el hombre más popular en Palestina, provincia judía sojuzgada por los romanos desde Pompeyo. Seguido por grandes multitudes por su admirable elocuen­cia y prodigiosos hechos milagrosos.

Después, fue crucificado entre dos bandidos comunes, por el poder de sus muchos enemigos del ámbito sacerdotal y de las sectas dominantes en Judea, saduceos y fariseos. También muchos escribas, intérpretes oficiales de la Ley, se contaban entre sus adversarios.

Entre sus numerosos seguidores, los había de todas las clases sociales, también nobles y príncipes del pueblo y aun escribas de recto corazón (Mc 12,28-34; José de Arimatea Mc 15,43; Nicodemo Jn 3,1). Los verdaderos israelitas, que esperaban ya próximo al Mesías, hom­bres y mujeres, le veneraban, y le siguieron fieles hasta la muerte.

Los Testimonios de la muerte de Cristo

El historiador clásico romano Cornelio Tácito, autor de los anales del imperio, ha dejado constancia ofi­cial de la muerte de Jesús, bajo su nombre de «el Cristo». Al dar cuenta de la existen­cia de los cristianos en Roma bajo el imperio de Nerón anota lapidariamente:

«Su fundador, llamado Cristo, fue condenado a muerte por el Procurador (de Judea) Pondo Pilato, imperando Tiberio» (Anal. 15,44)

Flavio Josefo, el célebre historiador judío filoromano, nos ha dado además el dato preciso del suplicio ejecutado:
«Pilato le condenó al suplicio de la cruz» (Antiquitates, XVIII 3,3).

Los cuatro evangelistas han descrito con múltiples detalles el proceso religioso y romano-civil ante Pilato de Jesús de Nazaret, desde su prendimiento en Getsemaní, pasando por el doble proceso y juicio: el religioso ante Caifas Sumo Sacerdote con el Sanedrín, y el político-civil ante Pilato, con comparecencia ante Herodes rey de Galilea, presente en Jerusalén, por voluntad de Pilato, pasando en fin a éste la decisión final de la ejecución.

Se dan los detalles de la crucifixión, añadiendo la flagelación legal, y la coronación de espinas, inventada por la soldadesca. Conocemos los diálogos de los procesos, y las palabras del condenado en lo alto de la Cruz ante el pueblo arremolinado.

Finalmente todos nos dicen, como Tácito, que el suplicio terminó con la muerte. Juan dice que dejó caer la cabeza sobre el pecho al expirar (Jn 19,30), y los otros tres que emitió una gran voz antes de su último aliento (Mt 27,50; Mc 15,37).

El Testimonio de los evangelistas sobre la muerte de Jesús

Jn 19,30 Cuando Jesús recibió el vinagre, dijo: -¡Consumado es! Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
Mt 27,50 Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el espíritu
Mc 15,37 Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
(Lc 23,46) Esta voz parece ser la que expresa Lucas: «Clamando con voz grande dijo Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»

Resulta ridí­culo que alguien se haya atrevido a publicar noticias inventadas, según las cua­les Jesús habría salido vivo del sepulcro, gracias al frescor de la noche y hacerle vivir luego largos años en Cachemira. La historia verdadera no tiene nada que ver con tales invenciones.


La muerte de Jesús de Nazaret es indudable

Resulta inútil y ridículo, ante los relatos múltiples, y la constatación oficial romana y judía de la muerte de Jesús, que alguien quiera poner en duda la muerte real de Jesús de Nazaret aquel día en el Gólgota.

El testimonio de la Sábana Santa

En la Sábana Santa de Turín nos han quedado dos datos notables que sellan la muerte real de Jesús.

a) los ojos cerrados del cadáver con dos pequeñas monedas como peso de uso común para mantener cerrados los ojos del muerto, y que se puede comprobar literal­mente que son monedas acuñadas precisamente en el año 30 por Pilato,
b) en el costado derecho del cadáver, la abertura marcada por la lanza del soldado romano que abrió el costado del cadáver en la cruz (Jn 19,34), marcada en forma de óvalo abierto, y debajo de ella la sangre vertida en el derrame.

El óvalo de la herida es claramente un óvalo abierto y dilatado. Es éste un claro indicio de que la carne no era viva al recibir el golpe, y en la señal de la Sábana ha quedado, perdida toda elasticidad, marcando exactamente la apertura del hierro de la lanza y su tamaño.

El testimonio de Juan: La lanzada

Juan dice exactamente que el soldado «abrió», y no «hirió». Porque se hiere el cuerpo vivo, pero el cadáver se abre, hablando con rigurosa propiedad, aunque sole­mos acostumbrar fácilmente a decir: «la herida del costado», cuando se debería decir «la abertura del costado».

El testigo oficial de la ejecución: el Centurión

El Procuraro Pilato hizo llamar al testigo oficial de la muerte, el centurión romano, al saber por Arimatea que Jesús había muerto y se le pedía el derecho de poseer el cadáver, para que certificara de forma oficial la muerte de Jesús. (Mc 15,44-45; cf. Mt 27,58; Lc 23,52; Jn 1.9, 38).

Marcos (Mc 15,44-45) Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto. Y llamando al centurión, le preguntó si ya había muerto. 45 Una vez informado por el centurión, concedió el cuerpo a José. 46 Comprando una sábana y bajándole de la cruz, José lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que había sido cavado en una peña. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.

Mateo (Mt 27,58) Este se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese.

Lucas (Lc 23,52) He aquí, había un hombre llamado José, el cual era miembro del concilio, y un hombre bueno y justo. 51 Este no había consentido con el consejo ni con los hechos de ellos. El era de Arimatea, ciudad de los judíos, y también esperaba el reino de Dios. 52 Este se acercó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

Juan (Jn 19, 38) Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le permitiese quitar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo permitió. Por tanto, él fue y llevó su cuerpo.

Por otro lado, los enemigos de Jesús, que vigilaban atentos la ejecución de la sentencia, en manera alguna hubiesen permitido la deposición del cadáver sin certeza de la muerte, y ellos mismos pidieron el golpe de gracia a los condenados para bajarlos de la cruz, por ser muy próximo el sábado solemne de la pascua (Jn 19,31), y cuidaron además de vigilar la misma sepultura (Mt 27,62-66).

El cadáver de Jesús fue sepultado

El cadáver de Jesús fue, comprobada su muerte, sepul­tado. Los cuatro evangelios refieren unánimes el rito de la sepultura, verificada con prisa por José de Arimatea, en su pro­pio sepulcro nuevo, que estaba cercano al lugar del calvario: «Lo envolvió en una sábana o síndone (lienzo grande), y lo puso en el sepulcro (mneméio = monumento memorial), y rodó la pie­dra sobre la puerta del sepulcro» (Mc 15,46).

Mateo (Mt 27,60) 59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60 y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña. Luego hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. 61 Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas delante del sepulcro

Lucas (Lc 23,53). 53 Después de bajarle de la cruz, le envolvió en una sábana de lino y le puso en un sepulcro cavado en una peña, en el cual nadie había sido puesto todavía. 54 Era el día de la Preparación, y estaba por comenzar el sábado

Juan (Jn 19,40). 39 También Nicodemo, que al principio había venido a Jesús de noche, fue llevando un compuesto de mirra y áloes, como cien libras. 40 Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con las especias, de acuerdo con la costumbre judía de sepultar. 41 En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto había un sepulcro nuevo, en el cual todavía no se había puesto a nadie. 42 Allí, pues, por causa del día de la Preparación de los judíos y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.

Marcos Mc 15, 42-47 42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, 43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. 44 Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. 45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, 46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47 María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto.


La Sábana Santa parece mostrar que el cadáver fue envuelto directamente con la sábana de pies a cabeza, con los perfumes, sin que conste que se hiciesen algunas ligaduras exteriores para mayor fijeza, en cuello, manos (sobre el vientre), y pies (tobi­llos).

Pablo. Este sepulcro de Jesús es citado expresamente en su famoso kerigma apostólico: «Fue sepultado» (1 Cor 15,4). Tam­bién lo cita en su discurso ante los judíos de la sinagoga de Antioquía de Pisidia, en su primer viaje: «Le bajaron del made­ro, y le pusieron en el sepulcro» (Act 13,29).

Después de morir en la cruz, tras la gestión de Arimatea ante Pilato, fue sepultado en el sepulcro nuevo preparado por el pro­pio Arimatea para sí y su familia. El sepulcro del Mesías parece estar anunciado en Isaías de manera singular: «Se puso su sepultura entre los malvados, y entre los ricos su tumba» (Is 53,9). Donde la sepultura con los malvados es la que le corres­pondía como ajusticiado entre malhechores, pero Arimatea logró salvar su memoria en su propia sepultura, que era la de un rico. Es una profecía bien singular.

La sepultura de Jesús confirma su muerte

Dentro queda la sábana embalsamada, de cuatro metros de longitud doblada sobre la cabeza del cadáver, al que cubre por espalda y pecho hasta los pies. Debajo de la gran sábana el rostro ha quedado anudado por el sudario o pañuelo, que ata la mandíbula, y cuyo nudo está, al parecer obviamente sobre la nuca en la cabeza. Tal vez alguna ligadura sujeta la sábana al cuerpo, en cuello, cintura y tobillos, para mayor fijeza y seguridad.

La guardia y el sellado de la piedra

Ya en la primera mañana de la pascua, el sábado, un pequeño destacamento de guardas romanos, acompañados por sacerdotes, fariseos y escribas se acercan al sepulcro. Cumplen la orden del procurador Pilato: «Tenéis guardia, custodiadlo según la costum­bre» (Mt 27,65). La orden ha sido dada porque los sacerdotes han recordado que «aquel seductor dijo que resucitaría al tercer día. Y no sea que los discípulos roben el cuerpo, y digan que ha resucitado» (Mt 27,62-64). De la piedra redonda, que cierra la entrada rigurosamente, a la roca viva del monte en la puerta, son estiradas y adheridas varias cintas, y selladas con el sello ofi­cial del Sanedrín.

Es la garantía de intangibilidad del sepulcro, durante tres días, cercado por la guardia legionaria (Mt 27,66).

Mateo (Mt 27, 62-66) 62 Al día siguiente, esto es, después de la Preparación, los principales sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato, 63 diciendo:
-Señor, nos acordamos que mientras aún vivía, aquel engañador dijo: "Después de tres días resucitaré." 64 Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que sus discípulos vengan y roben el cadáver, y digan al pueblo: "Ha resucitado de los muertos." Y el último fraude será peor que el primero.
65 Pilato les dijo:
-Tenéis tropas de guardia. Id y aseguradlo como sabéis hacerlo.
66 Ellos fueron, y habiendo sellado la piedra, aseguraron el sepulcro con la guardia.

El sepulcro, su testimonio histórico

Descripción del lugar que se visita hoy día en Jerusalén

La existencia del sepulcro de Jesús en Jerusalén resulta hoy indudable. El que hoy es venerado tiene la garantía de ser el mismo sepulcro, la misma losa sepulcral. Está en el centro del ábside de la gran Basílica Constantiniana de Jerusa­lén.

Y puede penetrarse en su interior, y encontrar, pasada la puerta una pequeña cámara o vestíbulo en cuyo interior se puede apreciar algo de la piedra natural cubierta por los adornos. En el centro de esta cámara se halla una repisa o soporte de piedra, levantado para conservar un fragmento de la antigua piedra ostiaria, sobre la que se sentó el ángel (Mt 28,2), que las mujeres pensaban cómo podrían quitar, conforme al relato de todos los evangelios acordes (Mc 16,3-4; par.).

En la segunda cámara interior del sepulcro, que es propiamente la de la tumba, hay un altar de lápidas de mármol, extendido longitudinalmente desde la entrada, que es pequeña y estrecha para el paso de una persona. Al fondo hay un cuadro de plata en relieve de la Virgen.

¿Se puede saber con certeza que es el sepulcro de Jesús?

Después de la destrucción de la Ciudad y el Templo rebrotó todavía la rebelión judía en el imperio de Adriano, el año 135. Tras la victoria, la decisión de Adriano decidió borrar todos los recuerdos judíos, y juntamente con ellos los cris­tianos, levantando templos a los grandes dioses del paganismo romano sobre los mismos lugares.

Una estatua y templo de Venus se alzó sobre el Calvario redentor, borrando el recuerdo del gran sufrimiento con la diosa del Placer. Una gran estatua de Júpiter, el padre de los dioses, ocupó el lugar cubierto de tierra y escombros del mismo Sepul­cro, lugar de veneración cristiana. El Templo había sido arrasa­do, quedando sólo la impresionante explanada, en cuyo centro se alza la cúpula preciosa de Omar. En Belén, lugar del nacimiento de Jesús, una estatua de Adonis marcaba el lugar de la sagrada gruta del nacimiento de Jesús, venerado por los cristianos.

Cuando se convirtió el emperador Constantino, su madre santa Helena, movida de su piedad reli­giosa, fue a investigar los sagrados lugares. Y se hallaban pre­cisamente señalados por aquellas grandes estatuas de los dioses paganos, que instaurara Adriano. Lo que había de servir para borrar la memoria, sirvió providencialmente para conservarla. Bastó con derribar las estatuas y excavar bajo ellas para que apa­reciesen de nuevo los sagrados lugares cristianos.

Por esto no hay duda alguna histórica sobre el enclave determinado de los lugares sacros. Y una sola Basílica encierra en Jerusalén, a diverso nivel, den­tro del mismo recinto basilical, el lugar de la crucifixión y el sepulcro, que no estaba lejos (Jn 19.42). Es pues éste, con certeza histórica, el sepulcro de Jesús, junto al lugar mismo de la crucifixión.

Santa Helena, en un lugar muy cercano halló tres cruces, según el relato histórico de Sócrates histo­riador, y de san Cirilo, obispo de Jerusalén a mediados del siglo IV.

Tenemos así el testimonio arqueológico, además del literal histórico de los evangelios, de la muerte por crucifixión de Jesús y de su consiguiente sepultura, en lugares venerados desde el principio y permanentemente por los cristianos.


2.- El sepulcro abierto

El sepulcro de Jesús no contiene cadáver. Sobre su puerta debería inscribirse: «No está aquí», al contrario de los restantes sepulcros del mundo, cuya palabra es «Aquí yace». Esto fue así desde la primera hora del amanecer del día 9 de abril del año 30, al tercer día de verificada la sepultura del cadáver de Jesús, bajado de la cruz.

La hora de la resurrección

Nadie puede saber a qué hora del domingo resucitó Jesús. Su promesa fue la de resucitar al tercer día. Los días se contaban entre los judíos a partir de la puesta del sol, que en este tiempo de primavera es las seis de la tarde. Si enterraron a Jesús antes de esta hora, todavía en viernes, tenemos un primer día muy breve, en una porción pequeña suya. Luego un día entero, de puesta de sol de sábado a su nueva puesta. Pasada esta hora era ya el día tercero, y en cualquier hora de esta noche y amanecer del domingo puede haber resucitado el Señor.

Se puede dar por seguro que resucitó antes de la salida del sol, que marcaba el principio de los trabajos de los campos, pues lo indica Mc 16,2. Parece obvio suponer que debió resucitar al comienzo de la primera luz de la aurora.

Las mujeres se dirigen al sepulcro

Pasado el reposo obligatorio sabático, y acompañadas por Salomé, la madre de los Zebedeos (Mc 17,17; cf. 15,40), salieron de casa, con su preciosa carga de aromas y ungüentos preciosos

¿De dónde venían las mujeres?. (Mc María Magdalena, María madre de Jacobo, y Salomé). Si María Magdalena era la hermana de Marta y de Lázaro, como hace probable la alusión de Jesús a los perfumes de la sepultura en la cena de la unción de Betania (Mc 14,28; Mt 26,12; Jn 12,7), se podría pensar que habían pernoctado juntas en Betania, y que de allí venían.

Caminaban apresuradas, y comentaban con preocupación: ¿Quién nos quitará la piedra del sepulcro? Desde luego ignora­ban la presencia de guardias y soldados que habían sido puestos en la madrugada del sábado, cuando ellas ya habían marchado de allí. (Mt 27,62). Y de pronto se produjo la sorpresa: la piedra estaba movida, el sepul­cro estaba abierto, todo estaba en soledad.

Vieron de lejos que la piedra estaba rodada: el sepulcro abierto

Antes de comprobar que el sepulcro estaba vacío de cadáver, comprobaron desde lejos que estaba abierto. La piedra estaba rodada. Mateo dice que un ángel bajando del cielo la había hecho rodar, y se había sentado sobre ella como desa­fiando a los soldados de la guardia.

María Magdalena volvió sobre sus pasos rápidamente para anunciar a los apóstoles el hecho. El sepulcro estaba abierto. Su única hipótesis: alguien había abierto el sepulcro para robar el cuerpo. Llegó anhelante a Pedro con Juan en el cenáculo probablemente: «Se han llevado al Señor, y no sabe­mos dónde lo han puesto» (Jn 20,2). ¿Dónde estaba ahora el cadáver de Jesús, que ellas iban a embalsamar?

El anuncio de la resurrección

Entre tanto las otras mujeres (dos o tres) habían avanzado con precaución hasta la puerta abierta del sepulcro, para mirar dentro. Su asombro, estupor y dolor fue cortado súbitamente por un joven de vestido resplandeciente, que iluminó con su luz la cavi­dad. (Mc 16,5; Mt 28,5; Lc 24,4 propone dos jóvenes, detalle en sí no demasiado significativo para discordar.

Les hizo el solemne anuncio del resucitado: «No temáis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el Crucificado. Ha resucitado. No está aquí. Mirad el lugar en que le pusieron» (Mc 16,6; Mt 28,5-6; Lc 24,5-6). Las palabras clave, las que son idénticas en el texto de los tres evan­gelistas, son éstas:

«Ha resucitado. No está aquí»

Estas palabras indican la causa de que el sepulcro esté abierto y sin cadáver. No es que lo han robado o trasladado. Es que ha resucitado. El núcleo general es aquel: «Vive, no está entre los muertos.» (Lc 24,5).

El hecho del sepulcro abierto permanece. Y aunque no se quiera admitir como prueba de la resurrección, pues ciertamente no lo es, sí es condición inexcusable de la misma. Si el sepulcro hubiese permanecido intacto y cerrado, no hubiese habido posi­bilidad de anunciar la resurrección.

Mc (16, 1-6) Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María madre de Jacobo, y Salomé compraron especias aromáticas para ir a ungirle. 2 Muy de mañana, el primer día de la semana, fueron al sepulcro apenas salido el sol, 3 y decían una a otra:
-¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?
4 Pero cuando miraron, vieron que la piedra ya había sido removida, a pesar de que era muy grande. 5 Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido de una larga ropa blanca, y se asustaron. 6 Pero él les dijo:
-No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, quien fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí.

Mt (28, 1-7) Después del sábado, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María para ver el sepulcro. 2 Y he aquí, hubo un gran terremoto; porque el ángel del Señor descendió del cielo, y al llegar removió la piedra y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura era blanca como la nieve. 4 Los guardias temblaron por miedo de él y quedaron como muertos. 5 Y respondiendo el ángel dijo a las mujeres:
-No temáis vosotras, porque sé que buscáis a Jesús, quien fue crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo. Venid, ved el lugar donde estaba puesto. 7 E id de prisa y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos.

Lc (23 55-56) 55 Las mujeres que habían venido con él de Galilea, también le siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue puesto el cuerpo. 56 Entonces regresaron y prepararon especias aromáticas y perfumes, y reposaron el sábado, conforme al mandamiento.

Lc (24, 1-7) 1 Y el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando las especias aromáticas que habían preparado. 2 Y hallaron removida la piedra del sepulcro; 3 pero al entrar, no hallaron el cuerpo de Jesús.
4 Aconteció que estando perplejas por esto, he aquí se pusieron de pie junto a ellas dos hombres con vestiduras resplandecientes. 5 Como ellas les tuvieron temor y bajaron la cara a tierra, ellos les dijeron:
-¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí; más bien, ha resucitado. Acordaos de lo que os habló cuando estaba aún en Galilea, 7 como dijo: "Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite al tercer día."

Jn (20, 1-10) 1 El primer día de la semana, muy de madrugada, siendo aún oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido quitada del sepulcro. 2 Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y les dijo:
-Han sacado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto.
3 Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo e iban al sepulcro. 4 Y los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 Y cuando se inclinó, vio que los lienzos habían quedado allí; sin embargo, no entró.
6 Entonces llegó Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro. Y vio los lienzos que habían quedado, 7 y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. 9 Pues aún no entendían la Escritura, que le era necesario resucitar de entre los muertos. 10 Entonces los discípulos volvieron a los suyos.


3. Las mujeres en el sepulcro

Todos los testimonios evangélicos coinciden en este punto de la presencia de las mujeres en el sepulcro. Mt y Mc ponen en boca del ángel el encargo hecho a ellas de anunciarlo a los discí­pulos, y Mc destaca en el anuncio, entre los destinatarios, el nombre de Pedro (Mc 16,7). El hecho es que ellas lo anunciaron a los discípulos, aunque no eran creídas (Lc 24,9-11).

Marcos 16, 6-8 6 Pero él les dijo: -No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, quien fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. He aquí el lugar donde le pusieron. 7 Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis, como os dijo.
8 Ellas salieron y huyeron del sepulcro, porque temblaban y estaban presas de espanto. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.

Mateo 28, 5-7 5 Y respondiendo el ángel dijo a las mujeres: -No temáis vosotras, porque sé que buscáis a Jesús, quien fue crucificado. 6 No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo. Venid, ved el lugar donde estaba puesto. 7 E id de prisa y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos.

Jn, que no propone la declaración angélica a las mujeres, al fijarse solamente entre ellas en María Magdalena, hace de ella el mensajero ante los apóstoles, ya que no de la resurrección de Cristo primariamente, sí del hecho de la tumba abierta, y de la «supuesta» (por ella) desaparición del cadáver por traslado o violación del sepulcro. En el relato de Lucas sobre los de Emaús les hace recordar en la conversación con el Peregrino que «unas mujeres de las nuestras fueron al sepulcro antes de salir el sol, y no hallando el cadáver volvieron diciendo que habían visto una visión de ángeles, que dicen que él vive» (Lc 24,22-23).

Lc 24,22-23 Nosotros esperábamos que él era el que habría de redimir a Israel. Ahora, a todo esto se añade el hecho de que hoy es el tercer día desde que esto aconteció. 22 Además, unas mujeres de los nuestros nos han asombrado: Fueron muy temprano al sepulcro, 23 y al no hallar su cuerpo, regresaron diciendo que habían visto visión de ángeles, los cuales les dijeron que él está vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.

El testimonio del hecho de las mujeres en el sepulcro

Examinemos este testimonio común del hecho de las mujeres en el sepulcro, que indudablemente pertenece a la pri­mitiva tradición. Aparece como un testimonio múltiple adqui­rido la intervención de las mujeres en los sucesos de la mañana del domingo de resurrección. En esto podemos decir que todos convie­nen. Veamos las diferencias. Hallamos tres aparentes «con­tradicciones» en los relatos.

La primera es que en Mateo y Marcos, coherentemente con el anuncio a los discípulos confiado por los ángeles a las mujeres, se contiene este mensaje: «Decid que ha resucitado, y que irá delante de vosotros (los discípulos) a Galilea, como os lo dijo» (Mt 28,7; Mc 16,7).

Mt 26, 31-32 31 Entonces Jesús les dijo: -Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al Pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas. 32 Pero después de haber resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.

Lucas, en una mención que parece redaccional del escritor, ha cambiado el aviso de la convocatoria a Galilea para una apa­rición común, por un anuncio de la resurrección «hecho en Gali­lea», poniendo esta mención en boca de los ángeles del sepulcro. (Lc 24,6).

Mt 28,7 7 E id de prisa y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos. He aquí va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis. He aquí os lo he dicho.

Mc 16,77 Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis, como os dijo.

Lc 24,66 No está aquí; más bien, ha resucitado. Acordaos de lo que os habló cuando estaba aún en Galilea, 7 como dijo: "Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite al tercer día."

El segundo punto de discrepancia en las mujeres es el de la visión de Jesús por ellas, que sólo Mateo cita en 28,9-10. Ni Mar­cos ni Lucas refieren visión de Cristo por las mujeres. Los de Emaús hablan sólo de visiones de ángeles «pero a él no le han visto» (Lc 24,22-23).
Se puede pensar que Mateo ha reunido en un hecho dos: la aparición a Magdalena, la cual vio a Jesús, recibió su saludo y mensaje, y apretó sus pies, con las de las otras mujeres, que no vieron sino ángeles. Esta interpretación es sufi­ciente en la redacción de Mateo para obviar la dificultad.

La última aparente contradicción es que en Mc 16,8 se dice que las mujeres, sobrecogidas por el temor de la aparición angé­lica, huyeron del sepulcro, y sobrecogidas de temor sobrenatural «no dijeron nada a nadie» (Mc 16,8), en tanto que Lc dice que lo decían a los apóstoles todas ellas: «María Magdalena, y Juana y María de Santiago, y las demás que estaban con ellas, lo decían a los apóstoles», que las tenían por visionarias (Lc 24,9-11).
La expresión de Marcos debe ser tomada como una ponderación del momentáneo temor que les invadió. Pero lo dijeron a Pedro y los apóstoles. Y en medio de la confu­sión escéptica que se originó ante el revuelo de la noticia, y la insistencia de ellas, Pedro y Juan optaron con prudencia por la comprobación personal (Lc 24,12; 24,24; Jn 20,3).
4. Los lienzos en el sepulcro

El resultado de la ida comprobatoria de los dos apóstoles principales al sepulcro. El lugar estaba vacío. No había ningún custodio en el lugar. Los guardias puestos para la custodia, según Mateo, habían abandonado el lugar aterrados por los hechos, y acudieron a los sacerdotes a narrarlos.

Los sacerdotes pagaron a los guardias para que dijeran una falsedad, que el cadáver había sido robado por los discí­pulos mientras ellos dormían. Hay que tener en cuenta que esta narración seguía difundiéndose mientras Mateo escribe su evan­gelio, al menos el primero aramaico, si de allí lo toma el redactor segundo. Eran pues diez años los transcurridos al menos. «Esta versión se divulgó entre los judíos hasta el día de hoy» (Mt 28,15)-

Pero si se examina el rumor se comprueban muchas cosas extrañas: el sepulcro estaba abier­to, y esto habría que explicarlo a todos. El hecho de la petición de guardia parece debe admitirse como cierto, pues tiene carác­ter oficial. (Mt 27,62-66). ¿Cómo es posible que con guardia alrededor del sepulcro pudieran los dis­cípulos robarlo? Esto hubiera supuesto un combate cuerpo a cuerpo inimaginable. Para evitar esta contradicción se supone que estaban dormidos. «Si estaban dormidos, ¿cómo lo supie­ron?», arguye festivamente Agustín: «Oh infelix astutia!». ¿Cómo es posible que pudieran mover la piedra sin que se "des­pertaran? ¿Qué clase de guardia es ésta que queda toda dormida y como anestesiada? Y sin embargo había un fondo de verdad, que cubrió las apariencias. Porque el ángel perturbó sus senti­dos, y quedaron por un instante como dormidos o inconscientes, «como muertos». Pero el hecho estaba allí: la piedra estaba removida, el sepulcro estaba abierto. Tal era el hecho, y el dinero de los sacerdotes, con la disculpa ante Pilato, cubría la mentira. (Agustín, Enarr. in Ps.: PL 36, 767; v. p. 103).

Cuando Pedro y Juan corrieron al sepulcro todo estaba silen­cioso. Pedro, de más edad, llegó más jadeante, y Juan le había esperado. Juan discretamente se inclinó desde la puerta abierta, y vio en la semi-iluminación producida por la abertura, que los lienzos estaban sobre la losa. Pedro, entrando el primero, lo comprobó, y vio los lienzos, la sábana funeraria yacente sobre la losa (keíme-na), depositada la parte superior sobre la inferior, al faltar el cadáver intermedio. Dentro de la sábana un hecho extraño. El sudario, el pañuelo que anudaba el rostro para cerrar la mandí­bula abierta, permanecía en su sitio (eís éna tópon), enrollado y anudado todavía, pero en cerco vacío. Según parece algunas vendas que ataban el cuerpo en cuello, cintura y pies para sujetar la sábana más fija, seguían también atadas. Todo ello abatido, vacío de sentido. Esto es lo que muestra hoy la Sábana Santa de Turín, con asombro de la ciencia moderna. Pues todos los datos concuerdan bien con los evangélicos de la pasión y embalsa­mamiento de Jesús.

«Al entrar el discípulo detrás de Pedro, vio y creyó» (Jn 20,8). Creyó al ver. ¿Qué es lo que creyó? Que Jesús había resucitado. Pues «no sabían todavía que la Escritura lo anuncia­ba» (Jn 20,9). ¿Y por qué creyó? Porque, evidentemente lo que vio no tenía otra explicación posible que la resurrección.

Jn 20,6 6 Entonces llegó Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro. Y vio los lienzos que habían quedado, 7 y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó. 9 Pues aún no entendían la Escritura, que le era necesario resucitar de entre los muertos.

Lc 24,12 12 Sin embargo, Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Cuando miró adentro, vio los lienzos solos y se fue a casa, asombrado de lo que había sucedido.

Cuando dice Juan a continuación: «Creyó, porque todavía no conocían o sabían la Escritura de que debía resucitar de los muertos» (Jn 20,9), implica en la observación plural a Pedro su compañero. La reflexión por la que Juan creyó sirvió también para Pedro. También él creyó. Y cuando añade: «Volvieron los discípulos a sí mismos» (Jn 20,10), lo que dice es que volvieron de su estupor, como de un éxtasis de asombro. Volvieron a su estado de discurso normal. Lucas lo ha expresado con especial fuerza: «Pedro, inclinándose, miró los lienzos solos, o abandonados (sin cadáver), y volvió a sí mismo admirándose maravillado (zaumádson) de lo acontecido» (Lc 24,12).

El texto dice en dos versiones de los manuscritos: a) «TA OZONIA MONA» = «los lienzos solos, (sin cadáver)»; b) «TA OZÓNIA KEÍMENA» = «Los lienzos yacentes (aplanados por no tener cadáver)

Las mujeres hubiesen debido también ver los lienzos, pues los ángeles les señalaron «el lugar donde le habían puesto» (Mc 16 6). Pero bien sea porque la presencia de ángeles les impidió observar más, bien sea porque el temor reverencial les sobreco­gió ante el esplendor angélico, el hecho es que fueron los após­toles como hombres más observadores de la precisión objetiva, los que advirtieron los detalles reveladores. El testimonio de ellas había sido verbal, el mensaje de los ángeles, la falta de cadáver. El testimonio de los apóstoles fue indagatorio, compro­bante.

El hecho de la resurrección, que ninguno había presencia­do, quedaba comprobado, aun antes de las apariciones del resu­citado, tanto por el testimonio angélico, como por la observación objetiva sobre el terreno. Luego se sumaría a este doble compro­bante el de las apariciones, como testimonio vital.
Se suele hablar del sepulcro vacío. Pero, en realidad, no estaba vacío, contenía el testimonio de los lienzos yacentes en su forma primitiva, la envoltura embalsamada. Al tener hoy constancia científica, con luz creciente desde la famosa fotogra­fía de Secondo Pía en 1890, que por primera vez introdujo la mortaja en el campo de la observación científica experimental y deductiva, ello nos lleva a pensar que la «sábana» o mortaja (síndone: Mc 15,46; Mt 27,59; Lc 23,53) en la que fue envuelto el cuerpo del crucificado, aquella tarde del viernes en la Parasceve, por José de Arimatea y sus acompañantes, no quedó en el sepul­cro expuesta al robo o al deterioro de las investigaciones oficia­les que pudieron seguirse. Tras la detenida inspección ocular del lienzo con manchas de sangre sagrada, fue sin duda recogido por los apóstoles, probablemente por Juan, y llevado como sorpren­dente reliquia, quizás ante la Madre de Jesús. Ello también daría más posibilidad al rumor del robo del cadáver, al no hallarse ya los lienzos comprobantes, cuando vinieron necesariamente a la inspección del lugar las autoridades religiosas o civiles.

La Resurrección y su Cuerpo

El P. Igartua dice que escribe este libro sobre la Resurrección de Jesús de Nazaret como hecho recogido de los sagrados evangelios y de la fe cristiana. Es Jesús de Naza­ret, muerto y resucitado realmente en Jerusalén, en el año 30 de la era cristiana el objeto del enfoque de este libro.

En la visita que hizo a Tierra Santa en septiembre de 1966, ocho meses antes de la guerra de los seis días, tuvo ocasión de estar a solas en el lugar donde la tradición señala el Santo Sepulcro.

Recuerda que vio una inscripción con grandes letras griegas mayúsculas H(e) PEG(u)É TÉS (h)EMÓN ANASTÁSEOS: “La fuente de nuestra resurrección”. Recuerda que se encontraba en un lugar vacío, porque ya «no está aquí» el que estaba (Mc 16,6; Lc 24,6). «Estuve muerto y estoy Vivo», dirá a san Juan (Ap 1,18).

El libro del P. Igartua que vamos a ver en este curso se titula: “La Resurrección de Jesús y su Cuerpo”. Se compone de tres partes:

I.- La Resurrección y su testimonio.
o El Sepulcro abierto
o Las primeras apariciones del Resucitado
o El testimonio oficial de las apariciones
o El hecho de la resurrección
o El Evangelio de San Mateo y la Resurrección

II.- El Cuerpo del Resucitado
o La realidad corporal del resucitado
o El resucitado y el cadáver de Jesús

III.- Un nuevo estado corporal
o El nuevo estado corporal
o La transfiguración de la vida
o La transfiguración material
o El Resucitado en el espacio y el tiempo

Epílogo: El gozo del resucitado

Apéndice I: Reflexión teológica de Suárez ante la resurrección



Apéndice II: Estructura física de la materia.

viernes, 4 de diciembre de 2009

jueves, 3 de diciembre de 2009

La Sabana Santa es auténtica - P.Juan Manuel Igartua S. J:







En esta sesión se han expuesto de forma resumida los argumentos empleados por el P. Igartua en su libro: "La Sábana Santa es auténtica" ediciones Mensajero 1990.




La obra consta de tres partes: 1.- La identidad del Lienzo - 2.- Cuestiones complementarias - 3.- Teoría de la Síndone.


En la primera parte estudia la antigüedad del Lienzo, la calidad de las imágenes, la representación de las imágenes, no es obra de mano humana, Sangre en el Lienzo, la Identidad de la Sábana Santa y el último dato de identidad.


En la segunda parte, estudia si tienen origen natural las imágenes y la fecha del radiocarbono


En la tercera parte, analiza la teoría de la Síndone, el milagro de la Síndone, el valor religioso de la Síndone, y la piedad ante la Sábana Santa.


La conclusión de libro del P. Igartua es que la Sábana Santa es auténtica, es por tanto, la misma empleada por José de Arimatea para la sepultura de Jesús.


Finalmente, Se recordó a los asistentes que el próximo año del 10 de abril al 23 de mayo de 2010 habrá en Turín una Ostensión de la Sábana Santa y que el Papa Benedicto XVI tienen anunciada su visita para el día 2 de mayo.