domingo, 26 de mayo de 2013

SEGUNDA FUENTE DE LA EFICACIA DEL APOSTOLADO: LA ASOCIACIÓN

FUENTE DE LA EFICACIA DEL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN: LA ASOCIACIÓN




       V.- El alma de la Iglesia.7.

APOSTOLADO DE LA ORACIÓN – P. Enrique Ramière S.J.

SEGUNDA FUENTE DE LA EFICACIA DEL APOSTOLADO: LA ASOCIACIÓN


ARTICULO  I.- Promesas de Nuestro Señor a la oración hecha en común.


«Vuelvo a deciros que, si dos de vosotros os ponéis de acuerdo acá abajo para pedir una cosa sea lo que fuere, os  la concederá mi Padre, que está en los cielos». Él lo dijo: «Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». «Así—dice—habéis de orar: Padre nuestro, que estás en los cielos... El pan nuestro de cada día dánosle hoy..., perdónanos nuestras deudas..., no nos dejes caer en la tentación, más líbranos de mal. Amén».

San Cipriano: «no decimos Padre mío, sino nuestro; ni dame, sino danos, porque el Doctor de la Unidad no quiso oraciones privadas, es decir, que cada uno rogase por sí solo. Por todos quiso que cada uno pidiera lo mismo, el que a todos en Sí nos hizo unos».

ARTÍCULO  II.- Motivos de las promesas hechas a la oración, sacados de la naturaleza de Dios.


Para ser semejantes a Dios, no nos basta ser inmortales como Él y ricos y poderosos en supremo grado, sino que además, necesitamos poder, como Él, comunicar esos mismos bienes a otros seres iguales a nosotros, de quienes recí­procamente los recibimos.

En la asociación inefable de las tres Personas divinas, en la comunica­ción eterna, continua, completa, recíproca de todos sus bienes, consiste y se consuma la perfección y la dicha de Dios. El poder, la sabiduría, la bondad, todos los atributos divinos, están en Dios Padre en grado infinito; y no pueden ponerse en acción sino en cuanto se comunican al Verbo y al Espíritu Santo. Dios no sería Dios si estuviera solo.

Por la oración, cada cristiano entra en posesión plena de la omnipotencia divina; El cristiano, si quiere que su efi­cacia sea infalible, necesita unir a su oración otros corazones, animados como el del espíritu de caridad. Admitido el dogma de la Trinidad, la razón, de acuerdo con la fe, dicta que no puede ser de otra manera.

ARTÍCULO   III.- La asociación es principio de fuerza en todos los órdenes.


¿Qué cosa más tenue que una hebra de cáñamo? juntad muchas hebras, y formaréis cables capaces de arrastrar pesados navíos. Una gota de agua a la menor presión cede y se escurre. Pero que se reúnan muchas gotas, y al ímpetu de su corriente cederán los diques mejor construidos. ¿No han sido derrotados ejércitos enteros por enjambres de pequeñísimos insectos?

Desde la mano del pastor que alimentó a la oveja, de cuyo vellón se hizo la tela, hasta la del sastre que la cortó y cosió sus diferentes piezas, ¿cuántas manos no han tenido que unirse para que podamos vestir el traje más sencillo que nos cubre?

Y ¿qué sería del alma sin la asociación? El hombre de mayor ingenio no pasaría de idiota. «No es bueno que esté el hombre solo»?.

ARTICULO   IV.- Poder de la asociación en el orden sobrenatural.


Esta sociedad que forman las almas, imagen per­fecta de la Trinidad divina, obra divina entre las divi­nas, en que la energía de la asociación se levanta a su mayor potencia, es la Iglesia santa, una, católica y apostólica.

La iglesia saca ese poder sobrehumano de la asociación: asociación de entendimientos en una misma fe; asocia­ción de corazones en un mismo deseo y en un mismo amor; asociación de voluntades en una misma obediencia por el cumplimiento de una misma ley; asociación, en una palabra, de personas que tienen unos mismos intereses, unas mismas esperanzas,  una misma norma de vida.

Mientras que en el mundo todo cae y desaparece, la Iglesia, firme junto a las ruinas que en torno suyo va acumulando la muerte, llena de majestad, va viendo pasar los si­glos, siempre viva y siempre vigorosa.

A esta asociación católica debe el mundo la luz que lo ilustra, la gracia que lo vivifica, las virtudes que lo honran, las multiplicadas obras de caridad que alivian sus miserias. Ella derrama sobre los hijos fieles todos los tesoros celestiales, la santidad, la paz, la dicha; ella cura todos los males, y asegura todos los verdaderos bienes.

ARTICULO V.- Poder terrible de la asociación entre los malos.


Si la Iglesia de los Santos es la obra maestra del Verbo encarnado, esa infernal iglesia de los malos es la obra maestra del ángel caído.

Los proyectos sacrílegos de los prosélitos de Sata­nás tienden al desor­den y a la desorganización. El blanco princi­pal de sus odios es la Iglesia, y precisamente contra ella es contra quien se esfuerzan en prevalecer las puertas del infierno. Lucifer, tantas veces vencido, hace el último esfuerzo por quedar encima de Cristo.

¿De dónde sacan los malos toda su fuerza? De la asociación les viene toda su fuerza.

La tierra, colocada entre el cielo y el infierno, es el campo de batalla de esas dos grandes asociaciones.

VIVIR CON LA IGLESIA – P. Juan Manuel Igartua S.J.

PRIMERA PARTE: PLAN   DIVINO DE   REDENCIÓN (Los principios teológicos de la espiritualidad)

 

III.- Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, medio de salvación.


El medio que Jesucristo ha establecido, para realizar su plan de conquista del mundo para Dios, es la Iglesia. Ella es el fruto de la Sangre redentora; la incorporación a ella es de necesidad para salvarse.

Queriendo Jesús transmitir a los hombres de toda la tierra y de todos los siglos, hasta el fin del mundo, la vida divina que fluye de la Cruz, organizó su Iglesia, a la cual dotó de todos los medios de salvación, y de una vida mística, que se comunica a todos los que a ella pertene­cen, o al menos tiende a comunicarse por divina virtud.

El Cuerpo Místico se compone, como el humano, de diversos miembros. Los que tienen una función vital más importante en el ejercicio del Cuerpo son el Papa y los Cardenales  y  Obispos. Ellos forman la Jerarquía. Los fieles rodean en las solemnidades a la Jerar­quía.

 

IV.- Vivir con el Cuerpo Místico.


El Apostolado de la Oración, según los Estatutos de 1954, es «una Pía unión de fieles que viven no solo para la propia salvación, sino que, con oración y sacrificio apostólicos, trabajan también para edificar el Cuerpo Místico de Cristo». Según los Estatutos actuales (1968) “Todos los fieles por medio del bautismo participan del oficio sacerdotal, real y profético de Cristo y son destinados por el Señor a la actividad apostólica propia de su vocación. Dentro de esta universal vocación al apostolado, el Apostolado de la Oración constituye la unión de los fieles que se unen, por medio del ofrecimiento cotidiano de sí mismos, al Sacrificio Eucarístico, en el cual continuamente se realiza la obra de nuestra redención, y de este modo por medio de la unión vital con Cristo, de la que depende la fecundidad del apostolado, cooperan a la salvación del mundo”.


Jesús, además de este Sagrado y Santo Cuerpo humano suyo, físico y tangible como el nuestro, de volumen y forma definidos en el espacio, tiene otro Cuerpo lleno de misterio y de sublime gloria. Este es el Cuerpo Místico de Cristo. Místico significa misterioso y sobrenatural.

El Apostolado de la Oración es vivir la vida del Cuerpo Místico en plenitud, o sea prolongar la Oración y la Redención de Cristo. El Apostolado de la Oración vive el misterio del Cuerpo Místico.


V.- El alma de la Iglesia.


El hombre consta de cuerpo y alma. El alma es la que vivifica al cuerpo.

El alma de la Iglesia es el Espíritu Santo. En el Alma de Jesús se ha derramado el Espí­ritu Santo con plenitud, con todos sus dones y gracias, y ha santificado con plenitud también su Cuerpo, como sacrificio acepto a Dios por todos. Su Corazón de carne, símbolo de su amor, y del Amor de todo Dios juntamente, esta penetrado en su envoltura de carne por la unción del Espíritu, y está penetrado en sus sentimientos de amor por este Amor divino del Espíritu de Dios.

Todos los pensamientos, todos los afectos, todos los dolores y todos los sentimientos de Jesús, que hacían vibrar su Corazón tan huma­namente, estaban siempre impregnados  de la unción absoluta del Espíritu Santo.

Resulta imposible adquirir el profundo sentido de la Iglesia, si no es por la unción del Espíritu Santo. Porque el sentido de la Iglesia, es el sentido de su alma divina.

Este Espíritu es el que produce toda la acti­vidad de la Iglesia, y ¿cuál es el don con el que el Espíritu Santo se difunde en nuestros corazones, uniéndonos en un solo Cuerpo, y dándonos la vida de Cristo? ¿Cuál es este don, sino la divina caridad, que nos penetra?.

Siendo el don común del Espíritu la caridad, y siendo Espíritu del Hijo de Dios, este Espíritu, Alma de la Iglesia, debe ser llamado con acento especial «Espíritu del Corazón de Jesús», fuente de caridad común en la Iglesia. Así le llama San Pablo: «el Espíritu de Cristo».

Hemos llegado a un punto de suma importancia para la perfecta comprensión del Apostolado de la Oración y de su más pura espiritualidad.

Jesucristo oraba en la tierra «en los días de su mortalidad, con gemidos grandes y poderosos y con lágrimas». Y fue escuchado por Dios en estas oraciones porque lo merecía.

Oraba Jesús por la Iglesia, por el triunfo del Reino de Dios. Oraba por el cumplimiento del plan de su Padre sobre los hombres. Oraba con­tinuamente en las profundidades recogidas de su Corazón.

Y el Jesús Místico, que es la Iglesia, sigue oran­do ininterrumpidamente.  Ora su Cabeza en lo alto de los cielos, como abogado de los hombres, presentando a su Padre oraciones ardientes de su Corazón. Y ora el Cuerpo en la tierra, precisamente como Cuerpo de Jesús.

¿Quién mueve estas profundas oraciones? El Espíritu Santo, el Espíritu del Corazón de Jesús.

El P. Ramiére, en sus apuntes personales de Ejercicios, expone de este modo tan profundo la idea de la oración que hizo y hace por nosotros el Corazón de Jesús:

«He vuelto a meditar este misterio en el que de­bería encontrar la santidad, puesto que Dios me ha confiado la misión de descubrir a los demás tales riquezas: el misterio de la oración del Corazón de Jesús.

»He aquí una serie de verdades que están im­plicadas en la función de Mediador, que el Divino Maestro ha ejercitado en toda su extensión y perfección desde el primer instante de su existen­cia. Son estas:

»Que esta oración comenzó con la misma vida del Corazón de Jesús;

»que desde entonces jamás fue interrumpida;

»que ha sido el primer sacrificio y el primer apostolado del Salvador;

»que ha sido la primera fuente de las gracias por las que hemos sido salvados;

»que esta oración tuvo por objeto a todos los hombres y a cada uno en particular;

»que el Corazón de Jesús pidió para cada uno de ellos las gracias que habían de serle útiles en cada instante de sus vidas;

»que, por consiguiente, concibió y deseó lo que todos debían desear y hacer por su parte;

»que al mismo tiempo imploró para ellos la luz y las gracias necesarias para realizar estos deseos.

»Pero si tales verdades son ciertas, es evidente que solo nos queda por hacer una cosa en cada instante: realizar el deseo que el Corazón de Jesús concibió para mí para este instante precisamente, y alcanzar la gracia que Él obtuvo para mí y que me quiere conceder.

El Apostolado de la Oración utiliza y enseña a sus asociados ambas maneras de orar en el Cuerpo Místico. Enseña a acudir principalmente a la santa Misa, y a unirse con este sacrificio en presencia litúrgica comunitaria.

Pero enseña también a orar en dispersión, uniéndose con el Sagrado Corazón de Jesús, y con su Cuerpo Místico, ofreciendo todas sus obras por las intenciones del Corazón de Jesús expresadas por el Papa.

Así aprenderemos a orar en Cristo con la Iglesia por el Santo Espíritu de Amor..