domingo, 23 de febrero de 2014

EL CORAZÓN DE JESÚS, SANTUARIO DEL ESPÍRITU SANTO

El Los caminos de Dios que nos conducen a la incorporación en Jesucristo son: la Encarnación y la Redención

Capítulo I: La Encarnación
Dios escogió un ser creqdo al que se entregó todo entero, y por su medio a todos los otros. Ese ser no es tan sólo un hombre divinizado, es un Hombre-Dios. En Él la obra de la divinización llega a su más alta perfección
Las dos naturalezas, la divina y la humana se conservan íntegras en Jesucristo, y no se obra en ellas ninguna confusión, ninguna mezcla. La unión de la humanidad y de la divinidad en Él es puramente hipostática o personal.
Jesucristo reúne en su alma todas las facultades del orden espiritual, como reúne en su cuerpo todas las fuerzas del mundo físico. Cuando vino, pues, la plenitud de los tiempos, bastóle unir hipostáticamente ese pequeño mundo a la persona del Verbo, para que el universo entero, que se resume en el hombre, fuera divinizado en el Hombre-Dios.

Capítulo II: La Redención Dios quiso que los hombres fuesen sus hijos, que heredasen su dicha en la eternidad, y que, para merecerla, viviesen su vida en la tie¬rra. Para realizar ese plan enviónos su Hijo.
Antes de comunicarles su vida divina, de distribuirles sus gracias, de hacerles herederos de la felicidad celestial, era necesario que el Verbo Encarnado saldara sus inmensas deudas.
El primer obstáculo que debía superar Jesucristo es la muerte causada en las almas por el pecado original. Primer oficio impuesto al Corazón de Jesús: reparar la rebelión de nuestro primer padre.
El segundo obstáculo es la muerte del pecado actual, cuya responsabilidad únicamente pesa sobre cada uno.
Estos dos pecados son naturalmente irreparables. Los dos tienen la virtud de quitar al hombre la vida sobrenatural. Por otra parte, todo pecado ultraja a Dios: el ultraje sube de punto en proporción de la dignidad de la persona ofendida, mien¬tras que el honor se mide según la dignidad del que lo hace. Aquí tenemos una persona ofendida cuya dignidad es infinita, mientras que el ofensor está a una distancia infinitamente infe¬rior a Él.
El tercer obstáculo: la incapacidad de la víctima en orden a la expiación.
El amor del Corazón de Jesús a los hombres allanó los obstáculos que parecían insuperables.

Capítulo III. La gracia
Por la Encarnación trajo el Corazón de Jesús al corazón de nuestra naturaleza la vida divina; por la Redención nos alcanzó el poder de recibirla. Hacía falta comunicar esa vida a cada uno de nosotros, como la ha comunicado en su propia persona, a nuestra naturaleza; aplicar a cada hombre los méritos de la sangre divina, derramada en el Calvario por toda la humanidad; hacer participantes a todos los miembros de ese gran cuerpo. Una vez alcanzada esta meta, la obra del Verbo Encarnado estará acabada.
La vida es el estado de un ser que posee en sí mismo el poder de moverse. La vida de la gracia, que nos hace cristianos, es una vida ver¬daderamente divina. La vida divina es la capacidad de producir movimientos y actos di¬vinos. El niño cristiano verá el interior mismo de Dios; podrá conocerle en la Trinidad de personas, acá abajo con la luz de la fe, y más tarde con toda la magnificencia de la clara visión. Por lo mismo que conoce a Dios con su propia luz, ámale con su propio amor. Amará a Dios como a un buen Padre; temerále no con temor servil, sino filial, que teme la ofensa mucho más que el castigo.
Tenemos en nosotros algo que en realidad es divino; pero como esta divinidad no es en nosotros sino un excelente accidente, y no afecta a nuestra subs¬tancia, estamos lejos de ser dioses con el mismo título que Jesucristo.La divinidad del cristiano es, pues, muy dife¬rente de la de Jesucristo, pero su divinización no deja de ser muy real. No somos dioses en el rigu¬roso sentido de la palabra, pero sí realmente deificados.
La palabra «deificación» expresa mejor que «sobrenatural» el estado del cristiano en gracia.
La palabra sobrenatural no tiene la misma claridad, porque puede referirse a los dones o a las operaciones que exceden las fuerzas y exi¬gencias de la naturaleza humana, sin que necesariamente diga relación a la elevación de ésta al estado divino.
La gracia nos hace participantes de la naturaleza divina.
La gracia habitual es realmente un don sobrenatu¬ral que nos hace participar de la naturaleza divina. Por naturaleza divina hay que entender aquí la perfección primitiva y primordial que es como la raíz de los atributos de Dios y el principio de sus operaciones; porque, por naturaleza de las cosas, no han entendido otra cosa los filósofos que el grado de cada ser, del cual se derivan sus propiedades y operaciones. Ahora bien, la gracia santi¬ficante copia en el alma esa perfección primitiva y primordial que nosotros concebimos como principio de Dios.
La gracia no es una virtud, ni una substancia, sino la naturaleza divina participada que produce en el alma del cristiano una cualidad, un hábito. De donde se sigue que la gracia está más bien en la esencia del alma que en sus facultades.

Capítulo IV la gracia y el Corazón de Jesús
La gracia de Dios llena plenamente el alma de Jesucristo
Todo reclamaba en Nuestro Señor esta plenitud: su inteligencia, destinada a penetrar lo más íntimo de los misterios, hasta el corazón de la divinidad; su voluntad que debía amar a Dios con un amor sobrenatural, cuya longitud, latitud, altura y pro¬fundidad exceden toda concepción; su naturaleza humana que, vivificada, no destruida, por la per¬sona del Verbo divino, debía subsistir toda entera.
¿Cuál es este trono de gracia? El Corazón de Jesús, porque en Él reina la caridad; en Él, por consiguiente, tiene su asiento la gracia.
El Corazón de Jesús es la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna, es a saber, de la gracia; esta fuente fue abierta en el Calvario por la lanza de Longinos; todos los que deseen sacar la gracia acerqúense, pues, al Corazón de Jesús.
Las revelaciones de Santa Margarita María: «Mi Divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres que, no pudiendo contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad, se ve precisado a comunicárselas y a ma¬nifestarse a ellos, para enriquecerles con sus pre¬ciosos tesoros».
«El amable Corazón de Jesús tiene un deseo infinito de ser conocido y amado de sus criaturas, en las cuales quiere establecer su imperio como fuente de todo bien, con el fin de mirar por sus necesidades.
»Lo digo con toda aseveración que, si supiéra¬mos cuan agradable es a Jesucristo esta devoción, no habría cristiano, que por poco amor que sin¬tiera hacia el amable Redentor, no la practicara. Nuestro Señor reserva tesoros incomprensibles para los que se emplearen en establecerla.
»Hame prometido con frecuencia que los que fueren devotos de su Sagrado Corazón no perecerán jamás y que, como Él es la fuente de todas las bendiciones, distribuirálas con generosidad en donde fuere expuesta la imagen del amable Corazón para ser amado y honrado». Cristo autor de la gracia
La Sagrada Escritura repite que Nuestro Señor es la fuente de la gracia; que la gracia y la verdad han sido hechas por Jesucristo; que Dios da su gracia por su Hijo muy amado. Por íntima que sea en Nuestro Señor Jesucristo la unión del Verbo con la humanidad, es evidente que sus operaciones divinas permanecen completamente distintas de las humanas.
En el orden sobrenatural nada podemos sin la gracia.
Concilio de Orange: «Si alguno defiende que el comienzo de la fe... por la cual creemos en Aquel que justifica al impío... no es efecto del don de la gracia, sino que nos viene naturalmente, se opone a los dogmas apostólicos». No hay una sola obra del orden natural que pueda merecer la gracia, no solamente de con¬digno, pero ni siquiera de congruo.
Jesucristo nos mereció la gracia.
El Verbo, en todo igual a su Padre obrará un prodigio que le permitirá realizar al mismo tiempo las condiciones requeridas para el mérito. Desciende del cielo y une la naturaleza humana a su naturaleza divina en la unidad de persona. Desde entonces, el Hombre-Dios, hombre perfecto, Dios igual al Padre y al Espíritu Santo, posee to¬das las cualidades requeridas para el mérito, ele¬vadas al más alto grado de perfección.

Capítulo VI.- El Corazón de Jesús santuario del Espíritu Santo
Antes de exponer este capítulo importante de la obra del P. Ramiére S.J., convien recordar lo que dice El P. Orlandis S.J. en su escrito "Pensamientos y Ocurrencias". Explica que en la devoción al Corazón de Jesús hay tres etapas: Las revelaciones a santa Margarita, los escritos y las empresas del P. Enrique Ramiére; y santa Teresita de Lisieux. En relación con los escritos y todas las obras del P. Ramiére, dice que en ellos propone todo un sistema de ciencia espiritual y de sociología sobrenatural.
Este sistema puede reducirse a po¬cas verdades fundamentales y aun cifrarse en dos principios, que son: el primero, el Corazón de Jesús es el centro de toda vida cristiana y espiritual, por ser fuente y origen de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre, de todos los beneficios que le otorga en orden a su santificación y divinización; el segundo: el Corazón de Jesús es principio único y divinamente eficaz de toda restauración y renovación social en el reinado de su Amor.
Nótese que en la doctrina del P. Ramiére es sustancial la relación íntima que descubre entre la devoción al Corazón de Jesús, tesoro y fuente manantial de todas las gracias y la devoción a la Persona Divina del Espíritu Santo. Gracia increada, como dicen los teólogos, Don primordial e infinito de Dios, que recibimos en la justificación y en la santificación. Esta relación que abiertamente hace resaltar el P. Ramiére, la vemos ya insinuada en las revelaciones de Paray.


Testimonio de San Juan Bautista acerca de la comunicación del Espíritu Santo hecha por el Padre al Hijo.
San Juan Bautista responde a sus discípulos: «No puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo. (…) El que ha recibido su testimonio confirmó que Dios es verdadero. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla: porque Dios no le da el espíritu por medida. El Padre ama al Hijo y todas las cosas puso en sus manos».
Aprovechamos esta ocasión para relacionar la devoción al Sagrado Corazón con la devoción al Espíritu Santo.
Los cristianos si son hijos de Dios, si tienen algún derecho a la he¬rencia del cielo, débenlo a la íntima morada del Espíritu Santo en su alma; por Él viven de la vida divina, Él debe ser su maestro y guía, y la íntima unión entre ellos y Él es la norma que indica el grado de su adelantamiento en la santidad.
¿Qué es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es el amor substancial del Padre y del Hijo; y puesto que, en el lenguaje hu¬mano, el corazón es la expresión del amor, podría llamarse al Espíritu Santo el corazón de la divinidad.
Al conocerse Dios, produce una ima¬gen de sí mismo exactamente igual a Aquel por quien ella es producida, el Verbo, la segunda per¬sona de la Santa Trinidad. Pero no le basta a Dios el conocerse. Su vida no sería ni perfecta ni feliz, si al pleno conocimiento de la verdad no se jun¬tara un pleno amor de su bondad.
El Espíritu Santo es el término eterno de ese eterno amor por el cual se ama Dios a sí mismo, y por el cual ama en sí mismo todo lo amable. El Espíritu Santo es, pues, como el sello de la per¬fección divina.
Dios es «amor»; consecuencia práctica.
San Juan definió a Dios con una sola palabra: ¡Dios es amor!, Deus caritas est! Cuando quera¬mos saber cómo podremos perfeccionar en nosotros la imagen de Dios habremos de dirigirnos al Divino Espíritu para que nos enseñe a amar como Dios ama.
Si el amor del bien no es en nosotros igual al conocimiento de la verdad, no viviremos más que a medias.
Fin de la providencia de Dios con respecto a la humanidad: comunicable su Espíritu.
Toda la providencia de Dios sobre la humanidad ha tenido por blanco la comunicación del Divino Espíritu a los hijos de Adán. Después de haber formado su cuerpo del limo de la tierra, nos dice la Sagrada Escritura que sopló en su rostro un soplo de vida. Este soplo puede referirse al alma, que anima el cuerpo y le hace vivir una vida a la vez animal y racional. Pero podemos también entenderlo del verdadero Espíritu de Dios, principio de la vida sobrenatural que Adán recibió al mismo tiempo que la natural, y que debía trasmitir con ella a todos sus descendientes.
El Espíritu de Dios se comunica en toda su plenitud al Corazón de Jesús
Hay otro motivo que exige que la vida del Divino Espíritu sea plenamente comunicada al alma santa del Salvador, y es: que su Divino Corazón ha de ser la fuente que ha de distribuir esa vida por el mundo. Si la humanidad entera es el templo que el Espíritu Santo se construye para sí en la sucesión de los tiempos, el Corazón de Jesús es el santuario de ese templo.
En el Corazón de Jesús, pues, había el Espíritu de Dios puesto su morada, y desde ella dirigía todos los movimientos de la santa humanidad.
El Corazón de Jesús nos comunica el Espíritu Santo y por ende la vida divina.
El Divino Espíritu, que hace del Corazón de Jesús su templo privilegiado en donde obra prodigios de virtud, quiere también venir a nosotros, pero el Corazón de Jesús nos lo comu¬nica.
No puede dudarse que la gracia nos viene del Corazón del Hombre-Dios. Pues así como el Espíritu de Dios es nuestra vida en cuanto da a nuestra alma la vida de Dios, de la misma manera el Corazón de Jesús es nuestra vida en cuanto que sólo Él puede comunicarnos el Espíritu de Dios. Él es la única fuente de la que el Divino Espíritu puede derramarse sobre las almas.
Y no sin razón atribuímos especialmente al Di¬vino Corazón de Jesús esta prerrogativa de ser la vida de nuestras almas; porque el corazón, como ya sabemos, es el órgano del amor. El Espíritu de Dios, que es el amor substancial del Padre y del Hijo, habita, pues, en el Corazón de Jesús como en un santuario privilegiado, y de Él, por consiguiente, se distribuye en nuestras almas. El Corazón de Jesús es la fuente de la gracia.
La gracia no es otra cosa que la vida sobrenatural producida en las almas por su unión con el Espíritu Santo. De la manera que la vida de nuestro cuerpo resulta de su unión con el alma, de la misma suerte la vida de nuestra alma, que es la gracia, resulta de su unión con el Espíritu de Dios. El Corazón de Jesús es el Corazón de la Iglesia y del cristiano.
Todas las veces que hacemos un acto so¬brenatural estamos bajo el influjo actual y presente del Corazón de Jesús; si el Divino Corazón no tocara nuestro corazón, no podríamos ni creer, ni esperar, ni amar, ni hacer sobrenaturalmente el menor sacrificio, ni ganar el más insignificante mérito. El más pe¬queño acto sobrenatural en el último de los cristianos no es mas que la repercusión de los movimientos del Corazón de Jesús. Este Divino Corazón es, pues, verdaderamente el Corazón de la Iglesia.
El Espíritu de Dios, que el Corazón de Jesús nos comunica, no se une a nosotros de tal manera que forme con nosotros una persona. Su unión con nuestra alma es menos estrecha que la unión de nuestra alma mn cuerpo; pero es mucho más íntima, puesto que el Divino Espíritu penetra mucho mejor todas las facultades de nuestra alma, que penetra ésta los miembros de nuestro cuerpo.
Pero principalmente es mucho más indisoluble. Cuando el Corazón del Divino Salvador ha tomado un alma y se la ha unido por los bienes del amor, no hay, ni en la tierra, ni en el infierno, poder capaz de arrebatárselo; sólo ella puede destruir en sí la vida divina por el más horroroso de los suicidios.

sábado, 15 de febrero de 2014

El Corazón de Jesús santuario del Espíritu Santo

Escribe tu resumen aquí. Escribe el resto de tu post aquí.

sábado, 1 de febrero de 2014

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización
PRIMERA PARTE: Consideraciones generales 3

Capítulo I En la actual providencia Dios quiere ser glorificado por medio de la divinización del hombre 3
§ 1. Dios ha hecho todo para su gloria, la cual quiere conseguir principalmente haciendo felices a las criaturas racionales y comunicándose a ellas. 3
§ 2. Naturaleza de esa felicidad: la felicidad misma de Dios, o el orden sobrenatural. 3 §
3. Declárase qué sea el orden sobrenatural. 4
§ 4. El plan sobrenatubal, pues, del hombre es su divinización, la cual no debe confundiese con el panteísmo. 4
§ 5. Obligación que tiene el hombre de alcanzar su fin. Medio 1.°: la gracia, principio y medida de nuestra divinización. 4
§ 6. Medio 2°: la gloria, coronamiento de nuestra divinización. 5
§ 7. En que se confirma por la escritura y santos padres que la gracia nos diviniza. 5
§ 8. Precísase y resúmese la doctrina de nuestra divinización por medio de la gracia y de la gloria. 5
§ 9. Insístese en la realidad de nuestra divinización. 6
§ 10. Nuestra deificación consiste principalmente en la posesión de la persona misma del Espíritu Santo. 6
§ 11. Resumen. 6

Capítulo II: Dios quiere ser glorificado por Jesucristo 7
§ 1. El verbo Encarnado, mediador entre Dios y los hombres en orden a la realización de los planes del eterno sobre la humanidad. 7
§ 2. El verbo Encarnado fin de toda la creación. 7
§ 3. Jesucristo causa de armoniosa unidad en la naturaleza, y, por ende, de perfección y felicidad. 8
§ 4. Explánase más a la larga que cristo es nuestro fin perfeccionador. 8
§ 5. Jesucristo es, por voluntad de Dios padre, nuestro fin, para que le glorifiquemos glorificando a su Hijo. 8
§ 6. Las humillaciones y la cruz fueron los preámbulos obligados del glorioso reinado de Cristo. 8
§ 7. Resumen: Conclusión del Concilio provincial del Puy, celebrado el año 1873.

Capítulo III: La adopción divina, forma general de nuestra divinización 9
§1. Doble aspecto de nuestra divinización: la adopción divina y la incorporación en Jesucristo. 9
§ 2. La adopción divina efecto de la liberalidad de Dios 10
§ 3. Esclavitud y filiación. 10
§ 4. El hombre de la naturaleza y el hombre de la gracia. 11
§ 5. Razón de los privilegios del hombre de la gracia. 11
§ 6.Diferencia entre la adopción divina y la humana. 12
§ 7. Elementos de la adopción divina. 12 § 8. Consecuencias prácticas de la verdad de nuestra adopción divina. 12

Capítulo IV: LA INCORPORACIÓN EN JESUCRISTO, FORMA PARTICULAR DE NUESTRA DIVINIZACIÓN. 13
§ 1. En la actual providencia Dios quiere que nuestra divinización se obre por Jesucristo. 13
§ 2. Realízase nuestra deificación por medio de la incorporación en Cristo. 13
§ 3. Ilústrase, con la comparación del cuerpo humano, la verdad en el párrafo precedente asentada. 13
§ 4. ¿Por qué se atribuyen a Cristo las funciones de cabeza y a los fieles las de miembros del cuerpo místico que con él forman? 14
§ 5. En que se declara qué quiere decir Cuerpo Místico de Jesucristo. 14
§ 6. Cómo se pierde la vida divina, o la incorporación en Cristo. 14
§ 7. Diferencia entre las sociedades humanas y el Cuerpo Místico de Jesucristo. 15
§ 8. Importancia de la doctrina del Cuerpo Místico en las enseñanzas de San Pablo. 15
§ 9. Conclusiones de la doctrina expuesta: 1. la jerarquía de funciones en el Cuerpo Místico. 16
§ 10. Conclusiones: 2. obrar de una manera digna del cuerpo cuyos miembros somos. 16

Capítulo V: NUESTRA DIVINIZACIÓN ES LA OBRA PROPIA DEL CORAZÓN DE JESÚS 16
§ 1. Nuestra deificación es un hecho comprobado e indubitable. 16
§ 2. ¿Somos hechos partícipes de la divina naturaleza por el Corazón de Jesús? 17
§ 3. ¿Quién es Jesucristo? 17
§ 4. ¿Por cuál de sus dos naturalezas nos salvó Jesucristo? 17
§ 5. Jesucristo sacerdote por excelencia, soberano pontífice de la humanidad. 18
§ 6.¿En qué sentido se atribuye nuestra santificación al Corazón de Jesús? 18
§ 7. ¿Por qué decir «Corazón de Jesús», y no «Jesucristo»? 18
§ 8. El Corazón de Jesús principio inmediato de mi santificación. 19
§ 9. Plan de la segunda y tercera parte. 19

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización

PRIMERA PARTE: Consideraciones generales

Capítulo I En la actual providencia Dios quiere ser glorificado por medio de la divinización del hombre
§1. Dios ha hecho todo para su gloria, la cual quiere conseguir principalmente haciendo felices a las criaturas racionales y comunicándose a ellas.
§ 2. Naturaleza de esa felicidad: la felicidad misma de Dios, o el orden sobrenatural.
§ 3. Declárase qué sea el orden sobrenatural. El orden es la acomodación de los medios a un fin determinado, y sus elementos son el fin y los medios. El fin sobrenatural consiste en la comunicación que Dios hace de su propia felicidad.
§ 4. El plan sobrenatural del hombre es su di¬vinización, la cual no debe confundiese con el panteísmo.
§ 5. Medio 1° para alcanzar el fin: la gracia, principio y medida de nuestra divinización. La gracia es la semilla de la gloria; una y otra están compuestas de los mismos elementos; mas éstos, imperfectos en la primera, llegan a su perfección en la segunda. La unión con Dios por la gloria encierra la clara visión de Dios por su propia luz, la unión con Dios por medio de su mismo amor, y, en fin, el goce de la felicidad propia de Dios. También en la gracia encontraremos estos tres géneros de unión: por la fe nos hará conocer a Dios con su propia luz; por la caridad nos hará amarle con su propio amor, y por la esperanza nos hará tender a la felicidad de Dios.
§ 6. Medio 2°: la gloria, coronamiento de nuestra divinización. Los actos de las virtudes teologales, que son las principales formas de la gracia, no difieren de los actos por los cuales el alma bienaventurada goza de la gloria, sino en cuanto los primeros tienen como ausente el objeto que los segundos tienen presente.
§ 7. En que se confirma por la escritura y santos padres que la gracia nos diviniza. El justo de la tierra, como el bienaventurado del cielo, es en realidad un ser divinizado, y su divinización es tan real y cierta, que los Santos Doctores se apoyan en ella para demostrar la divinidad del Espíritu Santo, que es su autor.
§ 8. Precísase y resúmese la doctrina de nuestra divinización por medio de la gracia y de la gloria. La vida sobrenatural es una vida verda¬deramente divina. Conserva en toda su integridad su ser, su personalidad, sus propias facultades; mas añádense a ellas las virtudes, que son como ciertas facultades sobrenaturales; con estas virtudes se une Dios mismo substancialmente al cristiano y hácele verdaderamente participante de su naturaleza. Hay en la gracia como en la gloria, algo creado y algo increado. Así como en el cielo las almas bienaventuradas, iluminadas por los res¬plandores del Verbo de Dios, reciben en sí mismas una claridad que las hace semejantes a este divino sol y capaces de unirse a Él; así en la tierra, el alma, unida por la gracia al Espíritu Santo, recibe en sí misma, ya por movimientos pasajeros, ya por cualidades permanentes, el influjo del Divino Espíritu. Mas, así como en el cielo el lumen gloriae no impide que la unión del alma con el Verbo de Dios sea inmediata, así, en la tierra, la gracia crea¬da no impide que el alma se una inmediatamente al Espíritu Santo.
§ 10. Nuestra deificación consiste principalmente en la posesión de la persona misma del Espíritu Santo.

Capítulo II: Dios quiere ser glorificado por Jesucristo
§ 1. El verbo Encarnado, mediador entre Dios y los hombres en orden a la realización de los planes del eterno sobre la humanidad.
§ 2. El verbo Encarnado fin de toda la creación. En el plan que tenía Dios, dice Santo Tomás, de elevar las cosas creadas a su más alto grado de perfección, nada más sabio y atinado podía ocurrírsele que unir el Verbo de Dios, principio de todo, a la naturaleza humana, última criatura en la obra de los seis días, a fin de componer un Hombre-Dios en quien y a quien todo se reduce.
§ 3. Jesucristo causa de armoniosa unidad en la naturaleza, y, por ende, de perfección y felicidad. El Corazón de Jesucristo es la solución de todos los enigmas, que sin Él hubieran sido insolubles.
§ 5. Jesucristo es, por voluntad de Dios padre, nuestro fin, para que le glorifiquemos glorificando a su Hijo.

Capítulo III: La adopción divina, forma general de nuestra divinización
§1. Doble aspecto de nuestra divinización: la adopción divina y la incorporación en Jesucristo.
§ 3. Esclavitud y filiación. La forma común que reviste esencialmente la divinización de los espíritus creados es la adopción divina. «A cuantos la recibieron, dice San Juan, les dio poder de ser hechos hijos de Dios; los cuales son nacidos, no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios». El esclavo es extraño a la familia del señor.
§ 4. El hombre de la naturaleza y el hombre de la gracia. Tal es el hijo y tal el esclavo. Ahora bien, la diferencia que separa el uno del otro es precisamente la que distingue el orden natural del sobrenatural, el hombre de la naturaleza, del hombre de la gra¬cia.
§ 5. Razón de los privilegios del hombre de la gracia. Lesio: «Así, pues, como Jesucristo es Hijo de Dios en cuanto recibe del Padre la naturaleza divina por la unión hipostática, así el cristiano es con toda razón llamado hijo de Dios, porque recibe esa misma naturaleza por la unión de la gracia. Hay, sin embargo de eso, gran diferencia entre estas tres maneras de poseer la vida divina: el Verbo divino la ha recibido de tal manera que ella le pertenece esencialmente y por identidad; la hu¬manidad de Jesucristo, por la unión hipostática, la posee substancialmente; pero no se une a las almas justas sino por una unión accidental, la unión de la gracia santificante. »Esta gracia no es, pues, la forma principal que nos hace hijos de Dios, sino la divinidad misma que se nos comunica.
§ 7. Elementos de la adopción divina. Cornelio a Lapide: «Nuestra justificación y nuestra adopción consisten totalmente en la caridad y en la gracia inherentes al alma, las cuales encierran en sí mismas y llevan consigo al Espíritu Santo, autor de la gracia y de la caridad. No se puede, en efecto, separar del Espíritu Santo la gracia de adopción, ni el Espíritu Santo que nos adopta, de la gracia por la cual somos adoptados: de la misma manera que el rayo de luz no puede separarse del sol, ni el sol del rayo de luz, y como tampoco en éste puede separarse la luz del calor, ni el calor de la luz. El Apóstol nos muestra la unión de todas las cosas cuando nos dice que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». § 8. Consecuencias prácticas de la verdad de nuestra adopción divina. «¡Vosotros sois hijos de Dios! ¡Acordaos de vuestra dignidad!

Capítulo IV: LA INCORPORACIÓN EN JESUCRISTO, FORMA PARTICULAR DE NUESTRA DIVINIZACIÓN.
§ 1. En la actual providencia Dios quiere que nuestra divinización se obre por Jesucristo.
§ 2. Realízase nuestra deificación por medio de la incorporación en Cristo. Jesucristo, Cabeza de los cristianos; los cristia¬nos, miembros de Jesucristo.
§ 3. Ilústrase, con la comparación del cuerpo humano, la verdad en el párrafo precedente asentada. El principio de esa vida en nosotros es el alma racional. San Agustín. Lo que nuestro espíritu, esto es, nuestra alma es para nuestros miembros, eso es el Espíritu Santo para los miembros de Jesucristo y para el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia.
§ 4. ¿Por qué se atribuyen a Cristo las funciones de cabeza y a los fieles las de miembros del cuerpo místico que con él forman? La cabeza es, pues, para todos los otros miembros, centro de sentimiento y principio de movi¬miento.
§ 5. En que se declara qué quiere decir Cuerpo Místico de Jesucristo. Jesucristo es muy realmente la cabeza mística cuyos miembros somos nosotros. En el cuerpo místico de Jesucristo hay tan¬tas substancias y personas como miembros. Pero éstos viven todos de una sola y misma vida; y por el Espíritu Santo, principio de ella, están entre sí más estrecha e indisolublemente unidos que los miembros del cuerpo.
§ 6. Cómo se pierde la vida divina, o la incorporación en Cristo.No todo pecado separa de ese modo al cristiano del cuerpo de Jesucristo. Un miembro puede estar enfermo; puede también estar paralizado y permanecer, con todo, unido al cuerpo. Así, el miembro de Jesucristo puede ser atacado de la enfermedad del pecado venial; puede también ser privado, por el pecado mortal, de la vida de la gracia, y sin embargo pertencer aún a esa divina Cabeza. Dos la¬zos nos unen a ella: el de la fe, que nos hace cristianos, y el de la caridad, que nos hace santos. Si estos dos lazos se rompieran, no tendríamos ningún medio de salvación; pero, aun cuando hubiéramos tenido la desgracia de perder con la caridad la salud y vida sobrenatural, el cuerpo del Salvador, al cual permanecemos unidos por la fe, nos proveería de medios poderosos para recobrar estos bienes inestimables. No hay que desesperar de la salud de un miembro que está aún unido al cuerpo; pero el que ha sido cortado, no es susceptible ni de cu¬ración, ni de remedio».
§ 7. Diferencia entre las sociedades humanas y el Cuerpo Místico de Jesucristo. En el cuerpo de Jesucristo los miembros que, como hombres, tienen cada uno su vida propia, no tienen, como cristianos, sino una sola y misma vida: la vida de Jesucristo, y por cierto su vida sobrenatural, o sea la que resulta de la unión de su alma con el Espíritu de Dios, no la que es efecto de la unión de su alma con su cuerpo. Comunicándonos realmente su Espíritu, hácenos participantes de su gracia.
§ 8. Importancia de la doctrina del Cuerpo Místico en las enseñanzas de San Pablo. Jesucristo ha resucitado, luego todos nosotros resucitaremos. Dicen los Santos Padres, Jesucristo, según San Pablo, es nuestra Cabeza, nos¬otros sus miembros; nosotros formamos, pues, un solo cuerpo; ahora bien, este cuerpo resucitado ha de ser vivo y perfecto; luego es conveniente que, donde está la Cabeza, estén también los miembros. No pudiendo los miembros estar separados de la Cabeza, si nosotros no hemos de resucitar, tam¬poco Jesucristo ha resucitado; y si Jesucristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. San Pablo hace, pues, de la verdad de nuestra incorporación en Nuestro Señor la base del edificio religioso, el apoyo de nuestra fe, la prenda de nuestra esperanza.
§ 9. Conclusiones de la doctrina expuesta: 1. la jerarquía de funciones en el Cuerpo Místico. San Pablo, en la epístola a los Efesios, en la que explica la incorporación en Jesucristo, saca dos conclusiones im¬portantísimas. La primera es que no podemos tener todos el mismo oficio y por consiguiente la misma repartición de gracias. ¿Cuál es el origen, la causa de esas diferentes vocaciones, de esa distribución desigual de gracias? Advierte Santo Tomás, la causa primera de la diversidad viene de Dios, el cual da diferentemente los dones de su gracia, a fin de que de esta diversidad de grados nazca la belleza de la Iglesia; de la misma manera que, en la naturaleza, ha esta¬blecido diversos grados en la perfección de los se¬res, para que el todo sea perfecto.
§ 10. Conclusiones: 2. obrar de una manera digna del cuerpo cuyos miembros somos. La segunda conclusión que saca San Pablo es que, por ser miembros de Jesu¬cristo, debemos mostrarnos dignos del cuerpo cu¬yas partes somos. ¿No sa¬béis que vuestros cuerpos son los miembros de Jesucristo?.

Capítulo V: NUESTRA DIVINIZACIÓN ES LA OBRA PROPIA DEL CORAZÓN DE JESÚS
§ 1. Nuestra deificación es un hecho comprobado e indubitable. La fe nos injerta en Cristo, tallo de Dios; el bautismo nos comunica su savia, los sacramentos nos bañan con su rocío, la palabra divina nos envía su luz, la gracia nos mece con su brisa, la Iglesia nos cul¬tiva con sus manos.
§ 2. ¿Somos hechos partícipes de la divina naturaleza por el Corazón de Jesús? Nuestra divinización es, pues, un hecho compro¬bado e indubitable. Preguntémonos si el cristiano puede tener el consuelo de decir que su deificación es obra del Corazón de Jesús; si tiene derecho a decir del Corazón de Jesús lo que San Pedro aplica simplemente a Jesucristo: «Por Él hemos sido hechos participantes de la naturaleza di¬vina»
§ 3. ¿Quién es Jesucristo? «Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos». Pues todos saben que, en la persona del Divino Salvador, hay dos naturalezas, y que, Dios como su Padre, por su naturaleza divina, es, por la humana, hombre como nosotros. Pero, si todos saben esto, no todos lo entienden igualmente. La humanidad de Jesucristo es absolutamente de la misma naturaleza que la nuestra; porque nos dice San Pablo: «al hacerse nuestro hermano, se hizo semejante a nosotros en todas las cosas, excepto el pecado». Su naturaleza humana es como la nuestra, compuesta de alma y cuerpo unidos substancialmente; en Él, como en nosotros, el alma vivifica el cuerpo, lo mueve, lo gobierna con una perfecta libertad. La persona del Verbo de Dios diviniza esta natura¬leza humana, no obrando en ella, sino comunicán¬dola su propia substancia. Jesucristo-Hombre es Dios, porque su humani¬dad subsiste divinamente; pero sus potencias hu¬manas son tan libres en sus acciones, como si fuera simplemente hombre.
§ 4. ¿Por cuál de sus dos naturalezas nos salvó Jesucristo? Las dos contribuyeron a esta obra, aunque de diferente manera. Tres condiciones eran necesarias para asegurar nuestra salvación: que nuestras faltas fueran ex¬piadas, que se nos obtuviera la gracia y que la gracia fuera derramada en nuestras almas. La hu¬manidad del Salvador cumplió las tres condiciones: como hombre expió nuestras faltas; como hombre nos mereció y comunicó la gracia; pero a cada una de estas tres condiciones la divinidad une el precio infinito, sin el cual hubieran sido absolutamente ineficaces. «Su humanidad nos santifica, dice Santo Tomás, pero ella recibe de la divinidad la virtud de obrar nuestra santificación». Los Santos Doctores explican en ese sentido el nombre de Cristo, que el Hijo de Dios quiso tomar al mismo tiempo que el de Jesús. Este se refiere más especialmente a la primera condición de nues¬tra salvación, a la expiación de nuestras faltas; el nombre de Cristo tiene una relación más directa con la tercera condición, es decir, con la santificación de nuestras almas. En efecto, Cristo significa ungido; el aceite de la unción es el símbolo de la gracia del Espíritu Santo. § 6.¿En qué sentido se atribuye nuestra santificación al Corazón de Jesús? Sabemos muy bien que el Corazón de Jesús, por su unión con la divinidad, posee la virtud de santificarnos; así que no excluímos de esta obra la divinidad de Jesucristo, pero nuestro pensamiento se va directamente a su humanidad.
§ 7. ¿Por qué decir «Corazón de Jesús», y no «Jesucristo»? A este Divino Nombre, que les representa la persona entera, gustan de añadir el apelativo especial de Corazón, con el fin de fijar mejor sus pensamientos. Jesucristo es el Salvador misericordioso, pero también el Dios Altísimo, el Señor todopoderoso, el Juez terrible. Cuando digo el Corazón de Jesús, veo al Salvador, si es posible, más cerca de mí; miro en El la manera con que quiere unirse a mí y cómo me invita a unirme a Él. Descubro en Él el principio inmediato de mi santificación.
§ 8. El Corazón de Jesús principio inmediato de mi santificación. El Hombre-Dios tenía, como nosotros, movimientos naturales y necesarios, y actos libres. ¿Por cuál de esas potencias ha sido nuestro Salvador? ¿Nos ha rescatado necesaria o libremente? ¿Obra aún nuestra santificación necesaria o li¬bremente? El Corazón de Jesús es, en verdad, el hogar de la vida divina; el centro del mundo sobrenatural; y dado que el mundo natural no haya sido creado y no exista sino con miras al orden divino, el Corazón de Jesús, principio de todos los movimientos y de toda la armonía de este orden, es en un sentido muy verdadero el centro de la creación.
§ 9. Plan de la segunda y tercera parte. Podremos mostrar a las almas cristianas que el Corazón de Jesús es la fuente de la vida divina que circula en nuestras venas; que lo es por la Encarnación, por la Redención, por la gracia, por los sacramentos, por la justificación, por el mérito, por la gracia actual; en una palabra, por todos los medios divinos que, como otros tantos canales, nos comunican la vida divina y nos deifican. Creemos que ningún estudio es más apto que éste para hacernos considerar en su verdadero pun¬to de vista la devoción al Corazón de Jesús, hacer¬nos barruntar su incomparable excelencia y saborear su inefable dulzura.