domingo, 21 de junio de 2015

La Esperanza escatológica en la Teología de la Historia

1. La Apostasía, la quiebra del principio de autoridad y la manifestación del anticristo.

San Agustín, en la Ciudad de Dios expone una serie de acontecimientos que sabemos ciertamente, por la fe, que han de ocurrir: el juicio de Dios, la resurrección de los muertos o la conversión de Israel.

¿En qué orden ocurrirán estos acontecimientos?. El obispo de Hipona dice que, en la medida que se acerquen estos tiempos, se podrá ver con más claridad lo que él ahora sólo puede conjeturar. De civitate Dei, XX, nº5.

Lo primero que ha de venir es la apostasía. Antes otro de los signos del advenimiento del Señor, signo profetizado ya en tiempo de los apóstoles, es que se dará testimonio del Evangelio a todas las naciones. Después vendrá la apostasía.

Paulo VI habló en las Naciones Unidas, a título privado, como invitado, dijo: Hoy se cumplen las palabras del Evangelio: Anunciaréis el Evangelio a todas las naciones”. Y profesó la divinidad de Cristo ante aquella audiencia.

¿Qué es la apostasía? En latín, aversio, apostatare, es un volver la espalda con desprecio y odio a alguien, despreciando su mensaje.

Un signo previo a la manifestación del hombre del pecado es la apostasía. Primero se tiene que manifestar la apostasía que prepare el advenimiento de este hombre de pecado. San Pablo agrega que ya está obrando el misterio de la anomia, en latín, iniquidad, de la anormalidad, del desajuste, pero que es reprimido por algo que lo detiene.

Cuando eso que detiene la acción del misterio de la iniquidad, del desajuste, del desorden, de la falta de “nomos” (ley), sea removido, entonces se podrá manifestar el Anticristo, al que san Pablo llama “anomos”, el inicuo, el hombre sin ley ni orden.

El hombre de iniquidad, que la tradición cristiana llama el Anticristo, obrará con el poder de Santanás, con signos y prodigios engañosos “-así se afirma en el Evangelio-, para seducir a los que perecen por no haber abierto su corazón al amor de la verdad, para ser salvos.

Evangelio de San Juan, cuando Cristo habla a los fariseos:

“Yo he venido en nombre de mi Padre y no me habéis recibido. Vendrá otro que hablará en nombre de sí mismo, y a éste lo oiréis”.

El padre Orlandis decía: “Se ha dado la difusión del Evangelio en el mundo en forma simultánea con la apostasía y también hemos asistido a la eclosión del misterio de desorden, de desajuste, que era refrenado por un obstáculo que lo detenía y que, al ser removido, permitiría que se manifestase. Este obstáculo que detenía al misterio de la iniquidad, según todos los antiguos escritores eclesiásticos y como indicaba san Jerónimo en el Comentario a Daniel, era el Imperio romano.


2.- Los signos de los últimos tiempos, la tentación universal, la autoadoración del hombre y la consumación del imperio mundial persecutorio del Anticristo.

El padre Orlandis decía en 1945:

«Uno de los acontecimientos revelados como futuro en la Sagrada Escritura es la aparición, a su tiempo, del llamado hombre del pecado, del Anticristo, supremo perseguidor de la Iglesia. En los tiempos de fe más viva preocupaba hondamente este hecho profetizado. Ahora casi ha desaparecido del cuadro de las preocupaciones humanas».

El Catecismo de la Iglesia Católica contiene afirmaciones muy importantes referidas al tema que nos ocupa.

«El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado con gran poder y gloria con el advenimiento del Rey a la Tierra».

Más adelante dice el Catecismo:

«Antes del advenimiento de Cristo la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la Tierra desvelará el misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad (volver las espaldas, abandonar a Dios). La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en el que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne».

Sigue afirmando el Catecismo:

«La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su Muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente» (Catecismo, n° 677).

Continúa el Catecismo:

«... no en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final, después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa» (Catecismo, n° 677).

Según el Catecismo, y según los Papas, estamos en la época en que se va preparando esta rebelión.

«Estamos en la hora de la tentación -decía Karol Wojtyla ante Pablo VI-, que ha de tentar a todos los habitantes de la Tierra, como no la ha habido antes nunca ni la habrá después».

Si esta tentación lleva a la última lucha del hombre contra Dios y a la victoria de Dios trayendo la consumación del Reino, no hay nada que esperar en la historia más que la perversión. Estaríamos ante el fin de la propia historia.

Para centrar el tema conviene leer un texto de san Agustín:

«La Iglesia universal del Dios verdadero confiesa y profesa que Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos. A eso nosotros lo llamamos último día del Juicio, es decir, el último tiempo. Es incierto cuántos días durará este Juicio, pues nadie que haya leído siquiera someramente las Escrituras ignora que en ellas se acostumbra a emplear la palabra día para significar tiempo».

Hemos planteado este preámbulo porque, si estamos diciendo que vivimos en la época del Anticristo, parece que estamos afirmando el fin del mundo, en el sentido de su acabamiento. Y parece que no cabría esperar ninguna plenitud consumada del Reino de la que habla el Catecismo. los Papas confirman lo que decía el padre Orlandis: que el hecho de que no se hable de esto hoy en día, quiere decir que estamos en esta época.

San Pío X, en la Supremi apostolatus, de 4 de octubre de 1903:

«Nos espantaba sobre todo la condición más triste en que se encuentra actualmente el género humano. A nadie pasa desapercibido que la sociedad humana está atacada en nuestros días más que en otra época ninguna por una enfermedad gravísima y profunda. Esta enfermedad se agrava de día en día y ataca la sociedad en lo más íntimo y la arrastra a la ruina. Ya entendéis cuál es esta enfermedad: el abandono de Dios y la apostasía». (…)

Pío XI, en la Divini Redemptoris, lo decía hablando del comunismo:

«Eran los principios de los dolores, aquello que dice el Evangelio: «todavía no es, pero son los principios del alumbramiento» -una especie de exordio para los males que están anunciados para los últimos tiempos-, y de que el hijo de la perdición de que habla el apóstol se encuentra ya entre nosotros. Tan grande se nos muestra la audacia y el furor con que por todas partes se ataca la piedad religiosa, se contradice a los documentos de la verdad revelada, o se intenta suprimir y borrar todo rastro de relación del hombre con Dios. En cambio -y ésta es una de las notas que el mismo apóstol atribuye al Anticristo-, el mismo hombre con temeridad inaudita invade el lugar de Dios elevándose sobre todo lo que lleva el nombre de Dios hasta el extremo de que, incapaz de extinguir del todo en sí mismo el conocimiento de Dios, rechaza su majestad y se dedica a sí mismo en este mundo como en un templo en que debe ser adorado, sentado en el templo de Dios, como si fuese Dios» Encíclica Divini Redemptoris, de 19 de marzo de 1937, A.A.S. n° 29, p. 4 y ss.

Notabilísimo es lo que dice Pío XII en su primera Encíclica Summi Pontificatus. Después de afirmar que en el Evangelio se narra que en el momento de la muerte de Cristo las tinieblas llenaron la Tierra, dice:

«Vemos en esto un símbolo de lo que ocurre siempre que la incredulidad ciega y orgullosa excluye a Jesucristo de la vida moderna, especialmente de la vida pública; y con Cristo sacude también la idea de Dios. Así caen en desuso los criterios morales. El tan ponderado laicismo de la sociedad que hace progresos cada vez más dramáticos al sustraer al hombre, a la familia y al Estado al influjo benéfico y regenerador de la idea de Dios y de la enseñanza de la Iglesia. Muchos, al alejarse de Cristo, proclamaban la separación como una liberación de la servidumbre, hablaban de progreso cuando retrocedían...» Encíclica Summi Pontificatus, de 20 d octubre de 1939.

Estas palabras son proféticas, clarividentes y muy importantes. En nuestros tiempos se suele llamar progreso a muchas cosas que son absolutamente regresivas en madurez humana.

Cuando Paulo VI afirmó que la Iglesia había sido invadida por el humo de Satanás suscitó un escándalo. Paulo VI no citó el Apocalipsis, aunque lo que dijo está profetizado allí. La escandalosa afirmación sobre «el humo de Satanás», la dijo Paulo VI en plena época del triunfo marxista. Si nos movemos en la perspectiva de la fe, no nos sorprenderá el que en el Catecismo se hable del Anticristo y de la tentación universal.

Signos de los tiempos: ¿En qué orden ocurrirán estos acontecimientos?.

1.- El testimonio del Evangelio a todas las naciones - Paulo VI en las Naciones Unidas Hoy se cumplen las palabras del Evangelio: Anunciaréis el Evangelio a todas las naciones
2.- La apostasía, puede que simultáneo con lo anterior, según el P. Orlandis S.J.:
3.- El misterio de anomia, de iniquidad. Desaparición de todo principio unitario en el mundo. Hay una anarquía en el orden político, en lo pedagógico, en lo teológico, en lo pastoral, en lo jurídico canónico, en lo familiar, en la vida escolar y en todas las dimensiones de la sociedad
4.- La remoción del obstáculo: el principio de autoridad y del derecho. ¿El imperio romano?
5.- El Anticristo obrará con el poder de Santanás, con signos y prodigios engañosos para seducir a los que perecen por no haber abierto su corazón al amor de la verdad, para ser salvos.
6.- La gran tribulación. Si después es el fin del mundo con la consumación del reino ¿no hay nada que esperar en la historia más que la perversión?
7.- La conversión de Israel por el reconocimiento de que Cristo es el Mesías
8.- El establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel


3.- LA ESPERANZA ESCATOLÓGICA DE LA RENOVACIÓN DE TODAS LAS COSAS EN CRISTO EN LA TEOLOGÍA DE LA HISTORIA

En Signo de contradicción p. 33 dice Karol Wojtyla:

«Nos encontramos hoy en los umbrales de una nueva escatología». Más adelante añade: «El Concilio Vaticano II ha dedicado un capítulo especial de la Constitución sobre la Iglesia a la escatología, pero no se trata solamente de la escatología del hombre que constituye el tema de nuestros tratados De novissimis; el Concilio habla de la índole escatológica de la Iglesia peregrinante y de su unión con la Iglesia celestial. Esta escatología de la Iglesia es, por tanto, sui generis» (p. 195-197).

En la escatología conciliar de la Iglesia y del mundo predomina la verdad de la renovación de todas las cosas en Cristo p. 196, cf. Eph. 1,10. Es el texto en que se dice que «Dios se propuso el designio de realizar, en la dispensación de la plenitud de los tiempos, la restauración, la recapitulación de todas las cosas en Cristo, las celestes y las terrenas».
«... los nuevos cielos y nueva Tierra, anticipada en el Misterio pascual de Jesucristo. Es esta verdad sobre el carácter de la Iglesia la que prepara al mundo a la renovación iniciada en Cristo» pp. 195-197.;

y recapitula Karol Wojtyla, resumiendo el pensamiento del concilio Vaticano II en la Lumen Gentium:

«Con la Encarnación del Verbo eterno, el mundo y la humanidad llevan en sí el germen de la plenitud de los tiempos. Esta es la concepción esencial de la escatología conciliar».

Estos temas los encontramos en el Catecismo, en sus números 671 al 677. Veamos algunos de estos textos:

«El reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado con gran poder y gloria con el Advenimiento del Reino a la Tierra... por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: Ven, Señor Jesús» (Catecismo, n° 671).

«Cristo afirmó, antes de su Ascensión, que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel» (Catecismo, n° 672).

No dijo (como se suele afirmar) que aquella pregunta era una ilusión mundana o algo que los discípulos nunca habían entendido o que no tendría lugar, sino que no era cosa de ellos saber los tiempos y los momentos que Dios dispuso en su Providencia. En los Evangelios sinópticos se dice que cuando sucedan estas cosas hay que levantar las cabezas porque se acerca nuestra salvación. Cuando sucedan estas cosas aún no es el fin de los tiempos, sino el principio de los dolores, tal y como afirma san Justino. Hay, entonces, unos criterios para conocer los signos de los tiempos.

Y continúa el Catecismo:

«Cristo afirmó, antes de su Ascensión, que no había llegado la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel que, según los profetas -cita Is. 9,1-11-, debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia del amor y de la paz (Catecismo, n°672).

Este texto, «lo esperado por Israel, que había de traer..., según los profetas», tiene gran importancia puesto que los judíos decían: «había de traer y no lo ha traído, luego Jesús de Nazaret no es el Mesías anunciado». Éste es el argumento de la polémica judía tradicional contra los cristianos.

En el texto, tan bello, del profeta Isaías, se dice:

«He aquí mi siervo a quien yo sostengo... He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones» (Is. 42,1 y ss.).

Este orden de justicia, amor y paz es lo que la fiesta de Cristo Rey proclama del Reino de Cristo: «Reino de justicia, de amor y de paz». Pío XI afirmaba que esta fiesta anticipaba el gozo de aquel día en que el mundo entero encontrará la paz de Cristo en el Reino de Cristo, en el amor del Corazón de Jesús.

En el número 674 del Catecismo se dice:

«La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia, se vincula al reconocimiento del Mesías por todo Israel». A continuación cita el sermón de san Pedro relatado en los Hechos 3,19-21: «Arrepentíos y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas».

Y, citando a san Pablo, el Catecismo prosigue:

«Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿Que será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos? (Rom. 11,15). La entrada de «la plenitud de los judíos» en la salvación mesiánica, a continuación de «la plenitud de los gentiles», hará al pueblo de Dios «llegar a la plenitud de Cristo» en la cual «Dios será todo en nosotros (I Cor. 15, 28)» (Catecismo, n° 674).

«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes» (Catecismo, n° 675), haciendo alusión a los textos evangélicos que dicen: «Será tan terrible la tribulación como no la hubo nunca antes ni la volverá a haber después (cf. Lc 18, 8; Mt 24,12)».
Luego cuando se dice que «todos los tiempos son iguales», «siempre ha habido muchos problemas», «no hay que asustarse, no pasa nada, las cosas se arreglan solas», nos encontramos con un lenguaje que no es bíblico, sino que es una visión empirista y humanista de la historia.

«La persecución que acompaña a su peregrinación en la Tierra desvelará el Misterio de iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad» (Catecismo, n° 675).

«Esta impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudomesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne» (Catecismo, n° 675).

El Catecismo afirma una cosa muy importante: que el Reino no se realizará por un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente. Muchos cristianos hoy en día dicen que: «vamos progresando, madurando en la conciencia, por fin llegamos a un cristianismo adulto sin opresiones, sin alienaciones».

Circulan incluso ideas en ciertos ambientes filosóficos y eclesiales de que lo esencial del cristianismo es haber librado a los hombres de la religión (!). «La religión era cosa de los fariseos, pero no es cosa de los cristianos». Para afirmar esto habría que eliminar todos los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento en que a Dios se le llama Señor. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis no hay ningún libro que lo sostenga.

No se puede predicar el Evangelio de Cristo si no se afirma al Dios creador, soberano del mundo, del que ha nacido eternamente el Hijo, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, el Hijo consustancial al Padre que se ha hecho por nosotros hombre y que está sentado a la derecha del Padre. Esta es la fe cristiana. No se puede ser cristiano si no se es teísta bíblico del Antiguo Testamento, si no se cree todo lo que Dios reveló a Noé, a Moisés y a todos los reyes de Israel.

Estos textos que hemos leído en el Catecismo nos sitúan en la siguiente temática: los judíos, desde hace siglos, cuando polemizaban con los cristianos, les decían: «No se han cumplido las profecías mesiánicas». Algunos apologistas cristianos les replicaban: «Se cumplirán en el Segundo advenimiento». Otros apologistas decían: «Se están cumpliendo en la Iglesia cristiana, pero en un sentido distinto del que vosotros interpretáis, en un sentido espiritualizado». Pero siempre quedaba la cuestión de que la paz del mundo no es nada carnal, es algo que sólo se puede dar por la irradiación de la gracia de Dios en el mundo, sucede en la Tierra pero no es nada terrena. La paz es paz de Dios porque el mundo no puede dar la paz. Cristo, en cambio, sí puede darla al mundo si lo renueva con su gracia.

La teología del Reino de Cristo consumado en la Tie­rra, que profesaban el Padre Orlandis y el Padre Rovira, estaba en continuidad con las interpretaciones que, so­bre los oráculos proféticos y sobre el Apocalipsis, fue­ron predominantes —aunque no universalmente gene­ralizadas, como demostró el Padre Rovira— durante los cuatro primeros siglos de la Iglesia.

Posteriormente, esta doctrina fue abandonada e in­cluso combatida por una mayoría de autores, aunque es patente que se continuó enseñando siempre por algunos, y que no se alcanzó nunca la unanimidad en su rechazo.

Frecuentemente entendemos que el Juicio Final es un instante y olvidamos que san Agustín habla del «Día del Señor». El día del Juicio del Señor no sabemos cuánto puede durar: puede ser un tiempo determinado o una época. Entendemos también que, según muchísimos autores, juzgar a los vivos y a los muertos tiene un doble significado: por un lado un significado de tipo moral, que es juzgar a los buenos, los vivos; y a los malos, los muertos; por otro, un significado más literal e histórico, que es juzgar a los hombres, viadores en el mundo, y también a los muertos, cuando mueren, en el juicio particular y en el fin de todos los tiempos. Por ello, no sabemos si el día del Juicio será un día o, según otra interpretación, mil años o cualquier otra cifra. Entonces, si comprendemos que juzgar a los vivos y a los muertos es juzgar a los viadores y a los difuntos, tal vez nos será más fácil entender lo que dice el Catecismo.

En la obra del padre Rovira encontraremos alguna clave para entender mejor el Catecismo. Muchos piensan que en el Segundo Advenimiento se cumplirá lo que las profecías anunciaban a Israel; esto es, lo que san Justino decía que había otros que no lo creían. Cornelio a Lapide, que sabe que existe esta posición de referir al Segundo Advenimiento el cumplimiento de las profecías, lo guarda como un último argumento para los judíos. Si los judíos no creen los argumentos cristianos, entonces hay que decirles que esto se cumplirá a la letra, con Israel reunido en el Segundo Advenimiento, porque está claro que los profetas han anunciado el Segundo Advenimiento.

Termino poniendo todo lo dicho bajo la protección de san José, con el texto misterioso con el que termina la Carta apostólica Redemptoris custos, de 15 de agosto de 1989, en el centenario de la Encíclica de León XIII sobre san José. En él dice Juan Pablo II: «El varón justo que llevaba consigo el patrimonio de la Antigua Alianza, el hijo de David, el heredero de la dinastía mesiánica, ha sido también puesto en el inicio de la Nueva y eterna Alianza en Cristo». La liturgia actual dice que a san José se le confiaron los primeros misterios de nuestra salvación. Es el texto que cita Karo Wojtyla resumiendo el pensamiento del Concilio Vaticano II: «La Iglesia y el mundo, por haberse el Verbo de Dios hecho carne, lleva en sí el germen de la plenitud de los tiempos, de la restauración en Cristo de todas las cosas, no sólo las celestes sino también las terrestres». La carne y el Reino de este mundo, hecho por Dios, y el siglo, que ha sido creado también por Cristo, todo esto fue instaurado, recapitulado, en el nuevo Adán, el Hijo de Dios, como indica san Ireneo.

«Para que Dios sea glorificado en todas las cosas».

La mayor parte de lo reflejado en esta entrada está en el libro “Mundo histórico y Reino de Cristo” de D. Francisco Canals Vidal. Escribe el resto de tu post aquí.

lunes, 15 de junio de 2015

La Esperanza escatológica en la Teología de la Historia

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