domingo, 29 de noviembre de 2015

LEÓN XIII, EL LLAMAMIENTO UNIVERSAL A LA UNIDAD

El Pontificado de León XIII «Lumen in coelo», iniciado el 20 de febrero de 1878 no se comprende bien sin tener en cuenta la esperanza de la unidad de todos los hombres en Cristo.

Pudo celebrar tres jubileos: el sacerdotal (50 años de su primera mesa), episcopal (50 años de su ordenación episcopal) y pontifical (25 años su elección de Papa).

El P. Igartua S.J. observa cómo en el magnífico elenco de documentos que escribió este Papa aparece de forma constante la esperanza de la unidad de todo el género humano en Cristo, repite la promesa de Cristo de que habrá un solo rebaño y un solo pastor. Recoge muchos textos en encíclicas, alocuciones y discursos, pero aquí solo pondremos unos cuantos. El que quiera leer todos puede hacerlo en el texto original de su obra “El Mundo será de Cristo”.

El 20 de junio de 1894 el Papa dirige la Epístola apostólica «Praeclara gratulationis».

«Favorezca nuestros deseos y votos Dios, que es rico en misericordia, en cuya potestad están los tiempos y los instantes, y apresure benignísimamente el cumplimiento de aquella divina promesa de Jesucristo: se hará un solo rebaño y un solo pastor».

Encíclica «Christi nomen» (1894):

«Llamando e incitando a las naciones de todo el mundo a la unidad de la fe cristiana: deseando, como cumbre de Nuestros deseos, que por fin se apresure por Nuestro medio el tiempo prometido por Dios en que se hará un solo rebaño y un solo pastor».

El Papa el 19 de marzo 1895 la Carta Apostólica «Pervenuti all'anno». Traza el cuadro de la separación de la sociedad civil de la Iglesia, principalmente a partir de la Reforma, y la guerra organizada contra la Iglesia; proclama que la solución está en la vuelta al Cristianismo en la vida social y aún más concretamente la vuelta a Roma y a su Vicario en la tierra, centro de unidad de la Iglesia.

«Nos, por nuestra parte, no dejaremos, oh Venerables Hermanos, de buscar que se apresure el día de las misericordias de Dios, cooperando animosa­mente, como es Nuestro deber, a la defensa e incremento de su Reino sobre la tierra... de modo que se apresure el triunfo de la verdad y de la justicia, y sonrían a la familia humana días mejores de tranquilidad y paz».

La esperanza leoniana de un triunfo de la Iglesia

El 21 de abril 1878 publica su primera Encíclica «Inescrutabili Dei consilio». Es un breve resumen de su posición pontifical ante la apostasía cristiana de la sociedad. Traza un cuadro de la triste situación mundial, con crisis internacionales, sociales y familiares e individuales, hasta el suicidio. Frente a ellas recuerda la continua y saludable acción de la Iglesia y del Pontificado Romano. Y volviéndose a «los Príncipes y Jefes de Estado de los pueblos».

confiamos firmemente que, colaborando Vosotros, el género humano, amonestado con tantos males y calamidades, buscará por fin en la sumisión a la Iglesia, en el infatigable magisterio de esta Cátedra Apostólica, la salud y la prosperidad» .

En 1890 hallamos una oración indulgenciada a la Virgen María, en la que se pide por medio de la In­maculada Virgen:

«Apresurad con la potencia de vuestras súplicas el día que verá a todas las naciones reunidas en tomo al supremo Pastor».

Esta firme esperanza de León XIII, heredada de Pío IX, confirmada por el Espíritu de Dios en su corazón, mantenida hasta su muerte como algo incon­movible, es el fundamento de lo que ha podido llamarse «el optimismo de León XIII».

Un solo rebaño y un solo pastor

En la Praeclara la esperanza  de León XIII se cifraba en el cumplimiento de la profecía de Cristo en el Evangelio: Se hará un solo rebaño y un solo pastor.

Las dos Encíclicas de final de siglo, la Satis cognitum, sobre la unidad de la Iglesia, y la del Espíritu Santo Divinum illud, presididas por este anhelo del solo rebaño y pastor.

La Satis Cognitum recuerda que «una parte no pequeña de los cuidados del Pontífice se vuelve hacia el esfuerzo por atraer de nuevo a los desviados al rebaño, puesto bajo la potestad del Sumo Pastor de las almas, Jesucristo», (…). Ante ellos el Pontífice repite como propias las palabras de Cristo: Tengo otras ovejas, que son de nuevo, ya los cristianos separados, ya los no corrompidos en el mundo por la impiedad, los creyentes al menos en Dios creador.

La Divinum illud contiene la afirmación: «es voluntad determi­nada o ciertísima de Cristo que los apartados de la Iglesia, ya por la fe ya por la sumisión, se hallen simultáneamente en un único rebaño bajo un solo Pastor».

Al final del siglo hallaremos el recuerdo del único rebaño y pastor en la consagración mundial al Sagrado Corazón, otra de las cumbres de la actuación leoniana.


León XIII y las Iglesias Orientales separadas

La acción de León XIII en favor del Oriente, comienza en 1879 y terminada en 1902. Los documentos conocidos sobre el Oriente suman por lo menos 240.

En 1880 publica la Encíclica «Grande munus» sobre los Santos Cirilo y Metodio. Esta Encíclica iniciaba la acción leoniana en favor de la reunión de los Eslavos, por la que el Pontífice ha podido ser llamado «Papa eslávico».

El Congreso Eucarístico de Jerusalén se celebró del 15 al 20 de mayo 1893 y ha sido estimado como el suceso más sensacional del pontificado en relación a las Iglesias de Oriente.

«Os dirigís a Tierra Santa para celebrar, en el mismo lugar de su Institución, el Sacramento del Amor, que es por excelencia el Sacramento de la Unidad. Este Congreso de Jeru­salén servirá para los cristianos separados de muda pero elocuente invitación a unirse con vosotros en la fe, esperanza y caridad. Con este pensamiento hemos nombrado un Delegado para presidir en Nuestro nombre vuestra reunión».

La Iglesia separada de Inglaterra

A los quince días de haber ascendido al trono pontificio León XIII firmó la Bula de restablecimiento de la Jerarquía católica en Escocia.

El 12 de mayo de 1879 aparece Newman entre los nuevos Cardenales Diáconos y queda adscrito a la labor de Propaganda y de Ritos particularmente.

En 1894 en la Encíclica Praeclara se hace la llamada de la unidad a los Protestantes de todas las ramas y pueblos. En la Epístola Apostólica «Ad Anglos»

«Testigo Nos es Dios de cuan encendida esperanza fomentamos de poder ayudar algo con Nuestras fuerzas al supremo negocio de la unidad cristiana en Inglaterra, y damos gracias a Dios conservador de la vida, que Nos ha concedido llegar a esta edad en buena salud para procurarlo».

Jesucristo y su Corazón como apoyo de la esperanza

He aquí estas palabras de una alocución dirigida al Apostolado de la Oración en 1893:

«La devoción del Sagrado Corazón puede hoy decirse característica de la Iglesia, arca de su salvación, arras de su futuro triunfo, en la cual se resu­men todas Nuestras esperanzas de un porvenir más alegre».

En la Encíclica Praeclara, en 1894, nos parece necesario recordar el sublime acto de esperanza colocado en Jesucristo:
«Pero Nos colocamos toda Nuestra esperanza y ab­soluta confianza en el Salvador del género humano, Jesucristo, recordando bien qué cosas tan grandes se realizaron en otro tiempo por la necedad de la predicación de la Cruz, quedando confusa y estupefacta la sabiduría de este mundo» (T. 920).

En 1897 escribía León XIII su Encíclica sobre el Espíritu Santo «Divinum illud», en la cual confía al Divino Espíritu la realización de sus planes sobre la unidad de fe en el mundo.

«Hemos dirigido Nuestro Pontificado a... procurar la reconciliación de aquellos que están apartados de la Iglesia católica sea por la fe sea por la sumisión: siendo como es voluntad determinada (o ciertísima) de Cristo que todos éstos se hallen simultáneamente en un único rebaño bajo un solo Pastor. Ahora que vemos ya llegar el día de la muerte, Nos sentimos movidos a encomendar los trabajos de Nuestro Apostolado, lo poco o mucho que hasta ahora hemos logrado, al Espíritu Santo, que es Amor vivificante, para que los lleve a madurez y fecundidad» (T. 245).

La Superiora de la Congregación del Buen Pastor de Oporto, Sor María del Divino Corazón (Droste zu Vischering en el siglo), escribe desde su lecho de enferma por dos veces al Pontífice manifestándole los deseos del Sagrado Cora­zón de que le consagre el mundo entero.

«Quizás parecerá extraño que pida Nuestro Señor la consagración de todo el mundo, y no se contente con la de la Iglesia católica (advirtamos que ésta ya la hizo Pío IX en 1875); pero su deseo de reinar y ser amado y glorifica­do y abrasar en su amor y en su misericordia todos los corazones es tan ar­diente que quiere que Vuestra Santidad le ofrezca los corazones de todos aquellos que por el santo bautismo le pertenecen, para facilitarles la vuelta a la verdadera Iglesia, y los corazones de aquellos que no han recibido aún por el bautismo la vida espiritual... para apresurar de ese modo su nacimien­to espiritual».

La Encíclica Annum Sacrum, publicada el 25 de mayo de 1899, anunciaba la consagración del mundo al Sagrado Corazón para el día 11 de junio, fiesta dedi­cada a El aquel año. En cuanto a la legitimidad de la consagración mundial:

«Esta consagración, que a todos recomendamos, a todos aprovechará. Por­que una vez realizada, aquellos en quienes hay conocimiento y amor de Je­sucristo, fácilmente sentirán crecer su fe y su amor. Los que, conociendo a Cristo, desatienden, sin embargo, los preceptos de su ley, podrán tomar del Sagrado Corazón la llama de la caridad. Y por fin, para los más dignos de compasión de todos, los que se debaten en la ciega superstición, pediremos todos con un mismo sentimiento, que Jesucristo, así como ya los tiene so­metidos según la potestad, así los someta por fin (aliquando) según la ejecu­ción de la potestad, y no solamente en el siglo venidero, cuando cumplirá su voluntad en todos, salvando a unos y castigando a otros (Santo Tomás), sino también en esta vida mortal comunicando la fe y la santidad, virtudes con las que puedan honrar a Dios, como es justo, y tender a la felicidad eterna del cielo» (T. 545 a).

La Encíclica expresa la esperanza universal del Papa puesta en Jesucristo y su Corazón Divino:

«Entonces, finalmente, podrán curarse tantas heridas, entonces reverdecerá todo derecho con la esperanza de la antigua autoridad, y serán restablecidos los honores de la paz y caerán las espadas y las armas de las manos, cuando todos recibirán de buen grado el imperio de Cristo y le obedecerán y toda lengua proclamará que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Pa­dre* (T. 546).

El 11 de junio, en la Capilla Paolina del Palacio Apostólico, León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús. La fórmula utilizada y prescrita para el mundo entero decía así en su parte relacionada con la esperanza:

«Sé Rey, Señor, y no sólo de los fieles, que en ningún tiempo se aparta­ron de Ti, sino también de los pródigos que te abandonaron: haz que éstos vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria.

Rey de aquellos a quienes o el error de las creencias tiene engañados, o la discordia separados, y llámalos de nuevo al puerto de la verdad y de la unidad de la fe, para que en breve se haga un solo rebaño y un solo pastor.

Sé Rey, finalmente, de todos aquellos que se hallan en la vieja supersti­ción de las naciones y no rechaces el sacarlos de las tinieblas a la luz y al Reino de Dios.

Otorga, Señor, a  tu Iglesia segura libertad con incolumidad; otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón, por el cual nos ha venido la salvación: a El la gloria y el honor por los siglos. Amén-» (T. 547).

Pide al Señor la entrada en la Iglesia (Sé Rey de...) de los pueblos cristianos separados formando un solo rebaño y un solo pastor; pide al Señor la entrada en la Iglesia de los pueblos y naciones no cristianos y alejados de la luz. Y al final, pide la paz y libertad de la Iglesia, la paz universal de las naciones y, en una palabra, la unidad en la fe del mundo entero: «del uno al otro polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón, por el cual nos ha venido la salvación».

En esta fórmula no parecían caber los pueblos que creen en el Dios verdadero pero no son cristianos, como los judíos y los musulmanes.

En diciembre de 1899, por el Breve Cum sicut, el Pontífice concede indulgencias especiales a una oración compuesta por un sacerdote de la Congregación descalza de la Pasión. Se pide a los Sagrados Corazones de Jesús y de María la conversión de los hebreos y los turcos, descendientes de «Isaac y de Ismael»:

«¡Oh dulce Corazón de María, decid a Jesús aquello que nosotros ni sabemos ni podemos decirle, y El os escuchará... Y si para vencer la resis­tencia de aquellos por quienes os rogamos, es necesario un milagro, oh Virgen Inmaculada, os lo pedimos por el inmenso amor que tenéis a Jesús! ¡Ah, sí, dignaos apareceros a los hebreos y a los turcos, como ya os aparecisteis a Ratisbona, y a una señal de vuestra diestra ellos, como él, quedarán conver­tidos!... ¡Oh, venga, venga pronto tal día en que la Sacrosanta Trinidad reine por medio de Vos en todos los corazones y todos conozcan, amen y adoren en Espíritu y Verdad al Fruto bendito de vuestro seno! Amén»

La Virgen María, Auxiliadora del Pueblo cristiano

El 8 de diciembre de 1879 celebró el 25 aniversario de la definición dogmática de Pío IX sobre la Inmaculada Concepción, que tan grandes esperanzas había despertado en el pueblo cristiano.

León XIII dijo, recordando aquellas dulces espe­ranzas de la definición:

«Han transcurrido ya veinticinco años desde que Nuestro glorioso pre­decesor Pío IX, de feliz memoria, a quien la Providencia había reservado la dicha de añadir a la corona de la Virgen una espléndida joya y de asociar sus glorias a las de Ella, promulgaba al mundo católico, reverente y gozoso, el decreto dogmático de la Inmaculada Concepción de María. (…)

«El pensamiento del poder de María contra el demonio y su descenden­cia lleva los ánimos a la confianza en Aquélla que, fuerte con el poder de su divino Hijo, extinguió todas las herejías y fue en los más difíciles aconte­cimientos el escudo y auxilio siempre presente de los cristianos. Este pensa­miento infunde en los pechos la certeza de que también esta vez la victoria final será de María... Apresurad vosotros con vuestras oraciones el suspirado momento en el que toda la familia humana se alegre nuevamente con el be­neficio señaladísimo de la Redención de Cristo; apresurad el suspirado mo­mento en que por la intercesión de la gran Madre de Dios, calmadas las tem­pestades, vuelvan a resplandecer sobre la Iglesia días de paz, de prosperidad y de gloria».

En 1891 comienza la continua serie de Encíclicas anuales sobre el Rosario, que son uno de los más peculiares testimonios leonianos de la esperanza y piedad hacia María.

La Carta Apostólica «Parta humano generin de 1901, con ocasión de la consagración de la Basílica de Lourdes dedicada al Rosario, declarará el consuelo del Papa al ver florecido el Rosario sobre la Iglesia, como resultado de su constante labor en promoverlo, y seguirá recomendando esta oración promovida por Santo Domingo para mantener la fe en el pueblo cristiano, con la meditación de los misterios, la cual alcanzará que la Virgen «apresure la vuelta de la sociedad en la vida privada y pública, a Jesucristo».

En Lourdes aquel mismo año el 11 de febrero, al dirigirse después de la Misa solemne el Obispo con todos los fieles a la gruta en procesión, hallaron con sorpresa de todos una rosa florecida en el rosal del nicho de la gruta, donde la Virgen había puesto sus pies. Parecía la res­puesta sonriente de la Virgen a la petición de Peyramale, el párroco de Bernardeta: «Di a la Señora que, si quiere que yo crea, haga florecer como señal el rosal del nicho», pareciéndole esto imposible en febrero. Pero la niña, después de trasladar el ruego del párroco a la Virgen, había traído la res­puesta: «Cuando le he dicho que haga florecer el rosal, ha sonreído, pero Ella quiere la Iglesia». Ahora estaba allí la gran Basílica que aquel año se iba a con­sagrar y la Virgen ahora hacía florecer el rosal.

El 26 de mayo de 1903, León XIII, por la Carta «Da molte» creaba la especial Comisión Cardenalicia para dirigir la celebración del año cincuentenario de la Inmaculada en 1904.

El sucesor de Pío IX y de su cruz

Según los lemas, en cierto modo aplicados ya clásicamente a estos dos Papas, Pío IX soportaba la «Crux de cruce», y León XIII refulgía como «Lumen in coelo».

El 13 de julio de 1881, en el traslado de los restos mortales del venerado Pío IX a la Basílica de San Lorenzo. León XIII sufrió este terrible impacto y tuvo que pronunciar una solemne y dolorosa Alocución.

El 9 de junio de 1889 fue inaugurado con sacrílegas fiestas en el Campo dei Fiori romano el monumento a Giordano Bruno, hereje panteísta y materialista, acompañándolo las sectas y revolucionarios de manifestaciones contra el Papa, aun con el sacrílego acto de llevar banderas con la imagen de Satanás. Otra Alocución solemne del Pontífice hubo de alzarse para protestar de la injuria.

El 2 de octubre de 1891 un incidente de unos peregrinos franceses en el Panteón de Roma. León XIII dirigió después una carta al Obispo de los peregrinos.

Finalmente, el 7 de agosto de 1892, un homenaje en el centenario del gran descubrimiento de América, organizado por los católicos de Roma a Cristóbal Colón, dio origen a nuevos y orgiásticos desmanes de las turbas, con gritos contra el Pontificado por las calles.

No puede extrañar que, en este ambiente, el Pontífice, viendo la sociedad infectada por el virus revolucionario, hubiera ordenado en 1890 oficialmente en la Iglesia las fórmulas de los Exorcismos a Satanás para impedir su acción en el mundo.. Escribe el resto de tu post aquí.

sábado, 21 de noviembre de 2015

León XIII, el llamamiento universal a la unidad

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