domingo, 14 de febrero de 2016

PIÓ XI, EL PONTIFICE DE CRISTO REY (I)

El 6 de febrero de 1922 era elegido Pontífice el Cardenal de Milán, Mons. Aquiles Ratti, con el nombre pontifical de Pío XI. Fue la voz de la esperanza del Reino de Cristo en un mundo aún alejado de El.

1.- La paz de Cristo en el Reino de Cristo

De los dos lemas se sus predecesores hizo el suyo:

«(…) Y deseamos que Nuestra obra sea tal cual la que realizaron en favor del orbe católico Nuestros dos próximos Antece­sores: de los cuales uno (Pío X) trabajó por «instaurar todas las cosas en Cristo», el otro no cesó de persuadir a los hombres «la paz cristiana».
«Los propósitos de ambos en el Pontificado, queremos Nos de tal manera reducirlos a uno, que sea como Nuestro lema: la paz de Cristo en el Reino de Cristo (Pax Christi in Regno Christi)».

En su primera Encíclica «Ubi arcano» del 23 de diciembre, expone qué es la paz y cómo solamente la paz de Cristo es la paz de verdadero nombre.

«Sigúese, por tanto, que no puede existir paz verdadera, es decir, la anhe­lada paz de Cristo, en ninguna manera, si la doctrina, preceptos, ejemplos de Cristo no son guardados fielmente por todos en su forma de vida privada y pública...
«De lo dicho queda claro que no existe paz de Cristo sino en el Reino de Cristo (…) Nos, buscando junta­mente lo que ambos Predecesores Nuestros se propusieron, trataremos con el máximo empeño de buscar «la paz de Cristo en el Reino de Cristo».

En la Encíclica «Quas primas», Pío XI vuelve a recordar su lema:

«Dijimos también que no habría esperanza cierta de paz permanente entre los hombres mientras los individuos y las naciones negasen y rehusasen el imperio de nuestro Salvador. Y así como advertimos que se ha de buscar la paz de Cristo en el Reino de Cristo, así dijimos que lo procuraríamos en cuanto Nos fuese posible».

En la Encíclica «Divini Redemptoris» (1937) contra el peligro del comunismo ateo:

«(…)  «Esperamos, esperamos, espe­ramos siempre en la Paz de Cristo en el Reino de Cristo».


2.- La esperanza de la  Paz de Cristo: Un solo rebaño y un solo Pastor

a) La esperanza de un solo rebaño y pastor en toda la tierra

En la conmemoración del centenario de Propaganda Fide:

«Esta audiencia Nos ha hecho volver a los comienzos en el Cenáculo de nuestra fe. Hemos visto, en una amplia y bellísima muestra, la verificación de aquel deseo que Dios mismo inspiraba: Alabe al Señor toda lengua».

La Alocución a los Cardenales, en el primer Consistorio, el 11 de diciembre 1922:

«Este principado de la caridad, del que hablamos, es consecuencia del principado de dignidad y de gobierno; y el mismo existe en el Pontí­fice Romano por la conciencia misma de la paternidad universal, la cual viene de Dios, por quien existe toda paternidad en el cielo y en la tierra, y ha sido comunicada por Jesucristo al Pontífice en Pedro con estas pala­bras: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas; palabras que se refie­ren a todos, que o ya están en el rebaño o son destinados a el, hasta que se haga un solo rebaño y un solo pastor, (donec fiat unum ovile et unus pastor)».

La Encíclica Ubi arcano propone el programa y lema de acción de Pío XI, «La Paz de Cristo en el Reino de Cristo».:
«Cuando Nos miramos en derredor, desde este como observatorio y ata­laya de la Sede Apostólica, Venerables Hermanos, se Nos presentan todavía muchos en número excesivo, los cuales o ignorando totalmente a Cristo (los no cristianos: penitus Christum ignorantes) o no conservando su íntegra y pura doctrina (los separados de Occidente, protestantes: non eius integram germanamque doctrinam retinentes) o no conservando la unidad prescrita (los separados de Oriente: praescriptamve unitatem) no son aún de este re­dil, al cual sin embargo son destinados por Dios».

El texto prosigue, y llega a la mención literal de la profética afirmación de Jesús:

«Y su Vicario no puede menos de recibir con plena alegría, repitiéndola en su memoria, aquella profecía del mismo Cristo: Y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor» (T. 264).

Pero todavía la afirmación de certeza de la esperanza va a afirmarse más:

«Y hágalo Dios así, que, como lo pedimos con deseos y oraciones unánimes Nos con Vosotros, Venerables Hermanos, y con vuestros grupos de fieles respectivos, veamos, cuanto antes, comprobada por el anhelado suceso, esta suavísima y cierta profecía del divino Corazón».

Tal vez no haya ningún otro Pontífice que lo haya repetido tantas veces. Vamos a mostrar estos diversos pasajes, en los cuales se califica a la afirmación de Jesús expresamente de profecía, funda­mento de la esperanza del Pontífice:

a)      Alocución a los Orientales de Roma (6 diciembre 1923): « (…) que se realice la unidad del rebaño bajo un solo pastor. Aspiración de su Corazón, y al mismo tiempo profecía, puesto que en realidad El dijo: fiet, es cosa que sucederá, habrá un solo rebaño y un solo pastor»
b)      Alocución en Consistorio semipúblico ante el patriarca greco-melquita (21 junio 1928). «Invocando el deseo y profecía juntamente del Salvador: se hará un solo rebaño y un solo pasto.
c)      Alocución a la asociación de policías de Londres (7 octubre 1927): « (…)  auspicio de aquel día¡y quiera Dios que venga pronto!en el cual el divino Pastor pueda ver realizada su profecía: Se hará un solo rebaño y un solo pastor».
d)      Alocución al Instituto Pontificio Oriental (25 abril 1929): «El Santo Padre (…) espera para la realización de aquella divina unidad de las almas en el único rebaño, que es suspiro y promesa del supremo Pastor divino».
e)       Alocución en la lectura del Decreto de martirio de los BB. Fisher y Moro (10 febrero de 1935) - « (…) se realice en la medida más amplia y en el tiempo más breve posible la divina plegaria, plegaria que es también profe­cía (…) que se haga un solo rebaño y un solo pastor».

b)    Pío XI y la esperanza de retorno de los separados de Oriente

Hay hasta 26 testimonios de Pío XI en relación con el Oriente sepa­rado y con la esperanza de su retorno a la casa del Padre.

Destacan por su importancia las dos Encíclicas Ecclesiam Dei, sobre San Josafat, de 1923, y «Rerum Orientaliumn, de 1928, sobre los estudios orientales. El texto más característico pueda ser el 25 de la serie, donde pide que los pueblos de Oriente «reconozcan sinceramente el imperio dulce y universal de Cristo». Es también característica la frase del n.° 23: «Las porciones desprendidas de una roca aurífera son también ellas aurí­feras».    

c)   Pío XI y Rusia: los disidentes y los ateos

En el interés del Pontífice Romano por los pueblos del Oriente, los pueblos Es­lavos ocupan un lugar singular.

La acción de Pío XI en favor del pueblo ruso se abre con un acto de caridad. La indulgencia concedida a la jaculatoria «Salvador del mundo, salva a Rusia».

El encargo hecho a la Orden Benedictina de crear un monasterio de rito oriental, va dirigido de modo especial al pensamiento de Rusia disidente:
«¿Qué podríamos desear Nos más vivamente que ver a todos los cristianos, haciendo cesar su anta­gonismo hereditario, restablecer entre ellos la perfecta unidad de la Iglesia católica, para no formar más que un solo rebaño y un solo pastor? Este deseo lo dirigimos con un especial amor al inmenso pueblo de Rusia».

La Constitución Apostólica «Quam cúrame del 15 de agosto de 1929 instituye jurídicamente un Seminario de sacerdotes para Rusia, cuya primera piedra fue puesta en 1928 en el monte Esquilino, junto a Santa María la Mayor.

«No hay ninguna esperanza humana de que las cosas religiosas mejoren en Rusia. Pero, puesto que Nuestra fe Nos enseña a creer en la esperanza contra esperanza (Rom., 4, 18), porque no hay cosa imposible para Dios (Lc. I, 37),...»; y por esto decide crear el Seminario de sacerdotes para Rusia, para cuando llegue «el tiempo de la misericordia».

Este Seminario Ruso o Russicum es puesto en el mismo documento institu­cional bajo la especial protección de Santa Teresa del Niño Jesús, cuyo nombre llevará.

Por esta misma razón quiso indul­genciar en este mismo año de 1929 una oración a la Santa en favor del pueblo ruso, donde le pide los bienes espirituales abundantes para el gran pueblo a fin de que, «vuelto espontáneamente al único redil, que el Corazón amante de Cristo resucitado confió por entero a San Pedro y a sus Sucesores, guste por fin la alegría de glorificar en la comunión de la Santa Iglesia Católica al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

El año 1930, por el Motu Proprio del 6 de abril «Inde ab inito Pontificatu», disponía que la Comisión Pontificia pro Rusia, ya existente, fuese separada de la Congregación de asuntos Orientales y funcionase independientemente, por el aumento de preocupaciones creadas por los asuntos rusos, ya en su nación ya fuera de ella.

El Jubileo del Centenario de la Redención celebrado en 1933, fue extendido al mundo entero en 1934 por la Constitución Apostólica del 2 de abril «Quod superiore anno». En ella Pío XI, a la vista de los enormes crímenes y sacrilegios contra Dios de los ateos militantes, cuyo triste grito «Sin Dios y contra Dios» es conmemorado, dispone que durante el año jubilar se haga reparación por estos pecados, para alcanzar misericordia de Dios para Rusia, y establece un acto en la Basílica Vaticana con dicho fin. Ya en 1930 había establecido la celebración de una Misa en la Basílica aquel 19 de marzo para reparar estos mismos pecados, que comenzaban a entristecer profundamente su alma, con la Carta «Ci conmuovono» del 2 de febrero, además de la reparación con el fin de «la salvación de tantas almas puestas en tan duras y difíciles pruebas, el alivio de Nuestro ama­dísimo pueblo ruso, y para que individuos y pueblos eslavos vuelvan cuanto antes al único rebaño del único Salvador y Libertador, Nuestro Señor Jesucristo».

Llegado a 1937, en el ocaso de su ardiente energía, saca nuevas fuerzas a la vista del inmenso peligro que se cierne sobre el mundo y condena enérgica­mente el comunismo ruso con la célebre Encíclica «Divini Redemptoris», del 19 de marzo1937.

«Nos, levantados a lo alto los ojos, fortalecidos por la fuerza de la fe, parece como que vemos los nuevos cielos y nueva tierra, de que habla Nuestro primer Predecesor San Pedro (2 Pedr., 3, 13). Y mientras se des­vanecen las cosas que prometen para esta vida mortal los mentirosos pre­goneros del error, después de haber dado lugar a tantos crímenes y dolores, resuena en cierto modo muy alegremente desde el cielo lo que el divino Redentor profetizó en el Apocalipsis: He aquí que hago nuevas todas las cosas».. Escribe el resto de tu post aquí.

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