domingo, 24 de enero de 2016

BENEDICTO XV, VICARIO DEL PRINCIPE DE LA PAZ

Del Pontificado de san Pío X comentamos muy brevemente dos documentos magisteriales relacionados con el Modernismo: El Decreto Lamentabili y la Encíclica Pascendi dominici gregis.

Decreto Lamentabili


En el Decreto Lamentabili del 3 de julio de 2007: se condenaron 65 proposiciones.

De todas ellas, nos fijamos en las que se refieren a la interpretación de la Escritura y a la divinidad de Jesucristo.

 Proposiciones sobre la Sagrada Escritura


Autor e inspiración de los libros sagrados

Son las proposiciones 9-10-11-y 12. En resumen: Los modernistas niegan que Dios sea el autor de la Sagrada Escritura; niegan la Inspiración divina en la formación y redacción de los libros Sagrados; Niegan la inerrancia de la Sagrada Escritura; niegan que exista el orden sobrenatural.

Sobre los evangelios

Son las proposiciones 13-14-15-16-17-18 y 19. En resumen: los modernistas niegan que las parábolas en los evangelios fueran verdaderas enseñanzas de Jesucristo; que las narraciones evangélicas fueran verdaderas; que los evangelios reflejen verdaderamente a Jesucristo; que el Evangelio de San Juan sea historia; los milagros fueran como quedaron escritos en el evangelio de San Juan; que San Juan fuera testigo de Jesucristo.

Proposiciones sobre la divinidad de Jesucristo


Son las proposiciones: 27-28-29-30-31-32-33-34-35-36-37-y-38. En resumen: Los modernistas afirman que los evangelios no muestran la divinidad de Jesucristo; que Jesucristo no quiso enseñar que era el Mesías; que hay diferencia entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe; que en los evangelios el título Hijo de Dios es para decir que era el Mesías, pero no que verdadero y natural Hijo de Dios; que Jesucristo no tuvo siempre conciencia de su dignidad mesiánica; que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico; que la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica, sino paulina.

 

Encíclica: “Pascendi dominici gregis”


Fue escrita por San Pío X, fue publicada el  8 de Septiembre 1907 y trata sobre las doctrinas modernistas.

Gravedad de los errores modernistas

1. (…). hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
        
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre. (…)

38. (…) cuando tratamos del modernismo, no hablamos de doctrinas vagas y sin ningún vínculo de unión entre sí, sino como de un cuerpo definido y compacto, en el cual si se admite una cosa de él, se siguen las demás por necesaria consecuencia. Por eso hemos procedido de un modo casi didáctico, sin rehusar algunas veces los vocablos bárbaros de que usan los modernistas.

Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión. Por ello les aplauden tanto los racionalistas; y entre éstos, los más sinceros y los más libres reconocen que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y más eficaces auxiliares.



BENEDICTO XV, VICARIO DEL PRINCIPE DE LA PAZ

La paz, ese divino don

«Ubi primurm, mensaje  del  8  setiembre  1914. «No podemos menos de recoger la última voz del inmortal y santo Pío X, con que expresó su amor al género humano». Y suplicaba a los regidores de los pueblos, responsa­bles últimos de la guerra y de la paz, que hiciesen cesar las mortales desavenen­cias.

En la primera Encíclica «Ad Beatissimi» del 1 de noviembre, decía:

«Ciertamente, parece que han llegado aquellos días de los que anunció Cristo: Oiréis que hay guerras y rumores de batallas... Porque se levantará una nación contra otra y un reino contra otro (Mt., 24, 6, 7)».

La dramática visión de la sociedad que presenta Benedicto XV, hace pareja con la que vimos en Pío X, quien estimaba haber suficientes motivos para pensar que «el hombre de pecado» se hallase ya en la tierra.

El Mensaje del 1 de agosto de 1917 a los Jefes de Estado de las naciones en guerra, proponiendo puntos concretos de armisticio y paz. Su voz no fue escuchada, su voz de «padre y de amigo», como había dicho en su primera Encíclica, pero al fin Dios concedió la paz, y su mensaje del 1 de diciembre de 1918 acogió la suspirada paz.

Para Benedicto XV la guerra era un castigo enviado por Dios a los hombres por sus graves culpas y a la sociedad por su apostasía cristiana. El primer mensaje consideraba a la guerra «castigo y azote de la ira de Dios» por los pecados de los pueblos. La Alocución del 22 de enero de 1915, como castigo divino por el olvido de Dios. Y de nuevo el discurso a la Nobleza romana del 5 de enero de 1917, como castigo de los pecados hu­manos.

Terminada ya la guerra, la Encíclica «Pacem Dei munus», del 23 de mayo de 1920, proclamaba que la paz es un don divino que huye de los pueblos que se apartan de Dios y que sólo vuelve cuando ellos vuelven hacia el Señor.

Añadíase otro segundo y terrible efecto devastador de la guerra en la paz, y era el hambre abatida sobre poblaciones enteras destruidas y la inmensa mul­titud de la infancia centro-europea sometida a la inanición.

Esperanza de la unidad, paz perfecta

Benedicto XV tuvo ocasión de mostrar su espíritu pene­trado también de la esperanza de la unidad religiosa de los hombres como sus predecesores.

En primer lugar, miró a la unidad con las Iglesias de Oriente y las otras separadas, para recomponer el único rebaño del único pastor. Pero también, y de manera bien expresa, hizo oir la voz de la unidad universal de los hombres.

a) La unidad de las Iglesias separadas

En 1916, por el Breve «Cum Catholicae» del 15 de abril, propuso a la Iglesia la oración para lograr la unidad de las Iglesias separadas de Oriente.

Texto de la oración «Oh Señor, que habéis unido a las di­versas naciones en la confesión de vuestro Nombre, os rogamos por los pueblos cristianos del Oriente. Recordando el lugar eminente que han tenido en vuestra Iglesia, os suplicamos que les inspiréis el deseo de volverlo a ocupar, para formar con nosotros un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor...» (T. 260).

En 1917 realiza un doble paso práctico para el trabajo con el Oriente: la fundación de la Congregación para las Iglesias de Oriente (Motu proprio, «Dei Providentis» del 1 de mayo) y la del Instituto Pontificio Oriental (Motu Proprio «Orientis catholici» del 15 de octubre).

El año 1920 ve dos Encíclicas de Benedicto XV dedicadas a dos Santos Doctores de gran importancia, el uno que eligió el Oriente para vivir (San Jerónimo), el otro, una de las más puras glorias de aquellas regiones (San Efrén).

En ambas Encíclicas, la jeronimiana «Spiritus Paraclitus», del 15 de setiembre, y la eframita «Principi Apostolorum», del 5 de octubre, hallamos un pasaje en que se declara la esperanza de la llegada del gran día de la unidad.

Encíclica «Spiritus Paraclitus» de San Jerónimo, 15 de setiembre de 1920: «(…)  Ayude en ello San Jerónimo a la Iglesia de Dios, a la cual tanto amó y defendió enérgicamente de cualquier ataque de los adversarios. Y alcance con su patrocinio que, arregladas las rupturas según los deseos de Jesucristo, se haga un solo rebaño y un solo pastor(T. 261).

Encíclica «Principi Apostolorum» de San Efrén, 5 de octubre de 1920: «(…)  Ojalá que amanezca cuanto antes aquel día felicí­simo en que se hallarán en los ánimos de todos las palabras de la verdad evangélica, «que han sido dadas por un solo pastor, a través de la asamblea de los maestros» (Eccl., 12, 11)» (T. 574).

b)   La unidad de todos los hombres

La primera Encíclica «Ad beatissimi» de Benedicto XV, el 1 de noviembre de 1914, presenta ya la visión universal de la esperanza sobre el mundo en guerra dividida.

«(…) Nos, considerando como dichas a Nuestra Persona aquellas mismas palabras que Nuestro Señor Jesucristo dijera a Pedro: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas, dirigimos enseguida una mirada llena de la más encendida caridad al rebaño que se confiaba a Nuestro cuidado; rebaño verdaderamente innumerable, como que por una u otra razón, abraza a todos los hombres. Porque todos sin excepción fueron librados de la esclavitud del pecado por Jesucristo, que derramó su sangre por la redención de los mismos, sin que haya uno siquiera que sea excluido del beneficio de esta redención» (T 257, nota 134).

Esta convicción de la paternidad universal en el rebaño de Cristo, que fue la que movió a León XIII en su Encíclica Annum sacrum a verificar la consagración del género humano en su integridad, como ordenado por la redención todo él a la Iglesia, es heredada aquí por Benedicto XV..

«Ni hay ninguno que quede excluido de los beneficios de esta redención. Y así el Pastor divino tiene al género humano en parte ya encerrado feliz­mente en el redil de la Iglesia, y afirma amantísimamente que forzará a entrar a la otra parte: Y tenga otras ovejas que no son de este redil; y las tengo que traer, y oirán mi voz» (T. 254-257).

En el discurso pronunciado por Benedicto XV sobre la devoción del Corazón de Jesús en la lectura y aprobación, el 6 de enero de 1918, de los milagros para la cano­nización de la B. Margarita M. Alacoque, mensajera de esta devoción:

«Se argumenta del alba la venida del mediodía, y Nos, que en la práctica llena de auspicios de la consagración de las familias al Sagrado Corazón, saludamos el alba de aquel deseadísimo mediodía en el cual la soberanía de Jesucristo será reconocida por todos, Nos repetimos con alegría confiada la palabra de Pablo: ¡El ha de reinar!-» (T. 571 a).

Afirmación memorable de la esperanza universal, digna de ser emparejada con el texto cumbre de Pío XI diez años más tarde, que recoge esta misma afirmación de esperanza en la Encíclica «Miserentissimus Redemptor» (T. 598).

Cuando instituimos la fiesta de Cristo Rey, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey

El 19 de marzo de ese mismo año, Benedicto XV «expresó el deseo evangélico de que se haga un solo rebaño y un solo pastor, implorando la protección de San José, cuya fiesta era, sobre el Oriente y el Occidentes.

Regina Pacis

La carta «Era Nostro proposito», dirigida al Cardenal Vanutelli, el 25 de mayo de 1915, tiene este significativo recuerdo al «Corazón Inmaculado y Doloroso» de la Intercesora de la Paz:

«La hora que atravesamos es dolorosa, el momento es terrible, pero levantemos los corazones. Alcemos más frecuentes y fervorosas nuestras ple­garias a Aquel en cuyas manos están las suertes de las naciones. Volvámonos todos con confianza al Corazón Doloroso e Inmaculado de María, dulcísima Madre de Jesús y nuestra, para que Ella, con su poderosa intercesión, ob­tenga de su Hijo que cese pronto el azote de la guerra».

El conmovedor discurso del Papa a los Cardenales, en la Navidad de 1915:

«Ella es la aurora pacis rutilans entre las tinieblas del mundo sacudido; Ella es la que no demora su intercesión con su Hijo por la paz, aunque no haya llegado todavía su hora... (…) Cuando el hombre ha endurecido su corazón... la fe y la historia nos presentan como iónico refugio a la Omnipotencia suplicante, a la Medianera de todas las gracias, a María, y entonces, con confianza se­gura, decimos: Regina pacis, ora pro nobis».

El siguiente año 1916 nos ofrece de nuevo el 28 de mayo un discurso del Pontífice, en el cual manifiesta «el común sentir de que la Virgen dolorosa será la que ponga fin a la horrible catástrofe de la guerra».

La Carta dirigida al Cardenal Gasparri, Secretario de Estado, el 5 de mayo, pidiendo oraciones del pueblo cristiano y en especial de los niños inocentes al Corazón de Jesús por medio de María, cuya invocación Regina pacis quedaba ya como permanente en las Letanías Lauretanas. Y en ese mismo año crucial de 1917, el 14 de setiembre, en una carta al Pro­vincial de los Dominicos de Lombardía, el Pontífice declaraba así su esperanza en la Virgen del Rosario:

«Todas las plegarías que se alzan a Dios abren mi corazón a la esperanza de que el Señor no quiera ya retrasar el alegrarnos con la suspirada paz. Pero cuando sé que se hacen plegarias por la intercesión de la Santísima Señora del Rosario, crece por mil mi esperanza, porque mi corazón se inflama con el recuerdo de las muchas y solemnes ocasiones en que la Virgen del Rosario ha sido ministro de paz».

Hemos puesto ante los ojos del lector a un Pontífice que en la hora difícil del mundo para obtener la paz:

Þ      pone por intercesor especial el Corazón Inmaculado y Doloroso de María
Þ      cree que Ella tiene el encargo de poner fin a la guerra mundial,
Þ      pone por intercesores a los niños especialmente ante la Virgen, y espera que
          reciban del cielo un mensaje de esperanza y salvación,
Þ      declara que tiene su especial confianza en la Virgen del Rosario, y manda
       invocarla como Regina pacis;

¿Podrá extrañarnos que el cielo respondiera a esta conmovedora esperanza y que el 13 de mayo de ese mismo año crucial de 1917, el Corazón Inmaculado y Doloroso de María se apareciera en Fátima a tres niños para confiarles un mensaje de esperanza, declarase que a Ella le había sido reservado el poner fin al conflicto con su poder, ya que sólo Ella podía ayudar, anunciase el fin próximo de la guerra y se proclamase el 13 de octubre como Nuestra Señora del Rosario?

La inspiración de Dios había movido el corazón de su Pontífice y el cielo escuchaba la oración movida por el propio Espíritu.í. Escribe el resto de tu post aquí.

domingo, 10 de enero de 2016

"Benedicto XV, Vicario del Príncipe de la paz"

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