domingo, 15 de marzo de 2015

“Las esperanzas de la Iglesia según el P. Igartua S.J.”

EIntroducción: en qué consiste la obra del P. Igartua S.J. – El P. Orlandis S.J. y el P. Igartua S.J. continuadores del P. Ramière S.J. – El P. Ramière S.J. precedente de la vocación sobre la esperanza del P. Igartua S.J. – La esperanza ecuménica: qué es; concepto de esperanza; sentido del término ecuménico; los grupos de la esperanza ecuménica; objeto de la esperanza ecuménica; límites y concreción de la esperanza ecuménica; dificultades del tema; esquema de la obra; división de la obra.

Introducción


Esta obra es la publicación de la tesis doctoral (25 años) es muy voluminosa, cerca de 1500 páginas en papel Biblia y con un tamaño de letra que cuesta leer. Esperanza es la palabra que mejor define el contenido del volumen. La esperanza del triunfo del reino de Cristo y de la obra de Dios sobre el mundo.

El P. Orlandis S.J.y el P.Igartua S.J., continuadores del P.Ramière S.J.


Se trata de la vocación apostólica que recibieron de propagar la devoción al Corazón de Jesús, según el carisma de Paray le Monial, como remedio de los males que aquejan a la sociedad y el convencimiento de que por este medio se establecerá el Reino de Cristo no solo sobre los individuos, sino también sobre las familias y las naciones.

Más allá de lo teológicamente opinable o discutible, como dijo el P. Orlandis en la fiesta de Cristo Rey del 25 de octu­bre de 1942, tuvieron los tres la cer­teza de que «Jesucristo centra en la devoción al Sagrado Corazón el remedio del mundo actual, y que como consecuencia del triunfo de esta devoción ha de venir la época profetizada de paz y prosperidad en la Iglesia, coincidente con el Reinado Social de Jesucris­to».

 

El P. Ramiére, precedente de la vocación apostólica del P. Igartua

En la conferencia que pronunció en Oña con motivo del centenario del Apostolado de la Oración, confiesa el P. Igartua que se fija en dos obras del  P. Ramiére: «El Apostolado de la Oración» y «las Esperanzas de la Iglesia».

Del libro las esperanzas de la Iglesia del P. Ramière, recuerda que en su estudio considera las profecías de los Santos y cita la profecía de Santa Hildegardis, aprobada por San Bernardo, por Eugenio IV, y el Concilio de Tréveris:

«A medida que el temor de Dios pierda su imperio, las guerras serán más frecuentes y más crueles: una multitud perecerá por la espada y un gran número de ciudades serán destruidas. Pero cuando, en fin, los hombres hayan sido pacificados por tantas tribula­ciones, volverán a la práctica de las leyes de la Iglesia. Entonces se verá la justicia y la paz establecidas por tan sabias leyes, que los pueblos, llenos de admiración, confesarán que nada semejante se había visto hasta entonces. Esta paz que el mundo gozará antes de la segunda venida del Hijo de Dios, figurada por la que precedió a la primera, será mucho más completa que ella... Los judíos se juntarán a los cristianos y confe­sarán con gozo la venida del Mesías, a quien ahora no conocen. Habrá grandes profetas y hombres podero­sos... Se prohibirá el uso de las armas, y el hierro no se empleará más que en el cultivo de la tierra y el provecho de la sociedad..., y los ángeles... tendrán un trato más familiar con los hombres...».

¿Mas cuándo será esto? Da un paso más el P. Ra­miére y hace ver que, según las palabras del Divino Salvador a Santa Gertrudis y a Santa Margarita, la revelación  de su  Corazón  es  el medio  escogido  por Dios para calentar el mundo envejecido y para renovar la sociedad. Se habla por cierto en Paray de nueva Redención, y el Salvador promete a Santa Margarita reinar a pesar de todos sus enemigos.


La Esperanza Ecuménica de la Iglesia


Qué se entiende por esperanza ecuménica


En la obra el P. Igartua S.J. entiende por esperanza ecuménica de la Iglesia a la esperanza mostrada por la Iglesia (a través de manifestaciones de su magisterio eclesial) acerca del futuro de la unidad religiosa de la fe en el mundo.

El estudio no se centra en la unidad religiosa de fe, puesto que en este caso no se podría hablar de espe­ranza de aquello que desde el mismo comienzo ya es poseído.

El tema elegido versa más propiamente acerca de la nota de catolicidad. La Iglesia es católica, es decir, universal: y nos preguntamos acerca de la esperanza que la Iglesia tiene y muestra de que su catolicidad llegue a determinadas concrecio­nes, que tratamos de investigar.

Concepto teológico de la esperanza de la Iglesia


La esperanza es una virtud infusa sobrenatural que se halla, como hábito sobrenatural, en el alma del hombre que la posee y establece en él una tensión hacia el futuro prometido por Dios de modo revelado. Es teologal por tener como objeto propio al mismo Dios.

Las virtudes teologales fe, esperanza y caridad son generalmente consideradas como virtudes simplemente del in­dividuo, potencias o actos de su nueva vida sobrenatural infu­sa. Sin embargo, no es nueva la expresión técnica ordinaria que habla de la fe de la Iglesia.

Se puede hablar de una esperanza de la Iglesia, la cual será la comunidad de hábitos o actos de esperanza indi­viduales de los miembros del «Cuerpo místico de Cristo», que es la Iglesia, en cuanto animados por un mismo espíritu; y por una semejante trasposición al objeto, se hablará también de la esperanza de la Iglesia, designando con esta expresión al objeto hacia el que tiende aquella esperanza de la comunidad.

Santo Tomás en su Suma Teológica, asignando, en su tratado sobre las pasiones humanas, la esperanza al apetito irascible y no al concupiscible, aunque presupone el deseo del bien, cuando éste es futuro, difícil y posible.

 

Sentido del término «ecuménico»


«El ecumenismo católico, en su sentido más general, es el trabajo ordenado y sostenido por Dios de la reconciliación de todos los hom­bres con Dios a través de su incorporación a la unidad del Cuerpo místico de Cristo, y que procede, en cuanto a su dirección efectiva, desde el centro, que es la Sede de Pedro, hasta los límites del mundo»

«El ecumenismo católico, en su sentido especial o particular, es el trabajo ordenado y sostenido por Dios  de la reconciliación, que tiene por objeto la vuelta de los disidentes bautizados a la unidad del Cuerpo místico de Cristo, la cual comprende su aceptación de la fe y la co­munión con la Sede de Pedro y la Iglesia católica en todo el mundo»

Los grupos de esperanza ecuménica


El. Igartua divide la esperanza ecu­ménica en dos grupos principales, conforme a los dos sentidos indicados del adjetivo «ecuménico»: la unidad de los cristianos y la unidad cristiana de todos los hombres del mun­do. Y establece cuatro grupos de esperanza ecuménica:

a)   Esperanza de renovación de la Iglesia (ecuménico = católico).
b)   Esperanza de unidad con Oriente separado (ecuménico = unidad de Iglesia con Oriente).
c)   Esperanza de unidad de todos los cristianos (ecuménico = unidad de cristianos).
d)   Esperanza de unidad de todos los hombres (ecuménico = universal, mundial).

Objeto de la esperanza ecuménica


El objeto de la esperanza ecuménica, en su alcance máximo, es, según lo establece, la unidad religiosa de todos los hombres de la tierra en una sola Iglesia.

Límites, carácter y concreción del objeto de la esperanza ecuménica


a) Límite de la naturaleza humana. Hay testimonios del Magisterio que han afirmado la esperan­za ecuménica, poniéndole como límite objetivo el de la imposible absoluta plenitud, por el pecado original.

b) Límite del estado militante de la Iglesia en la tierra. El segundo motivo de limitación del objeto de la esperanza ecuménica de la Iglesia está en las for­mulaciones evangélicas, que hablan de un estado de combate contra sus enemigos del infierno y de la tierra mientras perma­nece aquí abajo.

c) Límite de la unidad de la Iglesia católica. Este límite se refiere al ecumenismo cristiano. Hay que evitar un falso irenismo. Entonces habla de la opinión de los que buscan la unidad de la Iglesia como si ésta no existiese ya desde que el Señor la fundó.

d) Límite del error milenarista. La exposición del P. Igartua S.J. no puede confundirse con ningún tipo de milenarismo que fue rechazado desde antiguo por la Iglesia, a pesar de haber sido seguido por muchos varones eclesiásticos como dice san Jerónimo.

Lo que la Iglesia rechaza con el término milenarista se encuentra en el decreto del Santo Oficio sobre el tema, en 1944, que rechaza como doctrina poco segura el milenarismo llamado mitigado, y le atribuye como nota fundamental en toda hipótesis la de una presencia visible de Cristo reinando en esta tierra antes del juicio final.

Las dificultades del tema


El P. Igartua S.J. opinaba que las dificultades que siempre se oponían a esta verdad del reino universal de Cristo sobre la tierra, concebido como plenitud moral de la expansión católica en el mundo, provenían, o de no entender el alcance de su formulación, o de encontrar inválidos los argumentos que lo apoyaban.

La no inteligencia de su alcance conducía fácilmente a estimar tal afirmación y doctrina peligrosa, o resabiada de algún milenarismo. El P. Ramiére S.J. tuvo que defenderse de tal acusación, invalidada claramente, y contradicha por la aprobación prestada a su libro por la suprema autoridad de Pío IX.

Enrique Ramiére, en el siglo XIX, para proponer como tesis la esperanza de un triunfo de la Iglesia en el mundo, antes del segundo advenimiento, comenzó por estu­diar las leyes teológicas de la Providencia en el gobierno del mundo; después estudió las tendencias de la sociedad actual para descubrir en ellas la acción divina en la marcha de la so­ciedad; y, finalmente, presentó las divinas revelaciones con una interpretación más o menos probable, pero nunca defini­tiva, y las revelaciones privadas, siempre incapaces de funda­mentar una esperanza propiamente eclesial.

El mérito del P. Ramière consistió en que teniendo a la vista un único documento eclesial obre la es­peranza ecuménica, el de la bula Ineffabilis, de Pío IX, elaboró una tesis probatoria de la realidad de tal esperanza.

A la vista de estas dificultades probatorias el P. Igartua S.J. y para tener seguridad del resultado de su investigación considera dos fuentes de investigación: la divina revelación de la Escritura y los documentos eclesiales. A un siglo de distancia de Ramière S.J., su método le dio un magnífico resultado.

Una vez determinada la existencia en la Iglesia actual de dicha esperanza ecuménica, y fijado en lo po­sible su contenido, ha de aparecemos con evidencia, por los mismos documentos y a su luz, que fundamentan su esperan­za en la divina revelación; estimamos éste el momento opor­tuno para acudir a discernirla, sosteniendo sobre ella la luz de la esperanza eclesial ya descubierta. Así, la Iglesia viva aporta la luz de la Tradición inviolable sobre la Escritura.

Esquema de la obra


La obra lleva como subtítulo el de Un rebaño y un Pastor debido a que le parece una de las mejores formulaciones plásticas de tal esperanza ecuménica y puesta en boca de Nuestro Señor Jesucristo.

Al subtítulo se añade el epígrafe «Textos y estudio», que manifiesta la metodología seguida en la realización del trabajo. La primera labor para construir esta obra fue la de reunir, como base para el estudio que había de ofrecer, una amplia colección de testimonios, en nuestro deseo exhaustiva en cuanto la humana limitación lo permite, recogidos de los documentos del Magisterio eclesial.

La obra ofrece una triple selec­ción de testimonios.

o      La primera serie de textos se refiere al versículo del evangelio de Juan que contiene la afirmación de un rebaño y su pastor (Jn 10, 16) nº1-379
o      La segunda serie de textos se refiere a las esperanzas ecuménicas de la Iglesia que no se refieren directamente a ese versículo (Desde Pío IX hasta Vaticano II). Nº 501-709
o      La tercera serie de textos se refiere a la epístola apostólica universal Praeclara gratulationis, de León XIII. Nº 901-937

División de la obra


La obra consta de tres partes:

La primera parte investiga la existencia y contenido en tales textos de la esperanza ecuménica en sus distintas variedades, así como la presencia en los mismos de las raíces neo-testamentarias en que aquéllos parecen fundarla.

Se parte de un hecho actual de la vivencia de la Iglesia, cual es el concilio Vaticano II. Partiendo de este hecho actual, se fija en otro documento que resulta de especial importancia para la esperanza ecuménica, y es la epístola apostólica Praeclara, de León XIII. Tal vez no haya otro documento que tan expresamente en con­junto haya enfocado este tema de la esperanza de la futura uni­dad en la fe católica.

Después, investiga la existencia de la esperanza ecuménica en los textos del Magisterio de la Iglesia desde Pío IX hasta Pablo VI.

Y lo hace de acuerdo con el siguiente esquema de extensión creciente de la esperanza: a) Esperanza de una renovación extraordinaria de la Iglesia. b) Esperanza ecuménica de la unidad de las Iglesias cristianas. c) Esperanza de renovación cristiana de la sociedad civil. d) Esperanza ecuménica de la unidad religiosa del mundo en la fe cristiana.

El resultado proclama abiertamente que, en efecto, en la Iglesia de este último siglo desde Pío IX hasta el Vaticano II, hay una conciencia de claridad grande acerca de esta esperanza. La proclamación de la Bula Ineffabilis no había sido un hecho aislado, sino afloración a distancia de una poderosa corriente de la espe­ranza.

La segunda parte de la obra la dedica a hacer exégesis de los pasajes del Nuevo Testamento que contienen la esperanza ecuménica.

Las argumentaciones deducidas de la palabra reve­lada escrita se presentan conectadas con los testimonios del Magisterio, se ciñe a los textos del Nuevo testamento que el magisterio mismo presenta como motivos de su esperanza. Se citan los textos bíblicos que la Iglesia juzga más directamente relacionados con la esperanza ecuménica. Están tomados de San Juan, San Pablo y San Mateo. La profecía del Buen Pastor (Jn. 10, 16), la oración de Jesús en la cena (Jn. 17, 21-23), el misterio revelado por Pablo (Rom. 11, 25-26), la concurrencia en la unidad de la fe (Ef. 4, 13), la oración del Reino en el Padrenuestro (Mt. 6, 10).

La tercera y última parte del estudio enfoca la perspectiva teológica de la esperanza ecuménica dentro de la doctrina católica, y finaliza en un capítulo donde se trata de valorar doctrinalmente los resultados alcanzados. Un breve epílogo propone una reflexión de utilidad sobre él método se­guido en el trabajo y la importancia de las conclusiones.

Si nuestra obra contribuye a fomen­tar esta esperanza, aunque sólo sea en un alma, y por ella en la Iglesia, y a abrir camino con esto a su más presta realización, sabiendo que es obra de Dios y que necesita la cooperación de los hombres, ésta será nuestra más dulce recompensa, ni queremos otra.. Escribe el resto de tu post aquí.

domingo, 8 de marzo de 2015

Introducción a la Esperanza Ecuménica de la Iglesia

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domingo, 1 de marzo de 2015

Prerrogativas del reino de la Iglesia en los últimos días, según los profetas

El P. Ramière S.J recuerda que los profetas han indicado dos grandes señales que han de preceder a acompañar el cumplimiento de esas predicciones. Primera, la paz de la Iglesia; y segunda, a santidad.  También señalan el tiempo en que esto sucederá: cuando los hijos de Israel se volviesen al Señor y reconociesen por su Dios a Jesús

Falta conocer sus circunstancias y aprender o de los santos profetas, o de otros escritores inspirados, cuáles deben ser la naturaleza, extensión, prerrogativas del triunfo que nos permiten esperar para nuestra Madre.

 

1. — Primera prerrogativa: la paz de la Iglesia


La primera de las prerrogativas que todos los profetas concuerdan en atribuirle es la paz, una paz universal, completa, durable, una perfecta seguridad.

1.1.- Las palabras de los profetas.

Isaías dice que, cuando la montaña de Sión cubra la tierra entera y, de su cumbre, la palabra divina se derrame como un río sobre el universo, los pueblos, instruidos por ella en sus verdaderos intereses, trocarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, que ya no se verá a las naciones desenvainar la espada contra las naciones y gastar en preparativos de guerra la mejor parte de sus fuerzas (Is 2, 4).

El profeta Miqueas muestra la montaña de Sión elevada por encima de todas las montañas y dominando todas las colinas, hace ver a todos los pueblos corriendo a ella, animándose a escuchar sus palabras y a caminar por los senderos de su ley; finalmente representa su autoridad acabando con las diferencias de los pueblos, adueñándose de su ardor bélico e induciéndoles a cambiar sus espadas en arados y sus lanzas en almocafres. No sólo ya no combatirán las naciones contra las naciones, sino que ya no se enseñará el arte militar. Cada hombre podrá sentarse tranquilamente a la sombra de su higuera y de su viña, sin que nadie vaya a molestarle, porque la palabra de Dios se ha dejado oír (Mich 4, 1-3).

Los demás profetas también describen la paz que ha de acompañar al completo triunfo del Rey Salvador; "Florecerá en su tiempo la justicia, y suma paz hasta que se apague la luna", dice David (Ps 71, 7). "Venid, contemplad los prodigios del Señor, qué de maravillas hizo sobre la tierra. Él aleja las guerras de los confines de la tierra, hace trizas los arcos y rompe las lanzas, echa al fuego las rodelas. Basta ya: reconoced que yo soy Dios. Que domino entre los gentiles y domino en la tierra." (Ps 45, 9-11) "Quitaré, dice Oseas, de su boca los nombres de los Baales, para que no vuelvan nunca a mencionarlos por sus nombres. En aquel día haré en favor de ellos concierto con las bestias del campo, con las aves del cielo y con los reptiles de la tierra, y quebraré en la tierra arco, espada y guerra, y haré que reposen seguros." (Os 2, 19-20) "Alégrate con alegría grande, hija de Sión", exclama Zacarías, fuera de sí al contemplar ese espectáculo encantador. "Salta de júbilo hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz, y será de mar a mar su señorío, y desde el río hasta los confines de la tierra." (Zac 9, 9-10).

1.2.-  Las palabras de los profetas deben entenderse en su sentido obvio.

La gran regla de la interpretación de las Sagradas Escrituras es la de entenderlas en su sentido natural y obvio, mientras éste no sea contrario a verdades ciertamente establecidas. ¿Tienen dos sentidos las profecías citadas? Cuando anuncian una paz que se ha de extender hasta los confines de la tierra, una seguridad tan perfecta que se quebrantarán las armas guerreras y que se pondrá fin a los combates, ¿no nos hablan con bastante claridad?

Para rechazar esta interpretación, única natural, se ve uno obligado, dice el P. Ramière S.J. se ve uno obligado, a demostrar que está en contradicción con alguna verdad cierta, o de razón, o de fe. En efecto, la naturaleza humana está de tal modo formada que no puede prestarse a ese acuerdo perfecto de ideas, de intereses, de tendencias, única base posible de una paz universal. Pero, los profetas tienen buen cuidado de advertirnos que dicha paz será un milagro de la diestra del Altísimo

1.3.- Explicaciones que entiende el P. Ramière S.J. que se apartan del sentido obvio

1.3.1.- Refutación de Tertuliano.

La primera interpretación es la de Tertuliano, según la cual Jesucristo ha establecido en este mundo la paz, en cuanto ha condenado toda guerra. Esta opinión, dice el P. Ramière S.J, que es manifiestamente contraria a la tradición cristiana y al derecho natural, y que tiene además el inconveniente de no poder adaptarse al texto inspirado, el cual no promete al reino del Mesías una paz de derecho, sino una paz de hecho.

El P. Ramière S.J., en base a esta observación considera también falsas las interpretaciones de Cornelio Alápide, Ribera, y Gaspar Sánchez. Según los dos primeros, el Salvador ha establecido la paz en cuanto que las guerras no son el fruto de su doctrina; el tercero añade que esta doctrina conduce, por el contrario, a los hombres a vivir en paz y a sofocar las causas de disensiones. La cuestión consiste en saber si, hasta dicho día, habrá tenido suficiente poder sobre los hombres para hacer cesar sus luchas e inducirles a consagrar a las artes útiles de la paz las fuerzas que hubieron gastado ante las guerras. Eso es precisamente lo que los profetas nos anuncian; ese dichoso estado de cosas no es aún conocido en la tierra, luego se debe considerar que esas profecías no se han cumplido todavía.

1.3.2.- Refutación de Orosio, discípulo de san Agustín y de san Jerónimo.

Dice Orosio, que las guerras se han hecho más raras y menos mortíferas, desde la venida de Jesucristo, y eso precisamente quisieron decir los profetas cuando anunciaron la paz universal. Negamos primeramente, dice el P. Ramière S.J.,  que la paz universal y la menor frecuencia de las guerras sean lo mismo. Si Orosio hubiese vivido después del invento de la pólvora y de esas máquinas guerreras cada vez más mortíferas, si hubiese visto suceder a la invasión de los bárbaros, las guerras con los pueblos del Norte, a éstas las cruzadas, a éstas las guerras de religión, a éstas las guerras dinásticas, a éstas las convulsiones revolucionarias, ¿se hubiera atrevido a afirmar como un hecho evidente que las guerras se han hecho menos frecuentes y menos mortíferas después de Jesucristo? Esta explicación propuesta por Orosio no es admisible sino en un sentido y es que las guerras no pueden dejar de ser más raras a medida que la sociedad humana se someta con más docilidad al influjo de la religión de Jesucristo.

1.3.3.- Refútase la opinión de los que refieren los textos proféticos a una paz anterior a los tiempos mesiánicos

Hay otros intérpretes que convienen en buscar esta paz en los tiempos anteriores a su venida; y así, algunos de ellos suponen que se trata de la paz disfrutada por el pueblo de Dios en el reinado de Ezequías y de la cual se habla en el segundo libro de los Paralipómenos (2 Paral 32, 22).

Esta opinión no supera el examen; primeramente porque la paz de Ezequías se limitó al reino de Judá y estuvo muy lejos de extenderse a toda la tierra; en segundo lugar, porque fue de muy corta duración y no hizo que las naciones dejasen de forjar armas y ejercitar el arte militar; en tercer lugar, porque el profeta Miqueas, que vivía en tiempo del rey Ezequías, anuncia dicha paz como prometida a la tierra para lo porvenir, en vez de describirla como realizada en su tiempo; en cuarto lugar, porque algunos otros profetas que la predicen vivieron después de Ezequías; finalmente, porque nada es más claro que la conexión de esta paz con el reinado del rey Mesías.

San Jerónimo consideraba que esta paz del Mesías es la gran paz de que disfrutó el mundo a la venida misma del Salvador, cuando Augusto cerró solemnemente el templo de Jano. Los doctores más recientes la han rechazado casi unánimemente, sea porque la paz de Augusto no tuvo la universalidad y estabilidad prometida a la paz del Mesías, sea porque no fue en modo alguno el fruto del advenimiento y de la doctrina de ese Rey Salvador, como la paz de que hablan los profetas.

1.3.4.- Refútase la interpretación alegórica de las palabras de los profetas.

El P. Ramière S.J, considera varias interpretaciones alegóricas de estas profecías. Así, cita a Gelatino que transporta al cielo la paz cuyo principio debe ser para nosotros el Mesías. Otra interpretación, basada en la autoridad de San Basilio, que entiende esa paz por la pacificación de las almas y su reconciliación con Dios.

Dice el P. Ramière S.J. que estas dos interpretaciones místicas son admisibles, si se apoyan en el sentido literal como en su base; mas son inadmisibles desde el momento en que se les quita ésta, y se intenta proponerlas como sustitutivos del sentido literal, único capaz de conservar a las palabras de los profetas su verdad.

El P. Ramière S.J, afirma que si no queremos dar un mentís a la palabra divina, hay que decir que el mundo está destinado a gozar, durante un largo período, de una paz universal, que él deberá al triunfo de la Iglesia de Jesucristo sobre la idolatría, sobre el judaísmo, sobre los errores, y que esta paz dichosa, preludio de la gran paz del cielo, durará hasta el último combate que ha de cerrar la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra.

2. — Segunda prerrogativa del reino universal de la Iglesia: la santidad


No se trata tan sólo de una santidad de derecho, sino también la santidad de hecho de la que estarán revestidos sus miembros, y que será el resultado de la abundancia de la gracia y de una providencia especial de Dios. No obstante, el P. Ramière S.J. afirma que la santidad universal de los hombres, durante el último período de la existencia del mundo, habrá de tener diversos grados y que pueda estar sujeta a excepciones. Pero, de las profecías parece deducirse claramente que todos o casi todos los hombres serán cristianos; y, que todos o casi todos los cristianos conformarán su vida con los preceptos del Salvador y de su Iglesia.

2.1.- Textos Proféticos

Þ      Los últimos capítulos de la profecía de Isaías están llenos de la descripción de las gracias y bendiciones, fuente para el mundo entero dicho triunfo. Ya no se contenta con presentarlo bajo la figura de un diluvio de luces que ha de inundar la tierra y destruir en ella todos los animales dañinos; (Is 11, 9) ya no nos dice tan sólo que el Salvador de Sión la rodea de su santidad como de una avenida, y ya no permite el paso por sus puertas sino a la nación justa que guarda la verdad; que los errores antiguos se han disipado y que en su lugar se ha establecido la paz de las almas, (Is 26, 1-3) sino que promete a Jerusalén, en nombre de Dios, que toda la vileza y suciedad que en ella hay será transformada.

Þ      En esta misma época, se cumplirá en toda su extensión la profecía de Jeremías. Yahvé pondrá su ley en el corazón de Israel y será su pueblo. Todos conocerán a Yahvé pequeños y grandes Ier 31, 33-34

Þ      También entonces se realizarán plenamente las predicciones de Daniel y de San Juan: el poder, el honor, y la realeza serán dadas al Hijo del Hombre; todos los pueblos; todas las tribus y todas las lenguas le servirán. Dan 7, 13-14.

Þ      El poder de la bestia será destronado hasta el fin de los tiempos. Is 26 Su imperio será destruido como se destruye una piedra molar lanzada al fondo del mar, para no levantarse hasta el cabo de mil años. Apoc. 17-18 Entonces no solamente todas las naciones que Dios ha hecho acudirán y adorarán a su Señor Ps 85, 9 sino cada uno de sus miembros le adorará desde donde esté; Soph 2,11

Þ      Entonces se cumplirá la predicción del mismo Divino Salvador: todas las ovejas que le pertenecen, pero que no han entrado todavía en su redil, serán en él introducidas con su gracia y escucharán su voz, y no habrá más que un redil como no hay más que un pastor. Io 10, 15.

Þ      Entonces Dios escuchará plenamente la plegaria que, conforme a su mandato, todos los cristianos le dirigen cada día, hace ya casi dos mil años, y que no puede resultar siempre fallida: venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Þ      Entonces finalmente la Iglesia acabará de cumplir la gloriosa misión que ha recibido de completar la Encarnación del Verbo de Dios. Por un supremo esfuerzo del poder vital que recibe del Espíritu Divino, y que ejercita por medio de sus apóstoles, sus doctores y sus pastores, como por otros tantos órganos, inducirá a todos los hombres a que se abracen en la unidad de una misma fe y en el reconocimiento del Hijo de Dios; y dará a su cuerpo místico la plenitud de su crecimiento y la perfección de su madurez. (Eph 4, 11).

2.2.- Debe admitirse el sentido obvio de las palabras proféticas

La dificultad no está tanto en percibir el sentido natural y obvio que presentan los textos sagrados, como en conseguir de los hombres que consientan en admitir dicho sentido en presencia del mentís que parece darles el estado presente de la humanidad.

2.2.1.- Dos escuelas contrarias al sentido obvio

Los intérpretes que pertenecen a la primera de las dos escuelas, forzados a confesar que no se han realizado todavía, procuran diferir su realización hasta la eternidad. San Jerónimo se inclina a este modo de pensar, y se apoya en las palabras de Isaías: "Tus días ya no tomarán su luz del sol, y tus noches no necesitarán de los resplandores de la luna."

Este sentido es tan poco admisible, continua el P. Ramière S.J., que San Jerónimo lo rechaza por erróneo en el capítulo primero de su comentario sobre Isaías; en él, efectivamente, habiendo citado expresamente el capítulo sexagésimo de dicho profeta, dice: "Sé que algunos intérpretes entienden por Judea y Jerusalén la Iglesia del cielo, y suponen que el Salvador, cuyo lugar ocupa aquí Isaías, nos anuncia, bajo la figura de Jerusalén librada de su cautividad, nuestra futura ascensión a la montaña santa de la eternidad; mas rechazamos dicha interpretación como contraria a la fe cristiana y nos atenemos al sentido literal que nos obliga a referir a la Iglesia de Cristo todo lo que esos soñadores refieren a la celestial Jerusalén."

No niega, sin embargo, que haya en esas predicciones rasgos que deban ser entendidos metafóricamente, como la subida de la montaña, que significa, según él, la vuelta a la justicia.

La segunda escuela es la de los autores que deducen de ellos que las magníficas promesas en ellos encerradas se han realizado, lo hacen contra los que afirman que se cumplirán en el cielo. Dice el P. Ramière S.J. que se declara su adversario y aduce contra ellos textos todavía más claros que los que ellos oponen a sus contrarios. ¿Cuándo se ha llenado la tierra de la ciencia del Señor como por un nuevo diluvio que cubre todo con sus fecundas aguas? ¿cuándo la nueva Raquel ha contemplado en su seno a todos sus hijos llenos de vida, y cuándo le ha sido posible deponer el dueño de los que había perdido?

Señala el P. Ramière S:j. que esta segunda interpretación no es más admisible que la primera; las dos son igualmente fuertes para combatirse, pero también dan pie a insolubles objeciones. Entrambas, sin embargo, tienen su parte de verdad, precisamente aquella en que se aproximan a la interpretación literal; la primera demuestra manifiestamente que las promesas hechas a la Iglesia no se han realizado todavía; la segunda prueba con no menor evidencia que la realización de esas promesas no se dejará para la eternidad; de consiguiente podemos con todo derecho deducir que tendrán su cumplimiento en el tiempo, y que llegará día en que todos los pueblos estarán sometidos a la Iglesia, y todos sus hijos a la ley de Jesucristo.


2.2.2.- Examínase el parecer de Suárez

Suárez está en contra de la conclusión del P. Ramière S.J., motivo por el cual dice que se ve precisado a examinar las razones que pone. Alega tres obstáculos a la conversión general del mundo: la experiencia, la libertad del hombre y las parábolas del Evangelio. La experiencia, que nos muestra al mal luchando siempre contra el bien en el mundo; la libertad del hombre, que, pudiendo inclinarse a los dos lados, no empujará jamás a todos los hombres del lado del bien; finalmente las parábolas evangélicas que nos pre­sentan a la Iglesia de la tierra bajo la imagen de una red que contiene peces buenos y malos, y de una reunión de vírgenes la mitad de las cuales se deja llevar de las ilusiones de la locura, mientras la otra mitad sigue los consejos de la prudencia.

A los que creyesen refutar suficientemente las pruebas que hemos acu­mulado, dice el P. Ramière S.J.,  oponiéndonos el estado presente del mundo y la dificultad de la transfor­mación que aguardamos, no tenemos que responderles sino que el poder de Dios llega mucho más lejos de lo que pueden concebir los hombres, que la conversión de todo el universo no es más imposible que el primer establecimiento del cris­tianismo, que la extensión de los frutos de la Encarnación a la humanidad entera no exige mayor esfuerzo del poder divino que la realización misma de este mis­terio y que, dado éste, su consumación, lejos de ser un misterio nuevo, es, por el contrario, de suma conveniencia.

Mas las parábolas evangélicas ¿no manifiestan en Dios una voluntad muy con­traria? Si todos los hombres llegan un día a cumplir la ley de Dios, la Iglesia ya no será semejante a la red que se llena de peces buenos y malos; ya no habrá entonces vírgenes locas; ya no habrá cizaña en el campo del padre de familia. —Lo confesamos; mas ¿cómo se nos probará que las parábolas de que se trata se refieren a todos los tiempos de la Iglesia? No hay cosa menos evidente, pues pueden muy bien referirse a uno de los estados por los cuales ha de pasar sucesivamente. Por el contrario, tenemos otras parábolas que nos representan en todo su conjunto las vicisitudes por las que debe pasar y son, por cierto, manifiestamente favorables a nuestro sentir: como el grano de mostaza que, por su lento pero continuo creci­miento, extiende sus ramas por encima de todas las plantas que le rodean; como la levadura, es decir, la doctrina santa, que una mujer, la Iglesia, mezcla con cierta masa de harina y que se apodera poco a poco de ella hasta hacerla fer­mentar toda.

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Nota.

De acuerdo con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia sobre exegesis de la Sagrada Escritura, hay que considerar los sentidos literal o histórico; y espiritual, que puede ser alegórico, moral y anagógico. Si tenemos en cuenta los sentidos de los textos de la Sagrada Escritura, no son incompatibles estas interpretaciones si no se arguyen unas contra las otras.

De aquí que el P. Igartua S.J. que admiró del P. Ramière S.J. esta obra de las Esperanzas de la Iglesia hasta el punto de hacer su tesis doctoral sobre esta cuestión, se fijó en el Magisterio de la Iglesia y en especial en el posterior a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción.

Motivo por el cual en la próxima reunión vamos a exponer el planteamiento del P. Igartua S.J. en su obra la Esperanza Ecuménica de la Iglesia, un solo rebaño y un solo Pastor. Escribe el resto de tu post aquí.