domingo, 23 de octubre de 2016

PÍO XII, EN EL UMBRAL DE UNA NUEVA ÉPOCA II



La esperanza de Pío XII, Pontífice Mariano

Dos grandes grupos de testimonios:

1.- Lo relativo a Fátima que concluye con la proclamación del dogma de la Asunción de María a los cielos.

2.-  Lo relativo al centenario del dogma de la Inmaculada Concepción, Año Mariano de 1954, y el centenario de las apariciones de la Virgen en Lourdes.
Pío XII estuvo vinculado a Fátima. Fue ordenado obispo el 13 de mayo de 1917; consagró el Mundo y Rusia al Corazón In­maculado y fue el 13 de octubre, aniversario del célebre «milagro del sol» de Fátima.

a)   La esperanza de Pío XII en torno al acontecimiento de Fátima

En el año 1942 el Papa recurre al poder de María «Reina del mundo», Regina Mundi, título que después ha de conmemorar solemnemente con una fiesta especial:

«Como todos saben, del mismo modo que Cristo Jesús es Rey del uni­verso y Señor de los señores, en cuyas manos están puestos los destinos de los individuos y los de los pueblos, así su Santa Madre María, Reina del mundo, es venerada por los fieles todos y ha obtenido con Dios un poder tan grande de súplica deprecatoria».

La consagración del mundo a María y a su Corazón Inmaculado

La Consagración se hace «de modo semejante» a la que realizó León XIII al Corazón de Jesús.

Ambas fórmulas incluyen la petición de la vuelta a la Iglesia de los separados y en ambas la petición se termina con la mención de un solo rebaño y un solo pastor. En ambas se pide la entrada de los infieles en la Iglesia, y demás alejados de Cristo. En ambas a continuación se pide la libertad de la Iglesia, y finalmente ambas se terminan con una petición de unidad religiosa universal del mundo, en el primer caso pidiendo que en toda la tierra, de un polo al otro, resuene una sola voz de alabanza al Corazón de Jesús, causa de nuestra salvación; y en el segundo, se pide el pronto triunfo del Reino de Dios, de modo que en todo el mundo resuene, de un extremo al otro de la tierra, un solo cántico del Magníficat en acción de gracias al Corazón de Jesús.

El pasaje fundamental de la fórmula de Pío XII:

Ø        «Finalmente, así como fueron consagrados al Corazón de vuestro Jesús la Iglesia y todo el género humano, para que, colocando en El toda su espe­ranza, El les fuese señal y garantía de victoria y salvación;

Ø        así, de modo semejante, Nos los consagramos para siem­pre a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo:

Ø        para que vuestro amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios, y  todas las naciones, pacificadas entre sí y  con Dios, os proclamen Bienaventurada,

Ø        y entonen con Vos, de un extremo al otro de la tierra, el eterno Magní­ficat de gloria, amor y agradecimiento al Corazón de Jesús, en el cual únicamente pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».

Terminada la guerra, en 1946 se corona la imagen de Nuestra Señora de Fátima. Pío XII en el mensaje enviado por radio:

«En la esperanza de que Nuestros deseos sean acogidos favorablemente por el Corazón Inmaculado de María y apresuren la hora de su triunfo y del triunfo del Reino de Dios, como prenda de las gracias celestes... damos con todo amor y paternal cariño la Bendición Apostólica».
El dogma de la Asunción en el Año Santo de 1950.

En el Consis­torio del 30 de octubre, el Pontífice ha dicho a los Cardenales:

«La Madre benignísima, levantada a la gloria celeste... quiera alcanzar de su Divino Hijo que brille por fin para las naciones y las razas, que actualmente están divididas con detrimento de todos, aquella paz que se apoye como en firmísimo fundamento en la tranquilidad firmemente establecida del orden recto... y hacer venir a la unidad de la Iglesia a todos los extra­viados y equivocados de camino. Procurad, Venerables Hermanos, vosotros y junto con vosotros todo el pueblo cristiano, pedir esto a la Madre celestial de todos con ardentísimas oraciones».

El día 1 de noviembre, inmediatamente antes de proclamar el dogma, proclama su esperanza en los frutos de la Asunción de María para la Iglesia y para el mundo:

«Nos que hemos confiado Nuestro Pontificado al particular patrocinio de la Santísima Virgen, a la cual hemos recurrido en tantas tristísimas cir­cunstancias;

Nos que hemos consagrado en pública solemnidad a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y que hemos experimentado una y otra vez su poderosísima ayuda,

confiamos absolutamente en que esta solemne proclamación y definición de la Asunción aprovecharán no poco a la socie­dad humana, puesto que contribuye a la gloria de la Santísima Trinidad, con la cual la Virgen Madre de Dios está unida por vínculos especiales.

Porque se ha de esperar que sucederá que todos los fieles cristianos se excitarán a una piedad más intensa para con la Madre celestial y que los ánimos de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se moverán al deseo de participar de la unidad del Cuerpo Místico de Jesucristo y a aumentar su amor hacia aquella que tiene Corazón maternal para todos los miembros del mismo augusto Cuerpo».

En esos días se produjo la señal celeste, renovación del beneplácito de Nuestra Señora en Fátima en 1917, sobre el Pontífice Romano. Los días 30 de octubre (día del Consistorio), 31 (vigilia de la proclamación), 1 de noviembre (día del dogma) y 8 de noviembre (octava de la proclamación), Pío XII vio al sol enviarle el mensaje celeste de la Virgen de Fátima en conexión con el dogma proclamado, de manera semejante al modo como en Lourdes la Virgen Inmaculada confirmaba con señales celestes la proclamación de Pío IX.

En el Mensaje radiado de clausura del Año Santo dijo el Pontífice:

«Nos, continuando en el trabajo infatigable y por todos los medios a Nuestro alcance en favor del verdadero bien de la gran familia humana, colocamos sobre todo Nuestras esperanzas en la poderosísima intercesión de la Virgen Señora, invocándola incesantemente para que se digne apresurar la hora en que, de un extremo al otro del mundo, se realice el himno angélico: Gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad».

En la primera parte de su Pontificado, en el decenio 1942-1952, Pío XII demostró su ardiente piedad hacia la Madre de Dios y en particular se sintió atraído por el providencial acontecimiento de Fátima. Una firme esperanza de establecimiento en el mundo finalmente del Reino de Dios y de su Cristo permanecía en su corazón, confiando en llegar a ello a través de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado y de su triunfo anunciado en Fátima.


b)   La esperanza de Pío XII en torno a la Concepción Inmaculada

El 8 de setiembre de 1953, con la publicación de la Encíclica «Fulgens corona», iniciaba Pío XII la conmemoración del año centenario del dogma de la Inmaculada Concepción. En ella, expresa de modo particular su esperanza de que también los separados de Oriente se dirijan a Ella y se obtenga, por fin, el único rebaño:

«También llamamos a hacer estas oraciones y súplicas concordes a aque­llos que han. sido separados de Nos por el antiguo cisma, y a los cuales por otra parte amamos con paterno afecto, ya que sabemos muy bien que veneran sumamente a la santa Madre de Jesucristo, y que celebran su Inmaculada Concepción. Vea la misma Santísima Virgen a todos aquellos que se glorían de ser cristianos, unidos al menos por los vínculos de la caridad, volver a Ella sus ojos, corazones y oraciones pidiendo aquella luz que ilumine las mentes con el resplandor celeste, y demandando aquella unidad con la que por fin se haga un solo rebaño y un solo pastor».

El 11 de octubre de 1954, publica la Encíclica «Ad coeli Reginam», en la que exalta el triunfo de María, completando así el dogma de la Asunción, y proclama y establece la fiesta litúrgica universal de la Realeza de María. La une con la Consagración del Mundo al Corazón Inmaculado de María:
«Estando Nos persuadido tras madura y meditada reflexión, de que han de venir grandes provechos a la Iglesia si, como antorcha más rutilante cuan­do se pone en su candelabro, esta verdad sólidamente probada brilla más cla­ramente ante todos, con Nuestra potestad Apostólica decretamos e instituimos la Fiesta de María Reina, que se ha de celebrar cada año en todo el mundo el día 31 de mayo.

«Y juntamente mandamos que en el mismo día se renueve la consagra­ción del género humano al Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Vir­gen María.

«Porque en esto se apoya con gran esperanza el que suceda que nazca una época feliz, serenada por el triunfo de la religión y de la paz cristiana».


El centenario de las apariciones de Lourdes

En 1957 Pío XII publica su Carta Encíclica a los Obispos de Francia «Le pélerinage de Lourdes:

«Que por la oración de los enfermos, de los humildes, de todos los pe­regrinos de Lourdes, María vuelva igualmente su maternal mirada hacia todos los que permanecen fuera del único redil de la Iglesia, para reunidos en la unidad».

El 1 de noviembre la Constitución Apostólica «Primo exacto saeculo» promul­ga el año jubilar de Lourdes, con indulgencias para los que acudan a la gruta de la Virgen. Entre las intenciones pontificias, el primer lugar es para «implorar a Dios misericordioso que los que se han apartado de la verdad cristiana... vuelvan a ella cuanto antes».

Uno de los últimos discursos de su largo pon­tificado, será el del 17 de setiembre de 1958 al Congreso Mariano Internacional de Lour­des, veinte días antes de su muerte. En este discurso radiado Pío XII proclama por última vez su esperanza en la realización del Reino de Cristo sobre la tierra por medio de María:

«Puesto que de esta gruta bendita —¡oh Madre generosa!— no pueden dejar de descender sobre la tierra los torrentes de vuestras gracias maternales, del mismo modo que el agua no puede dejar de correr por estos valles y el sol de esparcir luz y calor, Nos queremos proclamar muy alto, al terminar el Congreso que corona de algún modo este incomparable Centenario, Nuestra certeza de que la restauración del Reino de Cristo por María no podrá dejar de realizarse, porque es imposible que tal semilla, lanzada con tanta abundancia, no produzca los frutos más vigorosos».

Y es así como se extingue la voz del cantor de la esperanza de María, recor­dando el «irresistible torrente» de las gracias de María sobre el mundo, que traerá por fin el Reino de Cristo:

«¡Qué esta sea vuestra obra, oh Soberana de los ángeles y Reina de la paz! No dejéis estos triunfos confinados en los estrechos límites de vuestro santuario, sino que, como un torrente irresistible se precipita por los valles abiertos, alcanza las cimas y las sobrepasa, para llenar finalmente todo e inundarlo con la alegría y fecundidad de sus aguas vivas, así se esparzan a través de toda la tierra purificando las almas, curando las heridas, allanando las dificultades, vivificando todas las cosas, de manera que por vuestra po­derosa intercesión y auxilio constante, se realice por fin el Reino de Cristo, Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de Paz».. Escribe el resto de tu post aquí.

lunes, 17 de octubre de 2016

Pío XII, el umbral de una nueva época II

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