lunes, 26 de mayo de 2008

Aula P. Juan Manuel Igartua - El Mesías Jesús de Nazaret



La realidad de las afirmaciones de Jesús

Aula P. Juan Manuel Igartua: "El Mesías, Jesús de Nazaret"

1.La garantía de las afirmaciones


  • Perfil de la figura divino-miesiánica de Jesús
  • Tres indicaciones previas
  • La objetividad de los testimonios evangélicos
  • Los autores, y el aval de su testimonio

2. La voz de Jesús en los Evangelios

  • Los géneros literarios y la redacción
  • Los criterios de historicidad
  • Palabras y hechos de Jesús
  • La voz propia de JesúsUn Mesías que es Dios

3. Un Mesías que es Dios

  • Un nuevo mesianismo en Israel
  • El Mesías Juez del Mundo
  • La revelación de la Trinidad
  • La fórmula del bautismo cristiano

4. La fe pospascual de los discípulos

  • La única explicación válida
  • La fe pospacual
  • El evangelio de Juan y la realidad histórica
  • La alternativa crítica

1. Perfil de la figura mesiánico-divina de Jesús

Podemos decir que la figura de Jesús en los textos evangélicos se nos ofrece con un inconfundible perfil mesiánico-divino.En los evangelios se da el paso de lo humano a lo divino de Jesús de Nazaret por medio de la afirmación básica de Jesús que se proclamó a sí mismo Mesías de Israel y Dios, Hijo de Dios.Falta dar el paso desde los evangelios a la realidad histórica, examinando si tal posición de los evangelistas es concorde, o debe ser creída concorde con la historia real de Jesús de Nazaret.

2. Tres indicaciones previas

Presunción de verdad

Se debe conceder a los evangelios una presunción de verdad. Se trata de unos documentos nacidos para dar a conocer una figura real, la de Jesús de Nazaret, a través de sus hechos y palabras.

Son cuatro evangelios

Son cuatro los documentos que debemos manejar. Y aunque no son absolutamente independientes entre sí, esto no impide que el mensaje haya sido presentado por cuatro autores diferentes que han convenido en una figura, la de Jesús. Resulta de los cuatro evangelios, en los cuales el de Juan brilla con luz casi totalmente independiente y personal, una misma e idéntica figura de Jesús de Nazaret.

Multiplicidad de textos sobre la divinidad de Jesús

Aunque alguien pueda oponer reparos a algún texto, ello en nada afecta en rigor al problema, mientras no pueda negar la multitud entera de los textos y acciones presentadas. Basta un solo texto válido para que sea necesario el planteamiento del problema.

3. La objetividad de los testimonios evangélicos

Las razones objetivas que rodean a los testimonios evangélicos como mensaje de verdad sobre un hombre histórico se pueden considerar agrupadas en: notoriedad de los hechos relatados; el respaldo de la comunidad cristiana apostólica; la declaración de los enemigos de Jesús.

a) Notoriedad de los hechos relatados

En los Hechos de los apóstoles hay un pasaje que muestra a las claras este aspecto de la cuestión. Pablo se halla prisionero del procurador romano Festo. Festo le lleva ante el rey Agripa para que le oiga, y juzgue si le ha de remitir al César como entendido en las cosas judías. Cuando Festo, al llegar Pablo a hablar de la resurrección de Jesús, interrumpe gritando «Estas loco, Pablo», Pablo le contesta con absoluto dominio la situación: No estoy loco, excelentísimo Festo, hablo de cosas verdaderas y en mi sentido. El rey está bien enterado de estas cosas, no creo que se le oculte nada de esto, pues no son cosas que han pasado en un rincón» (Act 26, 25-26).Esto mismo, y con el mismo valor de convicción, ha de decirse de las palabras y hechos de Jesús, y entre ellas del punto central de sus afirmaciones de mesianidad divina, que han provocado todo el conflicto. Es el propio Jesús quien ha señalado esta notoriedad de sus Palabras y afirmaciones, al iniciarse su proceso ante Anas: (Jn 18, 20-21). Sus milagros han sido públicos, en las plazas, calles y caminos. Sus afirmaciones han sido hechas delante de mucho público oyente, en muchos de los textos que hemos aducido.También aparece tal notoriedad en el camino de Emaús, donde los caminantes dicen al ignorado compañero: «¿Tú solo no sabes estas cosas?» (Lc 24, 18).

b) El respaldo de la comunidad cristiana apostólica

A los cuatro evangelios actuales se puede aplicar la certidumbre de que han sido producidos y publicados cuando viven los testigos de los hechos, ya favorables ya también contrarios. Dice el apóstol Pablo, y precisamente confirmando su mensaje kerigmático sobre los hechos fundamentales de Jesús, la muerte y resurrección con las apariciones en particular, que Jesús resucitado ha sido visto por «quinientos hermanos juntos, de los cuales la mayor parte viven todavía» (1 Cor 15, 6). Esta carta se escribe, a sólo 21 años de la muerte de Jesús.

c) La declaración de los enemigos

Un caso notable es el de Celso uno de los enemigos mortales y declarados del cristianismo del siglo II cuyo testimonio da por cierto que los evangelios proclamaron lo que proclamaron. Pues dice en los fragmentos de su obra «Doctrina verdadera», conservada para nosotros en la refutación que de ella hizo Orígenes de manera abundante: «Sea un judío quien dialoga con Jesús, como con compatriota suyo. Lo primero -le dice el judío—- que te echo en cara es que te inventaste un nacimiento virginal... Luego por tu pobreza tuviste que trabajar como jornalero en Egipto, y allí aprendiste las artes mágicas, que los egipcios tienen por suyas, y volviendo luego, muy orgulloso de tus poderes, por ellos te proclamaste Dios a ti mismo».En este testimonio se ve que Celso entendió normalmente como real e histórico lo que los evangelios cuentan de Jesús. Es su juicio sobre la realidad de los relatos evangélicos (aunque esté totalmente contra ellos, negando que deban interpretarse como quieren los cristianos); pero él acepta que Jesús se proclamó realmente Dios a sí mismo.

4. Los autores, y el aval de sus testimonios

Hay cuatro aspectos que avalan la realidad histórica de lo narrado en los evangelios: la sinceridad de los evangelistas; la intención declarada por los evangelistas al escribir el evangelio; el carácter sagrado del testimonio de los evangelios; y el monoteísmo de los hebreos.

a) La sinceridad de los evangelistas.

El evangelista Lucas testifica de sí mismo directamente que para escribir su libro ha acudido a fuentes que estima ciertas, las cuales son: «narraciones ordenadas de los hechos (pragmáton) realizados entre nosotros» (Lc 1,1). Añade el evangelista que tales cosas sucedidas han sido conservadas por «aquellos que las vieron por sí mismos y fueron servidores de la palabra (sagrada)» (Lc 1, 2)El libro de los Hechos apostólicos comienza diciendo: «El primer libro (el evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó» (Act 1,1). «Hizo» se refiere a lo que ha podido ser visto, «enseñó» a lo que fue oído. Consta así que los testigos son de lo visto en obras y de lo oído en palabras de Jesús. De estos testigos dice que lo son «desde el principio» (ap'arjés), y que ellos «nos lo han transmitido» (parédosan).Marcos es estimado por la tradición como «intérprete de Pedro», según el testimonio de Papías. Dice este testimonio que Marcos siguió a Pedro, y puso por escrito lo que él explicaba a sus oyentes en las catequesis romanas de evangelización. La sinceridad de Marcos queda fuera de duda.El evangelio de Juan va avalado por la autoridad de un apóstol íntimo de Jesús. Y respecto de su sinceridad, si es segura y plena en todo caso, tenemos además el testimonio del propio autor, quien asegura varias veces que relata cosas que ha visto (Jn 19, 35; 20, 3.0-31; 21, 24; 1 Jn 1, 1).En cuanto al evangelio de Mateo griego actual, si no podemos aducir un testimonio explícito del autor sobre su sinceridad, parece basta haber sido admitido con los otros tres como evangelio auténtico por la primera comunidad cristiana, la cuál eliminó los evangelios apócrifos, a pesar de llevar nombre de apóstoles: Evangelio de Pedro, de Felipe, de Satiago…La sinceridad de los evangelistas viene avalada además porque se dejaron matar por dar testimonio de lo que habían visto y oído; y porque relataron cosas que parecían desdecir la divinidad de Jesús como la oración de Getsemaní y las tentaciones de Satán en el desierto.Por todo ello se puede apostar con la más absoluta seguridad, aun humanamente, a favor de los evangelistas y su testimonio en cuanto a sinceridad y objetividad.

b) La intención declarada de los evangelistas

En primer lugar Lucas. ¿Qué intenta al componerlo?: «para que conozcas la solidez (ten asfáleian) de las enseñanzas recibidas (peri ón katéjezes logon)» (1, 4).Quiere que su lector, —«excelente Teófilo»-—, conozca «la solidez de la enseñanza recibida» anteriormente, seguramente por vía oral, sobre Jesús, sus hechos y sus palabras (Ac 1, 1). La palabra clave es «asfáleia» = solidez, firmeza, verdad, certidumbre.Juan declara que dice la verdad en su relato. Lo dice al narrar el episodio de la lanzada en el costado del cadáver de Jesús en la cruz, y el hecho de haber manado de la herida sangre y agua: «El que lo vio lo atestiguó, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad (del hecho: lo verdadero), para que vosotros creáis» (Jn 19, 35).De Marcos y Mateo no tenemos una declaración semejante personal, sino que escribe Marcos «el evangelio de Jesús Cristo Hijo de Dios» (Me 1,1), que ya es bastante decir en realidad. De Mateo podemos decir que su presentación de Jesús, desde el comienzo de su infancia, como «Emmanuel=Dios-con-nosotros» (Mt 1, 23) hasta su gloria final igualado «al Padre y al Espíritu Santo» (Mt 28, 19), garantiza suficientemente que no es posible que narre de tal persona hechos y palabras imaginarios.Tenemos, además, un testimonio de la intención de los testigos apostólicos de narrar hechos verdaderos en la segunda carta de Pedro: «No os hemos hecho conocer la fuerza y presencia de nuestro Señor siguiendo fábulas (o mitos: múzois) sofisticadas, sino habiendo visto (epóptai: videntes) su Grandeza» (2 Pe 1, 16).

c) Carácter sagrado del testimonio evangélico

Los evangelios son mensajes de carácter religioso, y por ende sagrado. Es sagrado el fin que pretenden los evangelistas el de llevar a sus lectores a la fe en Jesús y en Dios. Es también sagrado por el contenido de su mensaje, cuyo centro nuclear es la divinidad de Jesús, como expresamente lo atestiguan Marcos y Juan (Mc 1, 1; Jn 20, 31), y consta suficientemente, como ya ha sido explicado, en Mateo y Lucas.Al narrar sus hechos y palabras, que resultan sorprendentes, no pueden mentir, ni pueden desfigurar sus palabras o hechos de modo que queden irreconocibles y convertidos en narraciones míticas, como han querido Strauss o Bultmann.Pablo rechaza con vehemencia el error de negar la resurrección de Cristo, que predican Pablo y los apóstoles (1 Cor 15,4-8.11). Porque en este caso resultaríamos los apóstoles «falsos testigos de Dios»Ellos eran testigos, pero verdaderos. Lo han proclamado con toda claridad: «Somos testigos de la resurrección», dice Pedro (Act 2, 32; 5; 32; 10, 39-41); «somos testigos de su vida entera», confirma también (Act 1, 22); «somos sus testigos, porque le hemos visto, oído y tocado», dice Juan (1 Jn 1, 1-2); «somos muchos sus testigos», proclama Pablo (1 Cor 15, 5-9). Este es para ellos el cumplimiento del «sed mis testigos» del mandato que les ha dado el propio Jesús (Act 1. 8).

d) El monoteísmo hebreo de los autores

Los evangelios tienen un carácter especial cuanto a sus autores. Todos ellos son de religión judía, la religión de Israel proveniente de Abraham y legislada por Moisés.El gran conflicto del cristianismo en su expansión al mundo se provoca precisamente por la argumentación de que a los nuevos cristianos se les debe exigir, según argumentan muchos, las prácticas judías y religiosas (Act 15, 1-29).El núcleo central de la religión hebrea es indiscutiblemente el monoteísmo. Ahora bien, los evangelistas admiten que Jesús es Dios, como lo hemos mostrado, e incorporan palabras y hechos del propio Jesús que lo muestran.Resulta en verdad incomprensible totalmente cómo hubiesen ellos podido admitir que un hombre es Dios, dentro de la religión monoteísta pura, si no fuese porque Jesús afirmó tan clara­mente que él era Dios, un Mesías Dios, que la luz fue más fuerte que lo pudieran ser todos sus reparos monoteístas. Naturalmente que mantuvieron su monoteísmo, admitiendo que en un solo Dios hay tres personas pero esto precisamente es lo incomprensible.

5. Conclusiones del capítulo

La conclusión es que Jesús realmente afirmó su mesianidad y su divinidad' personalmente, ante diversos auditorios. Teniendo en cuenta los numerosos testimonios de Jesús aducidos por los evangelistas, tanto sinópticos como Juan, que hemos examinado, no puede dudarse de que tales afirmaciones provienen de labios del mismo Jesús a quien son atribuidas, ni de que los hechos que muestran sus poderes son hechos realmente acontecidos.Lo confirmaremos, sin embargo, en el capítulo que sigue, mostrando nuevas razones de crítica interna que persuaden esta verdad fundamental del conjunto de tales testimonios; y daremos también razones que hacen creíble que no solamente el núcleo fundamental sea cierto (lo cual basta para este caso), sino que al menos varios testimonios de los aducidos llevan el sello de la autenticidad, en sí mismos, y algunos hasta pueden ser considerados como «ipsissima vox Jesu».

Capítulo II.- LA VOZ DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS

Después de haber examinado los testimonios evangélicos con un criterio que se puede llamar externo, que es el de la objetividad de los autores y de los textos, debemos pasar también a examinar el valor de los testimonios evangélicos de Jesús sobre su mesianismo y divinidad desde el punto de vista de la identidad de tales testimonios.Jeremías J. ha hecho ya clásico el término de «ipsissima vox» para designar los testimonios evangélicos de palabras de Jesús que podamos señalar como rigurosamente auténticos en su forma actual. Jeremías ha señalado tales palabras, que vienen a sumar en total 17. Las mas importantes doctrinalmente de ellas son abba=padre dirigida a Dios, y cephas=roca, relativa a Pedro, Mt 16, 16.Aparte de tales vocablos sueltos conservados en los evangelios, se pueden llamar «vox Iesu», palabras de Jesús, aquellas que conservan una estructura del sabor aramaico, como son las integradas con la fórmula Amén, amén propia de Jesús, o las de «Hijo de hombre» título exclusivamente puesto en labios de Jesús.

1. Los géneros literarios y la redacción

En los tiempos recientes ha gozado, y goza, de favor la teoría de los géneros literarios, entendida en el sentido de «Historia de las formas», o Form-geschichte alemana de los críticos racionalistas o protestantes Bultmann y Dibelius, seguidos por la mayoría, con eco también católico.La Instrucción de la Comisión Bíblica en 1964 sobre la verdad histórica de los Evangelios (AAS, 1964), autoriza a utilizar moderadamente tal método, poniendo a la vez en guardia contra los varios y peligrosos presupuestos en que los racionalistas la apoyan. La «Historia de las formas», y podríamos decir con justeza de las «formaciones», por tratarse de posibles pasajes previos a los evangelistas, que ellos habrían recogido (Lc 1, 1), y que tratan los críticos ahora de reconocer como tales estratos previos a la redacción de los evangelistas mismos, encierra esta verdad de las fuentes previas. Este método se presta, si no es empleado con prudencia, al subjetivismo y a las prevenciones de la crítica que señala como peligros la Instrucción citada.Mejores éxitos ha alcanzado, y con más útil resultado, el método complementario de éste que es el de la Historia de la Redacción (Redaktionsgeschichte). Porque este método va a una cosa que consta con certeza, como es la diversa redacción de los sinópticos en las variantes que ellos introducen en el mismo pasaje aceptado que dependen del fin o intención particular de cada evangelista en su composición o redacción de la obra.

Ø Bastará citar algún caso llamativo. En nuestro libro sobre los evangelios hemos citado el caso típico del letrero de la cruz de Jesús.

Ø Algo semejante pasa con las palabras de la institución eucarística, ampliamente estudiadas por el propio Jere­mías, como ya hemos dicho. Son estos problemas de la redacción escogida por cada evangelista.

Es de especial interés aquí señalar logros ciertos y evidentes de estos trabajos, como el notable indicado por el propio Jeremías con gran acierto. Lucas aprovecha el evangelio de Marcos como cuadro de la inserción de sus nuevos aditamentos, formando su evangelio a base del de Marcos con inserción de nuevos bloques informativos, que son propios. Advierte el citado crítico que se nota en Lucas un exquisito cuidado, en las secciones que recoge de Marcos, de respetar literal­mente las palabras mismas de Jesús, aun cuando se permita modificar ligeramente la redacción del pasaje por Marcos. Esto es de un valor indudable para nuestro tema, que está basado principalmente en las palabras mismas de Jesús recogidas en los evangelios. De gran interés también es el reconocimiento del sustrato aramaico claramente presente en los evangelios, que muestra su origen.

2. Los criterios de historicidad

Dos criterios, llamados por Latourelle «fundamentales», después del «básico» de presunción de la verdad:

Ø El del testimonio múltiple, cuando diversos textos confluyen en una misma afirmación, si tales textos no son interdependientes; tales son los hechos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, así como la Eucaristía y otros datos, que aparecen mencionados tanto en los cuatro evangelistas como en Pablo.

Ø El de explicación necesaria, o también de razón suficiente, cuando la única explicación razonable que puede darse de algunos textos existentes es la de que sean verdaderos.Propone el autor otros dos criterios, que llamaremos «primarios» con los dos citados: el de discontinuidad y el de conformidad.Ø El de discontinuidad se da cuando hay una clara ruptura del texto en cuestión con el ambiente judío anterior, pues en tal caso no puede provenir de él.

Ø El de conformidad, cuando hay tal ajuste con el ambiente, conocido por la arqueología, historia, literatura de la época, que la exacta situación del texto revela su procedencia de ese mismo ambiente.Como criterio secundario o derivado: el del estilo vital de Jesús, es decir que armoniza tan bien con su persona y doctrina extraordinaria, que no es fácil haya sido atribuido a él adventiciamente.Se pueden añadir la coherencia narrativa, que integra tal dato con naturalidad en toda la narración, y las diversas interpretaciones de un fondo común, que así resalta más como verdadero.Entre los puntos que se consideran así adquiridos como históricos en los evangelios por el solo examen interno del texto, expresa el autor los siguientes: Yo os digo (Amén)... Abba, «Hijo del hombre» y la declaración de su filiación divina ante el Sanedrín y Caifas. Creemos que hay más puntos que nos interesan de esta calidad, pero ya éstos serían suficientes para nosotros.

3. Palabras y hechos de Jesús

Constitución Dei Verbum del Vaticano II sobre los escritos sagrados:«La santa madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar (quorum historicitatem incunctanter affirmat), transmiten fielmente (fideliter tradere) lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres hizo y enseñó realmente (reapse fecit et docuit) para la salvación de ellos (Constit. Dei Verbum, n. 19).«La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan (ib. n. 18).«Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios esco­giendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, ... reteniendo la forma de proclamación (o evangelio), de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús (vera et sincera de Iesu nobis communicarent). Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, para que conozcamos la verdad (veritatem) de las palabras que nos enseñan (Lc 1, 2-4)» (ib. n. 19).Para el fin de esta sección, que versa sobre el valor de las «palabras y hechos de Jesús» como contenido evangélico, recogemos estas dos afirmacio­nes: «enseñan fielmente lo que Jesús realmente hizo y enseñó»; y «siempre nos comunican cosas verdaderas y sinceras», es decir sin ficción alguna, acerca de Jesús. Tal es en la Iglesia el valor real de las palabras y hechos de Jesús en los evangelios.Pío X en el decreto dado por la Sagrada Congregación del Santo Oficio «Lamentabili», rechaza como falsa la afirmación modernista de que en «muchas narraciones los evangelistas no refirieron lo que es verdad, sino lo que creyeron más provechoso para los lectores, aunque fuera falso» (Prop. 14, Denz. N. 2014), así como la de que «en los evangelios no ha quedado sino un tenue vestigio de la doctrina de Cristo» (Pr 15 Denz. N. 2.015). Y especialmente sobre Juan y su evangelio también condena estas afirmaciones: «Las narraciones de Juan no son propiamente historia, sino una contemplación mística del evangelio, y los discur­sos contenidos en su Evangelio son meditaciones teológicas, acerca del misterio de la salud, destituidas de verdad histórica» (Pr. 16, Denz. n. 2.016), lo mismo que las que hablan sobre los milagros como «exagerados por Juan» (Pr. 17), y de que Juan no es «testigo de Cristo», sino sólo de la vida de la Iglesia en el final del siglo I. (Pr. 17, 18).Con máxima claridad y firmeza la Declaración de la Congregación de la Fe en 1972 dice que «Cristo en su vida terrena declaró el misterio de su persona con obras y con palabras» (AAS, 1972, 237-39).Con razón rechaza el Decreto Lamentabili esta proposición modernista: «La divinidad de Jesucristo no se prueba por los evangelios, sino que es un dogma que la conciencia cristiana dedujo de la noción de Mesías» (Pr. 27, Denz. n. 2.027)Los apóstoles, después de la Resurrección, fueron iluminados por el Espíritu en la fe para mejor comprender lo que Jesús hizo y dijo; pero nunca de manera que fueran cosas diversas de las que Jesús «en realidad hizo y dijo» (Vaticano II).

4. La voz propia de Jesús

En este capítulo proponemos las razones para juzgar que las afirmaciones de mesianidad y de divinidad, atribuidas a Jesús en los evangelios son realmente del mismo Jesús.En resumen, hay palabras y testimonios que son «ipsissima vox», como:Ø la respuesta griega ante Pilato sobre el título de Rey espiritualmente trascendente;Ø la respuesta ante el Sanedrín sobre su divinidad mesiánica, una de las cumbres más altas de la propia voz de Jesús: el Yo-soy equivalente al nombre de Yahvéh en los cuatro evangelios más de una vez;Ø el misterio eucarístico en su fórmula institucional;Ø el título de Padre-Abba dado a Dios, en forma estrechamente filial directa, como confirmaremos al ver el misterio trinitario en seguida;Ø la misma confesión de Pedro,Ø en la respuesta de Jesús: algunos egotismos de Juan, subrayados por las circunstancias como auténticos.Otras expresiones deben ser afirmadas al menos como «vox lesu» que no ha podido sufrir modificación en la sustancia de las afirmaciones:Ø la respuesta sobre la preexistencia a AbrahamØ la afirmación del Bautista,Ø las escenas de su bautismo y de su transfiguración, confirmadas por múltiple testimonio, diversos logia de Jesús o sobre Jesús conservados fielmente, que hemos citado, y otros casos semejantes.Todos estos casos son afirmaciones reales de Jesús, si no queremos suprimir toda fe histórica en los hechos evangélicos. Pasemos finalmente a los misterios revelados por Jesús, de los cuales tenemos confirmación en los evangelios, como muestras esplendorosas de divinidad reivin­dicada.

Capítulo III.- UN MESÍAS QUE ES DIOS

1. Un nuevo mesianismo en Israel

Afirman los evangelistas que Jesús proclamó desde el principio de su predicación y vida pública, de varias maneras más o menos descubiertas, que El era el Mesías esperado en Israel. El mesianismo religioso proclamado por Jesús, con carácter trascendente hasta alcanzar la divinidad, no tiene paralelo en la historia de Israel.El mesianismo israelita se había transformado realmente en la esperanza de un rey político y guerrero victorioso en Israel y el mundo.La concepción de un Mesías no político sino religioso, de un Mesías conforme con el Servidor de Yahvéh anunciado por Isaías, doloroso y paciente como un cordero llevado al matadero (Is 53, 2-7), no proviene ciertamente de unos israelitas ordinarios, sino de un hombre que ha sido capaz de comprender la profunda trascendencia religiosa del Mesías de Israel. Esta concepción mesiánica lleva el sello de Jesús de Nazaret, cuya admirable pasión y muerte, dando ejemplo de todo lo que había predicado, narran acordes los cuatro evangelistas. La proclamación de Mesías en Jesús de Nazaret lleva el sello de su rica y admirable personalidad.

2. El Mesías, Juez del mundo

Jesús reivindica como oficio propio personal el de juez universal en el Juicio final. Tal oficio exige necesariamente condición divina para poderlo ejercer con verdadera justicia.Este oficio está conectado con una de las manifestaciones más claras de Jesús como Mesías, que es la de que ha de venir por segunda vez, con este fin precisamente. Es una de las afirmaciones de Jesús que cuentan con mayor seguridad de ser suyas.El capítulo 25 de Mateo es un argumento decisivo en varios aspectos de la divinidad afirmada por Jesús en la misma mesianidad. Es el Hijo del hombre, título propio de Jesús, quien juzga, y ese título se une allí al de rey ejerciendo su poder. Los que son juzgados le dan el título de Señor, que es título de divinidad. Pero sobre todo el oficio que ejerce es oficio de divinidad, y lo ejerce personalmente (Mt 19, 28).Esta verdad, que ha pasado a ser punto de la fe de la Iglesia, proclamada en el Credo, recogida en toda la tradición antigua y posterior, desde la apostólica, es un argumento de la real afirmación por Jesús de su divinidad.El juicio último reservado a Yahvéh, y anunciado en todo el AT y en los profetas especialmente, Jesús lo reivindicó como propio, afirmando así su divnidad al proclamarlo (Mt 16, 27; 25, 31-32).El Mesías-Juez de los hombres es argumento de divinidad. Pues el Mesías hombre, Rey de Israel sería premiado y glorificado en el juicio. Pero el oficio de Juez es propio sólo y siempre de Dios.

3.- La revelación de la Trinidad

Juntamente con la unicidad de Dios, la fe cristiana admite como revelado por Jesús explícitamente el misterio de la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres personas distintas en un solo y mismo Dios. Este misterio trinitario existe propiamente sólo en el cristianismo y en los evangelios.Una breve mirada a este misterio nos confirma en la autenticidad histórica de esta vox Iesu, que es también ipsíssima por necesidad en algunos momentos. En rigor este misterio quedaba inicialmente revelado en la declaración de Jesús de ser Hijo de Dios. Luego en Dios hay Padre e Hijo. Esta afirmación de Jesús se halla ya en el propio nombre de Padre suyo que él da a Dios.En los capítulos 14-16 de Juan sobre la cena, hallamos las principales expresiones que nos revelan más claramente qué condición tiene su afirmación de ser Hijo de Dios. Jesús, en primer lugar, ve al Padre y le conoce íntimamente. Declara que él ha visto a Dios, su Padre (Jn 6, 46; 8, 38), y sabemos que en el AT se declara, por voz de Dios mismo a Moisés, que es imposible ver en vida a Yahvéh (Ex 33, 20).Mateo y Lucas atribuyen a Jesús un conocimiento del Padre igual al que el Padre tiene de él. Así, conoce directamente al Padre en visión absoluta (Mt 11, 27; Le 10, 22).Cuando Juan expresa toda esta teología en la forma perfecta de la unidad entre el Hijo y el Padre, en su sola divinidad: «El Padre y Yo somos uno» (10, 30), confirma la realidad histórica de tal afirmación al describir a los judíos dispuestos a oirla a apedrear a Jesús por afirmar esta unidad, con piedras ya en las manos (10, 33). «Siendo hombre te haces Dios» (Jn 10, 33). Estas palabras de sus adversarios frente a su afirmación, unidas a la acusación ante Pilato en el momento crítico del proceso: «Se ha hecho Hijo de Dios» (19, 7), muestran que Juan no habla de teologías propias sino de realidades de Jesús.Esta fórmula aparece repetida tres veces en el discurso de la cena (14, 10.11.20). Especialmente tres frases de Jesús nos muestran de forma clara que se trata de afirmaciones y recuerdos históricos de Juan sobre la cena.Vengamos, en fin, a las manifestaciones sobre la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. No parece haber duda posible sobre la manifestación del Espíritu bajando sobre Jesús en el bautismo, manifestación atestiguada en los cuatro evangelios por el Bautista con su autoridad profética.Hemos señalado la mención del Espíritu Santo en los sinópticos en algunos logia de Jesús, que no ofrecen ninguna dificultad en la atribución: «el Espíritu Santo de vuestro Padre, hablará en vosotros en las horas difíciles de la persecución» (Mt 10, 19-20; Mc 13, 11; Lc 12, 12; 21, 15). En una escena, que es difícil poner en duda, afirmando que el texto de Isaías en que el Espíritu Santo desciende sobre el Mesías se ha cumplido ante ellos (Lc 4, 18).).Jesús habló antes a Nicodemo, según Juan, de un bautismo en Espíritu Santo y agua (Jn 3, 5). En el discurso de la cena Jesús promete que ha de enviar el Espíritu Santo como alguien que es Dios, y a la vez que es distinto a él, es decir que lo distingue como Persona de la misma Trinidad que el Padre y el Hijo, del cual además dice que es enviado por el Padre y por el Hijo mismo.La revelación de la Trinidad fue hecha por Jesús, el cual fue enviado por el Padre «para revelar a los hombres los secretos íntimos de Dios.»

4. La fórmula del bautismo cristiano

Una clarísima revelación de la Trinidad es la fórmula del bautismo cristiano, que Mateo propone como pronunciada por Jesús resucitado en el alto monte de la aparición de Galilea:«Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).Esta fórmula ha llegado hasta nosotros intacta, sin duda por su importancia sacramental. Con ella son hasta hoy bautizados los cristianos de todas las confesiones, y está declarada en la Iglesia Católica, por definición del Concilio de Trento, como la fórmula válida en todas las iglesias (can. 4 sobre el bautismo; Denz.n. 860), y que el bautismo es un sacramento instituido, como los otros seis, por el propio Jesús (can. 1 sobre los sacramentos; Denz. n.844). La tradición universal cristiana de esta fórmula avala su entera legitimi­dad en la paridad divina de las tres Personas mencionadas.Ante ella no se puede pensar, aun críticamente, sino que proviene del propio Jesús, por lo cual la tradición así la ha recibido desde los apóstoles. Ellos bautizaron ya el mismo día de Pentecostés a varios miles, y seguramente antes o con ellos a los propios discípulos de Jesús. Es el bautismo que Pedro llamará dado «en nombre de Jesucristo» (Act 2, 38-41). Pero este bautismo apostólico exigía la fe en la divinidad de Jesús, como aparece en el bautismo del eunuco de Candaces por el diácono Felipe (Act 8, 35-38), y no se puede dudar de que los apóstoles utilizaban la fórmula enseñada por Jesús, y llamaban a este bautismo el que se daba «en nombre de Jesús» (Act 2, 38; 8, 35; 9, 17-18; 10, 48; 19, 5; 1 Cor 1, 13)En esta fórmula aparece la divinidad de Jesús de forma evidente. Pues son colocados en plena paridad el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de la revelación trinitaria. Es una formulación sagrada de la revelación trinitaria, conservada por ello al pie de la letra. Podemos pues, y debemos, estar ciertos de que esta fórmula fue pronunciada por Jesús mismo, y que nos transmite, como enseña el evangelista, una palabra del propio Jesús. Es así «Ipsissima vox lesu», una palabra literal de Jesús, quien afirma su propia divinidad.

Capítulo IV.- LA FE POSPASCUAL DE LOS DISCÍPULOS

1. La única explicación válida

Jesús manifestó en diversas formas que él era el Mesías esperado en Israel, Mesías que no era de carácter político y guerrero, sino religioso y trascendente; trascenden­cia que llevaba la manifestación, también múltiple y la más fundamental, de que es Hijo de Dios, y verdadero Dios igual al Padre. Podemos añadir que él ha de ser Juez del mundo, al final de la historia de los hombres y para todos ellos, que es imagen mesiánica de divinidad.

Hay muchas razones que hacen ver que este contenido evangélico de las manifestaciones de Jesús en sus páginas hubo de corresponder a la realidad, con certeza en muchas de ellas, y en bastantes aun en su literalidad misma. Y si buscamos cuál pudo ser la explicación válida de que pongan en labios de Jesús tales afirmaciones extremas para un hombre, no se ve qué otra razón válida pueda aducirse sino una: que Jesús las dijo, y afirmó que era Mesías de Israel, Juez del mundo y Dios verdadero, como Hijo de Dios.En resumidas cuentas, atendiendo a esta verdad contenida como esencial en las afirmaciones aportadas de Jesús, la de que es el Mesías, Juez del mundo y de los hombres todos. Hijo de Dios y Dios verdadero igual al Padre, podemos aplicar los diversos criterios de historicidad, que hemos enumerado antes.

Ø Si atendemos al criterio del testimonio múltiple, tenemos tal afirmación en diversas formas, en los cuatro evangelios, y a veces una misma afirmación en la misma forma en dos, tres o cuatro de ellos, que es criterio de múltiple testimonio, tratándose de afirmaciones de Jesús, rubricadas también por la fe de Pedro y Pablo;Ø El criterio de discontinuidad ve en tales afirmaciones algo que no puede provenir del ambiente judío, sino que rompe absolutamente con su monoteísmo integral.

Ø El criterio de conformidad, puede hallar la concordancia de muchas de las sentencias de Jesús con los datos del ambiente, como la Ley, el sábado, el Templo, el Sanedrín, las costumbres romanas de la crucifixión, el «Hijo del hombre» como título propio mesiánico, y otros datos;

Ø El estilo vital de Jesús se muestra en las parábolas aportadas y otros logia que hemos aducido, así como en los milagros y su forma de realizarlos, o su voluntad de perdonar los pecados;

Ø La coherencia narrativa, porque muchas de tales afirmaciones se hallan incorporadas a fragmentos de los evangelios en los que existe tal coherencia; y son diversas expresiones de un fondo común, según la forma de cada evangelio.Ø El criterio de razón suficiente. No se puede aducir ninguna otra razón explicativa de este cúmulo de afirmaciones en boca de Jesús, sino ésta: él mismo dijo que era Mesías, que sería Juez de los hombres y que era Hijo de Dios y Dios.

La única alternativa aportada, y quizás la única que resulta posible, aunque no tenga verosimilitud alguna, es que tales afirmaciones son testimonios de la comunidad cristiana recogida por los evangelistas. Pero como los evangelistas las presentan como de Jesús, no de la comunidad cristiana, tropieza tal solución con las objeciones de todos los argumentos ya presentados.La «mitificación» de Jesús puro hombre como «Dios» por sus discípulos no puede sostenerse en pie. Los evangelistas perderían todo crédito, no serían honestos ni sinceros, no habría vestigio alguno de tal mitificación en los evangelios. La comunidad cristiana habría caído en una confusión indescriptible, contra su propia fe hebrea anterior, que los evangelis­tas recuerdan claramente.La verdad es sólo ésta: Jesús mismo fue quien dijo que era Mesías, Juez del Mundo, Hijo de Dios, Dios verdadero. El fue quien reveló el misterio, ignorado por los hombres, de la Trinidad. El fue quien consagró el misterio, humanamente increíble, de la Eucaristía. El fue quien ordenó bautizar en el nombre de la Trinidad.Las palabras de Jesús son, en verdad, palabras de Jesús.

2. La fe pospascual de los discípulos

Todo ello no quita que la resurrección de Jesús haya provocado una nueva situación en la comunidad apostólica y cristiana de sus seguidores. La crítica, al distinguir la comunidad prepascual y la pospascual, con la muerte y resurrección como un hiato de gran significación entre ambas, dice una verdad. Tal salto existió. La resurrección, anunciada por el mismo Jesús a ellos antes de su muerte, fue el sello de Dios sobre su vida. Fueron iluminados, comprendieron el misterio. Pero el misterio ya existía, y en él habían vivido. Ahora podían comprenderlo mejor.Pero lo que no resulta aceptable es el planteamiento de ruptura de la crítica radical y racionalista, o de la desmitologización no cristiana. Dice la constitución dogmática del Vaticano Dei Verbum acerca de este punto:«Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella más plena inteligencia de que ellos gozaban, instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo, y enseñados por la luz del Espíritu de la Verdad» (Dei Verbum, n. 19).La comunidad pospascual tenía un más pleno conocimiento, recibido por luz del Espíritu de que gozaban, y por los hechos de la resurrección. Hay que advertir que eran iluminados por la luz del «Espiritu de la Verdad». Tal Espíritu no podía iluminarles haciéndoles ver lo que no hubiera existido. Y, en efecto, el texto afirma simplemente que, con esa luz, predicaban «lo que Jesús había dicho y obrado», no cosas diferentes y añadidas. Y el mismo texto, poco antes, notaba que «los Evangelios comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, realmente (reapse) hizo y enseño viviendo entre los hombres» (ib).Todo el evangelio, y en especial el de Juan, quiere decir lo que Jesús dijo y enseñó, y lo que hizo en vida mortal, y luego su muerte y resurrección con las apariciones.

3. El evangelio de Juan y la realidad histórica

Conviene que recordemos esto particularmente ante el evangelio de Juan, que suele ser calificado como «evangelio teológico», o también como «teología de Juan». Estas expresiones son admisibles si son bien entendidas y no quieren negar la historicidad del evangelio joánico.En el decreto Lamentabili de san Pío X se rechaza como contraria a la doctrina eclesial la afirmación: «Las narraciones de Juan no son propiamente historia, sino una contemplación mística del evangelio. Los discursos contenidos en su evangelio son meditaciones teológicas acerca del misterio de la salvación, destituidas de verdad histórica» (Lamentabili, prop. 16; Denz. n. 2.016). La verdad, por el contrario, es que si en algún evangelio hay rasgos históricos auténticamente comprobados por la arqueología, o señalados por el evangelista con indicaciones peculia­res de tiempo o de lugar, o de personas no citadas en otros evangelios, es en el de Juan, quien da múltiples datos que quiere señalar como históricos, para completar precisamente lo narrado por los anteriores a él. Contra aquellos que dicen que su evangelio es sólo reflexión teológica y no contiene realidades históricas, se alza la declaración del propio evangelista: «Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios» (Jn 20, 31).El evangelio de Juan está compuesto de secciones en las que a un hecho notable (un milagro en general: las bodas de Caná, el paralítico en la piscina, la multiplicación de panes, el ciego de nacimiento, Lázaro resucitado; o el encuentro con la Samaritana, o con Nicodemo) sigue un diálogo, discusión o discurso de Jesús sobre un tema especial. Tales temas seleccionados son elección teológica. La redacción de los diálogos y discursos debe ser compuesta por él, ya que no parece que normalmente sería posible que recuerde palabra por palabra todo lo dicho; pero las frases culminan­tes, que llevan la marca de Jesús, la idea principal en su desarrollo, tienen que ser de Jesús, si quiere ser coherente con su propósito declarado de «dar fe a la divinidad de Jesús. Son pues recuerdos de Juan, que vienen a su memoria, conservados con amor, en los que habla Jesús, según recuerda, o según compone por aproximación. Pero tiene que haber cosas que son de Jesús por su plasticidad, por su fuerza, por su carácter de admirable elevación, propia de Jesús en su estilo de imágenes.La cena narra el lavatorio de los pies, que ciertamente ha de ser real, con su diálogo vivísimo con Pedro, el anuncio de la traición, y el comienzo de la expansión con los restantes discípulos, cara ya a la muerte. Juan, que comprendió que era una hora grave para Jesús (Jn 13, 1.30), tuvo el privilegio, que para siempre recordó, de reclinar la cabeza allí sobre su pecho. ¿Qué tiene de extraordinario entonces que el apóstol, que se siente con un lugar de predilección en el amor de Jesús, recuerde con viveza las palabras de Jesús? Menciona interven­ciones de sus compañeros Tomás, Felipe, Judas Tadeo y las respuestas de Jesús. Recuerda una admirable oración al Padre. Cuando escribe y «redacta» estos memorables recuerdos, ¿quién podría pensar que por sola reflexión teológica atribuye a Jesús cosas que nunca dijo?Se comprende que el decreto Lamentabili haya rechazado, como doctrina que debe ser reprobada, la de los modernistas que dicen: «La doctrina sobre Cristo, que enseñan Pablo, Juan y los Concilios de Nicea, Efeso y Calcedonia, no es la que Jesús enseñó, sino la que sobre Jesús concibió la conciencia cristiana» (Prop. 31; Denz. n. 2.031). Es, por lo mismo, digno de gran cuidado, el no acercarse a esta zona peligrosa. Juan testifica sobre Jesús, del mismo modo que Pablo enseña doctrina verdadera del misterio de Jesús, todo lo cual ha sido recogido y proclamado en el desarrollo de los siglos por la Iglesia, frente a las herejías cristológicas.

4. La alternativa crítica

Los críticos que no quieren aceptar los evangelios, y en particular el de Juan, como relato de palabras y hechos reales de Jesús, se enfrentan a una alternativa, que en realidad es insoluble. Pues las palabras atribuidas por los evangelistas a Jesús —y en especial por Juan, que trabaja con recuerdos personales— o son realmente de él (aunque con modificaciones de redacción, que no alteren su sentido esencial), o son obra de los autores evangélicos, que se las atribuyen a Jesús al proclamar su propia fe y la de la comunidad cristiana. En este segundo caso, o las inventan ellos y las ofrecen así a su propia comunidad, lo que es increíble, pues la comunidad no las recibiría, o las reciben de la propia comunidad apostólica y cristiana primitiva, llamada pospascual.La alternativa planteada no tiene, en este caso de la afirmación de la divinidad en Jesús, más salida que la de reconocer que las afirmaciones a él atribuidas son del propio Jesús, aun cuando pueda aceptarse que algunas de ellas se hallan un tanto modificadas, no en lo esencial. Pero también hay que aceptar que otras, por su forma breve y gráfica, por su fuerza concisa y concentrada, por su imposibilidad de ser olvidadas en su misma literalidad si fueron dichas nos transmiten la misma voz de Jesús Ipsissima, o al menos ipsa en otros casos, vox lesu.