lunes, 5 de diciembre de 2011

Las letanías al Corazón de Jesús, según Juan Pablo II







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CHARLA: LA DEVOCION AL CORAZÓN DE JESUS - “LAS LETANÍAS AL CORAZÓN DE JESÚS”

Aula P. Juan Manuel Igartua S.J.

Curso: “El Corazón abierto de Jesús”. P. Juan Manuel Igartua S.J. (1951)

Reunión del 12 de noviembre de 2011

Lugar: Local Adoración Nocturna de Bilbao

1º.- EL CORAZÓN ABIERTO DE JESÚS

Es un libro sobre la devoción al Corazón de Jesús que escribió el P. Igartua S.J. en el año 1951, por encargo del P. Imatz S.J.. Es una especie de opúsculo escrito para fomentar en los jóvenes estudiantes la devoción al Corazón de Jesús.

Consta de prólogo, dos partes y un apéndice:
1ª El Sagrado Corazón
2ª La devoción al Sagrado Corazón
Apéndice: Promesas y Principales formas de esta devoción

Primera parte: el Sagrado Corazón de Jesús

En una serie de apartados con ejemplos y textos del Nuevo Testamento y del Magisterio de la Iglesia explica qué es el Sagrado Corazón de Jesús.

El mayor ideal

En la Misa del día del Sagrado Corazón de Jesús: «Las riquezas de Cristo están todas en su Corazón. El misterio escondido en Dios está abierto en el Corazón de Jesús.

In Hoc Signo Vinces

Para señalar la importancia, actualidad y necesidad para nuestros días cita un texto de la Encíclica Annum Sacrum de León XIII, escrita con ocasión de la consagración del mundo al Corazón de Jesús. In Hoc Signo Vinces.

11 - Cuando la Iglesia estaba oprimida con el yugo de los Césares en sus tiempos primitivos, fue manifestada una cruz en lo alto al joven emperador, que fue, por cierto, auspicio y causa de la gloriosí­sima victoria que después obtuvo. He aquí otra señal que hoy se ofrece a Nuestros ojos, excelsa y divinísima, es a saber: el Sacratísi­mo Corazón de Jesús, con la cruz por remate y resplandeciente de llamas entre esplendísimos fulgores. En El se han de cifrar, pues, todas las esperanzas; a Él se ha de rogar y de El hemos de aguardar la salvación de los hombres.

¿Qué es el Sagrado Corazón?

La mejor manera de entender lo que es, será decir sencillamente cómo tuvo comienzo esta devoción. En el Convento de la Visitación de Paray-Le Monial, en Francia, había una monjita ignorada lla­mada Sor Margarita María de Alacoque. Era humilde, paciente, callada; pero te­nía una cosa extraña que alarmaba a sus hermanas: decíase entre ellas que se le aparecía con frecuencia el Señor.

Aquel día, un día infraoctava del Santísimo Sacramento (16 de junio de 1675), transcurría... y según se hallaba en la penumbra de su capilla ante el Señor solemnemente expuesto, vio delante de sí al divino Salvador, que mostrándole su Corazón le dijo así:

«He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitudes por sus irreverencias y sacrilegios, y por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor. Pero lo que me es más sensible es que son corazones que me están con­sagrados los que me tratan así. Por esto te pido que sea dedicado el pri­mer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día, y reparando su honor por medio de un acto de des­agravios, para expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares. Te prometo también que mi Corazón se dilatará para derramar con abundan­cia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor; y sobre todos los que procuren que le sea tributado.»

(Gauthey, Autobiografía de Santa Margarita, II, núm. 92.)

Es Jesucristo

Es Jesucristo un Rey admirable: en su cabeza la corona de oro y pedrería de la triple tiara, premio de su antigua corona de espinas; en sus manos la Cruz. Y con suave y viril gesto de con­quista levanta su mano hacia el anhelo invisible de las llanuras. Ante vosotros el mundo: Jesucristo os invita a rega­lárselo a Él.
Con el Corazón abierto

El Sagrado Corazón no es Jesucristo simplemente: es Jesucristo con el Corazón abierto, es Jesucristo desde el punto de vista del Corazón.

Estaba el Señor en la Cruz. Aún los soldados romanos en torno vigilaban, unos sentados, otros en pie, todos aten­tos a las misteriosas circunstancias de aquel Crucificado, cuando Él se afianzó en la Cruz, levantó sus ojos al cielo, y dando un clamor inclinó la cabeza. Lle­gaba un soldado con orden de romper las piernas a los crucificados para rema­tarlos de este modo. Acercóse a Jesús, y viendo su rostro amarillo y su inmo­vilidad, interrogó a los demás con la mirada. «Ha muerto», le dijeron. Pero él, como quien quiere cerciorarse, tomó una lanza del suelo, la blandió con fuer­za, y fue a clavarla en el costado de Jesús. Tembló el cuerpo de la sacudida, y al retirar la lanza salió tras ella «san­gre y agua». Había quedado roto el Co­razón divino y su última generosidad era dar por la herida la sangre preciosa que lava y redime.

Desde aquel momento, para siempre, Jesucristo era: Jesucristo con el Cora­zón abierto.

Las cuatro insignias reales

El Sagrado Corazón es Jesucristo con el Corazón abierto. Es el Corazón ver­dadero y real, el Corazón de carne y sangre de Jesucristo lo que honramos. Pero habrás advertido que cuando se representa este Sagrado Corazón suele ponérsele algunas señales especiales. No es un Corazón sencillamente, sin más. Es un Corazón con una herida, y una corona de espinas ciñendo su vuel­ta, ardiendo en llamas, y con una cruz en medio de ellas clavada en el mismo Corazón. Éstas son las cuatro insignias del Sagrado Corazón.

Las llamas significan lo ardiente del amor con que Jesús nos ama. Y es que el amor cuando es muy intenso parece fuego. Por eso se dice que es ardiente, abrasado... El Corazón de Jesucristo es un verdadero horno encendido.
En el desierto vio Moisés una zarza que estaba ardiendo y nunca se quema­ba.
«Nuestro Dios es fuego.» Por eso se apareció en forma de fuego el Padre en la zarza ardiente: y después en Pente­costés el Espíritu Santo se apareció en lenguas de fuego; ¿qué cosa más natural que también la segunda persona, que es el Hijo, se apareciese con fuego en el Corazón? Nuestro Dios es fuego quiere decir Nuestro Dios es amor. Y por eso el Corazón de Jesús, que representa el amor, arde: arde la zarza de su corona de espinas, y nunca acaba de quemarse porque Jesús nunca deja de amar.

La cruz significa todos los sufrimien­tos que Jesús ha padecido por nosotros. Sufrimientos de la flagelación, del dolor del alma, de la tristeza... Pero sobre todo aquellas tres horas que estuvo col­gado de una verdadera cruz, con tanta sed, con tantos dolores y angustias.

Las espinas que con un doloroso abrazamiento rodean este Corazón sig­nifican cómo le duelen nuestros peca­dos. Nuestras ingratitudes le punzan, nuestros pecados le desgarran.

La herida significa que su Corazón está abierto para nosotros, y también que los hombres le han herido con su ingratitud.
«Fue abierto el Corazón, dice el Pre­facio de la misa del Sagrado Corazón, para derramar sobre nosotros torrentes de misericordia y de gracia, y para que fuese descanso de los hombres piadosos y refugio de los arrepentidos.»

El último esfuerzo

Dijo Nuestro Señor Jesucristo a San­ta Margarita María que la devoción del Sagrado Corazón era el último esfuerzo que su amor hacía para salvar al mundo de la ruina en que había caído.
Jesucristo murió por los hombres, con lo cual todos los que quisieran po­dían salvarse. Y continuamente estaba haciendo esfuerzos para que se aprove­chasen de su Sangre, derramada con tantos dolores. Se quedó en la Eucaris­tía, les enseñó a orar, sudó, trabajó, lloró: todo esto eran esfuerzos para sal­var a los hombres. Murió por ellos: era el último esfuerzo de su vida mortal. Después de su resurrección fundó la Iglesia, subió a los cielos, inspiró a los Evangelistas que escribiesen los Evan­gelios: eran nuevos esfuerzos para sal­varlos, para que se aprovechasen de su muerte. Pero nada bastaba. Y entonces hizo el último esfuerzo, les enseñó su mismo Corazón herido

Como una Redención amorosa

Dijo el Señor a Santa Margarita, la Evangelista de su Corazón, que esta de­voción era como una Redención amoro­sa para arruinar el imperio de Satanás sobre el mundo.

Redención no hay más que una: la que Jesucristo efectuó en la Cruz, borrando nuestros pecados. Pero esa Redención para estar completa necesita ver el fruto logrado en las al­mas de los redimidos

Segunda Parte: la devoción del sagrado corazón

Qué es tener devoción al Sagrado Corazón

Tener devoción al Sagrado Cora­zón es:

I.—Amar al Sagrado Corazón con todas nuestras fuerzas.
II.—Reparar las ofensas que le ha­cemos, y las que los demás hom­bres le hacen.

Esto es lo principal, pero también, y como consecuencia, es:

III.—Consolar al Señor en sus tris­tezas.
IV.—Confiar en Él, pese a todos los pesares.
V.—Imitarle en todas sus virtudes.
VI.—Hacer apostolado, propagando su devoción.
VII.—Practicar las devociones relati­vas a su Sagrado Corazón, dán­dole culto.

Y como resumen de todo, es:

VIII.—Consagrarse al Sagrado Corazón.

Apéndice

Promesas
Principales formas de esta devoción
:

a) las letanías del Corazón de Jesús

b) Ofrecimiento de obras diario del Apostolado de la Oración

c) Acto de Reparación prescrito por Pío XI

d) Fórmulas de consagración personal


Algunos textos del Magisterio de la Iglesia sobre la devoción al Corazón de Jesús

Annum Sacrum

2- La aprobadísima devoción acerca del Sacratísimo Corazón de Jesús, hemos procurado defenderla y colocarla en grande esplendor más de una vez, a ejemplo de Nuestros Antecesores Inocencio XII, Benedicto XIII, Clemente XIII, Pío VI, VII y IX, y esto hicimos con mayor intensidad en decreto dado el 28 de Junio de 1879 cuando elevamos a rito de primera clase la festividad de tal título y advoca­ción.
No obstante, no es ella nueva ni se emplea ahora por vez primera, puesto que hace veinticinco años, con ocasión del solemne centena­rio del celestial mandato confiado a la Beata Margarita María de Alacoque, de propagar la devoción del Sagrado Corazón


Miserentíssimus Redemptor

2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquella forma de devoción con que damos culto al Corazón Sacratísimo de Jesús, «en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduría y de su ciencia» (4).
Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes» (5), así en los turbulentísimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostró su corazón como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

3. Y con razón, venerables hermanos; pues en este faustísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo más vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? Nadie extrañe, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta probadísima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que la ensalzaran con sumos elogios y solícitamente la fomentaran, conforme a las circunstancias.

Haurietis Aquas
Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual —el beato Claudio de la Colombiere—, consiguió que este culto, ya tan difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana.

2º.- LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS EN EL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II

El Papa Juan Pablo II a lo largo de su pontificado hizo un esfuerzo por difundir en la Iglesia la devoción al Corazón de Jesús, desde sus fundamentos bíblicos, patrísticos y magisteriales, pero también siguiendo las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial en el siglo XVII, tal y como la misionera del Corazón de Jesús, con la ayuda de san Claudio de la Colombière, difundió en la Iglesia y fuera de ella con la ayuda de quienes eligió el mismo Corazón de Jesús.

Se puede decir que transmitir a toda la Igle­sia la devoción al Corazón de Jesús, junto con la devoción al Corazón Inmaculado de María, ha cons­tituido una preocupación fundamental en su magiste­rio y su acción pastoral en su pontificado, también el haber dejado constancia de que la Eucaristía y la Inmaculada Concepción son las dos columnas en las que se salva del naufragio la Iglesia Católica.
El Papa fue elegido el 16 de octubre de 1978 (festividad de Santa Margarita María de Alacoque) y podemos señalar cronológicamente los siguientes actos magisteriales relacionados con la Devoción al Corazón de Jesús:

1979. Encíclica Redemptor hominis del 4 de marzo; Alocución del 22 de junio: «Aprendamos a conocer el misterio del Corazón de Cristo». El ángelus tras la fiesta del Sagrado Corazón: «la fiesta del Sagrado Corazón, actualidad siempre viva».

1980. Encíclica Dives in misericordia 30 de noviembre. El Papa en Montmartre (1 de junio): «El amor del Corazón de Jesús envuelve al mundo entero».

1982. Consagración del mundo al Corazón Inma­culado de María en Fátima (13 de mayo) - Medita­ciones de las letanías al Corazón de Jesús en los án­gelus dominicales (mes de junio).

1984. Consagración del mundo al Corazón Inma­culado de María en Roma (25 de marzo) - Solemne acto en colegialidad con los obispos de todo el mun­do - Homilía en Misa celebrada en el policlínico Gemelli de Roma (28 de junio): «el misterio del Corazón de Cristo». Medita­ciones de las letanías al Corazón de Jesús en los án­gelus dominicales (mes de junio).

1985. Alocución a los directores nacionales del Apostolado de la Oración (13 de abril) - «El Apos­tolado de la Oración tesoro del Corazón de Cristo, tesoro del corazón del Papa» - Durante los meses de junio, julio y agosto - Meditaciones de las leta­nías al Corazón de Jesús en los ángelus dominicales.

1986. Visita a Paray-le-Monial - Homilía a los peregrinos; carta al prepósito general de los jesuitas en la capilla del entonces beato Claudio la Colombière y alocución a las religiosas visitandinas del monasterio de la Visitación, donde tuvieron lugar las apariciones del Corazón de Jesús.

1992. Canonización del beato Claudio la Colombière (31 de mayo)

1997. Proclamación de santa Teresa de Lisieux como doctora de la Iglesia universal (19 de octubre)

1999. Conmemoración del centenario de la Con­sagración del mundo al Corazón de Jesús realizada por León XIII (Mensaje desde Polonia el 11 de junio y carta con motivo de la peregrinación a Paray).

2000. Canonización de la beata Faustina Kowalska e institución de la fiesta de la Misericor­dia divina (30 de abril).

2002. Consagración del mundo a la Misericordia divina en Polonia (17 de agosto)..

sábado, 9 de julio de 2011

Aula P. Igartua S.J. charla fin de curso: El Corazón de Jesús

Charla fin de curso: "En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús. Actualidad y necesidad de esta devoción"

Se empezó comentando la intención del mes de Junio del Apostolado de la Oración:

Que los sacerdotes, unidos al Corazón de Cristo, sean testigos del amor solícito y misericordioso de Dios

También el comentario del Papa de unos días atrás en una audiencia animando a dedicar el mes de Junio a la devoción al sagrado Corazón.

Se hizo repaso de muchos acontecimientos eclesiales actuales como:

 la renovación de la consagración del mundo por Juan Pablo II,
 la carta de Benedicto XVI en el cincuentenario de la Haurietis aquas y el año sacerdotal pidiendo sacerdotes según el Corazón de Cristo;
 la renovación de la consagración de España en el Cerro de los Angeles,
 la beatificación de Bernardo de Hoyos etc..

Se comentó la esperanzadora noticia de que en Agosto se consagrará toda la juventud mundial al Sagrado Corazón en el marco de la JMJ.

Se analizó la congruencia de la situación del mundo actual con la necesidad de aceptar la Misericordia del Corazón de Jesús. Se comentó la continuidad entre los textos de Santa Margarita y Santa Faustina.

Se habló de la necesidad de la humildad y la necesidad de reconocerse pecadores pero con la confianza puesta en la Divina Misericordia que todo lo perdona y de quien no hay que desconfiar nunca, y de la entrega al Amor Misericordioso de santa Teresita.

En la línea de la confianza en el Corazón de Jesús, se terminó comentando el acto de confianza de San Claudio de la Colombiere.

miércoles, 29 de junio de 2011

"En la escuela del Sagrado Corazón de Jesús.







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martes, 19 de abril de 2011

La historia como género literario en el Antiguo Testamento

Capítulo III.- LA HISTORIA COMO GÉNERO LITERARIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

RESUMEN

La interpretación de los textos de la Sagrada Escritura siempre ha sido un problema de no fácil solución. En particular, en el siglo XIX surgieron dificultades de orden moral, científico e histórico sobre todo por los descubrimientos arqueológicos.

Pío XII, en la Encíclica Divino Afflante Spiritu del año 1943, daba el impulso decisivo a la teoría de los géneros literarios.

«Esfuércese el intérprete por averiguar cuál fue el ca¬rácter y condición de vida del escritor sagrado,(…) . Porque a nadie se le oculta que la nor¬ma suprema de la interpretación es aquella por la que se averigua y define qué es lo que el escritor intentó decir.» (AAS, 35, 1943, 314).

Pero para alcanzar a comprender bien lo que el escritor quiso decir son necesarias la inteligencia del texto y del am¬biente en que se escribió.

La Palabra de Dios no nos vino a enseñar ciencia razonada al plasmarse en la Escritura inspirada, sino el camino, las obras y también la historia de la Salvación.

1. Perspectiva de la historia en el Antiguo Testamento

Profundamente ha cambiado la concepción crítica entre los católicos acerca del género histórico en el Antiguo Testamento.

Expone Pío XII en la encíclica Divino Afflante Spiritucitada, cómo en los cincuenta años transcurridos desde la «Providentissimus Deus» de León XIII (1893-1943), se han modificado las condiciones de los estudios bíblicos.

Queremos dar una breve visión de la nueva concepción introducida en la panorámica de la interpretación bíblica, que corresponde a los géneros literarios.

Se puede ilustrar esta nueva perspectiva con una comparación de dos planos horizontales, paralelos. Uno de ellos podría ser la misma tierra en el ejemplo, y el otro un plano de cristal a media altura, que recibiese la luz superior del sol, y proyectarse la sombra de sus figuras o dibujos sobre el de abajo, la tierra misma.

El superior servirá para representar el plano del escrito sagrado, que recibe la luz solar de la divina inspiración, que proviene de Dios. El Espíritu, del modo que lo entiende la teología católica fundada en la Biblia, ilumina al autor humano y le mueve a escribir su libro. El resultado es el escrito con sus relatos, obra divina y humana juntamente, que ocupa el plano superior, y en el cual, por razón de la misma inspiración, tenemos que admitir como ineludible consecuencia la inerrancia, por ser Dios la Verdad suprema que ni puede engañarse ni engañar, y ser el verdadero autor del libro.

Cuando el libro es histórico por su género o materia, y por la presumible intención del autor que lo redacta (como lo son, según la tradición, el Pentateuco, Josué, Jueces, Reyes, Macabeos...), contiene numerosos hechos relatados, que diríamos que proyectan su sombra sobre el plano inferior de la tierra, que es para nosotros el de las realidades históricas acaecidas entre los hombres en el desarrollo de su acción humana. Estos hechos pueden designar bien figuras o personas (Adán, Caín, Lamech, Noé, Sem, Abraham, Jacob...) que intervienen en la ac¬ción, bien sucesos o acaecimientos humanos concretos de tales personas (el pecado de Adán, la construcción del Arca de Noé, el sacrificio de Isaac, los engaños de Jacob, la historia de José, la conquista de la tierra de Canaán...). En el plano del escrito sagrado, donde todo es procedente del autor divino por el humano, tales relatos ofrecen una coherencia literaria indiscuti¬ble en conjunto, y pueden ser catalogados entre las obras verdaderamente «inspiradas» de los pueblos, inspiración que tiene además para el creyente un valor ya indicado, muy superior al de la inspiración meramente literaria. De este valor para el creyente proceden en realidad los problemas de la exégesis creyente del texto.

Pero el principal problema del creyente ha sido siempre el del valor histórico de los relatos, y su concordancia con los da¬tos reales comprobados o verosímiles al menos, que puede hallar en la misma historia de los hombres. ¿Se proyectan todos los hechos y figuras del plano del escrito sobre el plano histórico de la tierra? ¿De qué manera se proyectan? Entra aquí la solución de los géneros literarios en escena.

¿Coinciden las figuras de los relatos con figuras reales de la historia?

¿Coinciden los hechos en que intervienen tales figuras en los relatos con hechos reales?

Se trata de saber primero si hay un hecho que corresponde al relatado, y en segundo lugar, si lo hay, si queda desfigurado, engrandecido por ejemplo, en el relato. En una palabra ¿cubre la sombra de los hechos y figuras del relato inspirado con exactitud hechos y personas reales, o los desborda en su contorno magnificándolos o deformándolos como sombras que dependen de la luz utilizada y sus condiciones de distancia y posición? ¿O tal vez todavía —suposición extrema— la sombra del relato cubre un lugar enteramente va¬cío, y solamente contiene una leyenda en realidad inexistente? ¿Cuál de estas hipótesis salva la inerrancia del relato inspira¬do en el género histórico?

2. Elementos de la interpretación

Hay un problema muy importante de autor. Grandes obras antiguas (los Vedas o el Gilgamés) no tienen autor conocido. Algunos de los grandes conjuntos escritos antiguos, son desde luego no de un solo autor, sino de una colectividad de autores, que ha ido poniendo su mano en correcciones o adiciones de la obra. Con todo, si la obra conserva una verdadera unidad, una mano final ha tenido que refundir o acomodar el total escrito que conservamos. Este es uno de los problemas del Antiguo Testamento; pues, aunque sus autores lleven nombres atribuidos, como el de Moisés para el Pentateuco.

Otro punto fundamental de la inteligencia de los textos: el de la tradición oral previa a la escritura. Todo escrito transmitido primero oralmente ha surgido en un determinado entorno religioso y cultural. A la consideración de este entorno pertenece el tomar en cuenta lo que los alemanes han llamado Sitz im Leben, o con terminología castellana entorno vital, que comprende tanto la consideración de las costumbres y ambiente social, como la fecha de composición que hace que los elementos sean diversos para el autor.

El creyente debe evitar los prejuicios religiosos racionalistas. Por ello no puede basar el rechazo de algunas interpretaciones meramente en la necesidad de evitar los milagros o las profecías auténticas, ya que su fe en la intervención de Dios en la marcha singular de su pueblo le hace admitir esto, no sólo como posible sino como altamente verosímil, desde el punto de vista de los relatos. No puede situarse en la misma línea del crítico no creyente. Si el creyente admite la obra creadora de Dios, muy superior a todo milagro de cualquier clase, ¿qué dificultad podrá tener en admitir, con el texto, las intervenciones de Yahveh para salvar a su pueblo con milagros?.

Respecto de las cifras y su certeza hay que considerarlo des¬pacio. Hay cifras numéricas que pueden llevar a interesantes confrontaciones, por ejemplo la de Nehemías en su llegada a restaurar las murallas de Jerusalén (Ne. 2,1). Otras hay que son fácilmente susceptibles de una reducción simbólica entre los antiguos, como la de la duración de las generaciones. Típica de este género es la del número cuarenta, que se halla tantas veces en el AT: los días de Moisés en el Sinaí, los de Elias en el Horeb, los años de peregrinación de Israel, fueron cuarenta. Dice Bright que cuarenta era considerado como «el número perfecto usado a menudo para designar una generación, como los cuarenta años del desierto». Pero advirtamos también que si de Moisés se dice que tenía ochenta años al liberar a Israel (dos por cuarenta), de Aarón su hermano se dice que tenía ochenta y tres, demasiado concreto para ser también simbólico (Ex. 7,7).

3. Género literario histórico

Finalmente propondremos como digna de especial atención la forma del escrito literario del documento histórico. Pues todo documento histórico lleva consigo narración, aunque no toda narración lleva necesariamente historia. Son descartados de la forma histórica los escritos narrativos que puedan ser considerados como meramente didácti¬cos y sin base histórica real alguna, como lo son actualmente los cuentos y las novelas de creación o de ciencia ficción. Pero también hoy, sin embargo, conservamos entre los géneros lite¬rarios actuales la novela histórica Ahora preguntamos: ¿caben estas formas en los libros bí¬blicos? ¿Seguirán siendo considerados del género histórico? A formas de este tipo parecen responder libros como Ruth, Esther, Judith, Job, Tobías. ¿Qué hay en ellos de histórico? No los ca¬talogaremos en el género histórico propiamente tal, sin que por ello se haya de negar valor histórico al fondo de su relato o a sus personajes y detalles.

Debemos aquí recordar también un método propio del pensamiento hebreo y en general oriental, más particularmente del ambiente de los conservadores judíos de la Escritura. Nos referimos a las formas de midrash.

Se llama midrash, y género midráshico en general, el que da una interpretación de un pasaje de la misma escritura con un relato o con una paráfrasis de algún modo. Es principal¬mente de tres clases: la halaká, comentario o paráfrasis de un texto legal, que trata, quizá por medio de un ejemplo, de dar la justa interpretación de un precepto o de una ley; haggadá es en cambio un comentario o breve narración que trata de interpretar un pasaje histórico bíblico con nueva manera; y (…) tercer género midráshico el llamado pesher que es una interpretación de hecho pasado referido al futuro. De este último es ejemplo, según se piensa, la profecía de Daniel de las setenta semanas, basada en la de los setenta años de la profecía de Jeremías sobre la cautividad (Dan. 9,2 y 22 ss.).

Debemos añadir la referencia al método midrásico de comentario o exégesis de textos bíblicos propio del estilo rabínico, reunidos a veces desde el siglo II d. Cr., midrashim, o conjuntos de midrásh. El fondo profundo del método consiste en ilustrar un pasaje, principalmente histórico del Libro sagrado, a la luz de la historia de la salvación o revelación total. (…).

4. Valor histórico

Pienso que centramos bastante bien el problema si decimos que se debe admitir en los primeros libros históricos antiguos (del Génesis a Jueces), un valor realmente histórico, pero enriquecido a veces con un estilo propio de epopeya histórica, que magnifica los orígenes del pueblo de Israel. Decimos pues que —y muy particularmente a partir de Abraham—, los personajes de la historia son reales, cuyas historias han sido conservadas por la tradición de los orígenes. (…) esas historias, (…) han sido presentadas de modo magnificado por los relatos que nos son transmitidos, primero por la tradición oral, y finalmente, enriquecidos por ella, consignados por escrito.

La Palabra de Dios inerrante es el relato que ahora poseemos, en su total integridad actual del texto. ¿Cuál es el sentido literal y real del texto inspirado en su correspondencia con el plano de los hechos? Lo inspirado, es la voluntad del escritor sagrado de narrar este relato, iluminada previamente su mente por la luz divina de la inspiración, y esta voluntad del escritor está también sometida a la inspiración, según la doctrina eclesial tomada de la Escritura. ¿Qué quería pues decir el escritor sagrado en relación con la realidad de los hechos? Esto es lo que hay que afirmar, con¬forme a la inerrancia bíblica, como sentido literal inspirado.

Volvamos a la comparación de los dos planos instaurada al comienzo de esta sección.

¿Cómo llegan a conocimiento de nuestro autor? Algunos, (de Adán a Noé...), no han podido llegar en otra forma sino en la de relatos de tradición oral de los pueblos. Ello significa que han existido tales tradiciones orales, que han sido modificadas según el genio peculiar de cada raza y pueblo. El autor sagrado ha recibido tales tradiciones de su propio pueblo, y si pensamos que estas tradiciones por su antigüedad pasaron a través del propio Moisés, proviniendo de Abraham, que las habría recibido en pueblo y cultura de origen, las daremos como de origen mosaico, pensando que el propio Moi¬sés pudo darles forma de relato fundamental, bajo la podero¬sa luz divina que le era comunicada. (…).

A lo largo de la sucesión de las épocas historiadas por los libros, hay épocas con gran diferencia de distancias al redactor final, a la vez que hay épocas, como las de Moisés, que habrán conservado con mayor fidelidad, aun escrita, los gran¬des sucesos fundamentales que la época más incierta de los Jueces. Diferencia de estilos, desde el épico del Éxodo y Josué hasta el concreto de los Macabeos, pasando por los libros llenos de detalles vivos de Samuel y de los Reyes. Y aun dentro de cada libro puede haber importantes diferencias de estilos, y es lo que supone el método de la Historia de las Formas (Formgeschichte), que tiene puntos aceptables.

Preguntamos por la concordancia que tengan los hechos reales de la historia acontecida con los hechos relata¬dos en los libros sagrados, de modo que en todo caso quede salvada la inerrancia de la palabra inspirada, y podamos tener seguridad histórica de los acontecimientos de la historia de la salvación. Debemos recordar previamente que para el creyente existe una fe dogmática que tiene puntos ciertamente establecidos, que no puede admitir sean contradichos en la realidad histórica sin que decaiga la fe misma, y por ello el plano de la revelación en el escrito inspirado debe en esos puntos cubrir exactamente una realidad histórica concreta. Debemos en consecuencia también recordar que, siendo la Iglesia intérprete exclusivamente autorizado de la fe, la enseñanza de su magisterio debe en el creyente actuar como guía de sus posiciones, sin que ello impida en nada la libertad científica histórica de lo que demuestren los hechos reales. Debe presuponerse como cierto que nunca la verdadera historia real podrá contradecir de hecho a la reve¬lada en los escritos, como los interpreta la Iglesia. Pero en los hechos de historia discutidos, y tal vez discutibles desde un pun¬to de vista meramente crítico, podrá el creyente tener posicio¬nes que para él nunca sean sometidas a discusión.

5. Personajes del AT

Preguntemos primero por la realidad histórica de las figu¬ras que aparecen en los libros históricos del Antiguo Testamento. El caso más célebre es el de Adán protoparente del género humano según la Escritura, y autor del primer pecado, que la fe cree transmitido en sus efectos personales de manera personal, llamado por la doctrina católica pecado original. La exis¬tencia histórica de Adán, primer hombre y pecador primero, que¬da condicionada por esta fe, a pesar de las dificultades que la historia pueda presentar dada su inmensa lejanía en la tradición secular. Que ha existido un primer hombre es cierto en todo caso, aunque es problema su concreción.

No nos parece que, si se ha de guardar el debido res¬peto a la inerrancia de la palabra revelada, pueda destruirse la existencia de estas célebres figuras de los antepasados humanos: Abel, el primer justo asesinado después de Adán e hijo suyo; Enós y Henoch (Gen. 4,25 y 5,24) verdaderos adoradores de Dios célebres por su piedad; el patriarca del diluvio, hombre de divinas promesas recibidas y sus importantes hijos, que forman las ramas de una de las cuales se llega hasta Abraham. La his¬toria desde luego nada podrá atestiguar contra ellos, pues se hallan en tiempos de los que no quedan documentos escritos fuera de las tradiciones conservadas, de las que esta bíblica está garantizada por la inspiración. Creemos que ésta alcanza en primer lugar a la existencia de las personas que han tenido parte importante y decisiva en la historia de la salvación, sin que por ello nos creamos obligados a afirmar que las listas de las generaciones todas conservadas en la Biblia (Gen. ce, 5,10 y 11) hayan de sostenerse como históricamente válidas, pues su sumaria descripción no parece que toca necesariamente a los hechos de la historia de la salvación. Entra también aquí la posibilidad (sin que demos a ésta otro valor superior) del género literario con sus diversos elementos, de que hemos hablado, que podría afectar a la misma concreción de las personas de escaso relieve en relación a la acción divina sobre la salvación. No así en cambio las principales figuras mencionadas. Ante tales listas nos hallamos con una tradición hebrea de formar en todo caso genealogías como recurso literario (1 Tim. 1,4), sin que se pueda pensar que el autor afirme conocer toda la seria hasta Adán.

Con mayor certeza histórica, necesariamente, habremos de afirmar la realidad de la existencia de los grandes patriarcas Abraham, Isaac, Jacob, la gran tríada de los amados de Yavé. Nada es necesario decir sobre las figuras reales de Josué y de los Jueces, pues si sus historias pueden haber sido realza¬das con los relatos, su existencia conservada por la tradición no se puede poner en duda sin ignorar la conquista de Canaán. Y más directamente ya comienza la historia desde la instaura¬ción de la monarquía hebrea en Saúl y David, donde ya no sólo las personas y muchos hechos suyos, sino su misma cronología puede ser establecida con bastante exactitud, en un ambiente de organización que permite aceptar los datos de los reinados y sus tiempos.

6. Los hechos del relato bíblico

Pero, ¿qué decir ahora sobre los hechos de todas estas historias, como se hallan en los relatos inspirados de los autores sa¬grados? (…) La voluntad humana de lo que quiere decir es el instrumento de la voluntad divina en el texto. ¿Qué quiere pues decir el escritor sagrado? Esta es la norma suprema de la interpretación.

Para entender correctamente, respecto de los hechos relatados, la voluntad del escritor sagrado, es para lo que tenemos que tener en cuenta todo lo que hemos dicho sobre los géneros literarios y sus elementos de interpretación de la intención del escritor. A esto debe añadirse, para el creyente que interpreta en católico la Escritura, el valor del Magisterio de la Iglesia, (…) Y también debe añadirse la llamada «analogía de la fe», (…). Voluntad del escritor sagrado, Magisterio de la Iglesia para no errar al entender dicha voluntad, y analogía de la fe con la misma Escritura y el Magisterio; he aquí la tríada de principios que deben guiar al intérprete católico de la Escritura en su búsqueda o investiga¬ción del sentido y del valor de los hechos y relatos.

A esta triple luz, ¿qué decir de la historicidad de los hechos del Antiguo Testamento, de cuyas personas en los relatos ya hemos hablado?

Primero, diremos como supuesto que debemos admitir exegética, e históricamente también, por un principio elemental sobre la voluntad del historiador, cualquiera que éste sea, que no quiere inventar sus personajes como existentes, a no ser que quiera hacer mera narración novelada, en cuyo caso no estamos en género histórico de ninguna clase; (…). Exige (…) una elemental crí¬tica histórica, que no sea lícito negar en principio tales hechos relatados por libros de género histórico, y conservados por la tradición. Esto valdrá históricamente tanto más cuanto más importante para la historia del relato sea el hecho relatado.

Debemos admitir como hechos sustancialmente históricos los grandes hechos de la historia de Israel: las grandes promesas de Abraham, el sacrificio de Isaac pedido por Dios y frustrado en su realización por voluntad divina, el castigo de las ciudades pecadoras desde el cielo, los hechos fundamentales de la historia de Jacob. Y en la gran tradición mosaica, la celebérrima aparición de la zarza ardiente donde se revela el nombre de Yahveh, la salida de Egipto del pueblo guiado por Moisés que hace en nombre de Dios grandes milagros para librar al pueblo, la Alianza del Decálogo en el Sinaí tras el paso del Mar Rojo. La conquista de Canaán bajo el mando militar de Josué, heredero del espíritu de Moisés (…). La lucha durante un largo tiempo contra pueblos vecinos enemigos de Yahveh, relatada en Jueces, bajo el mando de héroes suscitados por Dios. La instauración de la monarquía consagrada teocráticamente, la guerra civil entre Saúl y David, y las historias del Reino de Israel y de Judá subsiguientes, hasta la cautividad babilónica, con el gran asedio anterior de Senaquerib contra Ezequías. La deportación masiva del pueblo a Babilonia, y la vuelta del pueblo con Zorobabel, Nehemías y el gran escriba de la Ley Esdras. Finalmente las épicas luchas de los Macabeos. Todos estos grandes sucesos, por este primer principio, deben ser contados en el número de los hechos históri¬cos, aunque nada tengamos escrito sobre ello en las crónicas de otros imperios contemporáneos.

Si admitimos así que son relatos de género histórico, es decir de hechos realizados en la historia, debemos en principio aceptarlos como históricos, mientras de alguno de ellos no tengamos motivos claros para pensar que en la propia mente y voluntad del escritor (norma suprema de in¬terpretación fidedigna) se trata de relatos etiológicamente con¬cebidos (por ejemplo, interpretando algún nombre), o de refe¬rencias midráshicas y comentarios a otros libros o pasajes del AT.)

¿Debemos, entonces, aceptar cada hecho con todos los de¬talles del relato? Dos razones pueden obstar a esta aceptación indiscriminada de los detalles o concreciones adherentes. Una, la bastante clara voluntad del escritor, que consta por otros caminos en el mismo relato, o por descubrimientos verificados arqueológica o literariamente, de magnificar a veces su historia a manera de epopeya. Depende este concepto de la diversa cla¬se de libros históricos que poseemos, y alcanza su mayor claridad en los libros de mayor antigüedad de relato (aunque pueda no ser tanta la antigüedad de su última redacción), que provienen de tradiciones seculares o más aún milenarias. En este grupo se incluyen el Pentateuco, Josué y Jueces. (…) la segunda razón. Cuanta mayor distancia hay entre hecho y relator, tanto mayor es la posibilidad de modificar, sobre la base del hecho cierto, los detalles del mismo en la relación transmitida. En este concepto hay que distinguir claramente las tradiciones antemosaicas y las mosaicas y post-mosaicas. Las antemosaicas tienen dos grupos: los 11 primeros capítulos del Génesis hasta Abraham, con tradiciones milena¬rias, y las tradiciones patriarcales hasta Moisés, (…) Son desde Abraham unos 600 años, y de ellos varios siglos (más de cuatro...) en Egipto sin historia transcrita.

Terminaremos resumiendo la posición de una interpretación actual de la Biblia con crítica sensata, y admitida plenamente la divina inspiración así como el género realmente histórico de los relatos. Admitiremos la verdad histórica de los hechos en sí mismos. Admitiremos, dentro de una narración literariamente compuesta en géneros algo diversos, por necesidad, por escrito¬res a diversa distancia de los hechos, la realidad histórica de cada caso, mientras no se presente una seria necesidad, en sí posible, de interpretar de otro modo el hecho, necesidad que no provendrá nunca de tener que negar la existencia de milagros o intervenciones divinas superiores a la propia naturaleza de las cosas. Pues tales milagros no sólo son posibles, sino que sin ellos hasta es imposible entender la mente y voluntad del escritor sagrado que cree en la omnipotencia divina. No nos parecerá necesario, desde luego, aceptar la estricta historicidad de todos los detalles del hecho relatado en cada caso (palabras atribuidas, detalle concreto...). Por todo ello diremos que conociendo, según el relato divinamente inspirado y siempre verdadero, la historia de Israel, repetidas veces podremos quedar en duda acerca de la concreción exacta del hecho sucedido. (…)

¿Tiene esto gran importancia? Históricamente, importará en cuanto al natural deseo de todo investigador de conocer lo más exactamente posible la realidad histórica de cada hecho, a la cual, por otra parte, nada tenemos que objetar seriamente. Lo que tendrá siempre grandísima importancia para el creyente es la existencia de importantes hechos ligados históricamente con su fe. En el caso de Adán, sabemos por el dogma cuáles son esas realidades históricas inamovibles: un Adán, un pecado, tras una tentación, la creación del hombre y la mujer, la unidad del género humano, la pérdida de la inmortalidad y de otros dones, la expulsión de la felicidad del paraíso... Esto sucede también en otros casos: baste insinuar la importancia para la fe de las promesas de Abraham y las revelaciones de Dios a él, del sacrificio de Isaac, del Decálogo en el Sinaí con la Alian¬za. Otros hechos del mismo modo estarán ligados con nuestra fe. Entonces tiene una gran importancia la afirmación incon¬movible de tales hechos. Otros muchos hechos, en sí mismos, no tienen entidad dogmática si no es en cuanto pudieran comprometer la verdad de la divina inspiración.

Pero nos queda finalmente una advertencia de suma importancia para la fe y la exegesis católica: el relato de los libros, en el plano del mismo relato, o sea como Sagrada Escritura en cuanto tal, tanto en los relatos o narraciones de género histórico como en los didácticos o proféticos, está plena y totalmente inspirada, y tiene a Dios como autor, que ha tomado como instrumento u «órgano» humano de realización del escrito (con mente propia iluminada y voluntad propia movida por el Espíritu infaliblemente) al respectivo autor o autores del libro, y siempre, por necesidad resultante, al definitivo compilador o redactor final. Por ello, en el plano de la divina Escritura inspirada no hay ni puede haber error alguno, ni partes inspiradas y partes no. Toda la obra pertenece a Dios, Verdad absoluta, aunque no en forma de dictado verbal divino, a no ser quizá cuando el profeta dice: «Me dijo Yavé...»

Pero luego, en cada género literario, y también en el histó¬rico, hay que comprender lo que el autor humano quiso y cómo, pues esto es lo que la inspiración le movió a decir. De esto se sigue necesariamente que los hechos reales de la historia coincidirán o no exactamente con la narración según haya sido tal la voluntad, que se ha de regir necesariamente por la prevista posibilidad, del escritor. El cual, cuando los hechos están conectados sustancialmente con dogmas o verdades de la fe siempre ha de ser consciente de la verdad sustancial del hecho narrado, por la iluminación divina. Cuando no se da tal necesaria co¬nexión tendrá «voluntad histórica», entendida en cada caso según la consciente certeza que pueda él tener del hecho por la tradición que recibe, la cual sometida también a la verdad de la inspiración como fuente recibida por el autor, no conlleva sin embargo necesariamente la exacta referencia histórica de cada detalle, y a veces, por excepción, ni del hecho, si puede explicarse la tradición de otro modo (posible etiología de Ay...).

De este modo afirmaremos siempre la verdad de la fe, la ver¬dad de la plena y total inspiración inerrante, y la verdad de la historia por una fidedigna tradición transmitida en el pueblo de Dios.

7. El problema moral de los relatos

Es preciso añadir una palabra sobre un problema de los libros inspirados que resulta siempre difícil de aclarar. Quizá lo que aquí se indique pueda ofrecer alguna luz para aquellos que sienten seriamente este problema. Hablo de numerosos pasajes de la Escritura inspirada que tratan de severísimos castigos divinos, de palabras de anatema divino, expresadas con tal fuerza humana que aterra. Véase como ejemplos de esto, y a modo de muestrario solamente, la muerte decretada por Moisés contra los prevaricadores del becerro de oro por mano de los hijos de Leví, que mataron por orden suya y en acto de venganza divi¬na, premiado luego con la dedicación a la función sacerdotal para la tribu de Levi, a veintitrés mil israelitas, aunque se diga quizá que el número puede estar exagerado voluntariamente (Ex. 32,25-29); las tremendas maldiciones contra los que sean infieles al pacto de la alianza en el futuro, pronunciadas por Moisés (Lev. 26,14-41); las dedicaciones al anatema en la guerra santa del pueblo de Dios, ordenadas contra ciudades ente¬ras, sin exceptuar a mujeres y niños, por Moisés o por Josué (Núm. 21,1-3; Jos. 8,25-29); especialmente grave y terrible es el veredicto dado por Moisés contra los Madianitas, ordenando matar a todos los supervivientes, niños varones y mujeres ca¬sadas, exceptuando sólo las vírgenes y niñas (Num. 31,13-19). Mucho menor problema presentan las leyes mosaicas tan severas en el castigo de muchos delitos, como puede verse en el Levítico. Al fin, son delitos y la costumbre del tiempo puede auto¬rizar la severidad del castigo. Pero en los otros casos citados, y semejantes, ¿qué pensar? ¿Cómo justificarlos como «palabra de Dios»?

Recordemos que la exégesis moderna razonablemente re¬cuerda un principio ya establecido por los santos Padres, y que es llamado la «synkatábasis», o sea la condescendencia divina hacia los hombres, amoldándose a sus palabras y costumbres para conducirles de manera acomodada a su modo de ser hacia su fin. Esta condescendencia produce una revelación pro¬gresiva, tanto en el orden de verdades como en el de costumbres y moralidad. Así, como ejemplo clásico en el orden de verdades, la revelación cuya luz va creciendo acerca del sheol y vida futura. Los autores bíblicos más antiguos tal vez piensan más en los premios y castigos de esta vida; poco a poco la luz crece y se va haciendo más claro que existe otra vida eterna después de la muerte, y que en ella están los definitivos premios y castigos, verdad que en los autores bíblicos más recientes (p. e. Daniel y los Macabeos) llega a conocer la luz de la futura resurrección corporal (Dan. 12,2; 2 Mac. 7,9 y 14). En el orden moral puede advertirse también un notable cambio en la anti¬gua dureza de las costumbres y usos respecto a los adversarios o acerca del castigo de muerte. Todo ello adquiere claridad úl¬tima y admirable en las palabras y modo de proceder de Jesús en el NT.

Debemos, creo, distinguir dos casos: uno, el de ciertas ac¬tuaciones de los israelitas, aun de Moisés y Josué, que actuaban conforme a las necesidades de la guerra y las costumbres del tiempo. Tales cosas no son mandadas ni aprobadas por Dios mismo, aunque quizás el escritor las ponga en su boca como mandato, y ahí se puede explicar el caso por género literario. Pero hay otros casos, como las amenazas proféticas de Jere¬mías, en que Dios mismo amenaza por boca del profeta cla¬ramente, como castigo de pecados del pueblo, con horrores guerreros.

Dios en sí mismo considerado, entonces, ahora y siempre, es el mismo y no se muda. Perfecto, justo, misericordioso, om¬nipotente, creador, padre, todo ello es una sola y misma cosa, un solo y mismo ser personal, que llamamos Dios. Ni cuando amenaza, ni cuando castiga, ni cuando premia, cambia en sí mismo. Es El, y es omniperfecto. Sucede que los hombres con¬tingentes y mudables cambian, son justos o pecadores, son dignos de premio o de castigo. Hacen guerras, tienen costumbres determinadas. Entonces, lo que sucede variamente entre los hombres, culpa de ellos solos en cuanto a la injusticia y el horror, es de ellos. Pero Dios dice que eso en ellos es castigo de pecados. Podemos suponer que no todos los que sufrían el horror de aquella guerra de la cautividad eran pecadores. Habría justos en Israel y sufrían lo mismo. Pero el ataque de Nabucodonosor contra Jerusalén, la cautividad y sus horrores, para los malos era castigo, y el pueblo de Israel era pecador enton¬ces. Para los justos eran prueba, terrible sí por la maldad hu¬mana en su crueldad, pero purificadora y vestíbulo de un pre¬mio eterno, como en los mártires. Hay una concepción nacio¬nal en tales amenazas. ¿No dice Jesús que Dios hace llover y salir el sol sobre los justos y los injustos? (Mt. 5,45). Pues, de igual manera, las guerras y los dolores, en este mundo, caen sobre malos y sobre buenos, pero de distinto modo: para unos son castigo, para otros prueba que tendrá premio.

Más difícil todavía parece explicar cuando hay un castigo de Dios del que no se puede dar razón sin un milagro. Por ejemplo, la muerte de los primogénitos de Egipto a manos del ángel exterminador.

En casos tales, cuando se presenta una acción de Dios especial, milagrosa y directa, (que tampoco, recordémoslo, cambia nunca nada en el Ser de Dios, que es Inmutable y Bue¬no siempre), debemos recurrir al Señorío de Dios, autor de la vida, sobre la vida y la muerte. Dios determina el fin de la vida de cada cual, y puede determinar el fin de la de todos los primogénitos de Egipto al mismo tiempo en favor de Israel, sin culpa de aquellos jóvenes y niños. Para ellos no es castigo personal, sino hecho humano de morir. Para Egipto como pueblo opresor es un castigo y para Israel una liberación.

Dios es como una luz, en sí purísima, que se muestra más o menos clara en su resplandor según el vidrio que atraviesa. Tal vidrio son las costumbres de los hombres, en cada época las suyas. Pero cuando el cristal se hizo más claro, limpio y transparente para ver al mismo Dios a su través fue en Jesús, Dios-Hombre. En El admiramos las virtudes divinas, la bondad de Dios y su justicia, como directamente, por decirlo así, o a través de un cristal purísimo. Dios resplandece en Jesús hombre.

Recordemos, sin embargo, que también El amenazó a los hombres, aunque lo hacía llorando (Jerusalén, Jerusalén...) por el terrible pecado y ceguedad de la Ciudad en no quererle reci¬bir. Y efectivamente sobrevino la gran destrucción de la Ciudad bajo Tito. Esto nos hace comprender, mejor que muchos otros razonamientos, lo que es el pecado delante de los ojos de Dios, que son únicos en ver con verdad y con justicia. Como en las amenazas de Jesús a Betsaida, Corozaín y Cafarnaúm, para el día del juicio (Mt. 11,20-24).

Jesús, por otra parte, ha corregido la dureza de la ley mosaica del talión mandando hacer el bien al enemigo, y sufrirle con heroica paciencia (Mt. 5,38-42), lo que nos enseñó con su propio ejemplo admirable en la cruz (Le. 23,34). También se opuso implícitamente a la lapidación de la adúltera, contra la ley de Moisés, que mandaba apedrearla (Jn. 8,5-7). Y a sus apóstoles, que querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos, quienes no recibían a Jesús porque iba a Jerusalén, les reprendió: «No sabéis de qué espíritu sois» (Le. 9,54-55; compárese con 1 Sam. 15,2-3.

Dios se nos muestra en carne humana en Jesús, en su mi¬sericordia y amor, con ese nuevo espíritu. Pero es uno solo y el mismo el Dios de los dos Testamentos, Yahveh, El-que-es, y El-que-es-Amor (Ex. 3,14 y 1 Jn. 4,16). Moisés y Elias, la Ley y los Profetas, al aparecer en la Transfiguración como las dos grandes figuras santas del AT, glorifican a Jesús, que es el Dios-Bueno que ellos proclamaron: «Nadie es Bueno, sino sólo Dios», dice Jesús (Le. 18,19).

Jesús no destruye la Ley, sino que la lleva a plenitud en Sí (Mt. 5,17-18). Jesús es la primera y la última palabra de Dios, Alfa y Omega, porque el es simplemente la Palabra de Dios (Apoc. 1,8; Jn. 1,14). Es la clave de la Escritura (Le. 24,27; Jn. 5,39). Es el manso y humilde de corazón (Mt. 11,29). Es el que nos comunica el «sentido de Cristo», que nos hace penetrar el divino sentido de las profundidades de Dios (1 Cor. 2,10 y 16). El es la última solución del problema.

Terminaremos diciendo que todos los pareceres propuestos en este libro, y en especial en este capítulo, quedan desde luego sometidos a la norma del Magisterio de la Iglesia, que tiene la auténtica interpretación del depósito de la fe, sobre los fieles y aun sobre los teólogos. (Pío XII, Humani generis, Denz. 2.314). Deseamos y esperamos haber expresado el «sentido ver¬dadero» de la historia bíblica, escrita con tal verdad y sencillez histórica que «obliga a poner a los hagiógrafos abiertamente por encima de los antiguos escritores profanos» (Pío XII, ib. Denz. 2.329-30). Si no fuese así, desde ahora modificamos nuestro juicio.

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sábado, 9 de abril de 2011

lunes, 28 de marzo de 2011

LA GARANTÍA HISTÓRICA DE LOS TESTIMONIOS- "LOS EVANGELIOS ANTE LA HISTORIA"

CAPÍTULO II.- LA GARANTÍA HISTÓRICA DE LOS TESTIMONIOS ESQUEMA 1. La naturaleza de los escritos como se presentan a un lector sin prejuicios, a) Coordenadas históricas del relato b) Declaración expresa de los documentos: Lucas y Juan 2. La fuerza testifi¬cante de los autores de los escritos, a) Presencia de los testigos en los hechos b) La sinceridad heroica de los narradores c) El carácter sagrado de su testimonio 3. La garantía de la comunidad cristiana en la que se originan y a) La comunidad que recibe el testimonio b) La proximidad de la comunidad a los hechos c) El gran río de la tradición 4. Las comprobaciones actuales arqueológicas que puedan haberse encontrado y se ofrezcan a nuestros ojos del siglo XXI. a) Los lugares bíblicos b) La Cruz y el Título c) La Sábana Santa En otra sesión trataremos de los criterios de historicidad actualmente aceptados. RESUMEN 1. La naturaleza de los escritos documentales Los Evangelios y Hechos apostólicos ofrecen una neta impresión de libros de carácter histórico. Los múlti¬ples detalles de esos libros, y el testimonio de sus autores revelan un propó¬sito cierto de narrar acontecimientos sucedidos para enseñar al lector. a) Coordenadas históricas del relato El relato hace patente su carácter histórico en base a Detalles: geográficos; temporales; y sociales Detalles geográficos. Los hechos acontecieron en Palestina. En los evan¬gelios se mencionan muchos datos geográficos que son conocidos hasta hoy día. Detalles temporales. Se citan personalidades político-religiosas: Herodes el grande, su hijo Antipas, Pilato, los sacerdotes Caifas y Anas. Lucas sitúa el comienzo de la vida públi¬ca de Jesús, enmarcada en la historia de la humanidad. «En el año decimoquinto de Tiberio César, siendo procurador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y la región Traconítida, Lysania tetrarca de Abilina, y siendo sacerdotes supremos Anas y Caifas...» (Lc. 3,1-2). El tiempo supremo de la pasión se estable¬ce una cronología rigurosa, incluso la hora de la crucifixión y la de la muerte y sepultura; el día de la resurrección, y la fecha de algunas apariciones. Detalles sociales. Aparecen diversos estratos sociales de aquel tiempo y lugar, como las sec¬tas farisaica y saducea, junto con los escribas de la ley. Todos ellos aparecen en Flavio Josefo. Al lector de los evangelios, no le cabe la menor duda de que tiene delante un relato de carácter histórico o de suce¬sos reales, según la voluntad del autor. b) Declaración expresa de los documentos: Lucas y Juan Lucas: Prólogos de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio de Lucas Hechos de los Apóstoles: «El primer libro (Evangelio) lo escribí, oh Teófilo sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo» (1,1-2). Evangelio: «Puesto que muchos han intentado narrar or¬denadamente las cosas que se han verificado entre nosotros tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testi¬gos oculares y servidores de la Palabra, «he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, óptimo Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Lc. 1,14). El autor del Evangelio ha escrito su evangelio sobre lo que Jesús «hizo y enseñó», desde su comienzo en la vida pública hasta la Ascensión. El libro de los Hechos que es una historia comienza en la Ascensión, como si fuera continuación del evangelio, luego su precedente también es historia. El relato de Lucas coincide sustancialmente con los de Marcos y Mateo. Esta coincidencia justifica la verdad de los otros dos. El cuarto evangelio, el de Juan, tienen un esquema semejante al de los sinópticos: bautismo, vida públi¬ca con doctrinas y milagros, traición de Judas, Cena con despedida, prendi¬miento en Getsemaní, pasión y muerte con detalles análogos, re¬surrección y apariciones del resucitado. En el episodio de la lanzada en el Calvario: «Al instante salió sangre y agua. Lo atestigua el que lo vio, y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.» (Jn. 19,35). No se puede pensar que en el resto de su narración haya querido decir cosas no reales, sabiendo que le han de creer también. En la primera Epístola de Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras ma¬nos, acerca de la Palabra de la Vida... lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos» (1 Jn. 1,1-3). Los cuatro evangelios son narraciones de hechos reales y narrados como reales, según declaración expresa de dos de sus principales autores. No se puede dudar de la verdad histórica de lo narrado. 2. El carácter sagrado del testimonio El valor del testimonio proviene de: a) la presencia en los hechos; b) la probada sin¬caridad; y el carácter sagrado de tal testimonio en hombres profundamente religiosos. a) Presencia de los testigos en los hechos El após¬tol Juan es el autor del cuarto evangelio, y fue testigo directo de los hechos y palabras de Jesús, ya que pertenece al grupo de los Doce (Mc 3,17). Lucas se ha informa¬do de «testigos oculares y servidores de la Palabra», de apóstoles. Uno es Juan, de quien podrían proceder los relatos de la infancia de Jesús, recibidos de la Virgen María, que vivió con Juan, cumpliendo el encargo del Señor en la Cruz. Lucas habló con Pablo desde el año 51, y con Marcos, los cuales habían oído directamente a Pedro. Marcos escribió el evangelio de Pedro, según el testimonio de Papías, En cuanto al evangelio de Mateo, aunque no sea probable que su evangelio sea el aramaico del apóstol Mateo traducido simplemente, debe pensarse que aquel es su base, con ampliaciones y refundición. La unánime tradición eclesial refiere los cuatro evangelios a Mateo, Marcos, Lucas y Juan como a sus autores Se debe tomar como dato cierto que los hechos evangé¬licos, y muy particularmente el de la resurrección de Jesús y sus apariciones, provienen en última instancia de testimonios directos de aquellos que vivieron los sucesos mismos. b) La sinceridad heroica de los narradores Los apóstoles sabían que por afirmar que Jesús de Nazaret hizo tales hechos, y especialmente que resucitó sólo iban a encontrar graves dificultades y la muerte. Tal testimonio es digno de ser creído. Los apóstoles afirmaban ante el Sanedrín que «se ha de obedecer a Dios antes que a los hombres», y por la siguiente razón: «No podemos nosotros —dijeron a los sacerdotes y jefes— dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hech. 4,19). Por otra parte, no ocultan aquellos hechos que puede parecer que enseñan lo contrario a lo que quieren enseñar. Narran con toda claridad hechos contrarios, en apariencia, a la procla¬mación de la divinidad de Jesús. Los apóstoles, según la tradición, fueron mártires todos ellos en diversos puntos de la tierra.

c) El carácter sagrado de su testimonio La predicación cristiana está fundada en la convicción de que Jesús es Dios verdadero. Ahora bien, los primeros predicadores y proclamadores de la divinidad de Jesús eran de religión judía en origen. Pero, el judaísmo es «rabiosamente» mono¬teísta, es decir, que un judío lo que menos puede admitir es la divinidad multiplicada o compartida. Es el dogma central de su fe. Para un judío, nadie puede pretender compartir con Dios la gloria de la divinidad sin blasfemar. Solo hay una razón para que proclamasen la divinidad de Jesús de Nazaret y es que Jesús mismo lo había afirmado, y ellos se convencieron de la verdad de sus afirmaciones por los he¬chos. Les convenció sobre todo su Resurrección. Pablo argumenta a favor de la resurrección de los muertos en base a la resurrección de Cristo, fundamento de la fe cristiana. Este hecho no sería verdadero si no fuera posible la resurrección. Atestiguar la resurrección de Cristo, si ésta no fuera verdad, constituye un delito de lesa divinidad. Es mentir para deshacer el dogma fundamental del judaísmo. Por tanto, conociendo la santidad y religiosidad de aquellos hombres, hay que desechar la hipótesis de que hu¬bieran inventado la resurrección de Cristo o sus hechos y pa¬labras para propagar una mentira religiosa de tan enorme gravedad. 3. La garantía de la comunidad cristiana Estos documentos escritos surgen en un determinado ambiente, y son recibidos por un amplio grupo humano. Esto conduce a una exigencia implacable de verdad de los hechos. No se habla aquí de cosas que son ignoradas por los que las reciben, sino de cosas que han sucedido en medio de ellos.

a) La comunidad que recibe el testimonio Los evangelios atañen de modo especial a la primitiva comunidad de Jerusalén. Se puede afirmar que la comunidad cristiana de Jerusalén, dentro del primer año de la resurrección, sumaba ya bastantes millares de personas, y en ningún caso bajaría de diez mil. Esta comunidad, formada tan rápidamen¬te, ha sido toda ella más o menos testigo de los sucesos acae¬cidos, y todos saben lo fundamental. Cuando el evangelio aramaico de Mateo, antes del 50, comience a circular entre aquellos fieles, aquellas frases y hechos de Jesús, en particular la resurrección tras la afrentosa muerte, tiene muchos testigos todavía, y es increí¬ble que hubiese podido ni escribirse ni ser aceptado si contu¬viese o mezclase falsedades. Los evangelios de Marcos y de Lucas hallarán todavía mucha gente que ha vivido los sucesos. En aquella comunidad orgáni¬camente establecida, no es posible difundir tal mentira sobre estos hechos tan graves e importantes.

b) La proximidad de la comunidad a los hechos Las «decenas de mi¬les de hermanos» pueden testificar muchas cosas de la vida de Jesús públicamente acontecidas, y de modo particular su muerte en cruz y también los hechos de Pentecostés. De la Resurrección pueden confirmar que han hablado con numero¬sos testigos de la resurrección en apariciones. Era imposible mentir ante un auditorio tan próximo a los sucesos, tan numeroso y vario (Hech. 2,9-11,41), tan entregado a la verdad de la divinidad creída de Jesús, y dirigido por los mismos testigos oficiales y directos. La proximidad a los sucesos relatados es superada por la inmediatez de la percepción de los sucesos por los testigos directos. Pablo en la Carta a los Corintios nos re¬fiere un suceso personal acontecido a él en el año 36, seis años después de la resurrección de Cristo. Juan relata a sesenta años de distancia los recuerdos de la mañana de resurrección y las apariciones por él vistas. El mismo peso argumental puede valer para los testi¬monios de Pedro aducidos por Lucas en los Hechos apostóli¬cos, cuyo sermón de Pentecostés refiere el relato de un testigo presencial sólo cincuenta días después del gran acontecimiento. c) El gran río de la tradición La Iglesia de nues¬tros días atribuye los documentos a fuentes apostólicas contemporáneas de Jesús, las epístolas a Pablo y a Pedro, a Juan y otros apóstoles. Y los evangelios a Mateo, Marcos Lucas y Juan. Tenemos el enorme peso de una tradición secular de la Iglesia, que desde nuestros días nos lleva hasta los de los apóstoles en la conservación y transmi¬sión de los evangelios sobre los hechos y dichos de Jesús. La Iglesia actual me lleva hasta la Iglesia primitiva, la Iglesia primitiva me lleva a la Iglesia apostólica, la Iglesia apostólica me sitúa con los testigos directos de los sucesos. 4. La comprobación arqueológica actual

a) Los lugares bíblicos En el terreno judío, los testimonios del «monasterio» ju¬dío de Qumrán, el Templo de Jerusalén. Las caballerizas de Salomón, la tumba de Absalón, las ruinas de Macheronte... o el antiguo ziggurat o torre religiosa de Babel, en Babilonia, así como las ruinas excavadas de Jericó. La pis¬cina de los cinco pórticos de Juan, la casa de Pedro en Cafarnaúm o la sinagoga cuyos res¬tos hablan todavía del pasado o la cueva del nacimiento en Be¬lén. La precisión con que son señalados hoy día los dos lugares fundamentales, el Calvario y el Sepulcro de Jesús, tiene una seguridad histórica firme, que debe llamarse además providen¬cial. Los enemigos del cristianismo fueron los encargados de certificar el exacto lugar de los sucesos. Fue el célebre ha¬llazgo de la madre de Constantino, la emperatriz Helena (venerada como santa por la Iglesia), lo que provocó una plena recuperación de los re¬cuerdos. En los lugares topográficos recordados por la tradición como Calvario y Sepulcro de Jesús el emperador Adriano había he¬cho construir solemnes templos o imágenes de los dioses del paganismo: imágenes de Júpiter y de Venus, so¬bre los lugares atribuidos permanentemente al triunfo del Resucitado y a su suplicio redentor, señalaban con precisión de exactitud los espacios. Bastó a Constantino ordenar la exca¬vación en dichos lugares, y hubo de aparecer la roca del Cal¬vario, elevada sobre la proximidad con pared de roca hendida (como si hablase todavía hoy del terremoto señalado por el evangelio), y bajo de ella, a pequeña distancia, la piedra del se¬pulcro de Cristo. La gran basílica constantiniana logró encerrar en un solo recinto, aunque a distintos niveles, ambos recuerdos imborra¬bles, y hoy todavía los podemos admirar y los hemos admirado y tocado.

b) La Cruz y el Título El hallazgo de la Cruz de Cristo por san Helena, madre de Constantino, fue acompañado por otro asom¬broso en sí mismo: el de un fragmento del título de la cruz de Cristo, el célebre INRI (Jesús Nazareno Rey de los judíos) que se puede admirar hoy en la Iglesia constantiniana de San¬ta Croce en Roma en la capilla de las reliquias de la Pasión. Este fragmento arqueológico es de particular importancia por¬que lleva en sí mismo y en su presencia propia, según lo mues¬tra su vista, la huella de su testimonio. El fragmento muestra el texto escrito en las tres lenguas evangélicas, hebreo, latín y griego (Jn. 19,20 y Le. 23,38 —prob— lo atestiguan); y, extraor¬dinaria confirmación, que, aunque el griego y el latín se escribían de izquierda a derecha, están las tres lenguas de derecha a iz¬quierda, porque así se escribía el hebreo a cuyo pueblo se pre¬sentaba la causa de la condenación. c) La Sábana Santa Además de este testimonio venerable de la crucifixión del Señor, que Dios quiso conservar y mostrar a los hombres has¬ta nuestros días, existe otro singularmente misterioso y digno de la más alta estima, creciente cada día en los ambientes cien¬tíficos objetivamente observadores: el de la llamada Santa Síndone de Turín. Se conserva, como es sabido, en Turín en una capilla espe¬cial cuidadosamente custodiada, una larga sábana o síndone (nombre griego) de unos cuatro metros de longitud y uno de anchura que muestra una misteriosa imagen doble de un hom¬bre de frente y de espaldas, desnudo como cadáver, con las manos cruzadas por delante. Una tradición histórica, que documentalmente puede subir hasta el siglo XII solamente (es bien sabido que ha sido frecuente que las reliquias se conservasen antiguamente sin documentos acreditativos adjuntos, por bas¬tar la tradición misma para ello), asegura que tal imagen doble, opuestas ambas por el vértice de la cabeza con una separación de alguna amplitud, es la imagen del cadáver amortajado en la sábana de Jesús de Nazaret, el Crucificado Escribe el resto de tu post aquí.

domingo, 20 de marzo de 2011

Los Evangelios ante la historia: "La garantía de los testimonios"


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domingo, 27 de febrero de 2011

CRONOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO - "LOS EVANGELIOS ANTE LA HISTORIA" P. IGARTUA S.J.

RESUMEN

Los escritos del NT (27 libros) son unos testimonios escritos en el siglo I que narran la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. No es decisi¬vo saber si esos escritos corresponden a una determinada dé¬cada, a la anterior, o a la siguiente. Pero sí es de gran impor¬tancia la conexión directa con los hechos, que conforma su garantía de histórica verdad.

La excesiva se¬paración de años puede desfigurar sensiblemente las tradiciones si no se tienen en cuenta motivos ahistóricos como la asistencia del Espíritu para su conservación fiel y permanente. Si el testimonio se produce dentro de generaciones contemporáneas de los hechos y éstos son públicos y notorios entre ellas, la presencia de tales generaciones «presenciales» es una garantía de la verdad, si los hechos son aceptados por las mismas.

Este argumento lo utiliza el apóstol san Pablo en la I Carta a los Corintios al apelar al testimonio de una generación «presencial» y contem¬poránea como credencial de la Resurrección de Cristo: «Se apa¬reció a más de quinientos hermanos reunidos, muchos de los cuales viven todavía». La carta a los Corintios puede datarse en el año 57-58 d. Cr. Como la muerte y resurrección de Cristo acontecen el a. 30 de nuestra era, han pasado 28 años. En el año 58 el abanico de edades de los antiguos testigos de la aparición a los quinientos sería entre los 43 y los 98 años de edad.

2. Cronología básica

El año 70 de la conquista de Jerusalén es una fecha límite para la mayoría de los escritos del NT, con la excepción del Evangelio de Juan, su Apocalipsis y sus tres cartas.

El P. Igartua S.J. adopta este punto de partida, como seguro. La crítica que trata de posponer la fecha de composición de los evangelios más allá del año 70, se basa en la imposibilidad de la profecía, de manera que lo anunciado sobre la destrucción de Jerusalén y el templo, se trataría de una profecía ex eventu (o sea, después de los sucesos).

Comienzo de la vida pública de Juan el Bautista y Jesús año 29 ó 27. En el Evangelio de Lucas ese comienzo se fija, con precisión histórica, el año 15 del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea y Herodes tetrarca de Galilea.

Augusto muere el 19 de agosto del año 767 ab Urbe Condita, que se corresponde con el 14 de nuestra era. 14+15=29. En el cómputo de Siria hay que retrasar dos años, es decir, el año 27 de nuestra sería para el bautismo de Jesús y comienzo de su vida públi¬ca.
En el evangelio de Juan, los judíos replican a Jesús 46 años hace que este templo comenzó a edificarse ¿y tú lo vas a levantar en tres días?. El templo comenzó a edificarse el año 19 a. Cr, el 735 de Roma, sumando 46 a 19 a. de Cr. Se obtiene también el año 27 d. Cr.. Jesús comenzó su vida pública el año 27 (tenía unos 30 años).

Pasión, muerte y resurrección en el año 30. La predicación de Jesús hasta su muerte duró alrededor de tres años, que coincide con el dato de Jn 19,31.

Las fechas de san Pablo

La conversión de Saulo en Damasco (año 36). El martirio de san Esteban debió ser cuando el relevo del gobernador Pilato por Albino que tuvo lugar en el año 36.

Primera estancia de San Pablo en Jerusalén (año 38). Pablo, en (Gal. 1,18) afirma que tres años después de la conversión subió a Jerusalén por primera vez para hablar con Pedro y con Santiago. Lo que supone el año 38.

El concilio de Jerusalén (año 49). En Gálatas, dice que 14 años después volvió a Jerusalén, es decir, en el año 49 como fecha de la reunión apos¬tólica en Jerusalén. Cita como participantes a las «columnas de la Iglesia»: Pedro, Santiago y Juan.

La muerte de Pedro y Pablo (años 64 y 68 respectivamente). Vinculadas al incendio de Roma del año 64, el del martirio de Pedro y la muerte de Nerón en el año 68, el del martirio de Pablo.

El nacimiento de Cristo año 6 a. de C.. El monje Dionisio el Exiguo erró al calcular el ca¬lendario de la Era cristiana en el siglo VI (m. en 556). Asignó el año 754 de Roma al nacimiento de Cristo. Nos consta por Mateo y Lucas (Mt. 2,1; Lc. 1,5), que reinaba Herodes que murió el 750 de Roma (F. Josefo, Ant. Jud., 17,8,1), es decir, cuatro años antes de la Era cristiana calcula¬da. Por ello, el nacimiento de Cristo debe situarse antes del año —4, en tiempo de Herodes, y si contamos los dos años apro¬ximados del cálculo evangélico para la matanza de los Ino¬centes (Mt. 2,16), lo podemos fijar en el año aproximado de —6 (o quizás en —7).


Cronología romana Cronología cristiana Sucesos
(ab Urbe Condita UC) (ante, post Christum)
año 747-48 -7, -6 Nacimiento de Jesús
año 750 -4 Muerte de Herodes
año 754 1 (no hay 0) Primer año era cristia¬na. (777 de las Olim¬piadas griegas según Varrón cfr. Espasa, Cronología, 16,478)
año 767 14 Muerte de Augusto. Vf. (Tiberio emperador desde el 12, collega Imperii).
año 780 27 Bautismo de Jesús.
año 783 30 Muerte y Resurrección de Jesús
año 789 36 Conversión de Saulo.
año 791 38 Saulo en Jerusalén con Pedro y Santiago.
año 802 49 Concilio apostólico: Saulo con Pedro, San¬tiago y Juan.
año 817 64 Muerte de Pedro en Roma. (Incendio: 18 julio 64).
año 820 67 Muerte de Pablo.
año 821 68 Suicidio de Nerón.
año 823 70 Destrucción de Jerusa¬lén.


Datación de los escritos del Nuevo Testamento

a) Los Hechos son del 61-63.
b) Lucas es anterior a los Hechos (antes del 60).
c) Marcos en anterior a Lucas (antes del 55).
d) Mateo arameo es anterior a Marcos (40-50).
e) Mateo griego es anterior al 66-70.
Cuadro de síntesis cronológica total

He aquí, como resultado final de los exámenes de los docu¬mentos del NT, el cuadro cronológico de los documentos del Nuevo Testamento.

año suceso
19 a. Cr. Comienzo de la reconstrucción del Templo por Herodes.
6-7 a. Cr. (aprox.) Nacimiento de Jesús en Belén
1 d. Cr. Año 754 de la fundación de Roma. (No existe el año 0).
6-7 Subida de Jesús niño al Templo con sus padres.
27 Bautismo de Jesús. Comienzo de su misión pública.
30 Muerte y Resurrección de Jesús. Ascensión. Pentecostés.
36 Muerte de Esteban protomártir. Conversión de Saulo.
38 1.a subida de Saulo a Jerusalén, entrevista con Pedro: el Kerigma de 1 Cor. 15,3-8 (cfr. ap. 11).
30-40 (aprox.) ¿Logia? (¿Redacciones primeras particulares de sentencias de Jesús en ara-meo?)
40-50 Evangelio de Mateo en arameo. — Versión griega directa.
43 Saulo en Antioquía con Bernabé. ¿Encuentro con Lucas? (Act. 11,27).
44 Muerte de Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Sant. el Mayor.)
45-49 (año aprox.) 1.° viaje de Saulo-Pablo. Marcos con Pa¬blo y Bernabé, hasta la separación de¬jando la empresa (Act. 12,12. 25; 13,13
49 Concilio de Jerusalén.
50-55 Evangelio de Marcos (¿antes del 50?:O' Callaghan)
50-52 2° viaje de Pablo. Europa. Lucas compa¬ñero temporal (Act. 16,10,40).
50-60 Epístola de Santiago.
51 Epístolas a los Tesalonicenses, 1 y 2.
53-58 Evangelio de Lucas (primera redacción). 3.° viaje de Pablo.
55 Gálatas.
¿56? ¿Filipenses? (ver años 61-63).
57-58 1 y 2 Corintios. Lucas se reúne de nuevo con Pablo (2 Cor. 8,18-19).
58 Romanos. — Lucas compañero definiti¬vo de Pablo (Act. 20,5).
58 Tumulto en el Templo y prisión de Pablo.
58-60 Cautividad de Pablo en Cesárea.
60 Viaje a Roma como prisionero. Naufragio en Malta. Lucas con Pablo.
61-63 Cautividad romana primera de Pablo, bie¬nio (Act. 28,30). Lucas compañero ro¬mano del prisionero. Libro de los He¬chos.
Epístolas de la cautividad: Efesios. ¿Filipenses? Colosenses. Filemón.
60-64 Epístolas de Pedro, 1 y 2.
60-70 (antes del 66) Evangelio griego de Mateo (actual).
62 Muerte de Santiago (el hermano del Se¬ñor). Simeón, ob. de Jerusalén (62-107).
64 18 de julio: Incendio de Roma (Tácito).
64 Difusión de los Hechos de los Apóstoles, terminados el 63-64.
64 13 octubre: Muerte de Pedro. (Dies impe-rii Neronis: Guarducci)
65 1Timoteo, tras el viaje de Pablo a España, ahora en Asia (1 Tim. 1,3) y Grecia.
Tito.
66-67 2 Timoteo. Lucas persevera con Pablo (2 Tim. 4,11). ¿Marcos con Pablo? (ib.).
Hebreos.
67 Muerte de Pablo
68 Muerte de Nerón (54-68), por suicidio forzado.
69-70 ¿Apocalipsis?
70 Destrucción de Jerusalén. Incendio del Templo. (29 agosto).
70-80 Epístola de Judas.
90-100 Evangelio de Juan (última redacción y difusión).
Epístolas de Juan.
Clemente Romano ad Corintios Didaché

jueves, 17 de febrero de 2011

LOS EVANGELIOS ANTE LA HISTORIA: CRONOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO



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domingo, 6 de febrero de 2011

¿Los Evangelios retratan fielmente lo que Jesús de Nazaret "hizo" y "dijo"?

Curso 2010-2011: “La historicidad de los Evangelios”

“Introducción al curso: ¿los Evangelios retratan fielmente lo que Jesús de Nazaret “hizo” y “dijo”?

A partir de los años cincuenta, recuerda Ratzinger en su obra Jesús de Nazaret, “la grieta entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe» se hizo cada vez más profunda”. La figura de Jesús era cada vez más nebulosa como consecuencia de la investigación histórico-crítica realizada de la época. El resultado de ello es que ha quedado la impresión de que sabemos pocas cosas ciertas de Jesús, lo que da lugar a una situación dramática para la fe.

El Magisterio de la Iglesia y la hereméutica

En la Exhortación Apostólica Verbum Domini, Benedicto XVI hace una mención al desarrollo de la investigación bíblica y el Magisterio de la Iglesia. Cita la Encíclica Providentissimus Deus de León XIII de 1893 que advierte de los peligros de la “alta crítica” por la influencia del racionalismo en los métodos de interpretación y la Divino Afflante Spiritu de Pío XIIde 1943 que se enfrenta a los ataques de los partidarios de una interpretación mística que rechaza toda aproximación científica y reivindica el «alcance teológico del sentido literal definido metódicamente», como la pertenencia de la «determinación del sentido espiritual… en el campo de la ciencia exegética».

San Pío X, sucesor de León XIII, se encontró con el movimiento modernista que desde el racionalismo del protestantismo liberal trata de modificar la fe de la Iglesia para que se adecue a una religión que niega el orden sobrenatural y toda intervención de Dios en el mundo. Lo que dio lugar al decreto “Lamentabili sane exitu” y a la Encíclica “Pascendi” (ambos documentos del año 1907) que muestran las tesis del modernismo, así como sus fundamentos filosóficos y teológicos.

En relación con el método de los modernistas en la cuestión histórica, dice Pío X: “semejante crítica no es una crítica cualquiera, sino que con razón se la llama agnóstica, inmanentista, evolucionista; de donde se colige que el que la profesa y usa, profesa los errores implícitos de ella y contradice a la doctrina católica”.

Pío XII incorpora a la exégesis la teoría de los géneros literarios que emplean los métodos histórico-críticos como aplicables a la interpretación de la Sagrada Escritura con la finalidad de conocer lo que el hagiógrafo quiso decir que es lo que el Espíritu Santo le inspiró y por tanto lo que quiso revelar.

La Instrucción «Sancta Mater Ecclesia» de la Pontificia Comisión Bíblica de 21 de abril de 1964 recuerda el método histórico estudia las fuentes, las valora sirviéndose de la crítica textual, de la crítica literaria y del conocimiento de las lenguas y señala que el exegeta, siguiendo la recomendación de Pío XII, debe buscar el género literario adoptado por el hagiógrafo.

En relación con el «método de la historia de las formas», es lícito emplearlo pero con cautela pues con está implicado con principios filosóficos y teológicos no admisibles. Algunos fautores de este método, movidos por prejuicios racionalistas, repulsan reconocer la existencia del orden sobrenatural y la intervención de un Dios personal en el mundo, realizada me¬diante la revelación propiamente dicha, y asimismo la posibilidad de los milagros y profecías.



La hermenéutica en la Exhortación Apostólica Verbum Domini

Benedicto XVI ha recordado el valor y la importancia de los métodos histórico-críticos. Señala que la Dei Verbum (n. 12) (Vaticano II) ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico. El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. Además, la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para una interpretación correcta de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. Indica tres elementos metodológicos fundamentales: 1) Se debe interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura. 2) También se debe tener presente la tradición viva de toda la Iglesia. 3) Es necesario, por último, observar la analogía de la fe.

Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este Libro.

Objeto y finalidad del Curso

El presente curso sobre la historicidad de los evangelios toma como referencia el libro del P. Igartua S.J.: “Los Evangelios ante la historia”. El cuál con la ayuda del Magisterio de la Iglesia, nos pone ante Jesús de Nazaret, cuyos hechos y dichos quedaron fielmente reflejados en los Evangelios y por lo tanto, con verdad nos dan noticia de la divinidad de Jesucristo, su misión redentora, la institución de la Iglesia, la institución de la Eucaristía etc.

Esquema del libro: “Los Evangelios ante la historia”

Capítulo primero: la cronología del Nuevo Testamento

1. Importancia de las fechas
2. Cronología básica
3. Un punto seguro de partida: los Hechos de los Apóstoles
4. La cronología y el evangelio de Lucas
5. Cronología de los evangelios de Mateo y Marcos
6. Cronología de Juan
7. Cronología epistolar paulina
8. Cronología de las epístolas católicas y a los Hebreos
9. Cuadro de síntesis cronológica total
10. Variantes en la cronología de los evangelios
11. La fecha del kerigma paulino en 1 Cor. 15
Notas especiales
a) La llegada de Pedro a Roma (cf. nota 17)
b) La fecha del nacimiento de Jesús (cf. nota 26)

Capítulo segundo: La garantía histórica de los testimonios

1. La naturaleza de los escritos documentales
2. El carácter sagrado del testimonio
3. La garantía de la comunidad cristiana
4. La comprobación arqueológica actual
Nota especial

La Sábana Santa de Turín (cf. notas 28-35)

Capítulo III: La historia como genero literario en el Antiguo Testamento

1. Perspectiva de la historia en el Antiguo Testamento
2. Elementos de la interpretación
3. Género literario histórico
4. Valor histórico
5. Personajes del AT
6. Los hechos del relato bíblico
7. El problema moral de los relatos

Notas especiales

a) El desciframiento de lenguas antiguas (cf. nota 2)
b) Las cartas de Lakis y la conquista de Josué (cf. nota 10)
c) Abraham, Isaac y Jacob (cf. nota 11)
d) El Génesis y el Gilgamés (cf. nota 17)
e) La ruina de 'AY (cf. nota 19)
f) Las setenta semanas de años en Daniel (cf. nota 22)
g) La Historia de las Formas o Formgeschichte (cf. nota 30)
Capítulo IV: La historia como genero literario en el Nuevo Testamento
1. Diferencias con el Antiguo Testamento
2. Interpretaciones midráshicas en el Nuevo Testamento
3. Génesis de los evangelios y problema sinóptico
4. El género evangélico y su historicidad
5. La Resurrección como clave de los relatos evangélicos
6. La Resurrección afirmada históricamente por Pablo y Pedro

Notas especiales
a) Renán y el evangelio de Juan (cf. nota 5)
b) El relato de las tentaciones de Jesús (cf. nota 11)

Capítulo V: Pensamientos sobre los Evangelios y su verdad
I — Género, estilo y valor literario de los evangelios
II — Los evangelistas y su elección
III — El tiempo y el espacio en los evangelios
IV — Los hechos y su verdad
V — La figura de Jesús en los evangelios
VI — Fe y razón ante los evangelios
VII — Los exegetas y sus métodos
VIII— Formgeschichte y Redaktiongeschichte
IX — La teología ante la exegesis

Epílogo: San Ignacio de Antioquía y la verdad de los Evangelios

Apéndice: Autenticidad y fidelidad de los documentos actuales del NT
1. Las copias
2. Restauración crítica del original
3. Los autores de los documentos
4. La lengua de los escritos y la lengua de Jesús
5. Documentos autenticados y apócrifos

Notas especiales
a) El testimonio de Flavio Josefo sobre Jesús (cf. nota 1)
b) Papiros y pergaminos notables (cf. notas 9-10)
c) Criterios de restauración del texto:
d) Apócrifos dnl Nuevo Testamento

“Introducción al curso: ¿los Evangelios retratan fielmente lo que Jesús de Nazaret “hizo” y “dijo”?

1.- Cuestiones preliminares

El origen de la cuestión planteada

Hace unos cuantos años, a muchos fieles cristianos les resultaría chocante la pregunta que ilustra el título de la charla inaugural porque la lectura de los evangelios, tanto en los actos litúrgicos, como en retiros o ejercicios espirituales, se hacía teniendo como referencia histórica todo lo narrado en los mismos, tanto los “hechos”, como los “dichos”.

Cuando cuestionarse la historicidad de los Evangelios no era normal entre los fieles cristianos, diremos entre los que tenían poca ilustración teológica, no pasaba lo mismo en los centros de estudio para formación de sacerdotes, seminarios y facultades de teología, donde se iban difundiendo interpretaciones de la Sagrada Escritura que prescindían del carácter sobrenatural de la revelación divina, de la Inspiración de los hagiógrafos por el Espíritu Santo, y que ponían en duda la inerrancia de la Sagrada Escritura.

En el prólogo del libro “Jesús de Nazaret” de Ratzinger comenta que “En mis tiem¬pos de juventud —años treinta y cuarenta— había to¬da una serie de obras fascinantes sobre Jesús: las de Karl Adam, Romano Guardini, Franz Michel Willam, Giovanni Papini, Daniel-Rops, por mencionar sólo algu¬nas. En ellas se presentaba la figura de Jesús a partir de los Evangelios… Así, Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténti¬co hombre.”

Continúa Ratzinger: “En los años cincuenta comenzó a cambiar la situación. La grieta entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe» se hizo cada vez más profunda; a ojos vistas se alejaban uno de otro” (…)

Los avances de la investigación histórico-crítica lleva¬ron a distinciones cada vez más sutiles entre los diversos estratos de la tradición. Detrás de éstos la figura de Jesús, en la que se basa la fe, era cada vez más nebulosa, iba per¬diendo su perfil….

Acaba concluyendo: “Como resultado común de todas estas tentativas, ha quedado la impresión de que, en cualquier caso, sabemos pocas cosas ciertas sobre Jesús, y que ha sido sólo la fe en su divinidad la que ha plasmado posteriormente su imagen. Entretanto, esta impresión ha calado hondamen¬te en la conciencia general de la cristiandad. Semejante situación es dramática para la fe, pues deja incierto su au¬téntico punto de referencia: la íntima amistad con Jesús, de la que todo depende, corre el riesgo de moverse en el vacío”.


La Exhortación Apostólica “Verbum Domini”

Esta Exhortación Apostólica consta de Introducción; tres partes: Verbum Dei, Verbum in Ecclesia, y Verbum mundo; y Conclusión. En el apartado La hermenéutica de la sagrada Escritura en la Iglesia dedica el número 33 a hacer una mención al Desarrollo de la investigación bíblica y Magisterio eclesial. En él, cita las Encíclicas Providentissimus Deus del Papa León XIII y Divino afflante Spiritu del Papa Pío XII. Juan Pablo II, con ocasión de la celebración del centenario y cincuenta aniversario de su publicación, respectivamente, recordó la importancia de ambas para la exégesis y la teología.

Por una parte, dice que la intervención del Papa León XIII tuvo el mérito de proteger la interpretación católica de la Biblia de los ataques del racionalismo, sin refugiarse por ello en un sentido espiritual desconectado de la historia. León XIII pide que los profesores se formen en la exégesis de la Sagrada Escritura teniendo en cuenta los métodos científicos (crítica textual e históricos), siempre en continuidad con la Tradición Apostólica, los santos Padres y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

Por otra parte, recuerda que el Papa Pío XII, se enfrentaba a los ataques de los defensores de una exégesis llamada mística, que rechazaba cualquier aproximación científica. Dice que la Encíclica Divino afflante Spiritu, ha evitado con gran sensibilidad alimentar la idea de una dicotomía entre «la exégesis científica», destinada a un uso apologético, y «la interpretación espiritual reservada a un uso interno», reivindicando en cambio tanto el «alcance teológico del sentido literal definido metódicamente», como la pertenencia de la «determinación del sentido espiritual… en el campo de la ciencia exegética».


El problema de la crítica en León XIII y San Pío X

León XIII: Providentissimus Deus

Conviene recordar en la introducción de este curso a qué situación habían llevado los métodos histórico-críticos que León XIII denominaba “alta crítica”, como consecuencia de la contaminación de racionalismo con la que surgieron y comenzaron a ser aplicados.

León XIII destaca la importancia de que los profesores de Sagrada Escritura se instruyan y ejerciten más en la ciencia de la verdadera crítica, porque: desgraciadamente, y con gran daño para la religión, se ha introducido un sistema que se adorna con el nombre respetable de «alta crítica», y según el cual el origen, la integridad y la autoridad de todo libro deben ser establecidos solamente atendiendo a lo que ellos llaman razones internas (…)

Este género de «alta crítica» (…) conducirá en definitiva a que cada uno en la interpretación se atenga a sus gustos y a sus prejuicios; de este modo, la luz que se busca en las Escrituras no se hará, y ninguna ventaja reportará la ciencia; antes bien se pondrá de manifiesto esa nota característica del error que consiste en la diversidad y disentimiento de las opiniones, como lo están demostrando los corifeos de esta nueva ciencia; y como la mayor parte están imbuidos en las máximas de una vana filosofía y del racionalismo, no temerán descartar de los sagrados libros las profecías, los milagros y todos los demás hechos que traspasen el orden natural
.


San Pío X: El decreto “Lamentabili sane exitu” y la Encíclica “Pascendi”

En el Decreto LAMANTABILI SANE EXITU del Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la fe, de 3 de julio de 1907, se condenan un total de 65 errores del modernismo, los que lo califican de forma más clara, y los que muestran el alcance del mal que representa para la Iglesia ese conjunto de doctrinas.

En relación con la autoridad doctrinal y disciplinar de la Iglesia, los modernistas subordinan la autoridad de la Iglesia a los escritores que se dedican a la crítica o a la exégesis científica de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento (1); afirman que la interpretación que la Iglesia hace de los Libros Sagrados debe estar sometida al juicio y corrección de los exegetas (2); contra lo enseñado en el Concilio Vaticano I, los modernistas afirman que el magisterio de la Iglesia no puede determinar el genuino sentido de las Sagradas Escrituras (4).

En relación con la autoridad de las Sagradas Escrituras, los modernistas niegan que Dios sea el verdadero autor de la Sagrada Escritura (9); niegan la inspiración divina al hagiógrafo, afirman que la inspiración de los libros del Antiguo Testamento consiste en la transmisión que hicieron los israelitas de las doctrinas religiosas (10); y niegan que la Inspiración divina abarque a toda la Escritura (11). Proponen que el exegeta debe rechazar cualquier idea preconcebida acerca del origen sobrenatural de la Sagrada Escritura y debe proceder a interpretarla como cualquier documento humano (12).

En relación con el Nuevo Testamento, los modernistas afirman que hubo una elaboración artificiosa de las parábolas (13); que las narraciones evangélicas fueron redactadas para provecho de los lectores aunque fueran falsas (14); que en los evangelios no quedó, sino un tenue e incierto vestigio de Cristo (15); que el Evangelio de San Juan no es historia, sino teología (16); que San Juan exageró los milagros (17); que San Juan no es testigo sino de la vida cristiana (18).

En relación con la divinidad de Jesucristo, los modernistas afirman que la divinidad de Jesucristo no se prueba por medio de los Evangelios, sino que es un dogma que la conciencia cristiana deduce de la noción de Mesías (27); que el Cristo de la historia es muy inferior al Cristo de la fe (29); que el título Hijo de Dios de los evangelios es equivalente al de Mesías, pero no significa que Cristo es verdadero y natural Hijo de Dios (30); que el sentido natural de los textos evangélicos no puede compaginarse con lo que nuestros teólogos enseñan acerca de la conciencia de Jesucristo y de su ciencia infalible (32); que no siempre tuvo Cristo conciencia de su dignidad mesiánica (35); que la Resurrección del Salvador no es propiamente un hecho histórico, sino de orden meramente sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, que la conciencia cristiana fue poco a poco derivando a partir de otros hechos (36); que en un comienzo, la fe en la Resurrección de Cristo no versó tanto sobre el mismo hecho de la Resurrección como sobre la vida inmortal de Cristo junto a Dios (37); que la doctrina acerca de la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica, sino solamente paulina (38).

En la Carta Encíclica PASCENDI, 8 de septiembre de 1907, PÍO X realiza un análisis muy detallado de las doctrinas de los modernistas, expone los principios en los que los diferentes personajes modernistas que examina se fundan para negar el carácter sobrenatural del cristianismo, así como la divinidad de Jesucristo.

En relación con el historiador o crítico modernista, señala que los principios en los que basan su ciencia crítica son: el agnosticismo, el principio de la transfiguración de las cosas por la fe, y el de la desfiguración.

Dice Pío X que en aplicación del principio del agnosticismo, la historia versa únicamente sobre fenómenos. Luego, Dios y cualquier intervención divina en lo humano, se han de relegar a la fe, como pertenecientes tan sólo a ella. Por lo tanto, si se encuentra algo que conste de dos elementos, uno divino y otro humano —como sucede con Cristo, la Iglesia, los sacramentos y muchas otras cosas de ese género—, de tal modo se ha de dividir y separar, que lo humano vaya a la historia, lo divino a la fe. De aquí la conocida división, que hacen los modernistas, del Cristo histórico y el Cristo de la fe; de la Iglesia de la historia, y la de la fe; de los sacramentos de la historia, y los de la fe; y otras muchas a este tenor.
Después, continúa Pío X, en virtud del principio de transfiguración, ha de reconocerse que el elemento humano ha sido realzado por la fe más allá de las condiciones históricas. Y así conviene de nuevo distinguir las adiciones hechas por la fe, para referirlas a la fe misma y a la historia de la fe; así, tratándose de Cristo, todo lo que sobrepase a la condición humana, sea la natural, según enseña la psicología, sea la correspondiente al lugar y edad en que vivió.
Finalmente, en virtud del tercer principio filosófico, se han de pasar también como por un tamiz las cosas que no salen de la esfera histórica; y eliminan y cargan a la fe igualmente todo aquello que, según su criterio, no se incluye en la lógica de los hechos, como dicen, o no se acomoda a las personas. Pretenden, por ejemplo, que Cristo no dijo nada que pudiera sobrepasar a la inteligencia del vulgo que le escuchaba. Por ello borran de su historia real y remiten a la fe cuantas alegorías aparecen en sus discursos.
Así, pues, para terminar, a priori y en virtud de ciertos principios filosóficos —que sostienen—, afirman que en la historia que llaman real Cristo no es Dios ni ejecutó nada divino; como hombre, empero, realizó y dijo lo que ellos, refiriéndose a los tiempos en que floreció, le dan derecho de hacer o decir.
32. Nos parece que ya está claro cuál es el método de los modernistas en la cuestión histórica. Precede el filósofo; sigue el historiador; luego ya, de momento, vienen la crítica interna y la crítica textual. Y porque es propio de la primera causa comunicar su virtud a las que la siguen, es evidente que semejante crítica no es una crítica cualquiera, sino que con razón se la llama agnóstica, inmanentista, evolucionista; de donde se colige que el que la profesa y usa, profesa los errores implícitos de ella y contradice a la doctrina católica.


2.- El valor de los métodos histórico-críticos

Los géneros literarios
Divino Afflante Spiritu año 1943
Pío XII, en la Encíclica Divino Afflante Spiritu, daba el impulso decisivo a la teoría de los géneros literarios, con estas palabras que hacen época en la historia de la inter¬pretación de la Escritura, por parte del Magisterio:

«Esfuércese el intérprete por averiguar cuál fue el ca¬rácter y condición de vida del escritor sagrado, en qué edad floreció, qué fuentes utilizó ya escritas ya orales, y qué for¬mas de decir empleó. Porque así podrá conocer más clara¬mente quién haya sido el hagiógrafo y qué haya querido significar al escribir. Porque a nadie se le oculta que la nor¬ma suprema de la interpretación es aquella por la que se averigua y define qué es lo que el escritor intentó decir.» (AAS, 35, 1943, 314).

Pero para alcanzar a comprender bien lo que el escritor quiso decir, son necesarias la inteligencia del texto y del am¬biente en que se escribió. Sigue el Pontífice:

«Qué quisieron ellos dar a entender con sus palabras, no se determina solamente por las leyes de la gramática y de la filología, ni sólo por el contexto del discurso; sino que es de todo punto necesario que el intérprete se traslade, como si dijéramos, mentalmente a aquellos remotos siglos de Oriente a fin de que debidamente ayudado por los recur¬sos de la historia, de la arqueología, de la etnología y de otras disciplinas, discierna y claramente vea qué géneros literarios, como dicen, quisieron usar y de hecho usaron los escritores de aquella vetusta edad.» (ib.).

Esta norma de interpretación, tan conforme por otra parte con la recta inteligencia de cualquier escrito, y que el Pontífice califica de «norma suprema», es de carácter universal y general. Se ha de aplicar a la interpretación de todo escrito, tanto pro¬fano como inspirado, en cuanto éste último tipo de escritura participe, en la recta doctrina de la inspiración, de la labor humana del autor inspirado y de modo especial en su voluntad e intención de autor al servicio del Autor divino.

La noción de inspiración, conforme a la enseñanza de León XIII en la Providentissimus Deus, es: "de tal manera los excitó y movió con su fuerza sobrenatural para que escribieran, de tal manera les asistió mien¬tras escribían, que todo aquello y sólo aquello que El mismo les mandara, lo concibiesen rectamente (recta mente conciperent), y fielmente lo quisie¬sen escribir (fideltter conscribere vellent), y lo expresaran aptamente con infalible verdad" (EB, 125).


Instrucción «Sancta Mater Ecclesia» de la PCB - 21 de abril de 1964.


1. Que el exegeta católico, bajo la guía del magisterio eclesiás¬tico, aproveche todos los resultados conseguidos por los exegetas que le han precedido, especialmente por los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia, sobre la inteligencia del texto sagrado y se dedique a proseguir su obra. Con el fin de poner a plena luz la ver¬dad y la autoridad de los evangelios, siguiendo fielmente las normas de la hermenéutica racional y católica, será diligente en servirse de los nuevos medios de exégesis, especialmente de los ofrecidos por el método histórico universalmente considerado.

Este método estu¬dia con atención las fuentes, define su naturaleza-y-valor- sirviéndose de la crítica del texto, de la crítica literaria y del conocimiento de las lenguas. El exegeta pondrá en práctica la recomendación de Pío XII, de v. m., que le obliga a «prudentemente... buscar cuanto la forma de la expresión o el género literario adoptado por el hagiógrafo pueda llevar a su recta y genuina interpretación; debe estar persuadido de que esta parte de su oficio no puede ser descuidada sin causar grave perjuicio a la exégesis católica». Con esta advertencia, Pío XII, de v. m., enuncia una regla general de hermenéu¬tica, válida para la interpretación de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, pues para componerlos los hagiógrafos siguieron el modo de pensar y de escribir de sus contemporáneos. En suma, el exegeta utilizará todos los medios con que pueda penetrar más a fondo en la índole del testimonio de los evangelios, en la vida reli¬giosa de las primitivas comunidades cristianas, en el sentido y en el valor de la tradición apostólica.

El «método de la historia de las formas»

Donde convenga le será lícito al exegeta examinar los eventua¬les elementos positivos ofrecidos por el «método de la historia de las formas» si empleándolo debidamente para un más amplio entendimiento de los evangelios. Lo hará, sin embargo, con cautela, pues con frecuencia el mencionado método está implicado con principios filosóficos y teológicos no admisibles, que vician muchas veces tanto el método mismo como sus conclusiones en materia literaria. De hecho, algunos fautores de este método, movidos por prejuicios racionalistas, repulsan reconocer la existencia del orden sobrenatural y la intervención de un Dios personal en el mundo, realizada me¬diante la revelación propiamente dicha, y asimismo la posibilidad de los milagros y profecías.

Otros parten de una falsa noción de la fe, como si ésta no cuidase de las verdades históricas o fuera con ellas incompatible. Otros niegan a priori el valor e índole histórica de los documentos de la Revelación. Otros, finalmente, no apreciando la autoridad de los apóstoles, en cuanto testigos de Cristo, ni su influjo y oficio en la comunidad primitiva, exageran el poder creador de dicha comunidad. Estas cosas no solo son contrarias a la doctrina católica, sino que también carecen de fundamento científico y se apartan de los rectos principios del método histórico.

La hermenéutica en la Exhortación Apostólica Verbum Domini

Benedicto XVI ha recordado el valor y la importancia de los métodos histórico-críticos incorporando a la Exhortación Apostólica la intervención suya del día 14 de octubre de 2008.

La Dei Verbum (n. 12) (Vaticano II) ofrece dos indicaciones metodológicas para un adecuado trabajo exegético. En primer lugar, confirma la necesidad de la utilización del método histórico-crítico, cuyos elementos esenciales describe brevemente. Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el evangelio de san Juan: "Verbum caro factum est" (Jn1, 14). El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria.

Sin embargo, esta historia posee otra dimensión, la de la acción divina. En consecuencia la Dei Verbum habla de un segundo nivel metodológico necesario para una interpretación correcta de las palabras, que son al mismo tiempo palabras humanas y Palabra divina. El Concilio, siguiendo una regla fundamental para la interpretación de cualquier texto literario, dice que la Escritura se ha de interpretar con el mismo espíritu con que fue escrita y para ello indica tres elementos metodológicos fundamentales cuyo fin es tener en cuenta la dimensión divina, pneumatológica de la Biblia; es decir: 1) Se debe interpretar el texto teniendo presente la unidad de toda la Escritura; esto hoy se llama exégesis canónica; en los tiempos del Concilio este término no había sido creado aún, pero el Concilio dice lo mismo: es necesario tener presente la unidad de toda la Escritura. 2) También se debe tener presente la tradición viva de toda la Iglesia. 3) Es necesario, por último, observar la analogía de la fe.

Sólo donde se aplican los dos niveles metodológicos, el histórico-crítico y el teológico, se puede hablar de una exégesis teológica, de una exégesis adecuada a este Libro. Mientras que con respecto al primer nivel la actual exégesis académica trabaja a un altísimo nivel y nos ayuda realmente, no se puede decir lo mismo del otro nivel. A menudo este segundo nivel, el nivel constituido por los tres elementos teológicos indicados por la Dei Verbum, casi no existe. Y esto tiene consecuencias bastante graves:

a) Ante todo, si la actividad exegética se reduce únicamente al primer nivel, la Escritura misma se convierte sólo en un texto del pasado: «Se pueden extraer de él consecuencias morales, se puede aprender la historia, pero el libro como tal habla sólo del pasado y la exégesis ya no es realmente teológica, sino que se convierte en pura historiografía, en historia de la literatura».[110] Está claro que con semejante reducción no se puede de ningún modo comprender el evento de la revelación de Dios mediante su Palabra que se nos transmite en la Tradición viva y en la Escritura.
b) La falta de una hermenéutica de la fe con relación a la Escritura no se configura únicamente en los términos de una ausencia; es sustituida por otra hermenéutica, una hermenéutica secularizada, positivista, cuya clave fundamental es la convicción de que Dios no aparece en la historia humana. Según esta hermenéutica, cuando parece que hay un elemento divino, hay que explicarlo de otro modo y reducir todo al elemento humano. Por consiguiente, se proponen interpretaciones que niegan la historicidad de los elementos divinos.
c) Una postura como ésta, no hace más que producir daño en la vida de la Iglesia, extendiendo la duda sobre los misterios fundamentales del cristianismo y su valor histórico como, por ejemplo, la institución de la Eucaristía y la resurrección de Cristo. Así se impone, de hecho, una hermenéutica filosófica que niega la posibilidad de la entrada y la presencia de Dios en la historia. La adopción de esta hermenéutica en los estudios teológicos introduce inevitablemente un grave dualismo entre la exegesis, que se apoya únicamente en el primer nivel, y la teología, que se deja a merced de una espiritualización del sentido de las Escrituras no respetuosa del carácter histórico de la revelación.
d) Todo esto resulta negativo también para la vida espiritual y la actividad pastoral: «La consecuencia de la ausencia del segundo nivel metodológico es la creación de una profunda brecha entre exegesis científica y lectio divina. Precisamente de aquí surge a veces cierta perplejidad también en la preparación de las homilías».[112] Hay que señalar, además, que este dualismo produce a veces incertidumbre y poca solidez en el camino de formación intelectual de algunos candidatos a los ministerios eclesiales.[113] En definitiva, «cuando la exegesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento».[114] Por tanto, es necesario volver decididamente a considerar con más atención las indicaciones emanadas por la Constitución dogmática Dei Verbum a este propósito
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3.- Objeto y finalidad del Curso

La historicidad de los evangelios es un curso que toma como referencia el libro del P. Igartua S.J.: “Los Evangelios ante la historia”. El cuál con la ayuda del Magisterio de la Iglesia, en relación con la historicidad de la verdad revelada, nos pone ante Jesús de Nazaret, cuyos hechos y dichos quedaron fielmente reflejados en los Evangelios y por lo tanto que con verdad nos dan noticia de la divinidad de Jesucristo, su misión redentora, la institución de la Iglesia, la institución de la Eucaristía etc..


El libro “Los Evangelios ante la historia”: Prólogo del autor

A nadie se le ocultará la importancia de la cuestión sobre la verdad histórica de los evangelios. Pues son el fundamento escrito de la religión cristiana, que ha modelado la cultura occidental en los dos últimos milenios, hasta los últi¬mos y recientes tiempos en que una parte del mundo ha busca¬do la inspiración para su modo de vivir, (al menos en las esfe¬ras oficiales, restricción de suma importancia), en módulos que niegan el cristianismo y aun toda religión.

Pero, más que por una más correcta interpretación de nues¬tra cultura, la importancia de la cuestión traspasa el límite de lo trascendente. Se trata, en realidad, de saber si tenemos o no en ellos un recuerdo real de un Hombre excepcional, cuyas afir¬maciones sobre Sí mismo han cambiado el curso del problema mismo del hombre. Pues habiendo El afirmado que es Dios, y habiendo instaurado una religión permanente para servir al Dios verdadero (que es así El mismo), el problema de Jesús se convierte en el problema del hombre.

Y el problema de Jesús, como se comprende fácilmente, está íntimamente ligado con el problema de los evangelios y del Nuevo Testamento, y aun del Antiguo. Si los evangelios han de ser mirados a través del prisma de la verdad histórica se alzan ante el hombre los grandes dilemas, de los que una pre¬gunta primera es ésta: ¿el hombre que los evangelios retratan fue como ellos lo describen?

Afirmamos, naturalmente, que los evangelios nos ofrecen un fiel recuerdo de Jesús, aunque la fidelidad no haya de interpretarse como una fotografía. Son, más bien, un cuadro reali¬zado por pinceles magistrales, que nos da la persona del Hom¬bre que buscamos, en sus rasgos intuidos y plasmados. Pero de un Hombre histórico, cuyos hechos y palabras se ofrecen en compendio, como dice San Juan Crisóstomo, al comentar la inmediata lla¬mada de Andrés a su hermano Pedro para traerle a Jesús, y que Pedro parece haberse convencido enseguida: "Es verosímil que su hermano le haya contado las cosas despacio y con muchas palabras. Pero los evangelis¬tas narran generalmente muchas cosas en compendio, procurando la breve¬dad" (Hom. 19 in Evang. loannis, 1: PG 59,121).

Hoy, cuando voces vacilantes, y a veces desde campos an¬taño impensables, alzan críticas que todo lo ensombrecen a los ojos de muchos, se plantea con fuerza renovada el problema de los evangelios y su verdad histórica. Hemos tratado de respon¬der a él con lealtad. Siempre será una respuesta incompleta. Nadie puede captar la luz entera que emana de sus páginas. Pero es dada con voz de amor afirmativo.

Digo de amor, porque el amor no está reñido con la verdad, sino que la sostiene. Sólo el amor es capaz de penetrar en el ser amado. No hemos pretendido, sin embargo, en estas pági¬nas penetrar en la figura misma de Jesús, sino apoyar la fideli¬dad de su recuerdo, confirmando la verdad de sus evangelis¬tas. Quede para otro tiempo aquel deseo profundo irrenunciable.

Escribimos en la fe, aunque no sólo desde la fe. Pero cree¬mos que no es posible conocer a Jesús plenamente si no se presta crédito a los evangelios, que nos ofrece la Iglesia como tradición acreditada y aceptada de los hechos y dichos de Jesús.

Es sumamente significativa la siguiente nota de RENÁN en su Vida de Jesús: (Prólogo a la 13 ed.) "El ridículo de Paulus (teólogo racionalista) residía en que pretendía conservar a la Biblia toda su autoridad, y penetrar el verda¬dero pensamiento de los autores sagrados. Si se hubiera contentado con decir que muchos relatos milagrosos tienen por base hechos naturales mal entendidos, hubiera tenido razón. Pero cayó en la puerilidad al sostener que el narrador sagrado sólo había querido contar cosas enteramente senci¬llas, y que se prestaba un servicio al texto bíblico despojándolo de sus milagros. El crítico profano (Renán) puede y debe sostener esta especie de hipótesis llamadas racionalistas; pero el teólogo no tiene derecho a ello, porque la condición previa de tales hipótesis es suponer que el texto no es revelado". ¿No asesta así una lanzada en pleno corazón a los que lla¬mándose teólogos católicos despojan al texto sagrado de todo lo sobrena¬tural, pretextando siempre hipótesis racionalistas? Nuestra intención, lejos de las hipótesis racionalistas, y de las desmitologizaciones teológicas, es es¬cribir desde la fe y en la fe, como decimos. Es decir, creyendo que el texto es inspirado y contiene revelación sobre obras de Dios, a la vez que damos por descontado que los textos están escritos por hombres que quieren na¬rrar historia, y son tomados por Dios con sus condicionamientos humanos, para transmitir la verdad que la inspiración pone en sus almas

Cuando Jesús se apareció al apóstol Tomás, y le hizo poner la mano en su costado abierto como comprobación, dijo al an¬tes incrédulo discípulo: «Porque me has visto, Tomás, has creído. ¡Dichosos los que crean sin haber visto!» Y sin embargo, aun¬que nos consideramos dentro de esa dicha de que habla el Se¬ñor, la vista y el tacto de Tomás nos sirvieron de tierra para la planta de nuestra fe. Nos consideramos dichosos por creer aun¬que no hayamos visto, o sin haber visto; pero nuestra seguridad se apoya en el testimonio de los que vieron y palparon. Por eso hemos querido robustecer la convicción de ese apoyo.

Juan Manuel Igartua Universidad de Deusto-Bilbao

4.- Esquema del libro: “Los Evangelios ante la historia”

Capítulo primero: la cronología del Nuevo Testamento

1. Importancia de las fechas
2. Cronología básica
3. Un punto seguro de partida: los Hechos de los Apóstoles
4. La cronología y el evangelio de Lucas
5. Cronología de los evangelios de Mateo y Marcos
6. Cronología de Juan
7. Cronología epistolar paulina
8. Cronología de las epístolas católicas y a los Hebreos
9. Cuadro de síntesis cronológica total
10. Variantes en la cronología de los evangelios
11. La fecha del kerigma paulino en 1 Cor. 15

Notas especiales
a) La llegada de Pedro a Roma (cf. nota 17)
b) La fecha del nacimiento de Jesús (cf. nota 26)

Capítulo segundo: La garantía histórica de los testimonios

1. La naturaleza de los escritos documentales
2. El carácter sagrado del testimonio
3. La garantía de la comunidad cristiana
4. La comprobación arqueológica actual

Nota especial

La Sábana Santa de Turín (cf. notas 28-35)

Capítulo III: La historia como genero literario en el Antiguo Testamento

1. Perspectiva de la historia en el Antiguo Testamento
2. Elementos de la interpretación
3. Género literario histórico
4. Valor histórico
5. Personajes del AT
6. Los hechos del relato bíblico
7. El problema moral de los relatos

Notas especiales

a) El desciframiento de lenguas antiguas (cf. nota 2)
b) Las cartas de Lakis y la conquista de Josué (cf. nota 10)
c) Abraham, Isaac y Jacob (cf. nota 11)
d) El Génesis y el Gilgamés (cf. nota 17)
e) La ruina de 'AY (cf. nota 19)
f) Las setenta semanas de años en Daniel (cf. nota 22)
g) La Historia de las Formas o Formgeschichte (cf. nota 30)
Capítulo IV: La historia como genero literario en el Nuevo Testamento
1. Diferencias con el Antiguo Testamento
2. Interpretaciones midráshicas en el Nuevo Testamento
3. Génesis de los evangelios y problema sinóptico
4. El género evangélico y su historicidad
5. La Resurrección como clave de los relatos evangélicos
6. La Resurrección afirmada históricamente por Pablo y Pedro

Notas especiales
a) Renán y el evangelio de Juan (cf. nota 5)
b) El relato de las tentaciones de Jesús (cf. nota 11)

Capítulo V: Pensamientos sobre los Evangelios y su verdad
I — Género, estilo y valor literario de los evangelios
II — Los evangelistas y su elección
III — El tiempo y el espacio en los evangelios
IV — Los hechos y su verdad
V — La figura de Jesús en los evangelios
VI — Fe y razón ante los evangelios
VII — Los exegetas y sus métodos
VIII— Formgeschichte y Redaktiongeschichte
IX — La teología ante la exegesis

Epílogo: San Ignacio de Antioquía y la verdad de los Evangelios

Apéndice: Autenticidad y fidelidad de los documentos actuales del NT
1. Las copias
2. Restauración crítica del original
3. Los autores de los documentos
4. La lengua de los escritos y la lengua de Jesús
5. Documentos autenticados y apócrifos

Notas especiales
a) El testimonio de Flavio Josefo sobre Jesús (cf. nota 1)
b) Papiros y pergaminos notables (cf. notas 9-10)
c) Criterios de restauración del texto:
d) Apócrifos dnl Nuevo Testamento