domingo, 20 de diciembre de 2015

SAN PIO X Y LA INSTAURACIÓN DEL MUNDO EN CRISTO

Instaurar todas las cosas en Cristo fue la fórmula y programa escogido por Pío X, Pontífice desde el 2 de agosto de 1903.

Vamos a ver la concepción de San Pío X acerca de este triunfo de la Iglesia, basado en la instauración del mundo en Cristo, como lo presenta en tres Encíclicas: «E Supremi Apostolatus Cathedra»; «Communium rerum»; y «Ad diem ¡llum» .


1.- La Encíclica «E Supremi Apostolatus Cathedra» y la Instauración en Cristo

La primera Encíclica se publica el 4 de octubre de 1903, en ella examina el P. Igartua S.J.:

Þ      El lema: Instaurare omnia in Christo
Þ      Esta instauración tiene carácter social
Þ      Cristo es la clave de la instauración

a)   Instaurare omnia in Christo: lema y pensamiento de Pío X

El Pontífice ofrece al mundo su pensamiento por medio de un lema. Lo toma de San Pablo a los Efesios:

« (…) declaramos que en el desempeño del Pontificado tenemos este único propósito: instaurar todas las cosas en Cristo, de modo que Cristo sea todo en todos (Col. 3, 11)... Los in­tereses de Dios son Nuestros intereses, por los cuales estamos decididos a sacrificar todas Nuestras fuerzas, y aun la misma vida. De modo que si al­guien Nos pide un lema que muestre la voluntad de Nuestro ánimo, daremos siempre solo éste: Instaurar todas las cosas en Cristos».

Una oración indulgenciada en 1908 pide así por las intenciones del Pontífice:

«¡Oh dulcísimo Corazón, haz florecer de nuevo en él las alegrías de la unción sacerdotal, suavízale las penas del gobierno pontifical y apresura el cumplimiento de su apostólico deseo de restaurar todas las cosas en Ti.

b)   El carácter social de la instauración en Cristo

En la Encíclica «E Supremi» propone primero su lema ponti­fical, después pasa a exponer la situación de apostasía de Dios en que se encuentra la sociedad humana actual:

« (…)  la malvada guerra que actualmente casi en todas partes se promueve y alienta contra Dios. Verdaderamente «las naciones se han airado» contra su Autor y «los pueblos han tramado necedades» (Sal., 2, 1), de modo que casi es común esta voz de los que luchan contra Dios: Apártate de nosotros (Job., 2, 14).
«De aquí viene que esté extinguida en la mayor parte la reverencia hacia el Dios eterno y que no se tenga cuenta alguna con la Divinidad en la vida privada y pública: más aún, se procura con todo conato y esfuerzo que la misma memoria y noción de Dios desaparezca totalmente.
«Quien reflexione sobre estas cosas, será ciertamente necesario que tema que esta perversidad de los ánimos no sea un preludio y como comienzo de los males que se han de esperar para el último tiempo del mundo, o que el «hijo de perdición» de quien habla el Apóstol (2 Tes., 2, 3) no esté ya en este mundo. Con tanta audacia y furor es atacada la piedad de la reli­gión, y combatidos los documentos de la fe revelada, y se procura tenaz­mente quitar y borrar las obligaciones del hombre con Dios.
«Por el contrario, nota que según el mismo Apóstol es característica del Anticristo, el mismo hombre, con suma temeridad, ha invadido el lugar de Dios, levantándose sobre todo lo que se llama Dios (ib.); de tal modo que, aunque no pueda extinguir totalmente en sí la noción de Dios, recha­zando sin embargo su majestad, él mismo se ha consagrado este mundo visible como Templo, en el cual buscar ser adorado: «sentándose en el Templo, como si fuera Dios» (2 Tes., 2, 2)» (T. 552).

El cuadro de la apostasía social queda resumido en dos rasgos. Primero, la guerra del mundo contra Dios parece alcanzar a todas las naciones; segundo, la guerra se dirige contra los puntos fundamentales de la fe y de la piedad.

La impresionante consecuencia que deduce Pío X es que resulta, no ya sólo legítimo, sino hasta necesario, pensar y temer que esta apostasía puede ser el preludio o comienzo de la del fin del mundo, se­ñalada por la Escritura.

Por eso precisamente toda la labor de instauración de Pío X tiene carácter social, y la E Supremi se fija en esos aspectos precisamente al preparar el terreno.

c)    Cristo es la clave de esta instauración

En «E Supremi» muestra la clave de la instauración en la persona de Cristo:

«Esta misma vuelta de la humanidad a la majestad e imperio de Dios, jamás sobrevendrá si no es por medio de Jesucristo, por más que nos esfor­cemos. Porque avisa el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento fuera del que ha sido puesto, que es Jesucristo (1 Cor., 3, 11). (…).
«De donde se sigue que es absolutamente lo mismo instaurar todas las cosas en Cristo y llevar a los hombres a la obediencia de Dios. En esto, pues, es preciso que pongamos todo nuestro cuidado, en traer el género humano al poder de Jesucristo: porque en habiéndolo hecho, ya habrá vuelto al mismo Dios»  (T. 556).

Consecuente con esta convicción, y estimando en toda su gravedad el acto cumplido por León XIII al consagrar el mundo al Sagrado Corazón de Jesús en 1899, Pío X manda en 1906 renovar en adelante cada año esta consagración en el día del Sagrado Co­razón.


2.- El triunfo de la instauración en Cristo y la Encíclica «Communium rerum»

Þ      El triunfo y la instauración
Þ      La unión de los disidentes, primer paso de la instauración universal en Cristo

a)   El triunfo y la instauración

¿Qué relación tiene esta ins­tauración con el objeto de las esperanzas de la Iglesia, consistente en la entrada en la Iglesia de los alejados de ella, ya disidentes, ya en círculo más amplio de los no incorporados a Cristo?. La respuesta se halla en la confrontación de las dos Encíclicas «E Supremi Apostolatus Cathedra», y «Communium rerum», del 21 de abril de 1909, en el centenario de la muerte de San Anselmo.

La clara manera de identificar el triunfo esperado con la vuelta de los hom­bres a la Iglesia, queda expresa en la Encíclica «Com­munium rerum», donde se cita la Encíclica «E Supremi»:

«Conozcan todos por estos hechos, y persuádanse los enemigos del nom­bre católico, que las ceremonias especialmente espléndidas, el culto tribu­tado a la Augusta Madre de Dios, los mismos honores que se acostumbra tributar al Sumo Pontífice, miran como a fin a que en todas las cosas sea glorificado Dios: a que «Cristo lo sea todo y en todos» (Col., 3, 11), a que, establecido el Reino de Dios sobre la tierra, se procure al hombre la salva­ción eterna.
«Este triunfo divino sobre los individuos y sobre la sociedad universal, que se debe esperar que llegará, no es otra cosa que la vuelta de los alejados de Dios al mismo por Cristo, y a Este por medio de su Iglesia.
«Que esto es lo que Nos hemos propuesto, lo hemos declarado ya clara­mente en Nuestra primera Carta Apostólica «E Supremi Apostolatus Cathedra» y varias otras veces. Hacia esta vuelta miramos con confianza, a apre­surarla se dirigen Nuestros pensamientos y deseos, como a un puerto en el que se aquieten aun las tempestades de la vida presente-» (T. 566).

El 8 de marzo de 1913 Pío X publica la Carta Apostólica «Magni faustique», promulgando un Jubileo universal en memoria de la paz dada por Constantino Magno a la Iglesia.

« (…)  Entonces por fin la Iglesia obtuvo el primero de los triunfos que siguen perpetuamente en cualquier época a todas las persecuciones, y desde aquel día derramó siempre mayores beneficios sobre la sociedad del género humano». (…)

«Juzgando conveniente, en esta feliz ocasión en que suceso tan egregio se conmemora, que se ruegue a Dios, a la Virgen, su Madre, y a los demás Santos, principalmente a los Apóstoles, para que todas las naciones (populi universi), instaurando la gloria y honor de la Iglesia, vengan al seno de tan gran Madre, rechacen conforme a sus fuerzas los errores con que sin pru­dencia los enemigos de la fe tratan de entenebrecer su claridad, veneren con suma reverencia al Romano Pontífice y miren en la religión católica la defensa y sostén de todas las cosas.
«Entonces se podrá esperar que los hombres, fijos de nuevo los ojos en la Cruz, vencerán con esta señal de salvación a los enemigos que odian el nombre cristiano y .las pasiones desenfrenadas del corazón».

b)   La unión de los disidentes, primer paso de la instauración universal en Cristo

La instauración de la sociedad universal en Cristo, dice el P. Igartua S.J.,  ha de ser gradual en su realización, su primer paso, la unión de los disidentes de las Iglesias separadas de Oriente.

En la celebración en Roma de este Centenario del Crisóstomo, tiene el 13 de febrero de 1908 Pío X una nueva Alocución a los Orientales:

«Dando vueltas en el pensamiento a estas cosas, Nos sentimos> como Nuestros Predecesores, animados del más vivo deseo de trabajar con todas las fuerzas para que florezca en el Oriente la virtud y grandeza antigua y sean destruidos los falsos conceptos y prejuicios que dieron ocasión a la fatal división»

En la Epístola «Ex quo», dirigida el 26 de diciembre de 1910 a los Arzobispos de Oriente, tiene estos conmovedores acentos de es­peranza:

«Ni es menor, como bien sabéis, Venerables Hermanos, el deseo que te­nemos de que pronto luzca aquel día, anhelado por tan ansiosos deseos de los hombres santos, en que sea totalmente derribado desde sus cimientos el muro que hace tiempo divide a los dos pueblos, y unidos éstos en un abrazo de fe y de caridad, florezca por fin la paz invocada y se haga un solo rebaño y un solo pastor» (T. 252).

Para lograrlo, sabe Pío X que el arma principal que Dios ha dado a los hom­bres es la oración.

Por esta razón en 1906 se indulgencia esta oración jaculatoria: «María Dolorosa, Madre de todos los cristianos, rogad por nosotros», para obtener la conver­sión de las  Iglesias cristianas disidentes.


3.- La ardiente esperanza de la instauración y la Encíclica «Ad diem ¡llum»

Pío X declara que el triunfo que ha de espe­rarse consiste en la vuelta de la sociedad de los hombres a Cristo por su Iglesia.

Þ      La segura esperanza de la instauración
Þ      El cuándo y el cómo de la esperanza de la instauración
Þ      Los límites de la esperanza de la Iglesia


a)   La segura esperanza de la instauración

En 1903, en la Encíclica «E Supremi» proclama la certeza de obtener esta victoria en la tierra, dando como razón de su certeza la palabra de Dios en la Escritura:

«Ninguno que tenga la mente sana puede dudar del resultado de esta lucha de los mortales contra Dios. Se concede ciertamente al hombre, que abusando de su libertad viole el derecho y la majestad del Creador de todo: pero la victoria queda siempre de parte de Dios: y aún más, tanto está más cerca la catástrofe cuanto el hombre se levanta con mayor audacia en la esperanza del triunfo. El mismo Dios nos lo avisa en la Sagrada Escritura. Porque «disimula los pecados de los hombres» (Sab. 11, 24), como olvidado de su poder y majestad; pero, poco después, tras de las aparentes retiradas, «despertando como un potente embriagado» (Sal, 77, 65), aplastará las ca­bezas de sus enemigos (Sal., 67, 22): para que todos sepan que «Dios es Rey de toda la tierra» (Sal., 46, 8) y «sepan todas las gentes que no son sino hombres» (Sal., 9, 20).
«Todo esto, Venerables Hermanos, lo creemos y esperamos con fe cierta» (T. 553).

Al cumplirse los cincuenta años de la definición, en 1904, Pío X publica la Encíclica «Ad diem illumii, sobre la Virgen Inmaculada, el 11 de febrero, aniversario de la pri­mera aparición en Lourdes de la Virgen Inmaculada.

«No negaremos que este deseo Nuestro se despierta sobre todo porque, por una misteriosa (o secreta) inspiración (arcano quodam instinctu), Nos parece que podemos asegurar que se cumplirán en breve aquellas grandes esperanzas que, como fruto de la solemne definición de la Concepción In­maculada de la Madre de Dios, sin temeridad alguna concibieron Nuestro Pío (IX) Predecesor y todos los Obispos del mundo» (T. 562).

Si antes, en la «E Supremi» ha asegurado la certeza de la esperanza, fundado en las palabras de la Escritura sobre la majestad incontrastable de Dios y su vic­toria, ahora las mismas esperanzas son aseveradas como próximas por una secreta y misteriosa inspiración sentida en su alma.

Y puede señalarse aquí con razón cómo esta nueva llama de la esperanza brota de nuevo de la radiante luz de la Inmaculada para trabajar en «instaurar todas las cosas en Cristo». Porque la Virgen María es «el camino más rápido para juntar a todos los hombres con Cristo y conseguir así la adopción de hijos santos e inmaculados».

b)   El cuándo y el cómo de la esperanza de la instauración

Pío X, en la luz de la Inmaculada Concepción, anunció su próxima esperanza, en la encíclica «Ad diem illum»

Precisamente lo que anuncia movido por su secreta inspiración, es la proxi­midad de las esperanzas:

«Testigos de tantos y tan grandes beneficios como Dios, por la benig­na imploración de la Virgen, nos ha hecho en estos cincuenta años próxi­mos a cumplirse, ¿por qué no hemos de esperar que nuestra salvación está más cerca que cuando la pensamos? Tanto más, que sabemos por expe­riencia que es costumbre de la divina Providencia que la cumbre de los males no esté muy lejos de la liberación.
«Cerca está de llegar su tiempo, sus días no se alejarán. El Señor ten­drá misericordia de Jacob, y pondrá sus ojos todavía en Israel (Is. 14, 1,) de modo que tenemos esperanza total de que también nosotros procla­maremos dentro de poco tiempo: El Señor ha quebrantado el báculo de los impíos. Descansó y quedó en silencio toda la tierra. Se gozó y dio saltos de júbilo (Is., 51, 7)» (T. 563).

Ni el tiempo, dice, ni el modo. Y sin embargo, del estudio de la conducta de Dios con los hombres en la actual economía cristiana, se desprende una gran enseñanza de una ley inexcu­sable de la divina Providencia.

«Hay motivo para levantar el ánimo. Porque vive Dios y hará que a los que aman a Dios todas las cosas les ayuden al bien (Rom. 8, 28). El sacará bienes de los males, habiendo de dar a la Iglesia triunfos tanto más espléndidos, cuanto más obstinadamente se ha empeñado la perver­sidad humana en obstaculizar su obra. Este es el admirable plan de la di­vina Providencia; estos son sus insondables caminos, en el presente orden de cosas: porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor (Is. 55, 8): que la Iglesia se acerque cada día más a la semejanza de Cristo, y reproduzca la imagen de Quien ha padecido tantas y tan graves cosas, de modo que en cierta manera llene lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col. 1, 24).

«Por lo cual, mientras milita en la tierra, le ha sido establecida por Dios esta ley, de que sea trabajada perpetuamente con disputas, molestias, y con este género de vida pueda por muchas tribulaciones entrar al Reino de Dios, y juntarse por fin (tándem aliquando) a la Iglesia triunfante en el cielo» (T. 568).

He aquí admirablemente formulada la ley de su victoria: primero, los trabajos perpetuos y combates; segundo, tras muchas tri­bulaciones, entrar al Reino conquistado; tercero, y posteriormente (tándem ali­quando) entrar en la posesión gozosa del Reino del cielo.

c)   Los límites de la esperanza de la Iglesia

En su Alocución del 11 de diciembre de 1906 a los Cardenales:

«No nos desanimemos, Venerables Hermanos, pues dice Cristo en el Evangelio que su Iglesia tendrá en la tierra perpetuamente la suerte que El escogió por ja salvación de los hombres: Si me han perseguido a Mí, tam­bién os perseguirán a vosotros. Seréis odiados por todos por causa mía. No os admiréis si el mundo os odia, porque primero me aborreció a Mí. No dudando de que esto es verdad, gloriémonos en las tribulaciones: porque mientras somos perseguidos, tenemos respuesta de que habita en nosotros el Espíritu de Cristo. La Iglesia es combatida, pero la fe es ro­bustecida en las tentaciones; y los que son probados, se dan a conocer entre nosotros, y es quitada la cizaña de en medio del trigo. Cuidemos, por tanto, de no merecer la reprensión de Cristo, que oyó Pedro, todavía débil y te­meroso entre las olas:   Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
«Pero entretanto, cumpliendo nuestra obligación, perseverando uná­nimes en la oración, y procurando conciliar la divina clemencia con las obras de la piedad; pues Dios, que ha hecho sanables a las naciones de la tierra, en el tiempo establecido por su Providencia, dará benignamente la tran­quilidad y la paz».

Pero, si bien así aparece cómo la Iglesia puede esperar un triunfo final pacífico sobre los perseguidores, y también sobre todos en el universo, sin embargo, tam­bién aquí es necesario señalar otro límite a la esperanza, y la prudencia de Pío X lo subraya en su Encíclica «Communium rerum».

Esta limitación consiste en no esperar, ni aun en medio del triunfo final, una paz tal que no haya errores y maldades entre los hombres, y que no pueda por sí volver a florecer en nuevas persecuciones, si Dios no hiciese que aquel triunfo sea precisamente final, y que la Iglesia «se junte finalmente, tándem aliquando, a la Iglesia triunfante del cielo».

La realización de la instauración durante el Pontificado de Pío X

San Pío X, que se propuso al inaugurar su Pontificado el lema de instaurar todas las cosas en Cristo, fue un Papa de profunda reforma eclesial.

Þ      Reformó la oración del Salterio para el rezo del Breviario y el canto eclesial, em­prendió la reforma del Derecho Canónico, que su sucesor llevaría a término, y reformó la Curia y el Vicariato de Roma.
Þ      Modificó las normas de la Comunión, y fomentó la comunión fre­cuente, y permitió la primera Comunión a una edad más temprana. Permitió también la Comunión en las dos especies a cualquier fiel que asistiese al rito oriental.
Þ      De modo muy especial emprendió una grande y activa reforma espiritual del sacerdocio, e hizo frente al espíritu de indisciplina.

Promovió la doctrina cristiana, de modo particular a través del Catecismo, pero su más grave tarea fue hacer frente a la crisis doctrinal del modernismo. Escribe el resto de tu post aquí.

domingo, 29 de noviembre de 2015

LEÓN XIII, EL LLAMAMIENTO UNIVERSAL A LA UNIDAD

El Pontificado de León XIII «Lumen in coelo», iniciado el 20 de febrero de 1878 no se comprende bien sin tener en cuenta la esperanza de la unidad de todos los hombres en Cristo.

Pudo celebrar tres jubileos: el sacerdotal (50 años de su primera mesa), episcopal (50 años de su ordenación episcopal) y pontifical (25 años su elección de Papa).

El P. Igartua S.J. observa cómo en el magnífico elenco de documentos que escribió este Papa aparece de forma constante la esperanza de la unidad de todo el género humano en Cristo, repite la promesa de Cristo de que habrá un solo rebaño y un solo pastor. Recoge muchos textos en encíclicas, alocuciones y discursos, pero aquí solo pondremos unos cuantos. El que quiera leer todos puede hacerlo en el texto original de su obra “El Mundo será de Cristo”.

El 20 de junio de 1894 el Papa dirige la Epístola apostólica «Praeclara gratulationis».

«Favorezca nuestros deseos y votos Dios, que es rico en misericordia, en cuya potestad están los tiempos y los instantes, y apresure benignísimamente el cumplimiento de aquella divina promesa de Jesucristo: se hará un solo rebaño y un solo pastor».

Encíclica «Christi nomen» (1894):

«Llamando e incitando a las naciones de todo el mundo a la unidad de la fe cristiana: deseando, como cumbre de Nuestros deseos, que por fin se apresure por Nuestro medio el tiempo prometido por Dios en que se hará un solo rebaño y un solo pastor».

El Papa el 19 de marzo 1895 la Carta Apostólica «Pervenuti all'anno». Traza el cuadro de la separación de la sociedad civil de la Iglesia, principalmente a partir de la Reforma, y la guerra organizada contra la Iglesia; proclama que la solución está en la vuelta al Cristianismo en la vida social y aún más concretamente la vuelta a Roma y a su Vicario en la tierra, centro de unidad de la Iglesia.

«Nos, por nuestra parte, no dejaremos, oh Venerables Hermanos, de buscar que se apresure el día de las misericordias de Dios, cooperando animosa­mente, como es Nuestro deber, a la defensa e incremento de su Reino sobre la tierra... de modo que se apresure el triunfo de la verdad y de la justicia, y sonrían a la familia humana días mejores de tranquilidad y paz».

La esperanza leoniana de un triunfo de la Iglesia

El 21 de abril 1878 publica su primera Encíclica «Inescrutabili Dei consilio». Es un breve resumen de su posición pontifical ante la apostasía cristiana de la sociedad. Traza un cuadro de la triste situación mundial, con crisis internacionales, sociales y familiares e individuales, hasta el suicidio. Frente a ellas recuerda la continua y saludable acción de la Iglesia y del Pontificado Romano. Y volviéndose a «los Príncipes y Jefes de Estado de los pueblos».

confiamos firmemente que, colaborando Vosotros, el género humano, amonestado con tantos males y calamidades, buscará por fin en la sumisión a la Iglesia, en el infatigable magisterio de esta Cátedra Apostólica, la salud y la prosperidad» .

En 1890 hallamos una oración indulgenciada a la Virgen María, en la que se pide por medio de la In­maculada Virgen:

«Apresurad con la potencia de vuestras súplicas el día que verá a todas las naciones reunidas en tomo al supremo Pastor».

Esta firme esperanza de León XIII, heredada de Pío IX, confirmada por el Espíritu de Dios en su corazón, mantenida hasta su muerte como algo incon­movible, es el fundamento de lo que ha podido llamarse «el optimismo de León XIII».

Un solo rebaño y un solo pastor

En la Praeclara la esperanza  de León XIII se cifraba en el cumplimiento de la profecía de Cristo en el Evangelio: Se hará un solo rebaño y un solo pastor.

Las dos Encíclicas de final de siglo, la Satis cognitum, sobre la unidad de la Iglesia, y la del Espíritu Santo Divinum illud, presididas por este anhelo del solo rebaño y pastor.

La Satis Cognitum recuerda que «una parte no pequeña de los cuidados del Pontífice se vuelve hacia el esfuerzo por atraer de nuevo a los desviados al rebaño, puesto bajo la potestad del Sumo Pastor de las almas, Jesucristo», (…). Ante ellos el Pontífice repite como propias las palabras de Cristo: Tengo otras ovejas, que son de nuevo, ya los cristianos separados, ya los no corrompidos en el mundo por la impiedad, los creyentes al menos en Dios creador.

La Divinum illud contiene la afirmación: «es voluntad determi­nada o ciertísima de Cristo que los apartados de la Iglesia, ya por la fe ya por la sumisión, se hallen simultáneamente en un único rebaño bajo un solo Pastor».

Al final del siglo hallaremos el recuerdo del único rebaño y pastor en la consagración mundial al Sagrado Corazón, otra de las cumbres de la actuación leoniana.


León XIII y las Iglesias Orientales separadas

La acción de León XIII en favor del Oriente, comienza en 1879 y terminada en 1902. Los documentos conocidos sobre el Oriente suman por lo menos 240.

En 1880 publica la Encíclica «Grande munus» sobre los Santos Cirilo y Metodio. Esta Encíclica iniciaba la acción leoniana en favor de la reunión de los Eslavos, por la que el Pontífice ha podido ser llamado «Papa eslávico».

El Congreso Eucarístico de Jerusalén se celebró del 15 al 20 de mayo 1893 y ha sido estimado como el suceso más sensacional del pontificado en relación a las Iglesias de Oriente.

«Os dirigís a Tierra Santa para celebrar, en el mismo lugar de su Institución, el Sacramento del Amor, que es por excelencia el Sacramento de la Unidad. Este Congreso de Jeru­salén servirá para los cristianos separados de muda pero elocuente invitación a unirse con vosotros en la fe, esperanza y caridad. Con este pensamiento hemos nombrado un Delegado para presidir en Nuestro nombre vuestra reunión».

La Iglesia separada de Inglaterra

A los quince días de haber ascendido al trono pontificio León XIII firmó la Bula de restablecimiento de la Jerarquía católica en Escocia.

El 12 de mayo de 1879 aparece Newman entre los nuevos Cardenales Diáconos y queda adscrito a la labor de Propaganda y de Ritos particularmente.

En 1894 en la Encíclica Praeclara se hace la llamada de la unidad a los Protestantes de todas las ramas y pueblos. En la Epístola Apostólica «Ad Anglos»

«Testigo Nos es Dios de cuan encendida esperanza fomentamos de poder ayudar algo con Nuestras fuerzas al supremo negocio de la unidad cristiana en Inglaterra, y damos gracias a Dios conservador de la vida, que Nos ha concedido llegar a esta edad en buena salud para procurarlo».

Jesucristo y su Corazón como apoyo de la esperanza

He aquí estas palabras de una alocución dirigida al Apostolado de la Oración en 1893:

«La devoción del Sagrado Corazón puede hoy decirse característica de la Iglesia, arca de su salvación, arras de su futuro triunfo, en la cual se resu­men todas Nuestras esperanzas de un porvenir más alegre».

En la Encíclica Praeclara, en 1894, nos parece necesario recordar el sublime acto de esperanza colocado en Jesucristo:
«Pero Nos colocamos toda Nuestra esperanza y ab­soluta confianza en el Salvador del género humano, Jesucristo, recordando bien qué cosas tan grandes se realizaron en otro tiempo por la necedad de la predicación de la Cruz, quedando confusa y estupefacta la sabiduría de este mundo» (T. 920).

En 1897 escribía León XIII su Encíclica sobre el Espíritu Santo «Divinum illud», en la cual confía al Divino Espíritu la realización de sus planes sobre la unidad de fe en el mundo.

«Hemos dirigido Nuestro Pontificado a... procurar la reconciliación de aquellos que están apartados de la Iglesia católica sea por la fe sea por la sumisión: siendo como es voluntad determinada (o ciertísima) de Cristo que todos éstos se hallen simultáneamente en un único rebaño bajo un solo Pastor. Ahora que vemos ya llegar el día de la muerte, Nos sentimos movidos a encomendar los trabajos de Nuestro Apostolado, lo poco o mucho que hasta ahora hemos logrado, al Espíritu Santo, que es Amor vivificante, para que los lleve a madurez y fecundidad» (T. 245).

La Superiora de la Congregación del Buen Pastor de Oporto, Sor María del Divino Corazón (Droste zu Vischering en el siglo), escribe desde su lecho de enferma por dos veces al Pontífice manifestándole los deseos del Sagrado Cora­zón de que le consagre el mundo entero.

«Quizás parecerá extraño que pida Nuestro Señor la consagración de todo el mundo, y no se contente con la de la Iglesia católica (advirtamos que ésta ya la hizo Pío IX en 1875); pero su deseo de reinar y ser amado y glorifica­do y abrasar en su amor y en su misericordia todos los corazones es tan ar­diente que quiere que Vuestra Santidad le ofrezca los corazones de todos aquellos que por el santo bautismo le pertenecen, para facilitarles la vuelta a la verdadera Iglesia, y los corazones de aquellos que no han recibido aún por el bautismo la vida espiritual... para apresurar de ese modo su nacimien­to espiritual».

La Encíclica Annum Sacrum, publicada el 25 de mayo de 1899, anunciaba la consagración del mundo al Sagrado Corazón para el día 11 de junio, fiesta dedi­cada a El aquel año. En cuanto a la legitimidad de la consagración mundial:

«Esta consagración, que a todos recomendamos, a todos aprovechará. Por­que una vez realizada, aquellos en quienes hay conocimiento y amor de Je­sucristo, fácilmente sentirán crecer su fe y su amor. Los que, conociendo a Cristo, desatienden, sin embargo, los preceptos de su ley, podrán tomar del Sagrado Corazón la llama de la caridad. Y por fin, para los más dignos de compasión de todos, los que se debaten en la ciega superstición, pediremos todos con un mismo sentimiento, que Jesucristo, así como ya los tiene so­metidos según la potestad, así los someta por fin (aliquando) según la ejecu­ción de la potestad, y no solamente en el siglo venidero, cuando cumplirá su voluntad en todos, salvando a unos y castigando a otros (Santo Tomás), sino también en esta vida mortal comunicando la fe y la santidad, virtudes con las que puedan honrar a Dios, como es justo, y tender a la felicidad eterna del cielo» (T. 545 a).

La Encíclica expresa la esperanza universal del Papa puesta en Jesucristo y su Corazón Divino:

«Entonces, finalmente, podrán curarse tantas heridas, entonces reverdecerá todo derecho con la esperanza de la antigua autoridad, y serán restablecidos los honores de la paz y caerán las espadas y las armas de las manos, cuando todos recibirán de buen grado el imperio de Cristo y le obedecerán y toda lengua proclamará que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Pa­dre* (T. 546).

El 11 de junio, en la Capilla Paolina del Palacio Apostólico, León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús. La fórmula utilizada y prescrita para el mundo entero decía así en su parte relacionada con la esperanza:

«Sé Rey, Señor, y no sólo de los fieles, que en ningún tiempo se aparta­ron de Ti, sino también de los pródigos que te abandonaron: haz que éstos vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria.

Rey de aquellos a quienes o el error de las creencias tiene engañados, o la discordia separados, y llámalos de nuevo al puerto de la verdad y de la unidad de la fe, para que en breve se haga un solo rebaño y un solo pastor.

Sé Rey, finalmente, de todos aquellos que se hallan en la vieja supersti­ción de las naciones y no rechaces el sacarlos de las tinieblas a la luz y al Reino de Dios.

Otorga, Señor, a  tu Iglesia segura libertad con incolumidad; otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón, por el cual nos ha venido la salvación: a El la gloria y el honor por los siglos. Amén-» (T. 547).

Pide al Señor la entrada en la Iglesia (Sé Rey de...) de los pueblos cristianos separados formando un solo rebaño y un solo pastor; pide al Señor la entrada en la Iglesia de los pueblos y naciones no cristianos y alejados de la luz. Y al final, pide la paz y libertad de la Iglesia, la paz universal de las naciones y, en una palabra, la unidad en la fe del mundo entero: «del uno al otro polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón, por el cual nos ha venido la salvación».

En esta fórmula no parecían caber los pueblos que creen en el Dios verdadero pero no son cristianos, como los judíos y los musulmanes.

En diciembre de 1899, por el Breve Cum sicut, el Pontífice concede indulgencias especiales a una oración compuesta por un sacerdote de la Congregación descalza de la Pasión. Se pide a los Sagrados Corazones de Jesús y de María la conversión de los hebreos y los turcos, descendientes de «Isaac y de Ismael»:

«¡Oh dulce Corazón de María, decid a Jesús aquello que nosotros ni sabemos ni podemos decirle, y El os escuchará... Y si para vencer la resis­tencia de aquellos por quienes os rogamos, es necesario un milagro, oh Virgen Inmaculada, os lo pedimos por el inmenso amor que tenéis a Jesús! ¡Ah, sí, dignaos apareceros a los hebreos y a los turcos, como ya os aparecisteis a Ratisbona, y a una señal de vuestra diestra ellos, como él, quedarán conver­tidos!... ¡Oh, venga, venga pronto tal día en que la Sacrosanta Trinidad reine por medio de Vos en todos los corazones y todos conozcan, amen y adoren en Espíritu y Verdad al Fruto bendito de vuestro seno! Amén»

La Virgen María, Auxiliadora del Pueblo cristiano

El 8 de diciembre de 1879 celebró el 25 aniversario de la definición dogmática de Pío IX sobre la Inmaculada Concepción, que tan grandes esperanzas había despertado en el pueblo cristiano.

León XIII dijo, recordando aquellas dulces espe­ranzas de la definición:

«Han transcurrido ya veinticinco años desde que Nuestro glorioso pre­decesor Pío IX, de feliz memoria, a quien la Providencia había reservado la dicha de añadir a la corona de la Virgen una espléndida joya y de asociar sus glorias a las de Ella, promulgaba al mundo católico, reverente y gozoso, el decreto dogmático de la Inmaculada Concepción de María. (…)

«El pensamiento del poder de María contra el demonio y su descenden­cia lleva los ánimos a la confianza en Aquélla que, fuerte con el poder de su divino Hijo, extinguió todas las herejías y fue en los más difíciles aconte­cimientos el escudo y auxilio siempre presente de los cristianos. Este pensa­miento infunde en los pechos la certeza de que también esta vez la victoria final será de María... Apresurad vosotros con vuestras oraciones el suspirado momento en el que toda la familia humana se alegre nuevamente con el be­neficio señaladísimo de la Redención de Cristo; apresurad el suspirado mo­mento en que por la intercesión de la gran Madre de Dios, calmadas las tem­pestades, vuelvan a resplandecer sobre la Iglesia días de paz, de prosperidad y de gloria».

En 1891 comienza la continua serie de Encíclicas anuales sobre el Rosario, que son uno de los más peculiares testimonios leonianos de la esperanza y piedad hacia María.

La Carta Apostólica «Parta humano generin de 1901, con ocasión de la consagración de la Basílica de Lourdes dedicada al Rosario, declarará el consuelo del Papa al ver florecido el Rosario sobre la Iglesia, como resultado de su constante labor en promoverlo, y seguirá recomendando esta oración promovida por Santo Domingo para mantener la fe en el pueblo cristiano, con la meditación de los misterios, la cual alcanzará que la Virgen «apresure la vuelta de la sociedad en la vida privada y pública, a Jesucristo».

En Lourdes aquel mismo año el 11 de febrero, al dirigirse después de la Misa solemne el Obispo con todos los fieles a la gruta en procesión, hallaron con sorpresa de todos una rosa florecida en el rosal del nicho de la gruta, donde la Virgen había puesto sus pies. Parecía la res­puesta sonriente de la Virgen a la petición de Peyramale, el párroco de Bernardeta: «Di a la Señora que, si quiere que yo crea, haga florecer como señal el rosal del nicho», pareciéndole esto imposible en febrero. Pero la niña, después de trasladar el ruego del párroco a la Virgen, había traído la res­puesta: «Cuando le he dicho que haga florecer el rosal, ha sonreído, pero Ella quiere la Iglesia». Ahora estaba allí la gran Basílica que aquel año se iba a con­sagrar y la Virgen ahora hacía florecer el rosal.

El 26 de mayo de 1903, León XIII, por la Carta «Da molte» creaba la especial Comisión Cardenalicia para dirigir la celebración del año cincuentenario de la Inmaculada en 1904.

El sucesor de Pío IX y de su cruz

Según los lemas, en cierto modo aplicados ya clásicamente a estos dos Papas, Pío IX soportaba la «Crux de cruce», y León XIII refulgía como «Lumen in coelo».

El 13 de julio de 1881, en el traslado de los restos mortales del venerado Pío IX a la Basílica de San Lorenzo. León XIII sufrió este terrible impacto y tuvo que pronunciar una solemne y dolorosa Alocución.

El 9 de junio de 1889 fue inaugurado con sacrílegas fiestas en el Campo dei Fiori romano el monumento a Giordano Bruno, hereje panteísta y materialista, acompañándolo las sectas y revolucionarios de manifestaciones contra el Papa, aun con el sacrílego acto de llevar banderas con la imagen de Satanás. Otra Alocución solemne del Pontífice hubo de alzarse para protestar de la injuria.

El 2 de octubre de 1891 un incidente de unos peregrinos franceses en el Panteón de Roma. León XIII dirigió después una carta al Obispo de los peregrinos.

Finalmente, el 7 de agosto de 1892, un homenaje en el centenario del gran descubrimiento de América, organizado por los católicos de Roma a Cristóbal Colón, dio origen a nuevos y orgiásticos desmanes de las turbas, con gritos contra el Pontificado por las calles.

No puede extrañar que, en este ambiente, el Pontífice, viendo la sociedad infectada por el virus revolucionario, hubiera ordenado en 1890 oficialmente en la Iglesia las fórmulas de los Exorcismos a Satanás para impedir su acción en el mundo.. Escribe el resto de tu post aquí.