martes, 20 de noviembre de 2007

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS

Introducción
Pascendi y Decreto Lamentabili
Proposiciones sobre la Sagrada Escritura
Proposiciones sobre la divinidad de Jesucristo
“Jesús de Nazaret” de Joseph Ratzinger

El Mesías Jesús de Nazaret
Prólogo
La intención del autor
Esquema y contenido del libro
Semejanzas entre los libros del P. Igartua y Ratzinger

Los documentos evangélicos
Fechas y autores de los evangelios
El evangelio de Juan diferencias entre Ratzinger y el P. Igartua
Resumen de autores y fechas de los evangelios

Los evangelios documentos pospascuales
La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en la comunidad pospascual
La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en los evangelios
El problema crítico: comunidades pospascual y prepascual

El testimonio del Bautista sobre Jesús
Diálogo con los sacerdotes y levitas
La manifestación del Espíritu Santo

La expectación del Mesías en los Evangelios
La expectación del Mesías en tiempo de Jesús
El Mesías anunciado en el Antiguo Testamento
Signos de la expectación mesiánica en tiempo de Jesús
Los títulos mesiánicos

Afirmaciones Mesiánicas de Jesús
Manifestaciones a sus discípulos
Manifestación a otras personas singulares

Los títulos mesiánicos en Jesús
Testimonios mesiánicos: milagros y posesos
El proceso de Jesús: el Sanedrín
El proceso político ante Pilato
El cumplimiento de las Escrituras
Conclusión mesiánica sobre las declaraciones de Jesús

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

Pascendi y Decreto Lamentabili

Este año se cumple el centenario (3 de julio de 2007)de la encíclica Pascendi dominici gregis de San Pío X en la que se condenan las doctrinas modernistas. La Encíclica estaba precedida del Decreto Lamentabili sane exitu, en el que se condenaron 65 proposiciones.

Para nuestro propósito interesan las que se refieren a la interpretación de la Escritura y el papel de la Iglesia en ella, por una parte, y las que se refieren a la divinidad de Jesucristo, por otra.
Proposiciones sobre la Sagrada Escritura

Autor e inspiración de los libros sagrados

Son las proposiciones 9-10-11-y12. En resumen: Los modernistas niegan que Dios sea el autor de la Sagrada Escritura; niegan la Inspiración divina en la formación y redacción de los libros Sagrados; Niegan la inerrancia de la Sagrada Escritura; niegan que exista el orden sobrenatural.

Sobre los evangelios

Son las proposiciones 13-14-15-16-17-18 y 19. En resumen: los modernistas niegan que las parábolas en los evangelios fueran verdaderas enseñanzas de Jesucristo; que las narraciones evangélicas fueran verdaderas; que los evangelios reflejen verdaderamente a Jesucristo; que el Evangelio de San Juan sea historia; los milagros fueran como quedaron escritos en el evangelio de San Juan; que San Juan fuera testigo de Jesucristo.

Proposiciones sobre la divinidad de Jesucristo

Son la proposiciones: 27-28-29-30-31-32-33-34-35-36-37-y-38. En resumen: Los modernistas enseñan que los evangelios no muestran la divinidad de Jesucristo; que Jesucristo no quiso enseñar que era el Mesías; que hay diferencia entre Jesús de la historia y el Cristo de la fe; que en los evangelios el título Hijo de Dios es para decir que era el Mesías, pero no que verdadero y natural Hijo de Dios; que Jesucristo no tuvo siempre conciencia de su dignidad mesiánica; que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico; que la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica, sino paulina.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”



El Mesías Jesús de Nazaret” P. Juan Manuel Igartua S.J.

ÍNDICE


Prólogo

Primera parte: Jesús de Nazaret, Hombre en la historia
I. Un tiempo de expectación
II. Un hombre llamado Jesús
III. Un caso singular en la historia

Segunda parte: El Mesías de Israel
I. Los documentos evangélicos
II. El testimonio del Bautista sobre Jesús
III. La expectación del Mesías en los evangelios


Los títulos mesiánicos
IV. Afirmaciones mesiánicas de Jesús
1. Manifestaciones a sus discípulos
2. Manifestaciones a otras personas singulares
3. Los títulos mesiánicos en Jesús
4. Testimonios mesiánicos: milagros y posesos
5. El proceso de Jesús: el Sanedrín
6. El proceso político ante Pilato
7. El cumplimiento de las Escrituras

Tercera parte: El Hijo de Dios
I. Los títulos de divinidad en los evangelios
II. Jesús afirma su divinidad en los Sinópticos (I):

III. Jesús afirma su divinidad en los Sinópticos(II):
IV. Jesús declara su divinidad en Juan (I):
V. Jesús declara su divinidad en Juan(II):
VI. Jesús y los grandes Misterios

Cuarta parte: Realidad de las afirmaciones de Jesús
I. La garantía de las afirmaciones
II. La voz de Jesús en los evangelios
III. Un Mesías que es Dios
IV. La fe pospascual de los discípulos

Quinta parte: Identidad y conciencia de Jesús de Nazaret
I. Identidad personal de Jesús
II. La conciencia de su identidad en Jesús
III. Conocimiento y acción en Jesús
Notas especiales
Epílogo: Una apologética por la historia
1. Dios existe. Jesús es Dios
2. La verdad de los evangelios
3. La Iglesia y la fe
4. Una nueva apologética histórica

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

El Mesías Jesús de Nazaret


Prólogo


La intención del autor

El P. Igartua, en la obra que vamos a estudiar “El Mesías Jesús de Nazaret”, sostiene como tesis que Jesús de Nazaret se proclamó Mesías e Hijo de Dios.

Su objetivo es examinar la certeza histórica de que Jesús se proclamó Mesías y Dios, y el problema que plantea este desafío de la verdad

Partiendo de tales palabras humanas y divinas, que han sido recogidas en los evangelios y en la tradición humana cristiana, deseamos alcanzar, con un método que desearíamos fiel y riguroso, la suprema verdad de quien se ha proclamado y es creído Dios y hombre verdadero. Hacer llegar al corazón de los hombres la convicción de que aquel que ha dicho tales palabras, afirmando que es Mesías y Dios, lo es verdaderamente, tal es el intento de este libro para el lector.

Creemos firmemente que El ha de volver. No pasó en vano sobre la tierra. Sentado a la derecha del Padre dirige la historia de la Iglesia y del mundo como rey de los ángeles y los hombres. Volverá para juzgar la historia y a cada uno de los humanos, los de la generación de Adán, que es la suya. Jesús de Nazaret, Mesías no sólo de Israel sino de todos los hombres, revelado y de nuevo por revelar, verdadero hombre y verdadero Dios, como le proclamamos en nuestra fe. El llama a nuestro corazón y al de nuestra generación tan frágil y trabajada. «Hombres, no temáis, abrid la puerta al Redentor», proclamó Juan Pablo II al inaugurar su dinámico pontificado entre los hombres.

Esquema y contenido del libro

Primera parte- Se trata de probar la de la existencia histórica de Jesús de Nazaret

El problema que presenta la crítica histórica de los textos evangélicos se convierte en éste: los textos y palabras de Jesús en su vida mortal, la casi totalidad del evangelio, ¿han sido recogidos a la luz de la nueva fe que los transforma en su propia estructura, o son realmente, en la medida de los posible, del propio Jesús? Sus afirmaciones, directas o indirectas, de divinidad. ¿Son de él o han sido puestas en su boca por una fe que las transforma? ¿Dijo que era Dios o se lo han hecho decir, con toda la buena voluntas que se quiera, pero no objetivamente? ¿O hay acaso que entender de otro modo tales palabras?

Resolver este problema de tan grande importancia crítica es el intento del trabajo del P. Igartua. Como nos interesa una doble calidad de las afirmaciones de Jesús, la de su mesianidad y la de su divinidad, dividimos ahora el estudio de las afirmaciones contenidas en los evangelios en dos partes.

Segunda parte. En la segunda parte, se estudian las afirmaciones mesiánicas, que responden a esta pregunta: ¿Se proclamó Jesús Mesías de Israel?

Tercera parte. La tercera partes, más grave que la anterior todavía, pero íntimamente relacionada con ella, como veremos, responde a esta otra pregunta: ¿Se proclamó Jesús a sí mismo Dios, de un modo o de otro?

En ambos problemas solamente nos interesa, en la segunda y tercera parte, saber si los evangelios le atribuyen manifestaciones realmente mesiánicas y realmente divinas.

Cuarta parte. En la cuarta parte propondremos las razones críticas, ya externas, ya internas, que sustentan la realidad objetiva de tales palabras afirmadas.

Quinta parte. Por fin, debemos concluir, a vista del resultado crítico, sobre la identidad mesiánica y divina de Jesús.

Semejanzas y diferencias entre los libros del P. Igartua y Ratzinger

En esta introducción no podemos pasar por alto que tanto Ratzinger como el P. Igartua, en sus libros relativos a Jesús de Nazaret, se fijan en los títulos que le atribuyen los evangelios. Ratzinger la consideración la hace en el capítulo 10 se para a considerar tres títulos: Hijo del hombre; Hijo; e Hijo de Dios. En cuanto al P. Igartua los analiza a fondo en la segunda y tercera parte de su libro: en la segunda, escribe sobre El Mesías de Israel y, en la tercera, sobre El Hijo de Dios.

En cuanto a la intención de los libros, ambos coinciden en proclamar con seguridad la divinidad de Jesucristo como Hijo Único del Padre y, además, que esta verdad se encuentra claramente proclamada en los Evangelios sin que haya duda alguna al respecto y que no hubo manipulación de la comunidad pospascual.

Ambos afirman la veracidad de los testigos evangélicos. Ambos examinan la autoría del evangelio de Juan, aunque no coinciden en la forma y la conclusión. Ratzinger aborda el tema del autor del evangelio según San Juan en el capítulo 8 (recordemos que tiene 10 el libro).

Ambos señalan la proximidad de fechas de los evangelios y la muerte y resurrección de Jesús.

La diferencia entre ambas obras puede cifrarse en que la de Ratzinger está compuesta sobre la aplicación de los métodos histórico-críticos explicados en el documento de la PCB del año 1993 y el P. Igartua, deja para una parte de la obra el aclarar el problema crítico sobre lo que es atribuible a Jesús y qué a la comunidad pospascual, tras haber afirmado con seguridad que conocemos con seguridad lo que Jesús de Nazaret dijo de sí mismo.

Finalmente, se diferencian por los destinatarios.

El Mesías de Israel en los Evangelios

Aula: P. Juan Manuel Igartua S.J. - Curso: El Mesías, Jesús de Nazaret

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

1.- Los documentos evangélicos
2.- Fechas y autores de los evangelios
3.- El evangelio de Juan - P. Igartua - Ratzinger
4.- Resumen de autores y fechas de los evagelios

Los documentos evangélicos

Los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, que nos disponemos a investigar en la línea determinada de sus propias afirmaciones de ser en primer lugar el Mesías esperado por Israel, y en segundo lugar, lo que es más, verdadero Hijo de Dios y Dios él mismo, se hallan recogidos en cuatro documentos célebres, llamados evangelios desde la antigüedad. Este nombre de “evangelio” señala un género literario muy especial, que sólo en ellos mismos se ha verificado. Son hechos y palabras de Jesús de Nazaret recogidos con fidelidad.

Son la única referencia directamente proveniente de los testigos de Jesús,

Fechas y autores de los evangelios

Fechas

Se puede partir de dos bases distintas para establecer tal cronología de composición, pero hemos escogido la que nos parece más cierta y segura. Su punto de partida ha sido el establecimiento de la fecha del libro de los Hechos que se debe atribuir en forma crítica, así como el evangelio que forma un todo con él, a Lucas como autor. Al final en el resumen se señalan entre paréntesis las fechas resultantes del segundo método que da prioridad al evangelio de Marcos que se pone como fecha límite la muerte de Pedro (+64); Lucas 70; Hechos 70-80; Mateo griego 70-80. Hay una diferencia de una década. El retraso no es muy grande pero no es legítimo para el P. Igartua.

La fecha asignada a la escritura de los Hechos es durante el bienio 61-63, sin fijar meses concretos. Esta fecha es base para los evangelios.

Considerando el problema sinóptico, y al interdependencia de los tres evangelios tales, se viene a establecer primero un evangelio en lengua aramea, escrito por Mateo según la tradición; después el atribuido a Marcos, el más breve de todos y que lleva en sí el sello de máxima antigüedad de los existentes. De éste, con seguridad, depende el de Lucas, además de sus propios datos, y el griego llamado hoy de Mateo es más o menos posterior al de Lucas.

El Evangelio griego actual de Mateo, parece tener como fecha límite el año 70 de la destrucción de Jerusalén. Sería de los años 60-70, sin precisar más. Se podría señala en concreto, los años 65-67.

Autores sinópticos

Si recogemos la tradición unánime de los autores eclesiales antiguos, ya desde el siglo II los tres sinópticos son atribuidos a Mateo, Marcos y Lucas, a quien también corresponde el libro de los Hechos.

El Mateo que hoy poseemos es claro que no es una traducción de primitivo aramaico al griego. Aunque se supone que fuera una de las fuentes utilizadas para el Mateo actual. Es pues anónimo el autor del evangelio conocido hoy como de Mateo, pero puede ampararse en la autoridad de un apóstol.

Marcos, el más breve ahora, es el Marcos discípulo de Pedro y Pablo. El testimonio de padres antiguos considera que Marcos fue en su evangelio intérprete de Pedro y su predicación.

El evangelio de Lucas tiene indudablemente a este discípulo por autor. Lucas ha sido compañero de Pablo en los viajes apostólicos, y pertenece al grupo de su intimidad, como aparece por sus cartas.

El evangelio de Juan diferencias entre Ratzinger y el P. Igartua

P. Igartua

Si se consulta la tradición eclesial unánime de la antigüedad, el autor del cuarto evangelio es Juan el apóstol, uno de los Doce. Es cierto que hubo una distinción, que recogió Eusebio de Cesárea, a propósito de Juan, como si fuesen dos Juanes, uno el apóstol y otro el anciano presbítero.

El texto (Ap 1, 1.4.9), además de toda la tradición, dice que el evangelio fue escrito, (o grapsas tauta), por alguien de gran autoridad en la iglesia el cual es su autor (Jn 21, 24), y que aparece en la escena del capítulo 21 en el lago como tal “discípulo amado” (21, 7.20).

¿Quiénes son esos cinco candidatos posibles, al título de discípulo amado? Pedro, Tomás, Bartolomé y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan. ¿Cuál de estos cinco puede ser el discípulo amado? Por descarte queda Juan como Discípulo Amado. Es nombrado por primera vez en la Cena (…) Es señalado como hombre de su intimidad en ese momento precisamente en que le da su confianza. Es testigo del drama (Jn 18, 1-12) (…)

Los críticos liberales y racionalistas rechazan con Harnack o ponen en duda la autoría de Juan de este Evangelio porque les parece que una reflexión teológica tan profunda como este evangelio revela no conviene a un pescador de Galilea, como fue Juan. Pero este pensamiento no tiene en cuenta el valor carismático y sobrenatural de Pentecostés.

Ratzinger

En el capítulo 8 de Jesús de Nazaret, Ratzinger lo trata con el título de “la cuestión joánica”. La diversidad del Evangelio de Juan en el que no relata parábolas, sino que grandes sermones, ha llevado a la moderna investigación crítica a negar la historicidad del texto a excepción de la pasión y lo considera como una reconstrucción teológica posterior. Se formula dos preguntas: ¿quién es el autor de este Evangelio? ¿Cuál es su fiabilidad histórica?

Busca la respuesta en el texto mismo del Evangelio ”Se cuenta que uno de los soldados le traspasó a Jesús el costado con una lanza “y al punto salió sangre y agua”. Y después vienen unas palabras decisivas: “El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis” (Jn 19,35)

El Evangelio afirma que se remonta a un testigo ocular, y está claro que este testigo ocular es precisamente aquel discípulo del que antes se cuenta que estaba junto a la cruz, el discípulo al que Jesús tanto quería (cf. 19, 26) ¿quién es este discípulo? El Evangelio no lo identifica directamente con el nombre. (…) el texto nos guía a la figura de Juan Zebedeo. El Apocalipsis menciona expresamente a Juan como su autor, pero a pesar de la estrecha relación entre el Apocalipsis, el Evangelio y las Cartas, queda abierta la pregunta de si el autor es el mismo.

Desde Ireneo de Lyon, la tradición de la Iglesia reconoce unánimemente a Juan, el Zebedo, como el discípulo predilecto y el autor del Evangelio.

En la época moderna se duda de esta identificación. Aunque en el estado actual de la investigación, y precisamente gracias a ella, es posible ver en Juan el Zebedeo al testigo que defiende solemnemente su testimonio ocular, la complejidad en la redacción del Evangelio plantea otras preguntas.

Los contenidos del Evangelio se remontan al discípulo a quien Jesús (de modo especial) amaba. Al presbítero hay que verlo como su transmisor y su portavoz. El autor del Evangelio de Juan es, por así decirlo, el administrador de la herencia del discípulo predilecto”

Tras el Evangelio se encuentra un testigo ocular, la redacción tuvo lugar en el vigoroso círculo de sus discípulos

Resumen de autores y fechas de los evangelios

Es San Justino en el s. II quien ha recordado con palabra precisa que los evangelios son “recuerdo o memorias” apostólicas. Y al ser recuerdos con las variantes de redacción que se quiera, resultan testimonios válidos históricamente, no recusables en cuanto a su sustancia, aunque sean modelados en el detalle.

Queda así el conjunto de los escritos evangélicos, documentos básicos para el estudio de las palabras y hechos de Jesús que nos interesan, situado en cuanto a fechas y autores, del siguiente modo:

1.- Evangelio arameo de Mateo apóstol a. 40-50 (40-50)
2.- Evangelio de Marcos, intérprete de Pedro apóstol a. 50-55 (60-65)
3.- Evangelio de Lucas a. 55-60 (65-75)
4.- Hechos apostólicos de Lucas a. 61-63 (c. 75)
5.- Evangelio griego de Mateo, anónimo a. 65-70 (70-80)
6.- Evangelio de Juan apóstol a. 95-100 (cfr. Jn 21, 23)


AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

Los evangelios documentos pospascuales

Los evangelios reflejan ciertamente la fe respirada en el ambiente de la comunidad primitiva de la Iglesia, cuyos jefes venerados eran los apóstoles, a los que luego se añadió con la misma categoría Pablo (Act 1, 13.26; Gal 2, 9; 1 Cor 9, 1). De esta unidad de fe exigida a la iglesia apostólica habla Pablo a los Corintios: “Tanto yo como los apóstoles esto hemos predicado, esto habéis creído” (1 Cor 15, 11), que es lo que “vosotros recibisteis, por lo cual so salváis” (1. Cor 15, 1-2). Y a los Gálatas: “Aunque yo mismo, o un ángel del cielo, os predique distintas de las que yo os prediqué, sea anatema. Os lo vuelvo a repetir: si alguno os predica un evangelio distinto del que recibisteis sea anatema” (Gal 1, 8-9).

La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en la comunidad pospascual

Respecto al punto que es el centro de nuestro interés en este estudio, la divinidad mesiánica de Jesús, es cosa cierta que ésta era la fe común y el centro nuclear de la fe apostólica después de la pascua, siendo testigos de la resurrección de Jesús. Ha resucitado y es Señor o Dios. Veamos este aspecto Pedro, Juan y Pablo.

Pedro da testimonio directo de su fe en su primera carta apostólica. Llama a Dios “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (1, 3), y habla del “Espíritu de Cristo” (1, 11). En la carta Jesús aparece nombrado como “Jesucristo”, hasta diez veces, y otras diez con el simple nombre mesiánico de “Cristo”. En el libro de los Hechos de Lucas, el nombre más utilizado para designar a Jesús, además de su propio nombre es el de “Señor”, Kyrios, que es el que sustituye generalmente al nombre divino de Yahvéh.

Hay dos documentos muy importantes que revelan la fe de Pedro apóstol. Son la segunda carta de Pedro y el evangelio de Mateo griego

En la segunda de Pedro se menciona el hecho de la transfiguración, y en el evangelio de Mateo el de la confesión de Pedro y la transfiguración que le sigue. Ambos testimonios proclaman la fe de Pedro en la divinidad de Jesús (…)

La fe de Juan aparece en su primera epístola con claridad precisa. En ella nombra a Jesús el Cristo, Jesucristo, y declara que “Jesús es el Cristo” (1 Jn 2, 22; 5,1). Esta es su fe mesiánica. Hasta 22 veces emplea el nombre de Hijo en relación al Padre.

Tras su conversión Pablo, después de bautizado por Ananías, se dirigió a la Sinagoga y comenzó a predicar que “Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo” (Act 9, 19-22) (…) esta fe en la divinidad de Jesús era la condición necesaria exigida para el bautismo (…) Mesianidad y divinidad de Jesús como fe básica. Pablo en sus cartas da a Jesús el nombre de Cristo, ya solo ya en la forma de “Jesucristo”, más de cuatrocientas veces. Y casi doscientas veces el nombre de “Señor” o Kyrios. Título que es propuesto como condición de la fe (Rom 10, 6). Presenta a Jesús como Juez del mundo, como Sacerdote, como sentado junto al Padre en la gloria, como Vida y Luz y autor de los milagros.

Especialmente significativos son sus célebres “himnos cristológicos”. Filipenses y Colosenses, admirable de inspiración y grandeza, sea que lo toma de un himno cantado por la comunidad, sea que lo compone ahora él, escribe: “Es imagen de Dios invisible (…) en El han sido creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra (…) todas han sido creadas por El y para El, y El es anterior a todas las cosas, y todas se fundan en El” (Col 1, 15-17)

Dejando de lado (…) otros pasajes (…). Podemos con certeza asegurar, y no parece que nadie pueda discutirlo, que en la comunidad apostólica pospascual Jesús de Nazaret es proclamado y creído Hijo de Dio y verdadero Dios.

Esta fe de la comunidad apostólica es la que a través de los siglos ha llegado intacta hasta hoy, cuando se sigue expresando la fe en Jesús Hijo de Dios y Dios verdadero, con la misma fuerza y claridad. Las desfiguraciones que intentaron, como el error en que cayeron durante varios siglos los que se desviaron, fueron corregidas por la Iglesia en sus Concilios, desde Nicea hasta Calcedonia y Constantinopla III pasando por Efeso y Constantinopla I y II.

La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en los evangelios

En aquel ambiente pospascual brotaron los escritos evangélicos. Y los mismos evangelistas, que recogen las palabras y los hechos de Jesús en su vida mortal, y su resurrección y vida inmortal manifestada en apariciones a sus discípulos proclaman también ellos su propia fe de cristianos.

Marcos inicia su evangelio con este título: “Principio del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios” (Mc 1, 1).

Juan comienza el suyo con la admirable declaración de esta fe: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios (…) Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1, 1.14); y lo termina en el primer epílogo diciendo: “Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios” (Jn 20, 31).

En cuanto a Mateo, al iniciar el evangelio, tras la genealogía humana de Jesús, con el relato de la concepción virginal, dice que se cumplió así el anuncio profético de Isaías (…) terminando su evangelio con la proclamación paritaria de las tres Personas de la Trinidad en la fórmula del bautismo (Mt 28, 19).

Lucas, por su parte, que en la genealogía hace descender a Jesús de Adán y a éste de Dios, presenta al ángel Gabriel anunciando a María: “El Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35), y termina su evangelio de la vida con la palabra de Jesús que llama a Dios Padre al morir (Lc 23, 46), anunciando por Jesús la próxima venida del Espíritu (Lc 24, 49), cuando Jesús se dispone a subir al cielo en su ascensión; y en fin, continúa su obra con el libro de los Hechos, en el que hemos visto proclamada por los apóstoles la divinidad de Jesús de manera clara.

Así los cuatro evangelistas testimonian también personalmente la fe de la comunidad cristiana en que viven, y expresan la fe común con la propia.

El problema crítico: comunidades pospascual y prepascual

Esta proclamación, que se muestra tan claramente en la comunidad apostólica pospascual, de la fe en el divinidad de Jesús, ¿qué raíz tiene, de dónde proviene? Tal es el problema crítico. ¿Fue el propio Jesús, como parece obvio, el que la infundió en ellos con sus palabras propias en vida?; o acaso, ¿ha brotado en ellos tras la resurrección?

La crítica ha fijado la atención en la diferencia de la comunidad pospascual y la prepascual.

La crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Ante tales apariciones, explicadas de diversos modos, pero nunca por ellos de manera objetiva exterior, los apóstoles llegaron a la convicción de que Jesús era Dios, y así lo pregonaron. Tal es, en último término, aquello en que se han de resumir las teorías críticas que no aceptan la divinidad de Jesús. Y entonces, los evangelios, que recogen las palabras de Jesús en que se trasluce su divinidad proclamada, son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.

Se puede y debe afirmar que no eran las mismas la claridad y firmeza de la fe apostólica, antes y después de la resurrección de Jesús. Esta se ha convertido en el fundamento de la misma fe total, como en su centro (1Cor 15, 14.17). Juan dice que al ver los lienzos del sepulcro “vio y creyó” (Jn 20, 8). Lucas dice que Jesús “abrió el sentido de inteligencia de las Escrituras” a los apóstoles después de su resurrección (Lc 24, 45-46). La luz de Pentecostés hizo aún más clara y firme la fe apostólica.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”


El testimonio del Bautista sobre Jesús

La figura de Juan el Bautista aparece en los evangelios como figura admirable, noble y grande, de precursor de Jesús. Los tres sinópticos y Juan dan cuenta de la aparición del Bautista en la ribera del Jordán, bautizando y predicando la llegada del reino de Dios (Mt 3, 1-6; Mc 1, 4-5; Lc 3, 3-6). Era el año 15 del imperio de Tiberio, que se corresponde en los cálculos al año 27 de la era cristiana.

La predicación del Bautista levantó una gran expectación en el pueblo, según los evangelistas. Acudían a oírle y a bautizarse desde toda Judea, y especialmente de Jerusalén (Mt 3, 5; Mc 1, 5) (…)

El evangelista Juan, por su parte, da cuenta de una legación especial enviada desde el Templo de Jerusalén por los responsables, para interrogar a Juan acerca de su identidad (Jn 1, 19-25)

Diálogo con los sacerdotes y levitas

El diálogo fue el siguiente. Vinieron sacerdotes y levitas a él y le debían preguntar quién era: ¿quién eres tú? El declaró en seguida que él no era el Cristo, pues comprendía que era el pensamiento subyacente a la pregunta oficial. Se había planteado, y conviene notarlo, la cuestión de la mesianidad. Tras su negación, plantearon dos preguntas: ¿Eres Elías? ¿Eres el Profeta? En el pensamiento judío, la venida del Mesías era precedida de la venida de Elías (ver Malaquías 4, 5)

¿quién eres, pues? ¿qué dices de ti mismo? (Jn 1, 22) (…) “Soy la voz que calma en el desierto: preparad los caminos del Señor” (Mt 3, 3; Mc 1, 4; Lc 3, 4; Jn 1, 23). Y entonces desveló la misteriosa figura de uno que “venía detrás de él, del cual él no era digno ni de soltar las correas de sus sandalias” (…)

Hay algunas diferencias añadidas.

Mateo presenta al que viene detrás de Juan, como el que bautizará en Espíritu Santo y fuego, y será juez de su pueblo, salvando y condenando (3, 11-12).

Marcos reduce algo la proclamación, manteniendo que bautizará en Espíritu Santo (1, 8).

Lucas, como Mateo, presenta el doble aspecto de bautizador en Espíritu Santo y fuego, y de juez de su pueblo (3, 16-17).

Juan, como diremos a continuación, extiende aún más el testimonio y lo subraya con energía.

Pero ya en los tres sinópticos aparece, por lo dicho, como alguien que tiene poder de “bautizar en Espíritu Santo”. Es decir, tiene un poder trascendente, divino, y en Mateo y Lucas se añade su condición de Juez supremo, que es poder también divino.

“Yo bautizo en agua, pero en medio de vosotros está aquel a quien no conocéis” (Jn 1, 26). Y la relación de Jesús con el Espíritu Santo la explica así:

“Vi al Espíritu descender desde el cielo en figura de paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas el Espíritu que desciende y permanece sobre él, ése es el que bautiza en Espíritu Santo” (Jn 1, 32-33).

También en el evangelio de Juan se da el anuncio de que Jesús bautizará en Espíritu Santo, como en los sinópticos.

El evangelista ha puesto en boca del Bautista la forma que adquirió de hecho la manifestación divina del bautismo. Bajó el Espíritu Santo en forma de paloma sobre la cabeza de Jesús,

Otro punto importante del testimonio del Bautista (…) “El que va a venir detrás de mí, ha sido hecho o existe antes que yo”.

La propone al resumir en el prólogo del evangelio la misión y actuación del Bautista: “Juan ha dado testimonio de El (del Verbo encarnado). Y clama diciendo: Este es aquel de quien dije: El que viene detrás de mis, existe antes que yo”

La manifestación del Espíritu Santo

Venimos, finalmente, a la declaración concreta de divinidad de Jesús en el episodio del Bautista. Los tres sinópticos ofrecen el relato similar del bautismo de Jesús por Juan, y del extraordinario hecho registrado en él. Una paloma bajó del cielo sobre su cabeza, al recibir el agua sobre su persona de mano del Bautista. Era el Espíritu Santo. Y se oyó una voz solemne del cielo: “Este es mi Hijo, al amado, en el que me he complacido” (Mt 3, 16-17; Mc 1, 10-11; Lc 3, 22). Hay que advertir que Marcos, y con él Lucas, dirigen la palabra divina al mismo Jesús: “Tú eres mi Hijo, el amado”.

El testimonio del Bautista es de fuerza singular. Pues testimonia primero que él no es el Cristo, con lo cual, al decir que detrás de él viene otro más importante, testifica a favor de la misma mesianidad de Jesús, como si dijese: “El es el Cristo”. (…)

Y además testifica de El que es “el Hijo de Dios”, el mismo que “bautiza en Espíritu Santo”, sobre el cual el Espíritu ha descendido, como él lo ha visto. Y además ha oído, y por él es conocido el hecho, la voz celeste del Padre que decía: “Tú eres mi Hijo, el Amado”.

Es pues un claro testimonio de Juan Bautista sobre la mesianidad y la divinidad de Jesús, conforme a los cuatro evangelios.

Jesús dice de él un elogio grande: “No ha nacido ningún hombre de mujer mayor que Juan Bautista” (Mt 11, 11) Y dice de él que se le puede considerar el Elías anunciado por Malaquías como precursor del Mesías (…) En él termina la Ley y los Profetas, es decir, el Antiguo Testamento, y comienza el Nuevo (Mt 11, 13-14).

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

La expectación del Mesías en los Evangelios


Llegamos ya al punto central del origen de la fe en la divinidad de Jesús.

Estos evangelios quieren darnos y nos dan los hechos y las palabras de Jesús, no precisamente en forma de una vida ordenada cronológicamente, sino a manera de un poderoso retrato de su personalidad a través de sus hechos y palabras. Sin embargo, son hechos reales y palabras verdaderas, como indica el propio Lucas en el prólogo de sus evangelios, que es tan conocido (Lc 1, 1-4) y en los Hechos apostólicos, donde testimonia su voluntad de narrar en evangelio “hechos y palabras” de Jesús (Ac 1, 1). Asimismo en Juan se da testimonio de contar cosas que han sido vistas y vividas (Jn 19, 35; 20, 8; 1Jn 1-3)

Queda, sin embargo, en todo caso, como ya hemos indicado, la pregunta de si estas palabras son o no fielmente redactadas, o si han sido modificadas al proclamar la fe de los propios escritores.

“La santa Madre Iglesia firme y constantemente han creído y cree que los cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios hizo y enseñó realmente (Vaticano II, Dei Verbum, de la revelación, nº 19)

Ahora vamos a recoger de los textos evangélicos lo que de ellos dicen que Jesús hizo o dijo.

La expectación del Mesías en tiempo de Jesús

El Mesías anunciado en el Antiguo Testamento. Una grande esperanza había florecido desde el comienzo en el pueblo de Dios Israel.

Dios Padre anuncia a Adán y Eva, los desgraciados pecadores, que aquella guerra que la Serpiente del Mal ha emprendido en el paraíso contra el hombre y la mujer, terminará con la victoria de un Descendiente de la Mujer. Es el primer anuncio brillante del futuro Mesías o Rey vencedor, hombre verdadero y descendiente de una mujer de la raza adámica (Gal 4, 4)

“Pondré enemistades entre ti, oh Serpiente, y la Mujer, y entre tu descendencia y la suya. Este (Descendiente de la mujer) aplastará la cabeza, mientras tú pones asechanzas a su talón” (Gen 3, 14-15)

Cuando en Abraham queda concretado en un hombre el nuevo origen del pueblo elegido por Dios, anuncia Yahvéh que un descendiente del patriarca dominará el mundo como rey. Son las famosas promesas hechas a Abraham (Gn 12, 2-3; 13, 14-17; 18, 18; 22, 16-18 en el sacrificio de Isaac)

El profeta Natán, ya instaurado el reino de Israel en el rey David, anuncia al rey que el Mesías surgirá en su familia, y que su trono será permanente y aun eterno (2 Sam 7, 11-17; cf Lc 1, 32). Finalmente, la gran serie de profetas de Israel y de Judá, después de Salomón, pronunciará numerosos oráculos (…) sobre el futuro Mesías, Rey de Israel.

Mesías (palabra hebrea) significa, lo mismo que Cristo (palabra griega), el Ungido, que es el nombre dado a los reyes (Jn 1, 41). Pero además de Rey, este Mesías era concebido por los profetas como profeta y sacerdote. Era un Mesías religioso, además de político, y en realidad primaba sobre este aspecto aquél.

Entre los llamados con razón Salmos mesiánicos, porque anuncian al Mesías con notable claridad, varios cantan la realeza del Mesías-Rey (Sal 2, 6; 44, 71), y lo mismo debe decirse de algunos textos proféticos (Is 9, 6-7; Jer. 33, 14-14; Ez 17, 22-24; Dan 7, 13-14; Zac 9, 9)

El Mesías será , además, constituido por Yahvéh Juez de los hombres (Sal 2; Sal 71, 2) Y por él Dios hará una nueva Alianza santa con su pueblo (…) (Is 55, 3-4)

Se debe notar que el Mesías previsto por los profetas de Israel no era simplemente un Mesías político, Rey de Israel, como David o Salomón, sino que tenía un carácter religioso y aun trascendente. Su reino, según los profetas, será un reino de carácter profundamente religioso, una nueva alianza con Yahvéh, con nuevo culto y nuevo sacerdocio, nueva doctrina más perfecta, y tendrá carácter de universalidad y eternidad (los profetas anunciaron este Mesías religioso con nuevo sacerdocio y culto – Sal 2, 44; 109; Zac 6, 12-15; Jer 31, 31-40; Is 2, 1-5; 66, 19-23; Jer 3, 14-17; Mal 1, 11).

Signos de la expectación mesiánica en tiempo de Jesús

El tiempo en el que nació Jesús de Nazaret fue de expectación mesiánica universal, atestiguado por historiadores romano y judíos (1ª p. c. 1).

En primer lugar tenían presente la profecía de Jacob al morir bendiciendo a sus hijos (Gn 49, 10) “No faltará de Judá el cetro. Ni de entre sus pies el báculo. Hasta que venga aquel cuyo es. Y a él darán obediencia los pueblos”

El segundo apoyo para creer llegada la época mesiánica era el del nuevo templo de Jerusalén, edificado por Zorobabel después de la vuelta de Babilonia, tras el decreto de Ciro. Nuevamente tras las expoliaciones de Antíoco Epifanes, Judas Macabeo restauró el tempo en su culto y altar, profanado por Antíoco (1 Mac 4, 36 ss.),

La obra de restauración y engrandecimiento del Templo por Herodes, se continuaba en tiempo de Jesús, como lo muestra un pasaje de san Juan (Jn 2, 20), y no había de terminarse hasta el año 64, siendo de nuevo destruido por los romanos hasta los cimientos el año 70.

Y, en fin, tal vez el fundamento más directo de la expectación de Israel debía ser la célebre profecía de las setenta semanas de años del profeta Daniel, que tenían bien presente.

El anciano Simeón es una clara muestra de tal esperanza. Pues había recibido promesa divina, dice san Lucas, de que no moriría “sin haber visto antes al Cristo del Señor” (Lc 2, 26),

Los dos evangelistas de la infancia nos han dado otros datos de esta expectación. Pues en Lucas el ángel que aparece a los pastores les anuncia “un gozo grande para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 11).

Investigaban el nacimiento del Cristo. Herodes recurrió a los escribas para obtener la respuesta sagrada, que era en Belén de Judá, y toda la escena muestra que en el ambiente existía la expectación.

Podemos afirmar que después de la construcción del nuevo Templo (…) el profetismo sólo da sus últimas luces en Malaquías (s V aC) y al final de la época persa los profetas Joel y Jonás (s. IV aC). No hay profetas en Israel desde hace cuatro siglos, cuando aparecen Juan Bautista y Jesús de Nazaret.

Hay otro dato significativo. Los libros sagrados han cesado de producirse desde hace como un siglo (…) Hasta la aparición del Bautista y de Jesús pasará un siglo sin ningún autor inspirado, y en realidad el prodigio de la Biblia judía ha terminado definitivamente. Ya no volverá a escribirse ningún libro más. El año 70, con la dispersión judía, acabará con toda esperanza, y el canon judía.

Supuesta tal interrupción sagrada de oráculos divinos, y especialmente de figuras proféticas desde hacía cuatro siglos, la aparición de Juan Bautista suscitó una inmensa conmoción popular. Hay la sospecha de que pueda ser el Cristo, el Mesías esperado (Jn 1, 20).

“¿Quién dicen las gentes que soy yo?” y la respuesta de los apóstoles anterior a la confesión de Pedro, sabemos que entre la gente había diversas y confusas opiniones sobre Jesús. Unos pensaban que podía ser Elías, cuya vuelta se esperaba, otros que un profeta (Mt 16, 14; Mc 8, 28; Lc 9, 19). Pero, en el fondo, la cuestión latente de su misterio era acerca de su mesianidad. Las turbas asombradas – antes sus milagros – decían “¿No será este el Hijo de David?” (Mt 12, 23).

Es Juan quien nos ha dejado la más concreta referencia a estas graves preguntas del pueblo que rodeaban a Jesús. En la fiesta de las Tiendas del segundo año de su predicación los rumores crecieron sobre él. Las gentes se preguntaban admiradas: “¿Cuando venga el Cristo hará más milagros que los que éste hace?” (Jn 7, 31), tanto que los fariseos y príncipes tomaron la decisión de prenderle (Jn 7, 32),

“Si tú eres el Cristo, dínoslo. ¿Hasta cuándo nos vas a tener en la duda?” (Jn 10, 24)

El propio Pilato dará testimonio de esta expectación diciendo: “Este, que es llamado del Cristo” (Mt 27, 17.22)

A esta conmoción popular podríamos referir más directamente el caso de la Samaritana, que narra Juan.

“¿Dónde hay que adorar a Dios, en Jerusalén o en Garizim, como creemos los samaritanos?”; y ante la profunda respuesta de Jesús trata de evadirse con esta apelación a la llegada próxima del Mesías: “Ya sé que viene el Mesías o Cristo. Cuando él venga, nos anunciará todas estas cosas” (Jn 4, 25)

Los demonios que él expulsaba de los posesos daban testimonio de su dignidad mesiánica (y aún más de la divina) diciendo: “Sé quién eres, Jesús de Nazaret, el Santo de Dios (Cristo)” (Mc 1, 24; Lc 4, 34), como en el caso de Cafarnaúm, primero de todos. O como en el de los Egrésanos que le proclaman “Hijo del Altísimo” (Lc 8, 28; Mc 5, 7; Mt 8, 29)

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

Afirmaciones Mesiánicas de Jesús

En este capítulo nos proponemos recoger los testimonios puestos por los evangelios en boca del propio Jesús acerca de su mesianidad, de ser él aquel Mesías o Cristo que Israel esperaba.

La mesianidad quedará afirmada si se afirma de alguno de los títulos del Mesías, que hemos mencionado que Jesús se los atribuye de manera clara e ineludible. Entendemos siempre que el Mesías que Jesús afirma no es un Mesías político, sino religiosa y trascendente, sin que por ello identifiquemos esta mesianidad con la misma divinidad afirmada.

Al decir que Jesús afirma tal mesianidad, conforme al relato evangélico y su atribución de tales palabras a Jesús, todavía no queda confirmado que las hubiese dicho

Manifestaciones a sus discípulos

Según el evangelio de Juan, que da detalles muy precisos de los días que siguieron al bautismo de Jesús, después del testimonio del Bautista, Jesús debió manifestarse a sus principales y primeros discípulos, desde la entrevista personal con ellos, como Mesías de Israel.

Tales primeros discípulos fueron con certeza Andrés y su hermano Simón, que será Pedro (Jn1, 40-41). Ignoramos el nombre del acompañante de Andrés en el primer encuentro, pero en general, y con razón nos parece, los exegetas se inclinan por el autor del mismo evangelio, Juan el evangelista, quien parece haber callado su nombre propio por discreción.

Da muchos detalles, incluso detalla la hora del encuentro de Andrés y su acompañante con Jesús: “Era la hora décima aproximadamente”, es decir, como las cuatro de nuestro reloj, pues el día comenzaba a las seis de la mañana, y la hora nona eran las tres nuestras, en que Jesús murió.

Los cuatro primeros conocedores de Jesús fueron así las dos binas de apóstoles: Andrés-Pedro, Juan-Santiago el Mayor. Según el evangelista le siguieron Felipe, y traído por él Natanael, que es Bartolomé en la lista apostólica (Jn 1, 43-45)

Andrés y su compañero estuvieron con Jesús, siguiendo su amable invitación: “Venid a ver dónde vivo” (Jn 1, 39), y prolongaron la entrevista al menos hasta primeras horas de la noche. Aquellas horas imborrables fueron para ellos las del gran descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías”, dijo de sopetón Andrés a su hermano Simón (Jn 1, 41). ¿De dónde sacó tal convicción enérgicamente expresada? No hay otra respuesta que de la conversación con Jesús que les debió hacer ver su realidad mesiánica de algún modo convincente.

Felipe también, después de haber conocido a Jesús fue a hacer participante de su gran descubrimiento a su amigo Natanael, y se le comunicó de esta forma: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y los Profetas, y es Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Jn 1, 45)

Esta seguridad del hallazgo, trascendental para un israelita fiel, proviene sin duda de la entrevista que ha mantenido con el propio Jesús. El tercer testimonio, ya más directo, de la entrevista de Natanael con Jesús provoca la misma convicción en el nuevo interlocutor. Cuando le dice “Te he visto cuando estabas bajo la higuera”, causó tal estupor en el nuevo visitante que le hizo exclamar: “Maestro, Tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49), es decir, el Cristo o Mesías esperado. Jesús no rechaza su confesión. Así el encuentro con los seis primeros discípulos que serán apóstoles está marcado por la revelación mesiánica hecho por Jesús a ellos.

En este mismo terreno del grupo de los apóstoles, pero ya constituidos en el grupo elegido, está enmarcada la célebre “confesión de Pedro”. Los tres sinópticos nos han dado de ella tres versiones algo diferentes en su mismo núcleo central, aunque coincidentes en el suceso. No vamos a tratar ahora del aspecto de confesión de la divinidad que aporta Mateo, y con el cual coincide Juan en su capítulo sexto, como veremos más adelante. Solamente examinamos el aspecto de confesión mesiánica del Cristo. (…) Al menos debemos convenir en que Pedro proclamó la mesianidad de Jesús, con estas palabras que son común denominador de los tres textos: “Tú eres el Cristo” (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20).

Es la breve fórmula de Marcos. Lucas añade una palabra, que quizás es decisiva: “El Cristo de Dios”. Es sabido que Mateo lleva la explicitación hasta la confesión de “Hijo de Dios”

Resultaría difícil negar que Jesús proclamó, según los evangelistas, al aceptar la declaración de Pedro, que él era el Cristo. En Marcos les prohíbe que lo vayan diciendo (Mc 8, 30), Lucas hace lo mismo, y Mateo pone en boca de Jesús una expresa y grande alabanza para Pedro por la confesión.

Todavía tenemos, en cuanto al grupo selecto de los Doce, palabras expresas de Jesús en los evangelios, que se refieren a su mesianidad.

En todos la pregunta de los apóstoles obtiene un mismo resultado, que es el anuncio de los sucesos de la caída de Jerusalén y del fin del mundo o segunda venida del Mesías en gloria.

El es el Cristo.

Manifestación a otras personas singulares

Encontramos en los evangelios que Jesús hizo la clara y determinada manifestación de ser el Cristo o Mesías esperado por Israel a otras personas particulares fuera del círculo apostólico, lo cual por cierto no pudo ser ignorado de los apóstoles que iban con él.

El primer caso notable es el de la mujer de Samaría en Juan. Es cierto que Juan con los otros apóstoles no oyó directamente la manifestación de Jesús, pues había ido al pueblo con sus compañeros para adquirir provisiones, dejando a Jesús solo junto al pozo de Jacob descansando. Pero la mujer después dio testimonio de esta revelación sorprendente recibida por ella, al convocar al pueblo para que acudiese a Jesús, quien permaneció así en contacto con el pueblo durante dos días (Jn 4, 40) y el resultado fue que le aceptaron como “Salvador del mundo” (Jn 4, 42).

Ella dijo, al parecer para disimular su perplejidad de conciencia descubierta: “Sé que viene el Mesías (o sea, advierte el evangelista, el Cristo). Cuando él venga nos explicará estas cosas”. Y Jesús le respondió: “Yo soy. El que hablo contigo” (Jn 4, 25-26). La mujer estupefacta dejó el cántaro junto al pozo y corrió al pueblo: “Me ha dicho todo lo que he hecho en mi vida. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 2, 29).

El otro caso que nos presenta Juan es el de Marta en la resurrección de su hermano Lázaro, relato también admirablemente dramatizado en el diálogo y situaciones.

Jesús va a Betania muerto ya Lázaro (…) “Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo” (…) Esta afirmación de Marta sobre la mesianidad de Jesús, y trascendente por lo que se añade, es plena y absoluta. Es un Mesías que ha venido de Dios, es el Mesías o Cristo.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

Los títulos mesiánicos en Jesús

El primer título implicado en el mismo nombre de Mesías o Cristo es el de Rey de Israel, Rey divino o enviado por Dios a Israel. Es evidente que uno de los temas predilectos de la predicación de Jesús fue el del Reino de Dios o Reino de los cielos, como lo llamó frecuentemente en sus parábolas.

El segundo título mesiánico que hemos presentado es el de “Hijo de David”. Jesús nunca se llamó a sí mismo el Hijo de David. Pero admitió que se le dirigiera este título por los que a él acudían. El caso más importante es el del ciego de Jericó. Marcos le ha dado el nombre de Bartimeo o hijo de Timeo. Al tener nombre personal y el lugar del suceso parece más claro que es un caso histórico. Tenemos el relato de Marcos, que coincide en lo principal con los otros. El ciego, que estaba mendigando al borde del camino que salía de Jericó, al oír que era Jesús el que pasaba, de quien ya había oído sin duda la fama de sus milagros, comenzó a clamar: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí” (Mc 10, 47; Mt 20, 30; Lc 18, 38). Jesús mandó llamarle, y al oír de sus labios que deseaba la curación de su ceguera, se la concedió. Si el ciego clamaba a Jesús con el título de “Hijo de David”, y fue atendido, se hace necesario pensar que Jesús aceptaba tal título mesiánico de labios del ciego.

En Mateo también la mujer cananea invoca a Jesús con el nombre de Hijo de David, y obtiene la curación de su hija (Mt 15, 22). Marcos sin embargo ha omitido en el relato esta invocación del título mesiánico (Mc 7, 24-30).

El tercer caso, común a los tres sinópticos, y el más relevante sin duda, es de la entrada gloriosa del día de los ramos en la ciudad de Jerusalén. (…) Llegó hasta el mismo templo, entrando en él como un rey triunfador acompañado por aquella multitud en el descenso del monte Olivote, y en la entras por la puerta de la ciudad y luego del templo. El clamor del pueblo, subyugado por los milagros realizado por Jesús era: “Bendito el que viene en nombre del Señor”, atestiguado por los tres evangelistas (Mt 21, 9; Mc 11, 10; Lc 19, 38).

Esta palabra pertenece al Salmo final del Hallel (117, 26), y es un Salmo que, según ha mostrado Jeremías, era el Salmo de la llegada del Mesías, cantado a coro por los de la ciudad y por los que llegaban, es un Salmo plenamente mesiánico de triunfo.

Mateo presenta el título mesiánico de “Hijo de David”, que es aclamado en Jesús (Mt 21, 9), título que parecen omitir Marcos y Lucas. Pero en realidad la han sustituido por un equivalente. Pues Marcos dice: “Bendito el que viene en nombre del Señor, bendito el Reino que viene de nuestro padre David” (Mc 11, 10); y Lucas hace también referencia a la entrada regia, diciendo: “Bendito el Rey que viene, en nombre del Señor” (Lc 19, 38). Todos convienen en que era aclamado como el rey de Israel enviado por el Señor, que era el Hijo de David. Jesús, además de haber provocado la manifestación, la aprueba expresamente frente a los fariseos que quieren apagarla. Les responde: “De la boca de los niños sacó Dios la alabanza” (Mt 21, 16), y “Si éstos se callasen hablarían las piedras” (Lc 19, 40). Tal voluntad aprobatoria de la alabanza en Jesús es una declaración expresa de ser adecuado el recibimiento y el título. El es el Hijo de David, él es el Rey de Israel, que viene en nombre del Señor, como enviado suyo. Es plena y total la confirmación.

Viene el tercer título mesiánico antes explicado, el de “Hijo del hombre”. Están conformes todos los intérpretes en notar que la utilización personal de este título es del mismo Jesús, que se designa con él misteriosamente de diversas maneras y en diversas ocasiones.

Nunca ha sido utilizado tal título por los propios evangelistas, ni siquiera por los escritos apostólicos. Siempre aparece en boca del mismo Jesús, y pueden numerarse hasta 82 citas de este tipo si incluimos los lugares paralelos. Si solo contamos los diversos quedan 51 textos, de ellos 38 en los sinópticos y 13 en Juan. Se hace necesario admitir que este título fue utilizado con mucha frecuencia por Jesús.

Utiliza el título para designarse a sí mismo en su vida cotidiana, como por ejemplo cuando afirma que no tiene lugar fijo para dormir (Mt 8, 20; Lc 9, 58), o se queja de ser acusado de comedor y bebedor injustamente (Mt 11, 19; Lc 7, 34)

De su muerte en cruz habla enigmáticamente como de una “exaltación, ser levantado en alto”, con el título de Hijo del hombre en Juan, expresión que provoca la respuesta del pueblo que le oía, el cual identifica el Hijo del hombre con el Cristo o Mesías, diciendo: “Sabemos por la Ley que el Cristo permanece eternamente. Pues ¿cómo dices tú: Es necesario que el Hijo del hombre sea alzado (en cruz)? ¿Quién es este Hijo del hombre? (Jn 12, 34). Precisamente Jesús había dicho de sí mismo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre (…).” (Jn 12, 23-25.32)

También designa con el título misterioso la segunda venida para juzgar en numerosos textos. El Hijo del hombre será el juez de los hombres (…) La hora de esta venida es repentina, como el rayo, y desconocida para todos excepto para Dios (Mt 24, 27; Lc 17, 24; Mt 24, 44; Mc 13; 32; Lc 12, 40).

Para desvelar en profundidad el misterio del Hijo del hombre sería necesario aducir los textos más importantes, que se resuelven ya en implícita afirmación de divinidad; él perdona los pecados, él es dueño del sábado (Mt 9, 6; 12, 8). Dejaremos tales textos para los capítulos de afirmación de la divinidad en boca de Jesús. Pero otro texto muy importante del uso de la expresión “Hijo del hombre” por Jesús es el relativo a la eucaristía.

“¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” (Jn 6, 52). Jesús les dijo: “En verdad en verdad (Amén, amén) os digo si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (6, 53). La solemne forma de juramento propia de Jesús, y la realidad del hecho del escándalo de discípulos suyos, entre los cuales estaba Judas, persuaden de la realidad histórica de estas referencias. Todavía frente a esta rebeldía dirá en seguida: “¿Esto os escandaliza? ¿Y si viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba antes?” (6, 62). Todo esto muestra que el valor dado a la expresión “Hijo del hombre” es totalmente trascendente, pues llega a referirlo a una existencia anterior.

Consta claramente aquí que en Juan este Hijo del hombre es el propio Jesús, pues dice repetidas veces en primera persona que él mismo es este pan de vida: “Yo soy el pan de vida”, y esto precisamente es lo que origina la murmuración creciente, y que han de comer y beber su propia carne y su propia sangre, declarando con mayora firmeza el punto de la dificultad, y ello a continuación de decir lo del Hijo del hombre (6, 54-56)

Un tercer relato de los de gran dramatismo en Juan, después de los dos ya señalados de la Samaritana y de Marta en la resurrección de Lázaro, se nos ofrece en relación con el título Hijo del hombre, y es el del ciego de nacimiento, uno de las más brillantes y logrados de Juan, bastando con mencionar que una vez curado el ciego, y de que éste ha declarado ante los sacerdotes del templo y autoridades terminando su declaración con el terrible sarcasmo que les exaspera: “¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos?” (Jn 9, 27) (…) Jesús le dice: “Tú crees en el Hijo del hombre?” (9, 35). Hay dos variantes de este texto en los códices. Una dice Hijo de Dios, otra Hijo del hombre.

El ciego responde humilde a su bienhechor a quien no conoce, pero de quien ha oído muchas cosas. Dice: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús hace la solemne declaración: “Le has visto ya, El que habla contigo ése es” (9, 37)


Testimonios mesiánicos: milagros y posesos

Cuando el Bautista envió dos discípulos a Jesús para preguntarle si era él aquel que Israel esperaba que había de venir, es decir, el Mesías, o si habían de esperar después de él a otro, del cual fuese el mismo Jesús precursor, Jesús realizó delante de los enviados asombrados diversos milagros, dice Lucas: “Curó delante de ellos a varios enfermos de llagas, de varias enfermedades, echó espíritus malos de otros, y devolvió a algunos ciegos la vista” (Lc 7, 21; Mt 11, 4)

Decid a Juan lo que habéis visto y oído. “Los ciegos, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Mt 11, 4-5; Lc 7, 22).

Respecto a los testimonios que dieron de él los espíritus malos cuando salían de los posesos, aunque dejaremos el cuerpo principal de casos para el testimonio sobre la divinidad misma, aquí, acerca del título de Cristo o Mesías, debemos notar la actitud del propio Jesús en relación a tales manifestaciones.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

El proceso de Jesús: el Sanedrín

La culminación del testimonio mesiánico de Jesús se produce ante el tribunal supremo de Israel, llamado el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, que lo era este año Caifás, yerno del anterior Anás (Lc 3, 2). El testimonio de Jesús ante el Sanedrín adquiere todo su dramatismo de cuestión mesiánica, cuestión central en Israel. Hallamos la escena en los tres evangelios sinópticos, relatada de manera semejante, con algunas variantes de menor importancia. Juan no relata la escena, como no ha relatado algunas otras también de suma importancia en los sinópticos. La principal razón de omitirlas parece ser precisamente el haber sido conocidas en la iglesia por aquellos evangelios de manera clara.

Juan en su evangelio presenta ya a los judíos acosando a Jesús en la fiesta de las Encenias, en el invierno anterior a la Pascua en que iba a morir (Jn 10, 22-23), con la pregunta clave: ¿Eres el Cristo? “Si eres el Cristo dínoslo. ¿Hasta cuando va a tenernos en suspenso? Dínoslo claramente” (Jn 10, 24)

La gran preocupación de los enemigos oficiales de Jesús en estos meses anteriores a su muerte y al juicio del Sanedrín era ésta. La respuesta de Jesús, por lo demás sin afirmar, fue suficientemente abierta: “Os lo he dicho y no me creéis” (Jn 10, 25). Jesús, pues, en su respuesta, según Juan, había ya confirmado en público su pretensión mesiánica.

La primera cuestión planteada era: ¿Eres el Cristo o Mesías esperado? ¿Te tienes por tal?. La pregunta se hacía, señala Juan, en el invierno que precedía a la última Pascua de la muerte.

Trajeron testigos para la acusación formal (en el tribunal) y sin duda querían testimonios de esta pretensión mesiánica. Pero los testigos no fueron constantes o concordes (…)

Entonces entró directamente en acción el mismo Sumo Sacerdote, Caifás, enfrentado autoritariamente al reo, le conminó a declarar este punto clave. El silencio de Jesús ante los testimonios aducidos contra él, que no han conseguido llevar a la confesión del propio reo, le obliga a plantear la pregunta.

Mt (26, 63-64) – “Dinos si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. “Tú lo has dicho”
Mc (14, 61-62) – “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito (Dios)”. “Yo soy”
Lc (22, 66-67) – Si tú eres el Cristo, dínoslo”. “Si os lo digo no me creeréis”.


Advertimos que Mateo y Marcos han unido en la pregunta del Sumo Sacerdote la doble cuestión del Cristo y del Hijo de Dios. Lucas, quizás con más crítica, ha puesto separadas ambas cuestiones. Para él primero fueron los sacerdotes del Consejo quienes plantearon la pregunta del Cristo, y luego el Sumo Sacerdote la del Hijo de Dios, a la cual da Jesús respuesta positiva. Pero también en Lucas, como se ve, a la del Cristo da suficiente respuesta con su aparente evasiva: “Si os lo digo no me creeréis”. Pues es claro que si lo hubiese negado le hubiesen creído todos, y el juicio podía haber acabado allí.

Se pueden ver, en la presentación de las tres frases que hemos transcrito, una diferencia de Lucas con los otros dos. Pues Lucas solamente propone en esta pregunta la cuestión del título de Cristo o Mesías, y los otros dos la han profundizado añadiéndole el elemento de divinidad, al decir, “el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt), y “el Cristo, el Hijo del Bendito (Dios)” (Mc)

Basta que retengamos ahora que la pregunta capital del juicio encerraba como elemento primero básico la de “el Cristo”. Aunque, por lo dicho, los tres proponen este mesianismo con profundidad trascendente.

En resumen dejamos sentado que Jesús, según los tres evangelistas, ha afirmado ser el Cristo en la pregunta oficial y jurídica que se le ha propuesto en nombre de la autoridad religiosa. Sabía que era causa de muerte segura en tal ambiente para él, principalmente porque iba doblada con la referente al origen divino. No ha vacilado ante la muerte, y ha dado testimonio a su propia verdad.

Los evangelistas, después de este juicio previo al de Pilato, nos presentan a los sacerdotes llevando la acusación de la proclamación de “el Cristo”, o sea “el rey” de Israel, ante el tribunal político y civil. En la custodia en que los guardianes le vendaron los ojos, y jugando a un juego miserable le daban bofetones y golpes diciendo: “Profetiza, Cristo, ¿quién te ha herido?.

Ya al pie de la cruz, y obtenido el triunfo de la crucifixión pública, los sacerdotes son presentados ironizando entre sí con el título de Cristo o Rey: “El Cristo, el Rey de Israel, que baje de las cruz para que veamos y creamos” (Mc 15, 32; Mt 27, 42)

Aparece pues con gran claridad la postura sacerdotal tanto en el juicio como después de él, haciendo cuestión central de la afirmación de ser el Cristo o Mesías, que Jesús había formulado.

En realidad, a los sacerdotes no les bastaba para condenar a Jesús acusarle de proclamarse Cristo o Mesías, pues esta acusación la quisieron anular por su parte al pedir al procurador romano que modificase el título escrito de la condena, como veremos en seguida. Era el celeste trasfondo de su mesianismo lo que rechazaban. Era, en rigor, la proclamación de divinidad lo que condenaban, de la cual hablaremos mas adelante.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

El proceso político ante Pilato

La acusación de ser el Cristo, o proclamarse tal sin serlo, es la que llevan ante el gobernador romano para el juicio. En el fondo de la estrategia sacerdotal ante Pilato late desde el principio la formulación que harán, según Juan, en el momento decisivo: “Todo el que se hace a sí mismo rey se opone al emperador” (Jn 19, 12).

Consta así en los evangelios que la acusación formal ante Pilato, que los sacerdotes de común acuerdo plantearon, es la de mesianismo. El reo se ha proclamado rey de Israel al proclamarse Cristo. Lucas es el que mejor ha planteado la plenitud de la fórmula acusatoria: “Provoca la rebelión de nuestro pueblo, prohíbe dar tributo al César, y dice que él es el Cristo (o Rey)” Lc 23, 2; Mt 27, 11-14; Mc 15, 2-4). La triple acusación contenida en la fórmula es eficaz ante los romanos. Si la rebelión es la primera acusación, la prohibición de pagar el tributo es la segunda. Finalmente, la acusación de proclamarse rey, en la alucinación del mesianismo deseado y esperado, está en el fondo de todas estas actuaciones, como lo estará en la defensa desesperada que los celotes y judíos harán en Jerusalén contra Tito cuarenta años más tarde, y en el año 135, por última vez, en la rebelión de Bar-Kochebá, el Hijo mesiánico de la estrella. Es pues una acusación certeramente formulada para destruir a Jesús ante Pilato.

Por lo mismo, tomando el punto más grave de la acusación, Pilato hace la primera pregunta a Jesús sobre este punto: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Mt 27, 11; Mc 15, 2; Lc 23, 3). La respuesta clara y terminante de Jesús fue rotunda: “Tú lo dices”, que equivale a la plena afirmación. Juan introduce la misma pregunta de Pilato (Jn 18, 38). Matiza luego la respuesta de Jesús, introduciendo un diálogo admirable, en el que Jesús advierte sutilmente al presidente que la acusación formulada por los judíos tiene doble sentido, y no precisamente el que Pilato supone. (…) Pilato hace la misma pregunta en Juan que en los sinópticos, y obtiene la misma respuesta afirmativa: “¿Luego eres rey?”, ya que confiesas tener un reino. “Tú lo dices, yo soy Rey”, es también aquí la respuesta de Jesús (Jn 18, 37)

Aquí introduce Lucas, único en esto, el episodio de Herodes, del que sin duda tiene testimonio por alguna fuente personal. Es un intento de Pilato de zafarse del problema, al oír la acusación de que la rebelión comenzó en Galilea, el lugar clásico de las rebeliones, de donde es originario Jesús en la creencia general, y donde ciertamente ha vivido y reclutado sus primeros discípulos. Ahora el asunto ha llegado ya a Judea y Jerusalén. Herodes, que era rey de Galilea bajo los romanos, se hallaba precisamente en Jerusalén aquellos días, seguramente por ser la Pascua (Lc 23, 6-7). Pero Herodes, ante el absoluto silencio de Jesús, cuyos labios no se despegaron una sola vez en el palacio del asesino del Bautista, tomó el asunto como cosa de ridículo, al verse envuelto en ello. Devolvió el preso a Pilato, con su opinión de que se trataba de un alucinado (…) Pilato recobró el preso y el problema.

La causa de Jesús no ofrecía base real para la acusación, sino solamente pretexto, que aprovecharon los sacerdotes. Jesús se declaró Cristo o Mesías, pero tuvo un gran cuidado en mostrarse ajeno a toda maniobra política. Desde el comienzo de su predicación la centró en la llegada del “Reino de Dios” o del “Reino de los cielos”. Hablaba de un reino espiritual, de obediencia a los mandamientos de Dios, de conversión del corazón, aunque trataba por esto mismo de un verdadero Reino de Dios en los hombres. Reino que tenía su “Rey”, el Cristo o Mesías, que se declaraba él mismo.

Por eso Jesús hubo de insistir en este caso en la diferencia de su reino con los humano-políticos: “Sabéis que los príncipes de las naciones dominan, y los mayores son los más poderosos. Entre vosotros no es así (…) El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a entregar su vida” (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-45). Por todas estas causas, y con suma prudencia, Jesús rechazó el título de rey que le ofrecían. Pues la multitud, tras el admirable prodigio de la multiplicación de los panes, de tal magnitud por la multitud concentrada, clamaba que era “el profeta esperado en Israel, que había de venir al mundo” (Jn 6, 14), y en su entusiasmo por el Cristo o Mesías deseado y esperado le querían proclamar ya rey. Jesús declinó el peligro huyendo al monte en soledad (Jn 6, 15). Pilato conoce estas actitudes (Lc 23, 14-15).

Pilato se halló de nuevo con el problema entre las manos. El astuto procurador temía más a los propios fariseos y sacerdotes conociendo su fanatismo religioso. Y entonces comenzó los intentos de librar a Jesús de la acusación y condena, convencido de su inocencia.

Piensa Pilato en Barrabás (…) Presenta al pueblo el dilema de Jesús o Barrabás, el malhechor o bandido que aguardaba la condena. Piensa al recurrir al pueblo que éste, en su instinto religioso, preferirá siempre a Jesús.

Conoce el presidente la tumultuosa manifestación de los ramos, y los hosannas al “Hijo de David”, y el enfrentamiento de Jesús con los sacerdotes en el templo, arrojando a los vendedores fuera. Puesto que la multitud aclamaba a Jesús, la multitud el elegirá. Intenta una especie de referéndum popular. Propone la pregunta: “¿Quién queréis que os suelte, Barrabás o Jesús, llamado el Cristo?” (Mt 27, 17). Tanto Marcos como Juan sustituyen la palabra Cristo por la de “rey de los judíos”.

Al responder la turba con su grito unánime “persuadida por los sacerdotes”, principales responsables del grito (Mt 27, 20; Mc 15, 11), que preferían a Barrabás, todavía Pilato queriendo salvar su propio gesto, insistió con las mismas palabras ofreciendo la oportunidad de librar a los dos: “¿Y qué haré de Jesús, que es llamado el Cristo?” (Mt 27, 22) Ante el grito de la multitud “Crucifícale, crucifícale”, sólo sabe balbucir como una reflexión interior de su conciencia judicial: “¿Qué mal ha hecho?”

Ordena azotar a Jesús creyendo salvarle de la muerte por este medio. Después de cumplir el cruel oficio, los verdugos inventan un castigo superior (…) Trenzaron una corona de agudas espinas (…) El doloroso episodio, insólito quizás en los anales romanos, muestra de nuevo que el título en juego en el proceso era el de “rey de los judíos” o Mesías-Cristo. Pues impuesta la corona comenzaron con los golpes salvajes los burlescos saludos: “Salve, Rey de los judíos” (Mt 27, 29; Mc 15, 16; Jn 19, 3).

Al llegar el Presidente en busca del pobre reo, el espectáculo le conmovió profundamente al parecer. Lo sacó en esta mismas condiciones ante el pueblo, diciendo: “Mirad el hombre” (Jn 19, 5). Las palabras de Pilato muestran su conmoción humana. Por eso dice: “el hombre”. El nuevo grito, esta vez parece que de solos los sacerdotes y sus afines ante el silencio de sorpresa del pueblo (Jn 19, 6), se alzó como un muro ante Pilato: “Crucifícadle vosotros, que yo no encuentro causa”, y entonces adujeron los sacerdotes la acusación religiosa, la profunda y verdadera, que luego propondremos, sobre la pretensión divina de Jesús. El desconcierto de Pilato fue total. Entrando dentro con el reo comenzó un nuevo interrogatorio, respondido por Jesús con el silencio: “¿De dónde vienes tú?”, y amenazó con su autoridad para matar. Jesús responde. “Esa autoridad te ha sido dada de arriba. Por eso, mayor culpa tienen los que me han entregado a ti” (Jn 19, 8-11). La sublime excusa de Jesús en la cruz sobre la ignorancia de sus enemigos (Lc 23, 34), aquí cubre misericordiosamente a Pilato, pero no a ellos.

Los últimos intentos de Pilato por salvar a Jesús se producen ente la nueva dimensión divina que entrevé en el proceso, como estertores agónicos de su voluntad de salvarle, y por temor religioso. Al notarlo los sacerdotes vuelven a la acusación política (…) “Si sueltas a éste no eres amigo del Emperador, pues todo el que se hace rey a sí mismo se opone al César” (Jn 19, 12). Oída esta directa interpelación Pilato ha tomado su decisión a favor de su condición de funcionario, frente a su conciencia. Su irritación interior por su fracaso se torna en punzante ironía. Decís que se hace rey, pues bien: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn 19, 14). El humano y conmovido “el hombre” se ha convertido en el irónico y dramático “el rey vuestro” (…) “¿A vuestro rey he de crucifiar?” – No tenemos más rey que el César” (Jn 19, 15). El drama se ha consumado en las conciencias de ellos como en la de Pilato. Este cede por temor político, ellos renuncian y se someten por afán de venganza. Queda así planteada la causa de Jesús en el dramático desarrollo del proceso como una causa mesiánica. Jesús será condenado como rey de los judíos, como Mesías y Cristo.

Declarada la sentencia, el título de la causa fue escrito según costumbre, para llevarlo al lugar del suplicio y ponerlo sobre el reo ajusticiado para conocimiento popular. En una tabla de madera es grabado el título de la causa en tres lenguas: en la línea superior en arameo o hebreo, en la siguiente en griego, en la inferior en latín. Las tres lenguas usadas en el país, la del pueblo palestino, la de la cultura genera, la de la justicia romana, son empleadas para público testimonio: “Jesús Nazareno Rey de los judíos”. El testimonio atravesará los siglos, y hará saber a todas las gentes que Jesús es, y se ha proclamado, “Rey de los judíos”, que significa Cristo-Mesías (Mt 27, 36; Mc 15, 26; Lc 23, 38; Jn 19, 19).

No escribas Rey de los judíos, sino que él ha dicho: Soy el Rey de los judíos”; pero el presidente (…) contestó secamente: “Lo escrito, escrito queda” (Jn 19, 21-22). Así ha llegado hasta nosotros, como un resto de sublime naufragio y tesoro de suprema arqueología, lo que quedó inscrito por la mano grosera de algún soldado o carpintero.

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

El cumplimiento de las Escrituras

Jesús se declara Mesías de Israel, el Cristo esperado. La esperanza del Mesías es el fondo mismo de la historia del pueblo judío. Esto se halla en los escritos sagrados del pueblo de Dios.

Aquí estamos tratando de las declaraciones mesiánicas del propio Jesús. Pero es claro que entre éstas deben ser contadas aquellas en las que Jesús, según los evangelios, menciona el AT como escritos referidos a él mismo.

Durante su vida ha declarado repetidas veces que en él se cumplen las Escrituras sagradas de Israel, lo cual equivale a proclamarse el Mesías esperado. En su apostolado llegó a la sinagoga de su pueblo de larga residencia y trabajo, Nazaret. Lucas ha propuesto al comienzo de su apostolado cuando regresa del bautismo de Juan a Galilea (Lc 4, 14). Le fue entregado para que lo leyese el libro del profeta Isaías, abriéndolo en el pasaje mesiánico en que se recuerda que sobre el Mesías está el Espíritu del Señor (Is 61, 1-2) Jesús se sentó para la explicación, y con los ojos de todo el pueblo fijos en su persona, comenzó tranquilamente su exegesis: “Hoy se ha cumplido esta escritura en vuestro oídos” (Lc 4, 21). En realidad acababa de proclamar: “Yo soy el Mesías”.

En Mateo Jesús se niega a defenderse en el huerto de los Olivos, cuando llegan a prenderle y Pedro, recordando un incidente de la cena, saca la espada para la defensa: “¿Cómo se cumplirían las Escrituras de que es necesario que esto suceda?” (Mt 26, 54). En la cena había hablado diciendo: “Es necesario que se cumpla lo que está escrito de mí: Ha sido contado entre los malhechores” (Lc 22, 37), en cuyo momento Pedro sacó su espada (…)

Juan es el que ha dado más vigorosos testimonios de la apelación mesiánica de Jesús a las Escrituras. La objeción puesta a Jesús para aceptar su título de Cristo era la creencia de que era Nazaret su lugar de origen, debiendo ser Belén conforme a la Escritura, pues el Mesías debía venir nacido de allí, y de Sion, no de Galilea (Jn 7, 41-42.52; cf Mt 2, 5-6; Jn 4, 22). Jesús arguye a los judíos que son precisamente las Escrituras las que dan testimonio del El: “Estudiad las Escrituras, y que pensáis tener en ellas la vida eterna. Son precisamente ellas las que dan testimonio de mí” (Jn 5, 39) (…) “Si leyeseis a Moisés, seguramente me creeríais a mí. Pues él escribió de mí” (Jn 5, 4). Y termina confirmando la aserción: “Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mí?” (5, 47).

Al llegar a la pasión hará ver en los sucesos de ella el cumplimiento de la Escritura (…)

Después de la resurrección el propio resucitado hará exégesis, sin duda maravillosa, de lo dicho por Moisés (la Ley) y los profetas, o sea la Escritura, sobre él y los sucesos de su pasión y muerte. Lo hará ante los de Meaux en el camino, y sus corazones arderán con un fuego nuevo al oír su interpretación mesiánica de la Ley y los profetas (Lc 24, 27). Del mismo modo en su aparición ante los apóstoles en el relato lucano donde dice: “Tenían que cumplirse las cosas anunciadas sobre mí … así debía el Cristo padecer y resucitar al tercer día” (Lc 24, 44).

Luego, el resucitado les concedió el don de comprender las Escrituras y les añadió: “Así está escrito, que el Cristo debía padecer y resucitar al tercer día” (Lc 24, 45-46). Sería pues bastante obvio que recibamos de sus discípulos con especial reverencia los textos que ellos adujeron después sacados del A.T. para confirmar el mesianismo de Jesús, en particular cuando aparece clara su intención de dar una interpretación real del texto, que es lo más general. Para ellos en adelante las Escrituras fueron el lugar de apelación autorizada, por el don que habían recibido, y que hasta entonces no gozaban. Pues dice Juan al relatar su ida al sepulcro con Pedro, y su examen del sepulcro vacío y su estado: “Vio y creyó. Porque no conocían la Escritura sobre su resurrección” (Jn 20, 9). Y recordemos que Jesús, según JUna, se dispuso a morir y dijo: “Todo está consumado” sólo después de cumplir el último detalle anuciado por la Escritura: “Tengo sed”, y de dieron a beber vinagre” (Jn 19, 28; cfr. Sal 68, 22)

Conclusión mesiánica sobre las declaraciones de Jesús

De este capítulo se desprende, creemos que con claridad, que Jesús de Nazaret, según lo que los evangelios le atribuyen (y que por el momento no juzgamos críticamente en su realidad histórica), se declaró Mesías de Israel, el esperado. Juan Bautista lo había anunciado, Jesús lo confirmó. Ya ante sus propios apóstoles en privado, ya ante personas particulares como la Samaritana, el ciego de nacimiento o Marta de Betania, ya también en público de diversas formas ante los judíos. Se puede decir, en general, que su predicación y sus parábolas del reino de Dios, que son tan numerosas, así como los milagros realizados, a los que apela, son testimonios públicos de su mesianismo. También su apelación mesiánica a la Escritura.

Lo mismo muestra su aceptación solemne del título de Hijo de David, en el día de triunfo de los ramos. Y el título de Hijo de hombre, usado habitualmente por Jesús, pone de relieve su profundo conocimiento de la situación y del valor de tal título. Su afirmación mesiánica de ser el Cristo de Israel resplandece en el juicio ante el Sanedrín, al responder a la pregunta solemne del Sumo Sacerdote.

Luego, el proceso ante Pilato y el título de su condena, puesto en la cruz sobre su cabeza, dejan indubitable tal punto. Este título, además de por los evangelios que no podrían falsearlo con todo el proceso realizado, nos es confirmado por el testimonio de Tácito, el cual reconoce que fue ésta la causa de la acusación, dando así valor histórico reconocido extraevangélico al hecho: “Su fundador, llamado Cristo, fue condenado a muerte por el procurador Poncio Pilato, imperando Tiberio” (Annales, 15, 44). Fue condenado por ser el Cristo, o llamarse de ese modo. Tácito no podía ignorar que la palabra y nombre griego Cristo tiene la significación regia de “Ungido” o “Rey” en el Oriente. Confirma pues que Jesús fue condenado porque se atribuyó el título de Rey de los judíos”, que en la cruz se mostraba, y hubo de pasar a las Actas que Pilato remitió al emperador a Roma sobre el caso.

Poseemos un fragmento que puede legítimamente ser tenido por auténtico, del título mismo de la Cruz de Jesús. En él, en el relicario de la Basílica de Santa Croce de Gerusalmme, construido por Constantino, se puede ver todavía hoy (y el que escribe lo ha visto) la parte del letrero en dos lenguas completas (griego y latín), con las señales indudables de la hebrea que providencialmente incluyen precisamente la causa del proceso:

REY DE LOS JUDÍOS

sábado, 3 de noviembre de 2007