domingo, 24 de abril de 2016

PÍO XI, EL PONTIFICE DE CRISTO REY (II)

En la segunda parte de este capítulo V del libro “El Mundo será de Cristo” del P. Juan Manuel Igartua S.J. podemos encontrar de forma esquemática las siguientes cuestiones:

1.- El Reino de Cristo y las Esperanzas de la Iglesia.

 Encíclica Quas Primas (11-12- 1925): Resume la doctrina y la parte de la institución de la fiesta de Cristo Rey.
 Encíclica Miserentissimus Redemptor (1928): Compara el Corazón de Jesús a dos signos de paz: el arco iris y la cruz que vio Constantino.
 Examina la liturgia de la fiesta de Cristo Rey, tanto en la Liturgia de las horas como en las oraciones de la Misa de la fiesta de Cristo Rey.
 Consagración del Mundo al Corazón de Jesús de León XIII. Pío XI la renueva y manda hacer en adelante el día de la fiesta de Cristo Rey y las modificaciones introducidas en la fórmula de León XII

2.- Pío XI, Pontífice de la paz 

 Lista de documentos sobre la paz
 Encíclica Impéndete (1931) pide ayuda para los hombres necesitados (crisis económica mundial)
 Alocución de Navidad de 1932. Las grandes persecuciones a la Iglesia: México, Rusia y España.

3.- Visión panorámica del pontificado de Pío XI

 Innumerables santos elevados a los altares (beatificaciones y canonizaciones) sobre todo el año santo 1925. Destaca la beatificación y canonización de Teresita de Lisieux, “Estrella de su pontificado”
 Enseñanza magisterial de carácter político y social: Ubi arcano (1922- paz); Mens Nostra (1929 – ejercicios espirituales); Divini illius Magistri (1929 – educación cristiana); Casti connubii (1930 – Matrimonio cristiano); Quadragesimo anno (1931 – cuestión obrera); Non abbiamo bisogno (1931 – Defensa de la Acción católica frente a las agresiones del fascismo); Divini Redmptoris (1937, condena del comunismo); Mit Brennenger Sorge (1937 – condena del nazismo).
 Enseñanza sobre la verdad. Srudiorum duce (1923 – Santo Tomás de Aquino).
 Tratado de Letrán. La independencia del Estado Vaticano

1.- El Reino de Cristo y las Esperanzas de la Iglesia

Durante el primer Jubileo de 1925, Pío XI aprovechó esta gran solemnidad para proclamar las esperanzas de la Iglesia. El 29 de mayo promulgó el nuevo Año Santo para 1925 con la Bula «Infinita Dei misericordia».

Señalaba en ella tres fines del Jubileo:

  La paz, no jurídica sólo, sino de las almas y corazones, la paz en Europa;
 La unidad: «que todos los acatólicos vengan a la verdadera Iglesia de Cristo»;
 Los asuntos de Palestina, la tierra del Señor.

Podemos decir que el recuerdo más destacado del Año Santo y su culminación fue la institución de la fiesta de Cristo Rey y la doctrina sobre su realeza expuesta en la Encíclica «Quas primas», del 11 de diciembre, al finalizar el año.

Encíclica Quas Primas (11-12- 1925)

La Encíclica «Quas primas» reconoce doctrinalmente la tradicional enseñanza de la Iglesia sobre Cristo, Rey del universo, y para inculcarlo, instituye la fiesta de Cristo Rey.

Comienza la Encíclica por declarar que la paz de Cristo es solamente posible en el Reino de Cristo. Cristo es Rey principalmente por su unión hipostática y la concesión por el Padre del Reino universal en su glorificación.

Los fundamentos bíblicos y litúrgicos de este título de Cristo son expuestos antes de pasar a declarar las cualidades del Reino de Cristo, por el que Cristo Hombre tiene las potestades supremas del universo, como Legislador, Juez y Gobernante.

La Encíclica declara que el Reino de Cristo, según el Evangelio, «no es de este mundo», es decir, que es espiritual y no se opone a los estados terrenos o temporales. Sin embargo, proclama abiertamente la Encíclica que sería un error torpe no reconocer el dominio del mismo Cristo aun sobre las cosas temporales, pues es Dios-Hombre Rey universal, pero que Cristo no pretende ejercitar este dominio temporal.

El Reino de Cristo —como ya declaró León XIII en Annum sacrum— es de carácter plenamente universal: «su soberanía se extiende a todos los hombres». Con las propias palabras de León XIII, que Pío XI hace suyas, recuerda que no sólo los católicos, ni solamente los cristianos, aunque separados, pertenecen al derecho de Cristo, según la formal declaración de León XIII en su Encíclica, sino también los no cristianos, «cuantos existen privados de la fe cristiana»: musulmanes, judíos, grandes religiones del mundo, idólatras también. Todos ellos, «con toda verdad toda la universalidad del género humano, está bajo la potestad de Jesucristo» (T. 584).

Y no solamente los hombres como individuos, sino también como seres sociales, las naciones y pueblos de los hombres. De donde fluye el carácter eminentemente social del Reino de Cristo. De aquí la obligación de los jefes de las naciones, prosigue la Encíclica, de prestar a Cristo pública reverencia y obediencia.

La Fiesta de Cristo Rey, signo de las esperanzas de la Iglesia

La Encíclica en su segunda parte trata de la fiesta de Cristo Rey. La Encíclica instituye la fiesta litúrgica de Cristo Rey en la Iglesia, pensando, que más contribuye a la enseñanza de las doctrinas teológicas eclesiales la instauración de las fiestas litúrgicas, que solas las enseñanzas doctrinales de los documentos del magisterio.
Así en diversos tiempos la Iglesia ha instituido varias fiestas litúrgicas, como las de los Mártires, la Virgen y los Santos, y en un orden de cosas más afín con la de Cristo Rey, la del Corpus y la del Sagrado Corazón de Jesús.
Estas fiestas se han introducido para remediar a determinadas necesidades espirituales del pueblo católico. La fiesta de Cristo Rey es introducida como remedio «contra el laicismo, peste de nuestra época». La fiesta de la soberanía de Cristo, no solamente sobre los individuos, sino también sobre la sociedad civil.
Las naciones podrán recordar con esta fiesta, «que los magistrados y gobernantes están obligados, lo mismo que los particulares, a dar honor y obe¬diencia públicamente a Cristo», y que en el día del Juicio último del mundo les será pedida cuenta de esta obligación.
Pero esta fiesta de Cristo Rey tiene otro valor en relación con la esperanza ecuménica de la Iglesia: «La solemnidad anual de Cristo Rey, que se celebrará desde ahora, Nos da muy buena esperanza de que la sociedad humana se apresurará a volver con buenos auspicios al amantísimo Salvador».

Encíclica «Miserentissimus Redemptor» (1928)

Empieza la Encíclica por recordar que el Señor ha prometido estar con su Iglesia y asistirla con su protección hasta el fin del mundo. A esta promesa pertenece la manifestación del Sagrado Corazón a Santa Margarita Alacoque en Paray le Monial.
El Sagrado Corazón es un signo de esperanza puesto por Dios en su Iglesia en los tiempos actuales, frente a los gravísimos peligros de hoy.
El testimonio de León XIII comparando la señal constantiniana de la cruz en el lábaro con el Sagrado Corazón en la Iglesia actual, es completado con la comparación con el arco iris dado por Dios a Noé en el tiempo del diluvio.

Vamos a analizar esta triple señal de esperanza.
La nueva señal de alianza de Dios con su Iglesia, señal de misericordia, por tanto, es el Corazón de Jesús. La segunda comparación, que es la que estableció León XIII en su texto: «Estando la Iglesia oprimida por el yugo imperial, en los tiempos próximos a sus orígenes, fue vista en la altura por un joven emperador una Cruz, presagio y causa juntamente de la amplísima victoria que después se siguió. «He aquí otra señal divinísima y llena de presagios, que se ofrece hoy a la vista: es decir, el Sacratísimo Corazón de Jesús, con la Cruz sobrepuesta, luciendo entre las llamas con brillantísimo resplandor».

El Corazón de Jesús es, pues, señal de esperanza cierta de la salvación de la sociedad humana en la tierra. Y aquí es cuando el Pontífice proclama solemnemente el valor de signo de la esperanza ecuménica que tiene esta fiesta en la Iglesia:

«Al hacer esto, no sólo colocamos a plena luz la soberanía que Cristo tiene sobre todo el universo, sobre la sociedad, tanto civil como doméstica, y sobre los individuos, a) sino que también cogimos de antemano ya entonces el gozo de aquel día. lleno de presagios, b) en el que todo el orbe gustosa y voluntariamente obedecerá el suavísimo dominio de Cristo Rey». «Todo el orbe voluntaria y gustosamente se someterá a su obediencia».

La formulación indica con plena claridad un día futuro o época en que todo el orbe será cristiano socialmente. Este día tiene su anticipo en la fiesta de Cristo Rey.

La liturgia de la fiesta de Cristo Rey

El Oficio divino expresa en el Himno de Vísperas la petición de que los extraviados se reúnan en un solo rebaño. El Himno de Laudes expresa de manera universal la petición de la Iglesia: el orbe entero sometido a Cristo Rey y adorándole en la paz universal, he aquí la forma plástica en que la esperanza es propuesta en forma de petición en el Oficio.
En la liturgia de la Misa: Primero en la Oración o Colecta propia de la Fiesta: «Omnipotente y sempiterno Dios, que quisiste instaurar todas las cosas en tu amado Hijo Rey del universo: concede, te rogamos, que todas las familias de las naciones disgregadas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio».
También la Oración sobre las ofrendas o Secreta formula de modo equivalente la misma petición «Te ofrecemos, Señor, la Hostia de la reconciliación humana: otorga, te rogamos, que Aquel a quien inmolamos en el presente sacrificio conceda a todas las naciones los dones de la unidad y de la paz». También aquí la petición es para todas las naciones, que se reúnan en la uni¬dad de Cristo, o sea en su fe, y el don de la paz universal.

2.- Pío XI, Pontífice en la angustia de la paz

El Pontificado de Pío XI se desarrolla después de la guerra europea de 1914-18, desde 1922 hasta 1939, los diecisiete años pontificales de Pío XI tienen una aurora de paz insegura, y un «atardecer tempestuoso» en vísperas de la segunda guerra mundial.

He aquí la lista de varios documentos sobre la paz al principio de su pontificado:
 7 abril 1922 - Carta «Con vivo piacere» sobre la reunión de Ginebra
 29 abril 1922 - Carta al Cardenal Gasparri «il vivissimo desiderio».
 6 agosto 1922 - Carta Apostólica «7 disordini» sobre la paz en Italia.
 28 octubre 1922 - Carta Apostólica «Ora sonó» sobre la paz en Italia.
 27 junio 1923 - Carta al Secretario de Estado «Quando nel principio» sobre la paz.
 21 octubre 1923 - Carta al Cardenal Vicario «Prope adsunt dies» sobre la celebración de Misas por los muertos de la guerra.

La Encíclica «Nova impéndete del 2 de octubre de 1931, ante la gravísima crisis económica y laboral del mundo, que sume en el hambre a multitudes, llama a los hombres para ayudar a sus hermanos necesitados. Ya el Papa advierte una de las causas de la presente necesidad en la carrera de armamentos que se inicia de nuevo.

De nuevo en su Alocución navideña de 1932, donde ya se siente el dolor de las tres grandes persecuciones clavadas en su corazón: Méjico, Rusia y España, que ha iniciado su camino de dolor sectario, arrojando al destierro al Cardenal Primado (el cardenal Segura).

Su gran documento sobre la tremenda crisis que comienza es la Encíclica «Caritate Christi compulsi» del 3 de mayo de 1932, en la que compara gravemente la actual catástrofe del mundo con el diluvio universal, y propone como remedios contra la causa de los pecados, la oración y la penitencia.

El Papa de la fe intrépida, en un mismo mes, Marzo de 1937, lanza las tres graves Encíclicas que denuncian el peligro comunista ruso, el peligro alemán y la tragedia mejicana. Y en setiembre del mismo año, en su Encíclica del Rosario, atribuyendo su curación a Santa Teresa del Niño Jesús, pide más oraciones por el mundo en peligro. En un Radiomensaje al mundo el 29 de setiembre de 1938, el Papa dice: «... Indeciblemente agradecidos por las oraciones que se han hecho por parte de los fieles del mundo entero para pedir por Nos, ofrecemos de todo corazón esta vida que por tales oraciones el Señor Nos ha concedido y como renovado, la ofrecemos por la salvación y por la paz del mundo». Cuatro meses más tarde el Señor tomaba la vida, inmolada en caridad, de Pío XI.

3.- El Pontífice piadoso y del Tratado de Letrán

La profunda piedad de su Pontificado queda destacada por varios documentos sobre diversos Santos emanados de su pluma y las numero¬sas beatificaciones y canonizaciones por él realizadas. Entre los primeros po¬demos mencionar las Cartas sobre San Ignacio y San Javier al General de la Compañía (3 diciembre 1922), sobre San Francisco de Sales (26 enero 1923), sobre San Josafat (12 noviembre 1923), sobre San Columbano (6 agosto 1923), San Bernardo de Mentón, patrono de los alpinistas alpinos (20 agosto 1923), sobre la Invención de la Cruz (Viernes Santo 1926), sobre San Francisco de Asís (30 abril 1926), sobre San Luis Gonzaga (13 junio 1926), sobre el culto divino (20 diciembre 1928), sobre San Wenceslao (4 marzo 1929), sobre San Agustín (20 abril 1930), sobre San Alberto Magno (16 diciembre 1931), sobre San Beda el Venerable (27 mayo 1935). Destaca la Encíclica «Miserentissimus Redemptor» sobre la reparación en el culto al Sagrado Corazón (8 mayo 1928), con la «Quas primas» sobre Cristo Rey.

Los Santos elevados a los altares por Pío XI en los tres años jubilares: desde Santa Teresa del Niño Jesús, su primera Santa y «Estrella de su Pontificado», beatificada en 1922. En 1925, Año Santo, Santa Teresa del Niño Jesús, Pedro Canisio, Magdalena Postel, Sofía Barat, el Cura de Ars y Juan Eudes; beatifica a Imbert, Eymard, Gianelli, Strambi, Cafasso, Soubirous, M. Sacramento y BB. Ursulinas, y en 1929 beatifica a Fournet, Thouvet, Cappitanio, Sales y Saltamochio, Filippini, Garicoits, MM. Damasco, MM. de París, Piriot. En su año jubilar segundo, aniversario de su sacerdocio, canoniza en 1930 a Catalina Thomas, L. Filippini, Teófilo de Corte, Juan Brebeuf y compañeros mártires del Canadá, y Roberto Belarmino, beatificando en 1929 a Bosco, Teresa Redi, La Colombiére, Carboniano, Camporubeo, los MM. Ingleses, Ogilvie, y en 1930 a Frassineti y Conrado Parzham; en el tercer año Santo, el jubilar de la Redención en 1933, beatifica a Eufrasia Pelletier, Vicenta Gerosa, Gema Galgani, José Pignatelli y Catalina Labouré, y canoniza a Andrés H. Fournet y Bernardeta Soubirous, y en 1934 en el mismo Año Santo, canoniza a la M. Thouvet, la Madre Sacramento, Luisa Marillac, José Cottolengo, y a Bosco y Parzham antes beatificados. En 1935, a los dos grandes ingleses Fisher y Tomás Moro, Cardenal y Canciller del Reino respectivamente, y en 1938 a Bobola, Leonardi y Salvador Horta.

Su acción social queda patente en sus grandes Encíclicas:

1922 - Ubi arcano, sobre el Reino de Cristo y la paz de Cristo.
1929 - Mens Nostra, sobre los ejercicios espirituales.
1929 - Divini illius Magistri, sobre la educación cristiana.
1930 - Casti connubii, sobre el matrimonio cristiano.
1931 - Quadragesimo anno, sobre la condición de los obreros.
1931 - Non abbiamo, sobre la Acción Católica.
1935 - Ad Catholici sacerdotii, sobre el sacerdocio.
1936 - Vigilanti cura, sobre el cine.

Su aspecto de protector e impulsor de la ciencia se muestra en su Encíclica Studiorum Ducem sobre Santo Tomás de Aquino (29 junio 1923), el Motu Proprio «Litterarum latinarum» (19 octubre 1924), el Motu Proprio «7 primitivi cimiteri», sobre arqueología sagrada (11 diciembre 1926), la Constitución Apos¬tólica «Deus scientiarum Dominus» (14 mayo 1931).

Sellaron su gran Pontificado los tres Jubileos que, siguiendo el estilo de León XIII, proclamó, y la firma del célebre Tratado de Letrán. Sus tres Jubileos: el de 1925, Año Santo de gran conmoción católica y esplendor; el de 1929, en sus cincuenta años de sacerdocio, y el de 1933 en el centenario de la Redención.

El Tratado de Letrán confiere al Romano Pontífice el rango soberano y libre que le era necesario para desarrollar su católica labor, y prepara así, lo mismo que por su rápida y genial organización de la Ciudad del Vaticano. Con razón se ha escrito en elogio suyo, de este Vicario de la Verdad, que «decía la verdad a todos, aunque no les resultase grata». Pero el más autorizado de los elogios de Pío XI y la mejor expresión de la esperanza ecuménica de su pensamiento, lo hallamos en labios de su íntimo cola¬borador, y Sucesor después en el Pontificado, Pío XII: «Pío XI, sentado en el solio de San Pedro como en la cima más alta de los Alpes por él escalada, dirigía alrededor su vista sobre el horizonte turbado de los pueblos, enfrentados y olvidados de Dios y de su Cristo, Pacificador del cielo y de la tierra; e invocaba, a guisa de estrella polar de su Pontificado, la Paz de Cristo en el Reino de Cristo . Escribe el resto de tu post aquí.