domingo, 31 de mayo de 2015

Los signos de los tiempos y la ley de la Esperanza

La cuestión de los signos de los tiempos mesiánicos en los últimos tiempos ha sido puesta de relieve de forma notable y con reiteración en el Concilio Vaticano II cuando trata sobre una nueva escatología y en concreto en el Catecismo de la Iglesia Católica cuando desarrolla el artículo de la fe y “Vendrá a juzgar a los vivos y los muertos”.

En esta sesión vamos a fijarnos en la exposición del P. Juan Manuel Igartua S.J. en su obra la Esperanza Ecuménica de la Iglesia. Formula esta cuestión con siguiente sugerente títulos: Los signos de los tiempos y la ley de la esperanza (Esperanza Ecuménica de lglesia P. Igartua S.J. t. 2, P. III c.3 p. 185-197). En otra sesión trataremos de la cuestión siguiento la obra Mundo histórico y Reino de Cristo F. Canals, p. 132).)

Esperanza Ecuménica de lglesia P. Igartua S.J. t. 2, P. III c.3 p. 185-197

Signa temporum (el cuándo de la esperanza ecuménica)

El P. Igartua S.J. examina esta cuestión partiendo de los signos de los tiempos, considera también la proximidad de tales tiempos y finalmente refleja la ley la Esperanza formulada por san Pablo para justificar el próximo acontecer de lo profetizado en los libros Sagrados. Siempre manteniendo su método de recoger los testimonios del Magisterio de la Iglesia al respecto.

1. Las señales de los tiempos
El Señor, en el evangelio de San Mateo (16,3), dirigiéndose a fariseos y saduceos en la controversia mesiánica en que le piden una señal del cielo, arguye fuertemente su desleal y ciega ignorancia: «Sabéis discernir el aspecto del cielo (en los signos atmosféricos), ¿y no podéis discernir las señales de los tiempos?» (signa temporum). Reprendía el Señor su ceguera ante los signos mesiánicos que tenían ante la vista en los milagros de Jesús. La palabra de Jesús, signa temporum,señala propiamente los signos de la divina acción en el mundo con un significado ulterior.

Si dirigimos nosotros la mirada al tiempo nuestro, ¿pode­mos encontrar signos de la divina acción respecto de la espe­ranza ecuménica? Respondía Juan XXIII en la constitución apostólica Humanae salutis, convocando el concilio Vaticano II, en el día de Navidad de 1961, dirigiendo su mirada al tiempo presente y hallando señales esperanzadoras de tiempos mejo­res para la humanidad:

«Siguiendo los avisos de Cristo nuestro Señor, que nos exhorta a discernir los signos de los tiempos (Mt 16,3), vemos no pocos indicios, en medio de tristes oscuridades, que parecen anunciar auspicios de una época mejor para la Iglesia y el género humano.

Juan XXIII convoca el Vaticano II después de dirigir su mirada a los graves signos de los tiempos actuales, que por la magnitud de sus convul­siones parecen preparar los espíritus a una mayor necesidad de la Iglesia.

Pablo VI, por su parte, próxima ya la tercera sesión del concilio, distinguió claramente los signos humanos naturales, en los que se advierte un sentido oculto, y los signos de Dios, o manifestaciones de su voluntad, señales de «Dios que pasa»:

«El concilio debe tener, por un lado, la mirada alerta para descu­brir los signos de los tiempos, como dijo Cristo, es decir, los aconteci­mientos humanos, las necesidades de los hombres, los fenómenos de la historia, el sentido de las vicisitudes de nuestra vida, conside­rada a la luz de las palabras de Dios y de los carismas de la Iglesia. Y, por otro lado, la mirada del concilio debe buscar y descubrir los signos de Dios, su voluntad, su presencia operante en el mundo y en la Iglesia. Son difíciles ambos descubrimientos, pero el segundo, el de los signos de Dios, más que el primero».

Vamos nosotros ahora, siguiendo estas indicaciones, a es­crutar con la mirada los signos de los tiempos en relación con la esperanza ecuménica.

El primero de tales signos, a partir del pontífice Pío IX y su definición del dogma de la Inmaculada hasta nuestros días, a través de las voces de ocho pontífices sucesivos, la voz de la esperanza ecuménica se multiplica, se amplifica, se detalla y concreta.

Nos parece ver también un doble signo de esta esperanza en las dos consagraciones del mundo y de la Iglesia, realizadas en dos momentos cimeros de estos tiempos por dos de sus pontífices. La dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, por León XIII, y la dedicada al Corazón Inmaculado de María por Pío XII; aquélla, en el mismo comienzo del siglo xx; ésta, en el tremendo fragor de la guerra mundial, en 1942.

León XIII ve en el Sagrado Corazón, a quien por esta encícli­ca Annum sacrum, de 1899, va a consagrar la Iglesia y el mun­do, una nueva señal o signo de Dios dado a su Iglesia para la nue­va era que el siglo xx abre ante ella:

«He aquí otra señal (signum) divinísima y llena de presagios que se ofrece hoy a la vista; es decir, el Sacratísimo Corazón de Jesús con la cruz sobrepuesta, luciendo entre las llamas con brillantísimo res­plandor. En El se han de colocar todas las esperanzas; a El se ha de pedir, y de El se ha de esperar la salvación (salus) de los hombres» (T 546).

Se abre, pues, el siglo xx con este auspicio de unidad religiosa en Cristo. Cuando, en 1942, la tremenda guerra mundial parece derrumbar las esperanzas de esta paz, Pío XII consagra ahora el mundo al Corazón de María Inmaculada para completar la obra de León XIII, porque en esta consagración, renovada anualmente, se apoya con gran esperanza el que suceda que nazca una época feliz, serenada por el triunfo de la religión y por la paz cristiana (T 644).

El año 1948 dos sucesos extra­ordinarios en la historia religiosa de los hombres han aconte­cido: la primera reunión en Amsterdam del Consejo Mundial de las Iglesias y la fundación en Palestina del nuevo Estado de Israel.

El movimiento ecuménico, como nuevo «signo de los tiem­pos» y de Dios en la acción de su Espíritu, es así visto y seña­lado por el concilio Vaticano II en su decreto del ecumenismo:

«Puesto que hoy, en muchas partes del mundo, por gracia del Es­píritu Santo, se hacen muchos intentos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere, este sacrosanto concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, re­conociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la obra ecuménica» (n.4).

Conviene recordar la importancia que, como «signo de los tiempos» en relación a la esperanza ecuménica, tiene la fundación del Estado de Israel en el plan previsible de la divina Providencia. Baste señalar que ambos acontecimientos, ligados a la espe­ranza ecuménica, tienen su fecha crucial en el mismo año del siglo xx.

He aquí, pues, la notable constelación de signos de los tiem­pos de la esperanza que brillan hasta ahora en el cielo oscu­recido del siglo xx, cuya luz precursora era la consagración leoniana, en el umbral de 1899.

Þ      Proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción - 1854
Þ      Consagración del mundo al Corazón de Jesús – 1899
Þ      Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María -  1942
Þ      Constitución del Estado de Israel – 1948
Þ      Reunión en Amsterdam del Consejo Mundial de la Iglesia – 1948
Þ      Convocatoria del Concilio Vaticano II - 1959



2. La proximidad de la esperanza

El tiempo de esperanza está próximo.

Documentos que hablan de la proximi­dad, en primer lugar a León XIII, en su célebre encíclica mariana Adiutricem populi, dedicada en 1895 a las relaciones entre María y la esperanza ecuménica:

«Un auspicio de que esto acontecerá a plazo no muy lejano parece confirmarse por la creencia y confianza que se enciende en los áni­mos piadosos de que María será el vínculo feliz, con cuya firme y blanda fuerza, de todos aquellos que en cualquier parte del mundo aman a Cristo se hará un solo pueblo de hermanos, sumisos como a Padre común a su Vicario en la tierra, el Pontífice Romano» (T 542).

En el año 1904, en el cincuentenario del gran dogma, San Pío X anuncia la proximidad de la gran esperanza despertada por el dogma en 1854:

«Por una misteriosa inspiración, nos parece que podemos asegurar que se cumplirán en breve aquellas grandes esperanzas que, como fruto de la solemne de­finición de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios, conci­bieron nuestro predecesor Pío IX y todos los obispos del mundo….» (T 562).

Pío XII al consagrar Rusia al Corazón de María en 1952, casi a las puertas del centenario del dogma proclamado por Pío IX:

«Del mismo modo que hace pocos años consagramos todo el gé­nero humano al Corazón Inmaculado de María, la Virgen Madre de Dios, así ahora dedicamos y consagramos todos los pueblos de las Rusias al mismo Corazón Inmaculado, esperando absolutamente que sucederá que los votos que Nos, vosotros y todos los buenos hacemos por la verdadera paz, la concordia fraterna y la libertad debida a todos, y sobre todo a la Iglesia, sean un hecho cuanto antes sufragados por el potentísimo patrocinio de la Virgen María» (T 640).


3. La gran ley de la esperanza

Pablo, en la carta a los Romanos (5,4), ha formulado la admirable ley divina de la formación y fortalecimiento de la esperanza:

5,4: «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.
5,5: Y la esperanza no falla...»

Según esta admirable ley, en elprincipio mismo de la esperanza está la tribulación, o sea la dura prueba. Encadenadamente, de ella brota, a través de la paciencia y de la firmeza de la virtud, la esperanza. Esta ley había de cumplirse también en la Iglesia, y sobre todo en tan grande esperanza como la que le ha sido concedida por el Señor, la esperanza ecuménica, que mira en último horizonte a la perfecta unidad celeste del solo rebaño y pastor.

Antes del día en que al­cance por fin la última esperanza le espera la que es llamada en el Evangelio la tribulación por antonomasia.

Al frente de la gran tribulación estará en tan duros mo­mentos el «hijo del pecado». Conocidos son los pasajes que hablan de este instante. Mateo (24, 7-14), y los Sinópticos con él, nos ha­blan de tan graves instantes,y Pablo concreta sus rasgos en al­gunas cosas (2 Tes 2, 3)

Y antes de la esperanza ecuménica en la tierra, del v.14, tenemos una serie de tribulaciones jalonando la historia de la Iglesia en el anuncio profético de Cristo.

Þ      Primero,en general, «guerras y rumores de guerras» (v.6), que pueden referirse a toda la historia del mundo y de la Iglesia; pero no es el fin.
Þ      Después una conflagración universal de guerra, «nación contra nación y reino contra reino» (v.7), con hambres y terremotos. Este signo de la conflagración universal guerrera del mundo es solamente «el comienzo de los dolores del parto» de la nueva vida celeste, de la segunda venida del Señor, el Hombre nue­vo (v.8).
Þ      Después, el evangelista presenta una gran persecu­ción eclesial y confusión de seudo-carismáticos (falsos profetas, v.9-11), y en ello
Þ      la gran apostasía, al parecer consistente en el enfriamiento de la caridad o amor de Dios. He aquí las señales que propone Mateo antes de la esperanza ecuménica y como preludio suyo de tribulación.

Pablo en la epístola segunda a los Tesalonicenses, en su clásico pasaje sobre el anticristo, señala en los versos indicados (v.3-4) dos cosas:

Þ      la gran apostasía, y tras ella o en ella,
Þ      la apa­rición del hijo del pecado.

La gran tribulación, pues, parece así proponerse con estos signos:

a)       conflagración universal de guerra;
b)       persecución antieclesial y confusión intraeclesial.
c)       la gran apostasía o enfriamiento general de la caridad;
d)       la aparición del anticristo, hijo del pecado;
e)       la segunda venida del Señor.

Y he aquí las referencias eclesiales de pontífices que men­cionan estos signos, aplicándolos claramente a nuestro tiempo:

a)  Conflagración universal de guerras  (nación contra nación, reino contra reino) (Mt 24,7):

«Viendo como ven al presente (1943) levantarse una nación contra otra nación y un reino contra otro reino (Mt 24,7), y crecer sin medida las discordias, envidias y semillas de enemistades...» (Pío XII, encí­clica Mystici Corporis Christi: AAS 35 [1943] 195).

b)  La persecución antieclesial (Mt 24,9-11):

«Esto es lo que, por desgracia, estamos viendo: por primera vez en la historia asistimos a una lucha cuidadosamente preparada y calculada contra todo lo que se llama Dios (2 Tes 2,4)» (Pío XI, encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo: AAS 29 [1937] 66).

«Ese odio satánico (del comunismo) contra la religión recuerda el mysterium iniquitatis, del que nos habla San Pablo (2 Tes 2,7)» (Pío XI, encíclica Caritate Christi compulsi: AAS 24 [1932] 185).

c)  La gran apostasía (Mt 24,12):

«Aun al espíritu menos dispuesto se le ocurre que se acercan próxi­mos los tiempos de que vaticinó nuestro Señor: y puesto que abundará la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12)» (Pío XI, encí­clica Miserentissimus Redemptor: AAS 20 [1928] 176).

d) La aparición del anticristo, hombre de pecado (2 Tes 2,3-4):

«Vemos ciertamente que por aquellas regiones (dominadas por el comunismo) se trastornan todos los derechos divinos y humanos. Los templos son demolidos y destruidos; los religiosos y sagradas vírgenes son arrojados de sus casas y molestados con insultos, cruel­dades, hambres y cárceles; grupos de niños y doncellas son arreba­tados del gremio de la madre Iglesia, e inducidos a renegar y blasfe­mar de Cristo y a fortísimos crímenes de lujuria; todo el pueblo cristiano, sobrecogido de espanto y disperso, se encuentra en conti­nuo peligro de apostasía o aun de atrocísima muerte.

«Las cuales cosas son en verdad tan tristes, que se diría que, por me­dio de tales acontecimientos, se prenuncia ya ahora y se augura el prin­cipio de aquellos dolores (initia dolorum) que traerá el hombre de pe­cado, levantándose sobre todo lo que es llamado o reverenciado como Dios (2 Tes 2,4)» (Pío XI, encíclica Miserent. Redemptor: AAS 20 [1928] 175).

«En las asambleas humanas se insinúa solapadamente el espíritu del mal, el ángel del abismo (Apoc 9,11), enemigo de la verdad, atiza­dor de odios, negador y destructor de todo sentimiento fraterno.

«Creyendo próxima su hora, hace todo lo que puede por acelerarla» (Pío XII, radiomensaje de Navidad, 1947: AAS 40 [1948] 15).

e) La segunda venida del Señor:

«¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se consumen, por apresurar el día en que tú solo vivirás y reinarás en los corazones!

»Ven, ¡oh Señor, Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana...!» (Pío XII, homilía del día de Pascua, 1957: T 656).

Así como hemos comenzado esta sección con la ley pauli­na de la esperanza a través de la tribulación, lo vamos a cerrar con una admirable interpretación de esta ley hecha por el santo pontífice Pío X en su encíclica del cincuentenario de la Inmaculada, en 1904. Dice:

Sabemos por experiencia que es costumbre de la divina Providencia que la cumbre de los males no esté muy lejos de la liberación («non admodum dissocientur») (T 563).

Si, según Pablo enseña, la tribulación por la paciencia en­gendra, como término, la esperanza, la ley de la esperanza es que Dios interviene cuando el hombre entiende que no tiene punto humano en donde apoyarse. Esta es la hora de Dios. Por eso nada puede detener la esperanza de la Iglesia en su marcha, pues sabe que, cuando más trágicamente oscura se presenta la noche de los hombres, está a punto de brotar el primer rayo de la gran aurora (Rom 5,3-5).. Escribe el resto de tu post aquí.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Los "signos de los tiempos" y la ley de la Esperanza

Escribe tu resumen aquí. Escribe el resto de tu post aquí.