martes, 20 de enero de 2009

Calcedonia (451) Una persona divina en dos naturalezas íntegras

De Éfeso a Calcedonia
Entre Éfeso (431) y Calcedonia (451), se dan los siguientes, hechos relevantes:

o Cambios de patriarcas en las sedes de Constantinopla y Alejandría;
o La aparición en escena de un monje influyente Eutiques;
o El Tomo de León a Flaviano;
o El latrocinio de Efeso; y
o El Concilio de Calcedonia.

Concilio de Calcedonia (451). Este Concilio que tuvo consecuencias trágicas para el Oriente católico ya que se gestó el cisma de Oriente, definió con precisión terminológica el resultado del misterio de la Encarnación en Cristo. Una persona divina en dos naturalezas íntegras.

El II Concilio de Constantinopla (553). La confusión siguió al Concilio de Calcedonia. No fueron atendidos los cirilianos sinceros y sintieron Calcedonia enfrentado a Éfeso. Esto exigió un nuevo concilio que tuvo lugar a más de un siglo de distancia. En él, se condenaron las herejías cristológicas que de una u otra forma habían subsistido a los Concilios de Éfeso y Calcedonia.
III Concilio de Constantinopla (681). Con posterioridad, surgieron nuevas expresiones heréticas sobre el misterio de la Encarnación, el monoenergismo y el monotelismo que tuvieron que ser aclaradas. En este concilio se definió, contra el monoenergismo la doble actividad si bien realizadas por una única persona, la del Verbo, y contra el monotelismo, la doble voluntad divina y humana en Cristo. A este concilio se debe la centralidad de la humanidad de Cristo en la economía de salvación, así como la adoración de la humanidad de Cristo en que se funda por ejemplo la devoción al Corazón de Jesús.

EL CUARTO CONCILIO: CALCEDONIA: Una persona divina en dos naturalezas íntegras (451)

Entre Éfeso y Calcedonia, se dan los siguientes, hechos relevantes: los cambios de patriarcas en las sedes más relevantes de Constantinopla y Alejandría, la aparición en escena de un monje influyente Eutiques, Tomo de León a Flaviano, el latrocinio de Efeso, y finalmente el Concilio de Calcedonia.

Fin de la hegemonía ciriliana en Constantinopla

Proclo de Constantinopla

o Pa­triarca de Constantinopla después de la deposición de Nestorio. Murió en el año 446

o Fue importante en la evolución progresiva del dogma cristológico. Defendió que por lo mismo que se dice que el que nace de María es el Hijo de Dios, también hay que decir que este Hijo de Dios que nace de María muere en la cruz por nosotros, o sea, que la segunda persona de la Santísima Trinidad ha muerto por noso­tros según su naturaleza humana.

Dióscoro de Alejandría

o Sucedió a san Cirilo. Se hizo el portaestandarte de la doctrina de san Cirilo, discípulo muy adicto, no era un santo, sino un fanático, cerrado, ambicioso.

o Empleó la autoridad de san Cirilo en la línea que llevaría a la tragedia en Calcedonia. San Cirilo tuvo una actitud abierta con los que tenían otras preferencias terminológicas con tal de que reconociesen lo esencial del misterio revelado y aceptasen que en Éfeso la Iglesia había condenado justamente a Nestorio. Dióscoro quería enfrentarse a los antioquenos y cerrar el camino en la Iglesia a cualquier terminología de las «dos naturalezas», terminología que san Cirilo había aceptado en el Edicto de Unión de 433 con aprobación del papa Celestino, y que terminaría por triunfar en la Iglesia a partir de Calcedonia.

San Flaviano de Constantinopla.

o Formado en la terminología antioquena, era bondadoso y orto­doxo; discípulo de aquellos maestros, un tiempo enfrentados a san Cirilo pero reconciliados con él en 433.
o No era ciriliano, pero tampoco era hostil a san Cirilo, a diferencia de Teodoreto de Ciro, siempre anticiriliano intransigente.




Eutiques. Archimandrita de Constantinopla

o Era un archi­mandrita superior de monjes, influyente. Se creía auténtico y ferviente ciriliano, y que sentía una hostilidad absoluta a la terminología de las dos natu­ralezas, al creerla ligada intrínsecamente con la negación de la unidad de Cristo y con las afirmaciones de Nestorio.

o Juzgaba que Flaviano, era de nue­vo un nestoriano, opuesto al ciriliano san Proclo.
Una alianza seudociriliana fomenta la herejía monofisita

Eutiques, y con él todo el monacato constantinopolitano, su ahijado Crisafio y el patriarca alejandrino Dióscoro se aliaron contra Flaviano y tendieron a imponer, en nombre del Concilio de Éfeso y de la autoridad de san Cirilo, la doctrina herética, antitética al nestorianismo, la que negaba la humanidad del Señor o la confundía y la absorbía en la divinidad del Verbo.

Eutiques negaba la humanidad de Cristo, diciendo que la Encarnación absorbe la humanidad en la divinidad, y que no tiene sentido reconocer naturaleza humana en Cristo.

Eutiques declaró que el patriarca constantinopolitano era hereje nestoriano.

Eusebio de Dorilea, que -siendo un laico- fue el primero que denunció a Nestorio como hereje, ahora -siendo obispo- denunció al sedicente ciriliano Eutiques como hereje, negador de la huma­nidad íntegra de Cristo, ante un sínodo de Constantinopla-en 448. En él, se leyeron la segunda carta de san Cirilo -la que fue aprobada dogmáticamente en Éfeso (431)- y la que mandó al patriarca Juan aceptando la fórmula de Union 433, en que se reconocen las dos naturalezas en Cristo. En aquel sínodo, presidido por Flaviano, Eutiques fue condenado como hereje.
Apelación al papa. Definición dogmática de San León Magno

Eutiques apeló al papa León, a quien también se dirigió Flaviano. El papa san León Magno respondió con su célebre carta, de 13 de junio de 449, conocida como Tomo de León a flaviano, que es uno de los actos pontificios de enseñanza dogmática más ilustres de todos los siglos. Al enviarlo a Flaviano, el papa León esperaba que su palabra dirimiría la cuestión sin necesidad de convocar un concilio ecuménico, que se produciría después, por las circunstancias de la política imperial, en el año 451.

Tomo de León a flaviano sobre la Encarnación del Verbo de Dios

« (…)
»Pues cuando creemos en Dios Padre omnipotente se patentiza que es sempiterno con Él el Hijo; en nada diferente del Padre, (…) no dividido en la esencia. Este Unigénito sempiterno del sempiterno Engendrador "ha nacido del Espíritu Santo y de María Virgen". La cual Natividad temporal nada disminuye a aquella divina y sempiterna, y nada le añade, sino que se entrega todo a la reparación del hombre, que había sido engañado, para vencer al pecado y a la muerte con su virtud. (…).

»Así pues, entra en estas debilidades del mundo el Hijo de Dios, descendiendo del trono celeste y no apartándose de la Gloria paterna, engendrado en un nuevo orden por un nuevo nacimiento.

Por un nuevo orden: porque invisible en lo suyo, fue hecho visible en lo nuestro, el Incomprensible quiso ser comprendido; El que permanecía antes que todos los tiempos comenzó a ser en el tiempo, el Señor de todas las cosas tomó forma de siervo dejando en la sombra la inmensidad de su majestad; el Dios impasible no ha desdeñado ser hombre pasible, y el inmortal someterse a las leyes de la muerte.

Engendrado con nueva Natividad: porque la virginidad inviolada, que desconoció la concupiscencia, suministró la materia de la carne. Fue asumida de la Madre del Señor la naturaleza, no la culpa; y en el Señor nuestro Jesucristo, engendrado del útero virginal, no es desemejante la naturaleza de lo nuestro porque la Natividad sea admirable.

Pues el que es verdadero Dios, El mismo es verdadero hombre y no hay ninguna falsedad en esta unidad, por cuanto existen juntos la humildad del hombre y la alteza de la divinidad. Pues así como Dios no se cambia por su donación misericordiosa, así el hombre no queda destruido por la dignidad. Pues una y otra naturaleza obran en comunión con la otra lo que le es propio: obrando el Verbo lo que es del Verbo y cumpliendo la carne lo que es de ella. Lo uno resplandece con milagros, lo otro sucumbe a las injurias. Y así como el Verbo no se aparta de la igualdad de la gloria paterna, así la carne no abandona la naturaleza de nuestro linaje».

El «latrocinio efesino» de 449

El emperador Teodosio II -el mismo que había apoyado a Nestorio y tratado de reprimir la voz de san Cirilo de Alejandría pero que había después desterrado a Nestorio-, bajo la influencia de Crisafio, Eutiques y Dióscoro, convocó un nuevo Concilio en Éfeso que sería, para quienes rechazaron la doctrina de san León y posteriormente, la definición de Calcedonia, el II Concilio de Éfeso, y que el lenguaje tradicional de la Iglesia católica cono­cería como el «latrocinio efesino» (latrocinium ephesinum)

Lo presidió Dióscoro, quien rechazó la presencia de legados del papa. Allí se condenó al patriarca Flaviano de Constantinopla como nestoriano y a todos los adversarios de san Cirilo, entre ellos a Teodoreto de Ciro (el que había redactado la fórmula de unión de 433 que había aceptado san Cirilo). Flaviano de Constantinopla fue físicamente maltratado, hasta el punto de que murió a los pocos días. La Iglesia católica le tributa culto como mártir de la fe. Eusebio de Dorilea tuvo que huir.

Se elabora en comisión la fórmula dogmática de Calcedonia

La comisión la formaban veinticuatro miembros pertene­cientes a diversos patriarcados y regiones, y en ella había tam­bién quienes, por sus tendencias y opciones, pertenecían a los sectores partidarios u hostiles a la autoridad doctrinal de san Cirilo de Alejandría. Por el ambiente creado como reacción al latrocinio efesino, y por la tendencia de la política imperial de Marciano y Pulcheria, se daba una hegemonía de Teodoreto de Ciro y lo que él representaba.

El patriarca Anatolio propuso la fórmula que habla de que Cristo es de dos naturale­zas, en el sentido que procede de ellas aunque, después de la unión, la naturaleza humana ha quedado absorbida en la divina.

Los legados pontificios apoyaban que la fórmula incluyera la expresión de que Cristo es en dos naturalezas, en el sentido la naturaleza humana y la divina permanecen inconfusas después de la unión.

Los cirilianos insistían para que se recordara también que María ha de ser llamada Madre de Dios y, además, que quedara explícita la afirmación de la unidad de Cristo porque las dos naturalezas convienen en una única hipóstasis.

El sector antioqueno proponía afirmar que las dos naturalezas eran concurrentes en una sola persona, pero dado el equí­voco del término griego prósopon, que hubiera podido sugerir una unidad moral o de actitud y actividad, dejando sin afirmar la unidad entitativa resultante de que el Verbo «se hizo carne», hubiera resultado una fórmula no opuesta al nestorianismo. La laboriosa discusión no terminaría hasta muy entrada la madru­gada del mismo día en que la fórmula tenía que ser votada oficial y públicamente en la cuarta sesión del Concilio, el día 22 de octubre de 451.

La comisión aceptó y, providencial y casi mila­grosamente, aceptaron también los legados pontificios, que se añadiese a la palabra persona la palabra hipóstasis.

Finalmente, el texto votado en la sesión pública fue este:

« (…) recibe congruentemente las dos cartas sinódicas de san Cirilo, en su tiempo prelado de la iglesia alejandrina, a Nestorio y a los orientales, para rechazar las locuras de Nestorio... a las cuales, también, consecuentísimamente unió la carta del beatísimo sapientísimo arzobispo de la máxima y antigua ciudad de Roma, escrita al arzobispo Flaviano, de santa memoria, para destruir la mala inteligencia de Eutiques, (…)

Pues a ellos, que se esfuerzan en separar en dos hijos el misterio de la divina economía, resiste y a aquellos que se atreven a decir que es pasible la divinidad del Unigénito, excluye de la comunidad sagrada y a los que buscan mezcla y confusión en las dos naturalezas de Cristo y a los que fingen que antes de la unión eran dos naturalezas pero que es una después de la unión.

»Así pues, siguiendo a los Santos Padres, enseñamos todos, en forma acorde, que hay que confesar uno y el mismo Hijo, Señor nuestro, Jesucristo, Él mismo perfecto en la divinidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, Él mismo integrado por un alma racional y un cuerpo, consubstancial al Padre según la divinidad, y consubstancial Él mismo con nosotros según la humanidad, «en todo semejante a nosotros fuera del pecado» (Heb 4,15); antes de los siglos, ciertamente, nacido del Padre según la divini­dad, y en los últimos días Él mismo, por nosotros y por nuestra Salvación, nacido de María Virgen, Madre de Dios, según la humanidad.

»Uno y el mismo Cristo, Señor, el Hijo Unigénito, en dos naturalezas inconfusamente, inmutablemente, indivisamente, inseparablemente, ha de ser reconocido, nunca suprimida la diferencia de las naturalezas por la unión, más bien salvada la propiedad de una y otra naturaleza, que concurren en una sola persona e hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, el Verbo de Dios, el Señor Jesucristo: como antes los Profetas acerca de Él y el mismo Jesucristo nos enseñó, y nos transmitió el Símbolo de los Padres».

Puede verse en esta definición solemne la precisión de las palabras que cortan toda salida que no sea la de la verdad: una persona divina, y dos naturalezas íntegras, "sin confusión (o mezcla), sin cambio, sin división (unidad de persona), sin sepa­ración (una persona)". Eran las formas eutiquianas de concebir la absorción de la naturaleza humana por la divina, o su mezcla, siempre con perjuicio de la humana, que perdía su integridad. La naturaleza divina la posee con el Padre y el Espíritu Santo, la humana él solo y no el Padre ni el Espíritu, de forma personal individual.

Puede notarse en el texto conciliar que ya se emplea en su sentido en adelante fijo y clásico, la palabra "hipóstasis" por per­sona. Así en adelante hay que decir, conforme a este uso del tér­mino, que en Dios hay tres hipóstasis, y en Cristo una sola.
Acuerdo doctrinal entre Éfeso y Calcedonia

La profesión de fe de Calcedonia no había de constituir una ruptura doctrinal dogmática, con lo enseñado en Éfeso en 431, ni contradecir la doctrina de san Cirilo de Alejandría. Éste había aceptado el lenguaje diofisita en 433, y en el fondo podría decirse que en Calcedonia y en Éfeso se enseñaba la misma verdad, relacio­nada con la economía de nuestra salvación por Cristo. San Cirilo y Éfeso proclamaron que había que enunciar predicados divinos del Emmanuel nacido de María, mientras que en Cal­cedonia, en especial por el texto del papa León, se insistía en la realidad de los predicados humanos que convenían al Verbo eterno, misericordiosamente descendido para hacerse de la misma naturaleza que nosotros, los hombres.

En el plano dogmático es totalmente verdadero e iluminador lo que afirmó Pío XII, al escribir, en 8 de septiembre de 1951, en su encíclica Sempiternus Rex (1951) sobre el centenario del Concilio de Calcedonia: «Se equivocaban los nestorianos y los eutiquianos, y se equivocan algunos historiadores de hoy que dicen que el Concilio de Calcedonia modificó lo que se había definido en el Concilio de Éfeso. Por el contrario, el uno completa al otro, y la síntesis armónica del dogma fundamental cristológico se muestra definitiva en el segundo y en el tercer Concilios de Constantinopla, V y VI ecuménicos, de los años 553 y 681».

Progreso dogmático en el Concilio de Calcedonia

El dogma triunfó con una terminología muy válida. Pío XII, en la Sempiternus Rex, subraya la precisión del lenguaje que resultó de la enseñanza de san León y de la fórmula de Calce­donia. La palabra naturaleza se pone en la misma línea que la palabra esencia, y la palabra hipóstasis (substancia primera, sujeto) se pone en la misma línea que la palabra persona. Y así como en la Trinidad ya se decía desde san Basilio y san Gregorio Nacianceno, muy claramente, y lo admitieron san Atanasio y san Dámaso, que había una esencia o naturaleza y tres personas o hipóstasis, así en Cristo se dice «una persona o hipóstasis», que es la Segunda Persona de la Santísima Trini­dad, el Hijo nacido del Padre antes que todos los siglos, y dos naturalezas, la divina y la humana; la naturaleza divina, según la cual es consubstancial con el Padre, y la naturaleza humana según la cual nace de María, Madre de Dios, y por la que es de la misma naturaleza que nosotros. Y esta es la definición admi­rable de Calcedonia

EL QUINTO CONCILIO: CONSTANTINOPLA II (553)
Polémica cristológica entre los monjes acemetas y los monjes escitas

En Constantinopla surgió una querella entre dos grupos de monjes. A unos los llamaban «escitas». Estos escitas aceptaban Calcedonia y eran, a la vez, fervientes Cirilianos. Se profesaban fieles al papa san León y a san Cirilo rechazaban a quienes decían seguir a san León y Calcedonia no hablaban nunca de san Cirilo o hablaban mal de él; y a quienes, hablando bien de san Cirilo, decían que Calcedonia y san León eran herejes.

Los monjes escitas pidieron al papa que se reconociese que era legítimo y católico hablar como lo hacen los armenios y los sirios monofisitas: «El que murió en la cruz por nosotros es uno de la Santa Trinidad», es decir, que nuestro Redentor muerto en la cruz es el Hijo de Dios. El papa no quiso contestar y no quería que se complicasen más las cosas.

Los otros monjes vivían en Constantinopla, eran muy aus­teros y practicaban una especie de adoración perpetua, se llamaban «acemetas» («los no durmientes»). Estos monjes eran muy calcedonitas y se molestaron con los monjes escitas, a los que veían como monofisitas y enemigos de la fe de Calcedonia, porque querían decir que «Uno de la Trinidad ha muerto por nosotros», cosa que tam­bién decían los armenios y sirios. Afirmaban que esto no se podía decir, y que no estaba claro que María era Madre de Dios -el que muere en la cruz, como se ve en el Credo, es el mismo que nace de María.

Esta problemática duró unos años, hasta que el emperador Justiniano I (518-527), muy hábilmente, envió una consulta al papa Juan II en la que le preguntaba si podía decirse ortodoxamente que «Uno de la Trinidad había muerto por nosotros», si se podía decir ortodoxamente que «María era Madre de Dios», y también si «Cristo Dios, impasible en su divinidad sufrió en la carne». El papa respondió, en marzo del año 534 que las tres expresiones son «correctas, válidas, que deben ser consideradas conformes al Concilio de Éfeso y al de Calcedo­nia y expresión de la fe católica».

En más de cien años, no se habían citado en ningún docu­mento los doce anatematismos de san Cirilo. La respuesta pontificia de Juan II cita el anatematismo duodécimo para pro­bar la ortodoxia de la afirmación de que es Dios mismo el que padece en la carne. Los escitas tenían la fe recta, los acemetas estuvieron equivocados.

El papa dio la ra­zón definitivamente a los que la tenían, pero los monofisitas sirios, armenios y jacobitas no se convirtieron. Para esto hubo que esperar al V Concilio.

El II de Constantinopla (553)

El emperador Justiniano convocó un concilio. El Concilio redactó una serie de anatematismos titulados «Contra los tres capítulos» y, después de algunos meses, Vigilio los confirmó, y lo mismo hicieron los pontífices posteriores, pese a que ciertos sectores occidentales rechazaban este V Concilio, concebido como «enemigo» de Calcedonia, lo cual motivó cismas antirromanos en Milán y en Venecia. Estos cismas terminarían en tiempos de san Gregorio Magno, quien confirmaría de nue­vo y definitivamente la autoridad ecuménica del V Concilio.

La tarea del V Concilio abarca una doble línea temática:

Una primera y larga serie de cánones contienen precisiones terminológicas y definiciones doctrinales dirigidas a elaborar explícitamente aquella síntesis entre Éfeso y Calcedonia de que habló Pío XII en la citada encíclica Sempiternus Rex, en el XV centenario del Concilio de Calcedonia. Son los cánones que van del I al XI.

Los tres siguientes, del XII al XIV, condenan los tres capítulos, es decir, a Teodoro de Mopsuesta -el verdadero maestro de Nestorio, del que no se había tratado en Calcedonia, en el que alguna vez algunos Padres citan escritos sin formular reservas-, los escritos impíos de Teodoro de Ciro, hostiles a la doctrina de san Cirilo y a sus doce anatematismos, y críticos con el propio Concilio de Éfeso de 431, y la carta de Ibas de Edesa al persa Marín, en la que se compara a san Cirilo con el hereje Apolinar, y se descalifican sus doce anatematismos.

Los cánones del V Concilio

En los tres primeros cánones se encuentra claramente expresado lo que fue la idea central de san Cirilo, que es el mismo el Verbo y Cristo, y que, por tanto, las obras que le competen por la naturaleza divina y las que le convienen por su naturaleza humana hay que atribuirlas a un solo y mismo sujeto personal.

El canon 4 expresa admirablemente el sentido del misterio de la Encarnación redentora que «componen» lo divino y lo humano por haber asumido el Verbo realmente y puesto en Él una naturaleza humana concreta, hecho así ver­daderamente hombre. Se rechazan las posiciones que admiten formas de unión distinta de la unión según hipóstasis, como son: la unión según gracia u operación, según igualdad de honor, o según autoridad, o relación o hábito, o fuerza, o según buena voluntad, porque Dios Verbo se hubiera complacido con el hombre como dice Teodoro (Mopsuesta). O unión según homonimia, como dicen los nestorianos, que hablan de dos personas, aunque fingen hablar de una persona por la sola denominación de honor y dignidad y admiración. O unión de confusión como Apolinar y Eutiques. Los que hablan según Teodoro (Mopsuesta) o Nestorio aficionados a la división, introducen una unión habitual

El canon 5 advierte contra la tendencia a interpretar el lenguaje de Calcedonia en un significado casi nestoriano, que introducen en el misterio de Cristo dos hipóstasis y de las dos hacen una sola por dignidad, honor y adoración (Teodoro y Nestorio) y no confiesan que el Verbo de Dios se unión a la carne según hipóstasis. Esto explica que Nestorio afectase estar de acuerdo con el Concilio de Calce­donia, y explica también que la separación de los «nestorianos» respecto de Constantinopla y Roma fuese definitivamente cau­sada por el V Concilio.

El canon 6 insiste en la armonía doctrinal de la doctrina de Calcedonia con el dogma católico que había defendido san Cirilo de Alejandría y había definido el Concilio de Efeso sobre la afirmación de que la Santa y siempre Virgen María Madre de Dios, no es en sentido figurado, sino propio. Considerando una calumnia tratar de decir que Calcedonia la había afirmado en sentido figurado, inventado por Teodoro.

En el canon 7 se afirma que al decir en dos naturalezas hay que confesar a un solo Señor nuestro Jesucristo, reconocido en su humanidad y divinidad, ambas naturalezas unidas sin confusión y no en el sentido de división en partes. La sutil advertencia intenta evitar que del hecho de ser ver­dadero decir que Jesucristo es Dios y que Jesucristo es hom­bre se intente deducir que hay que hablar de Cristo Dios y de Jesucristo hombre como de dos entes distintos, cada uno de ellos subsistente por sí y separado del otro, a pretexto de la diferencia y dualidad de las naturalezas.

Al principio del canon 8 se remueve el lenguaje de los que reconocían la pro­cedencia de Jesús del Verbo y de María pero entendían que después de la unión ya no debía hablarse de dos naturalezas como lo había pretendido, al parecer, el patriarca Anatolio, para congraciarse con los eutiquianos en Calcedonia. También se Reconoce lo inadecuado de la terminología que había usado también san Cirilo, que hablaba de que «una es la naturaleza del Verbo de Dios encarnado», con lo que quería hablar de naturaleza como sujeto activo subsistente, pero que daba pie a la intepretación de los monofisitas. San Cirilo aceptó la terminología de las dos naturalezas en el Acta de Unión de 433, redactada con terminología de los antioquenos, que habían sido sus adversarios.

El canon 9 ha tenido trascendencia secular en la orienta­ción de la piedad cristiana al centrarse en la adoración de Cris­to atendiendo a su humanidad, tal como vindicaron la escuela franciscana y la devotio moderna, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús y los devotos del Sagrado Corazón de Jesús.

El canon 10 es la confirmación conciliar de la aprobación, por el papa Juan II en el año 534, de la fórmula de los monjes escitas, “Uno de la Trinidad murió, en su naturaleza humana, por nosotros en la cruz”.

En el canon11 es digno de observarse no sólo la ratificación del elenco de los cuatro concilios, sino el hecho de que la enumeración de los herejes incluye a Orígenes. No es este el único texto de Ma­gisterio en este sentido, pero sí, probablemente, el de mayor nivel y significado. Santo Tomás de Aquino afirmaba que Orí­genes era la fuente del arrianismo, y advertía que Orígenes y Arrio siguieron el error de los filósofos neoplatónicos, suplan­tando la Trinidad revelada por el emanatismo de tres hipóstasis, afirmadas en las sistematizaciones de aquellos filósofos.

En el canon 12 se expone la condenación de Teodoro. Si se lee con atención el texto condenatorio, y se tiene en cuenta que, por el prestigio de Teodoro en la escuela antioquena, había sido citado alguna vez en las discusiones doctrinales en el mismo Concilio de Calce­donia, se comprenderá por qué se pudo considerar convenien­te y aun necesario precisar el abismo doctrinal que había entre su modo de concebir a Cristo y el de la fe católica y ortodoxa.

Teodoro de Mopsuesta dijo que uno es el Dios Verbo y otro Cristo, el cual sufrió la molestia de las pasiones del alma y los deseos carnales, y que poco a poco se fue apartando de lo malo, y se mejoró por el progreso de sus obras, y se hizo irreprochable por su conducta, que como puro hombre fue bautizado, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y por el Bautismo recibió la gracia del Espíritu Santo, y fue hecho digno de la filiación divina y que a semejanza de una imagen imperial, es adorado como efigie de Dios Verbo, y que se hizo inmutable en su mente y absolutamente impecable después de la Resurrección; y dijo además el mismo impío Teodoro que la unión de Dios Verbo con Cristo fue como aquella de que habla el Apóstol entre el varón y la mujer: «serán dos en una sola carne» (Eph 5,31)

Los dos últimos cánones, el 13 y el 14, no condenan a Teodoreto (de Ciro) y a Ibas, sino sus escritos y a los que se mostraban hostiles con el Concilio de Éfeso y contra la autoridad de san Cirilo de Alejandría.

En ambos cá­nones se vindica a san Cirilo como predicador de la recta fe cristiana, y precisamente se vindica la ortodoxia de sus doce anatematismos. La hostilidad a san Cirilo se sitúa en línea con el rechazo del I Concilio de Éfeso: «escribieron contra la fe recta, san Cirilo y sus doce capítulos» o «contra la recta fe del Concilio I de Éfeso y san Cirilo y sus doce capítulos» y denuncia a los que «inculpan a san Cirilo como apolinarista y al I primer Concilio Efesino como habiendo condenado a Nestorio sin examen», y a los doce capítulos de san Cirilo, como «impíos y contrarios a la recta fe». Recordemos que, por haber sido leídos en Éfeso, con la tercera carta de san Cirilo a Nestorio aquellos anatematismos, la aprobación pontificia de la legitimi­dad del juicio contra Nestorio exige reconocer que san Cirilo no trató de imponer una opinión teológica propia, sino que ex­presó, con el máximo rigor y claridad, la verdadera fe sobre el Verbo encarnado.

Las condenaciones del V Concilio tienen una importancia muy grande en la historia del progreso dogmático. La senten­cia contra Teodoro nos muestra la tendencia asumida por aquel maestro antioqueno de ver en Cristo a un hombre que, por su propia justicia, merece ser considerado como hijo por Dios Padre.

Y esto no tiene nada que ver con el mensaje evangélico. Este es el punto contra el que combatió, en toda su vida apos­tólica, el apóstol Pablo, porque si el hombre, por sus fuerzas, puede autorredimirse y elevarse a la filiación divina, no tiene ya sentido la fe en la Encarnación del Verbo, no hay descenso misericordioso de Dios; el hijo del Hombre no está en el cielo, no es Aquel que ascenderá porque primero descendió miseri­cordiosamente a nosotros para llevarnos con Él. Nosotros somos elevados porque Él bajó primero y nos adoptó con su gracia para elevarnos: este es el mensaje de los evangelios, de san pablo, de san Juan.

El que tiene una visión antropocéntrica ascendente, autó­noma, de lo humano frente a Dios, y apoya y espera la salva­ción y la justicia de un orden social, o de lo que sea, en los esfuerzos humanos y no en la redención de Cristo que nos libra del pecado, no es un verdadero cristiano, ni en el siglo primero ni en el XXI. En cualquier hipótesis en que se quieran plantear las cuestiones, ya sea en un plano social, ya en un plano de esfuerzo autosalvador, eso no es cristiano.

Los pelagianos eran unos monjes muy austeros, que esta­ban tan convencidos de la importancia del esfuerzo y de la virtud que afirmaban que el hombre se santifica por la perse­verancia de su voluntad, a la que la gracia de Dios venía a ayudar. En este contexto, la Redención no tendría sentido. Es digno de consideración que ya en el Concilio de Éfeso se con­denaran simultáneamente las herejías nestoriana y la de Celestio, que correspondía, en Oriente, a lo que en Occidente era el pelagianismo.


EL SEXTO CONCILIO: CONSTANTINOPLA III (681)


El sexto concilio ecuménico tuvo lugar en Constantinopla el año 681, siendo papa Agatón (678-681). El objetivo de este concilio fue precisar la doctrina sobre las operaciones y volun­tades de Cristo contra la herejía que había surgido en el siglo VII, que suele llamarse «monotelismo», y que afirma una volun­tad única en Cristo. A esta doctrina se unía, como conexo y previo, el «monoenergismo», la negación de la dualidad de ope­raciones, divinas y humanas, coherente con la definición dogmática de Calcedonia.
El monoenergismo

En la primera etapa se afirma la unidad de operación. Es la fase monoenergista, que dura bastantes años (619-634).

El patriarca Sergio de Constantinopla dice que «el único y mismo Cristo e Hijo opera sus acciones divinas y sus acciones humanas... » -luego es diofisita, pues reconoce la naturaleza humana- «por una única y sola operación, que hemos de llamar teándrica», una operación que es divino-humana, por la cual se obran operaciones divinas y operaciones humanas.

Es una manera extraña de hablar, que podría entenderse no heréticamente si quisiese subrayar que Cristo es un único operante y que, como decía Calcedonia, «cada naturaleza obra sus operaciones propias en comunión con la otra», de modo que en Cristo, el Verbo eterno obra todo lo que obra en comu­nión con la naturaleza humana de Jesús, y que Jesús todo lo que obra en cuanto hombre lo obra desde la unidad hipostática, de modo que quien obra es el mismo Verbo eterno de Dios en sus operaciones humanas. Pero este término de «una sola ope­ración teándrica» sirvió de base para una cierta Acta de Unión entre el patriarca Sergio de Constantinopla, el año 633 -a los tres años de la liberación de Jerusalén de las manos de los persas- y el patriarca Ciro de Alejandría.

Hacia la táctica del silencio. El papa Honorio reco­mienda no tratar el tema

La polémica suscitada por san Sofronio inicia una nueva etapa, la del silencio. Sergio retrocede y dice que «no hay que hablar ni de una ni de dos operaciones (enérgeiai) en Cristo». Después de haber afirmado que había una operación, ahora dice que no hay que hablar de que sean una o dos. Suceden cuatro años de transición, en que la doctrina es ortodoxa y la táctica es el silencio.

Entonces el patriarca de Constantinopla, un poco para sacudirse la humillación que le había impuesto san Sofronio, escribe al papa Honorio (625-638) y le explica las cosas de una manera que Honorio, aprobando la idea de no hablar, sin dar de ninguna manera una definición monoenergista, acon­seja una táctica de silencio sobre el tema.

En este período de transición tenemos, pues, ortodoxia, silencio y confusión. Con­fusión que prepara la fase más aguda del problema, la fase propiamente monotelita.
El monotelismo

Esta tercera fase comienza el año 638, con un decreto im­perial de carácter dogmático llamado «Hectesis», en que el emperador dice qué es lo que hay que creer y que envía a los obispos. Orientado por el patriarca Sergio, el emperador Heraclio entra en la fase monotelita. Se mantiene el silencio, sin defini­ción sobre unidad o dualidad de operaciones, insistiendo siem­pre en que todas las operaciones de Cristo pertenecen al Verbo eterno, lo cual es verdadero, y afirmando ya aquí que en Cristo hay una sola voluntad.

Esto es incorrecto, el argumento que dan contra la dualidad de voluntades recuerda la línea de Apolinar de Laodicea, quien negaba en Cristo el entendimien­to, para que no pudiese tener malos pensamientos, como si la finitud de un entendimiento creado, humano, fuese constitu­tivamente fuente de error. El error es deficiencia. La defectibilidad de la voluntad no define a la voluntad. El libre albedrío no se define por la capacidad de pecar sino por la capacidad de ele­gir bienes que son «contingentemente apetecibles».

San Máximo el Confesor defiende la doctrina ortodoxa de las dos voluntades en Cristo

Esta etapa, iniciada con el decreto Hectesis, dura diez años y acaba con otro decreto imperial, de 648, llamado Typo. Así como en la fase de los diez años monotelitas hay una posición radical de exigir que los obispos enseñen que Cristo no tiene más que una voluntad -pues lo del silencio quedó atrás-, ahora vuelven otra vez a atenuar, vuelven a decir que no se debe hablar ni de dos operaciones ni de dos voluntades. El silencio se extiende también al tema del monotelismo junto al del monoenergismo. Así como en la primera etapa san Sofronio fue el gran Doctor, en esta época -de nueva posición de silencio y de equívoco- destaca san Máximo de Crysópolis, llamado Máximo el Confesor (580-662) Es uno de los grandes Doctores de la Cristología, de la teología dogmática sobre Cristo, de menor entidad y trascendencia his­tórica que san Cirilo, pero con una estricta fidelidad a él, al Concilio de Éfeso, al de Calcedonia y al V Concilio, unido a un gran sentido de Iglesia, de unión con el pontificado. Estos autores polemizaron con este silencio impuesto y llevaron la situación a su aclaración posterior en el Concilio de Constantinopla III.
El Imperio vuelve al apoyo de la ortodoxia: el Concilio III de Constantinopla

Este concilio, que es el III de Constantinopla y el VI Ecu­ménico, condena a los monotelitas, las doctrinas monoenergistas y ratifica Calcedonia y Efeso. Es un concilio que recoge las doctrinas del papa Agatón, quien envía una carta muy impor­tante, que también es acogida como lenguaje de Pedro: «Pedro ha hablado por Agatón», como había ocurrido en Calcedonia con la carta del papa san León. Se recoge también la doctrina del Concilio de Letrán del 649, y los Padres se inspiran en las posiciones de san Sofronio y san Máximo el Confesor contra el monoenergismo y el monotelismo. La fórmula no es muy extensa:

Rechaza a los que afirman que hay una sola voluntad y una sola operación en Jesucristo.

Fórmula del Concilio III de Constantinopla

«... decimos que sus dos naturalezas resplandecen en su única hipóstasis, en la que mostró tanto sus milagros como sus padecimientos, durante toda su vida redentora... [oikonomikés, dispensativa, destinada a comu­nicarnos la divinidad] no en apariencia, sino realmente; puesto que en una sola hipóstasis se reconoce la natural diferencia por querer y obrar, con comunicación de la otra, cada naturaleza lo suyo propio; y según esta razón, glori­ficamos también dos voluntades y operaciones naturales que mutuamente concurren para la Salvación del género humano.»

«... sigue también los cinco santos Concilios universales y, de acuerdo con ellos, define que confiesa a nuestro Señor Jesucristo, nuestro verdadero Dios, que es uno de la santa consubstancial Trinidad, principio de la vida, como perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consubstancial al Padre según la divinidad y el mismo consubstancial a nosotros según la humanidad, «en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Hebr 4,15); que antes de los siglos nació del Padre según la divinidad, y Él mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad Madre de Dios, según la humanidad; reconocido como un solo y mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin separación, sin división, pues no se suprimió en modo alguno la diferencia de las dos naturalezas por causa de la unión, sino conservando más bien cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o distribuido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Verbo de Dios, Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los Profetas, y el mismo Jesucristo, y el Sím­bolo de los Padres nos lo han transmitido (Conc. Cale. v. 148). »Y predicamos igualmente en Él dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conversión, sin separación, sin confusión, según la en­señanza de los santos Padres; y dos voluntades, no contrarias -¡Dios nos libre!-, como dijeron los impíos herejes, sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omni­potente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella.»

La voluntad humana de Cristo quiere lo que quiere el Ver­bo que quiera. La libertad de Cristo no consiste, como están buscando algunos teólogos contemporáneos, en una «autono­mía» de la voluntad del hombre frente a la voluntad del Verbo. Esto serían dos personas y, además, no tiene ningún sentido.

Consecuencias de este concilio para el conocimiento de Cristo en su humanidad

El Concilio III de Constantinopla tiene, además, una im­plicación doctrinal muy importante: sin su definición no tendríamos formulado en la Iglesia, en un lenguaje dogmático, lo que es el fundamento inmediato del culto a Cristo en cuanto hombre, que ha ido predominando cada vez más en la historia de la Iglesia.

Si no se olvida que Cristo es Dios -y esto no lo olvidaron ni san Francisco ni san Bernardo ni el venerable Tomás de Kempis ni san Ignacio de Loyola ni san Francisco de Sales ni santa Margarita María de Alacoque ni el cardenal Bérulle ni santa Teresa de Jesús, por citar a hombres de Dios que han hecho progresar en la Iglesia este culto-; si no se olvida que Cristo es Dios, se avanza provechosamente en la predicación, en la me­ditación, en el lenguaje espiritual, por la atención a Jesucristo en su naturaleza humana, recordándole «como si lo viésemos», cómo era humanamente, cómo nació en un pesebre, cómo vi­vió una vida oculta en Nazaret, cómo estuvo treinta años «como cualquier hijo de vecino», de modo que después los mismos vecinos se enfadaron de que fuese sabio, cómo enseñó, cómo se cansó, cómo lloró, cómo amó a sus amigos, y todo lo que nos proponen los Ejercicios ignacianos, esto es, contemplar las es­cenas evangélicas, y todo lo que es penetrar a través de este recuerdo de la historia evangélica, tratando de que Dios nos ayude a conocerle por dentro en verdad, intimar con Cristo en su humanidad... Santa Teresa oyó una vez decir: «Pensar a Cristo como hombre aparta de la consideración de Cristo como Dios»; y replicó: «Que digan lo que quieran, a mí me parece mal», y más adelante agrega, con toda certeza, como quien habla como Doctora de la Iglesia, como quien lo sabe desde la fe: «No oigáis a nadie que os quiera apartar de la considera­ción de la sagrada humanidad de Cristo, porque Dios se hizo hombre para ser nuestro camino».
Profunda coherencia con el Concilio de Calcedonia

Esta definición del VI Concilio es una consecuencia, un enlace conceptual, de Calcedonia. ¡Cómo iba a tener Cristo verdadera naturaleza humana si no tuviera operación humana! Si la integridad de la naturaleza humana exige que Cristo tenga inteligencia humana, ¿cómo no va a tener voluntad humana? En esto se ve, una vez más, que el Concilio de Calcedonia fue un concilio inspirado, un concilio de la Iglesia católica.
Con el VI Concilio tenemos ya una serie de definiciones: Cristo es Dios (Nicea, 325), el Espíritu Santo es Dios (Constantinopla I, 381), Cristo es Dios, de modo que su Madre es Madre de Dios (Éfeso, 431); Cristo es verdaderamente hom­bre porque es hijo de una mujer que en la naturaleza humana ha engendrado al mismo Verbo eterno de Dios, que ha querido ser hombre para salvarnos (Calcedonia, 451). La ratificación de todo esto es el V Concilio, II de Constantinopla, del año 553. Ratificación deduciendo la consecuencia, que no podía negar- se sin derogar Calcedonia y Éfeso, de la operación humana y la voluntad humana de Cristo (III de Constantinopla, 681)

lunes, 5 de enero de 2009

Aula P. Igartua - "Una persona divina en dos naturalezas"- Calcedonia


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