sábado, 31 de diciembre de 2016
domingo, 13 de noviembre de 2016
SAN JUAN XXIII INSPIRADOR DEL CONCILIO (I)
El breve Pontificado del Papa Juan XXIII suscitó una nueva etapa de esperanza
ecuménica. Veamos los diversos puntos de esta esperanza, a través del Papa que
movilizó a la Iglesia en el Concilio Ecuménico Vaticano II.
El capítulo dedicado a Juan XXIII consta de los siguientes apartados:
Ø
La unidad de los cristianos
a)
La unión del Oriente separado
b) La unidad de todos los
cristianos
Ø
La unidad de todos los hombres
Ø
La alocución de Juan XXIII al Sínodo
Romano
Ø
Juan XXIII y la esperanza ecuménica en el Concilio Vaticano II
Ø
Juan XXIII y la imagen del Buen Pastor
En esta
primera sesión veremos los dos primeros apartados: la unidad de los cristianos;
y la unidad de todos los hombres. Hacemos una selección de los textos que expuso
el P. Igartua S.J..
La
unidad de los cristianos
La
idea de la unidad cristiana llenó la mente de Juan XXIII desde antes
de su Pontificado. Fue nombrado Visitador Apostólico de Bulgaria el 19 de marzo
de 1925, y Delegado Apostólico para Turquía y Grecia el 16 de octubre de 1931.
Primer radiomensaje,
el 29 de octubre de 1958:
«Abrazamos con encendida y
paterna caridad a la Iglesia, tanto occidental como oriental; y también a
todos aquellos que han sido separados de esta Sede Apostólica, donde Pedro
vive hasta la consumación del mundo en sus Sucesores y desempeña el mandato de
Jesucristo de atar y desatar todas las cosas en la tierra y de apacentar todo
el rebaño del Señor: a todos ellos, decimos, les abrimos Nuestro corazón y
les tendemos las manos abiertas.
Esperando su vuelta
a la casa del Padre común, repetimos estas
palabras del divino Redentor: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me
diste, para que sean uno, como nosotros (Jn., 17, 11). Porque así se
hará un solo rebaño y un solo pastor».
a) La unión del Oriente separado
El 13 de mayo
de 1956, como legado
del Papa en Fátima, con ocasión del 25
aniversario de la Consagración de Portugal al Corazón de María, en su
homilía:
«… Añadiré a ellos, en la
veneración de mi pueblo y recuerdo de esta peregrinación mía, el testimonio de
mis deseos por todo lo más querido a
mi corazón de pastor, en las actuales circunstancias tan
delicadas, oh Señora de Fátima, como es el volver a reunir otra vez Oriente
y Occidente en tu amor, desde el nacimiento del sol hasta su ocaso».
En el discurso del 5 de junio de 1960,
domingo de Pentecostés, a Cardenales,
clero y pueblo, Juan XXIII ante las reliquias de los dos Doctores
orientales, San Gregorio Nazianceno y San Juan Crisóstomo:
«Son las dos voces más autorizadas, las
de ambos santos, para presagiar, bendecir e interceder por el retomo de las Iglesias de
Oriente al abrazo de la Iglesia una, santa,
católica y apostólica.
«¡Oh, qué prodigioso suceso seria
éste y qué flor de humana y de celeste caridad la preparación decidida para la
reunión de los hermanos separados de Oriente y de Occidente en el único rebaño
de Cristo, Pastor Eterno! Esto debería representar uno de los frutos más
preciosos del próximo Concilio Ecuménico Vaticano II».
Al filo de su última enfermedad, en mayo de 1963, publicaba la
Epístola Apostólica «Magnifici eventus», dirigida a los Obispos de las
naciones eslavas:
«Sabéis, Venerables Hermanos,
que Nos esforzamos y procuramos con ardientes deseos que los orientales que
se honran con el nombre de cristianos, separados de la comunión de la Sede
Apostólica, traten de volver a la misma y que de manera gradual (gradatim) en
el cumplimiento del deseo de Cristo, se consume la unidad del único rebaño y
pastor».
b) La unidad de todos los cristianos
El 24 de
octubre de 1954, Año
Mariano de la Inmaculada, el Cardenal
Roncalli, como Legado Papal, en la Misa de clausura del Congreso Mariano
Internacional de Beirut:
«Todavía una petición, ¡oh María! Puesto
que por respeto a la plegaria de Jesús: Que todos sus hermanos estén unidos
entre sí y con El, como El con el Padre (Jn., 17, 23), el anuncio de un solo
rebaño bajo el cayado de un solo pastor, seguramente se realizarán, haz, oh
María, que esta realización de la unidad, a la cual aspiran todos los creyentes
en Cristo, comience a partir de aquí, de la tierra del Líbano, por tu
intercesión»
Y puntualizaba así, continuando, su
pensamiento en dicha plegaria:
«La reconstitución
de la catolicidad en su amplitud y
perfección será el suceso más importante de los tiempos modernos-».
El mensaje
radiado de Navidad del año 1958, dos meses después de su
elección:
«Recordando las palabras de tantos
Predecesores Nuestros que, desde la cátedra apostólica, extendieron —desde el
Papa León XIII
al Papa Pío XII, pasando por San Pío X, Benedicto XV y Pío XI, todos dignísimos y gloriosos
Pontífices— la invitación a la unidad, Nos permitimos —quid dicimus? Nos
permitimos?—, pretendemos seguir, humilde pero fervientemente, Nuestra tarea, a
la que Nos espolean la palabra y el ejemplo que Jesús, el Buen Pastor divino,
continúa dándonos al mirar las mieses que blanquean sobre vastos campos
misioneros: Es preciso que a ésas también las traiga, y se hará un solo
rebaño y un solo pastor, y en el clamor elevado a su Padre en sus últimas
horas, en la inminencia del supremo Sacrificio: Padre, que sean uno, como Tú, Padre, en Mí y
Yo en Ti, que ellos sean uno en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me has
enviado (Jn., 17, 21)».
Desde el principio de su Pontificado eran propuestos a los hombres
como dos lemas del pensamiento de Juan XXIII, «el único rebaño y pastor» hablando
de la unidad del mundo misionero, y el «que sean uno», pensando en la
unidad de los cristianos.
En la Carta de
3 de enero de 1959 a los «Franciscans Friars
of Atonement», fundados por Watson, el iniciador del
Octavario de oraciones por la unidad cristiana, dice:
«Como el divino Salvador, el Sucesor de
Pedro puede decir: Tengo otras ovejas, que no son de este redil. También a
éstas tengo que traerlas, y oirán mi voz. En efecto, Nuestro ilustre
Predecesor y Nos mismo hemos dirigido con frecuencia llamamientos amorosos a
nuestros hermanos separados, invitándoles afectuosamente a volver a la Casa de
su Padre, de modo que pueda cumplirse la oración del Redentor: Y no habrá
más que un solo rebaño y un solo pastor».
En la homilía
de la canonización de los Santos Carlos de Sezze y Joaquina Vedruna de Mas, el 12 de abril de 1959, ya dado el anuncio del gran Concilio:
«Por lo que a Nos toca, Venerables
Hermanos y amados hijos, rogamos juntamente con vosotros a estos Santos para
que quieran alcanzar de la divina clemencia a Nos, que soportamos el peso del
Sumo Pontificado, principalmente lo que sirva para llevar a feliz término, con
la ayuda de la divina gracia, los trabajos emprendidos, ya anunciados al mundo
católico: que haya un solo rebaño y un solo pastor para todos los cristianos
unidos entre sí con amor fraterno, y que todos los pueblos, apaciguados por
fin los ánimos y arreglados con orden, justicia y caridad los problemas,
progresen en la consecución de tal prosperidad que sea anuncio y auspicio de la
eterna felicidad».
El 29 de
junio de 1958, la Encíclica programática «Ad
Petri Cathedram»:
«Todos saben que el divino
Redentor fundó una sociedad, tal que permaneciese una hasta el fin de los
siglos, según aquello: Yo estoy con vosotros todos los días hasta la
consumación de los siglos (Mt., 28, 20); y por esta causa dirigió al Padre
celeste encendidas plegarias.
«Y esta oración de Jesucristo,
que ciertamente fue grata al Padre y escuchada conforme a lo que se le debía
(Hebr., 5, 7): Que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, que
ellos sean uno en Nosotros (Jn., 17, 21), Nos infunde una dulcísima
esperanza y confirma que por fin sucederá que todas las ovejas que no son de
este redil quieran volver a él; por lo cual, conforme a la afirmación del mismo
Redentor: se hará un solo rebaño y solo pastor».
Y al terminar la exposición de la unidad de la Iglesia, robustece su
esperanza de la futura unidad de los cristianos el recuerdo de la oración de Cristo
en la Cena:
«Aumente y llene esta esperanza, este
anhelo Nuestro, la divina oración de Cristo: Padre Santo, guárdalos en tu
nombre a los que me diste, para que sean uno, como nosotros... Santifícalos
en la verdad: tu palabra es la verdad... No sólo por ellos te ruego, sino
también por los que han de creer en Mí por su palabra... para que sean consumados en uno».
En el año
1960, el documento más importante, aparte de
los del Concilio, es la Encíclica «Aeterna
Dei Sapientia» sobre San
León I el Magno:
«Sin embargo, vemos con alegre consuelo
y suave esperanza, que en varias partes de la tierra se hacen esfuerzos más
frecuentes por muchos, que con gran empeño tratan de alcanzar que se
instaure entre los cristianos lodos aun aquella unidad visible, que satisfaga
dignamente a los pensamientos, mandatos y deseos del Señor.
«Y teniendo Nos la persuasión
de que esta unidad, que tantos hombres de magnífica voluntad desean no sin
una inspiración del Espíritu Santo, no puede realizarse sino según aquella
predicción de Jesucristo: se hará un solo rebaño y un solo pastor, por ello imploramos con preces ardientes al mismo
Cristo, a quien tenemos por Mediador y Abogado ante el Padre (1 Tim., 2, 5),
que todos los cristianos conozcan las notas con que la verdadera Iglesia suya
se distingue de las demás, y se entreguen a ella a manera de hijos fidelísimos».
He aquí los anhelos, la ardiente oración de Juan XXIII por la unidad
visible reconociendo la inspiración ecuménica del Espíritu, aun fuera de la
Iglesia católica, pero al par afirmando que no hay sino una sola manera de
realizarla: la Iglesia católica romana. Y entonces expresa con vehemencia el
hondo anhelo de su alma, que será «el triunfo del Cuerpo Místico de Jesús»:
«Ojalá lo haga así Dios
benignísimo, que cuanto antes brille aquel día deseadísimo en que se reúna la
feliz concordia de todos! Entonces todos los
que han sido redimidos por Cristo, juntándose en una sola familia y alabando
juntos la divina misericordia, cantarán con una misma voz alegre: ¡Qué bueno
y alegre es que los hermanos habiten reunidos!
«Y esta paz, con que los hijos de un
mismo Padre celeste y herederos todos de su misma felicidad eterna se saludarán
mutuamente, testificará ciertamente el glorioso triunfo del Cuerpo Místico
de Jesucristo».
El 13 de octubre de 1962, Alocución a
los Observadores de las Iglesias separadas presentes en
el Concilio:
«Vuestra presencia aquí, tan
estimada, la emoción que oprime mi corazón sacerdotal, de Obispo de la Iglesia
de Dios, como lo dije hace poco en el Concilio, la emoción de mis colaboradores
y también la vuestra propia, estoy seguro me invitan a confiaros el deseo de mi
corazón, que ansia ardientemente trabajar y sufrir para que se acerque la
hora en que se realizará, para todos, la oración de Jesús en la última Cena-».
El
22 de diciembre de 1962, el
Mensaje de Navidad:
«Sobre el vasto y complicado horizonte,
todavía agitadísimo de la creación, cuya imagen se halla en las primeras
líneas del Génesis (Gen., 1, 2), el Espíritu de Dios iba sobre las aguas. Más
allá de precisiones y aplicaciones más menudas, es cierto que, refiriéndose a
cuanto sobrevive del patrimonio espiritual de la Iglesia, aun en aquello en lo
que se encuentra en plenitud, pocas veces en la sucesión de la era
cristiana, transcurridos veinte siglos, se ha podido advertir una
inclinación tan apremiante de los corazones hacia la unidad querida por el
Señor.
«La sensibilidad que puede constatarse
en esta primera presentación del problema religioso a la atención de nuestros
contemporáneos, a través del Concilio Ecuménico concentra a todos
preferentemente en torno a la alegoría del único rebaño y del único pastor. Es
un concentrarse tal vez tímido, tal vez con alguna aprensión de prejuicio, que
sabemos imaginarnos y queremos comprender también para poderlo superar con la
gracia divina.
«El unum ovile et unus pastor —que
encuentra acentos de íntima súplica en el unum sint de la última Cena— vuelve
con eco imperioso desde el fondo de veinte siglos cristianos y late en el
corazón de cada uno».
Y prosiguiendo en la apasionada llamada del unum sint, añade
poco después:
«¡Que sean uno, que sean uno!». Que todos sean una sola cosa, como Tú estás en mí, Oh Padre, y yo en
Tí, que sean ellos también una sola cosa en nosotros: para que el mundo crea
que Tú me has enviado (Jn. 17, 21). Esta es la única explicación del milagro de
amor iniciado en Belén, del cual los pastores y los magos fueron las primicias:
la salvación de todas las almas, su unión en la fe y en la caridad, por
medio de la Iglesia visible fundada por Cristo-».
Recuerda que la obligación no es
realizar la unidad sino hacer lo posible por ella, y que de esto seremos
examinados el día del juicio. Y termina concreta y espléndidamente:
«Este
latido del corazón de Cristo debe invitarnos a un propósito renovado de
entrega para que entre los Católicos permanezca solidísimo el amor y testimonio
hacia la primera nota de la Iglesia (la unidad): y para que en el vasto
horizonte de las denominaciones cristianas, y más allá, se realice aquella
unidad, hacia la cual sube la aspiración de los corazones rectos y generosos».
El
25 de enero de 1963, último día del Octavario, hablando a
los participantes en un congreso deportivo:
«Hoy por la mañana, como el 18 de enero
pasado, hemos ofrecido el divino sacrificio por esta intención, como eco de
ferviente súplica a la plegaria de Jesús en la última Cena: que todos sean una
sola cosa, ¡Ut unum sint!
»Pues bien, la gracia del Señor quiere
ciertamente servirse de todos los medios para que los hombres se encuentren, se
conozcan, se amen, y a partir de aquí a través de un camino posterior, que
es un secreto de la gracia celeste, lleguen a penetrar y vivir el
precepto —aporque se trata de un precepto del Señor—, del unum
sint, bajo la vigilancia paternal y la guía del único pastor».
De nuevo como otras veces a lo largo de su vida, el
unum sint y el único rebaño y pastor entrelazan sus fórmulas en la
expresión de su esperanza.
La
unidad de todos los hombres
El 28 de
noviembre de 1959 publicó la Encíclica misionera «Princeps pastorum».
«Estimamos y tenemos
por cierto, que nunca haremos bastante para que los anhelos del divino
Redentor en esta materia se lleven a efecto, y así se congreguen todas las ovejas
felizmente en un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor».
El
11 de octubre de
1959 había celebrado en la Basílica
Vaticana la despedida misionera,
con imposición del crucifijo, a 500 misioneros. Juan XXIII, les exhortó:
«Tened valor: la Iglesia ha recibido de su Fundador el
mandato universal de dirigirse a todas las naciones, para reunirías en una
sola familia, y ninguna fuerza humana, ninguna dificultad ni
obstáculo puede debilitar el impulso misionero, que sólo terminará cuando Jesús
entregue el reino al Padre».
En el paso del año 1959 al 60 hallamos en Juan XXIII tres veces la
mención de la llegada del Reino de Dios a la tierra.
Ø
En
su Alocución con ocasión del Decreto de virtudes de Isabel Seton,
primera Venerable norteamericana, el 18 de diciembre, «entrevé en el horizonte las
más hermosas esperanzas para el triunfo del Reino de Cristo, según la viva
expresión de la oración dominical: ¡Adveniat
regum tuum!»
Ø
En
el mensaje navideño del 23 de diciembre: «El
misterio de Navidad nos da la certeza de que nada se pierde de la buena
voluntad de los hombres, de cuanto ellos obren con buena voluntad, tal vez sin
ser del todo conscientes de ello, para
el advenimiento del Reino de Dios sobre la tierra y para que la ciudad
de los hombres se modele a ejemplo de la ciudad celeste».
Ø
El
10 de enero de 1960, a la Acción Católica
recuerda que la ayuda que prestan a la Jerarquía «expresa y sugiere, en unión
con el sacerdocio católico, la consonancia de ideales y amores para el «Adveniat Regnum tuum» sobre toda la
tierra, y para la salvación de cada alma».
Juan XXIII, a los Padres Sacramentinos, en
la audiencia a su Capítulo del 28 de junio de 1961:
«Debemos rechazar todas las ilusiones
fáciles, ya que si se llegase a poner en acto el ideal completo sería verdaderamente
la hora dichosa de cerrar todas nuestras puertas y casas y marchar en coro
exultante al Paraíso (in coro osannante al Paradisol
«Hará falta mucho, por el
contrario, antes de que todas las naciones del mundo se den cuenta del mensaje
evangélico; y también, encontraremos
dificultad no pequeña en hacer cambiar la mentalidad, las tendencias, los
prejuicios de los que han pasado antes que nosotros; y hará falta, de todos
modos, también examinar lo que el tiempo, las tradiciones, las costumbres han tratado
de insertar sobreponiéndose a la realidad y a la verdad.
«Permanece, con todo, intacto y
ardiente el deseo de responder al anhelo de unidad manifestado por el divino
Maestro, y todo nuestro empeño para que un día los pueblos de todas las
latitudes queden unidos con los dulcísimos lazos del único Credo de la santa
Iglesia de Dios» .
Este texto, después de rechazar «las ilusiones fáciles»,
inmediatamente surge su esperanza, a pesar de todo, de que se llegue a un día
en que «todas las naciones se den cuenta del mensaje evangélico», matizando
esta esperanza, «hará falta mucho tiempo» para ello. Todo esto está claramente
mostrando que en su pensamiento se afirma la idea de que llegará ese día. Ha
excluido la «plenitud» de la realización, como si fuera un cielo en la
tierra, ilusión peligrosa.
El 2 de
febrero de 1963, en
la ceremonia tradicional de la bendición de los cirios.
«Los grandes pueblos del Asia y del Extremo Oriente, cuyas luces de
civilización conservan huellas indudables de la primitiva revelación divina,
serán llamados un día por la Providencia —Nos
lo sentimos como voz misteriosa del Espíritu— a dejarse penetrar de la
luz del Evangelio, que brilló en las costumbres de Galilea, abriendo el libro
de la nueva historia, no de un pueblo o de un grupo de naciones, sino de todo
el mundo»
He aquí, pues, a Juan XXIII, el Pontífice
que siente las llamadas del Espíritu en su alma, oyendo la voz misteriosa que
le habla desde el fondo: también los grandes pueblos asiáticos orientales
(China, India, etc.) formarán un día, como los occidentales antes y al par de
ellos, la nueva historia del gran pueblo de Dios.
Esta es la perspectiva en que se
proyectaba su anhelo de la unidad cristiana primera, como un paso de la
evangelización del mundo. Recordemos el texto, ya antes citado al hablar de la
unidad cristiana, del 16 de mayo de 1963, veinte días antes de su muerte, y
dirigido a las Obras Pontificias Misionales, a las que habla del unum sint de
los cristianos, pero en esta perspectiva precisamente universalista:
«Este prodigio de la unidad
cristiana, que Nos rogamos con oración cotidiana al Señor, quiere mover también
a los artífices de las estructuras civiles, a los estadistas y hombres de
gobierno, por los caminos de la mutua integración, del respeto de las sólidas
instituciones internacionales; quiere conducir a medios eficaces de comprensión
y de colaboración, para que la humanidad, sobre cuya frente está sellada la
luz del rostro de Dios (Sal. 4, 7), pueda finalmente encontrarse unida,
como en un fraterno abrazo, en la expansión de la paz cristiana» (T. 678).
No hemos hablado aquí de los textos
relativos al acontecimiento conciliar, que deberían ser sumados a éstos, cuando
hablan de la perspectiva de evangelización universal, en esperanza, en que se
sitúa el Concilio en la mente de Juan XXIII.
sábado, 5 de noviembre de 2016
martes, 1 de noviembre de 2016
INTENCIONES DE ORACION DEL SANTO PADRE CONFIADAS A RED MUNDIAL DE ORACION, (APOSTOLADO DE LA ORACIÓN) PARA EL AÑO 2017
ENERO
Por la evangelización: Los cristianos al servicio de los desafíos de la
humanidad.
Por todos los cristianos, para que,
fieles a las enseñanzas del Señor, contribuyan con la oración y la caridad
fraterna, a restablecer la plena comunión eclesial, colaborando para responder
a los desafíos actuales de la humanidad.
Intención de la CEE: Por la
unidad de todos los creyentes en Cristo, para que los esfuerzos de las iglesias
no sean en vano y se logre la unidad que Jesucristo ha querido para sus
seguidores.
FEBRERO
Universal: Acoger a los necesitados.
Por aquellos que están agobiados,
especialmente los pobres, los refugiados y los marginados, para que encuentren
acogida y apoyo en nuestras comunidades.
Intención de la CEE: Por todos
los consagrados y en especial por los que se dedican a la vida contemplativa
para que, siguiendo el consejo del Señor se orar sin desfallecer, tengan
siempre sus ojos fijos en el Señor y con su oración sostengan la misión de la
Iglesia.
MARZO
Por la evangelización: Ayudar a los cristianos perseguidos.
Por los cristianos perseguidos, para
que experimenten el apoyo de toda la Iglesia, por medio de la oración y de la
ayuda material.
Intención de la CEE: Por las vocaciones al
sacerdocio, para que los jóvenes escuchen la llamada del Señor y respondan con
generosidad a ella, y el fomento de las vocaciones sea un empeño de todos los
miembros de la Iglesia.
ABRIL
Universal: Jóvenes
Por los jóvenes, para que sepan
responder con generosidad a su propia vocación; considerando seriamente también
la posibilidad de consagrarse al Señor en el sacerdocio o en la vida
consagrada.
Intención de la CEE: Por los que son bautizados o
reciben la Eucaristía por primera vez y la confirmación; para que sean miembros
vivos de la Iglesia y colaboradores activos de su misión.
MAYO
Por la evangelización: Cristianos de África, testigos de la paz.
Por los cristianos de África, para que den un
testimonio profético de reconciliación, de justicia y paz, imitando a Jesús
Misericordioso.
Intención de
la CEE: Por las familias cristianas, para que sean como
iglesias domésticas donde se vive y trasmite el evangelio de Jesucristo.
JUNIO
Universal: Eliminar el comercio de las armas.
Por los responsables de las naciones, para que se
comprometan con decisión a poner fin al comercio de las armas, que causa tantas
víctimas inocentes.
Intención de la CEE: Por el Papa Francisco, Obispo
de Roma y sucesor de Pedro, y por todos los obispos en comunión con él para que
el Señor les asista en su misión de ser pastores del pueblo de Dios.
JULIO
Por la evangelización: Los alejados de la fe cristiana.
Por nuestros hermanos que se han
alejado de la fe, para que, a través de nuestra oración y el testimonio
evangélico, puedan redescubrir la cercanía del Señor misericordioso y la
belleza de la vida cristiana.
Intención de la CEE: Por los que sufren de manera
especial las consecuencias de la crisis económica: los desempleados y sus
familias, sobre todo los más jóvenes, a fin de que con la ayuda de Dios y la
solidaridad de todos encuentren un trabajo digno y estable.
AGOSTO
Universal: Por los artistas.
Por los artistas de nuestro tiempo,
para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a
descubrir la belleza de la creación.
Intención de la CEE: Por todos los cristianos para
que aprovechen el tiempo de descanso para tener un encuentro con el Señor,
desde la familias y el sano disfrute de la creación.
SEPTIEMBRE
Por la evangelización: Parroquias al servicio de la misión.
Por nuestras parroquias, para que,
animadas por un espíritu misionero, sean lugares de transmisión de la fe y testimonio
de la caridad.
Intención de la CEE: Por los catequistas,
profesores de religión y quienes tienen el encargo de anunciar a Jesucristo,
para tengan siempre presente la gran importancia de su misión y se formen
adecuadamente para que sea más fructífera su labor.
OCTUBRE
Universal: Derechos de los trabajadores y desempleados.
Por el mundo del trabajo, para que a
todos les sean asegurados el respeto y la protección de sus derechos y se dé a
los desempleados la oportunidad de contribuir a la construcción del bien común.
Intención de la CEE: Por la Iglesia en España,
para que siga viviendo la inquietud misionera y alentando a quienes entregan su
vida a la difusión del Evangelio.
NOVIEMBRE
Por la evangelización: Testimoniar el Evangelio en Asia.
Por los cristianos de Asia, para
que, dando testimonio del Evangelio con sus palabras y obras, favorezcan el
diálogo, la paz y la comprensión mutua, especialmente con aquellos que pertenecen
a otras religiones.
Intención de la CEE: Para que el Señor conceda la
verdadera paz y concordia entre los pueblos, y nunca se invoque el nombre santo
de Dios para justificar la violencia y la muerte.
DICIEMBRE
Universal: Por los ancianos.
Por los ancianos, para que
sostenidos por las familias y las comunidades cristianas, colaboren con su
sabiduría y experiencia en la transmisión de la fe y la educación de las nuevas
generaciones.
domingo, 23 de octubre de 2016
PÍO XII, EN EL UMBRAL DE UNA NUEVA ÉPOCA II
La esperanza de Pío XII, Pontífice Mariano
Dos grandes grupos de testimonios:
1.- Lo relativo a Fátima que concluye
con la proclamación del dogma de la Asunción de María a los cielos.
2.- Lo relativo al centenario del dogma de la
Inmaculada Concepción, Año
Mariano de 1954, y el centenario de las apariciones de la Virgen en
Lourdes.
Pío
XII estuvo vinculado a Fátima. Fue ordenado obispo el
13 de mayo de 1917; consagró el Mundo y Rusia al Corazón Inmaculado y fue el 13 de octubre, aniversario del célebre «milagro del sol» de Fátima.
a)
La esperanza de Pío XII en torno al
acontecimiento de Fátima
En el año 1942 el Papa recurre al
poder de María «Reina del mundo»,
Regina Mundi, título que después ha de conmemorar solemnemente con una
fiesta especial:
«Como todos saben, del mismo modo que Cristo Jesús es Rey del universo y Señor de los
señores, en cuyas manos están puestos los destinos de los individuos y los
de los pueblos, así su Santa Madre María,
Reina del mundo, es venerada por los
fieles todos y ha obtenido con Dios un
poder tan grande de súplica deprecatoria».
La
consagración del mundo a María y a su Corazón Inmaculado
La
Consagración se hace «de modo semejante» a la
que realizó León XIII al Corazón de Jesús.
Ambas
fórmulas incluyen la petición de la vuelta a la Iglesia de
los separados y en ambas la petición se termina con la mención de
un solo rebaño y un solo pastor. En
ambas se pide la entrada de los infieles en la Iglesia,
y demás alejados de Cristo. En ambas a continuación se pide la libertad de la Iglesia,
y finalmente ambas se terminan con una
petición de unidad religiosa universal del mundo, en el primer caso
pidiendo que en toda la tierra, de
un polo al otro, resuene una sola voz de
alabanza al Corazón de Jesús, causa de nuestra salvación; y en el segundo, se pide el pronto triunfo del Reino de Dios, de
modo que en todo el mundo resuene, de un
extremo al otro de la tierra, un
solo cántico del Magníficat en acción de gracias al Corazón de Jesús.
El pasaje fundamental de la fórmula de
Pío XII:
Ø
«Finalmente, así
como fueron consagrados al Corazón de vuestro Jesús la Iglesia y todo el
género humano, para que, colocando en El toda su esperanza, El les fuese
señal y garantía de victoria y salvación;
Ø
así, de modo
semejante, Nos los consagramos para siempre a
Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo:
Ø
para que vuestro
amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios, y todas las naciones, pacificadas entre sí
y con Dios, os proclamen Bienaventurada,
Ø
y entonen con Vos,
de un extremo al otro de la tierra, el eterno Magníficat de gloria, amor y agradecimiento al Corazón de Jesús, en el cual
únicamente pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».
Terminada la
guerra, en 1946 se corona la imagen de Nuestra Señora de Fátima.
Pío XII en
el mensaje enviado por radio:
«En la esperanza de que Nuestros deseos sean acogidos favorablemente por el Corazón
Inmaculado de María y apresuren la
hora de su triunfo y del triunfo del Reino de Dios, como prenda
de las gracias celestes... damos con todo amor y paternal cariño la Bendición
Apostólica».
El
dogma de la Asunción en el Año Santo de 1950.
En el Consistorio del 30 de octubre, el
Pontífice ha dicho a los Cardenales:
«La
Madre benignísima, levantada a la gloria celeste... quiera alcanzar de su Divino Hijo que brille por fin para las
naciones y las razas, que actualmente están divididas con
detrimento de todos, aquella paz que
se apoye como en firmísimo fundamento en la tranquilidad firmemente
establecida del orden recto... y
hacer venir a la unidad de la Iglesia a todos los extraviados y equivocados de
camino. Procurad, Venerables Hermanos, vosotros y junto con
vosotros todo el pueblo cristiano, pedir esto a la Madre celestial de todos con
ardentísimas oraciones».
El
día 1 de noviembre, inmediatamente antes de proclamar el dogma, proclama
su esperanza en los frutos de la Asunción de María para la Iglesia y para el
mundo:
«Nos que hemos confiado Nuestro
Pontificado al particular patrocinio de la Santísima Virgen, a la cual hemos
recurrido en tantas tristísimas circunstancias;
Nos que hemos consagrado en
pública solemnidad a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y que hemos
experimentado una y otra vez su poderosísima ayuda,
confiamos absolutamente
en que esta solemne proclamación y
definición de la Asunción aprovecharán no poco a la sociedad humana, puesto que contribuye a la
gloria de la Santísima Trinidad, con la cual la Virgen Madre de Dios está
unida por vínculos especiales.
Porque
se ha de esperar que sucederá que todos los fieles
cristianos se excitarán a una piedad más intensa para con la Madre celestial y
que los ánimos de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se moverán
al deseo de participar de la unidad del Cuerpo Místico de Jesucristo y a aumentar su amor hacia aquella que tiene Corazón maternal para
todos los miembros del mismo augusto Cuerpo».
En esos días se
produjo la señal celeste, renovación del beneplácito de
Nuestra Señora en Fátima en 1917,
sobre el Pontífice Romano. Los días 30
de octubre (día del Consistorio), 31
(vigilia de la proclamación), 1 de
noviembre (día del dogma) y 8 de
noviembre (octava de la proclamación), Pío
XII vio
al sol enviarle el
mensaje celeste de la Virgen de Fátima en conexión con el dogma
proclamado, de manera semejante al
modo como en Lourdes la Virgen Inmaculada confirmaba con señales celestes la
proclamación de Pío IX.
En el Mensaje radiado de clausura del
Año Santo dijo el Pontífice:
«Nos, continuando en el trabajo infatigable y por todos los medios a Nuestro
alcance en favor del verdadero bien de la gran familia humana, colocamos sobre todo Nuestras esperanzas
en la poderosísima intercesión de la Virgen Señora, invocándola incesantemente para que se
digne apresurar la hora en que, de
un extremo al otro del mundo, se
realice el himno angélico: Gloria a Dios y paz a los hombres de buena
voluntad».
En la primera parte de su Pontificado, en el decenio 1942-1952, Pío XII demostró su ardiente piedad hacia la Madre de Dios y en particular se sintió atraído por el providencial acontecimiento de Fátima. Una firme esperanza
de establecimiento en el mundo finalmente del Reino de Dios y de su Cristo permanecía en su corazón, confiando
en llegar a ello a través de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado y de su triunfo
anunciado en Fátima.
b) La esperanza de Pío XII en torno a la Concepción Inmaculada
El
8 de setiembre de 1953, con la publicación de la Encíclica «Fulgens corona»,
iniciaba Pío XII la
conmemoración del año centenario del dogma de la Inmaculada Concepción. En ella, expresa de modo particular su
esperanza de que también los separados de Oriente se dirijan a Ella y se
obtenga, por fin, el único rebaño:
«También llamamos a hacer estas oraciones y súplicas concordes a aquellos que han. sido separados de
Nos por el antiguo cisma, y a los cuales por otra parte amamos
con paterno afecto, ya que sabemos muy bien que veneran sumamente a la santa
Madre de Jesucristo, y que celebran su Inmaculada Concepción. Vea la misma Santísima Virgen a todos
aquellos que se glorían de ser cristianos, unidos al menos por los vínculos de la caridad, volver a Ella sus
ojos, corazones y oraciones pidiendo aquella luz que ilumine las mentes con el
resplandor celeste, y demandando
aquella unidad con la que por fin se haga un solo rebaño y un solo pastor».
El
11 de octubre de 1954, publica la Encíclica «Ad coeli Reginam», en la que exalta el triunfo de María, completando así el dogma de la Asunción, y proclama y establece la fiesta litúrgica
universal de la Realeza de María. La
une con la Consagración del Mundo al Corazón Inmaculado de María:
«Estando Nos persuadido tras madura y
meditada reflexión, de que han de venir grandes provechos a la Iglesia si, como
antorcha más rutilante cuando se pone en su candelabro, esta verdad
sólidamente probada brilla más claramente ante todos, con Nuestra potestad Apostólica decretamos e instituimos la Fiesta de María Reina, que se ha de celebrar cada año en todo el mundo
el día 31 de mayo.
«Y juntamente
mandamos que en el mismo día se renueve la consagración del género humano al
Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María.
«Porque en esto se apoya con gran esperanza
el que suceda que nazca una época
feliz, serenada por el
triunfo de la religión y de la paz cristiana».
El
centenario de las apariciones de Lourdes
En
1957 Pío XII publica su Carta
Encíclica a los Obispos de Francia «Le
pélerinage de Lourdes:
«Que
por la oración de los enfermos, de los humildes,
de todos los peregrinos de Lourdes,
María vuelva igualmente su maternal
mirada hacia todos los que permanecen fuera del único redil de la Iglesia,
para reunidos en la unidad».
El
1 de noviembre la
Constitución Apostólica «Primo exacto saeculo» promulga el año jubilar de Lourdes,
con indulgencias para los que acudan a
la gruta de la Virgen. Entre las
intenciones pontificias, el primer lugar es para «implorar a Dios misericordioso que los que se han apartado de la
verdad cristiana... vuelvan a
ella cuanto antes».
Uno
de los últimos discursos de su largo pontificado, será el del 17 de setiembre de 1958 al Congreso Mariano
Internacional de Lourdes, veinte
días antes de su muerte. En este discurso radiado Pío XII proclama por última vez su esperanza en la realización del Reino de
Cristo sobre la tierra por medio de María:
«Puesto que de esta gruta bendita —¡oh
Madre generosa!— no pueden dejar de descender sobre la tierra los torrentes de
vuestras gracias maternales, del mismo modo que el agua no puede dejar de correr
por estos valles y el sol de esparcir luz y calor, Nos queremos proclamar muy alto, al terminar el
Congreso que corona de algún modo este incomparable Centenario, Nuestra certeza de que la restauración
del Reino de Cristo por María no podrá dejar de realizarse, porque es imposible que tal semilla,
lanzada con tanta abundancia, no
produzca los frutos más vigorosos».
Y es así como se extingue la voz del
cantor de la esperanza de María, recordando el «irresistible torrente» de las
gracias de María sobre el mundo, que traerá por fin el Reino de Cristo:
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