domingo, 20 de diciembre de 2015

SAN PIO X Y LA INSTAURACIÓN DEL MUNDO EN CRISTO

Instaurar todas las cosas en Cristo fue la fórmula y programa escogido por Pío X, Pontífice desde el 2 de agosto de 1903.

Vamos a ver la concepción de San Pío X acerca de este triunfo de la Iglesia, basado en la instauración del mundo en Cristo, como lo presenta en tres Encíclicas: «E Supremi Apostolatus Cathedra»; «Communium rerum»; y «Ad diem ¡llum» .


1.- La Encíclica «E Supremi Apostolatus Cathedra» y la Instauración en Cristo

La primera Encíclica se publica el 4 de octubre de 1903, en ella examina el P. Igartua S.J.:

Þ      El lema: Instaurare omnia in Christo
Þ      Esta instauración tiene carácter social
Þ      Cristo es la clave de la instauración

a)   Instaurare omnia in Christo: lema y pensamiento de Pío X

El Pontífice ofrece al mundo su pensamiento por medio de un lema. Lo toma de San Pablo a los Efesios:

« (…) declaramos que en el desempeño del Pontificado tenemos este único propósito: instaurar todas las cosas en Cristo, de modo que Cristo sea todo en todos (Col. 3, 11)... Los in­tereses de Dios son Nuestros intereses, por los cuales estamos decididos a sacrificar todas Nuestras fuerzas, y aun la misma vida. De modo que si al­guien Nos pide un lema que muestre la voluntad de Nuestro ánimo, daremos siempre solo éste: Instaurar todas las cosas en Cristos».

Una oración indulgenciada en 1908 pide así por las intenciones del Pontífice:

«¡Oh dulcísimo Corazón, haz florecer de nuevo en él las alegrías de la unción sacerdotal, suavízale las penas del gobierno pontifical y apresura el cumplimiento de su apostólico deseo de restaurar todas las cosas en Ti.

b)   El carácter social de la instauración en Cristo

En la Encíclica «E Supremi» propone primero su lema ponti­fical, después pasa a exponer la situación de apostasía de Dios en que se encuentra la sociedad humana actual:

« (…)  la malvada guerra que actualmente casi en todas partes se promueve y alienta contra Dios. Verdaderamente «las naciones se han airado» contra su Autor y «los pueblos han tramado necedades» (Sal., 2, 1), de modo que casi es común esta voz de los que luchan contra Dios: Apártate de nosotros (Job., 2, 14).
«De aquí viene que esté extinguida en la mayor parte la reverencia hacia el Dios eterno y que no se tenga cuenta alguna con la Divinidad en la vida privada y pública: más aún, se procura con todo conato y esfuerzo que la misma memoria y noción de Dios desaparezca totalmente.
«Quien reflexione sobre estas cosas, será ciertamente necesario que tema que esta perversidad de los ánimos no sea un preludio y como comienzo de los males que se han de esperar para el último tiempo del mundo, o que el «hijo de perdición» de quien habla el Apóstol (2 Tes., 2, 3) no esté ya en este mundo. Con tanta audacia y furor es atacada la piedad de la reli­gión, y combatidos los documentos de la fe revelada, y se procura tenaz­mente quitar y borrar las obligaciones del hombre con Dios.
«Por el contrario, nota que según el mismo Apóstol es característica del Anticristo, el mismo hombre, con suma temeridad, ha invadido el lugar de Dios, levantándose sobre todo lo que se llama Dios (ib.); de tal modo que, aunque no pueda extinguir totalmente en sí la noción de Dios, recha­zando sin embargo su majestad, él mismo se ha consagrado este mundo visible como Templo, en el cual buscar ser adorado: «sentándose en el Templo, como si fuera Dios» (2 Tes., 2, 2)» (T. 552).

El cuadro de la apostasía social queda resumido en dos rasgos. Primero, la guerra del mundo contra Dios parece alcanzar a todas las naciones; segundo, la guerra se dirige contra los puntos fundamentales de la fe y de la piedad.

La impresionante consecuencia que deduce Pío X es que resulta, no ya sólo legítimo, sino hasta necesario, pensar y temer que esta apostasía puede ser el preludio o comienzo de la del fin del mundo, se­ñalada por la Escritura.

Por eso precisamente toda la labor de instauración de Pío X tiene carácter social, y la E Supremi se fija en esos aspectos precisamente al preparar el terreno.

c)    Cristo es la clave de esta instauración

En «E Supremi» muestra la clave de la instauración en la persona de Cristo:

«Esta misma vuelta de la humanidad a la majestad e imperio de Dios, jamás sobrevendrá si no es por medio de Jesucristo, por más que nos esfor­cemos. Porque avisa el Apóstol: Nadie puede poner otro fundamento fuera del que ha sido puesto, que es Jesucristo (1 Cor., 3, 11). (…).
«De donde se sigue que es absolutamente lo mismo instaurar todas las cosas en Cristo y llevar a los hombres a la obediencia de Dios. En esto, pues, es preciso que pongamos todo nuestro cuidado, en traer el género humano al poder de Jesucristo: porque en habiéndolo hecho, ya habrá vuelto al mismo Dios»  (T. 556).

Consecuente con esta convicción, y estimando en toda su gravedad el acto cumplido por León XIII al consagrar el mundo al Sagrado Corazón de Jesús en 1899, Pío X manda en 1906 renovar en adelante cada año esta consagración en el día del Sagrado Co­razón.


2.- El triunfo de la instauración en Cristo y la Encíclica «Communium rerum»

Þ      El triunfo y la instauración
Þ      La unión de los disidentes, primer paso de la instauración universal en Cristo

a)   El triunfo y la instauración

¿Qué relación tiene esta ins­tauración con el objeto de las esperanzas de la Iglesia, consistente en la entrada en la Iglesia de los alejados de ella, ya disidentes, ya en círculo más amplio de los no incorporados a Cristo?. La respuesta se halla en la confrontación de las dos Encíclicas «E Supremi Apostolatus Cathedra», y «Communium rerum», del 21 de abril de 1909, en el centenario de la muerte de San Anselmo.

La clara manera de identificar el triunfo esperado con la vuelta de los hom­bres a la Iglesia, queda expresa en la Encíclica «Com­munium rerum», donde se cita la Encíclica «E Supremi»:

«Conozcan todos por estos hechos, y persuádanse los enemigos del nom­bre católico, que las ceremonias especialmente espléndidas, el culto tribu­tado a la Augusta Madre de Dios, los mismos honores que se acostumbra tributar al Sumo Pontífice, miran como a fin a que en todas las cosas sea glorificado Dios: a que «Cristo lo sea todo y en todos» (Col., 3, 11), a que, establecido el Reino de Dios sobre la tierra, se procure al hombre la salva­ción eterna.
«Este triunfo divino sobre los individuos y sobre la sociedad universal, que se debe esperar que llegará, no es otra cosa que la vuelta de los alejados de Dios al mismo por Cristo, y a Este por medio de su Iglesia.
«Que esto es lo que Nos hemos propuesto, lo hemos declarado ya clara­mente en Nuestra primera Carta Apostólica «E Supremi Apostolatus Cathedra» y varias otras veces. Hacia esta vuelta miramos con confianza, a apre­surarla se dirigen Nuestros pensamientos y deseos, como a un puerto en el que se aquieten aun las tempestades de la vida presente-» (T. 566).

El 8 de marzo de 1913 Pío X publica la Carta Apostólica «Magni faustique», promulgando un Jubileo universal en memoria de la paz dada por Constantino Magno a la Iglesia.

« (…)  Entonces por fin la Iglesia obtuvo el primero de los triunfos que siguen perpetuamente en cualquier época a todas las persecuciones, y desde aquel día derramó siempre mayores beneficios sobre la sociedad del género humano». (…)

«Juzgando conveniente, en esta feliz ocasión en que suceso tan egregio se conmemora, que se ruegue a Dios, a la Virgen, su Madre, y a los demás Santos, principalmente a los Apóstoles, para que todas las naciones (populi universi), instaurando la gloria y honor de la Iglesia, vengan al seno de tan gran Madre, rechacen conforme a sus fuerzas los errores con que sin pru­dencia los enemigos de la fe tratan de entenebrecer su claridad, veneren con suma reverencia al Romano Pontífice y miren en la religión católica la defensa y sostén de todas las cosas.
«Entonces se podrá esperar que los hombres, fijos de nuevo los ojos en la Cruz, vencerán con esta señal de salvación a los enemigos que odian el nombre cristiano y .las pasiones desenfrenadas del corazón».

b)   La unión de los disidentes, primer paso de la instauración universal en Cristo

La instauración de la sociedad universal en Cristo, dice el P. Igartua S.J.,  ha de ser gradual en su realización, su primer paso, la unión de los disidentes de las Iglesias separadas de Oriente.

En la celebración en Roma de este Centenario del Crisóstomo, tiene el 13 de febrero de 1908 Pío X una nueva Alocución a los Orientales:

«Dando vueltas en el pensamiento a estas cosas, Nos sentimos> como Nuestros Predecesores, animados del más vivo deseo de trabajar con todas las fuerzas para que florezca en el Oriente la virtud y grandeza antigua y sean destruidos los falsos conceptos y prejuicios que dieron ocasión a la fatal división»

En la Epístola «Ex quo», dirigida el 26 de diciembre de 1910 a los Arzobispos de Oriente, tiene estos conmovedores acentos de es­peranza:

«Ni es menor, como bien sabéis, Venerables Hermanos, el deseo que te­nemos de que pronto luzca aquel día, anhelado por tan ansiosos deseos de los hombres santos, en que sea totalmente derribado desde sus cimientos el muro que hace tiempo divide a los dos pueblos, y unidos éstos en un abrazo de fe y de caridad, florezca por fin la paz invocada y se haga un solo rebaño y un solo pastor» (T. 252).

Para lograrlo, sabe Pío X que el arma principal que Dios ha dado a los hom­bres es la oración.

Por esta razón en 1906 se indulgencia esta oración jaculatoria: «María Dolorosa, Madre de todos los cristianos, rogad por nosotros», para obtener la conver­sión de las  Iglesias cristianas disidentes.


3.- La ardiente esperanza de la instauración y la Encíclica «Ad diem ¡llum»

Pío X declara que el triunfo que ha de espe­rarse consiste en la vuelta de la sociedad de los hombres a Cristo por su Iglesia.

Þ      La segura esperanza de la instauración
Þ      El cuándo y el cómo de la esperanza de la instauración
Þ      Los límites de la esperanza de la Iglesia


a)   La segura esperanza de la instauración

En 1903, en la Encíclica «E Supremi» proclama la certeza de obtener esta victoria en la tierra, dando como razón de su certeza la palabra de Dios en la Escritura:

«Ninguno que tenga la mente sana puede dudar del resultado de esta lucha de los mortales contra Dios. Se concede ciertamente al hombre, que abusando de su libertad viole el derecho y la majestad del Creador de todo: pero la victoria queda siempre de parte de Dios: y aún más, tanto está más cerca la catástrofe cuanto el hombre se levanta con mayor audacia en la esperanza del triunfo. El mismo Dios nos lo avisa en la Sagrada Escritura. Porque «disimula los pecados de los hombres» (Sab. 11, 24), como olvidado de su poder y majestad; pero, poco después, tras de las aparentes retiradas, «despertando como un potente embriagado» (Sal, 77, 65), aplastará las ca­bezas de sus enemigos (Sal., 67, 22): para que todos sepan que «Dios es Rey de toda la tierra» (Sal., 46, 8) y «sepan todas las gentes que no son sino hombres» (Sal., 9, 20).
«Todo esto, Venerables Hermanos, lo creemos y esperamos con fe cierta» (T. 553).

Al cumplirse los cincuenta años de la definición, en 1904, Pío X publica la Encíclica «Ad diem illumii, sobre la Virgen Inmaculada, el 11 de febrero, aniversario de la pri­mera aparición en Lourdes de la Virgen Inmaculada.

«No negaremos que este deseo Nuestro se despierta sobre todo porque, por una misteriosa (o secreta) inspiración (arcano quodam instinctu), Nos parece que podemos asegurar que se cumplirán en breve aquellas grandes esperanzas que, como fruto de la solemne definición de la Concepción In­maculada de la Madre de Dios, sin temeridad alguna concibieron Nuestro Pío (IX) Predecesor y todos los Obispos del mundo» (T. 562).

Si antes, en la «E Supremi» ha asegurado la certeza de la esperanza, fundado en las palabras de la Escritura sobre la majestad incontrastable de Dios y su vic­toria, ahora las mismas esperanzas son aseveradas como próximas por una secreta y misteriosa inspiración sentida en su alma.

Y puede señalarse aquí con razón cómo esta nueva llama de la esperanza brota de nuevo de la radiante luz de la Inmaculada para trabajar en «instaurar todas las cosas en Cristo». Porque la Virgen María es «el camino más rápido para juntar a todos los hombres con Cristo y conseguir así la adopción de hijos santos e inmaculados».

b)   El cuándo y el cómo de la esperanza de la instauración

Pío X, en la luz de la Inmaculada Concepción, anunció su próxima esperanza, en la encíclica «Ad diem illum»

Precisamente lo que anuncia movido por su secreta inspiración, es la proxi­midad de las esperanzas:

«Testigos de tantos y tan grandes beneficios como Dios, por la benig­na imploración de la Virgen, nos ha hecho en estos cincuenta años próxi­mos a cumplirse, ¿por qué no hemos de esperar que nuestra salvación está más cerca que cuando la pensamos? Tanto más, que sabemos por expe­riencia que es costumbre de la divina Providencia que la cumbre de los males no esté muy lejos de la liberación.
«Cerca está de llegar su tiempo, sus días no se alejarán. El Señor ten­drá misericordia de Jacob, y pondrá sus ojos todavía en Israel (Is. 14, 1,) de modo que tenemos esperanza total de que también nosotros procla­maremos dentro de poco tiempo: El Señor ha quebrantado el báculo de los impíos. Descansó y quedó en silencio toda la tierra. Se gozó y dio saltos de júbilo (Is., 51, 7)» (T. 563).

Ni el tiempo, dice, ni el modo. Y sin embargo, del estudio de la conducta de Dios con los hombres en la actual economía cristiana, se desprende una gran enseñanza de una ley inexcu­sable de la divina Providencia.

«Hay motivo para levantar el ánimo. Porque vive Dios y hará que a los que aman a Dios todas las cosas les ayuden al bien (Rom. 8, 28). El sacará bienes de los males, habiendo de dar a la Iglesia triunfos tanto más espléndidos, cuanto más obstinadamente se ha empeñado la perver­sidad humana en obstaculizar su obra. Este es el admirable plan de la di­vina Providencia; estos son sus insondables caminos, en el presente orden de cosas: porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor (Is. 55, 8): que la Iglesia se acerque cada día más a la semejanza de Cristo, y reproduzca la imagen de Quien ha padecido tantas y tan graves cosas, de modo que en cierta manera llene lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col. 1, 24).

«Por lo cual, mientras milita en la tierra, le ha sido establecida por Dios esta ley, de que sea trabajada perpetuamente con disputas, molestias, y con este género de vida pueda por muchas tribulaciones entrar al Reino de Dios, y juntarse por fin (tándem aliquando) a la Iglesia triunfante en el cielo» (T. 568).

He aquí admirablemente formulada la ley de su victoria: primero, los trabajos perpetuos y combates; segundo, tras muchas tri­bulaciones, entrar al Reino conquistado; tercero, y posteriormente (tándem ali­quando) entrar en la posesión gozosa del Reino del cielo.

c)   Los límites de la esperanza de la Iglesia

En su Alocución del 11 de diciembre de 1906 a los Cardenales:

«No nos desanimemos, Venerables Hermanos, pues dice Cristo en el Evangelio que su Iglesia tendrá en la tierra perpetuamente la suerte que El escogió por ja salvación de los hombres: Si me han perseguido a Mí, tam­bién os perseguirán a vosotros. Seréis odiados por todos por causa mía. No os admiréis si el mundo os odia, porque primero me aborreció a Mí. No dudando de que esto es verdad, gloriémonos en las tribulaciones: porque mientras somos perseguidos, tenemos respuesta de que habita en nosotros el Espíritu de Cristo. La Iglesia es combatida, pero la fe es ro­bustecida en las tentaciones; y los que son probados, se dan a conocer entre nosotros, y es quitada la cizaña de en medio del trigo. Cuidemos, por tanto, de no merecer la reprensión de Cristo, que oyó Pedro, todavía débil y te­meroso entre las olas:   Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
«Pero entretanto, cumpliendo nuestra obligación, perseverando uná­nimes en la oración, y procurando conciliar la divina clemencia con las obras de la piedad; pues Dios, que ha hecho sanables a las naciones de la tierra, en el tiempo establecido por su Providencia, dará benignamente la tran­quilidad y la paz».

Pero, si bien así aparece cómo la Iglesia puede esperar un triunfo final pacífico sobre los perseguidores, y también sobre todos en el universo, sin embargo, tam­bién aquí es necesario señalar otro límite a la esperanza, y la prudencia de Pío X lo subraya en su Encíclica «Communium rerum».

Esta limitación consiste en no esperar, ni aun en medio del triunfo final, una paz tal que no haya errores y maldades entre los hombres, y que no pueda por sí volver a florecer en nuevas persecuciones, si Dios no hiciese que aquel triunfo sea precisamente final, y que la Iglesia «se junte finalmente, tándem aliquando, a la Iglesia triunfante del cielo».

La realización de la instauración durante el Pontificado de Pío X

San Pío X, que se propuso al inaugurar su Pontificado el lema de instaurar todas las cosas en Cristo, fue un Papa de profunda reforma eclesial.

Þ      Reformó la oración del Salterio para el rezo del Breviario y el canto eclesial, em­prendió la reforma del Derecho Canónico, que su sucesor llevaría a término, y reformó la Curia y el Vicariato de Roma.
Þ      Modificó las normas de la Comunión, y fomentó la comunión fre­cuente, y permitió la primera Comunión a una edad más temprana. Permitió también la Comunión en las dos especies a cualquier fiel que asistiese al rito oriental.
Þ      De modo muy especial emprendió una grande y activa reforma espiritual del sacerdocio, e hizo frente al espíritu de indisciplina.

Promovió la doctrina cristiana, de modo particular a través del Catecismo, pero su más grave tarea fue hacer frente a la crisis doctrinal del modernismo. Escribe el resto de tu post aquí.