domingo, 22 de febrero de 2009

A modo de testamento espiritual de D. Francisco Canals

Carta abierta de Francisco Canals Vidal acerca de «Cristiandad» y Schola Cordis Iesu[1]


Al cumplirse, en este 1 de abril de 2004, el LX aniversario de la fundación de Cristiandad, escribí a modo de «testamento espiritual» una carta abierta a un amigo, redactor actual de esta revista. La concesión por la Santa Sede del patrocinio de santa Teresa del Niño Jesús sobre el Apostolado de la Ora­ción me estimula a transformar aquel escrito con leves retoques en una carta dirigida a todos aquellos a quienes interese conocer los ideales y programa espiritual y doctrinal de esta revista y compartir nuestro propósito de la uni­versalización de Schola Cordis Iesu al servicio de la Iglesia
[1] CRISTIANDAD, Año LXI nº 873 Abril 2004 pag. 13-15

Cristiandad fue fruto de la maduración en sus fundadores de unos propósitos e ideales dados por la formación recibida del padre Ramón Orlandis des­de hacía muchos años en las etapas previas -Iuventus y Schola- que habían precedido a Schola Cordis Iesu y a las que Creus aludía como «la prehistoria de Cristiandad».
El estudio de la revista y el de los escritos del padre Orlandis que se reunieron en el homenaje del año 2000 en el volumen titulado Pensamientos y ocurrencias, y en primer lugar del así titulado -que, escrito en 1934 y publicado por primera vez en 1955, contiene la más profunda expresión del mensaje es­piritual del padre Orlandis- nos permite, ahora, con­templar la admirable fuerza y el aliento unitario y unificador que penetran a lo largo de muchos años toda la tarea oral y escrita de aquel gran maestro de doctrina y de espíritu. Este estudio permite también una comprensión fundamentada de la admirable fi­delidad al magisterio pontificio que fue característi­ca personalísima del padre Orlandis.
La conclusión a que se llega si se realiza con se­riedad dicho estudio es ésta: lo que el padre Orlandis hizo en Schola Cordis Iesu no responde a lo anecdó­tico de personales aficiones que algunos juzgaron incluso subjetivas y caprichosas. El padre Orlandis trabajó en algo que pertenece muy nuclearmente al apostolado del Reino del Sagrado Corazón de Jesús según que se expone y enseña en los textos del Ma­gisterio, en la liturgia, y en la espiritualidad y pro­grama apostólico del Apostolado de la Oración. Él era un hombre de Iglesia que hizo una obra de la Iglesia y para la Iglesia.
En 1955, a los treinta años de la fundación de Schola Cordis Iesu, escribió el padre J.B. Janssens, general de la Compañía de Jesús, a Domingo Sanmartí Font, entonces presidente de Schola: «De todo corazón les felicito en este feliz aniversario, por el magnífico y sólido trabajo realizado por Uds. en estos seis lustros. Al propagar las grandes enseñan­zas que se encierran en la sólida devoción al Cora­zón de Jesús en los documentos pontificios para pro­mover el Reinado de Cristo en el mundo, estáis rea­lizando un apostolado muy en consonancia con las necesidades de nuestra época» (16 de mayo de 1955).
El actual general de la Compañía, Peter Hans Kolvenbach, ratificó explícitamente aquel juicio en carta dirigida a Gerardo Manresa, también entonces presidente de Schola Cordis Iesu, en la que añadía una alusión a los aspectos culturales o intelectuales de nuestra tarea: «El apostolado intelectual que ca­racteriza también a Schola Cordis Iesu, por ejemplo en la escuela tomista, impregnado de espíritu evan­gélico, seguirá, sin duda, inspirando a los miembros de la misma» (19 de abril de 2000).
Una serie de enseñanzas y decisiones pontificias providencialmente enlazadas entre sí hacen lumino­samente patente la orientación de servicio a la Igle­sia de la tarea que emprendían en 1944 los fundado­res de la revista Cristiandad, la que se formularía posteriormente con el lema «Al Reino de Cristo por la devoción a los corazones de Jesús y de María».
Pío XII había comenzado su pontificado evocan­do el acto de León XIII que, en 1899, había consa­grado el universo al Sagrado Corazón de Jesús, y había también afirmado que: «la difusión y el arrai­go del culto al divino Corazón del Redentor encon­traron su espléndida corona no sólo en aquella con­sagración del género humano, sino todavía más en la instauración de la fiesta de la Realeza de Cristo por nuestro inmediato predecesor», es decir, por Pío XI en 1925.
Son las propias palabras que inician el pontifica­do de Pío XII las que nos señalan el camino para descubrir la intención central y unitaria que inspira­ba la actividad pontificia de Pío XI cuando, partien do de la consigna de san Pío X de «instaurar todas las cosas en Cristo», señalaba como el lema orienta­dor de su pastoral pontificia la proclamación de «la Paz de Cristo en el Reino de Cristo». «La verdadera paz que merezca tal nombre no puede obtenerse si no se observan por todos las enseñanzas, los pre­ceptos y los ejemplos de Cristo»... esto es lo que decimos, en pocas palabras, formulando que «sólo en el Reino de Cristo es posible la Paz de Cristo».
El padre Orlandis, al orientar sus tareas formativas en estas afirmaciones claras e iluminadoras de Pío XI, las comprendía en la intención profunda que te­nían en el magisterio pontificio: no eran palabras de reprensión, mucho menos de advertencia pesimista. Eran palabras de aliento. Precisamente, en la prime­ra encíclica de Pío XI, de 1922, al expresar la espe­ranza de que pudiésemos ver realizada la unión de todo el rebaño bajo un solo Pastor, expresa así su anhelo: «¡Quiera Dios que podamos ver pronto rea­lizada esta cierta y consoladora profecía del divino Corazón!». Tres años después, en 1925, instituía la fiesta de Cristo Rey, con la encíclica Quasprimas.
El sentido misterioso y esperanzador de la pasto­ral pontificia de Pío XI lo expresó él mismo en un pasaje que contiene la que podríamos llamar su teo­logía de la historia de la devoción al Sagrado Cora­zón de Jesús. Creo conveniente citarlo con alguna extensión porque en él encontramos, precisamente, una clave decisiva para comprender la vocación a que se sentía llamado el padre Orlandis al servicio de la Iglesia:
«Porque en la época precedente y en la nuestra se llegó, por las maquinaciones de hombres impíos, a rechazar la soberanía de Cristo nuestro Señor y a declarar pública guerra a la Iglesia, con leyes y mo­vimientos populares opuestos al derecho divino y la ley natural. Y hasta hubo asambleas que gritaron: «No queremos que Éste reine sobre nosotros», la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús clamaba unánime, oponiéndose acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine. Venga a nosotros tu Reino». Feliz con­secuencia de esto fue que todo el linaje humano, que por derecho nativo posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran, fuese consagrado por nuestro predecesor León XIII, al comienzo de este siglo, al Sacratísimo Corazón de Jesús, con aplauso del orbe cristiano.»
«Que estos comienzos tan gratos y tan faustos Nos mismo, como afirmamos ya en nuestra encíclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las reite­radas súplicas de numerosos obispos y fieles, los completamos y perfeccionamos con el favor de Dios al instituir, al término del reciente año jubilar, la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.»
«Cuando hicimos esto, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y sobre la familia, sobre cada uno de los hombres, sino que también anticipába­mos el júbilo de aquel día felicísimo en que el mun­do entero, espontáneamente y con buena voluntad, aceptará el dominio suavísimo de Jesucristo Rey». Una gozosa y esperanzadora reiteración de estas es­peranzas de la Iglesia la hallamos en la consagra­ción, en 1942, del género humano al Inmaculado Corazón de María por Pío XII: «que clamor y patro­cinio aceleren el triunfo del Reino de Dios y que to­dos los pueblos, pacificados entre sí y con Dios, te aclamen bienaventurada y contigo entonen, de un extremo a otro de la tierra, el eterno Magnificat de gloria, amor y reconocimiento al Corazón de Jesús, sólo en el cual pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».
El padre Orlandis, que reconocía que los nume­rosos textos en este mismo sentido no contienen de­finiciones dogmáticas solemnes, los consideraba, ciertamente, como expresiones en el magisterio or­dinario de las esperanzas de la Iglesia. El Padre En­rique Ramière trabajó por que alentasen, en el Apos­tolado de la Oración, a los devotos del Corazón de Jesús a rogar fervientemente «Adveniat Regnum tuum». San Luis María Grignion de Montfort habla­ba de Cristo, que vendrá a reinar en todas partes «como toda la Iglesia lo espera». El Concilio Vatica­no II, en el documento sobre las religiones no cris­tianas, al afirmar la futura conversión de los judíos lo hace con estas palabras:
«La Iglesia espera, junto con los Profetas y con el Apóstol, el día, sólo de Dios conocido, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz, y le servirán como un solo hombre» (Sof 3,9; cf. Is 66,23; Sal 65,4; Rom 11,11-32).
La tarea del padre Orlandis en la formación de Schola Cordis Iesu -contemplada en la perspectiva de su fructificación y atendidos los testimonios que, a lo largo de los años, se han dado acerca de ella desde la Iglesia jerárquica o desde los dirigentes del Apostolado de la Oración- no puede menos que ser reconocida como un servicio a la Iglesia. Así me ex­hortaba a comprenderla quien la conocía en profun­didad, el eminente teólogo Francisco de Paula Solá S.I. (es conveniente leer su artículo «El padre Ra­món Orlandis Despuig, 1873-1958», que publicó en Cristiandad nº 708-709, abril-junio 1990, y que fue incluido en Pensamientos y ocurrencias, pp. 57-65).
El lugar originario en la Iglesia de este servicio es, precisamente, el Apostolado de la Oración, fruto universal y eminente del apostolado del Corazón de Jesús, cuya congruencia providencial con el espíritu de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola, que tan en el centro estaban de la tarea del fundador de Schola Cordis Iesu, ha sido tantas veces y tan significativamente recordada.
El padre Roberto Cayuela, escribiendo sobre «¿Santa Teresita del Niño Jesús Doctor de la Iglesia y patrona del Apostolado de la Oración?» (Cristian­dad nº 479, enero 1971), expresa un importante tes­timonio personal sobre la íntima comunicación mís­tica que recibió el padre Orlandis de parte de la san­ta del amor misericordioso y de la infancia espiri­tual.
Al canonizar -en 31 de mayo de 1992- a Claudio la Colombière, hablaba así Juan Pablo II al Aposto­lado de la Oración: «Naturalmente, la canonización de Claudio la Colombière me lleva a subrayar el «en­cargo suavísimo» que él mismo recibió de parte del Señor: la difusión y predicación del misterio del Co­razón Sacratísimo. Es toda la Compañía la que que­da encargada de esto, como tuve el gozo de confirmaros en Paray-le-Monial junto a la tumba de san Claudio. Pues existe una verdadera connaturalidad entre la espiritualidad ignaciana y la del Sagrado Corazón».
La presencia de los Ejercicios de san Ignacio en la espiritualidad de Schola Cordis Iesu y la dedica­ción del padre Orlandis al estudio de los Ejercicios mismos tenemos que verla como otra razón decisiva del carácter no anecdótico ni coyuntural de nuestras tareas, sino de su vocación de servicio a la Iglesia. El estudio de santo Tomás suscitado por el padre Orlandis en Schola, que no es, ciertamente, la voca­ción esencial de Schola, ha sido un fruto de la mis­ma que ha contribuido también a difundir su presen­cia y a darla a conocer en el ambiente que busca la presencia de la fe en la cultura contemporánea.
El carácter más esencial y nuclear de la espiri­tualidad y tarea apostólica de Schola Cordis Iesu es el sentirnos llamados a formar parte integrante de «aquella legión de almas pequeñas, instrumentos y víctimas del amor misericordioso de Dios, objeto de los deseos y de las esperanzas de santa Teresita del Niño Jesús». La declaración de la santa carmelita como Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II, en 19 de octubre de 1997, y la reciente «visita» de sus re­liquias a la Casa apostólica que fundaron en Barce­lona sus fervorosos apóstoles Eudald Serra Buixó e Ignasi Casanovas S.I. (y que pudimos sentir como un gesto solícito de quien quiso pasar su cielo ha­ciendo el bien en la tierra) son estímulo esperanzador de la fructificación querida por Dios que habrá de venir de nuestra perseverancia confiada en el servi­cio a la Iglesia, y que se ha iniciado con la semilla sembrada en el Apostolado de la Oración de Barce­lona por aquel gran apóstol y maestro de espíritu que fue el padre Orlandis.
Entendemos que nuestras tareas están destinadas a difundirse más y más en todos los ámbitos de la Iglesia. Hemos de servir, en nuestro mundo, al ad­venimiento del reinado de Cristo a través de todas las tareas apostólicas o culturales que -en el campo mismo de la doctrina teológica y espiritual, o en la filosofía cristiana, o al servicio de la vigencia de una concepción cristiana de la vida y de la historia- sir­van, con humilde fervor, a la instauración de todas las cosas en Cristo y a la ordenación a Cristo Rey del universo de las tareas humanas que vayan res­pondiendo a los estímulos ocasionales o permanen­tes que nos llamen a hacerlo presente entre nuestros contemporáneos y a mantener vigente, para las ge­neraciones futuras, el imperativo y la esperanza del reinado de Cristo en el mundo.
Estamos convencidos de que no podemos ni des­cuidar ni disponer de Schola Cordis Iesu a nuestro arbitrio, y también de la responsabilidad que nos in­cumbe a todos para hacer presente en la Iglesia la mayor universalidad y fecundidad posible de las ta­reas apostólicas de Schola Cordis Iesu.
Ya en 1957, el director general delegado del Apos­tolado de la Oración Friedrich Schwendimann, al aprobar los estatutos de Schola Cordis Iesu en Bar­celona, lamentaba que no hubiésemos planteado nuestra solicitud con un alcance universal. La apro­bación de unos estatutos para toda España por el padre Mendizábal, en 31 de mayo de 1981, y el nom­bramiento, en 31 de julio del año 2003, del padre Suñer como delegado para Schola Cordis Iesu en toda España han de ser también un estímulo concre­to para perseverar en este propósito de universaliza­ción.El padre Orlandis, al prepararse la aparición de Cristiandad, había advertido que en la comunión de Schola Cordis Iesu con el Apostolado de la Ora­ción estaba la garantía de su continuidad, y en di­ciembre de 1957 aludía a Cristiandad como nacida «del seno maternal del Apostolado de la Oración». El patrocinio de santa Teresa del Niño Jesús recien­temente declarado nos invita a ver en nuestro servi­cio a la Iglesia en el Apostolado de la Oración el camino de una expansión fecunda, que estoy con­vencido de que superará nuestras esperanzas, si ac­tuamos con deseo sincero y fervoroso del bien de la Iglesia. Pongamos esta tarea bajo la protección de san José, patrono del Concilio Vaticano II

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