domingo, 24 de mayo de 2009

El Misterio de Cristo: La Encarnación en el tiempo y en el espacio

En la charla de hoy se examina el Misterio de la Encarnación del Verbo en María Virgen, que tuvo lugar en el tiempo y en el espacio, por razón de la humanidad de Cristo.

En cuanto al tiempo, se hacen dos consideraciones: el instante de la Encarnación, que da comienzo al tiempo humano del Verbo encarnado, Jesús de Nazaret, y el tiempo histórico, momento de la historia de la humanidad en el que tuvo lugar la encarnación del Verbo.

En relación con el instante de la Encarnación en base al relato evangélico de Lucas se dispone de una descripción detallada de personas y lugares, así como el mensaje que el Arcángel San Gabriel comunica a la Virgen María en Nazaret de parte de Dios de haber sido elegida para Madre del Hijo de Dios por medio de la Encarnación del Verbo.

Sobre el mensaje del Angel, el P. Igartua hace una reflexión sobre el instante concreto de la Encarnación teniendo en cuenta la fisiología de la mujer, la creación del alma por parte de Dios cuando se genera un hombre y en este caso la unión hipostática del Verbo que tienen que coincidir los tres hechos en un mismo instante.

El momento histórico corresponde a la época del emperador Augusto en Roma y Herodes el Grande en Palestina.

En cuanto al espacio, se pueden hacer también dos consideraciones: el lugar en el que se realiza el misterio, que es Nazaret en Palestina de los judíos (la encarnación del Verbo tuvo lugar en Nazaret, sin embargo el Nacimiento fue en Belén de Judá), y también el universo espacial en el que todos los espacios reales se hallan comprendidos, incluido el espacio físico donde tuvo lugar la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María.

El testimonio de la Virgen que recibió Lucas de Pablo y éste de Juan evangelista quien tuvo en su casa a la Virgen, garantiza frente a cualquier otra consideración que la Virgen María dio a luz en Belén de Judá.
Finalmente, los conocimientos que tenía el P. Igartua de el estado de la ciencia Astrofísica, le permiten hacer una reflexión sobre el carácter universal de la Encarnación y Redención del género humano.

LA ENCARNACIÓN EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

La Encarnación en el tiempo


1- El instante de la Encarnación

El evangelio de san Lucas nos ha dejado un relato circunstan­ciado del anuncio de la Encarnación, que precede a ella. Vamos a examinar el relato evangélico y fijaremos nuestra atención de manera especial en el mismo instante de la Encarnación, que es el que da comienzo a la vida temporal del hombre-Dios Jesús de Nazaret.


a) El relato evangélico

El evangelista relata en detalle la escena de la anunciación, en la cual, a la aceptación por María de la maternidad mesiánica y divina anunciada por el ángel, se ha de suponer obviamente que sigue el acto de la divina encarnación del Verbo en su seno.

Personas y lugares

El relato introduce la escena con la precisión de personas y lugares. En Nazaret, pequeña población de Galilea en Palestina el ángel Gabriel es enviado por Dios a una virgen, jovencita doncella, llamada María, desposada por promesa formal de matrimonio con un varón llamado José. No se especifica el tiempo del año en que sucede. (Lc 1,26-38).

Aparición corporal del Arcángel Gabriel

El relato presenta una aparición, al parecer corporal, del ángel a María en soledad. Los ángeles no tienen cuerpo, pero su presentación en las apariciones suele tomar forma corporal humana. Esto puede verse en el NT en las apariciones de ángeles en el sepulcro a las mujeres, con vestidos blancos resplandecien­tes, y también en la Ascensión dos ángeles en aspecto de dos hombres recuerdan a los apóstoles, extáticos ante la subida de Jesús por el aire, que deben esperar la vuelta de Jesús desde el cielo, y entre tanto dar su testimonio.

El ángel de la anunciación, no nos dice el relato si aparece como hombre corporal directamente, pero lo indica en los dos verbos de su aparición: "entró" a donde ella estaba (tal vez en su casa), y "se retiró". Tal modo de hablar parece indicar con claridad que era un movimiento corporal visible el de su entrada y retirada.

Santo Tomás de Aquino ha señalado la congruencia de una aparición corporal por dos razones: Porque su misión era la de anunciar la encarnación corporal de Dios en María (El Verbo que es Dios se hace hombre con cuerpo y alma; la Virgen María además de recibir en su mente, lo concibió en su seno), y por­que las apariciones corporales son humanamente más apropiadas para generar la seguridad y certeza del hecho en el que las recibe, cosa aquí muy importante (Summa Theol., 3a, q. 30, a.3). Puede añadirse que el mismo ángel Gabriel se ha presentado antes a Zacarías para anunciarle la concepción y nacimiento del Bautis­ta, y es claro que aparece en figura corporal "a la derecha del altar del incienso" (Lc 1,11);

Saludo, mensaje y diálogo del ángel

El ángel pronuncia ante María su saludo inicial con las céle­bres palabras, que desde hace siglos repiten los cristianos ante ella. "Salve, la llena de gracia. El Señor está contigo". Parece, según los códices, que la alabanza "bendita entre las mujeres no fue dicha por el ángel, sino solamente por Isabel en el encuen­tro de la visitación, narrado también por el evangelista (Lc 1,42). Se advierte que el ángel en su saludo no nombra a María por su nombre propio, y lo sustituye por el elogio de "la llena de gracia” como equivalente. Luego, en la proposición del mensaje nombrará a María por su equivalente personal, relacionándolo la gracia ante Dios (Lc 1,31).

Sin querer aquí hacer la exégesis de todo el pasaje, el núcleo personal del mismo anuncia la encarnación: "Concebirás y darás a luz un hijo, y le llamarás por nombre Jesús" (Lc 1,31). Luego desarrolla el carácter mesiánico de su mensaje, declarando que Jesús será el Mesías esperado, que será llamado Hijo del Altísimo, ocupará el trono de David, y tendrá un reino sobre la casa de Jacob (Israel), que "será eterno y sin final" (1, 32-33).

Al oírlo María propone la dificultad de su disposición virgi­nal aun estando comprometida en matrimonio. Es claro que se ha comprometido a un matrimonio virginal, con aprobación de José. Su propósito de virginidad ha sido contra la costumbre general de todo matrimonio, y en especial de los judíos, por aspi­rar toda mujer judía a poder ser madre o antecesora del Mesías. Ha sido, sin duda, inspirado por Dios en su alma y ella tiene conciencia de esto, pues lo propone como dificultad: "¿Cómo se hará esto, pues no conozco varón? (1,34). "Conocer" tiene valor semántico en la frase de "acto conyugal". Como si dijese: "¿Cómo puede suceder esto, pues yo tengo el propósito de no unirme con varón en acto conyugal?", lo cual, con evidencia también, supone el previo consentimiento de José. Muchos suponen que su propó­sito era también promesa o voto sagrado de virginidad.

La respuesta del ángel es terminante. La encarnación del Mesías no se hará por medios humanos ordinarios, sino por acción divina especial y milagrosa, sin romper la virginidad: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la Fuerza o Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". La revelación de la Trinidad divina, se puede pensar que inspirada ya por Dios a María en su gracia infusa, es al menos revelada aquí a Ella: el ángel ha nombrado Prodigio, cuyo fruto es el Hijo: "Por eso lo Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios". Así María quedará emparejada en cierto modo con el Padre, que en su eternidad engendra al Hijo, Ella solamente en la humanidad y el tiempo. El por naturaleza, Ella por milagro y poder divino.

La asombrosa y sencilla respuesta de María es la respuesta que el mismo Dios ha prevenido para su mensaje a la libertad de María: “Soy la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Resultaría difícil pensar que María no supo aquí que su hijo era Dios, llamado por el ángel "lo Santo", que nacerá de ti, pues la santidad es la nota exclusiva de Dios, y todo lo ques es santo lo es por participar de algún modo o relacionarse con lo divino. Nos hallamos así en el vértice de la visita celeste del ángel mensajero. María acepta ser la Madre de Dios. En la visita a Isabel, confirmará María esta inteligencia, al decir de Dios: "Su Nombre es Santo"

Consumada así la aceptación de la celeste obra propuesta en el mensaje, (que por ser obra exterior de Dios, no lo olvidemos es de las tres Personas divinas en una sola acción), el ángel "se retiró".

Así, ya a solas María con Dios y bajo su acción de infinito poder, se verifica la Encarnación del Verbo, instante supremo de la obra de Dios en su creación universal. ¿Cuándo fue este instante?


b) Las fuentes del relato Lucano

Los apóstoles y María

El relato de san Lucas de la anunciación y encarnación, que hemos ofrecido en síntesis, ciertamente ha sido recibido por él, al querer escribir su evangelio. Lo testifica en el c. 2,2-4 de modo general, pero muy valioso. Los que "desde el principio vieron los hechos y fueron ministros de la palabra" (1,2), para comuni­carlos han de ser, sin duda, los apóstoles primariamente. Pero, además de darnos este dato del origen de su evangelio, en lo rela­tivo a la infancia de Jesús, nos da otro dato duplicado y precioso, claramente insinuado en su repetición.

Al terminar el relato del nacimiento de Jesús en Belén, y ser adorado por los pastores, con la aparición angélica sobre ellos, señala que "su Madre María conservaba todas estas cosas en su corazón o recuerdo", meditándolas, sin duda, muchas veces, con sus detalles. Se ha de suponer claramente que en este recuerdo se halla una de las fuentes principales, y tal vez la única directa de los hechos que narra (Lc 2,21). Este dato es confirmado así al cerrar el relato de la infancia (Lc 2,51).

De María a Juan

El testimonio de María nos lleva también a situar la transmisión de tal testimonio hasta que llega al evangelista. Siguiendo una pista existente, podemos pensar que el testimonio de María fue recogido principalmente por Juan, que la tuvo en su propia casa, atendiéndola hasta su muerte en Jerusalén, donde la tradición sitúa su sepulcro.

De Juan a Lucas por medio de Pablo

¿Cómo llegó tal testimonio desde Juan a Lucas? Recordemos para aclararlo que existe un enlace bastante obvio en la cadena. Este enlace es el propio Pablo apóstol. Pues él mismo nos dice que se entrevistó con Juan en Jerusalén, seguramente tras la muerte de María, con ocasión de la reunión del concilio apos­tólico de Jerusalén el año 49 (Gal 1,18; 2,2.9). Pablo, que había ido a Jerusalén diez años antes para hablar con Pedro durante quince días, tuvo ocasión ahora de hablar del "evangelio que pre­dicó a las gentes", lo que había hecho antes con Pedro y Santia­go, y ahora lo pudo hacer con Juan al que se puede llamar "se­cretario de María, la Madre de Jesús" (Jn 19,27).

El paso de Pablo a Lucas es evidentemente fácil, sin que ello signifique que Lucas se limitó al testimonio de Pablo. Tal vez el testimonio de Pablo queda, de algún modo, reflejado sobre el nacimiento de Jesús, en la breve síntesis de Gal 4,4 sobre la infancia de Jesús: "Envió Dios a su Hijo, hecho de mujer, puesto bajo la Ley". Este doble inciso abarca como un esquema, el relato de la infancia de Lc. Y aun parece sugerir, sin explicitarlo formalmente, que "Dios envió a su Hijo", como tal Hijo, "hecho de mujer", por milagro virginal. Cuanto al "puesto bajo la Ley", que él combatía, parece que abarca los sucesos de la circuncisión o de la ofrenda en el Templo, y de la subida a Jeru­salén a los doce años.

Esta fuente indudable de Lucas, que es María, aunque no directamente, conserva en su narración el valor de relato antiguo y estilo arameo, y la belleza virginal de su fuente se refleja en el relato, con su arte de narrar propio. Podemos también señalar aquí que, aunque Lucas omite enteramente el episodio de la huida a Egipto, al omitir el de los Magos que introduce Mateo, existe, una huella del mismo en su relato. Pues hace descender a la familia a Nazaret inmediatamente después de la presentación en el Templo, y habitar allí. Pero, si se considera que su relato ha propuesto al Niño como Mesías predicado por los pastores tras el mensaje del ángel, y por Simeón y Ana en el templo, resulta una incoherencia la pérdida total de la ruta del Mesías, si fue creído tal por bastantes.

Cuando según Lucas, bajaron a Nazaret desde Belén José y María con el Niño, debieron haber sabido el lugar de su habitación los habitantes de Belén, que habían oído todo el glorioso anuncio del Deseado de Israel. ¿Cómo ignoraron totalmente en delante todos que el Mesías vivía en Nazaret? Es una incoheren­cia del relato lucano. Al introducir Mateo el episodio de los Magos y la huida a Egipto, con la vuelta luego a Nazaret, dudando si ir a Belén José, y permaneciendo en Nazaret por temor a Arquelao (Mt 2,22-23), dato histórico de valor real, pone a la luz la solución del problema. Entre Belén y Nazaret, hubo dos años en Egipto, perdiéndose la pista del Mesías nacido con gloria angélica en Belén. Y la matanza de los inocentes, que selló de sangre la comarca de Belén borró totalmente la pista. ¿Había muerto? ¿Dónde se hallaba?


c) El instante de la Encarnación

Cumplida su misión y mensaje, y obtenida la respuesta de aceptación de María, se retiró el ángel. Todo se hallaba ya dis­puesto para la milagrosa y suprema acción divina de la Encarna­ción.

No podemos saber con certeza cuánto tiempo transcurrió entre la retirada del ángel y el instante supremo de la Encarnación. Parece obvio suponer que, obtenida la respuesta de María aceptando, y retirado el ángel, fue, si no absolutamente inmediato, si al menos muy próximo al instante de la salida del mensajero el de la encarnación divina. Sin duda podemos pensar que Dios actuó no de solamente de manera creadora activa sobre el cuerpo de María convirtiéndola en Madre, sino también juntamente sobre su alma, inflamándola con la llama de una ardiente caridad y amor divino en ese tiempo.

Es obligado doctrinalmente admitir que uno mismo fue el instante en que Dios creó el alma racional de Jesús, que animó la célula germinal de María y el instante en que el Verbo se unió hipostáticamente, según lo explicado, a esta alma que animó el organismo humano en su fase inicial, y así con ella al cuerpo u organismo ya humano formado, por milagro, de la carne de María.

El instante en que Dios creó el alma de Jesús

¿En qué instante creó Dios el alma de Jesús, y ésta animó con su vitalidad de espíritu racional todo el organismo inicial por el milagro? Es el instante de la fecundación natural humana, que inicia la vida del nuevo organismo humano.

¿Crea Dios en ese mismo instante el alma racional? Es el pro­blema del instante en que comienza a existir un nuevo hombre racional y personal. Como la creación del alma es obra creadora de Dios, imperceptible para el hombre, tal instante debe ser deducido de la situación.

Sería obvio que, siendo tal instante el comienzo de la vida del nuevo organismo (zigoto) con su fórmula genética ya completa, paterno-materna, según los actuales cono­cimientos de la genética, que en este punto pueden considerarse definitivos, sea también tal instante el de la formación plena del ser humano con alma racional. En tal hipótesis, este instante de la fecundación y nueva fórmula genética del ser sería el de la creación del alma por Dios. Tal instante parece el único aceptable para el comienzo de un nuevo ser racional, desde un punto científico.

Con todo, aun en este caso, el día o la hora queda plenamente determinado para nosotros. Pues los días fecundos de la mujer dejan un intervalo para el descenso del óvulo germinal femenino. Ignoramos, en realidad, cuál es el instante mismo de la fecundación cuando se obtiene naturalmente este resultado. Pero hay otro instante más concreto y señalado en el desarrollo del ciclo. Es el instante en que el óvulo fecundado se fija en el útero materno (anida), lo cual señala la cesación de la regla de la muier Entre ambos instantes, fecundación y anidación o implantación, pasará un tiempo determinado importante, aun­que no sea largo.

Si venimos ahora al caso de la Encarnación, lo primero que hay que afirmar en la fe es que la unión hipóstatica del Verbo con la naturaleza racional (alma-cuerpo) de Jesús es absoluta­mente simultánea a la existencia de tal naturaleza y por lo tanto en el instante de la acción creativa del alma racional, que le da plenitud de naturaleza humana.

No es doctrina recta, sino heré­tica, la de que primeramente fuese creada el alma y después constituida la unión hipostática. Sería ya doctrina de tendencia nestoriana, pues primero admitiría persona humana en Cristo, que luego desaparecía (Vigilio, contra Orígenes que admitía la preexistencia del alma: Denz 205, año 543).

También, contra Apolinar, como vimos, es menester creer que hay alma racional, y no sólo vegetativa y sensitiva, como supliendo el Verbo divino sólo al alma racional, pues entonces no sería verdadero hombre.

Si atendemos al hecho, anunciado por el ángel, de una acción milagrosa divina sobre el organismo de la Virgen, que sin perder la virginidad adquiere la maternidad, nos encontramos ante un hecho único en la especie humana: una concepción virginal de hombre en una mujer.

Tal hecho singular y sobrenatural, fundamento de la doctrina de la encarnación, nos pone ante un hecho totalmente insólito. Aun admitiendo, por las razones dichas, determinado instante para la creación del alma en los hombres, en el caso de María, al tratarse de un milagro virginal, evidentemente la creación del alma puede haberse realizado en cualquier momento determinado por Dios.

Parece obvio suponer que en este caso el alma fue creada en el mismo instante de la fecundación milagrosa, instante en que también se unió el Verbo al hombre. Todo en un solo instante. Si se pregunta en qué instante hizo Dios el milagro de la fecundación virginal, desde luego antes de la implantación maternal, sólo podemos decir que no lo sabemos. Pero hemos de afirmar que fue realizado el milagro sobre la célula germinal de María, y que fue milagroso, sin intervención humana conyugal.

Jesús hombre procede de una mujer sin intervención de varón

Queda por señalar el hecho, también especial y milagroso de que el fruto de esta fecundación fue un varón, Jesús, siendo de sólo mujer, de María.

No sabemos cuál fue exactamente el instante en el que Dios operó el hecho de la encarnación, que comprende tres hechos de su poder: el milagro de la fecundación virginal de modo que resultase varón, la creación del alma de Jesús animando este organismo celular fecundado, y la unión hipostática del Verbo.

Tampoco sabemos el modo como hizo el milagro de la fecundación virginal, aunque sí su resultado. Fue, de todos modos, necesario que tal acción milagrosa dotase al hijo de una nueva fórmula cromosómica de 23, el último de los cuales era de varón XY. ¿De dónde tomó tal conjunto cromosómico conjugado con el de María? ¿Lo creó en tal momento de la nada? Nada podemos decir, sino aceptarlo. Es el milagro de Dios omnipotente, de la vida.



2. La plenitud de los tiempos

San Pablo, al expresar el instante de la encarnación ha utilizado una fórmula singular: "la plenitud de los tiempos o del tiempo".

"Cuando llegó la plenitud del tiempo
envió Dios a su Hijo, hecho de mujer" (Gal 4,4)

"Dios se ha propuesto, al llegar la plenitud de los tiem­pos, instaurar todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

¿Qué quiere significar el apóstol con “la plenitud del tiempo”?

La pala­bra tiene un sentido claro. Plenitud es la totalidad de algo. Pablo ha utilizado la palabra en otras tres ocasiones, en dos de las cua­les se refiere a la "plenitud de Dios" que desea llene a sus discí­pulos (Ef 3,19), y a la "plenitud divina" que hay en Cristo (Col 1,19).

En ambos casos se refiere a una plenitud de Dios, en el primero en participación por la gracia, y en el de Cristo en la absoluta plenitud de divinidad que supone su Persona divina. En el tercer caso en que la ha utilizado es en la explicación del mis­terio de la salvación de las naciones, donde significa la totalidad moral de naciones que admiten la fe de Cristo (Rom 11,25). El significado en todo caso de "plenitud" es la totalidad de algo, o su completamiento.

Parece claro que al aplicarse a los tiempos la palabra, quiere significar que el desarrollo sucesivo del tiempo de la historia humana llega a su punto culminante, su plenitud. En tal sentido podemos decir que encierra una interpretación cristológica de la historia. El desarrollo y evolución de los tiempos de la historia,están así señalados: hay una creación del universo, un desarrollo del mismo, una ordenación del cosmos, una aparición de la vida, vegetal, animal y finalmente humana, según el mismo relato de la creación (Gen c.1).

Cristo es la plenitud del hombre y de la creación por disposición divina (Ef 1,10).


Momento histórico del instante de la encarnación

Así, en esta perspectiva, los tiempos de la historia humana y de la creación han ido sucediéndose hasta el vértice del instante de la encarnación, que sucedió histó­ricamente bajo el imperio de Octavio Augusto en Roma, y en tiempos del Rey Herodes el Grande en la Judea y Palestina. Un signo de esta plenitud es el acuerdo general (aunque no absoluto) de señalar los años tomando como punto de referencia el del nacimiento de Jesús en Belén. Según la estimación científica actual el suceso aconteció en el año 6 a C. Por curiosa paradoja, Cristo nació seis años o siete antes de la era de Cristo[1].

El hecho de la Encarnación es eterno. Lo hemos visto ya como dogma proclamado en el Credo Niceno-Constantinopolitano, contra la opinión de Marcelo de Ancira: "Su reino no tendrá fin".

Así, el Verbo encarnado en la plenitud de los tiempos precedentes (creación, pueblo de Dios, Ley mosaica, profetas...) cumple y resume en sí todo lo precedente, y extiende su realización durante toda la eternidad sin fin de los tiempos sucesivos posteriores.

Esta conclusión es muy importante, pues dice que la encarnación del Verbo en el hombre Jesús es eterna en sus efectos, y se mantiene en naturaleza humana tras la muerte, en resurrección, ascensión y gloria de eternidad. Es un hombre con alma y cuerpo el que resucitó, el que subió a los cielos, el que reina a la derecha de Dios, el que vendrá a juzgar.

La reflexión sobre el tiempo de la encarnación en santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino, al comienzo del tratado del Verbo Encarnado, la tercera parte de la Suma Teológica si formula dos preguntas: la primera, si hubiera sido oportuno que Dios se encarnase al principio del mundo y, la segunda, si debió aplazarse la encarnación al fin del mundo.

Si fue oportuno que la encarnación tuviese lugar al principio del mundo

A la dificultad de que parece que hubiera sido conveniente que Dios se encarnase al principio del mundo para que hubiera llegado la ayuda de la gracia a un mayor número de personas humanas, contrapone el texto de Gálatas citado por el P. Igartua:

Contra esa afirmación está lo que se dice en Gal 4,4: Pero, cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer: a cuyo propósito comenta la Glosa: La plenitud de los tiempos es la época fijada por Dios Padre para enviar a su Hijo. Pero Dios ha fijado sabiamente todas las cosas. Luego Dios se encarnó en el momento más oportuno, y por eso no fue conveniente que se encarnase al principio del mundo.
Da unos argumentos que es oportuno recordar:

En primer lugar, teniendo en cuenta que la encarnación estaba ordenada a la reparación de la naturaleza humana por la abolición del pecado resulta evidente que no fue oportuno que Dios se hiciese hombre desde el principio, antes del pecado, pues la medicina es para los enfermos.
Tampoco fue conveniente que Dios se encarnase inmediatamente después del pecado. Entre las razones que conviene destacar la que pone en último lugar: Finalmente, para que no se entibiase el entusiasmo de la fe con la prolongación del tiempo. Porque según Mt 24,12: se enfriará la caridad de muchos cuando se acerque el fin del mundo. Y Lc 18,8 dice: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿piensas que encontrará fe en la tierra?.

Si debió aplazarse la encarnación hasta el fin del mundo

Dice que no, entre otras cosas, para eficacia de la salvación del hombre De haberse aplazado este remedio hasta el fin del mundo, hubieran desaparecido totalmente de la tierra el conocimiento de Dios, la reverencia que le es debida y la honestidad de las costumbres.


El misterio de la Encarnación en el espacio

1. El lugar de la encarnación y del nacimiento

En relación con el lugar de la encarnación, no parece existir ningún problema crítico por lo que de acuerdo con el relato lucano se fija ese lugar en Nazaret. Hoy el lugar se encuentra dentro de una hermosa basílica donde hay una capilla donde se dedicada a la encarnación del Verbo. En el altar está la inscripción en latín “Verbum caro factum est”

En cambio, en cuanto al lugar del nacimiento, se ha venido poniendo en duda que sea Belén de Judá como estaba profetizado el lugar donde nacería el Mesías.

Ahora bien, los recuerdos de María que los recoge Lucas, como hemos visto, consignan que Jesús nació en Belén, y en cambio la anunciación tuvo lugar en Nazaret, y desde allí partió a visitar a Isabel, con el relato del Precursor Juan y su nacimiento, y volvió después a Nazaret. Su testimonio, pues claramente implica un desplazamiento de Nazaret a Belén para el nacimiento, y un instante de nacer próximo a la llegada, como improvisada a Belén, y finalmente una vuelta a Nazaret, donde habita hasta su salida a predicar, hasta el bau­tismo de Juan.

Autores modernos han puesto en duda el testimonio de que naciera en Belén, como R. Brown, El Nacimiento del Mesías, y otros. Pero María debía saber bien lo que testimoniaba. Ni la cueva y el pesebre, ni los pastores y el anuncio del ángel pueden ser colocados en Nazaret, ni la falta de sitio en la posada y el pesebre, de cualquier modo que se entienda, pues en Nazaret José y María tenían su casa propia.


Es así obligado, si se hace una crítica correcta, aceptar que el suceso tuvo lugar no en Naza­ret, sino en Belén, como dice el testimonio de María.

La atribución de la ida a Belén a un edicto de empadrona­miento de origen romano, siendo con certeza Judea ya provincia romana, tiene sin duda su origen en el testimonio de María tam­bién. Los autores críticos señalan que no consta, y aun casi lo juzgan imposible, un censo en las condiciones del propuesto por Lucas. Pero no señalan solución alguna, frente al testimonio proveniente de la misma madre del niño, figura central del suceso que supo por qué fueron a Belén.

Schürer no niega positivamente el nacimiento en Belén, sino el censo histórico de Quirino. Pero negado éste, de cualquier modo que ello se haga, se quiebra el enlace del relato con Belén.

Si el censo de Quirino no tiene fácil solución, según nuestros datos, la recta crítica debiera preferir el testimonio de la madre al propio, de conocimiento más o menos perfecto de la historia. Jesús nació en Belén, es un dato adquirido.
2. La Encarnación en el espacio universal


a) El universo espacial

La moderna astronomía, después de haber realizado antes la llamada "revolución copernicana", en el siglo XVII, probando de manera cierta que la concepción ptolemaica hasta entonces vigente era falsa, ha progresado de tal modo que actualmente conoce, y aun fotografía, lejanísimas galaxias, estrellas y los lla­mados quásares todavía no explicados satisfactoriamente. Y aun ha creado la hipótesis de los agujeros negros, que ha cobrado verosimilitud.

Se admite que el universo actual perceptible tiene unos quince mil millones de años de existencia, según la estimación de la constante de Hubble-Humason (Shipman, Los agujeros negros, 1982, p.391), a lo que correspondería una extensión de kilómetros correspondiente a la traducción en distancia kilométrica de la velocidad de la luz (300.000 km/s), lo que podría dar una cifra del orden de 1025 en número de centímetros de extensión. La luz del extremo del universo tarda en llegar a nuestra tierra quince mil millones de años.

En tal espacio tan vasto, que supera en sus dimensiones a los trillones de kilómetros, nuestra tierra es un pequeño grano de arena en una inmensa playa. Existen miles de millones de galaxias, o reuniones y conjuntos de miles de millones de estrellas cada uno, siendo cada una de ellas, ardientes y brillantes, semejantes y generalmente mayo es que nuestro sol. La Vía Láctea es la galaxia a la cual pertenecemos en uno de sus brazos radiales. Como es sabido, nuestro sol forma un sistema planetario, cuyos planetas (estrellas errantes o vagabundas; planéin = errar, vagar) son una decena de estrellas ya apagadas en su exterior, que no tienen brillo propio sino de iluminación solar, y giran en torno al sol.

Todo este vastísimo universo material. Se estima, según la teoría cada vez mas aceptada del Big-Bang, casi ya general, que todo este universo nació (por creación, según el dogma de la fc católica) de un comienzo de toda la inmensa masa en explosión desde un punto o lugar inicial, en todas direcciones.

En el inmenso espacio sideral del universo actual de una tal extensión, cálculos generales estiman que hay miles de millones de galaxias, compuesta cada una quizás por miles de millones de estrellas. El número de posibles planetas desconocidos para nosotros, supera o se acerca a la cifra del orden de 1018 (109 x 109) del orden dicho de trillones. En tan inmenso número, al menos muy posible, el problema que puede plantearse acerca de la vida es el siguiente.

¿Existe vida fuera de la tierra, pequeño granillo del universo estelar y planetario mencionado? La respuesta científica es que puede existir, y según la estadística probablemente existe.

De todos modos, parece demostrado por observación de sondas espaciales que en nuestro sistema planetario solar ningún planeta tiene vida. En realidad tampoco es fácil reunir las condiciones para la vida en su grado exacto, asombrosamente exacto y medido, como en la tierra. Muchos piensan que puede no haber vida fuera de la tierra, en todo el universo.

La segunda pregunta, que nos acerca al tema de la encarnación, sería, si, aunque exista la vida, existe vida inteligente: ¿hay probabilidad, al menos, de que existan seres extraterrestes racionales? Podrían también no ser precisamente de especie humana como la nuestra, dado el poder creador divino y su sabiduría. Desde luego, si no fuese por creacion especial de designio divino, no sería de nuestra raza adámica, ya que no se vislumbra posibilidad científica de comunicación entre civilizaciones tan lejanas, para que hayan podido enlazar con la tierra.

Hasta ahora, ciertamente, hay que decir que no existe señal alguna de comprobacion. Los humanos de la tierra somos los únicos seres actuales racionales que conocemos en el universo

b) Alcance universal de la Encarnación

Respecto del universo actual -y aun de otros universos tal vez creados, antes o después, o paralelamente al actual del Big-Bang- podemos plantear, desde un ángulo de fe cristiana, el alcance real de la encarnación de Jesús, Hijo de Dios-hombre, en el seno de María Virgen, en Nazaret, según el relato evangélico introducido. ¿Qué alcance tiene la Encarnación para bles seres existentes en el universo?

Se puede responder con certeza lo siguiente. La Encarnación de Dios en el hombre Jesús extiende su influjo a todo el universo, ya como encarnación humana de Dios en la tierra, ya como redención de pecados donde los hubiera, si tal encarnación es revelada por Dios a estos posibles seres existentes.

La primera afirmación se muestra porque la revelación de la fe nos presenta a Dios encarnado en Jesús como señor y rey del universo entero creado. No podemos para ello basarnos sola­mente en las palabras del ángel Gabriel, pues éstas hablan sola­mente del Reino del Mesías Dios en la casa de Jacob, y por ella en el género humano terrestre, siendo tal reinado eterno, sin fin como hemos dicho. Podemos aducir los textos que señalaremos al hablar de la gloria universal de Cristo en los cielos como rey de ángeles, hombres y todo lo creado. Baste aquí proclamar con la Carta a los Hebreos: "Dios ha constituido a su Hijo (Jesús, Dios-hombre) heredero del universo, por el cual ha creado los siglos" (Hebr 1,1). Y le ha constituido Señor de los ángeles tam­bién por haber recibido una herencia universal, (ib 2).

Podemos añadir que tal herencia le corresponde en derecho pleno por razón de la unión hipostática, ya que su Persona es divina, y por ello es Señor de toda la creación. Es la primera razón que da Pío XI al proclamar a Cristo Rey del universo en la encíclica sobre la realeza de Cristo Jesús "Quas primas".

Cuanto a la redención de los pecados donde fuese necesaria, si lo es, existe la misma razón del valor universal de la redención efectuada en la Cruz por Cristo en Jerusalén; pues por ser de valor divino es de valor infinito, y así vale para cualquier clase de pecado que la necesitase, aunque debería ser conocida por revelación en tal caso. "Una sola gota de su sangre puede salva? a todo el mundo del pecado", dice el himno litúrgico por esta razón (Cuius una stilla salvum facere totum mundum quit a omni scelere).

Con esto queda declarado el valor y alcance universal oe Encarnación y Redención en nuestra tierra, entre los horn de nuestra raza. Es un inmenso privilegio derivado de la Encarnación divina.

C) Posible existencia de otros seres racionales

Aunque, como hemos dicho, no hay constancia alguna de esta existencia en el universo, no se puede tampoco suprimir su posibilidad, dado el poder creador divino, y se ofrecen algunas razones para la verosimilitud de tal posibilidad como existente, siempre como conjetura solamente, sin constancia cierta alguna.

La razón que puede ofrecerse para tal concepción de vida y racionales, desde un ángulo de vista teológico, sería la de que Dios cuando crea el universo material, lo crea en razón y lección del ser racional, unido a la materia especialmente, que es el único que puede glorificarle formalmente por su obra creada y utilizarla. Dice el profeta Isaías: "Esto dice el Señor que crea el cielo y la tierra: no la he creado en vano, sino para que sea habitada" (Is 45,18).

La proposición de Isaías en nombre de Dios, parece sugerir que si la tierra no estuviese habitada por hombres, sería en vano su creación, cosa que Dios nunca haría. Esto, a primera vista, parece postular que haya también otros planetas habitados por seres inteligentes. Sería una traducción profética del llamado por los científicos "principio antrópico", que puede formularse así, en general: La formación de la vida vegetativa y sensitiva, que científicamente se postula como subsiguiente a la existencia físico-química de la materia, tiene la dirección de la llamada "fle­cha antrópica", es decir a la existencia del hombre.

Sin embargo puede verse que la afirmación no concluye por sí misma, desde la perspectiva de la fe del creyente, aunque es un buen principio filosófico para la tierra y la existencia del hombre, cumbre de la creación según el propio relato del Génesis. Este relato de la creación, aun siendo solamente popular, no excluye los intentos científicos de resolver algunos problemas; sin embargo muestra que el hombre, cumbre creadora de la obra divina, en el último día de ella o tiempo, supone también ya la existencia de la creación del cielo y de los astros, y de toda la obra universal. Y no menciona sino al hombre.

Nos satisface saber que Dios anuncia que va a renovar al fin el mismo universo material, creando "cielos nuevos y tierra nue­va", en los que habita la justicia (2 Pe 3,13). Estimamos que tal nuevo universo, digno de la realeza universal de Cristo, lo será también para los hombres renovados por la resurrección final, del modo que Dios conoce. Ellos podrán recorrer, en su nueva condición resucitada, tales extensos dominios con facilidad. Esto ya por sí justifica teológicamente su existencia. Aparte del conocimiento del propio Cristo desde su encarnación misma, y ahora en el reino celeste, de todas estas cosas con su inteligencia humana.

Parece oportuno recordar que puede existir un problema acerca de la existencia de otros hombres fuera de la tierra. Existe una sentencia, condenada por el Pontífice Pío II en 1459 contra un extraño canónigo en Pérgamo, llamado Zanino de Solcía, quien mantuvo diversas proposiciones, que deben ser calificadas de extravagentes, y son rechazadas por el Papa como "temerarias y contra los dogmas de los santos Padres". Entre ellas se da ésta. "Dios creó otro mundo distinto a éste, y en su tiempo existieron muchos otros hombres y mujeres, y por consiguiente Adán no fue el primer hombre" (Denz 717 c).

Estimamos dentro de nuestro modesto parecer, que tal sentencia resulta hoy en parte no tan temeraria, dados los enormes progresos traídos por el conocimiento científico y los descubrimientos tanto antropológicos como astronómicos. Los unos indican que hubo seres racionales anteriores a nuestra actual especie Cro-Magnon, cono la de Neandertal, totalmente desaparecida, y tal vez otras del género Homo. Al menos los Neandertales deben ser estimados, al parecer, por varias razones, seres racionales. Los astronómicos presentan hoy el problema de los posibles mundos habitados, que hemos ofrecido.

Pensamos que si alguien sostiene hoy que ha habido seres racionales anteriores a Adán, aunque no de su raza y especie, desde luego, o que puede haberlos en mundos lejanos del univer­so, tendría libertad para pensarlo dentro de la fe católica. Parece que la condena de Pío II quiere ir directamente contra la idea de fondo de que el pecado original no se ha transmitido a toda la humanidad de su descendencia. Sin embargo, este parecer como todo el resto de lo que exponemos, queda sujeto a cual­quier posible declaración de la Iglesia, cuyo Magisterio en lo que toca a la fe es pleno.

Pero, cualquier clase de seres racionales supuestos existentes, ya en nuestra tierra del género llamado científicamente por los antropólogos "Homo": faber, erectus, habilis, Neandertalens..., y aun Sapiens, no sería de la especie humana actual, llamada Sapiens-sapiens técnicamente. Y no siendo de la misma especie no podrían cruzarse fecundamente con ella, teniendo descenden­cia. Esta posibilidad se ha de reservar para cada especie en sí con apareamiento sexual dentro de ella.

Y esto, que vale para cualquier especie anterior a la actual universal Cromagnon o Sapiens-sapiens, con mayor razón valdría para seres racionales, si existiesen en otros planetas o mundos lejanos. Podrían no ser ni siquiera del género Homo, y estar ideados en forma distinta. No sabemos nada de esto respecto del poder creador divino, que es infinito en sus posibilidades. Lo que toca a la fe es que todos los hombres posteriores a Adán, descendientes de él como "primer hombre" son de una misma especie humana bajo el pecado original del primer hombre, que había sido elevado a la gracia.

Todos padecen las consecuencias de su pecado: la muerte, la concupiscencia, la pérdida del don sobrenatural de la gracia… Es doctrina dogmática de la Iglesia y su fe, la de que tales dones, la vida inmortal hasta la gracia y los dones preternaturales de la justicia original, fueron perdidos por el pecado de Adán. Sobre la muerte, en especial, puede el XVI Concilio de Cartago, aprobado por el Papa san Zósimo (a. 418), el Concilio de Trento, Decreto sobre el pecado original (a. 1546), y la Profesión de Pablo VI, (a. 1968). Cf. Denz, 101, 788, Prof. de fe n. 9.
Y también, se debe decir que la Redención de Cristo en nuestra tierra, puede bastar para toda clase y número de seres racionales, si los hubiese en el universo creado, y conociesen tal Redención.
[1] Dionisio el Exiguo, monje cristiano del siglo V que dio origen a la costumbre instalada históricamente de datar a partir del nacimiento de Cristo, padeció un error de cuatro años. A partir de las fechas dadas por Lucas (año quinto de Tiberio, y treinta de edad en Jesús más tres de ministerio) estableció el nacimiento de Jesús emparejado con el 754 UC (Urbe Condita) romano. Por Flavio Josefo sabemos que Herodes, en cuyo tiempo nació Jesús, murió el 750 UC. Se hace así necesario poner el nacimiento de Jesús algunos años antes, y contando con el tiempo de la estrella de los Magos se calcula aproximadamente el 6 AC. Sin embargo, al estar ya establecida la cronología de aquel modo, no se ha corregido, lo que sería difícil para toda la historia. V. Los Evangelios ante la historia 1981, p. 73.

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