jueves, 20 de junio de 2013

TERCERA FUENTE DEL PODER DEL APOSTOLADO: LA UNIÓN CON EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

El P. Ramière S.J. en su obra El Apostolado de la Oración habla de tres fuentes de su eficacia: la oración, la asociación y la unión con el Corazón de Jesús.

En relación con la tercera fuente, recuerda que las oraciones de los cristianos son oraciones de Jesucristo, ya que todos los cristianos formamos con Jesucristo un solo cuerpo, cuya Cabeza es El.

Por otra parte, las oraciones son obra del Espíritu Santo, persona divina a quien se atribuye la santificación en la Iglesia. Además,   La sagrada comunión es medio poderoso de renovar la vida de Jesucristo en nosotros, y de unir más íntimamente nuestras oraciones a las suyas.

En este misterio de amor, Jesucristo, más que Cabeza, es Corazón de la Iglesia; por eso el Sacramento de la Eucaristía es tan propio de la devoción a su Sagrado Corazón.

Así como no hay un solo cristiano que no esté unido al Corazón de Jesús por el sagrado carácter del bautismo, y por los lazos de la fe, así tampoco hay uno solo que no  pueda  unírsele  por los lazos, aún  más  íntimos, de la caridad, y por la participación real de su Espí­ritu; ni uno solo a quien no se invite a renovar y es­trechar más esta unión en la Eucaristía, recibiendo realmente la carne del Salvador; ni uno solo por quien el Corazón de Jesús no ore incesantemente desde el sagrario, y cuyas oraciones no esté dispuesto a presen­tar al Padre.

Conclusiones de la primera parte del libro El Apostolado de la Oración del P. Ramière S.J.

El Apostolado de la Oración es la caridad cristiana llevada   al   más   alto   grado de perfección. En efecto, por una parte estamos obligados a amar a todos los hombres del mundo y, por otra, no podemos ejercitar la caridad con la mayor parte de ellos, sino por medio de la oración. Luego amar al prójimo y pedir por él son dos obligaciones que van siempre juntas, puesto que quien de veras ama a alguno, no puede menos de desearle todo bien y procurárselo, pidiéndolo a quien lo tiene en su mano

De aquí se concluye que el Apostolado de la Oración es un medio indispensable, y a veces el único posible, de cumplir el precepto de la caridad, en la que está contenida la plenitud de la ley.

No se trata de una Obra de puro consejo, o de supererogación, sino de la esencia misma de la vida cristiana, y de la vida de la Iglesia; se trata del amor del bien en toda su extensión, de la oración verdaderamente católica, del cumplimiento de aquel precepto del Apóstol, que nos manda sentir y pensar como Cristo. 

El Apostolado de la Oración es, pues, el pago de la deuda que con­traemos cada vez que Cristo nos comunica su vida en la Eucaristía; es la unión perfecta de nuestro co­razón con el Corazón de Jesús, la fusión completa de nuestros intereses con los suyos, de nuestra vida con su vida, de nuestros deseos con sus deseos.


El P. Igartua S.J. en su obra Vivir con la Iglesia,

En la primera parte, donde trata de los principios teológicos de la espiritualidad del Apostolado de la Oración, dedica varios apartados para explicar el puesto que ocupa el Corazón de Jesús en la misma.

1.- El Corazón de Jesús es el centro vital del Cuerpo Místico. El pasaje de la lanzada que hizo que todos “mirarán a Aquel a quien atravesaron”, alcanza su lugar adecuado en la vida de la Iglesia a raíz de las apariciones del Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque.

Dice el P. Igartua S.J. Fijad vuestra atención en estas afirmaciones en que vamos a resumir la grandeza de la impor­tancia del Sagrado Corazón con la vida espiritual y sobrenatural del mundo:

Þ      La Iglesia nació del Corazón herido del Re­dentor. La gracia santificante ha fluido de aquella herida, a lo largo de tantos siglos, sobre las almas.

Þ      El Espíritu Santo ha sido dado desde Pentecos­tés al mundo, como un don de aquel Divino Co­razón que dijo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba, porque de mi entraña brotan ríos de agua viva».

2.- El Sagrado Corazón es el Altar de la Redención. «El misterio de la Redención—dice Pío XII en su Encíclica sobre el Sagrado Corazón—es, ante todo, un misterio de amor». Y el sagrado Corazón es, por esto precisamente, el centro del misterio de la Redención.

En los altares de la tierra se inmola el Hijo de Dios, que está en lo alto de los cielos. Y cual­quiera que entiende lo que es inmolación reden­tora; esencia de la espiritualidad del Apostolado de la Oración, tendrá que asociarse al Corazón de Jesús en los más íntimos actos de su vida ofrecida.

Por esta razón la espiritualidad del Apostolado de la Oración forzosamente había de entroncar en la devoción y culto al Sagrado Corazón.

En la segunda parte, donde traga de los elementos prácticos de la espiritualidad del Apostolado de la Oración, habla de varias prácticas de esta devoción que están vinculadas a aquél:

1.- La  Consagración al Sagrado  Corazón de Jesús, práctica salvadora. La   Consagración que Jesús mismo enseñó a Santa Margarita María de Alacoque es la plenitud de la vida cristiana, puesto que es la entrega a Jesucristo  «de nuestras personas y de todas nuestras cosas».

En el bautismo somos con verdad con­sagrados a la Santísima Trinidad. La Consagración al Sagrado Corazón, que sim­boliza el Amor de Dios, hace lo siguiente. Es como una renovación de la entrega bautismal, volun­tariamente hecha por nosotros, y hecha delante del Amor de modo especial.

Si  antes  nos  dijeron: «Yo te bautizo en el Nombre o consagrándote al Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», ahora es como si dijéramos al consagrarnos al Sagrado Corazón. Yo acepto mi bautismo, y quiero consagrarme al Nombre del que es el Amor, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, Amor  simbolizado  y   hecho carne en el  Sagrado Corazón de Jesús.Yo me consagro al Sagrado Corazón de Jesús y en El al Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se  comprende  así  que esta Consagración sea fórmula práctica suprema de religión cristiana.


2.- Condiciones de eficacia de la Consagración.


La Consagración al Corazón de Jesús «Es una acto de amor a Jesús. Es un ofrecimiento de uno mismo, de lo que se es, de lo que, se tiene, de lo que es capaz de hacer».

Tres cualidades nos ha enseñado la Iglesia para dar toda su eficacia a la Consagración.

Primera, la misma entrega: Consagrarse, es entregarse por amor. Pide en el individuo la gracia santificante, pide en todo caso la volun­tad.

Segunda, la renovación periódica: Si a esta Consagración individual y social, practicada y recomendada por la Iglesia, añadimos la renovación, al menos anual de ella y mejor mensual o diaria, pues la misma Iglesia nos lo enseña en la Consagración del Mundo que hace cada año, «para obtener con más eficacia los frutos», tenemos el segundo elemento.

Tercera, la vivencia de la Consagración o su realismo: Con la noción de «vivir la Consagración», tenemos el sistema integrado. Vivirla nos llevará, individual y socialmente, a la perfección de la unión con Cristo, y por Él con Dios.

He aquí, pues, el sistema completo, como templo trinitario de tres columnas:

Consagrarse, renovar la Consagración y vivirla.

El día en que este sistema se lleve a la práctica metódica y sistemáticamente en estos tres grados, y en toda la escala individual, familiar y social, que son los tres grados del Reino de Cristo que enseñó Pío XI en la Quas Primas, ese día habre­mos encontrado el gran sistema de espiritualidad moderna que vivificará a todos, sacerdotes, re­ligiosos y seglares: «Aun permaneciendo en medio del fragor del mundo».

 

3.- Carácter reparador de la entrega


Si la Consagración es la práctica más eminente de la devoción al Sagrado Corazón, el espíritu de reparación le es consustancial. El Señor, en Paray-le-Monial, frente a la frialdad del mundo y de los hombres, pidió una fiesta especial, la de su Sagrado Corazón, para reparar las ofensas que los hombres hacen a su amor.

El pecado forma una barrera a la conquista del mundo para Dios, y tenemos que satisfacer a la justicia divina ofendida. Este es el es­píritu de la devoción al Sagrado Corazón, y el del Apostolado de la Oración, que es apostolado de la oración y de la reparación.

Tenemos también que desagraviar al amor ofendido de Jesús. La consolación a la tristeza del Señor es un aspecto profundamente humano de la repara­ción. Proviene de la amistad, y el delicado del agradecimiento, ante la histórica tristeza de Jesús.

Por eso han establecido los Papas que, en las dos fiestas principales de Cristo Rey y del Sagrado Corazón, la misma Iglesia en el mundo entero practique la Consagración (en la primera) y la reparación (en la segunda). Para ello, se utilizan las dos fórmulas oficiales que han de repetirse esos días en todas las iglesias del mundo.

4.- La Consagración al Corazón Inmaculado de María.


San Luis Grignion de Monfort enseñó esta práctica con el nombre de Esclavitud Mariana.

¿Y en qué consiste esa Consagración? Fundamentalmente consiste «en la entrega en­tera y total a la Santísima Virgen para estar totalmente unidos a Jesucristo por Ella. Debe­mos  darla:   1.°,   nuestro  cuerpo  con todos  sus sentimientos y .miembros; 2.°, nuestra alma con todas sus potencias; 3.°, todos los bienes nuestros de fortuna (en entrega espiritual) que poseemos al presente o en lo venidero; 4.°, nuestros bienes inferiores y  exteriores, o sea:  nuestros méritos, nuestras virtudes, nuestras buenas obras pasadas, presentes y futuras; en una palabra: todo lo que   tenemos en el orden de la naturaleza y de la gracia».

«La Consagración—dice San Luis—se hace a un mismo tiempo a la Santísima Virgen y a Jesucristo. Por otra parte, con la Consagración a María se alcanza la imitación de Jesús, que es la fórmula de la santidad. Porque María es «el molde de Dios».

Esto es lo que el Santo ha llamado, con nombre ya clásico en la historia ascética, el Secreto de María, el cual consiste en hacer todas nuestras obras:

«por María, «con María, «en María, «y para María».

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