La
cuestión de los signos de los tiempos mesiánicos en los últimos tiempos ha sido
puesta de relieve de forma notable y con reiteración en el Concilio Vaticano II
cuando trata sobre una nueva escatología y en concreto en el Catecismo de la
Iglesia Católica cuando desarrolla el artículo de la fe y “Vendrá a juzgar a los vivos y los muertos”.
En esta
sesión vamos a fijarnos en la exposición del P. Juan Manuel Igartua S.J. en su
obra la Esperanza Ecuménica de la Iglesia. Formula esta cuestión con siguiente
sugerente títulos: Los signos de los tiempos y la ley de la esperanza (Esperanza
Ecuménica de lglesia P. Igartua S.J. t. 2, P. III c.3 p. 185-197). En
otra sesión trataremos de la cuestión siguiento la obra Mundo histórico y Reino de Cristo F. Canals, p. 132).)
Esperanza
Ecuménica de lglesia P. Igartua
S.J. t. 2, P. III c.3 p. 185-197
Signa temporum (el cuándo de la
esperanza ecuménica)
El P. Igartua S.J.
examina esta cuestión partiendo de los signos de los tiempos, considera también
la proximidad de tales tiempos y finalmente refleja la ley la Esperanza
formulada por san Pablo para justificar el próximo acontecer de lo profetizado
en los libros Sagrados. Siempre manteniendo su método de recoger los testimonios
del Magisterio de la Iglesia al respecto.
1. Las
señales de los tiempos
El
Señor, en el evangelio de San Mateo (16,3), dirigiéndose a fariseos y saduceos
en la controversia mesiánica en que le piden una señal del cielo, arguye fuertemente su desleal y ciega ignorancia: «Sabéis discernir el aspecto del cielo (en los signos atmosféricos), ¿y no podéis discernir las señales de los tiempos?» (signa
temporum). Reprendía el Señor su ceguera ante los signos mesiánicos
que tenían ante la vista en los milagros de Jesús. La
palabra de Jesús, signa temporum,señala propiamente los signos de la divina acción en el mundo con un significado ulterior.
Si dirigimos nosotros la mirada al tiempo nuestro, ¿podemos encontrar signos de la divina acción respecto de la esperanza ecuménica? Respondía Juan
XXIII en la constitución apostólica Humanae salutis, convocando el concilio Vaticano II, en el día de Navidad de 1961, dirigiendo su mirada al tiempo presente y
hallando señales esperanzadoras de tiempos mejores para la humanidad:
«Siguiendo
los avisos de Cristo nuestro Señor,
que nos exhorta a discernir los
signos de los tiempos (Mt 16,3), vemos no pocos indicios, en
medio de tristes oscuridades, que parecen anunciar auspicios de una época mejor para la Iglesia y el género humano.
Juan XXIII convoca el Vaticano II después de dirigir su mirada a los graves signos de los tiempos actuales, que por la magnitud de sus convulsiones parecen preparar los espíritus a una mayor necesidad de la Iglesia.
Pablo VI, por su parte, próxima
ya la tercera sesión del concilio, distinguió
claramente los signos humanos naturales, en los que se advierte un sentido
oculto, y los signos de Dios,
o manifestaciones de su voluntad, señales de «Dios que pasa»:
«El concilio debe tener, por un lado, la mirada alerta para descubrir
los signos de los tiempos,
como dijo Cristo, es decir, los acontecimientos humanos, las necesidades de los hombres, los fenómenos de la historia, el sentido de
las vicisitudes de nuestra vida, considerada a la luz de las palabras de Dios y de los carismas de la Iglesia.
Y, por otro lado, la mirada del concilio debe buscar y descubrir los
signos de Dios, su voluntad, su presencia operante en el mundo y en la Iglesia. Son difíciles ambos descubrimientos, pero el segundo, el de los signos de Dios, más que el primero».
Vamos nosotros
ahora, siguiendo estas indicaciones, a
escrutar con la mirada los signos
de los tiempos en relación con
la esperanza ecuménica.
El
primero de tales signos, a partir del
pontífice Pío IX y su definición del dogma de la Inmaculada hasta nuestros días, a través de las voces de ocho pontífices sucesivos,
la voz de la esperanza ecuménica se multiplica,
se amplifica, se detalla y concreta.
Nos parece ver también un doble signo de esta esperanza en las dos consagraciones del mundo y de la Iglesia, realizadas en dos momentos cimeros de
estos tiempos por dos de sus pontífices. La
dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, por León XIII, y la dedicada
al Corazón Inmaculado de María por Pío XII; aquélla, en el mismo comienzo del siglo xx;
ésta, en el tremendo fragor de la guerra mundial, en 1942.
León XIII ve en el Sagrado Corazón, a quien por esta
encíclica Annum sacrum, de 1899, va a consagrar la Iglesia y el mundo,
una nueva señal o signo de Dios dado a
su Iglesia para la nueva era que el siglo xx abre ante ella:
«He aquí otra señal (signum)
divinísima y llena de presagios que se ofrece hoy a la vista; es decir, el Sacratísimo Corazón de Jesús con la cruz sobrepuesta, luciendo entre las llamas con brillantísimo resplandor. En El se han de colocar todas las
esperanzas; a El se ha de
pedir, y de El se ha de esperar la
salvación (salus) de los hombres»
(T 546).
Se abre,
pues, el siglo xx con este auspicio de unidad religiosa en Cristo.
Cuando, en 1942, la tremenda guerra mundial parece derrumbar las esperanzas de
esta paz, Pío XII consagra ahora
el mundo al Corazón de María Inmaculada para completar la obra de León XIII, porque en
esta consagración, renovada anualmente, se apoya con gran esperanza el que suceda que nazca una época feliz, serenada por el triunfo de la religión y
por la paz cristiana (T 644).
El año 1948 dos sucesos extraordinarios
en la historia religiosa de los hombres han acontecido: la primera reunión en Amsterdam del Consejo
Mundial de las Iglesias y la fundación en Palestina del nuevo Estado de Israel.
El
movimiento ecuménico, como nuevo «signo de los tiempos» y de Dios
en la acción de su Espíritu, es así visto y señalado por el concilio Vaticano II en su decreto del ecumenismo:
«Puesto que hoy, en muchas partes del
mundo, por gracia del Espíritu Santo, se hacen muchos intentos con la oración,
la palabra y la acción para llegar a
aquella plenitud de unidad que Jesucristo quiere, este sacrosanto concilio exhorta a todos
los fieles católicos a que, reconociendo
los signos de los tiempos, participen
diligentemente en la obra ecuménica» (n.4).
Conviene recordar la importancia que, como
«signo de los tiempos» en relación a la
esperanza ecuménica, tiene la
fundación del Estado de Israel en el plan previsible de la divina Providencia. Baste señalar que ambos
acontecimientos, ligados a la esperanza ecuménica, tienen su fecha crucial en
el mismo año del siglo xx.
He aquí, pues, la notable constelación de signos
de los tiempos de la esperanza que brillan hasta ahora en el
cielo oscurecido del siglo xx, cuya luz precursora era la consagración
leoniana, en el umbral de 1899.
Þ
Proclamación del
dogma de la Inmaculada Concepción - 1854
Þ
Consagración del
mundo al Corazón de Jesús – 1899
Þ
Consagración del
mundo al Corazón Inmaculado de María -
1942
Þ
Constitución del
Estado de Israel – 1948
Þ
Reunión en Amsterdam
del Consejo Mundial de la Iglesia – 1948
Þ Convocatoria del Concilio Vaticano II - 1959
2. La proximidad de la esperanza
El
tiempo de
esperanza está próximo.
Documentos
que hablan de la proximidad, en primer lugar a León XIII, en su célebre encíclica mariana Adiutricem populi, dedicada en 1895 a las relaciones entre María y la esperanza
ecuménica:
«Un
auspicio de que esto acontecerá a plazo no muy lejano parece
confirmarse por la creencia y confianza que se enciende en los ánimos piadosos
de que María será el vínculo feliz,
con cuya firme y blanda fuerza, de todos aquellos que en cualquier parte del mundo aman a Cristo se hará un solo pueblo de
hermanos, sumisos como a
Padre común a su Vicario en la tierra, el
Pontífice Romano» (T 542).
En
el año 1904, en el cincuentenario del gran dogma, San Pío X
anuncia la proximidad
de la gran esperanza despertada por
el dogma en 1854:
«Por una misteriosa inspiración, nos
parece que podemos asegurar que
se cumplirán en breve aquellas grandes esperanzas que, como fruto de la solemne definición de
la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios, concibieron nuestro
predecesor Pío IX y todos los obispos
del mundo….» (T 562).
Pío
XII al consagrar Rusia al Corazón de María
en 1952, casi a las puertas del centenario del
dogma proclamado por Pío IX:
«Del mismo modo que hace pocos años consagramos todo el género humano al
Corazón Inmaculado de María, la Virgen Madre de Dios, así ahora dedicamos y consagramos todos los
pueblos de las Rusias al mismo
Corazón Inmaculado, esperando
absolutamente que sucederá que los votos que Nos, vosotros y todos los
buenos hacemos por la verdadera paz, la concordia fraterna y
la libertad debida a todos, y sobre todo
a la Iglesia, sean un hecho cuanto antes sufragados por
el potentísimo patrocinio de la Virgen María» (T 640).
3. La
gran ley de la esperanza
Pablo, en la carta
a los Romanos (5,4), ha formulado la admirable ley divina de la formación y fortalecimiento de la esperanza:
5,4: «Nos gloriamos hasta en
las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación engendra paciencia; la
paciencia, la virtud probada; la
virtud probada, la esperanza.
5,5: Y la esperanza no falla...»
Según esta admirable ley, en elprincipio mismo de la esperanza está la tribulación, o sea la dura prueba. Encadenadamente, de ella brota, a través de la paciencia y de la firmeza de la virtud, la esperanza. Esta ley había de
cumplirse también en la Iglesia, y sobre todo en tan grande esperanza como la
que le ha sido concedida por el Señor, la
esperanza ecuménica, que mira en último horizonte a la perfecta unidad celeste del solo rebaño y pastor.
Antes
del día en que alcance por fin la última esperanza le espera la que es llamada en el Evangelio la
tribulación por antonomasia.
Al frente de la gran tribulación estará en tan duros momentos el «hijo del pecado». Conocidos son los
pasajes que hablan de este instante. Mateo (24, 7-14), y los Sinópticos con él, nos hablan de tan graves instantes,y Pablo concreta sus rasgos en algunas cosas (2 Tes 2, 3)
Y antes de la esperanza ecuménica en la
tierra, del v.14, tenemos una serie de tribulaciones jalonando la historia
de la Iglesia en el anuncio profético de Cristo.
Þ
Primero,en general, «guerras y rumores de guerras» (v.6), que pueden referirse a toda la historia del mundo y de la Iglesia; pero no es el fin.
Þ
Después una conflagración universal de guerra, «nación contra nación y reino contra reino» (v.7), con hambres y terremotos. Este signo de la conflagración universal guerrera del mundo es solamente «el comienzo de los dolores del parto» de la nueva vida celeste, de la segunda venida del Señor, el Hombre nuevo (v.8).
Þ
Después, el evangelista presenta una gran persecución
eclesial y confusión de seudo-carismáticos (falsos profetas, v.9-11), y en
ello
Þ la gran
apostasía, al parecer consistente
en el enfriamiento de la caridad o amor de Dios. He aquí las señales
que propone Mateo antes de la esperanza ecuménica y como preludio suyo de
tribulación.
Pablo en
la epístola segunda a los Tesalonicenses, en su clásico pasaje sobre el anticristo, señala en los versos indicados (v.3-4) dos cosas:
Þ
la gran apostasía, y tras ella o
en ella,
Þ
la aparición del hijo del pecado.
La
gran tribulación, pues, parece así
proponerse con estos signos:
a)
conflagración universal de guerra;
b)
persecución antieclesial y confusión intraeclesial.
c)
la gran apostasía o enfriamiento general de la
caridad;
d)
la aparición del anticristo, hijo del pecado;
e)
la segunda venida del Señor.
Y he
aquí las referencias eclesiales de pontífices que mencionan estos signos,
aplicándolos claramente a nuestro tiempo:
a) Conflagración universal de guerras (nación
contra nación, reino contra reino) (Mt
24,7):
«Viendo como ven al presente (1943) levantarse una nación contra otra nación
y un reino contra otro reino (Mt 24,7), y crecer sin medida las
discordias, envidias y semillas de enemistades...» (Pío XII, encíclica Mystici Corporis Christi: AAS 35 [1943] 195).
b) La persecución antieclesial (Mt 24,9-11):
«Esto es lo que, por desgracia,
estamos viendo: por primera vez en
la historia asistimos a una lucha cuidadosamente preparada y calculada
contra todo lo que se llama Dios (2 Tes 2,4)» (Pío XI, encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo: AAS 29 [1937]
66).
«Ese
odio satánico (del comunismo) contra
la religión recuerda el mysterium
iniquitatis, del que nos habla San Pablo (2 Tes 2,7)» (Pío XI, encíclica Caritate Christi compulsi: AAS 24 [1932] 185).
c) La gran apostasía (Mt 24,12):
«Aun al espíritu menos dispuesto se le
ocurre que se acercan próximos los tiempos de que vaticinó nuestro Señor: y puesto que abundará la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12)» (Pío XI, encíclica Miserentissimus Redemptor: AAS 20 [1928] 176).
d) La aparición del anticristo, hombre de
pecado (2 Tes 2,3-4):
«Vemos ciertamente que por aquellas regiones (dominadas por el comunismo) se trastornan todos los derechos divinos y humanos. Los templos son demolidos y destruidos; los
religiosos y sagradas vírgenes son arrojados de sus casas y molestados con insultos, crueldades, hambres y
cárceles; grupos de niños y
doncellas son arrebatados del gremio de la madre Iglesia, e inducidos
a renegar y blasfemar de Cristo y a fortísimos
crímenes de lujuria; todo el pueblo
cristiano, sobrecogido de espanto y disperso, se encuentra en continuo
peligro de apostasía o aun de
atrocísima muerte.
«Las cuales cosas son en verdad tan
tristes, que se diría que, por medio
de tales acontecimientos, se prenuncia ya ahora y se augura el principio de aquellos dolores (initia dolorum) que traerá el hombre de pecado, levantándose sobre todo lo que es llamado o reverenciado como Dios (2 Tes 2,4)» (Pío XI, encíclica Miserent. Redemptor: AAS 20 [1928] 175).
«En las asambleas humanas se insinúa
solapadamente el espíritu del mal, el ángel del abismo (Apoc 9,11),
enemigo de la verdad, atizador de odios, negador y destructor de todo
sentimiento fraterno.
«Creyendo próxima su hora,
hace todo lo que puede por acelerarla» (Pío
XII, radiomensaje de Navidad, 1947: AAS 40 [1948] 15).
e) La segunda
venida del Señor:
«¡Cuántos
corazones, oh Señor, te esperan!
¡Cuántas almas se consumen, por apresurar
el día en que tú solo vivirás y reinarás en los corazones!
»Ven, ¡oh Señor, Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu
vuelta no está lejana...!» (Pío XII, homilía del día de Pascua, 1957: T 656).
Así
como hemos comenzado esta sección con la ley paulina de la
esperanza a través de la tribulación, lo vamos a cerrar con una
admirable interpretación de esta ley hecha por el santo pontífice Pío X en su
encíclica del cincuentenario de
la Inmaculada, en 1904. Dice:
Sabemos por
experiencia que es costumbre de la
divina Providencia que la cumbre de los males no esté muy lejos de la
liberación («non admodum dissocientur») (T
563).
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