1. La Apostasía, la
quiebra del principio de autoridad y la manifestación del anticristo.
San Agustín, en la Ciudad de Dios expone una serie
de acontecimientos que sabemos ciertamente, por la fe, que han de ocurrir: el juicio de Dios, la resurrección de los
muertos o la conversión de Israel.
¿En qué orden
ocurrirán estos acontecimientos?.
El obispo de Hipona dice que, en la medida que se acerquen estos tiempos,
se podrá ver con más claridad lo que
él ahora sólo puede conjeturar. De civitate Dei, XX,
nº5.
Lo primero que ha de venir es la apostasía.
Antes otro de los signos del advenimiento del Señor, signo profetizado ya en tiempo de los apóstoles, es que se dará testimonio del
Evangelio a todas las naciones.
Después vendrá la apostasía.
Paulo VI habló en las Naciones Unidas, a
título privado, como invitado, dijo: Hoy se cumplen las palabras del
Evangelio: Anunciaréis el Evangelio a todas
las naciones”. Y profesó la divinidad de Cristo ante aquella audiencia.
¿Qué es la apostasía? En latín, aversio, apostatare, es un volver la espalda con desprecio
y odio a alguien, despreciando su
mensaje.
Un signo previo a
la manifestación del hombre del pecado es la apostasía. Primero se tiene que manifestar la apostasía que
prepare el advenimiento de este hombre
de pecado. San Pablo agrega que ya está obrando el misterio de la anomia,
en latín, iniquidad, de la
anormalidad, del desajuste, pero
que es reprimido por algo que lo detiene.
Cuando eso que detiene la acción del misterio de la iniquidad, del desajuste,
del desorden, de la falta de “nomos” (ley), sea removido,
entonces se podrá manifestar el Anticristo,
al que san Pablo llama “anomos”, el inicuo, el hombre sin ley ni orden.
El hombre de iniquidad, que la tradición cristiana llama el Anticristo, obrará con
el poder de Santanás, con signos y prodigios engañosos “-así se afirma en
el Evangelio-, para seducir a los
que perecen por no haber abierto su corazón al amor de la verdad, para ser salvos.
Evangelio de San Juan, cuando Cristo
habla a los fariseos:
“Yo he venido en nombre de mi Padre y no me habéis
recibido. Vendrá otro que hablará en nombre de sí mismo, y a éste lo oiréis”.
El padre Orlandis decía:
“Se ha dado la difusión del Evangelio en el mundo en forma simultánea con
la apostasía y también hemos asistido a la eclosión del misterio de desorden, de desajuste,
que era refrenado por un obstáculo que lo detenía y que, al ser
removido, permitiría que se manifestase. Este obstáculo que detenía al misterio de la iniquidad, según todos los antiguos escritores eclesiásticos y
como indicaba san Jerónimo en el Comentario a Daniel, era el Imperio romano.
2.- Los signos de los últimos tiempos, la tentación universal,
la autoadoración del hombre y la consumación del imperio
mundial persecutorio del Anticristo.
El padre Orlandis decía en 1945:
«Uno
de los acontecimientos revelados como
futuro en la Sagrada Escritura es la
aparición, a su tiempo, del llamado
hombre del pecado, del Anticristo, supremo perseguidor de la Iglesia. En los tiempos de fe más viva
preocupaba hondamente este hecho profetizado. Ahora casi ha desaparecido del
cuadro de las preocupaciones humanas».
El Catecismo
de la Iglesia Católica contiene afirmaciones muy importantes referidas al tema
que nos ocupa.
«El
Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado con gran poder y
gloria con el advenimiento del
Rey a la Tierra».
Más adelante dice el Catecismo:
«Antes del advenimiento de Cristo
la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La
persecución que acompaña a su peregrinación sobre la Tierra desvelará el misterio de
iniquidad bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará
a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad
(volver las espaldas, abandonar a Dios). La
impostura religiosa suprema es la del
Anticristo, es decir, la de un
pseudo-mesianismo en el que el
hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne».
Sigue afirmando el Catecismo:
«La
Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su
Señor en su Muerte y su Resurrección. El
Reino no se realizará mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso
creciente» (Catecismo, n° 677).
Continúa el Catecismo:
«... no en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último
desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre
la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final, después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa» (Catecismo, n° 677).
Según el Catecismo, y según los
Papas, estamos en la época en que se va preparando esta rebelión.
«Estamos
en la hora de la tentación -decía Karol Wojtyla ante Pablo VI-, que ha de tentar a todos los habitantes de
la Tierra, como no la ha habido antes nunca ni la habrá después».
Si esta
tentación lleva a la última lucha del
hombre contra Dios y a la victoria de Dios trayendo la consumación del Reino,
no hay nada que esperar en la historia más
que la perversión. Estaríamos ante
el fin de la propia historia.
Para centrar el tema conviene leer un
texto de san Agustín:
«La
Iglesia universal del Dios verdadero
confiesa y profesa que Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a
los muertos. A eso nosotros lo llamamos último día del Juicio,
es decir, el último tiempo. Es incierto cuántos días durará este Juicio,
pues nadie que haya leído siquiera someramente las Escrituras ignora que en
ellas se acostumbra a emplear la
palabra día para significar tiempo».
Hemos planteado este preámbulo porque, si estamos diciendo que vivimos en la época del Anticristo, parece que estamos afirmando el fin del mundo,
en el sentido de su acabamiento. Y parece que no cabría esperar
ninguna plenitud consumada del Reino
de la que habla el Catecismo. los Papas confirman lo
que decía el padre Orlandis: que el hecho de que no se hable de esto hoy en día, quiere decir que estamos en
esta época.
San
Pío X, en la Supremi apostolatus, de 4
de octubre de 1903:
«Nos
espantaba sobre todo la condición más triste en que se encuentra actualmente el
género humano. A nadie pasa desapercibido que la sociedad humana está atacada en nuestros días más que en
otra época ninguna por una
enfermedad gravísima y profunda. Esta enfermedad se agrava de día en día y
ataca la sociedad en lo más íntimo y la arrastra a la ruina. Ya entendéis cuál es esta enfermedad: el abandono de Dios y la apostasía».
(…)
Pío
XI, en la Divini Redemptoris, lo decía
hablando del comunismo:
«Eran
los principios de los dolores, aquello que dice el Evangelio: «todavía no es, pero
son los principios del alumbramiento» -una especie de exordio
para los males que están anunciados para los últimos tiempos-, y de que el hijo de la perdición de que habla el apóstol se encuentra ya entre nosotros. Tan grande se nos
muestra la audacia y el furor con que por todas partes se ataca la piedad
religiosa, se contradice a los documentos de la verdad revelada, o se intenta
suprimir y borrar todo rastro de relación del hombre con Dios. En cambio -y
ésta es una de las notas que el mismo apóstol atribuye al Anticristo-, el mismo hombre con temeridad inaudita invade el lugar de Dios elevándose sobre todo lo que lleva el nombre de Dios
hasta el extremo de que, incapaz de
extinguir del todo en sí mismo el conocimiento
de Dios, rechaza su majestad y se dedica a sí mismo en este mundo como en
un templo en que debe ser adorado, sentado en el templo de Dios, como si fuese Dios» Encíclica
Divini Redemptoris, de
19 de marzo de 1937, A .A.S.
n° 29, p. 4 y ss.
Notabilísimo es lo que dice Pío XII en su primera
Encíclica Summi Pontificatus.
Después de afirmar que en el Evangelio
se narra que en el momento de la muerte de Cristo las tinieblas llenaron la
Tierra, dice:
«Vemos en esto un símbolo de lo que ocurre
siempre que la incredulidad ciega y
orgullosa excluye a Jesucristo de la vida moderna, especialmente de
la vida pública; y con Cristo sacude
también la idea de Dios. Así caen en desuso los criterios morales. El tan
ponderado laicismo de la sociedad que
hace progresos cada vez más dramáticos al sustraer al hombre, a la familia y al Estado al influjo benéfico y
regenerador de la idea de Dios y de
la enseñanza de la Iglesia. Muchos, al alejarse de Cristo, proclamaban
la separación como una liberación de
la servidumbre, hablaban de progreso cuando retrocedían...» Encíclica Summi
Pontificatus, de 20 d octubre de 1939.
Estas palabras son proféticas, clarividentes y muy importantes. En nuestros
tiempos se suele llamar progreso a
muchas cosas que son absolutamente regresivas en madurez humana.
Cuando
Paulo VI afirmó
que la Iglesia había sido invadida por
el humo de Satanás suscitó un
escándalo. Paulo VI no citó el
Apocalipsis, aunque lo que dijo está profetizado allí. La escandalosa afirmación sobre «el humo de Satanás», la dijo Paulo VI en plena época
del triunfo marxista. Si nos
movemos en la perspectiva de la fe, no nos sorprenderá el que en el Catecismo se hable del Anticristo y
de la tentación universal.
Signos de los tiempos: ¿En qué orden ocurrirán estos acontecimientos?.
1.- El testimonio del Evangelio a todas las naciones - Paulo VI en las
Naciones Unidas Hoy se cumplen las palabras del Evangelio: Anunciaréis
el Evangelio a todas las naciones”
2.- La apostasía, puede que simultáneo con lo anterior, según el P. Orlandis S.J.:
3.- El misterio de anomia, de iniquidad. Desaparición
de todo principio unitario en el mundo. Hay una anarquía en el orden político, en lo pedagógico, en lo teológico, en lo pastoral,
en lo jurídico canónico, en lo familiar, en la vida escolar y en todas las
dimensiones de la sociedad
4.- La remoción del obstáculo: el principio de autoridad y del derecho. ¿El imperio romano?
5.- El Anticristo
obrará con el poder de Santanás, con signos y
prodigios engañosos para seducir a
los que perecen por no haber abierto su corazón al amor de la verdad, para ser salvos.
6.- La gran
tribulación. Si después es el fin del mundo con la consumación del reino ¿no hay nada que
esperar en la historia más que la perversión?
7.- La conversión de Israel por el
reconocimiento de que Cristo es el
Mesías
8.- El establecimiento glorioso del Reino
mesiánico esperado por Israel
3.-
LA ESPERANZA ESCATOLÓGICA DE LA RENOVACIÓN DE TODAS LAS COSAS EN CRISTO EN LA
TEOLOGÍA DE LA HISTORIA
En Signo de
contradicción p. 33 dice Karol Wojtyla:
«Nos encontramos hoy en los umbrales de una nueva escatología». Más adelante añade: «El Concilio Vaticano II ha dedicado un capítulo especial de la Constitución sobre la Iglesia a la escatología, pero no se
trata solamente de la escatología
del hombre que constituye el tema de nuestros tratados De novissimis;
el Concilio habla de la índole escatológica de la Iglesia peregrinante y de su unión con la
Iglesia celestial. Esta escatología
de la Iglesia es, por tanto, sui
generis» (p. 195-197).
En la escatología
conciliar de la Iglesia y del mundo predomina la verdad de la renovación de todas las cosas en Cristo p. 196, cf. Eph. 1,10. Es el texto en que se dice que «Dios se propuso el designio de realizar,
en la dispensación de la plenitud de
los tiempos, la restauración, la
recapitulación de todas las cosas en
Cristo, las celestes y las terrenas».
«... los nuevos cielos y nueva
Tierra, anticipada en el Misterio
pascual de Jesucristo. Es esta verdad sobre el carácter de la Iglesia la
que prepara al mundo a la renovación
iniciada en Cristo» pp. 195-197.;
y recapitula Karol
Wojtyla, resumiendo el pensamiento del concilio
Vaticano II en la Lumen
Gentium:
«Con la Encarnación del Verbo eterno, el mundo y
la humanidad llevan en sí el germen de la plenitud de los tiempos.
Esta es la concepción esencial de la escatología conciliar».
Estos temas los encontramos
en el Catecismo, en sus números 671
al 677. Veamos algunos de estos textos:
«El reino de Cristo, presente ya en su Iglesia,
sin embargo, no está todavía acabado con
gran poder y gloria con el Advenimiento del Reino a la Tierra...
por esta razón los cristianos piden,
sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando
suplican: Ven, Señor Jesús» (Catecismo, n° 671).
«Cristo afirmó, antes de su Ascensión, que aún no era la hora del establecimiento
glorioso del Reino mesiánico esperado
por Israel» (Catecismo, n° 672).
No dijo (como se suele afirmar) que aquella pregunta era una
ilusión mundana o algo que los discípulos nunca habían entendido o que no tendría lugar, sino que
no era cosa de ellos saber los
tiempos y los momentos que Dios dispuso en su Providencia. En los
Evangelios sinópticos se dice que cuando
sucedan estas cosas hay que levantar
las cabezas porque se acerca nuestra salvación. Cuando sucedan estas cosas aún no es el fin
de los tiempos, sino el principio de los dolores, tal y como afirma san Justino. Hay, entonces, unos criterios para conocer los signos de
los tiempos.
Y continúa el
Catecismo:
«Cristo afirmó, antes de su
Ascensión, que no había llegado la hora del establecimiento glorioso del
Reino mesiánico esperado por Israel
que, según los profetas -cita Is. 9,1-11-, debía
traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia
del amor y de la paz (Catecismo, n°672).
Este texto, «lo
esperado por Israel, que había de traer..., según los profetas», tiene gran importancia puesto que los
judíos decían: «había de traer y no lo ha traído, luego Jesús de Nazaret no es el Mesías anunciado».
Éste es el argumento de la polémica
judía tradicional contra los cristianos.
En el texto, tan bello, del
profeta Isaías, se dice:
«He aquí mi siervo a quien yo sostengo... He puesto mi
espíritu sobre él: dictará ley a las naciones» (Is. 42,1 y ss.).
Este orden de justicia,
amor y paz es lo que la fiesta de Cristo Rey proclama del Reino de Cristo: «Reino de justicia, de amor y
de paz». Pío XI afirmaba que esta fiesta anticipaba el gozo de aquel día en que el mundo entero
encontrará la paz de Cristo en el Reino de Cristo, en el amor del Corazón de Jesús.
En el número 674 del
Catecismo se dice:
«La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la
historia, se vincula al reconocimiento del Mesías por todo Israel».
A continuación cita el sermón de san Pedro relatado en los Hechos 3,19-21: «Arrepentíos y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a
fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a
Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración
universal, de que Dios habló por
boca de sus profetas».
Y, citando a
san Pablo, el Catecismo prosigue:
«Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo
¿Que será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos? (Rom.
11,15). La entrada de «la plenitud de los judíos» en la salvación mesiánica, a continuación de «la plenitud de los gentiles», hará al pueblo de Dios «llegar a la plenitud de Cristo» en
la cual «Dios será todo en nosotros
(I Cor. 15, 28)» (Catecismo, n° 674).
«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá
pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes»
(Catecismo, n° 675), haciendo alusión a los textos evangélicos que dicen: «Será tan terrible la tribulación como no la
hubo nunca antes ni la volverá a haber después (cf. Lc 18, 8; Mt 24,12)».
Luego cuando
se dice que «todos los tiempos son
iguales», «siempre ha habido muchos problemas», «no hay que
asustarse, no pasa nada, las cosas se arreglan solas», nos encontramos con un lenguaje que no es bíblico, sino que es una visión
empirista y humanista de la historia.
«La persecución que acompaña a su peregrinación en la Tierra
desvelará el Misterio de
iniquidad bajo la forma de
una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus
problemas mediante el precio de
la apostasía de la verdad» (Catecismo, n° 675).
«Esta impostura religiosa
suprema es la del Anticristo, es
decir, la de un pseudomesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el
lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne» (Catecismo, n° 675).
El Catecismo afirma una cosa muy importante: que el Reino no se realizará por un
triunfo histórico de la Iglesia en
forma de un proceso creciente. Muchos
cristianos hoy en día dicen que:
«vamos progresando, madurando en la conciencia, por fin llegamos a un cristianismo adulto
sin opresiones, sin alienaciones».
Circulan incluso ideas
en ciertos ambientes filosóficos y
eclesiales de que lo esencial del
cristianismo es haber librado a los hombres de la religión (!). «La religión
era cosa de los fariseos, pero no es cosa de los cristianos». Para afirmar esto habría que eliminar todos los pasajes del Antiguo y Nuevo
Testamento en que a Dios se le llama Señor. Desde el Génesis hasta el
Apocalipsis no hay ningún libro que
lo sostenga.
No se puede predicar
el Evangelio
de Cristo si no se afirma al Dios creador, soberano del mundo, del que ha nacido eternamente el Hijo,
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, el Hijo consustancial al Padre que se ha hecho por nosotros
hombre y que está sentado a la derecha del Padre. Esta es la fe cristiana. No se puede ser cristiano si no se es teísta bíblico del Antiguo Testamento, si no se cree todo
lo que Dios reveló a Noé, a Moisés y a todos los reyes de Israel.
Estos textos que hemos
leído en el Catecismo nos sitúan en la siguiente temática: los
judíos, desde hace siglos, cuando
polemizaban con los cristianos, les decían: «No se han cumplido las
profecías mesiánicas». Algunos
apologistas cristianos les replicaban: «Se cumplirán en el Segundo advenimiento». Otros apologistas decían: «Se
están cumpliendo en la Iglesia
cristiana, pero en un sentido distinto del que vosotros interpretáis, en un sentido espiritualizado». Pero siempre quedaba la cuestión de que la paz del mundo no es nada carnal, es algo que sólo se puede dar por la irradiación de la gracia de Dios en el mundo, sucede en la Tierra pero no es nada terrena. La paz
es paz de Dios porque el mundo no puede dar la paz. Cristo, en cambio, sí puede
darla al mundo si lo renueva con su gracia.
La
teología del Reino de Cristo consumado en la Tierra, que profesaban el Padre Orlandis y el Padre Rovira, estaba en continuidad con las
interpretaciones que, sobre los oráculos proféticos y sobre el Apocalipsis,
fueron predominantes —aunque no universalmente generalizadas, como demostró el Padre Rovira— durante los cuatro primeros
siglos de la Iglesia.
Posteriormente, esta doctrina
fue abandonada e incluso
combatida por una mayoría de autores, aunque es patente que se continuó enseñando siempre por
algunos, y que no se alcanzó
nunca la unanimidad en su rechazo.
Frecuentemente entendemos que el Juicio Final es un
instante y olvidamos que san Agustín
habla del «Día del Señor». El día del Juicio del Señor no sabemos
cuánto puede durar: puede ser un tiempo determinado o una época. Entendemos también que, según
muchísimos autores, juzgar a los vivos y a los muertos tiene un doble
significado: por un lado un
significado de tipo moral, que
es juzgar a los buenos, los vivos; y a los malos, los muertos; por otro, un
significado más literal e histórico, que es juzgar a los hombres, viadores en el mundo, y también a los muertos, cuando mueren, en el juicio particular y en el fin de todos los tiempos. Por
ello, no sabemos si el día del Juicio
será un día o, según otra
interpretación, mil años o cualquier otra cifra. Entonces, si comprendemos que juzgar a los vivos y a
los muertos es juzgar a los viadores y a los difuntos, tal vez nos será más fácil entender lo que dice el
Catecismo.
En la obra del padre
Rovira encontraremos alguna clave para entender mejor el Catecismo. Muchos piensan que en el
Segundo Advenimiento se cumplirá lo que las profecías anunciaban a Israel; esto es, lo que san Justino decía que había otros que no lo creían. Cornelio a Lapide, que sabe que existe
esta posición de referir al Segundo Advenimiento el cumplimiento de las
profecías, lo guarda como un último
argumento para los judíos. Si los
judíos no creen los argumentos cristianos, entonces hay que decirles que esto se cumplirá a la letra, con Israel
reunido en el Segundo Advenimiento,
porque está claro que los profetas han
anunciado el Segundo Advenimiento.
Termino poniendo
todo lo dicho bajo la protección de san José,
con el texto misterioso con el que termina la Carta apostólica Redemptoris custos, de 15 de agosto
de 1989, en el centenario de la
Encíclica de León XIII sobre san José. En él dice Juan
Pablo II: «El varón justo que llevaba consigo el
patrimonio de la Antigua Alianza, el
hijo de David, el heredero de la
dinastía mesiánica, ha sido también puesto en el inicio de la Nueva y eterna
Alianza en Cristo». La liturgia actual
dice que a san José se le confiaron los
primeros misterios de nuestra salvación. Es el texto que cita Karo Wojtyla
resumiendo el pensamiento del Concilio Vaticano II: «La
Iglesia y el mundo, por haberse el Verbo de Dios hecho carne, lleva en sí el
germen de la plenitud de los tiempos, de la restauración en Cristo de todas las
cosas, no sólo las celestes sino también las terrestres». La carne y el Reino de este mundo, hecho
por Dios, y el siglo, que ha sido creado también por Cristo, todo esto
fue instaurado, recapitulado, en el nuevo Adán, el Hijo de Dios, como indica
san Ireneo.
«Para que Dios sea glorificado en todas las cosas».
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