El
Pontificado de León XIII «Lumen
in coelo», iniciado
el 20 de febrero de 1878 no se comprende bien sin tener en cuenta la esperanza
de la unidad de todos los hombres en Cristo.
Pudo
celebrar tres jubileos: el sacerdotal (50 años de su primera mesa), episcopal
(50 años de su ordenación episcopal) y pontifical (25 años su elección de Papa).
El
P. Igartua S.J. observa cómo en el magnífico elenco de documentos que escribió
este Papa aparece de forma constante la esperanza de la unidad de todo el
género humano en Cristo, repite la promesa de Cristo de que habrá un solo
rebaño y un solo pastor. Recoge muchos textos en encíclicas, alocuciones y
discursos, pero aquí solo pondremos unos cuantos. El que quiera leer todos
puede hacerlo en el texto original de su obra “El Mundo será de Cristo”.
El 20 de junio de 1894
el Papa dirige la Epístola apostólica
«Praeclara gratulationis».
«Favorezca nuestros deseos y votos Dios,
que es rico en misericordia, en cuya potestad están los tiempos y los
instantes, y apresure benignísimamente el cumplimiento de aquella divina
promesa de Jesucristo: se hará un solo rebaño y un solo pastor».
Encíclica «Christi nomen»
(1894):
«Llamando e incitando a las naciones de
todo el mundo a la unidad de la fe cristiana: deseando, como cumbre de Nuestros
deseos, que por fin se apresure por Nuestro medio el tiempo prometido por Dios
en que se hará un solo rebaño y un solo pastor».
El
Papa el 19 de marzo 1895 la Carta Apostólica «Pervenuti all'anno».
Traza el cuadro de la
separación de la sociedad civil de la Iglesia, principalmente a partir de la
Reforma, y la guerra organizada contra la Iglesia; proclama que la solución
está en la vuelta al Cristianismo en la vida social y aún más concretamente la
vuelta a Roma y a su Vicario en la tierra, centro de unidad de la Iglesia.
«Nos, por nuestra parte, no dejaremos,
oh Venerables Hermanos, de buscar que se apresure el día de las
misericordias de Dios, cooperando animosamente, como es Nuestro deber, a la
defensa e incremento de su Reino sobre la tierra... de modo que se apresure
el triunfo de la verdad y de la justicia, y sonrían a la familia humana días
mejores de tranquilidad y paz».
La esperanza leoniana de un
triunfo de la Iglesia
El 21 de abril 1878
publica su primera Encíclica «Inescrutabili
Dei consilio». Es un breve
resumen de su posición pontifical ante la apostasía cristiana de la sociedad.
Traza un cuadro de la triste situación mundial, con crisis internacionales,
sociales y familiares e individuales, hasta el suicidio. Frente a ellas
recuerda la continua y saludable acción de la Iglesia y del Pontificado Romano.
Y volviéndose a «los Príncipes y Jefes de Estado de los pueblos».
confiamos firmemente que, colaborando
Vosotros, el género humano, amonestado con tantos males y calamidades, buscará
por fin en la sumisión a la Iglesia, en el infatigable magisterio de esta
Cátedra Apostólica, la salud y la prosperidad» .
En 1890 hallamos una oración indulgenciada a la Virgen María,
en la que se pide por medio de la Inmaculada Virgen:
«Apresurad con la potencia de vuestras
súplicas el día que verá a todas las naciones reunidas en tomo al supremo
Pastor».
Esta
firme esperanza de León XIII,
heredada de Pío IX,
confirmada por el Espíritu de Dios en su corazón, mantenida hasta su
muerte como algo inconmovible, es el fundamento de lo que ha podido llamarse «el
optimismo de León XIII».
Un solo rebaño y un solo pastor
En
la Praeclara la
esperanza de León XIII se
cifraba en el cumplimiento de la profecía
de Cristo en el Evangelio: Se hará un solo rebaño y un solo pastor.
Las
dos Encíclicas de final de siglo, la
Satis cognitum, sobre la unidad de la Iglesia, y la del Espíritu Santo Divinum illud, presididas
por este anhelo del solo rebaño y pastor.
La Satis Cognitum recuerda
que «una parte no pequeña de los cuidados del Pontífice se vuelve hacia el
esfuerzo por atraer de nuevo a los
desviados al rebaño, puesto bajo la potestad del Sumo Pastor de las
almas, Jesucristo», (…). Ante ellos el Pontífice repite como propias las
palabras de Cristo: Tengo otras
ovejas, que son de nuevo, ya los cristianos separados, ya los no
corrompidos en el mundo por la impiedad, los creyentes al menos en Dios
creador.
La Divinum illud
contiene la afirmación: «es voluntad determinada o ciertísima de Cristo que los apartados de la Iglesia, ya por la fe ya por la sumisión, se
hallen simultáneamente en un único
rebaño bajo un solo Pastor».
Al
final del siglo hallaremos el recuerdo del único rebaño y pastor en la consagración mundial al Sagrado Corazón,
otra de las cumbres de la actuación leoniana.
León XIII y las Iglesias Orientales separadas
La
acción de León XIII en
favor del Oriente, comienza en 1879 y terminada en 1902. Los documentos conocidos
sobre el Oriente suman por lo menos 240.
En 1880 publica la Encíclica «Grande munus» sobre
los Santos Cirilo y Metodio. Esta
Encíclica iniciaba la acción leoniana en favor de la reunión de los Eslavos,
por la que el Pontífice ha podido ser llamado «Papa eslávico».
El Congreso Eucarístico de
Jerusalén se celebró del 15 al 20 de mayo 1893 y ha sido
estimado como el suceso más sensacional del pontificado en relación a las
Iglesias de Oriente.
«Os dirigís a Tierra Santa para
celebrar, en el mismo lugar de su Institución, el Sacramento del Amor, que es
por excelencia el Sacramento de la Unidad. Este Congreso de Jerusalén servirá
para los cristianos separados de muda pero elocuente invitación a unirse con
vosotros en la fe, esperanza y caridad. Con este pensamiento hemos nombrado un
Delegado para presidir en Nuestro nombre vuestra reunión».
La Iglesia separada de Inglaterra
A
los quince días de haber ascendido al trono pontificio León XIII firmó la Bula
de restablecimiento de la Jerarquía católica en Escocia.
El 12 de mayo de 1879 aparece Newman entre los nuevos Cardenales Diáconos y queda adscrito a
la labor de Propaganda y de Ritos particularmente.
En 1894 en la Encíclica Praeclara se hace la llamada de la unidad a los Protestantes de todas las ramas y pueblos. En la Epístola Apostólica «Ad Anglos»
«Testigo Nos es Dios de cuan encendida
esperanza fomentamos de poder ayudar algo con Nuestras fuerzas al supremo
negocio de la unidad cristiana en Inglaterra, y damos gracias a Dios
conservador de la vida, que Nos ha concedido llegar a esta edad en buena salud
para procurarlo».
Jesucristo y su Corazón como apoyo de la esperanza
He
aquí estas palabras de una alocución dirigida al Apostolado de la Oración en
1893:
«La devoción del Sagrado Corazón puede
hoy decirse característica de la Iglesia, arca de su salvación, arras de su
futuro triunfo, en la cual se resumen todas Nuestras esperanzas de un porvenir
más alegre».
En
la Encíclica Praeclara, en
1894, nos parece necesario recordar el sublime acto de esperanza colocado en
Jesucristo:
«Pero Nos colocamos toda Nuestra
esperanza y absoluta confianza en el Salvador del género humano, Jesucristo,
recordando bien qué cosas tan grandes se realizaron en otro tiempo por la
necedad de la predicación de la Cruz, quedando confusa y estupefacta la sabiduría
de este mundo» (T. 920).
En 1897 escribía
León XIII su
Encíclica sobre el Espíritu Santo «Divinum illud», en la cual confía
al Divino Espíritu la realización de sus planes sobre la unidad de fe en el
mundo.
«Hemos dirigido Nuestro Pontificado a...
procurar la reconciliación de aquellos que están apartados de la Iglesia
católica sea por la fe sea por la sumisión: siendo como es voluntad
determinada (o ciertísima) de Cristo que todos éstos se hallen simultáneamente
en un único rebaño bajo un solo Pastor. Ahora que vemos ya llegar el día de
la muerte, Nos sentimos movidos a encomendar los trabajos de Nuestro
Apostolado, lo poco o mucho que hasta ahora hemos logrado, al Espíritu Santo,
que es Amor vivificante, para que los lleve a madurez y fecundidad» (T.
245).
La
Superiora de la Congregación del Buen Pastor de Oporto, Sor María del Divino Corazón (Droste zu Vischering en el siglo),
escribe desde su lecho de enferma por dos veces al Pontífice manifestándole los
deseos del Sagrado Corazón de que le consagre el mundo entero.
«Quizás parecerá extraño que pida
Nuestro Señor la consagración de todo el mundo, y no se contente con la de la
Iglesia católica (advirtamos que ésta ya la hizo Pío IX en 1875); pero su deseo de reinar y ser amado y glorificado y abrasar
en su amor y en su misericordia todos los corazones es tan ardiente que quiere
que Vuestra Santidad le ofrezca los corazones de todos aquellos que por el
santo bautismo le pertenecen, para facilitarles la vuelta a la verdadera
Iglesia, y los corazones de aquellos que no han recibido aún por el bautismo la
vida espiritual... para apresurar de ese modo su nacimiento espiritual».
La Encíclica Annum Sacrum, publicada
el 25 de mayo de 1899,
anunciaba la consagración del mundo al
Sagrado Corazón para el día 11 de junio, fiesta dedicada a El aquel año.
En cuanto a la legitimidad de la consagración mundial:
«Esta consagración, que a todos
recomendamos, a todos aprovechará. Porque una vez realizada, aquellos en
quienes hay conocimiento y amor de Jesucristo, fácilmente sentirán crecer su
fe y su amor. Los que, conociendo a Cristo, desatienden, sin embargo, los
preceptos de su ley, podrán tomar del Sagrado Corazón la llama de la caridad. Y
por fin, para los más dignos de compasión de todos, los que se debaten en la
ciega superstición, pediremos todos con un mismo sentimiento, que Jesucristo,
así como ya los tiene sometidos según la potestad, así los someta por fin
(aliquando) según la ejecución de la potestad, y no solamente en el siglo
venidero, cuando cumplirá su voluntad en todos, salvando a unos y castigando a
otros (Santo Tomás), sino también en esta vida mortal comunicando la fe y la
santidad, virtudes con las que puedan honrar a Dios, como es justo, y
tender a la felicidad eterna del cielo» (T. 545 a ).
La
Encíclica expresa la esperanza universal del Papa puesta en Jesucristo y su
Corazón Divino:
«Entonces, finalmente, podrán curarse
tantas heridas, entonces reverdecerá todo derecho con la esperanza de la
antigua autoridad, y serán restablecidos los honores de la paz y caerán las
espadas y las armas de las manos, cuando todos recibirán de buen grado el
imperio de Cristo y le obedecerán y toda lengua proclamará que el Señor
Jesucristo está en la gloria de Dios Padre* (T. 546).
El
11 de junio, en la Capilla Paolina
del Palacio Apostólico, León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de
Jesús. La fórmula utilizada y
prescrita para el mundo entero decía así en su parte relacionada con la esperanza:
«Sé Rey, Señor, y no sólo de los fieles,
que en ningún tiempo se apartaron de Ti, sino también de los pródigos que te
abandonaron: haz que éstos vuelvan pronto a la casa paterna, para que no
perezcan de hambre y de miseria.
Sé Rey de aquellos a quienes o el
error de las creencias tiene engañados, o la discordia separados, y llámalos de
nuevo al puerto de la verdad y de la unidad de la fe, para que en breve se haga
un solo rebaño y un solo pastor.
Sé Rey, finalmente, de todos aquellos
que se hallan en la vieja superstición de las naciones y no rechaces el
sacarlos de las tinieblas a la luz y al Reino de Dios.
Otorga, Señor, a tu Iglesia segura libertad con incolumidad;
otorga a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro
polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón, por el
cual nos ha venido la salvación: a El la gloria y el honor por los siglos.
Amén-» (T. 547).
Pide
al Señor la entrada en la Iglesia (Sé Rey de...) de los pueblos
cristianos separados formando un solo rebaño y un solo pastor; pide al Señor la
entrada en la Iglesia de los pueblos y naciones no cristianos y alejados de la
luz. Y al final, pide la paz y libertad de la Iglesia, la paz universal de las
naciones y, en una palabra, la unidad en la fe del mundo entero: «del uno al
otro polo de la tierra sólo resuene una voz: Alabanza sea al Divino Corazón,
por el cual nos ha venido la salvación».
En
esta fórmula no parecían caber los pueblos que creen en el Dios verdadero pero
no son cristianos, como los judíos y los musulmanes.
En diciembre de 1899,
por el Breve Cum sicut, el
Pontífice concede indulgencias especiales a una oración compuesta por un
sacerdote de la Congregación descalza de la Pasión. Se pide a los Sagrados
Corazones de Jesús y de María la conversión de los hebreos y los turcos, descendientes
de «Isaac y de Ismael»:
«¡Oh dulce Corazón de María, decid a
Jesús aquello que nosotros ni sabemos ni podemos decirle, y El os escuchará...
Y si para vencer la resistencia de aquellos por quienes os rogamos, es
necesario un milagro, oh Virgen Inmaculada, os lo pedimos por el inmenso amor
que tenéis a Jesús! ¡Ah, sí, dignaos apareceros a los hebreos y a los
turcos, como ya os aparecisteis a Ratisbona, y a una señal de vuestra
diestra ellos, como él, quedarán convertidos!... ¡Oh, venga, venga pronto
tal día en que la Sacrosanta Trinidad reine por medio de Vos en todos los
corazones y todos conozcan, amen y adoren en Espíritu y Verdad al Fruto bendito
de vuestro seno! Amén»
La Virgen María,
Auxiliadora del Pueblo cristiano
El
8 de diciembre de 1879 celebró el 25 aniversario de la definición dogmática de
Pío IX sobre
la Inmaculada Concepción, que tan grandes esperanzas había despertado en el
pueblo cristiano.
León
XIII dijo,
recordando aquellas dulces esperanzas de la definición:
«Han transcurrido ya veinticinco años
desde que Nuestro glorioso predecesor Pío IX, de
feliz memoria, a quien la Providencia había reservado la dicha de añadir a la
corona de la Virgen una espléndida joya y de asociar sus glorias a las de Ella,
promulgaba al mundo católico, reverente y gozoso, el decreto dogmático de la
Inmaculada Concepción de María. (…)
«El pensamiento del poder de María
contra el demonio y su descendencia lleva los ánimos a la confianza en Aquélla
que, fuerte con el poder de su divino Hijo, extinguió todas las herejías y fue
en los más difíciles acontecimientos el escudo y auxilio siempre presente de
los cristianos. Este pensamiento infunde en los pechos la certeza de que
también esta vez la victoria final será de María... Apresurad vosotros con
vuestras oraciones el suspirado momento en el que toda la familia humana se
alegre nuevamente con el beneficio señaladísimo de la Redención de Cristo;
apresurad el suspirado momento en que por la intercesión de la gran Madre de
Dios, calmadas las tempestades, vuelvan a resplandecer sobre la Iglesia días
de paz, de prosperidad y de gloria».
En 1891 comienza la continua serie de
Encíclicas anuales sobre el Rosario, que son uno
de los más peculiares testimonios leonianos de la esperanza y piedad hacia María.
La
Carta Apostólica «Parta humano generin de 1901, con ocasión de la
consagración de la Basílica de Lourdes dedicada al Rosario, declarará el
consuelo del Papa al ver florecido el Rosario sobre la Iglesia, como resultado
de su constante labor en promoverlo, y seguirá recomendando esta oración
promovida por Santo Domingo para mantener la fe en el pueblo cristiano, con
la meditación de los misterios, la cual alcanzará que la Virgen «apresure la
vuelta de la sociedad en la vida privada y pública, a Jesucristo».
En Lourdes aquel mismo año el 11 de febrero, al dirigirse después de la Misa solemne el Obispo con todos los fieles a la gruta en procesión, hallaron con sorpresa de todos una rosa florecida en el rosal del nicho de la gruta, donde la Virgen había puesto sus pies. Parecía la respuesta sonriente de la Virgen a la petición de Peyramale, el párroco de Bernardeta: «Di a la Señora que, si quiere que yo crea, haga florecer como señal el rosal del nicho», pareciéndole esto imposible en febrero. Pero la niña, después de trasladar el ruego del párroco a la Virgen, había traído la respuesta: «Cuando le he dicho que haga florecer el rosal, ha sonreído, pero Ella quiere la Iglesia». Ahora estaba allí la gran Basílica que aquel año se iba a consagrar y la Virgen ahora hacía florecer el rosal.
El
26 de mayo de 1903, León XIII,
por la Carta «Da molte» creaba la especial Comisión
Cardenalicia para dirigir la celebración del año cincuentenario de la
Inmaculada en 1904.
El sucesor de Pío IX y de su cruz
Según
los lemas, en cierto modo aplicados ya clásicamente a estos dos Papas, Pío IX soportaba
la «Crux de cruce», y León XIII refulgía como «Lumen in coelo».
El
13 de julio de 1881, en el traslado de los restos mortales del venerado Pío IX a la Basílica
de San Lorenzo. León XIII sufrió este terrible impacto y
tuvo que pronunciar una solemne y dolorosa Alocución.
El
9 de junio de 1889 fue inaugurado con sacrílegas fiestas en el Campo dei Fiori
romano el monumento a Giordano Bruno, hereje panteísta y materialista,
acompañándolo las sectas y revolucionarios de manifestaciones contra el Papa,
aun con el sacrílego acto de llevar banderas con la imagen de Satanás. Otra
Alocución solemne del Pontífice hubo de alzarse para protestar de la injuria.
El
2 de octubre de 1891 un incidente de unos peregrinos franceses en el Panteón de
Roma. León XIII dirigió después una carta al Obispo de los
peregrinos.
Finalmente,
el 7 de agosto de 1892, un homenaje en el centenario del gran descubrimiento de
América, organizado por los católicos de Roma a Cristóbal Colón, dio origen a
nuevos y orgiásticos desmanes de las turbas, con gritos contra el Pontificado
por las calles.
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