Instaurar todas las cosas en Cristo fue la fórmula y programa escogido por Pío X, Pontífice desde el 2 de agosto de 1903.
Vamos a ver la concepción de San Pío X acerca de este triunfo de la Iglesia, basado en la instauración del mundo en Cristo,
como lo presenta en tres Encíclicas: «E
Supremi Apostolatus Cathedra»; «Communium
rerum»; y «Ad
diem ¡llum» .
1.- La Encíclica «E Supremi
Apostolatus Cathedra»
y la Instauración en Cristo
La primera Encíclica se publica el 4 de octubre de 1903, en ella examina
el P. Igartua S.J.:
Þ
El lema: Instaurare
omnia in Christo
Þ
Esta instauración tiene carácter social
Þ
Cristo es la clave de la instauración
a) Instaurare omnia in Christo: lema y
pensamiento de Pío X
El Pontífice ofrece al mundo su pensamiento por medio de un lema. Lo toma de San Pablo a los Efesios:
« (…) declaramos
que en el desempeño del Pontificado
tenemos este único propósito: instaurar todas las cosas en Cristo, de modo que Cristo sea todo en todos (Col. 3, 11)... Los intereses de Dios son Nuestros intereses, por
los cuales estamos decididos a sacrificar todas Nuestras fuerzas, y aun la
misma vida. De modo que si alguien Nos pide un lema que muestre la voluntad de
Nuestro ánimo, daremos
siempre solo éste: Instaurar todas las cosas en Cristos».
Una oración indulgenciada en 1908 pide así por las intenciones del
Pontífice:
«¡Oh
dulcísimo Corazón, haz florecer de nuevo en él las alegrías de la unción sacerdotal, suavízale las penas del
gobierno pontifical y apresura el cumplimiento de su apostólico deseo de restaurar
todas las cosas en Ti!».
b) El carácter social de la instauración en
Cristo
En la Encíclica «E Supremi» propone primero
su lema pontifical, después pasa a exponer la situación de apostasía de Dios en que se
encuentra la sociedad humana actual:
« (…) la
malvada guerra que
actualmente casi en todas partes se promueve y alienta contra Dios. Verdaderamente «las naciones se han airado»
contra su Autor y «los pueblos han
tramado necedades» (Sal., 2, 1), de modo que casi es común esta voz de los que luchan contra Dios: Apártate de
nosotros (Job., 2, 14).
«De aquí viene que esté
extinguida en la mayor parte la reverencia hacia el Dios eterno y que no se tenga cuenta alguna con la Divinidad en la vida privada y pública: más aún, se procura con
todo conato y esfuerzo que la misma memoria y noción de Dios desaparezca
totalmente.
«Quien
reflexione sobre estas cosas, será ciertamente necesario que tema que esta perversidad de los ánimos no sea un
preludio y como comienzo de los males que se han de esperar para el último tiempo del mundo, o
que el «hijo de
perdición» de quien habla el Apóstol (2 Tes., 2, 3) no esté ya en este mundo. Con
tanta audacia y furor es atacada la piedad de la religión, y combatidos los documentos de la fe
revelada, y se procura tenazmente
quitar y borrar las obligaciones del hombre con Dios.
«Por el
contrario, nota que según el mismo Apóstol es característica del Anticristo, el mismo hombre, con suma temeridad, ha invadido el lugar
de Dios,
levantándose sobre todo lo que se llama Dios (ib.); de tal modo que, aunque no pueda extinguir totalmente en sí la noción de Dios,
rechazando sin embargo su majestad, él
mismo se ha consagrado este mundo visible como Templo, en el cual buscar ser
adorado: «sentándose en el Templo,
como si fuera Dios» (2 Tes., 2,
2)» (T. 552).
El cuadro de la apostasía social queda resumido en dos rasgos. Primero, la guerra del mundo
contra Dios parece alcanzar a todas las naciones; segundo, la guerra se dirige contra los puntos fundamentales de
la fe y de la piedad.
La impresionante consecuencia que deduce Pío X es que resulta, no ya sólo legítimo, sino hasta necesario, pensar y temer que esta
apostasía puede ser el preludio o comienzo de la del fin del mundo, señalada
por la Escritura.
Por eso precisamente toda la labor de instauración
de Pío X
tiene carácter social, y la E Supremi se fija en esos aspectos precisamente al
preparar el terreno.
c) Cristo
es la clave de esta instauración
En «E Supremi» muestra la clave de la instauración en la persona de Cristo:
«Esta
misma vuelta de la humanidad a la majestad e imperio de Dios, jamás sobrevendrá si no es por medio de
Jesucristo, por más que nos esforcemos. Porque avisa el Apóstol: Nadie puede poner otro
fundamento fuera del que ha
sido puesto, que es Jesucristo (1 Cor., 3, 11). (…).
«De donde se sigue que es absolutamente
lo mismo instaurar todas las cosas en Cristo
y llevar a los hombres a la obediencia de Dios. En esto, pues, es preciso que pongamos todo nuestro cuidado, en traer el género humano al poder de Jesucristo: porque en habiéndolo
hecho, ya habrá vuelto al mismo Dios» (T.
556).
Consecuente con esta convicción, y estimando
en toda su gravedad el acto cumplido por León XIII al consagrar el mundo al Sagrado Corazón de Jesús en
1899, Pío X manda en 1906 renovar en adelante cada año esta consagración
en el día del Sagrado Corazón.
2.- El
triunfo de la instauración en Cristo y la Encíclica «Communium
rerum»
Þ El triunfo y la
instauración
Þ La unión de los
disidentes, primer paso de la instauración universal en Cristo
a) El triunfo y la instauración
¿Qué relación tiene esta instauración
con el objeto de las esperanzas de la Iglesia, consistente en la entrada en la Iglesia de los alejados de ella, ya
disidentes, ya en círculo más amplio de los no incorporados a Cristo?. La
respuesta se halla en la
confrontación de las dos Encíclicas «E Supremi Apostolatus Cathedra», y «Communium rerum», del 21 de abril de 1909, en el centenario de la muerte de San
Anselmo.
La clara manera de identificar el triunfo esperado
con la vuelta de los hombres a la Iglesia,
queda expresa en la Encíclica «Communium rerum», donde se cita la
Encíclica «E Supremi»:
«Conozcan
todos por estos hechos, y persuádanse los enemigos del nombre católico, que las ceremonias especialmente
espléndidas, el culto tributado a la Augusta
Madre de Dios, los mismos honores que se acostumbra tributar al Sumo Pontífice, miran como a fin a que en todas las cosas
sea glorificado Dios: a que «Cristo
lo sea todo y en todos» (Col., 3, 11), a que, establecido el Reino de
Dios sobre la tierra, se procure al hombre la salvación eterna.
«Este
triunfo divino sobre los individuos y sobre la sociedad universal, que se debe esperar que llegará, no es otra
cosa que la vuelta de los alejados de Dios al mismo por Cristo, y a Este por medio de
su Iglesia.
«Que
esto es lo que Nos hemos propuesto, lo hemos declarado ya claramente en
Nuestra primera Carta Apostólica «E Supremi Apostolatus Cathedra» y varias otras veces. Hacia esta vuelta miramos con confianza, a apresurarla se dirigen Nuestros pensamientos y deseos, como a un puerto en
el que se aquieten aun las tempestades de la
vida presente-» (T.
566).
El 8 de marzo de 1913 Pío X publica la Carta Apostólica «Magni faustique», promulgando un Jubileo universal en memoria de la
paz dada por Constantino Magno a la Iglesia.
« (…) Entonces por fin la Iglesia
obtuvo el primero de los triunfos que siguen
perpetuamente en cualquier época a todas las persecuciones, y desde aquel día derramó siempre mayores
beneficios sobre la sociedad del género humano». (…)
«Juzgando
conveniente, en esta feliz ocasión en que suceso tan egregio se conmemora, que se ruegue a Dios, a la
Virgen, su Madre, y a los demás Santos, principalmente a los Apóstoles, para que todas las naciones
(populi universi),
instaurando la gloria y honor de la Iglesia, vengan al seno de tan gran
Madre, rechacen conforme a sus fuerzas los
errores con que sin prudencia los enemigos
de la fe tratan de entenebrecer su claridad, veneren con suma reverencia al
Romano Pontífice y miren en la religión católica la defensa y sostén de todas
las cosas.
«Entonces
se podrá esperar que los hombres, fijos de nuevo los ojos en la Cruz, vencerán con esta señal de salvación
a los enemigos que odian el nombre cristiano y .las pasiones desenfrenadas del corazón».
b) La unión de los disidentes, primer paso de
la instauración universal en Cristo
La instauración de la sociedad universal en
Cristo, dice el P. Igartua S.J., ha de ser gradual en su realización, su primer paso, la unión de los disidentes de las
Iglesias separadas de Oriente.
En la celebración en Roma de este Centenario del Crisóstomo, tiene el
13 de febrero de 1908 Pío X una nueva Alocución a los Orientales:
«Dando
vueltas en el pensamiento a estas cosas, Nos sentimos> como Nuestros Predecesores, animados del más vivo deseo de trabajar con
todas las fuerzas para que florezca en el
Oriente la virtud y grandeza antigua y sean
destruidos los falsos conceptos y prejuicios que dieron ocasión a la
fatal división»
En la Epístola «Ex quo», dirigida el 26
de diciembre de 1910 a
los Arzobispos de Oriente, tiene
estos conmovedores acentos de esperanza:
«Ni es
menor, como bien sabéis, Venerables Hermanos, el deseo que tenemos de que pronto luzca aquel día,
anhelado por tan ansiosos deseos de los hombres santos, en que sea totalmente derribado
desde sus cimientos el muro que hace tiempo divide a los dos pueblos, y unidos
éstos en un abrazo de fe
y de caridad, florezca por fin la paz invocada y se haga un solo rebaño y un solo pastor» (T. 252).
Para lograrlo, sabe Pío X que el arma principal que Dios ha dado a los hombres es la oración.
Por esta razón en 1906 se indulgencia esta
oración jaculatoria: «María Dolorosa, Madre de todos los cristianos, rogad
por nosotros», para obtener la conversión de las Iglesias cristianas
disidentes.
3.- La
ardiente esperanza de la instauración y la Encíclica «Ad diem ¡llum»
Pío X declara que
el triunfo que ha de esperarse consiste en
la vuelta de la sociedad de los hombres a Cristo por su Iglesia.
Þ
La segura esperanza
de la instauración
Þ
El cuándo y el cómo
de la esperanza de la instauración
Þ
Los límites de la
esperanza de la Iglesia
a) La segura esperanza de la instauración
En 1903, en la Encíclica «E Supremi» proclama la certeza de obtener esta victoria en la tierra, dando como razón de su
certeza la palabra de Dios en la Escritura:
«Ninguno
que tenga la mente sana puede dudar del resultado de esta lucha de los mortales contra Dios. Se concede ciertamente al hombre, que abusando de su libertad viole el derecho y la
majestad del Creador de todo: pero la victoria queda siempre de parte de Dios: y aún más, tanto está más cerca la catástrofe cuanto el hombre se
levanta con mayor audacia en la
esperanza del triunfo. El mismo Dios nos lo avisa en la Sagrada Escritura. Porque «disimula los pecados de los hombres»
(Sab. 11, 24), como olvidado de su poder y
majestad; pero, poco después, tras de las aparentes retiradas, «despertando
como un potente embriagado» (Sal, 77, 65), aplastará las cabezas de sus enemigos (Sal., 67, 22): para que
todos sepan que «Dios es Rey de toda la tierra» (Sal., 46, 8) y «sepan todas
las gentes que no son sino hombres» (Sal., 9, 20).
«Todo esto,
Venerables Hermanos, lo creemos y esperamos con fe cierta» (T. 553).
Al cumplirse
los cincuenta años de la definición, en 1904, Pío X publica la Encíclica «Ad diem illumii, sobre la Virgen
Inmaculada, el 11 de febrero, aniversario de la primera aparición en Lourdes de la Virgen Inmaculada.
«No
negaremos que este deseo Nuestro se despierta sobre todo porque, por una misteriosa (o secreta) inspiración (arcano quodam instinctu), Nos parece que podemos asegurar que se cumplirán
en breve aquellas grandes esperanzas que, como fruto de la solemne definición de la Concepción
Inmaculada de la
Madre de Dios, sin temeridad alguna concibieron Nuestro Pío (IX) Predecesor y todos los Obispos del mundo» (T. 562).
Si antes, en la «E Supremi» ha
asegurado la certeza de la esperanza, fundado en las palabras de la Escritura sobre la majestad incontrastable de
Dios y su victoria, ahora las mismas esperanzas son aseveradas
como próximas por una secreta y misteriosa inspiración sentida en su alma.
Y puede señalarse aquí con razón cómo esta nueva llama de la esperanza
brota de nuevo de la radiante luz de la
Inmaculada para trabajar en «instaurar
todas las cosas en Cristo». Porque
la Virgen María es «el camino más rápido para juntar a todos los hombres con Cristo y conseguir así la adopción de hijos santos e
inmaculados».
b) El cuándo y el cómo de la esperanza de la
instauración
Pío X, en la luz de la Inmaculada Concepción, anunció su próxima esperanza, en la
encíclica «Ad diem illum»
Precisamente lo que anuncia movido por su
secreta inspiración, es la proximidad de las
esperanzas:
«Testigos
de tantos y tan grandes beneficios como Dios, por la benigna imploración de la Virgen, nos ha hecho en
estos cincuenta años próximos a cumplirse, ¿por
qué no hemos de esperar que nuestra salvación está más cerca que cuando la pensamos? Tanto más, que sabemos por experiencia
que es costumbre de la divina Providencia que la cumbre de los males no esté muy lejos de la liberación.
«Cerca está de
llegar su tiempo, sus días no se alejarán. El Señor tendrá misericordia de
Jacob, y pondrá sus ojos todavía en Israel (Is. 14, 1,) de modo que tenemos esperanza total de
que también nosotros proclamaremos dentro de poco tiempo: El Señor ha quebrantado el báculo de los
impíos. Descansó y quedó en silencio toda la tierra. Se gozó y dio saltos de
júbilo (Is., 51, 7)» (T. 563).
Ni el tiempo, dice, ni el modo. Y sin embargo,
del estudio de la conducta de Dios con los
hombres en la actual economía cristiana, se desprende una gran enseñanza de una ley inexcusable de la divina
Providencia.
«Hay motivo
para levantar el ánimo. Porque vive Dios y hará que a los que aman a Dios todas las cosas les ayuden
al bien (Rom. 8, 28). El
sacará bienes de los males, habiendo de dar a la Iglesia triunfos tanto más
espléndidos, cuanto más obstinadamente se ha empeñado la perversidad humana en obstaculizar su obra. Este es
el admirable plan de la divina Providencia; estos son sus insondables caminos,
en el presente orden de
cosas: porque no son mis
pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros
caminos mis caminos, dice el Señor (Is. 55, 8): que la Iglesia se acerque cada día más a la semejanza de Cristo, y
reproduzca la imagen de Quien ha
padecido tantas y tan graves cosas, de modo que en cierta manera llene lo que
falta a los sufrimientos de Cristo (Col.
1, 24).
«Por
lo cual, mientras milita en la tierra, le ha sido establecida por Dios esta ley, de que sea trabajada
perpetuamente con disputas, molestias, y con este género de vida pueda por muchas
tribulaciones entrar al Reino de Dios, y juntarse por fin (tándem aliquando) a la
Iglesia triunfante en el cielo» (T. 568).
He aquí admirablemente formulada la ley de su victoria:
primero, los trabajos perpetuos y combates; segundo, tras muchas tribulaciones, entrar al Reino conquistado; tercero, y
posteriormente (tándem aliquando) entrar en la posesión gozosa del Reino del
cielo.
c) Los límites de la esperanza de la Iglesia
En su Alocución del 11 de diciembre de 1906 a los Cardenales:
«No nos desanimemos, Venerables
Hermanos, pues dice Cristo en el Evangelio
que su Iglesia tendrá en la tierra perpetuamente la suerte que El escogió por ja salvación de los hombres: Si me han
perseguido a Mí, también os
perseguirán a vosotros. Seréis odiados por todos por causa mía. No os admiréis si el mundo os odia, porque primero
me aborreció a Mí. No dudando de que
esto es verdad, gloriémonos en las tribulaciones: porque mientras somos perseguidos, tenemos
respuesta de que habita en nosotros el
Espíritu de Cristo. La Iglesia es combatida, pero la fe es robustecida en las tentaciones; y los que son
probados, se dan a conocer entre nosotros,
y es quitada la cizaña de en medio del trigo. Cuidemos, por tanto, de no
merecer la reprensión de Cristo, que oyó Pedro, todavía débil y temeroso entre las olas: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
«Pero
entretanto, cumpliendo nuestra obligación, perseverando unánimes en la oración, y procurando conciliar
la divina clemencia con las obras de la piedad; pues Dios, que ha hecho sanables a las naciones de la
tierra, en el tiempo establecido por su
Providencia, dará benignamente la tranquilidad y la paz».
Pero, si bien así aparece cómo la Iglesia
puede esperar un triunfo final pacífico sobre los
perseguidores, y también sobre todos en el universo, sin embargo, también aquí es necesario señalar otro límite a la
esperanza, y la prudencia de Pío X lo subraya
en su Encíclica «Communium rerum».
Esta limitación consiste en no esperar, ni aun
en medio del triunfo final, una paz tal que
no haya errores y maldades entre los hombres, y que no pueda por sí volver a florecer en nuevas persecuciones, si
Dios no hiciese que aquel triunfo sea precisamente final, y que la Iglesia «se
junte finalmente, tándem aliquando, a la Iglesia triunfante del cielo».
La realización de la
instauración durante el
Pontificado de Pío X
San Pío X, que se propuso al inaugurar su Pontificado el lema de instaurar todas
las cosas en Cristo, fue un Papa de profunda reforma eclesial.
Þ
Reformó la oración
del Salterio para el rezo del Breviario y el canto eclesial, emprendió la reforma del Derecho Canónico, que su
sucesor llevaría a término, y reformó la Curia y el Vicariato de Roma.
Þ
Modificó las normas
de la Comunión, y fomentó la comunión
frecuente, y permitió la primera
Comunión a una edad más temprana. Permitió
también la Comunión en las dos especies a cualquier fiel que asistiese al
rito oriental.
Þ
De modo muy
especial emprendió una grande y activa reforma espiritual del sacerdocio, e
hizo frente al espíritu de indisciplina.
Promovió la doctrina cristiana, de modo particular a través del Catecismo, pero su más grave tarea fue hacer frente a la crisis doctrinal del modernismo. Escribe el resto de tu post aquí.
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