La esperanza de Pío XII, Pontífice Mariano
Dos grandes grupos de testimonios:
1.- Lo relativo a Fátima que concluye
con la proclamación del dogma de la Asunción de María a los cielos.
2.- Lo relativo al centenario del dogma de la
Inmaculada Concepción, Año
Mariano de 1954, y el centenario de las apariciones de la Virgen en
Lourdes.
Pío
XII estuvo vinculado a Fátima. Fue ordenado obispo el
13 de mayo de 1917; consagró el Mundo y Rusia al Corazón Inmaculado y fue el 13 de octubre, aniversario del célebre «milagro del sol» de Fátima.
a)
La esperanza de Pío XII en torno al
acontecimiento de Fátima
En el año 1942 el Papa recurre al
poder de María «Reina del mundo»,
Regina Mundi, título que después ha de conmemorar solemnemente con una
fiesta especial:
«Como todos saben, del mismo modo que Cristo Jesús es Rey del universo y Señor de los
señores, en cuyas manos están puestos los destinos de los individuos y los
de los pueblos, así su Santa Madre María,
Reina del mundo, es venerada por los
fieles todos y ha obtenido con Dios un
poder tan grande de súplica deprecatoria».
La
consagración del mundo a María y a su Corazón Inmaculado
La
Consagración se hace «de modo semejante» a la
que realizó León XIII al Corazón de Jesús.
Ambas
fórmulas incluyen la petición de la vuelta a la Iglesia de
los separados y en ambas la petición se termina con la mención de
un solo rebaño y un solo pastor. En
ambas se pide la entrada de los infieles en la Iglesia,
y demás alejados de Cristo. En ambas a continuación se pide la libertad de la Iglesia,
y finalmente ambas se terminan con una
petición de unidad religiosa universal del mundo, en el primer caso
pidiendo que en toda la tierra, de
un polo al otro, resuene una sola voz de
alabanza al Corazón de Jesús, causa de nuestra salvación; y en el segundo, se pide el pronto triunfo del Reino de Dios, de
modo que en todo el mundo resuene, de un
extremo al otro de la tierra, un
solo cántico del Magníficat en acción de gracias al Corazón de Jesús.
El pasaje fundamental de la fórmula de
Pío XII:
Ø
«Finalmente, así
como fueron consagrados al Corazón de vuestro Jesús la Iglesia y todo el
género humano, para que, colocando en El toda su esperanza, El les fuese
señal y garantía de victoria y salvación;
Ø
así, de modo
semejante, Nos los consagramos para siempre a
Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo:
Ø
para que vuestro
amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios, y todas las naciones, pacificadas entre sí
y con Dios, os proclamen Bienaventurada,
Ø
y entonen con Vos,
de un extremo al otro de la tierra, el eterno Magníficat de gloria, amor y agradecimiento al Corazón de Jesús, en el cual
únicamente pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».
Terminada la
guerra, en 1946 se corona la imagen de Nuestra Señora de Fátima.
Pío XII en
el mensaje enviado por radio:
«En la esperanza de que Nuestros deseos sean acogidos favorablemente por el Corazón
Inmaculado de María y apresuren la
hora de su triunfo y del triunfo del Reino de Dios, como prenda
de las gracias celestes... damos con todo amor y paternal cariño la Bendición
Apostólica».
El
dogma de la Asunción en el Año Santo de 1950.
En el Consistorio del 30 de octubre, el
Pontífice ha dicho a los Cardenales:
«La
Madre benignísima, levantada a la gloria celeste... quiera alcanzar de su Divino Hijo que brille por fin para las
naciones y las razas, que actualmente están divididas con
detrimento de todos, aquella paz que
se apoye como en firmísimo fundamento en la tranquilidad firmemente
establecida del orden recto... y
hacer venir a la unidad de la Iglesia a todos los extraviados y equivocados de
camino. Procurad, Venerables Hermanos, vosotros y junto con
vosotros todo el pueblo cristiano, pedir esto a la Madre celestial de todos con
ardentísimas oraciones».
El
día 1 de noviembre, inmediatamente antes de proclamar el dogma, proclama
su esperanza en los frutos de la Asunción de María para la Iglesia y para el
mundo:
«Nos que hemos confiado Nuestro
Pontificado al particular patrocinio de la Santísima Virgen, a la cual hemos
recurrido en tantas tristísimas circunstancias;
Nos que hemos consagrado en
pública solemnidad a todo el género humano a su Inmaculado Corazón y que hemos
experimentado una y otra vez su poderosísima ayuda,
confiamos absolutamente
en que esta solemne proclamación y
definición de la Asunción aprovecharán no poco a la sociedad humana, puesto que contribuye a la
gloria de la Santísima Trinidad, con la cual la Virgen Madre de Dios está
unida por vínculos especiales.
Porque
se ha de esperar que sucederá que todos los fieles
cristianos se excitarán a una piedad más intensa para con la Madre celestial y
que los ánimos de todos aquellos que se glorían del nombre cristiano se moverán
al deseo de participar de la unidad del Cuerpo Místico de Jesucristo y a aumentar su amor hacia aquella que tiene Corazón maternal para
todos los miembros del mismo augusto Cuerpo».
En esos días se
produjo la señal celeste, renovación del beneplácito de
Nuestra Señora en Fátima en 1917,
sobre el Pontífice Romano. Los días 30
de octubre (día del Consistorio), 31
(vigilia de la proclamación), 1 de
noviembre (día del dogma) y 8 de
noviembre (octava de la proclamación), Pío
XII vio
al sol enviarle el
mensaje celeste de la Virgen de Fátima en conexión con el dogma
proclamado, de manera semejante al
modo como en Lourdes la Virgen Inmaculada confirmaba con señales celestes la
proclamación de Pío IX.
En el Mensaje radiado de clausura del
Año Santo dijo el Pontífice:
«Nos, continuando en el trabajo infatigable y por todos los medios a Nuestro
alcance en favor del verdadero bien de la gran familia humana, colocamos sobre todo Nuestras esperanzas
en la poderosísima intercesión de la Virgen Señora, invocándola incesantemente para que se
digne apresurar la hora en que, de
un extremo al otro del mundo, se
realice el himno angélico: Gloria a Dios y paz a los hombres de buena
voluntad».
En la primera parte de su Pontificado, en el decenio 1942-1952, Pío XII demostró su ardiente piedad hacia la Madre de Dios y en particular se sintió atraído por el providencial acontecimiento de Fátima. Una firme esperanza
de establecimiento en el mundo finalmente del Reino de Dios y de su Cristo permanecía en su corazón, confiando
en llegar a ello a través de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado y de su triunfo
anunciado en Fátima.
b) La esperanza de Pío XII en torno a la Concepción Inmaculada
El
8 de setiembre de 1953, con la publicación de la Encíclica «Fulgens corona»,
iniciaba Pío XII la
conmemoración del año centenario del dogma de la Inmaculada Concepción. En ella, expresa de modo particular su
esperanza de que también los separados de Oriente se dirijan a Ella y se
obtenga, por fin, el único rebaño:
«También llamamos a hacer estas oraciones y súplicas concordes a aquellos que han. sido separados de
Nos por el antiguo cisma, y a los cuales por otra parte amamos
con paterno afecto, ya que sabemos muy bien que veneran sumamente a la santa
Madre de Jesucristo, y que celebran su Inmaculada Concepción. Vea la misma Santísima Virgen a todos
aquellos que se glorían de ser cristianos, unidos al menos por los vínculos de la caridad, volver a Ella sus
ojos, corazones y oraciones pidiendo aquella luz que ilumine las mentes con el
resplandor celeste, y demandando
aquella unidad con la que por fin se haga un solo rebaño y un solo pastor».
El
11 de octubre de 1954, publica la Encíclica «Ad coeli Reginam», en la que exalta el triunfo de María, completando así el dogma de la Asunción, y proclama y establece la fiesta litúrgica
universal de la Realeza de María. La
une con la Consagración del Mundo al Corazón Inmaculado de María:
«Estando Nos persuadido tras madura y
meditada reflexión, de que han de venir grandes provechos a la Iglesia si, como
antorcha más rutilante cuando se pone en su candelabro, esta verdad
sólidamente probada brilla más claramente ante todos, con Nuestra potestad Apostólica decretamos e instituimos la Fiesta de María Reina, que se ha de celebrar cada año en todo el mundo
el día 31 de mayo.
«Y juntamente
mandamos que en el mismo día se renueve la consagración del género humano al
Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María.
«Porque en esto se apoya con gran esperanza
el que suceda que nazca una época
feliz, serenada por el
triunfo de la religión y de la paz cristiana».
El
centenario de las apariciones de Lourdes
En
1957 Pío XII publica su Carta
Encíclica a los Obispos de Francia «Le
pélerinage de Lourdes:
«Que
por la oración de los enfermos, de los humildes,
de todos los peregrinos de Lourdes,
María vuelva igualmente su maternal
mirada hacia todos los que permanecen fuera del único redil de la Iglesia,
para reunidos en la unidad».
El
1 de noviembre la
Constitución Apostólica «Primo exacto saeculo» promulga el año jubilar de Lourdes,
con indulgencias para los que acudan a
la gruta de la Virgen. Entre las
intenciones pontificias, el primer lugar es para «implorar a Dios misericordioso que los que se han apartado de la
verdad cristiana... vuelvan a
ella cuanto antes».
Uno
de los últimos discursos de su largo pontificado, será el del 17 de setiembre de 1958 al Congreso Mariano
Internacional de Lourdes, veinte
días antes de su muerte. En este discurso radiado Pío XII proclama por última vez su esperanza en la realización del Reino de
Cristo sobre la tierra por medio de María:
«Puesto que de esta gruta bendita —¡oh
Madre generosa!— no pueden dejar de descender sobre la tierra los torrentes de
vuestras gracias maternales, del mismo modo que el agua no puede dejar de correr
por estos valles y el sol de esparcir luz y calor, Nos queremos proclamar muy alto, al terminar el
Congreso que corona de algún modo este incomparable Centenario, Nuestra certeza de que la restauración
del Reino de Cristo por María no podrá dejar de realizarse, porque es imposible que tal semilla,
lanzada con tanta abundancia, no
produzca los frutos más vigorosos».
Y es así como se extingue la voz del
cantor de la esperanza de María, recordando el «irresistible torrente» de las
gracias de María sobre el mundo, que traerá por fin el Reino de Cristo:
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