Del
Pontificado de san Pío X comentamos muy brevemente dos documentos magisteriales
relacionados con el Modernismo: El
Decreto Lamentabili y la Encíclica
Pascendi dominici gregis.
Decreto Lamentabili
En el Decreto Lamentabili del 3 de julio de 2007: se condenaron 65 proposiciones.
De todas ellas, nos fijamos en las que se refieren a la interpretación de la Escritura y a la divinidad de Jesucristo.
Proposiciones
sobre la Sagrada
Escritura
Autor e inspiración
de los libros sagrados
Son las proposiciones 9-10-11-y 12. En resumen: Los modernistas niegan que Dios sea el
autor de la Sagrada
Escritura ; niegan la Inspiración divina en la formación y
redacción de los libros Sagrados; Niegan la inerrancia de la Sagrada Escritura ;
niegan que exista el orden sobrenatural.
Sobre los evangelios
Son las proposiciones
13-14-15-16-17-18 y 19. En resumen: los modernistas niegan
que las parábolas en los evangelios
fueran verdaderas enseñanzas de Jesucristo; que las narraciones evangélicas
fueran verdaderas; que los evangelios reflejen verdaderamente a Jesucristo; que
el Evangelio de San Juan sea historia; los milagros fueran como quedaron
escritos en el evangelio de San Juan; que San Juan fuera testigo de Jesucristo.
Proposiciones sobre la divinidad de Jesucristo
Son las proposiciones:
27-28-29-30-31-32-33-34-35-36-37-y-38. En resumen: Los modernistas afirman que los evangelios no muestran la divinidad de
Jesucristo; que Jesucristo no quiso enseñar que era el Mesías; que hay
diferencia entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe; que en los
evangelios el título Hijo de Dios es para decir que era el Mesías, pero no que
verdadero y natural Hijo de Dios; que Jesucristo no tuvo siempre conciencia de
su dignidad mesiánica; que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico;
que la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica, sino paulina.
Encíclica: “Pascendi dominici gregis”
Fue
escrita por San Pío X, fue publicada el 8 de Septiembre 1907 y trata sobre las
doctrinas modernistas.
Gravedad de los errores modernistas
1. (…). hoy no es menester
ya ir a buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de
grandísimo dolor y angustia, en el seno
y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales
cuanto lo son menos declarados.
Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares
y, lo que es aún más deplorable, hasta
de sacerdotes, los cuales, so
pretexto de amor a la Iglesia, faltos
en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la
médula de los huesos, con venenosos
errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda
modestia, como restauradores de la
Iglesia, y en apretada falange asaltan
con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del
divino Redentor, que con sacrílega
temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre. (…)
38. (…) cuando tratamos del
modernismo, no hablamos de doctrinas
vagas y sin ningún vínculo de unión entre sí, sino como de un cuerpo definido y compacto, en el
cual si se admite una cosa de él, se siguen las demás por necesaria
consecuencia. Por eso hemos procedido de un modo casi didáctico, sin
rehusar algunas veces los vocablos bárbaros de que usan los modernistas.
Y ahora, abarcando con una
sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en
verdad, si alguien se hubiera propuesto
reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la
fe, nunca podría obtenerlo más
perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos
que no sólo han destruido la religión
católica, sino, como ya hemos
indicado, absolutamente toda religión.
Por ello les aplauden tanto los
racionalistas; y entre éstos, los más sinceros y los más libres reconocen
que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y más eficaces auxiliares.
BENEDICTO XV, VICARIO DEL
PRINCIPE DE LA PAZ
La paz, ese
divino don
«Ubi primurm, mensaje del
8 setiembre 1914. «No podemos menos de recoger la
última voz del inmortal y santo Pío X, con que expresó su amor al género humano». Y suplicaba a los regidores
de los pueblos, responsables últimos de la
guerra y de la paz, que hiciesen cesar las mortales desavenencias.
En la primera Encíclica «Ad Beatissimi» del
1 de noviembre, decía:
«Ciertamente,
parece que han llegado aquellos días de los que anunció Cristo: Oiréis que hay guerras y rumores de
batallas... Porque se levantará una
nación contra otra y un reino contra otro (Mt., 24, 6, 7)».
La dramática visión de la
sociedad que presenta Benedicto XV, hace pareja con la que vimos en
Pío X, quien estimaba haber suficientes motivos para pensar
que «el
hombre de pecado» se hallase ya en
la tierra.
El Mensaje del 1 de agosto de 1917 a los Jefes de Estado
de las naciones en guerra, proponiendo
puntos concretos de armisticio y paz. Su voz no fue escuchada, su voz de «padre y de amigo», como había dicho en su
primera Encíclica, pero al fin Dios concedió
la paz, y su mensaje del 1 de diciembre de 1918 acogió la suspirada
paz.
Para Benedicto XV la guerra era un castigo enviado
por Dios a los hombres por sus graves culpas y a la sociedad por su apostasía cristiana. El primer mensaje
consideraba a la guerra «castigo y azote de la ira de
Dios» por los pecados de los
pueblos. La Alocución del 22 de enero de
1915, como castigo divino por el
olvido de Dios. Y de nuevo el
discurso a la Nobleza romana del 5 de
enero de 1917, como castigo de los
pecados humanos.
Terminada ya la guerra, la
Encíclica «Pacem Dei munus», del 23 de mayo de 1920, proclamaba
que la paz es un don divino
que huye de los pueblos que se apartan
de Dios y que sólo vuelve cuando ellos vuelven hacia el Señor.
Añadíase otro segundo y
terrible efecto devastador de la guerra en la paz, y era el hambre abatida sobre poblaciones enteras destruidas y la
inmensa multitud de la infancia
centro-europea sometida a la inanición.
Esperanza de
la unidad, paz perfecta
Benedicto XV tuvo ocasión de mostrar su espíritu penetrado también de la esperanza de la unidad religiosa
de los hombres como sus
predecesores.
En primer lugar, miró a la unidad con las Iglesias
de Oriente y las otras separadas, para recomponer el único rebaño del único pastor. Pero también, y de manera
bien expresa, hizo oir la voz de la
unidad universal de los hombres.
a) La unidad
de las Iglesias separadas
En 1916, por el Breve «Cum Catholicae» del 15 de
abril, propuso a la Iglesia la oración para
lograr la unidad de las Iglesias separadas de Oriente.
Texto
de la oración «Oh Señor,
que habéis unido a las diversas
naciones en la confesión de vuestro Nombre, os rogamos por los pueblos cristianos del Oriente. Recordando el
lugar eminente que han tenido en
vuestra Iglesia, os suplicamos que
les inspiréis el deseo de volverlo a ocupar, para
formar con nosotros un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor...» (T. 260).
En 1917 realiza un doble paso práctico
para el trabajo con el Oriente: la
fundación de la Congregación para las Iglesias de Oriente (Motu proprio, «Dei Providentis» del 1 de
mayo) y la del Instituto Pontificio Oriental (Motu Proprio «Orientis
catholici» del 15 de octubre).
El año 1920 ve dos
Encíclicas de Benedicto XV dedicadas a dos Santos Doctores de gran importancia, el
uno que eligió el Oriente para vivir (San
Jerónimo), el otro, una de las más puras glorias de aquellas regiones (San Efrén).
En ambas
Encíclicas, la
jeronimiana «Spiritus Paraclitus», del 15 de setiembre, y la eframita «Principi Apostolorum»,
del 5 de octubre, hallamos un pasaje en que se
declara la esperanza de la llegada del gran día de la unidad.
Encíclica «Spiritus Paraclitus» de San Jerónimo, 15 de setiembre de
1920: «(…) Ayude en ello
San Jerónimo a la Iglesia de Dios, a la cual tanto amó y defendió enérgicamente de cualquier ataque de
los adversarios. Y
alcance con su patrocinio que, arregladas
las rupturas según los deseos de Jesucristo, se haga un solo
rebaño y un solo pastor-» (T. 261).
Encíclica «Principi Apostolorum» de San Efrén, 5 de octubre de
1920: «(…) Ojalá que amanezca cuanto antes aquel día felicísimo en que se hallarán en los ánimos de todos las palabras de la
verdad evangélica, «que han
sido dadas por un solo pastor, a través de la asamblea de los maestros» (Eccl., 12, 11)» (T. 574).
b) La unidad
de todos los hombres
La primera
Encíclica «Ad beatissimi» de Benedicto XV, el 1 de
noviembre de 1914, presenta ya la visión universal de la esperanza sobre el mundo
en guerra dividida.
«(…) Nos, considerando
como dichas a Nuestra Persona aquellas mismas palabras que
Nuestro Señor Jesucristo dijera a Pedro: Apacienta
mis corderos, apacienta mis ovejas,
dirigimos enseguida una mirada llena de la más encendida caridad al rebaño que se
confiaba a Nuestro cuidado; rebaño
verdaderamente innumerable, como
que por una u otra razón, abraza a todos los hombres. Porque
todos sin excepción fueron librados de la esclavitud del
pecado por Jesucristo, que derramó su sangre por la redención de los mismos, sin que haya uno siquiera que sea excluido del beneficio de esta
redención» (T 257, nota 134).
Esta convicción de la paternidad universal en el
rebaño de Cristo, que fue la que movió a León XIII en su Encíclica Annum sacrum a verificar la consagración del género humano en su integridad, como ordenado por
la redención todo él a la Iglesia, es heredada aquí por Benedicto XV..
«Ni hay ninguno que quede excluido de los
beneficios de esta redención. Y así el Pastor divino tiene
al género humano en parte ya encerrado felizmente en el redil de la Iglesia, y afirma amantísimamente que forzará a entrar a la otra parte:
Y tenga
otras ovejas que no son de este redil; y las tengo que traer, y oirán
mi voz» (T. 254-257).
En el
discurso pronunciado por Benedicto XV sobre la devoción del Corazón de Jesús en la lectura y
aprobación, el 6 de enero de 1918, de
los milagros para la canonización de la B.
Margarita M. Alacoque, mensajera de esta devoción:
«Se argumenta del
alba la venida del mediodía, y Nos, que en
la práctica llena de auspicios de la consagración de las
familias al Sagrado Corazón,
saludamos el alba de aquel deseadísimo mediodía en
el cual la soberanía de Jesucristo será reconocida por todos, Nos repetimos con alegría confiada la palabra de Pablo: ¡El ha de reinar!-» (T. 571 a ).
Afirmación
memorable de la esperanza universal, digna de
ser emparejada con el texto cumbre
de Pío XI diez años más tarde, que recoge esta misma
afirmación de esperanza en la Encíclica «Miserentissimus
Redemptor» (T. 598).
Cuando instituimos la fiesta de
Cristo Rey, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las
cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres,
mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo
entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de
Cristo Rey
El 19 de marzo de ese mismo año, Benedicto XV «expresó el
deseo evangélico de que se haga un solo rebaño y un solo pastor, implorando la protección de San José,
cuya fiesta era, sobre el Oriente y el
Occidentes.
Regina Pacis
La carta «Era
Nostro proposito»,
dirigida al Cardenal Vanutelli, el 25 de mayo de 1915, tiene
este significativo recuerdo al «Corazón
Inmaculado y Doloroso» de la Intercesora de la Paz:
«La hora
que atravesamos es dolorosa, el momento es terrible, pero levantemos los corazones. Alcemos
más frecuentes y fervorosas nuestras plegarias
a Aquel en cuyas manos están las suertes de las naciones. Volvámonos
todos con confianza al Corazón Doloroso e Inmaculado
de María, dulcísima
Madre de Jesús y nuestra, para que Ella, con su poderosa
intercesión, obtenga de su Hijo que cese pronto el azote de la guerra».
El conmovedor discurso del Papa a los Cardenales, en la
Navidad de 1915:
«Ella es la aurora pacis rutilans entre
las tinieblas del mundo sacudido; Ella es la que no
demora su intercesión con su Hijo por la paz, aunque no haya llegado todavía su hora...
(…) Cuando
el hombre ha endurecido su corazón...
la fe y la historia nos presentan como
iónico refugio a la Omnipotencia suplicante, a la Medianera de todas las
gracias, a María, y entonces, con confianza segura, decimos: Regina
pacis, ora pro nobis».
El siguiente año 1916 nos ofrece de nuevo el 28 de
mayo un discurso del Pontífice, en el
cual manifiesta «el común sentir de
que la Virgen dolorosa será la que ponga fin a la horrible catástrofe de la
guerra».
La Carta dirigida
al Cardenal Gasparri, Secretario de
Estado, el 5 de mayo, pidiendo oraciones del pueblo cristiano y
en especial de los niños inocentes al Corazón de Jesús por medio de María, cuya invocación Regina pacis quedaba ya como permanente en las Letanías Lauretanas. Y
en ese mismo año crucial de 1917, el 14 de setiembre, en una carta
al Provincial de los Dominicos de Lombardía, el Pontífice declaraba así su esperanza en la Virgen del Rosario:
«Todas las
plegarías que se alzan a Dios abren mi corazón a la esperanza de que el Señor no quiera ya retrasar el alegrarnos
con la suspirada paz. Pero
cuando sé que se hacen plegarias por la
intercesión de la Santísima Señora del Rosario, crece por mil mi esperanza, porque mi
corazón se inflama con el recuerdo de
las muchas y solemnes ocasiones en que la Virgen del Rosario ha sido ministro de paz».
Hemos puesto
ante los ojos del lector a un Pontífice que en la hora difícil del mundo para obtener la paz:
Þ
pone por intercesor especial el Corazón Inmaculado y
Doloroso de María
Þ
cree que Ella tiene el encargo de poner fin a la
guerra mundial,
Þ
pone por intercesores a los niños
especialmente ante la Virgen, y espera que
reciban del cielo un mensaje de esperanza y salvación,
reciban del cielo un mensaje de esperanza y salvación,
Þ
declara que tiene su especial confianza en la Virgen
del Rosario, y manda
invocarla como Regina pacis;
invocarla como Regina pacis;
¿Podrá extrañarnos que el cielo
respondiera a esta conmovedora esperanza y que el 13 de mayo de ese mismo año crucial de 1917, el Corazón
Inmaculado y Doloroso de María
se apareciera en Fátima a tres niños para confiarles un mensaje de esperanza,
declarase que a Ella le había sido reservado el poner fin al conflicto con su poder, ya que sólo Ella podía ayudar,
anunciase el fin próximo de la guerra y se proclamase el 13 de octubre como Nuestra Señora del
Rosario?
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