Pío XII comienza su pontificado poco
antes del inicio de la segunda guerra mundial. También le tocó conocer su fin el
6 de agosto de 1945, con el estallido público de la primera bomba atómica.
Pío XII se halla así en el quicio entre un mundo
que desaparece y otro que nace. Prepara la dinámica explosión de espíritu del
Concilio Vaticano II.
De su
pontificado, en esta primera parte, se consideran los siguientes aspectos:
Þ
La
búsqueda de la paz
Þ
Una
nueva primavera de la esperanza
Þ
El
ecumenismo
Þ
La
esperanza universal
Pontífice en la grave hora para la paz
La paz internacional es uno de los
componentes principales de la común esperanza. La paz dijo es «el primer anhelo que Dios ha sacado de
Nuestro corazón de padre».
El 9 de abril de 1939, en la solemnidad de la
Pascua, en su homilía: «Vemos en muchas regiones a los ciudadanos inquietos y
ansiosos por el temor de males mayores que
parecen anunciarse». Son los pecados humanos la causa de las quiebras de
la paz, por lo cual Cristo instituyó en el día pascual de la paz el sacramento
de la confesión en el Cenáculo. La paz es obra de la justicia y de la caridad
de Cristo.
Siete días más tarde Pío XII dirigía a la nación española un mensaje de felicitación: «por la paz y la victoria, con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y generosos sufrimientos».
El 24 de agosto, ocho días antes del estallido de la
guerra:
«Una hora grave suena nuevamente para la
familia humana —comienza el patético mensaje—... Armados solamente con la
palabra de la Verdad, por encima de las públicas tensiones y pasiones, os
hablamos (oh hombres de Estado y responsables del mundo) en el nombre de Dios,
de quien toda paternidad toma el nombre... Inminente es el peligro, pero aún
es tiempo. Nada está perdido con la paz. Todo puede estar perdido con la
guerra».
El 24 de noviembre, en la Basílica Vaticana, el Papa
dirige en la Misa una Homilía sobre la guerra y la paz. «No, la consumación
de los siglos no ha llegado todavía». Pero si esto es así, sin embargo «sentimos
en Nuestro corazón que la hora presente es una fase de la grave historia de la
humanidad, que ha sido anunciada por Cristo».
El 31 de mayo de 1942, en el 25 aniversario
de su congregación episcopal, declara
que este tiempo de guerra «aparece
como viva representación de la realidad de las palabras del Salvador: Se
levantará una nación contra otra y un reino contra otro reino, y habrá
pestes, hambres y terremotos por las regiones».
Pío XII en el mensaje radiado al mundo, al día
siguiente del armisticio, el 9 de mayo de 1945, recordará que la paz sólo es
posible en Cristo y pedirá al Señor que cumpla su promesa profética,
transformando la paz humana y terrena de las armas en paz celeste y divina.
«La guerra ha suscitado en todas
partes discordia, desconfianza y odio. Por consiguiente, si el mundo quiere
recuperar la paz, urge que desaparezcan la mentira y el rencor y en su lugar
reinen soberanas la verdad y la caridad.
«Por tanto, antes que nada
supliquemos con instancia en nuestras plegarias cotidianas al Dios de amor,
que cumpla su promesa hecha por boca del profeta Ezequiel: Yo les daré un
corazón unánime, infundiré un nuevo espíritu en su interior y arrancaré de sus
entrañas el corazón de piedra y lo sustituiré por un corazón de carne, para
que caminen por el camino de mis preceptos y observen mis juicios y los pongan
por obra, y ellos sean mi pueblo y Yo sea su Dios (Ez., u,
19-20).
«¡Que el Señor se digne despertar este nuevo espíritu en los pueblos y
particularmente en los corazones de aquellos a quienes ha sido confiado el
cuidado de establecer la futura paz! Entonces, y solamente entonces, el
mundo resucitado evitará la vuelta del tremendo azote y reinará la verdadera,
estable y universal fraternidad, y la paz garantizada por Cristo, aun en la
tierra, a quienes quieran creer y esperar en su ley de amor» (T. 624).
El 2 de junio
de 1945 expone por primera vez las razones por las que no ha querido hablar de
los crímenes nazis, para evitar el grave riesgo a muchos inocentes.
Aprovecharemos esta oportunidad para señalar algunos
datos:
Þ
en 1943 ofreció su
oro y su propio pectoral pontificio para el rescate que los nazis exigieron a
los judíos de Roma, bajo amenaza de deportación colectiva.
Þ
el 29 de noviembre
de 1945 recibe a un grupo de judíos prófugos, que vienen a él, porque le
consideran defensor suyo.
Þ
la Ministro israelí
Golda Meir, dedica un elogio a su memoria.
Þ
en 1955, la Orquesta
Nacional de Israel actúa en el Vaticano en un concierto de agradecimiento al
Pontífice por su acción en favor de los judíos.
Þ
es su propio
Secretario de Estado durante toda la guerra Montini, después Pablo VI, quien con la autoridad pontifical le defiende ante las propias autoridades
de la Jerusalén israelí, en su viaje a Jerusalén, al salir del estado de Israel
La nueva primavera de la esperanza
El 2 de octubre de 1955, hablando a las jovenes de
Acción Católica Italiana:
«Observad, queridas hijas, el mundo en
que vivimos; considerad el tiempo al que muchos signos señalan como uno de los
más resolutivos de la historia del cristianismo. Parece, en efecto, como si
Dios estuviese preparando a la humanidad entera algo verdaderamente insólito» (T.
650).
Pero es especialmente en su, del
El 19 de marzo de 1958, seis meses antes de su
muerte discurso a los jóvenes de la Acción Católica Italiana:
«Mirad, queridos jóvenes, el mundo que
está delante de vosotros. Mirad el pasado remoto, reciente y recientísimo, y no
podréis menos de decir que por muchos aspectos venimos de un oscuro invierno.
«Pero si detrás de vosotros ha
quedado el invierno, ante vosotros está prometedor, luminoso y fecundo, el
verano: Prope est aestas, el verano está próximo» (T. 664).
«El estío vendrá, queridos hijos,
y vendrá cuajado de abundantes cosechas. La
tierra bañada de lágrimas, sonreirá con perlas de amor y, rociada con la sangre
de los mártires, hará germinar cristianos... Como en todas las primaveras, también
en la inmediata no faltarán los vientos y las tempestades: la Iglesia no
ha terminado su martirio» (T. 664).
Pío XII y los cristianos
separados de Roma
a) Oriente y
los cristianos separados
El 20 de octubre de 1939, en su primera
Encíclica «Summi Pontificatus»:
«No queremos pasar en silencio
el profundo eco de conmovido reconocimiento que suscitó en Nuestro corazón la
felicitación de aquellos que, sin pertenecer al cuerpo visible de la Iglesia
Católica, en su nobleza y sinceridad no han dejado de sentir todo lo que en
el amor a la persona de Cristo o en la fe en Dios, les une a Nos. Vaya a
todos ellos la expresión de Nuestra gratitud. Los encomendamos a todos y a cada
uno a la protección y a la dirección del Señor, y aseguramos solemnemente
que sólo un pensamiento domina Nuestra mente: imitar el ejemplo del Buen
Pastor, para conducir a todos a la verdadera felicidad, para que tengan
vida y la tengan más abundante (Jn., 10, 10)».
La Encíclica sobre el Cuerpo Místico de Cristo, del 29 de junio del
año de 1943, expone claramente el deseo de que los separados vuelvan su vista
hacia la iglesia «y se esfuercen por salir de un estado en el que no pueden
estar seguros de su salvación eterna; porque aunque sus deseos y votos
inconscientes se orientan hacia el Cuerpo Místico de Cristo, están privados
de todos los dones y socorros celestiales de los que no se puede gozar más que
en la Iglesia universal». Y les exhorta por ello a entrar en la única Iglesia
fundada por Jesucristo.
El 9 de abril de 1944, en la
Encíclica «Orientalis Ecclesiae», en
el 15o centenario de la muerte de San Cirilo de Alejandría:
«Sepan que Nos, movidos por la misma
caridad que Nuestros Predecesores, procuramos principalmente con perpetuos
deseos y oraciones que, removidos felizmente los obstáculos inveterados,
brille por fin aquel día en que haya un solo rebaño y en un solo redil,
obedeciendo con corazones unánimes a Jesucristo y a su Vicario en la tierra» (T.
304).
Sumamente importante, en la apertura del Año Santo
de 1950, es la Instrucción del Santo Oficio sobre el Movimiento ecuménico;
publicada el 20 de diciembre de 1949.
«La Iglesia Católica, aunque no
interviene en los congresos y reuniones «ecuménicos» (nótese que la
palabra es subrayada por la misma Instrucción), sin embargo nunca cesa, como
puede verse en muchos documentos pontificios, ni cesará en adelante, de
favorecer con intensísimos anhelos, y fomentar con asiduas oraciones a Dios,
todos los esfuerzos por realizar aquello que tan dentro del corazón de
Cristo Señor está, es decir, que todos los que creen en El sean consumados en
uno (Jn., 17, 23)...
«Ahora bien, en muchas regiones
del mundo, ya por los variados acontecimientos exteriores y mudanzas de
actitudes, ya principalmente por las oraciones comunes de los fieles, bajo
la acción de la gracia del Espíritu Santo (afflante quidem Spiritus Sancti
gratia), crece continuamente en los corazones de muchos separados de la
Iglesia Católica el deseo de que se vuelva a la unidad de todos los que creen
en Cristo el Señor» (T. 627
a).
Este reconocimiento de que la obra del movimiento
ecuménico proviene de la gracia inspiradora del Espíritu Santo.
El 8 de septiembre de 1951, la Encíclica
«Sempiternus Rex» sobre el Concilio de Calcedonia, cuyo 15 centenario:
«Oh dolor, muchos en las
regiones orientales a lo largo de los siglos se apartaron desgraciadamente de
la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, de la cual es un hermosísimo modelo
(spectatissimum exemplar) la unión hipostática: ¿No es acaso cosa santa,
saludable y conforme a la voluntad de Dios, que todos vuelvan por fin algún
día al único rebaño de Cristo?» (T. 311).
El 5 de junio de 1954 la Encíclica sobre San
Bonifacio, «Ecclesiae fastos:
«Nos, así como deseamos esto
vehementemente, así lo pedimos con suplicantes oraciones al dador de los dones
celestiales, para que por fin se cumpla el anhelado deseo de todos los
buenos, que todos sean una sola cosa y que todos se vuelvan hacia la unidad del
rebaño para ser apacentados por un solo pastor» (T. 315).
La Alocución a la Federación Internacional de
Hombres Católicos, el 8 de diciembre de 1957:
«El sacrificio de los fieles
perseguidos, unido al del Redentor, es aún más precioso a los ojos de Dios que
el celo de los apóstoles; de él esperamos, en el día de la misericordia, el
retomo a la unidad de pueblos enteros, hoy oprimidos y separados violentamente
del único rebaño preparado por el buen Pastor» (T. 322).
b) Pío XII, Rusia
y el comunismo
Es célebre la posición tomada por el
Pontífice frente al comunismo con el conocido Decreto del Santo Oficio, del 1
de julio de 1949, excluyendo de los sacramentos a los católicos que diesen su
favor al comunismo.
Sin embargo Pío XII, colocado por necesidad enfrente del gran
enemigo de la Iglesia, supo distinguir perfectamente entre la forma política
comunista, que regía al pueblo ruso, atea y materialista, y el mismo pueblo,
impregnado de piedad en el alma profunda y uno de los miembros más ilustres del
cristianismo separado.
Tres documentos del Pontífice en
relación con esta Rusia cristiana.
1.- La Carta «Singulari animi», del
12 de mayo de 1939, acerca de la conmemoración de los 950 años del bautismo de
San Vladimiro y- de la conversión de Rusia al cristianismo. En ella, deplora las
presentes circunstancias de opresión religiosa que el gran pueblo padece,
confiando en que desaparezca esta triste situación algún día.
2.- El 7 de julio de 1952 la Epístola
Apostólica «Sacro vergente anno», dedicada a los «Carissimis Russiae
populis». En ella consagra el pueblo ruso al Corazón Inmaculado de María.
Ya había hecho una especial mención del pueblo ruso en 1942 en la Consagración
del Mundo al Corazón de María. Al consagrar expresamente el propio pueblo ruso
a María y a su Corazón Inmaculado, con la esperanza de que «la libertad de la Iglesia sea un hecho cuanto antes» (T. 640), donde Ella
es honrada «no puede faltar la esperanza de salvación».
3.- La Carta «Novimus vos» del 20
de enero de 1956, con ocasión del milenario del bautismo de la Princesa Santa
Olga, que dio después origen a la conversión de Rusia.
«Confiad, os decimos: Nos que siempre
hemos mostrado tan amante voluntad a todas las comunidades orientales de la
Iglesia, del mismo modo que Nuestros Predecesores, juntamos Nuestras ardientes
oraciones con las vuestras y las dirigimos juntamente con vosotros al trono de
Dios, para que todo aquel amadísimo pueblo, del cual muchos se apartaron del
redil del solo rebaño más por las circunstancias de los tiempos que por mala
voluntad, vuelvan cuanto antes movidos por la divina inspiración a la unidad
católica y, por lo tanto, a Nos...-» (T. 321).
La esperanza
universal de Pío XII
El Pontífice Pío XII proclamó de
manera clara con voz de acento profético la esperanza universal de la Iglesia
respecto del futuro religioso del mundo.
El
2 de junio de 1939, en su Alocución a los Cardenales del día de San Eugenio:
«Esto, ¿qué es sino la oración por la paz entre los pueblos, que la
Iglesia, ya desde la aurora del cristianismo, alzaba a aquel Dios que ansia de
todos los hombres que se salven y lleguen al conocimiento de la verdad?»
(T. 606)
En su Encíclica «Summi Pontificatus» del
20 de octubre, declara que el fin propio de la misión de la Iglesia consiste en
«actuar en la tierra el plan divino de instaurar en Cristo todas las cosas,
las de los cielos y las de la tierra» (T. 609-610).
a) La esperanza de la plenitud
religiosa universal
El 24 de junio de 1944 Alocución a las Obras
misionales. Declara que la universalidad de la fe y del amor, propia de la
Iglesia, la estimula e incita «hacia la meta a la cual tiende, de hacer
coincidir los confines del Reino de Dios con los del mundo».
Hablando el 28 de abril a los Dirigentes de las
Obras Misionales:
«La parábola del Buen Pastor, que la
Santa Iglesia ponía ayer en los labios de todos los predicadores del Evangelio,
expresa a maravilla el sentimiento que Nos urge y que anima también
vuestros corazones, Venerables Hermanos y queridos hijos, frente al esfuerzo
gigante que falta por hacer para que no haya más que un solo rebaño y un solo
pastor» (T. 312).
El
único rebaño y pastor del mundo entero, ya que se dirige a las obras misionales.
Es movido por el «amor ardiente de Cristo, que hace decir: Tengo también
otras ovejas que no son de este redil y es preciso que las traiga» (ib.)
El
8 de diciembre de 1954, al clausurar el año mariano de la Inmaculada, dirige el
mensaje radiado a la «Casa de María».
«Conscientes de la necesidad y
posibilidad de una más amplia y asidua predicación del Evangelio de Jesucristo,
hemos asumido el oficio de llamar a toda la Iglesia a una gran obra, lanzando
aquel «grito de alerta» al que hacen eco en adelante Pastores y fieles en
tantas partes del mundo.
«Tenemos firme
confianza de que, en un tiempo quizás menor de cuanto sería humanamente
previsible, el mal podrá ser detenido en su marcha y el bien podrá tener sus
pacíficas y constructivas victorias. Nada
se haría sin una ayuda especialísima de Dios, y ésta ciertamente no faltará.
Pero se necesitan también almas generosas, ya que Dios quiere en sus obras la
cooperación de los hombres» (T. 645).
En la Encíclica sobre el Sagrado Corazón
de Jesús, la «Haurietis Aquas», el 15 de mayo de 1956, hallamos un
pasaje que descubre la esperanza universal de la Iglesia.
«Aunque la piedad para con el
Santísimo Corazón de Jesús ha producido en todas partes frutos saludables de
vida cristiana, a nadie, sin embargo, se le escapa que la Iglesia militante en
la tierra, y sobre todo la sociedad civil de los hombres, no han alcanzado
todavía aquella forma plena y perfecta de perfección que responda a los
deseos y anhelos de Jesucristo, místico
Esposo de la
Iglesia y Redentor del género humano» (T.
653).
No han alcanzado esta plenitud de perfección «todavía».
Pero esa «plenitud de perfección» que Jesucristo le desea y ha fijado,
¿en qué consiste y hasta dónde llega?:
«Porque (en eso consiste que no la han alcanzado) no pocos hijos de la Iglesia
afean con demasiadas arrugas y manchas el rostro de esa Madre que en sí
reflejan; no todos los cristianos brillan con aquella santidad de costumbres a
que son llamados por Dios; no todos los pecadores han vuelto a la casa del
Padre abandonada de mala manera... no todos los paganos se cuentan todavía
entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo» (T. 653).
b) La esperanza del día de la fe universal
Diez testimonios de Pío XII se refieren
al día de la fe universal del mundo.
1 — 29 octubre 1939. Homilía en la Consagración
de doce Obispos Misioneros.
«Pedimos al Supremo Príncipe de los
Pastores que inspire y proteja con su gracia celestial vuestros viajes y
empresas apostólicas, y que brille por fin el día, en el que, gracias
también a vuestro trabajo, el divino Rey "dominará de un mar al otro mar y
desde el río hasta los extremos de la tierra"» (T. 611).
2 — 25 febrero 1941. Alocución a los Párrocos y
Predicadores cuaresmales.
«¡Cuándo
vendrá aquel día en que todo el mundo será de Cristo y en que de todas sus ovejas desviadas y errantes se haga un solo
pastor y un solo rebaño!» (T. 300).
3 — 2 junio 1942. Alocución a los Cardenales en
el día de San Eugenio.
«A una tal Iglesia Dios, no lo dudéis,
ha marcado el tiempo en que vendrán a ella
innumerables entendimientos e
innumerables corazones, que todavía dan oído a otras
voces y siguen otros ideales o más bien
otros ídolos falaces.
Ese día debe llegar
y llegará, porque no hay sílaba de Dios que se
pierda, en el que la humanidad extraviada por el error y el engaño, estará
dispuesta a escuchar con nuevo interés y con nueva esperanza el sermón de la
montaña, del amor y de la fraternidad no mentirosa» (T. 616).
4 — 19 noviembre 1953. Discurso a los Embajadores
en el Vaticano.
«La gravedad de los males actuales no
debe quitar a nadie la confianza en un porvenir mejor.
«La
verdad y la justicia no son sólo palabras. Tienen la fuerza misma del
Altísimo, que las garantiza, se hace su defensor y, desde ahora, a pesar de las
apariencias, pone en el corazón de sus hijos la certeza del triunfo final de la
paz en la estima recíproca de los pueblos.
Que el Todopoderoso os conceda a
vosotros y a vuestros países respectivos ver el alba de ese día que todos
desean y por el cual muchos no vacilan en ofrecer hoy sus sufrimientos y su
vida» (T. 642).
5 — 8 diciembre 1954. Mensaje radiado en la
inauguración de la «Casa de María».
«Nos oramos, para que el soplo divino de
la gracia, como el viento impetuoso de Pentecostés, llene no sólo vuestra
Domus, vuestra Casa, sino toda la Iglesia.
Nos oramos a Jesús, para que
apresure el día —que ha de venir—
en el que una nueva misteriosa
efusión del Espíritu Santo investirá a todos los soldados de Cristo y a todos
los enviará, como portadores de salvación, entre las miserias de la tierra. Y
serán días mejores para la Iglesia; serán —a través de la Iglesia—
días mejores para todo el mundo» (T. 647).
6 — 26 junio 1955. Alocución a los Ferroviarios
Romanos.
«Así la gracia de Dios y la buena
voluntad de todos vosotros y de todos los demás trabajadores cristianos
esparcidos por toda Italia, acelerarán la venida de aquel día en que Jesús
reinará en los corazones y en el mundo» (T. 649).
7 — 1 abril 1956. Mensaje radiado del día de
Pascua.
«Apresúrese la hora en que toda la
tierra, iluminada por los fulgores del Rey eterno, se regocije, como vosotros
en este día, por sentirse liberada de la oscuridad espiritual, en nuestros días
tan densa» (T. 652).
8 — 21 abril 1957. Mensaje radiado del día de
Pascua.
«¡Ven, Señor! La humanidad no
tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado, intentando
impedir tu vuelta. Envía tu ángel, oh Señor, y haz que nuestra noche se ilumine
como el día. ¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se
consumen por apresurar el día en que Tú solo vivirás y reinarás en los
corazones! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está
lejana!» (T. 656).
9 — 16 mayo 1958. Alocución a los Dirigentes del
Consejo de la NATO.
«¡Quiera Dios apresurar la
aurora de aquel día en que todos los hombres le rendirán el homenaje de su fe y
de su amor! Ellos forjarán las cadenas que
enlazarán a los hombres juntos en armonía y paz» (T. 666).
10
— 11 setiembre 1958. Alocución al Instituto Nacional de Previsión de España.
«Recordadle a la Virgen que a Ella, a su
Corazón Inmaculado y maternal, no menos que a su potentísima intercesión,
encomendamos todo, para que esta pobre humanidad pueda finalmente ver la luz
primera de aquel día en que, resplandeciendo sobre el universo el sol de la
justicia y de la caridad, todo reverdezca, todo se renueve y florezca en un
suave aire de serenidad y de paz» (T. 668).
Primero. Al referirse a ese tiempo, el
Pontífice marca su convicción de su futura existencia en la forma de expresar
su contenido con futuros verbales absolutos. En aquel día, «el divino Rey dominará
de un extremo al otro de la tierra», «todo el mundo será de Cristo»,
«habrá una nueva efusión de gracias del Espíritu», «Jesús reinará en
los corazones», «los hombres todos le rendirán el homenaje de su fe».
Segundo. Por tres veces en ellos
encontramos afirmada con especial vigor la esperanza de ese día, con palabras
que expresan una certeza fundamentada en palabras del mismo Señor. Así dice que
«ese día debe llegar y llegará, porque no hay sílaba de Dios que se pierda»,
y en otro testimonio que «el Altísimo es quien pone en el corazón de sus
hijos la certeza del triunfo final de la paz, fundada en la verdad y la
justicia». O en otro testimonio, que ese día «ha de venir».
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