lunes, 30 de enero de 2017



La Alocución del Pontífice en el Sínodo Romano

Juan XXIII el 25 de enero de 1959 hizo pública en la Basílica de San Pablo su decisión de convocar un Concilio Ecuménico. Acompañó el anuncio de otras dos decisiones importantes: un Sínodo Romano; y la puesta al día del Derecho Canónico.

En la  Alocución de la tercera sesión, el 27 de enero de 1960, enumera los llamados «egotismos» de Cristo en el evangelio de Juan y dice que el más bello de todos, y resume todos: Yo soy el Buen Pastor.

Describe en la Alocución tres recuerdos de su vida: la Beatificación del Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes, en 1950; la coronación pontifical, en la Basílica Vaticana, de Pío X, en 1903; y finalmente, el 4 de noviembre de 1958, la escena de la coronación pontifical propia, en la que se paró la comitiva junto a la estatua de san Gregorio Magno.

Sigue un comentario del capítulo 10 del Evangelio de San Juan sobre el Buen Pastor.

«Entre los innumerables beneficios con que el benignísimo Dios se ha dignado honrar, como abrumar Nuestra humilde persona, contamos como el principal y más precioso, que desde la infancia hasta la edad de ancianidad actual, la imagen de Jesucristo divino Pastor siempre atrajera suave y fuertemente Nuestro ánimo.
«Y esto Nos infunde una esperanza cierta de que, cuando llegue la hora de volver al Padre, entonces también brille la misma dulcísima imagen ante Nos, y pueda recrear el final de la vida terrena. La suavidad de este divino Pastor, como se derrama en todo el capítulo décimo del Evangelio de San Juan, es tan grande que resistirle, o no querer sujetarse a ella, nadie lo puede sin peligro de su salvación y felicidad eternas»

Comienza con el recuerdo de la entrada por la puerta del pastor (Juan, 10, 1-2), y añade: «Palabras con las cuales parece quedar abierta en cierto modo la puerta y que el pastor entra por ella, que conoce a todas sus ovejas y las llama por su nombre». En lo relativo al final de la parábola, dice:

«Especialmente hay que advertir, al final de esta parábola en que se trata del Buen Pastor, que Cristo Jesús reitera las mismas palabras y menciona a su divino Padre, con cuya luz iluminada nuestra mente se levanta y abre a lo sublime: Como me conoce a mí el Padre, así yo conozco al Padre: y doy mi vida por mis ovejas... Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida (Jn., 10, 15).

«Y finalmente El mismo, dando la última pincelada, a manera de pintor a esta imagen del Buen Pastor, añade: Y tengo otras ovejas, que no son de este redil; y a éstas también es preciso que las traiga, y oirán mi voz y se hará un solo rebaño y un solo pastor.
¡De qué gozo Nos llenan estas palabras afirmativas con las que este futuro suceso clara y firmemente es anunciado:

Oirán mi voz y se hará un solo rebaño y un solo pastor.

Según la mente de este pasaje—, la profecía del solo rebaño y pastor se cumplirá, con gozo de la Iglesia, cuando los pueblos no cristianos hoy día entren en la Iglesia en todo el mundo. Entonces habrá un solo rebaño y un solo pastor.

Finalmente, un decreto, relativo al Sínodo Romano, mandaba:

«Libro II, parte 1.a, a. 228, 2.—Los católicos ofrezcan oraciones intensas a Dios, para que todos se congreguen en un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor».

Al indicar a los católicos romanos su deber de orar a Dios para que todos se reúnan en un  solo rebaño, no pone concreción alguna limitativa del  todo. Son, por lo tanto, todos los que de cualquier modo están fuera del rebaño los que se ha de pedir entren a formar parte de él. Se trata de formar un único rebaño, formado de todos los hombres, que aún no lo forman.


Juan XXIII y la esperanza ecuménica en el Concilio Vaticano II

Documentos relativos al Concilio sobre la esperanza ecuménica

El P. Igartua S.J. examina nueve documentos, de los cuales seis pertenecen a la preparación inicial del Concilio, mientras los tres últimos ya corresponden al inmediato desarrollo del Concilio: la Encíclica «Poenitentiam agere», de 1 de julio de 1962; la Alocución de Apertura del Concilio; y la Carta a los Obispos «Mirabilis Ule», a continuación de la primera sesión conciliar.

1.- El 25 de enero de 1959: Anuncio del Concilio. Presenta a los ojos de sus oyentes el panorama triste de los cristianos de la Iglesia, divididos entre sí a lo largo de los siglos. Y frente a este panorama presenta de nuevo el ideal católico tal como fue concebido por Jesucristo para el mundo: «el bienestar y la felicidad del mundo han sido concebidos por el anuncio de Jesucristo como un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor».

Su esperanza, pues, desde el principio, está dirigida a reunir, partiendo del Concilio, de nuevo el único rebaño.

2.- El 3 de abril de 1959: Alocución a la Federación de Universidades Católicas. Consiste en renovar por el Concilio el rostro de la Iglesia, para todos puedan verla como es:

«El Concilio, al ofrecer su admirable espectáculo de concordia, unidad y unión de la Santa Iglesia de Dios, ciudad puesta sobre el monte, será por su misma naturaleza una invitación a los hermanos separados, que se honran con el nombre de cristianos, para que puedan volver al rebaño universal, cuya guía y custodia confió Jesucristo a San Pedro con un acto absoluto (indeflexo) de su voluntad-».

3.- En adelante sus referencias al Concilio suelen ir entreveradas con la mención de la vuelta de los separados. Así la oración por él redactada, para ser rezada por la intención del Concilio, dice:

«Te rogamos también por las ovejas que ya no pertenecen al único redil de Jesucristo, que, del mismo modo que se glorían del nombre cristiano, lleguen igualmente por fin a la unidad bajo el gobierno del único pastor» (T. 339).

4.- El 2 de febrero de 1960, el día de la Purificación, en la tradicional ofrenda de los cirios y su destino a los santuarios célebres del mundo, revela que aquella mañana, en la misa matutina, ha consagrado su vida al Concilio, es decir, la ha ofrecido a Dios por el mismo (resulta conmovedor ver cómo Dios se la aceptó, terminada la primera sesión). Y ve el Concilio como un paso del Ángel del Señor por las naciones, produciendo «un despertar de energías, con palpitaciones de amor, con elevaciones hacia la Iglesia santa, católica y apostólica, como Jesús la quiso en la unidad del rebaño y del pastor».

5.- El 5 de junio de 1960, en el Motu Proprio «Superno Dei nutu», del, que dispone la formación de las diversas Comisiones que prepararán el Concilio:

«Hemos estimado que sucedió por una celeste inspiración de Dios que se Nos ocurriese, apenas elevado al solio Pontificio, y como flor de inesperada primavera, el pensamiento de celebrar un Concilio Ecuménico

«Pues de esta solemne reunión de los Obispos alrededor del Pontífice Romano la Iglesia, amada Esposa de Cristo, puede recibir un nuevo y mayor esplendor en estos tiempos perturbados, y brota una nueva esperanza de que los que se ennoblecen con el nombre cristiano, y sin embargo se hallan separados de esta Sede Apostólica, oyendo la voz del divino Pastor, vengan a la única Iglesia de Cristo-» (T. 348).

6.- El 14 de noviembre de ese año 1960: Alocución dirigida a las Comisiones preparatorias del Concilio, designadas por el Motu Proprio anterior, les dice del mismo modo, hablando del movimiento de interés hacia el Concilio despertado por su anuncio entre los mismos cristianos separados, que ello:

«Nos levanta a una alegre esperanza de que sucederá que todos los que profesan el nombre de Cristo puedan algún día reunirse en aquella unidad, que el mismo Jesús, con inflamado Corazón, pidió a su Padre: Que sean uno; que los santifiques en la verdad» (T. 673).


7.- El 1 de julio de 1962, tres meses antes de la solemne apertura, en su Encíclica «Poenitentiam agere», en que pide oraciones y sacrificios por el Concilio a las almas fieles, propone así el ideal del Concilio como objeto de las peticiones y sacrificios que pide:

«Es necesario que también los hijos de la Iglesia en nuestro tiempo, como en el de la Iglesia primitiva, se hagan un solo corazón y un alma sola, y que orando y haciendo penitencia alcancen de Dios que tan importante asamblea produzca frutos saludables que todos gustamos de antemano en el alma: a saber, que la fe católica, la caridad y las costumbres puras reflorezcan y tomen tal incremento que aun a aquellos que están separados de esta Sede Apostólica, les estimulen a buscar sincera y eficazmente la unidad, y a entrar en un solo rebaño bajo un solo pastor».

8.- La Alocución de apertura del Concilio manifestó claramente la visión del Concilio en los ojos del Papa. Trataba de la unidad visible que es señal de la Iglesia, y lamentaba que «por desgracia la universal familia cristiana no ha alcanzado todavía de modo pleno y perfecto esta unidad visible en la verdad».

Pero él creía deber de la Iglesia Católica trabajar en su consecución, la del «misterio de aquella unidad que Jesucristo, próximo a su sacrificio, pidió con ardentísimas oraciones a su Padre celeste»; y estas mismas oraciones de Jesús eran para él la garantía de la esperanza, cuyo primer fruto ya se podía percibir en la unidad existente, aunque imperfecta aún: una unidad de triple grado actualmente: «la de los católicos entre sí; la formada por las piadosas oraciones y ardientes deseos de los cristianos separados, que desean la reunión; finalmente, la unidad mostrada por los que profesan diversas formas de religión no cristianas todavía, que se apoya en la estima y respeto hacia la Iglesia Católica»


9.- El 6 de enero de 1963, un mes después de terminada la solemne primera sesión, en la Carta «Mirabilis Ule», dirigida a los Padres Conciliares, a los Obispos del mundo entero, muestra el que era el principio del camino.

Conmemora el Pontífice, el consuelo que ha recibido de la benevolencia mostrada hacia el Concilio por los cristianos separados, que han enviado observadores y han hablado favorablemente de la primera sesión. Y por ello pide a todos que se muestren entregados a ellos en la caridad, aunque siempre «in integra veritate profitenda», porque ellos están llamados «juntamente con nosotros a la misma fe y a conseguir la misma salvación en el único rebaño de Cristos.

Y al llegar a este punto eleva de pronto el tono a una gran solemnidad de esperanza:

«Pertenece  esto  a los misteriosos  designios  de  Dios,  y en ello se nos ofrecen a la vista los primeros fulgores de aquel día tan deseado, (cuya futura llegada saludaba así Cristo Nuestro Señor con  ardientes  deseos  y ánimo   confiado:   —Y tengo otras ovejas que no son de este redil, y es preciso que también a esas las traiga..., y se hará un solo rebaño y un solo pastor-».

Habla Juan XXIII de un día o tiempo futuro, que no ha llegado todavía, anunciado por Cristo con la profecía de un solo rebaño y un solo pastor.


Juan XXIII y la imagen del Buen Pastor

El capítulo 10 del Evangelio de San Juan ejerció una especial fascinación sobre Juan XXIII, sobre todo con la imagen del Buen Pastor. Se ve en su Alocución al Sínodo Romano, en la que tiene por un especial beneficio del  Señor que  «desde  su infancia hasta la edad de ancianidad actual, la imagen de Jesucristo Divino Pastor siempre atrajera fuerte y suavemente su ánimo». Y asimismo su esperanza de que «cuando llegue la hora de volver al Padre, también entonces brille la misma dulcísima imagen ante él».

Ya desde la homilía del día de su coronación, el 4 de noviembre de 1958, había declarado que «era muy dulce y suave repasar con la mente la imagen del Buen Pastor, que en la narración del Evangelio es descrita con palabras tan exquisitas y atrayentes»; viendo en la imagen del Buen Pastor la mejor imagen para reflejar el modelo que debe imitar el Pontífice Romano, ya en su celo pastoral, ya en relación con el amplio panorama misional descrito en la profecía final del único rebaño y pastor, que ha de formarse.
Por dos veces al menos aludió más tarde a estas palabras de la homilía de la coronación para corroborarlas, añadiendo al capítulo 10 de Juan, los capítulos 14-17 del mismo, con su oración y discurso en la cena, y principalmente resumiéndolas en la petición del «unum sint»:

Una, la Alocución del 20 de junio de 1962 a la Comisión Central de preparación del Concilio en su sesión séptima, última de las celebradas por aquélla; la otra, en su Discurso a los Seminaristas y estudiantes religiosos en Castelgandolfo, el 10 de agosto de 1962 con ocasión de su 58 aniversario sacerdotal.

La sencillez de su propio temperamento y virtud ponía en él reflejos de la amable figura del Buen Pastor. Declaró que quería llamarse Juan, por su devoción a los dos Santos Juanes, Bautista y Evangelista, y también porque su propio padre había tenido ese nombre.

Se gloriaba de ser hijo de Bérgamo y amaba a su país natal con ternura. En la celebración de su ochenta aniversario, muy solemnemente celebrado en el mundo, no dejó de aludir, medio festivamente, medio emocionadamente, con su estilo característico, a la longevidad de sus progenitores, que sobrepasaron los ochenta, y de otros de su familia.

También es característica de su estilo la manera de rechazar las previsiones trágicas o profecías de que los tiempos actuales son peores que nunca y que parecen anunciar el fin, con los que está en total desacuerdo.

No necesitamos extendernos en mostrar su carácter pastoral en la palabra y la acción. Entre sus Encíclicas hallamos, además de las dos generales ya citadas «Ad Petri Cathedram», (29 junio 1959), y la dedicada a S. León Magno «Aeterna Dei sapientia» (11 noviembre 1961), otras cuatro importantes: «Sacerdotii Nostrii) en el 1.cr Centenario de S. Juan B. Vianney (1 agosto 1959); «Princeps Pastorum», sobre las misiones y clero indígena (28 noviembre 1959), y las dos grandes y memorables Encíclicas sociales «Mater et Magistra» (15 mayo 1961), y «Pacem in terris» (11 abril 1963).

Asimismo mencionaremos, como rasgos típicos de su figura, la visita inmediata a su Catedral Romana de Letrán, el 23 de noviembre de 1958, y su discurso sobre el altar, el libro y el cáliz; sus visitas navideñas inaugurales de 1958 al Hospital del Espíritu Santo, a los niños de la Villa Nazareth de Tardini, y a los presos de la cárcel Regina coeli de Roma. ¿No era «el Párroco del mundo» iniciando su tarea parroquial por lo más inmediato?

O también su mensaje de alabanza de Dios y del trabajo del hombre y de su ingenio, en ocasión del vuelo espacial ruso (12 agosto 1962); sus primeros viajes pontificales a Loreto y Asís, típicos de su devoción (4 de octubre de 1962), en la antevíspera del gran Concilio.

Preferimos terminar con dos rasgos propios de su profunda piedad. Su devoción a San José, Patrono de la Iglesia universal, le llevó a nombrarle Protector del Concilio (y a insertar su nombre en el canon de la Misa) (13 de noviembre de 1963). Y su profunda piedad con la gran Madre de Dios le llevó a darle ya anticipadamente el nombre que Pablo VI declarará glorioso y oficial: «Madre de la Iglesia».

Había indulgenciado la ofrenda diaria del trabajo y la del sufrimiento y en su edificante agonía, a la vista del mundo entero, pendiente de la plaza de San Pedro, ofrecía por la Iglesia tanto sus trabajos precedentes como su inmenso sufrimiento final.

Y el ofrecimiento del agonizante era de esta forma, que tomamos de la relación directa de sus palabras de moribundo, y que puede servir de emocionante testimonio de todo lo que hemos dicho en este capítulo, sobre el pensamiento y el amor ecuménico lleno de esperanza de Juan XXIII:

«Este lecho es un altar y el altar necesita una víctima: estoy dispuesto. Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico por la paz del mundo, por la unión de los cristianos.

»El secreto de mi sacerdocio está en el Crucifijo, que he querido poner frente a mi lecho. El me mira, y yo le hablo. En las largas y frecuentes conversaciones nocturnas el pensamiento de la redención del mundo me ha aparecido más urgente que nunca: et alias oves habeo, quae non sunt ex hoc ovili...

»Mi jornada terrena se acaba; pero Cristo vive y la Iglesia continúa su empresa: las almas, las almas: ut unum sint, ut unum sint». Escribe el resto de tu post aquí.

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