miércoles, 24 de febrero de 2010

EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN

Resumen

El kerigma de la fe tiene los siguientes elementos: la muerte de Jesús, su sepultura, la resurrección al tercer día, y las apariciones mencionadas. A lo que Pablo añade, «según las escrituras», anunciado en el AT. Pablo confirma a los Corintios la importancia dogmática de la resurrección para la fe: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).

1. Un hecho dogmático cierto

Hay que mantener como un hecho cierto la resurrección de Jesús del sepulcro. El testimonio de Pedro es elocuente en el sermón del día de Pentecostés y el testimonio de Pablo es aún más abundante.

2.- El valor del testimonio apostólico

Los cuatro evangelios culminan la narración de los hechos y dichos de Jesús con la resurrección de Cristo. Sin ésta, se convertirían en libros de ficción gravemente sacrílega. El testimonio de la resurrección es pues comprobable históricamente por los documentos.

3. El suceso como hecho histórico

En los relatos de las apariciones, son muchos y muy diversos los testigos de las mismas. Pedro, Santiago, Juan, Pablo, los Doce reunidos con otras personas, ha sido visto en diversas situaciones y lugares, lo han visto inesperadamente, lo han visto más de quinientas personas juntas, además del testi¬monio primicial de Magdalena y las mujeres. No sólo le han visto, sino que le han oído, le han tocado, han abrazado sus pies, han comido con él como harán notar firmemente, con muchas demostraciones o pruebas: cf. Lc

4. ¿Se debe llamar hecho histórico la resurrección?

La resurrección de Jesús tuvo lugar en unas coordenadas exactas de lugar y de tiempo, como todo suceso histórico. Su lugar fue el interior del sepulcro de José de Arimatea en Jerusalén; su tiempo, a determinada hora exacta del amanecer del domingo de Pascua.

5. Al tercer día

Conforme a los evangelios, Jesús mismo en vida mortal, repetidas veces, había hablado de su resurrección precisamente «al tercer día». El signo más importante es el del Templo. Este testimonio tuvo gran impacto en los oyentes, pues en la cruz le fue reprochado por muchos. En el propio juicio ante el Sanedrín que fue decisivo para su muerte.

6. Según las Escrituras

Cristo citó a los de Emáus el salmo 15 (16), en su versículo 10. David dice: no permitirás que tu amado vea la fosa o la corrupción que ella encierra. Ahora bien, dicen Pedro y Pablo: David está sepultado, y su sepulcro dura hasta hoy en honor entre nosotros. Luego a él no le libró Dios de la fosa ni de la corrupción. Por lo tanto David no hablaba de sí mismo sino que movido por la inspiración hablaba de su descendiente el Mesías.

7. ¿Quién resucitó a Jesús?

Se puede decir que el Padre le resucitó, pero también que él se resucitó a sí mismo» obrando como Dios. Distinguir entre la divinidad de Jesús y la del Padre, aunque sean personas distintas, sería renovar un error politeísta o simplemente y mejor arriano, dando a Jesús una divinidad menor que la del Padre.


EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN

Introducción

El kerigma (proclamación) apostólico

El llamado kerigma (o proclamación) de la fe, es el mensaje fundamental y básico de la fe. He aquí los elementos que hallamos en el kerigma: la muerte de Jesús, su sepultura (y el modo de hablar indica una sepultura especial), la resurrección al tercer día, y las apariciones mencionadas. Estos mismos elementos se hallan presentes en el kerigma de Pedro (1 Pe 3,18-22) y de Juan. «Estuve muerto y vivo» (Ap 1,18).

Los siguientes textos neo-testamentarios confirman los puntos fundamentales del kerigma: Muerte en Cruz, Sepultura, Resurrección.

• Muerte en Cruz: Act. 2,23.36; 3,15; 4,18; 5,30; 10,39; 1 Cor 2,2; Gal 3.1; Flp 2,8; Hebr 13,12; 1 Pe 3,18.
• Sepultura: Act 13,29; Rom 6,4; 1 Cor 15,4; Col 2,12.
• Resurrección: Act 1,3; 2,24-31-32; 3,15; 4,10; 4,33; 5,30; 10,40; 13,29-37;17,3; 17,31; 25,19; 26,7-8; 26,22-23; - Rom 1,4; 4,24; 6,4-9; 8,34; 10,9;14,9; 1 Cor 6,14; 15.4.15.20; - 2 Cor 4,14 - Gal /,/ - Ef 1,20; 2,6 – Flp 3,10 - Col 1,18; 2,12; 3,1 - 1 Tes 1,10 (texto más primitivo de Pablo);4, 14 - 2 Tim 2,8; - Hebr 12,2; 13,20 -1 Pe 1,3; 1,21; 3,21 - Ap 7,5.5

El Concilio XI de Toledo proclamó en magnífica profesión de fe contra los priscilianistas , en el año 675, estas verdades fun¬damentales, en un párrafo concentrado:

«Creemos que en esta forma de hombre (Cristo), salva la divinidad, padeció la pasión misma por nuestras culpas, y condenado a muerte y a cruz, sufrió verdadera muerte de la carne, y también al tercer día, resucitado por su propia virtud, se levantó del sepulcro.» (DB n.286)

Murió, fue sepultado en un sepulcro, resucitó desde allí al tercer día. Tal es el esquema fundamental de la fe, a lo que Pablo añade que todo ello fue «según las escrituras», es decir que estaba anunciado en el AT, y la comprobación de las apariciones fundamentales. Esta es la fe predicada por todos los apóstoles (1 Cor 15,11).

Esta es la fe predicada por todos los apóstoles (1Cor 15, 11), en cuyo contenido no se puede renunciar o poner vacilación en cualquiera de los puntos. De tal manera que, “aunque viniera un ángel de Dios predicando otra cosa, sea anatema”, en una paradoja imposible.


La resurrección de Cristo en el kerigma

Pablo contra los Corintios que tenían dudas acerca de la resurrección confirma la importancia dogmática de la resurrección para la fe, cuando dice: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» (1 Cor 15,17).

Esta afirmación de Pablo podría ser contrastada con todo el NT, con todas las epístolas paulinas y petrinas, en especial los discursos de Pedro y Pablo en los Hechos de los Apóstoles y con el testimonio del Apocalipsis.

Resumen del citado kerigma apostólico de Pablo: «Cristo resucitó al tercer día... esto es lo que os hemos predicado (los apóstoles) y lo que habéis creído» (1 Cor 15,4.11).


1. Un hecho dogmático cierto

Los textos evangélicos relacionan la resurrección con el sepulcro vacío

Conforme a esta fe católica inmutable hemos de mantener como un hecho cierto el de la resurrección de Jesús del sepulcro. Podemos decir que los textos de la resurrección no se pueden entender disociando el sepulcro del nuevo viviente Jesús resucitado. Los mismos ángeles entrelazan esta relación del resucitado con el sepulcro, afirmando que el lugar que ocupaba en la losa sepulcral está ahora vacío (Mt 28,6; Mc 16,6; Lc 24,5-6).

Mt 28,6 No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo. Venid, ved el lugar donde estaba puesto. 7 E id de prisa y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos.

Mc 16,6 Pero él les dijo: -No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, quien fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. He aquí el lugar donde le pusieron.

Lc 24, 5-6 Como ellas les tuvieron temor y bajaron la cara a tierra, ellos les dijeron: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí; más bien, ha resucitado.

El testimonio de Pedro en sus discursos de Actas

El testimonio de Pedro es elocuente en el sermón del día de Pentecostés. Vemos —dice— el sepulcro de David, y no sabe¬mos que haya sido vaciado o desocupado el cadáver o los restos. Es el de Jesús el que está vacío. Dios le ha resucitado de los muertos (Act 2,31-32; 3,15; 4,10; 5,30; 10,40). Invariablemente, para Pedro el mismo Jesús que fue crucificado en el Gólgota está ahora vivo.

El testimonio de Pablo en Actas y cartas paulinas

El testimonio de Pablo es aún más abundante, tanto en sus discursos como en sus cartas. Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Lo afirma ante el areópago reunido, lo afirma ante la Sinagoga de Antioquía y de Tesalónica. Lo afirma ante el rey Agripa (Act 13,29-37; 17,3; 17,31; 25,19; 26,7-8).

En sus cartas los testimonios se suceden y multiplican. Solamente en la carta a los Romanos tenemos hasta ocho afirma¬ciones de la resurrección (Rom 1,4; 4,24; 6,4-9; 7,4; 8,11; 8,34; 10,9; 14,9). En la primera a los Corintios, además de afirmarlo en su kerigma célebre sobre la fe fundamental, todo el capítulo es una larga exposición sobre la resurrección de Cristo (1 Cor 15,20).

Tres veces en la segunda a los Corintios (2 Cor 4,14; 5,15; 13,4) tres veces en la de los Colosenses (1, 18; 2,12; 3,1), dos a los Tesalonicenses (1-1,10; 4,14), dos a los Efesios (Ef 1,20; 2,6), y una vez en cada una de éstas: Gal 1,1; Flp 3,18; 2Tim 2,8; Hebr 13,20.

Términos para expresar la resurrección – el sujeto - cadáver

En cuanto al modo de la expresión para decirlo, hallamos que utilizan los verbos griegos, principalmente el de egeirein = despertar, levantar, alzar, resucitar: hasta en treinta y seis textos hablan con esta expresión.

Sigue en importancia de utilización el de Anástasis (de anístemi) el hecho de levantar, reconstruir resucitar. También alguna vez es utilizado el verbo Anágagon en el sentido de ser llevado hacia arriba (Hbr 13,20). En el texto 1 Cor 15,12 Pablo muestra el valor de identidad que tienen las palabras energuéin y anástasis.


En cuanto al sujeto de la acción ése es siempre Dios, que es el que resucita. Dios resucita a Jesús. Pero debemos tener en cuenta que para los apóstoles Jesús es Dios, y así, él mismo como Dios con su virtud divina resucita su humanidad levantándola a nueva vida. Son bastantes los textos que dicen que Jesús se resucitó a sí mismo: «Yo lo levantaré en tres días» (Jn 2.19).

Conviene señalar especialmente que una de las fórmulas más generalmente empleadas, es la de que Jesús resucita «de entre los muertos», «ek ton nekrón». Nekrós es propiamente la palabra sustantivada que designa el cadáver sin vida, lo que se ve cuando la vida falta. Se opone así a Soma, que es el cuerpo viviente.

Tenemos así que para el modo de hablar apostólico la resu¬rrección de Jesús es un levantarse del cadáver de entre los cadá¬veres, por acción divina. Y el que resucita es Jesús mismo.

2.- El valor del testimonio apostólico

La resurrección en los cuatro evangelios

Los cuatro evangelios culminan la narración de los hechos y dichos de Jesús con la resurrección de Cristo. Si ésta fuese arrancada de ellos, se convertirían en libros de ficción gravemente sacrílega, como afirma el propio Pablo: «Si Cristo no ha resucit¬ado resultamos falsos testigos contra Dios, pues habríamos proclamado contra Dios (con mentira) el testimonio de que resucitó «Cristo» (1 Cor 15,15).

Si san Ambrosio ha podido decir que «es un gravísimo sacrilegio la impiedad de los herejes» (De Fide: PL 17, 1162), cuando habla de la culminación de los misterios de Cristo, es grave sacrilegio la herejía que no acepta la resurrec¬ción; mucho más grave sacrilegio sería testimoniar falsamente contra la resurrección de Cristo, presentando el hecho como ver¬dadero siendo falso.

Los cuatro evangelios no pueden haber mentido al declarar la resurrección de Cristo, que es la clave de arco de su íntegro mensaje. Han recogido tradiciones, que en algunas cosas pueden provenir de diversas fuentes, pero esto precisamente les da mayor valor.

La fecha de estos testimonios

La antigüedad de esta tradi¬ción común. La carta de Pablo a los Corintios, de la que hemos tomado el kerigma apostólico, evidentemente ha recogido esta predicación de la que hacían los apóstoles de viva voz. Está escrita en el año 57, y afirma que viven todavía muchos de los que han participado en los sensacio¬nales acontecimientos.

Vive todavía Pedro, con quien además Pablo se ha entrevis¬tado hacia el año 39, es decir a los pocos años del suceso. Durante quince días hablaron Pedro y Pablo sobre estos sucesos fundamentales en Jerusalén (Gal 1,18) . Es evidente que en este diálogo Pablo ha contado a Pedro su inolvidable experiencia en Damasco, y a su vez ha oído de boca de Pedro la de su propia o varias visiones de Jesús resucitado.

Se puede notar que el otro testimonio directo sobre una aparición a Pedro, además de la afirmación paulina, es el de Lucas su discípulo que lo ha recogido de boca de otros testigos presentes en la vuelta de los de Emaús de su camino (Lc 24,34).

En su viaje para el concilio apostólico, año 49, tuvo Pablo ocasión de hablar con Juan, y saber datos nuevos de las apariciones a los Doce reunidos (Gal 2,1.9) , ya que acudía precisamente para comprobar su propia predicación sobre Jesús (Gal 2,2).

Los testimonios escuchados a Pedro, Santiago y Juan, y a otros varios, sin duda, sobre los sucesos, le retrotraían al mismo año 30 del hecho de la resurrección, a aquella mañana dominical llena de inolvidables emociones, reflejadas en los evangelios.

Conclusión: el testimonio es comprobable históricamente

Una carta auténtica del apóstol Pablo nos trae así, a través de los intermediarios, al momento mismo del hecho de la resurrec¬ción y del sepulcro abierto. Tenemos, además, el testimonio extraevangélico de los Hechos, donde narra Lucas el primer dis¬curso de Pedro a los habitantes de Jerusalén, con enorme con¬moción, cincuenta días después de la resurrección.

El testimonio es pues comprobable históricamente por los documentos. No cabe duda de que aquel primer día de la semana pascual de los ázimos, el sepulcro se halló vacío, y que los apóstoles afirmaban ya aquel día que habían visto a Jesús resucitado. Y el día de Pentecostés testimoniaban que le habían visto muchas veces durante cuarenta días, hasta su marcha al cie¬lo.

Este múltiple testimonio apostólico, múltiple por el número de testigos, múltiple por los diversos sen¬tidos con que lo habían comprobado (vista, oído, tacto, presen¬cia), confirmado con la existencia de un sepulcro vacío y abierto, en el que sólo habían encontrado los lienzos mortuorios, de tal forma que obligaban a creer en la resurrección (Jn 20,8, reco¬gido por Lucas, discípulo de Pablo, en directo: Lc 24,12), hace inconmovible el testimonio apostólico del extraordinario suceso.


3. El suceso como hecho histórico

Algunos, se resisten a calificarlo de «hecho histórico»

¿Se puede calificar de «hecho histórico» un suceso que nadie pudo ver directamente en sí mismo, y que introduce la nueva vida de Jesús en un mundo de cualidades diversas a las del nuestro?

En el lenguaje ordinario humano llamamos «hecho histórico» a algo que ha sucedido realmente en historia de los hombres. Negar que en tal sentido sea un hecho histórico, sería por ello lo mismo que negar la autenticidad y rea¬lidad del hecho en la historia humana.
Habría que borrar, según este lenguaje, que es obvio entre los hombres, el acontecimiento pascual, centro de nuestra fe, de las realidades acaecidas en la tierra entre los hombres. Este sen¬tido negativo, y en este carácter negativo de hecho acontecido, suele ser frecuente en las afirmaciones de los racionalistas. Estos autores no pueden aceptar el hecho de la resurrección ni como milagro contrario al curso ordinario de la vida, ni siquiera como una realidad constatable, porque nos llevaría a la conclusión de la divinidad de Jesús.

Atribuyen, en general, las apariciones a experiencias puramente subjetivas, negándoles en todo caso la reali¬dad objetiva de que hubiesen podido ver a alguien presente ante ellos en realidad corporal


Acentuar la verdad y objetividad del testimonio apostólico

Frente a este criterio se hace necesario acentuar la verdad y objetividad del testimonio apostólico. Como hemos visto, en los relatos de las apariciones, son muchos y muy diversos los testigos de las mismas, que no pueden atribuirse legítimamente, por lo mismo, a la exaltación de un hombre alucinado. Lo ha visto Pedro, lo ha visto Santiago, lo ha visto Juan, lo ha visto Pablo, o han visto los Doce reunidos con otras personas, ha sido visto en diversas situaciones y lugares, lo han visto inesperadamente, lo han visto más de quinientas personas juntas, además del testi¬monio primicial de Magdalena y las mujeres, que no fueron creídas por ellos. ¿Quién podría atribuir tal masa de testimonios situaciones tan diversas, a alucinación?

Y hay que añadir que no sólo le han visto, sino que le han oído, le han tocado, han abrazado sus pies, han comido con él como harán notar firmemente (Act 1,3: en pollóis tekmeríois, con muchas demostraciones o pruebas: cf. Lc 24,39-43: Jn 20, 27- Act 4,20; 10,40-41).

• Lc 24, 39-43: Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, pues un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. 40 Al decir esto, les mostró las manos y los pies. 41 Y como ellos aún no lo creían por el gozo que tenían y porque estaban asombrados, les dijo: -¿Tenéis aquí algo de comer? 42 Entonces le dieron un pedazo de pescado asado. 43 Lo tomó y comió delante de ellos.

• Jn 20, 27: Luego dijo a Tomás: -Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente.

• Act 4, 20: Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

• Act 10,40-41: pero Dios le levantó al tercer día e hizo que apareciera, 41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.


El testimonio del apóstol Juan en su carta no solamente es válido por el hecho de haber convivido con él en vida mortal sino especialmente por la presencia del resucitado: «Lo qué hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y nuestras manos han tocado del Verbo de vida... eso os anunciamos» (1 Jn 1,1-3). Por eso decían Pedro y Juan con fir¬meza a sus jueces cuando les querían prohibir hablar de la resu¬rrección de Jesús: «Si es justo delante de Dios, obedeceros a vosotros antes que a Dios, juzgadlo. Porque no podemos no hablar de lo que hemos visto y oído» (Act 4,19-20).

1 Jn 1,1-3: El Verbo de vida: 1Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida 2 -la vida fue manifestada, y la hemos visto; y os testificamos y anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada-, 3 lo que hemos visto y oído lo anunciamos también a vosotros, para que vosotros también tengáis comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo

Act 4,19-20: 19 Pero respondiendo Pedro y Juan, les dijeron: -Juzgad vosotros si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios. 20 Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.

Se puede recordar que el texto, entre los sentidos, parece dar al tacto una mayor certeza de presencia original, tanto por la inmediatez que supone como por la corporeidad que exige, en lo que se invita a tocar: «Tocad y ved: no soy un fantasma, pues los fantasmas no tienen carne y hueso, como veis que yo tengo» (Lc 24,39).

Que el cadáver no estaba entretanto en el sepulcro es cosa cierta. Si allí hubiese permanecido con sus vigilantes (¿quién se hubiera atrevido a robar un cadáver tan estrecha¬mente vigilado?), pronto hubiesen demostrado los vigilantes con los sacerdotes y fariseos la mentira del hecho. Hubiesen llegado tal vez a pasear el cadáver por la ciudad para que sea visto.

Las apariciones con realidad histórica tienen gran importancia dogmática

Por lo demás, la importancia de las apariciones con realidad histórica alcanza cotas dogmáticas de gran importancia. Pues en las apariciones se verifican algunos misterios fundamentales de la Iglesia, como:

• Lc 24,47; Jn 20,23: la concesión del poder apostólico de perdonar los pecados.

Lc 45 Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, 46 y les dijo: -Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día; 47 y que en su nombre se predicase el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

Jn 22 Habiendo dicho esto, sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. 23 A los que remitáis los pecados, les han sido remitidos; y a quienes se los retengáis, les han sido retenidos."

• Mt 28,19; Mc 16,16: la institución del bautismo y su fórmula trinitaria invariable desde entonces.

Mt Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,

Mc 15 Y les dijo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 16 El que cree y es bautizado será salvo; pero el que no cree será condenado.

• Jn 21,15-17; Mt 16,18: la institución del primado de Pedro, que da solidez a la construcción de la Iglesia. (S. León, Sermo I de Ase. 2-4; PL 54,395-6).

Por todo ello, con¬denó san Pío X la proposición modernista: «La resurrección del Salvador no es propiamente un hecho de orden histórico, sino un hecho de orden meramente sobrenatural» (Lamentabili, 36).

El valor del testimonio apostólico de la resurrección queda patente en el caso de la elección para completar el número de apóstoles de san Matías, pues la condición puesta para llenar el puesto dejado vacío entre los Doce por Judas en su traición «haber sido testigo de la vida de Cristo, y en especial de la resurrección de Jesús». (Act 1,22)

4. ¿Se debe llamar hecho histórico la resurrección?

Parece que la resurrección de Jesús no es real

Algunos católicos estiman que en ningún caso es una simple reanimación a la vida del cadáver en el sepulcro, como pudo darse en el caso de Lázaro o de los demás resucitados por Jesús, que volvían a la condición anterior con sus necesidades físicas, y su nueva muerte.

La gran diferencia de la resurrección de Jesús con estos casos citados, y otros que hizo Jesús en vida (Jairo, Naim) está en que Jesús resucita a una vida ya escatológica, que introduce al viviente en un mundo trascendente, en el que no rigen las leyes de este mundo que conocemos, y por lo mismo no se puede decir simplemente que pertenecen a la vida humana de la historia.

Así, dicen, la resurrección de Jesús no es histórica, porque su término real no lo es.

Aunque esta formulación es real cuanto a lo que afirma, adolece de graves defectos en su formalidad y daña gravemente a la necesidad del valor de la resurrección, conside¬rada siempre en la Iglesia como histórica. Es más, es el funda¬mento de la misma «Historia de la salvación», que en ella alcanza su cima, y en ella tiene su fundamento.

El momento de la resurrección sin testigos y el alma a vida nueva

Si se dice que tal resurrec¬ción no es histórica porque nadie hubo que pudiera ver su reali¬zación en el fondo de un tenebroso sepulcro, cubierto por una piedra, que cegaba toda luz, y antes de que nadie hubiera podido ver al resucitado, entonces habría que negar, por las mismas razones que sean históricos los sucesos fundamentales de la historia de los hombres, como son la concepción y la muerte. Nadie ha visto ni podrá ver jamás el momento inicial de la vida humana en el seno materno, ni siquiera en la fecundación en vitro.

Aunque asistamos a la muerte de un hombre, y estemos allí en presencia ¿quién podrá asegurar con certeza en qué instante se produce? Ciertamente comprobamos sus efectos. ¿quién podría certificar con absoluta seguridad cuál sea el momento en que la vida ha cedido el paso a la muerte? Además se da aquí el otro término de la paradójica expresión de que la resurrección no es histórica: que el ser inmortal, el alma, ha entrado en una vida nueva, que nin¬guno conocemos en la historia. ¿No sucede lo mismo con la muerte? Aun con la fe en el alma inmortal, nadie conoce direc¬tamente las condiciones de la nueva vida que se ha originado. El alma inmortal sola no pertenece ciertamente a la historia humana normal.

El “antes” y del “después” de la concepción y de la muerte

Basta que en ambos casos la muerte y resurrección de Jesús haya un antes y un después para que estimemos que el hecho se ha realizado en el tiempo de la historia, aunque pueda haber duda de cuál fue el instante del antes y cuál es el instante del después.

En la concepción, el antes no ha existido como historia del viviente, sólo existe el después, el «a partir de». Y en la muerte, al contrario, el antes es históri¬co, pero el después es el cadáver, solamente la huella de lo que existió. Pero en la resurrección de Jesús se da también un antes y un después. El antes es el cadáver inmóvil sobre la losa, y el después es la vida, que deja del mismo modo su huella, la mor¬taja vacía.

La resurrección de Jesús tuvo lugar en unas coordenadas exactas de lugar y de tiempo, como todo suceso histórico. Su lugar fue el interior del sepulcro de José de Arimatea en Jerusalén; su tiempo, a determinada hora exacta del amanecer del domingo de Pascua. Y si se dice que la resurrección de Jesús no es histórica porque su alma ha entrado en una vida que no se rige por las leyes de la historia, del mismo modo habrá que decir que la muerte de Jesús no es histórica porque su alma descansa más allá de la historia, en las manos del Padre.

He ahí adonde nos llevaría querer eliminar la palabra «histó¬rica» en relación a la resurrección de Jesús. Tampoco sería histó¬rica su muerte redentora, el suceso histórico central de los hom¬bres. Nadie vio la resurrección, aunque pudieron comprobarse sus huellas restantes. Nadie vio la resurrección en sí misma. Pero tampoco propiamente vio nadie la muerte de Jesús en sí misma sino su antes y su después.

5. Al tercer día
La hora del hallazgo del sepulcro “vacío”

Los cuatro evangelistas han señalado la hora del hallazgo del monumento vacío, cuando las mujeres iban con los perfumes, al parecer con intención de com¬pletar los ritos del embalsamamiento.

La salida del sol dominical marcaba el principio de la semana laboral. El sábado había terminado a las seis de la tarde, cuando se puso el sol, y la oscu¬ridad ganó pronto el aire y su dominio. Esperaron al primer amanecer. Mt señala la hora en que «se enciende el primer día de la semana».

Lc, con profundo giro poético, dice que iban «en la profunda aurora del primer día de la semana») (te de mía ton sabbáton órzrou bazéos);

Mc describe la ida «muy temprano en el primer día de la semana» (lían proí ten mían ton sabbáton);

Jn, con brevedad dice que María Magdalena fue al sepulcro, sin duda acompañada de otras mujeres, «temprano, habiendo todavía oscuridad» (proí skotías oti oúses).

Conforme a los evangelios, Jesús mismo en vida mortal, repetidas veces, había hablado de su resurrección precisamente «al tercer día». El signo propuesto por Jesús ante el desafío de sus enemigos fue precisamente la resurrección al tercer día.
El signo de Jonás

Mt y Lc han propuesto el signo de Jonás, aunque lo han comen¬tado de modo diverso.

• Mt lo ha presentado como signo de poder: Jonás estuvo tres días en el vientre de la ballena o cetá¬ceo, y del mismo modo «el Hijo de hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra», clara alusión a su muerte y sepultura (Mt 13,38-42; 16,4; cf. Jn 2,1)

• Lc en cambio sólo presenta el signo de Jonás como llamada a la conversión. (Lc 11,29-32).

La expresión de Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de «tres días y tres noches» (12,40). Pero tal expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse el día como una unidad de día-noche.

El signo del templo

El signo más importante es el del Templo. Cuando los enemi¬gos, según Juan, pidieron el signo de la autoridad de Jesús para actuar en el Templo, él respondió: «Destruid este Templo, y Yo o levantaré en tres días». Juan advierte que era una profecía que hacía sobre su propio cuerpo, comparado al Templo: Jn 2, 19: «Hablaba de su Cuerpo como Templo o Santuario»

Este testimonio tuvo gran impacto en los oyentes, pues en la cruz le fue reprochado por muchos como desvarío, y por las autoridades burlonas como error suyo. En el propio juicio ante el Sanedrín que fue decisivo para su muerte, aparecieron dos testigos que adujeron este testimonio. «Este ha dicho: Yo puedo destruir el Templo de Dios y levantarlo en tres días» (Mt 27,61)

Los mismos sanedritas tenían el temor de que sucediese algo al tercer día, y así fueron a Pilato, y le dijeron: «Señor, nos hemos acordado de que este seductor dijo en vida: después de tres días resucitaré. Manda, pues, que sea custodiado el sepulcro, no sea que vengan sus discípulos y lo roben, y digan: Ha resucitado de entre los muertos, y sea el último engaño peor que el primero» (Mt 27,63-64).

El tercer día en el kerigma fundamental de Pablo

El plazo del tercer día consta en el kerigma fundamental de Pablo (1 Cor 15,4; Act 13,3). Pedro lo testifica en casa del cen¬turión Cornelio (Act 10,40). Fue el mismo Jesús quien, siempre que anunció su resurrección futura, la señalaba para el plazo del tercer día en sus anuncios (Mt 20,18-19; Mc 10,33-34; Lc 18,33-34 y los paralelos de éste: Mt 16,21; 17,22-23; Me 8,31-32; 9,31-32; Le 9,22; 9,44). Y aun Lucas pone en boca del ángel en el sepulcro el recuerdo del anuncio del tercer día (Lc 24,6-7).

6. Según las Escrituras

Pablo menciona dos veces el Antiguo Testamento

Es precisamente el mencionar el plazo del tercer día cuando Kerigma paulino de que hablamos, menciona el testimonio del AT por segunda vez: «Os he transmitido lo que he recibido» (1 Cor 15, 3). Es la transmisión fiel y correcta de la tradición recibida: ¿Y qué ha sido lo recibido y transmi¬tido? Por dos veces se menciona aquí el AT:

«Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras.
Que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras.» (1 Cor 15,3-4).

Conforme a la predicación apostólica, Cristo murió por los pecados de los hombres, para salvarlos, como estaba profeti¬zado. No es necesario que nos extendamos aquí a señalar dónde estaba anunciada la muerte por los pecados precisamente, la muerte redentora. Se puede brevemente señalar la primera página de la historia de la humanidad, donde habiendo vencido el enemigo-serpiente por la tentación del pecado, será vencido por el Hijo de la Mujer anunciada en aquello mismo en que parece haber vencido, es decir, en los pecados.

El Redentor anunciado morirá por reparar el género humano caído en el pecado de la desobediencia. Es la exegesis clara de Pablo en la carta a los Romanos (Rom 5,12-21). Se puede añadir también una serie de pasajes del pueblo de Israel, en que se anuncia el perdón de los pecados de los hombres.
Dónde se menciona la resurrección de Cristo en el AT

Si ahora preguntamos dónde se halla en el AT la mención de la resurrección de Cristo, que Pablo anuncia aquí (y que Juan confirma al decir ante los lienzos funerarios: «No conocían todavía la Escritura de que había que resucitar de entre los muertos Jn 20,9), quizás nos encontramos ante una dificultad mayor. ¿Estaba anunciado que el Mesías debía resucitar? Parece que implícitamente en la misma profecía del Paraíso, donde la herida mortal hecha al hombre, será reparada por un hombre nacido de Mujer, cuyo talón sin embargo llegará a morder en la batalla el enemigo. Esta mordedura sería la muerte humana, y la resurrección la victoria divina. Jesús, ante Nicodemo, recuerda de forma algo extraña la serpiente levantada en el desierto pro Moisés para curar las mordeduras de serpiente precisamente. La fe de Abraham, el cual creyó “contra toda esperanza” (Rom 4, 18), adquiere en la carta a los Hebreos el contorno de fe de la posible resurrección de Isaac después de muerto, como en perfecta imagen de Cristo (Hb 11,19)

Referencias mesiánicas del AT explicada por Jesús de Nazaret

Fue el propio Jesús quien inició a sus apóstoles en la búsqueda de referencias mesiánicas en el AT. Dice, en efecto, el evangelio de Lucas que a los dos discípu¬los de Emaús les interpretó Cristo en el diálogo del camino los textos del AT que trataban de El mismo, en Moisés y en los Pro¬fetas, es decir, en el AT (Lc 24,27).

Cuando aquéllos hubieron vuelto de su camino a comunicar la aparición, y de nuevo se apareció Cristo entre los apóstoles reunidos con ellos y otros, cita el evangelista en el elenco de textos del AT mencionado por Cristo para hacerles ver que todo esto se hallaba anunciado: «la ley de Moisés (la Ley, el Pentateuco), los profetas».

Quedaba la expresión completa (la Ley y los Profetas: Mt 7,12; 22,40). Los Salmos pertenecían en realidad a los Profetas, pues eran el resto de la ley inspirada fuera del Penta¬teuco, y su autor principal era David, rey y profeta. Parece pues un método obvio que, si queremos saber qué textos les citó Cris¬to, Sabiduría infinita, al abrirles el sentido de la Escritura preci¬samente, examinemos qué textos fueron a continuación particu¬larmente citados por los propios apóstoles, después de tal lección, al referirse al anuncio mesiánico de las Escrituras.

Fue el salmo 15 (16), en su versículo 10. Lo citará ampliamente Pedro en su sermón primero al pueblo, el mismo día de Pentecostés. Esto parece indicar que este texto fue capital para ellos en la tradición apostólica, y debe haber sido por provenir de la misma interpretación de Jesús.

10 Pues no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.

¿Qué decir de este texto críticamente examinado? Señalan los críticos que el Salmo habla no precisamente de la «corrupción» (palabra clave de la interpretación), sino de la «fosa», de la cual libra Dios al justo. Pedro y Pablo argumentan, y la fuerza de su argumento descansa en la palabra «corrupción» del texto griego de los Setenta, al traducir el Salmo del hebreo. ¿Es lo mismo «liberar de la fosa» que «librar de la corrupción», que se produce en la sepultura? Esta es la base del argumento pro¬puesto por Pedro y Pablo, que habían estado en contacto con el Maestro o con su tradición.

Realmente tendría poco sentido que el Salmista agradezca a Dios tan efusivamente que le libre ahora de la muerte, si des¬pués va a morir de modo semejante, y a ir a parar también a la fosa. Al Amado de Dios el Señor Yahvéh le ha de librar de las consecuencias de la muerte, y por ende de la corrupción de la sepultura

No sabemos cuál de los dos términos empleó Pedro el día de Pentecostés, aunque se puede suponer que Jesús citaría el texto hebreo. Pero el autor de los Hechos presenta el discurso en lengua griega, y da el término equiva¬lente de los Setenta: «corrupción». Hay que tener en cuenta ade¬más que, según el fenómeno descrito por el autor del libro, cada uno de los oyentes le oía en su propia lengua, y la lengua griega era más general que la hebrea. Todo esto hace ver que el verdadero sentido del texto es el que le da Pedro en su argumentación, que vale para todas las lenguas.

El argumento dice lo siguiente: David dice: no permitirás que tu amado vea la fosa o la corrupción que ella encierra. Ahora bien, dicen Pedro y Pablo, sin que nadie pueda contradecirles: David está sepultado, y su sepulcro dura hasta hoy en honor entre nosotros. Luego a él no le libró Dios de la fosa ni de la corrupción. Por lo tanto David no hablaba de sí mismo sino que movido por la inspiración hablaba de su descendiente el Mesías. Este es el que dice por boca de David:

«No abandonarás mi alma en la muerte.» (2,27) Es decir que le espera otra vida después de la mortal. Si esto lo creían los judíos de la resurrección final, cuánto más habían de creerlo del Mesías. Pero el «Amado de Dios» tenía un privi¬legio.

«Me has dado a conocer los caminos de la vida. Me llenarás de alegría con tu rostro al verlo» (ib.28)

Esto sucede ya en la muerte: el rostro de Dios se le muestra, y ve los caminos de vuelta a una vida mejor, tras la muerte, más allá de ella. Hay una clara esperanza de resurrección en todo ello, y siendo el discurso de Pedro el día de Pentecostés, cuando acaban de recibir esta lección de su Maestro.

Así podemos llegar a la conclusión de que, al menos por este texto, bien pudo decir san Pablo en el kerigma: «Creemos en la resurrección según las escrituras.»

¿Se puede decir lo mismo del «tercer día», dato que Pablo parece haber unido en el kerigma con el de la resurrección del Mesías, y que ciertamente pertenece a la predicación de la fe? ¿Existe también en el AT algún testimonio que nos hable de una resurrección del «Amado de Dios» antes de la escatológica final? ¿Y precisamente «al tercer día»

Jesús en vida lo anunció, como hemos visto, muchas veces. Siempre hablaba de su resurrección «al tercer día», no simplemente de la resurrección final. Cuando habla de Jonás en el vientre de la ballena,

Puede parecer, sin embargo, este texto de Jonás, aparte de la profecía del Señor mismo, una adaptación del AT. También se ha aducido otro texto particular del profeta Oseas: «El nos vivificará, después de dos días. El día tercero nos resucitará» (Os 6,3). La claridad del texto es patente, pero al parecer no se refiere a la resurrección del mismo Mesías, sino en una fórmula general a la resurrección final humana.

Podemos decir que el texto tan citado por los apóstoles del Salmo 15, al anunciar la resurrección del Mesías con la garantía dicha (de que ciertamente no hablaba de David mismo, que no resucitó), anuncia también de manera implícita la resurrección del cadáver al tercer día, al afirmar que no permitirá Dios que su «Santo o Amado» vea la corrupción. Decir simplemente que no permitirá que vea la fosa, o sea la sepultura, si es esperanza llena en Dios, sería creer que el Santo será inmortal

Recuérdese que Jesús fue sepultado según las costumbres judías (Jn 19,40). ¿Cuál era esta costumbre? Sin duda la que es mencionada allí mismo: «Vino Nicodemo trayendo myrra y aloes, casi cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús, y lo sujetaron con lienzos acompañados de aromas, como es costumbre de los judíos sepultar» (19,39-40). ¿Qué misión tenían estos aromas, que pertenecen al rito judío? La de dilatar la corrupción del cadáver, como señal de respeto a la vida.

«Señor, ya tiene hedor, porque lleva cuatro días (Jn 11, 39).

La descomposición del cadáver se iniciaba según la creencia judía, pasado el tercer día. Hasta ese día podía permanecer intacto. Así, cuando el Salmo 15 dice: «No permiti¬rás que tu Santo vea la corrupción», está diciendo implícitamen¬te: «No permitirás que llegue al cuarto día.»

Con razón puede decir Pablo, y dar como señal de la histori¬cidad de la fe, el tiempo de la resurrección junto con el lugar. Resucitó en Jerusalén, en el sepulcro, al tercer día, y esto, como dice san Pablo, también «según las Escrituras», que no han dejado ignorado punto tan singular e histórico de la fe central. Es como si hubiera dicho «Resucitó, sin haber padecido la corrupción del sepulcro, estando aún su cadáver intacto, al tercer día, según las escrituras». Por eso, el tercer día, como dato, es histórico y dogmático.

7. ¿Quién resucitó a Jesús?

Muchos testimonios del NT afirman, con razón, que «Dios resucitó a Jesús», es decir su humanidad muerta, que reposaba en el sepulcro. Sabemos que en Jesús hay dos naturalezas, según la fe, una divina y otra humana. Solamente la humana murió, separándose su cuerpo y su alma, como expresa el último grito de Jesús al expirar: «Padre, en tus manos encomiendo mi espí¬ritu o alma» (Le 23,46).

¿Quiere decir aquella expresión «Dios resucitó a Jesús» (vg-Rom 10,9; Act 2,32; 10,20; 13,30...) que es el Padre quien resu¬cita al Hijo, y no él a sí mismo? Es sabido que todas las obras externas las hacen en común, con una sola naturaleza y poder las tres Personas de la Trinidad. Por eso se puede decir que el Padre le resucitó, pero también que él se resucitó a sí mismo» obrando como Dios. Distinguir entre la divinidad de Jesús y la del Padre, aunque sean personas distintas, sería renovar un error politeísta o simplemente y mejor arriano, dando a Jesús una divinidad menor que la del Padre.

Hans Küng en este punto, según una posición crítica tomada ya de tiempo atrás en ambigüedad, declara que «no se trata de una acción autónoma de Jesús, sino de una obra de Dios en Jesús el crucificado». Distinguir en Jesús en la resu¬rrección entre una acción autónoma de Jesús y una acción estric¬tamente divina parece posición nestoriana propiamente. Jesús es Dios en su persona, y por lo tanto se resucita a sí mismo como Dios que es.

«Destruid este Templo (hablaba de su Cuerpo) y Yo lo levantaré en tres días» (Jn 2,19). El mismo, como Dios que es verdadera¬mente, es el autor de su propia resurrección. No dijo: Dios lo levantará, sino clara y expresamente: «Yo lo levantaré».

Jesús, persona divina del Hijo, en unidad divina de poder con el Padre y el Espíritu, resucita su naturaleza humana, uniendo de nuevo su alma humana con el cadáver inmóvil en el sepulcro, que, como Adán en el Paraíso, al recibir el aliento del creador en el alma inmortal recobrada, «se levanta como ser vivo». (Gen 2,7).


EL EVANGELIO DE SAN MATEO Y LA RESURRECCIÓN

Los cuatro evangelios tienen la resurrección como término final de sus libros, mencionando el de san Lucas la Ascensión y el de san Marcos, en su final añadido, aludiendo a ella. Pero el término normal de los evangelios son las apariciones de Jesús resucitado, que confirman la vida nueva del resucitado. El de san Marcos, como es sabido, a partir de 16,9 añade al men¬saje angélico a las mujeres algunas apariciones, que, de otra mano o no que la del propio evangelista, ha sido añadido des¬pués a manera de apéndice.

La primera noticia de la resurrección llega a los apóstoles en los cuatro evangelios (con cierta salvedad para Marcos, que dice que se callaron las mujeres) a través del anuncio de las mujeres. Sin embargo, si examinamos los cuatro diversos relatos, encontramos diferencias, que se acentúan en el de san Mateo.

Comparación entre los cuatro relatos evangélicos

El evangelio de san Mateo, sin duda, es el que añade más datos externos al relato básico común. Es Mateo quien, por boca de los Sumos Sacerdotes y principales fariseos, plantea en la mañana del sábado, ya enterrado Jesús, como todos saben, en el sepulcro de Arimatea, la petición de un retén de guardia ante el sepulcro hasta que hayan transcurrido los tres días de la muerte, con el fin de evitar la mentira de los apóstoles que pudiesen quizás robar el cadáver, profanando la tumba con gravísimo atrevimiento para hacer creer que Jesús había resucitado de manera ignorada, y vivir luego en el clima de tan insostenible mentira. Pilato lo concedió: «Teneis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis.» (Mt 27,65.)

Y así como en la muerte de Jesús es el único evangelista que ha aludido expresa¬mente a fenómenos de la naturaleza misteriosos (la tierra tem¬bló, las rocas se rajaron, los sepulcros se abrieron, los muertos resucitaron: detalles exclusivos suyos), así en la resurrección aparecen en exclusiva algunos fenómenos que la acompañan. (Mc y Lc mencionan las tinieblas; los tres el Velo rasgado).

No se dice ni a qué hora aconteció el hecho milagroso de la resurrección, ni si algo sucedió en aquel instante. Pero, debió ser en la aurora ya, próximo el sol, se produjo el fenómeno externo: la tierra tembló, y un ángel refulgente de luz apareció, que hizo rodar con majestad la piedra que cerraba el sepulcro, y se sentó encima de ella, una vez quitada.

Entre los modernos exegetas, examinando el apócrifo evangelio de san Pedro, que introduce dos ángeles cuya cabeza llegaba al cielo, ha habido una tendencia a considerar estos detalles de Mateo como obra literaria del autor, que es el único que los aporta. Pero, sin negar que esto sea posible cuando hay indicios suficientes, aquí hay una pregunta que no se puede eludir: en todos los relatos evangélicos la piedra que cierra el sepulcro aparece quitada, y el sepulcro abierto, de modo que las mujeres, y luego Pedro y Juan pueden entrar y salir con libertad.

La retirada de la piedra

¿Quién quitó la piedra? ¿Quién abrió sepulcro? La única explicación dada es la de san Mateo. Mateo dice que apareció un ángel y la quitó con suma facilidad como pueden hacerlo los espíritus angélicos. No se conoce ninguna otra explicación válida de un hecho cierto. El ángel «hizo rodar la piedra» (Mt 28,2), seguramente por su natural lugar de corrimiento, hasta abrir la puerta. Luego se sentó encima.

«Su aspecto —dice— era como el relámpago, y su vestido blanco como la nieve» (Mt 28,3). Es una indicación semejante a la de la Transfiguración del Señor (Mt 17,2). Sería, sin embargo fantasear pensar que esta irradiación de su aspecto (que no era cuerpo verdadero, aunque lo semejaba), era la irradiación des¬conocida que pudo estampar en la Sábana Santa la imagen de Jesús, como se estima. No es nada probable que ambos acon¬tecimientos fuesen simultáneos. Este fulgor angélico fue exterior al sepulcro, el de la resurrección fue dentro de la oscuridad com¬pleta de la caverna funeraria y anterior. Sin embargo, puede dar¬nos una sugerencia de cómo existen fenómenos de luz descono¬cidos de los hombres, por una irradiación milagrosa en el modo, pero que podría ser una de las formas desconocidas de energía de la naturaleza. En todo caso estamos ante un milagro. Es semejante al de la Transfiguración.

El efecto sobre los soldados fue abrumador: «Quedaron como muertos» Recogieron sus armas y huyeron, dejando las señales de su estancia: el fuego para la noche, quizás restos de alimentos.

El sepulcro había sido abierto por una fuerza superior, y ellos habían visto el ángel luminoso, sentado tranqui¬lamente, como guardián del sepulcro, sobre la piedra. Los sacer¬dotes celebraron inmediatamente consejo reuniendo también los ancianos, que formaban parte de él (Mt 28,12). La decisión no sabemos si unánime, fue la misma que en el caso de Judas. El dinero lo cubre todo. «Tenéis que decir que sus discípulos vinieron de noche, y lo robaron mientras vosotros dormíais» (Mt 28, 13). Era confesar que habían faltado a su obligación oficial.

Los ancianos del Consejo salieron garantes de la defensa de los soldados ante Pilato, lo que no sabemos cómo hubieran hecho, aunque con Pilato era muy factible.

Añade el evangelista que el rumor del robo, difundido por los soldados, a pesar de ser tan increíble, «dura hasta hoy» (Mt 28,15)- Esto prueba que en el año del Mateo escrito, quizás el original primero en arameo en los años cuarenta, era un rumor que circulaba, admitido por los judíos.

Si existía ese rumor es que fue difundido, y si fue difundido por alguien que tenía interés en ello, es que no había otra prueba de verosimilitud para el hecho de la desapari¬ción del cadáver.

Pero estaban los guardias aterrorizados, que daban su testi¬monio. Y es un testimonio tan absurdo el de que, estando ellos dormidos, los discípulos robaron el cadáver, que ha justificado la célebre invectiva de san Agustín: «¡Oh infeliz astucia! Empleas testigos dormidos...» Pues el relato ficticio de los guardias se des¬miente por sí solo. Si estaban dormidos, ¿cómo saben lo que pasó? ¿No era su obligación grave vigilar por turnos, según costumbre, para que esto no aconteciese? Y, si se lleva el argu¬mento al extremo, ¿es posible correr la piedra del sepulcro, tan pesada, por su ranura, sin un ruido estridente, y verificar toda la operación del robo, permaneciendo dormidos los vigilantes? Ninguna novela de ficción lo aceptaría, a no ser que les hubiesen primero suministrado un narcótico poderoso.

Las mujeres en los evangelistas

En el evangelio de san Mateo su ida es al comenzar el primer día de la semana, pero con este dato significativo: «la hora que comienza la luz de los días laborales» (sabbáton). ¿Era esta luz la de la aurora, como parece natural? ¿Era la luz que se encendía en algunas ventanas, indicando la preparación para ir al trabajo.

El problema sería éste: cuando llegan las muje¬res (que son en Mateo Magdalena y la otra María, es decir, la madre de Santiago y José, Mt 28.1), ¿han huido ya los soldados, o al menos están corriendo y el ángel sentado en la piedra? Así parece deducirse del texto, pues el ángel, que ha aterrado a los soldados, a ellas les dice: «Vosotras no temáis...». Parece que de algún modo han conocido el terror de los guardianes. Todo esto era, sin embargo, fuera del sepulcro. Después del mensaje del ángel, Mateo dice que partieron (otros: salieron), en cuyo caso no vieron el sepulcro por dentro. Corrieron a comunicar el men¬saje lo primero de todo.

De María Magdalena consta esto por Juan 20, 1-2. Ella no entró en el sepulcro. En cambio en Marcos y Lucas «entraron» (Mc 16,8; Lc 24,3). Luego aparece un ángel en Mc y dos en Lc, que les dan el mensaje, pareciendo más seguro el mensaje de Marcos, por contener el dato de ir a Gali¬lea, que Lucas ha desfigurado. Por otro lado, Lucas añade que Pedro fue y vio «los lienzos» (ozónía) (24,12).

Tales son las principales diferencias en estos puntos que hemos notado entre Mateo y los otros. Las mujeres, por lo demás, al llegar al cenáculo no hablaron de los lienzos, como se ve en lo que dicen los de Emaús, que sólo hablan de que no estaba el cuerpo, sin más distinción. Fueron Pedro y Juan quie¬nes obtuvieron el testimonio de la mortaja. Aquí parece concor¬dar Mateo más con Lucas y con Juan, cediendo a los apóstoles la comprobación de los lienzos.

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