martes, 21 de febrero de 2012

La “Consagración” y la “Reparación” en la devoción al Corazón de Jesús – Letanías del Corazón de Jesús: “Rey y Centro de todos los corazones”…

La “Consagración” y la “Reparación” en la devoción al Corazón de Jesús – Letanías del Corazón de Jesús: “Rey y Centro de todos los corazones”…


1.- La Consagración y la Reparación

La primera consagración al Corazón de Jesús, tal y como se lo había pedido a santa Margarita María de Alacoque, la hicieron la santa y su director san Claudio de la Colombière S.J. el 21 de junio de 1675 con una fórmula que preparó la santa.

a) En el Magisterio de la Iglesia:

Encíclica “Annum Sacrum” – León XIII – 1900
Y puesto que en el Sagrado Corazón se encierra el símbolo y ex­presión de la infinita caridad de Cristo, que nos incita y mueve a amarnos mutuamente, es oportuno y justo consagrarse a su Corazón Augustísimo, lo que no es otra cosa más que entregarse y obligarse con Jesucristo, ya que todo honor, obsequio o devoción piadosa que se ofrece al Corazón Divino, se ofrece propia y verdaderamente al mismo Cristo”

Encíclica “Miserentissimus Redemptor” – 1928
o La consagración
o La Expiación o Reparación
Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.
o Comunión Reparadora y Hora Santa
o Consolar a Cristo
¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? (…)si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (34) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres
Discurso de Juan Pablo II el 13 de abril de 1984 a los Secretarios Nacionales del Apostolado de la Oración
(…) la espiritualidad de «consagración» y «reparación» … son esenciales para vivir auténticamente el misterio del Corazón de Cristo.
(…) que la Compañía de Jesús… busque los caminos más eficaces según las exigencias del momento actual para extender entre todos los fieles esta conciencia de colaborar con Cristo Redentor a través del ofrecimiento de la propia vida unida al Corazón de Cristo y vivida con El como con­sagración total a su amor y en reparación de los pecados del mundo, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima

b) El Corazón abierto de Jesús - Autor: P. Juan Manuel Igartua S.J.
La Consagración al Sagrado Corazón
o
Qué es vivir consagrado
o Cómo se hace la Consagración
1
° Una expresión de los motivos personales que me mueven a realizar esta consagración.
2° Una entrega de todas mis cosas a Él y a su Sagrado Corazón.
3° Indicar que se hace esta consa­gración con el fin de que nuestra vida sirva para reparar los pecados de los hombres y los nuestros pasados
4° Pedir al Señor por la Sacratísi­ma Sangre que brota de su Corazón que acepte nuestra Consagración y que no permita que volvamos atrás en ella
o Fórmula redactada por santa Margarita María de Alacoque (ver en el texto completo)
o Ofrecimiento al Corazón de Jesucristo – San Claudio de la Colombière (ver en el texto completo)

Reparar las ofensas al Sagrado Corazón
o
Reparar es esto
Reparar es, o arreglar la obra destrozada, o satisfacer al honor del ofendido, o desagraviar a su amor. Al entregarnos a la devoción del Sagra­do Corazón reparamos de las tres ma­neras. Reparamos la obra destrozada, recomponiendo la obra de Cristo en nuestras almas. Reparamos la injuria con obsequios a Dios por medio de Jesu­cristo. Reparamos al amor Divino con amor. Reparamos a Dios con Jesucristo y por Jesucristo
o
En la noche de Gethsemaní
Se levantó de la oración angustiosa y fue a ver sus discípulos. Ellos estaban dormidos, y despertaron con caras asustadas. «Así, pues, les dijo el Señor entristecido, ¿ni una hora habéis podido velar conmigo?» He aquí el gran dolor del Corazón de Jesús: sus amigos, su pueblo consagra­do, son tan fríos que se duermen mien­tras Él sufre
o
La penitencia reparadora
La palabra penitencia se puede entender en dos sentidos: uno es el de penitencia de corazón, es decir, arrepentimiento y apartamiento de los afectos desordenados del corazón. Ésta es necesaria cuando se trata de reparar los pecados propios, como primera dis­posición. (…) Hay otra clase de penitencia repara­dora y es la corporal, que va desde el dominio de los actos desordenados de los cinco sentidos y la curiosidad hasta las sublimes locuras de austeridad de los Santos
o El dolor reparador
o La Santa Misa reparadora
Ofrezcamos nuestro corazón sobre la patena cuando el sacerdote ofrece la Hostia Sagrada. Ofrezcámoslo unido al Corazón de Jesucristo y para reparar los pecados del mundo entero o algunos particulares que nosotros conocemos

2.- Continuación con la meditación y reflexión sobre las letanías. Reflexiones complementadas con revelaciones del Corazón de Jesús.
a) "Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones"
En este mundo Cristo es rey de los corazones. Nunca quiso ser soberano temporal, ni siquiera sobre el trono de David.
Sólo deseó ese reino que no es de este mundo y que, al mismo tiempo, en este mundo se arraiga por medio de la verdad en los corazones humanos: en el hombre interior
.

Encíclica QUAS PRIMAS del Papa Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey
o I. La realeza de Cristo
(…) es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas
§ a) En el Antiguo Testamento
§ b) En el Nuevo Testamento
§ c) En la Liturgia
§ d) Fundada en la unión hipostática
(…) la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas
§ e) Y en la redención
Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención?
o II. Carácter de la realeza de Cristo
§ a) Triple potestad
§ b) Campo de la realeza de Cristo
· En Lo espiritual
(…) este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales
· En lo temporal
(…) erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio
· En los individuos y en la sociedad

b) “Corazón de Jesús en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”
La ciencia, de la que se habla, no es la ciencia que hincha (cf. 1 Co 8, 2), fundada en el poder humano. Es sabiduría divina, un misterio escondido durante los siglos en la mente de Dios, Creador del universo (Ef 3, 9). Es una ciencia nueva, escondida a los sabios y a los entendidos del mundo, pero revelada a los pequeños (Mt 11, 25), ricos en la humildad, sencillez, pureza de corazón.
Esta ciencia y esta sabiduría consisten en conocer el misterio de Dios invisible, que llama a los hombres a ser partícipes de su divina naturaleza y los admite a la comunión con El.
La ciencia humana es como el agua de nuestras fuentes: quien la bebe, vuelve a tener sed. La sabiduría y la ciencia de Jesús, en cambio, abren los ojos de la mente, mueven el corazón en la profundidad del ser y engendran al hombre en el amor trascendente; liberan de las tinieblas del error, de las manchas del pecado, del peligro de la muerte, y conducen a la plenitud de la comunión de esos bienes divinos, que trascienden la comprensión de la mente humana
(Dei Verbum, 6).

c) “Corazón de Jesús en quien habita toda la plenitud de la divinidad”
El misterio de Cristo: Dios-Hombre, tiene una elocuencia particular cuando miramos a la Cruz: ¡He aquí al Hombre! ¡He aquí el Crucificado! ¡He aquí al Hombre totalmente despojado! ¡He aquí al Hombre “destrozado a causa de nuestros pecados”! ¡He aquí al Hombre “cubierto de oprobios”!.
Y, al mismo tiempo: ¡he aquí el Hombre-Dios! En El habita toda la plenitud de la divinidad. ¡De la misma naturaleza que el Padre! Dios de Dios. Luz de luz. Engendrado, no creado. El Verbo Eterno. Uno en la divinidad con el Padre y con el Espíritu Santo.

d) “Corazón de Jesús en quien el Padre halló sus complacencias”
Esa complacencia significa también Amor: este Amor al que todo lo que existe le debe su vida: sin Él, sin Amor, y sin el Verbo- Hijo, “no se hizo nada de cuanto se ha hecho”. (Jn 1, 3).
Esta complacencia del Padre encontró su manifestación en la obra de la creación, en particular en la del hombre, cuando Dios “vio lo que había hecho y he aquí que era bueno... era muy bueno” (cf. Gn 1, 31)
¿No es, pues, el Corazón de Jesús ese “punto” en el que también el hombre puede volver a encontrar plena confianza en todo lo creado? Ve los valores, ve el orden y la belleza del mundo. Ve el sentido de la vida.

e) “Corazón de Jesús de cuya plenitud todos hemos recibido”
¿Qué es lo que determina la plenitud del Corazón?
¿Cuándo podemos decir que el corazón está pleno? ¿De qué está lleno el Corazón de Jesús? Está lleno de amor.
Es un Corazón lleno de amor del Padre: lleno al modo divino y al mismo tiempo humano. En efecto, el Corazón de Jesús es verdaderamente el corazón humano de Dios- Hijo. Está, pues, lleno de amor filial: todo lo que Él ha hecho y dicho en la tierra da testimonio precisamente de ese amor filial.
Al mismo tiempo el amor filial del Corazón de Jesús ha revelado- y revela continuamente al mundo el amor del Padre. El Padre, en efecto, “tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Jn 3, 16) para la salvación del hombre, para que él “no perezca, sino que tenga la vida eterna”
(ib.)

f) “Corazón de Jesús deseo de los eternos collados”
¿Es este Corazón “deseo” del mundo?
Mirando el mundo tal como visiblemente nos rodea, debemos constatar con San Juan que está sometido a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16).
Y este “mundo” parece estar lejos del deseo del Corazón de Jesús. No comparte sus deseos. Permanece extraño y, a veces, respecto a Él.
Este es el “mundo”, del que el Concilio dice que está “esclavizado bajo la servidumbre del pecado” (Gaudiurn et Spes, 2). Y lo dice de acuerdo con toda la revelación, con la Sagrada Escritura y con la Tradición (e incluso, digamos también, con nuestra experiencia humana).
Sin embargo, contemporáneamente, el mismo “mundo” ha sido llamado a la existencia por amor del Creador, y este amor le mantiene constantemente en la existencia. Se trata del mundo como el conjunto de las creaturas visibles e invisibles, y en particular “la entera familia humana” con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive”
(Gaudium et Spes, 2).

Este mundo- a pesar del pecado y la triple concupiscencia- está orientado al amor, que llena el Corazón humano del Hijo de María.Y por ello, uniéndonos a Ella, pedimos: Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados, lleva a los corazones humanos, acerca a nuestro tiempo esa liberación que está en el Evangelio, en tu cruz y resurrección: ¡Que está en tu Corazón


LA CONSGARACION Y LA REPARACIÓN EN LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN DE JESUS – LETANÍAS DEL CORAZÓN DE JESÚS
1.- La Consagración y la Reparación en la devoción al Corazón de Jesús
La primera Fiesta del amor
Monseñor Bougaud, recuerda el P. José Mª de Tejada, hablando de la importancia de las revelaciones del Corazón de Jesús en Paray-le Monial decía que «es sin contradicción la más importante de las revelaciones que han ilustrado la Santa Igle­sia, después de las de la Encarnación y de la Sagrada Eucaris­tía. Es la mayor efusión de luz después de Pentecostés».
La primera consagración al Corazón de Jesús, tal y como se lo había pedido a santa Margarita María de Alacoque, la hicieron la santa y su director san Claudio de la Colombière S.J. el 21 de junio de 1675 con una fórmula que preparó la santa. Era el mismo día que había pedido Jesucristo para celebrar la fiesta del Corazón de Jesús, es decir, el viernes siguiente a la octava del Corpus.
Encíclica Annum Sacrum – León XIII – Consagración del mundo al Sagrado Corazón – 25 de mayo de 1899
4.- (…) “Si ha sido, pues, dada toda la potestad a Cristo, se sigue forzosa­mente que su imperio ha de ser sumo, absoluto y no sujeto a ningún arbitrio ajeno, que ningún otro haya semejante ni igual, y por haberle sido dado sobre el cielo y la tierra, éstos deben estarle en todo sujetos y obedientes.(…)
5- Y no consiste todo en esto solamente. Cristo manda no sólo con derecho nativo, por ser el Unigénito de Dios sino también con otro adquirido. Él nos libró del poder de las tinieblas, y también se entregó en redención a si mismo por todos.
7.- “(…) llevado de su bondad y caridad suma, no re­chaza que le ofrezcamos lo que es suyo y que se lo demos y consa­gremos como si se tratara de cosa nuestra, y no solamente no lo rechaza, sino que lo pide ahincadamente Hijo mío, dame tu corazón. (…)
Y puesto que en el Sagrado Corazón se encierra el símbolo y ex­presión de la infinita caridad de Cristo, que nos incita y mueve a amarnos mutuamente, es oportuno y justo consagrarse a su Corazón Augustísimo, lo que no es otra cosa más que entregarse y obligarse con Jesucristo, ya que todo honor, obsequio o devoción piadosa que se ofrece al Corazón Divino, se ofrece propia y verdaderamente al mismo Cristo”.

Encíclica MISERENTISSIMUS REDEMPTOR - Pío XI sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús - 8 de mayo de 1928
La consagración
4. Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseñó a la inocentísima discípula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos.

Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro (XIX y XX), por las maquinaciones de los impíos, se llegó a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: «No queremos que reine sobre nosotros»(6), por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: «Es necesario que Cristo reine(7). Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran (8), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano.
La Expiación o Reparación
5. A estos deberes, especialmente a la consagración, tan fructífera y confirmada en la fiesta de Cristo Rey, necesario es añadir otro deber, del que un poco más por extenso queremos, venerables hermanos, hablaros en las presentes letras; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazón de Jesús aquella satisfacción honesta que llaman reparación.
Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y «saturado de oprobio» y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.
(…). A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración (9), ha de añadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable.
Este deber de expiación a todo el género humano incumbe, pues, como sabemos por la fe cristiana, después de la caída miserable de Adán el género humano, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y míseramente depravado, había merecido ser arrojado a la ruina sempiterna. Soberbios filósofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, esto niegan blasonando de cierta virtud innata en la naturaleza humana, que por sus propias fuerzas continuamente progresa a perfecciones cada vez más altas; pero estas inyecciones del orgullo rechaza el Apóstol cuando nos advierte que «éramos por naturaleza hijos de ira»(10). (…)
Comunión Reparadora y Hora Santa
9. Y ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.
Cuando Jesucristo se aparece a Santa Margarita María, predicándole la infinitud de su caridad, juntamente, como apenado, se queja de tantas injurias como recibe de los hombres por estas palabras que habían de grabarse en las almas piadosas de manera que jamás se olvidarán: «He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios los ha colmado, y que en pago a su amor infinito no halla gratitud alguna, sino ultrajes, a veces aun de aquellos que están obligados a amarle con especial amor». Para reparar estas y otras culpas recomendó entre otras cosas que los hombres comulgaran con ánimo de expiar, que es lo que llaman Comunión Reparadora, y las súplicas y preces durante una hora, que propiamente se llama la Hora Santa; ejercicios de piedad que la Iglesia no sólo aprobó, sino que enriqueció con copiosos favores espirituales.
Consolar a Cristo
10. Mas ¿cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín: «Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo» (31).
Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras culpas» (32) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (33). Que si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (34) se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista: «Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (35).
Discurso de Juan Pablo II el 13 de abril de 1984 a los Secretarios Nacionales del Apostolado de la Oración
3. Quiero manifestarles mi aprecio sincero por el esfuerzo que la Compañía de Jesús ha realizado en todo el mundo para difundir y man­tener vivo en todos los fieles el «espíritu de la redención», fuego sagra­do que debe inflamar el corazón de los cristianos. Al Apostolado de la Oración se ha de atribuir en gran parte la vitalidad de este espíritu de ofrecimiento, de inmolación de la vida cristiana, la conciencia de estar colaborando en la obra de la redención y también la fuerza de la espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús y la consagración de las familias, ciudades y naciones al Corazón de Cristo. Las varias edi­ciones de «El Mensajero del Corazón de Jesús», órgano del Apostolado de la Oración, han sido y son poderosos y valiosos instrumentos para la difusión en todas las lenguas de la espiritualidad de «consagración» y «reparación» que son esenciales para vivir auténticamente el misterio del Corazón de Cristo. (…)
4. “El Apostolado de la Oración puede dar una aportación valiosa y concreta a la difusión en todos los niveles de la afirmación grande y consoladora de que cada cristiano puede estar unido íntimamente a Cristo Redentor por medio del ofrecimiento de su vida al Corazón de Cristo”.
“No dudo de que la Compañía de Jesús seguirá poniendo sus ca­pacidades, talentos, organización y obediencia al servicio de esta fina­lidad espiritual tan elevada. Confío hoy de nuevo esta tarea al celo del prepósito general y le recomiendo que, dentro de la fidelidad al espíritu de la Asociación, busque los caminos más eficaces según las exigencias del momento actual para extender entre todos los fieles esta conciencia de colaborar con Cristo Redentor a través del ofrecimiento de la propia vida unida al Corazón de Cristo y vivida con El como con­sagración total a su amor y en reparación de los pecados del mundo, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, Corazón que «se encuentra espiritualmente en el Corazón del Hijo, abierto por la lanza del soldado, Corazón que ha sido abierto por el mismo amor hacia el hombre y el mundo, con el que Cristo ha amado al hombre y al mundo, ofreciéndose a sí mismo por ellos en la cruz, hasta aquella lanzada del soldado»” (Homilía en Fátima, 13 de mayo de 1982; L'Osservatore Ro­mano, Edición en Lengua Española, 23 de mayo de 1982, pág. 6). (…)
Con esta óptica, sigan recomendando con tesón creciente y reno­vado y extendiendo la práctica piadosa de los «Primeros Viernes», pues en ella, el fiel reconciliado con Dios, con la Iglesia y con los hermanos mediante el Sacramento de la Penitencia, se une al Corazón de Jesús alimentándose con el Sacramento de la Eucaristía y participa de su actitud de ofrecimiento y reparación.
El Corazón abierto de Jesús - Autor: P. Juan Manuel Igartua S.J.
La Consagración al Sagrado Corazón

Qué es vivir consagrado

La Consagración al Sagrado Corazón de Jesús es la práctica por excelencia de esta devoción. Así lo afirma el Papa Pío XI en la Encíclica Miserentissimus Redemptor sobre el Sagrado Corazón. Consiste en una entrega total de nuestro ser al Sagrado Corazón reconociendo voluntariamente todos sus derechos so­bre nosotros. Esta consagración, dona­ción o entrega de nosotros mismos al Sagrado Corazón fue enseñada a Santa Margarita María de Alacoque por el mismo Señor. Y ella con san Clau­dio la Colombière fueron los dos pri­meros en consagrarse.

Pero para que la consagración sea verdadera importa no sólo consagrarse sino vivir consagrados. (…) Vivir consagrado en plenitud es no soñar ni respirar más que el deseo de la gloria del Sagrado Corazón. Decimos con San Pablo: «Para mí la vida es Je­sucristo.» Y se comprende fácilmente que una vida de unión con Jesucristo practicada así haya sido llamada por el Papa «resumen de la religión cris­tiana».

Vivir consagrados en plenitud es ser felices en la tierra. Porque la tristeza, decía un amigo de Jesucristo, consiste en acordarse de sí, y la alegría en acor­darse de Jesucristo.

Pide a Jesucristo que selle tu cora­zón con esta consagración preciosa. Vio el P. Hoyos en una visión que se abría su propio corazón delante del de Jesús como si fuese una rosa y en cada uno de sus pétalos imprimía Jesucristo su sello propio, el J. H. S., de su nombre divino y salvador, cerrándose otra vez el corazón así sellado. Pídele a Jesu­cristo que selle así tu corazón, y tú pon de tu parte el sello por medio de la consagración sincera y total al Sagrado Corazón.


Cómo se hace la Consagración

(…) Los elementos que deben entrar en esa fórmula de donación o entrega son los siguientes:

1.° Una expresión de los motivos personales que me mueven a realizar esta consagración, como son el amor que Jesús me ha tenido, los beneficios que me ha hecho, los deseos que he sentido de corresponder.

2.° Una entrega de todas mis cosas a Él y a su Sagrado Corazón. Conviene particularizar esta entrega indicando que se le da el cuerpo con sus sentidos, el alma con sus potencias, las cosas ex­teriores, la familia, las ocupaciones... Se ha de entregar también el valor de nuestras obras (esto para la plenitud de la Consagración de que hablamos): el valor satisfactorio para las almas del purgatorio, el valor de los méritos sola­mente para que Él nos los guarde y conserve, pues éstos no se pueden tras­pasar. Del mismo modo, conviene en­tregarle nuestra salvación eterna, como un acto de confianza que hacemos en su amor, pues la sabrá defender mejor que nosotros mismos.

3.° Indicar que se hace esta consa­gración con el fin de que nuestra vida sirva para reparar los pecados de los hombres y los nuestros pasados. Y en­tregar como reparación el valor repara­dor de todos nuestros actos futuros.

4.° Pedir al Señor por la Sacratísi­ma Sangre que brota de su Corazón que acepte nuestra Consagración y que no permita que volvamos atrás en ella. Conviene ofrecer esta Consagración por medio del Corazón Inmaculado de María.

Fórmula redactada por santa Margarita María de Alacoque

" Yo N.N., me doy y consagro al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo, mi persona y mi vida, mis acciones, penas y sufrimientos, para no servirme ya de ninguna parte de mi ser sino para honrarle, amarle y glorificarle. Esta es mi voluntad irrevocable: ser toda suya y hacerlo todo por su amor, renunciando de todo corazón a cuanto pudiera desagradarle.
Os elijo, pues, Oh Sagrado Corazón, por el único objeto de mi amor, el protector de mi vida, la garantía de mi salvación, el remedio de mi fragilidad, el reparador de todas las faltas de mi vida y mi asilo seguro en la hora de mi muerte.

Sed, pues, ¡Oh Corazón de bondad , mi justificación para con Dios Padre, y desvía de mí los dardos de su justa cólera. ¡Oh Corazón de amor!, pongo toda mi confianza en Ti, porque aunque todo lo temo de mi malicia, todo lo espero de tu bondad. Consume, pues, en mí todo lo que te desagrade o haga resistencia. Que tu puro amor se imprima en lo íntimo de mi corazón de tal modo que jamás te olvide, ni me separe de Ti. Te suplico por todas tus bondades que mi nombre esté escrito en Ti, porque quiero vivir y morir en calidad de esclava tuya. Así sea".

OFRECIMIENTO AL CORAZÓN DE JESUCRISTO – San Claudio de la Colombière
El diario de los Ejercicios espirituales hechos en Londres del 20 al 29 de enero de 1677, concluye con este "ofrecimiento al S. Corazón de Jesucristo" (O.C. VI, p. 125).
“Adorable y amable Corazón de Jesús, en reparación de tantos pecados e ingratitudes y para evitar que yo caiga en tal desgracia, te ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capaz y me entrego todo a Ti.
Con la mayor sinceridad (al menos así lo espero) desde este momento deseo olvidarme de mí mismo y de cuanto pueda tener relación conmigo, para eliminar todo obstáculo que pueda impedirme entrar en tu Corazón divino que has tenido la bondad de abrirme y en el que ansío entrar junto con tus servidores más fieles, para vivir y morir invadido e inflamado por tu amor...
Sagrado Corazón de Jesús, enséñame a olvidarme enteramente de mi, ya que éste es el único camino para entrar en Ti. Y puesto que cuanto haré en adelante será tuyo, haz que no realice nunca nada que no sea digno de Ti.
Enséñame qué debo hacer para llegar a la pureza de tu amor, del que me has infundido tan gran deseo. Experimento una gran voluntad de complacerte, pero al mismo tiempo me veo en la imposibilidad de realizarlo sin tu luz especial y tu ayuda.
Cumple en mí tu voluntad incluso contra mi querer.
A Ti corresponde, Corazón divino de Jesús, cumplirlo todo en mí; y de este modo, si llego a santo, tuya será la gloria de mi santificación. Para mí esto es más claro que la luz del día, pero para Ti será una magnífica gloria. Sólo para esto deseo la perfección. Amén”.

II. REPARAR LAS OFENSAS AL SAGRADO CORAZÓN

Reparar es esto

Hemos dicho que tener devoción al Sagrado Corazón es amarle y reparar las ofensas que se le hacen. Quisiera explicarte bien qué es reparar.

(…) Esto es reparar en pri­mer lugar: componer lo descompuesto. La amistad de Dios con los hombres, como un puente del cielo a la tierra, ha sido rota, y es necesario repararla. Jesucristo bajó a esto a la tierra, y fue el gran Reparador. No hay más que un Mediador, Cristo Jesús, y por eso no hay más que uno que pueda reparar plenamente y por sí solo el gran puente roto que une cielos y tierra. Pero nos­otros podemos colaborar en esa grande obra de Jesucristo. (…) Con la contrición detesta­remos nuestras culpas, y en virtud de los méritos del gran Reparador, el des­perfecto queda reparado. En los demás lo podremos conseguir trayendo sus co­razones del pecado a la gracia de la amistad con Dios, con nuestras oracio­nes, ejemplos y palabras. (…).

Con otro ejemplo te declararé la pa­labra reparar en un nuevo sentido. Sufre un Rey un atentado, del cual sale ileso. Al día siguiente llueven sobre el Palacio Real de todos los ángulos de la nación protestas, telegramas, felicitaciones, ad­hesiones al Rey. (…)

Y te pongo un tercer ejemplo de lo que es reparación. Está una madre llo­rando porque su hijo, extraviado por malos amigos, no atiende a sus palabras ni a su amor. El segundo hijo entonces se dirige a su madre y la consuela con cariño duplicado. Este hijo repara las heridas del amor. Así nosotros con Dios, amante Padre nuestro.

Ahora ya entiendes bien lo que sig­nifica reparar. Reparar es, o arreglar la obra destrozada, o satisfacer al honor del ofendido, o desagraviar a su amor. Al entregarnos a la devoción del Sagra­do Corazón reparamos de las tres ma­neras. Reparamos la obra destrozada, recomponiendo la obra de Cristo en nuestras almas. Reparamos la injuria con obsequios a Dios por medio de Jesu­cristo. Reparamos al amor Divino con amor. Reparamos a Dios con Jesucristo y por Jesucristo.

Pero también reparamos al mismo Jesucristo, como Hombre-Dios. Repara­mos su obra, reparamos su honor de Rey de los hombres, reparamos, en par­ticular, su amor triste y ofendido. Y ve cómo por esta devoción que dijimos que era como una redención amorosa, nos convertimos en unos redentores de amor. Mediador Jesús entre los hombres y su Padre, y único Mediador y Reden­tor. Mediadores nosotros entre Jesús y los pecadores para reparar, como me­diadores y redentores de amor.


En la noche de Gethsemaní

(…) Jesucristo fue el mayor Reparador que en el mun­do ha habido, porque tomó sobre sí la carga de desagraviar al Padre por todos los pecados del mundo: desde el pecado por antonomasia, el cometido por Adán en el Paraíso, que está en la naturaleza del hombre desde que comienza a vivir, hasta el último pecado personal que an­tes del tremendo instante de la consu­mación se realice, todos los pecados fueron puestos sobre la espalda de Jesús para que la víctima del sacrificio los borrase todos.

Debajo de uno de los olivos, en la noche jerosolimitana cargada de trage­dias divinas, Jesús se postraba con el rostro en el suelo y la angustia en el Corazón. «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga mi vo­luntad, sino la tuya.» (…)

Se levantó de la oración angustiosa y fue a ver sus discípulos. Ellos estaban dormidos, y despertaron con caras asustadas. «Así, pues, les dijo el Señor entristecido, ¿ni una hora habéis podido velar conmigo?» He aquí el gran dolor del Corazón de Jesús: sus amigos, su pueblo consagra­do, son tan fríos que se duermen mien­tras Él sufre. (…) Pide Jesús que no durmamos mientras es nuestro deber reparar. Pero el sueño de las diversiones y de la codicia tiene al mundo dormido, y a muchos que se llaman discípulos de Cristo, también. Pero «hora es ya de que nos levantemos del sueño», porque puede ser mortal, y siempre es entristecedor de Cristo. (…)

Joven amigo, acércate en esta hora del abandono, de la tristeza y la Sangre, a Jesucristo. Con respeto y amor ponte de rodillas, a su lado, y dile así:

«Yo te quiero acompañar en el ins­tante de la soledad, oh, Señor mío. En esta hora en que pocos te siguen, quiero estar a tu lado. Para la alegría y las fiestas ya tienes otros muchos, y yo no soy digno de participar de tu banquete. Pero en esta hora en que miras a tu al­rededor y no encuentras sino discípulos dormidos, creo que puedo atreverme a la compañía íntima. Consuélate con­migo si es que soy capaz de consolarte. Sé que el Ángel de Fátima en su apari­ción a los niños pastores les dijo: «To­mad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado por los hombres ingratos, reparad sus crí­menes y consolad a vuestro Dios.» Por esto quiero consolarte, quiero recibir tu Cuerpo sacratísimo en reparación de tanto ultraje.» (…)

Maneras de reparar

Para reparar hay que hacer las obras contrarias a las del ofensor. Se repara el muro derruido poniendo piedras nue­vas por las que se han caído. Se repara la ofensa del amor con nuevo amor. (…)

Hay en el Evangelio una escena que nos hace entender bien cómo se puede reparar. Estaba Jesucristo sentado, o re­costado, según la costumbre de enton­ces, a la mesa en casa de Simón el Fari­seo, cuando una mujer pecadora llegó derramando muchas lágrimas, y volcan­do un frasco de precioso ungüento que llevaba, ungió los pies sagrados del Señor y los enjugó después con sus cabe­llos. Recelosamente el fariseo murmura­ba en su interior al ver la escena, recri­minando en su corazón a Jesucristo porque se dejaba hacer aquello. Pero he aquí que el Señor, conociendo sus pensamientos, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Respondió el fariseo con cortesía: «Maestro, di.».

Jesús entonces le dijo: «Un acreedor tenía dos deudores. Uno le debía 500 denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar perdonó a los dos la deuda. ¿Cuál de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Me parece que aquel a quien perdonó más.» Dijóle Jesús: «Bien has respondido.»

Esta parábola de los deudores la puso el Señor para explicar cómo el amor de Jesús hace que sean perdonados los pe­cados aunque sean muchos, y cómo el amor brota precisamente del perdón de los muchos pecados. (…)

«¿Ves esta mujer?—dijo Jesús—. Yo entré en tu casa y no me has dado agua con que se lavaran mis pies; mas ésta ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me has dado al llegar el beso de paz; pero ésta desde que llegó no ha cesado de besar mis pies. Tú no has ungido con óleo mi cabeza, como se suele hacer con el huésped, y ésta ha derramado sobre mis pies sus perfumes.» (…)

He aquí el modo de reparar las faltas de los que tratan mal al Corazón de Je­sucristo. Con actos precisamente con­trarios a aquellas faltas. El fariseo no ha lavado los pies a Jesús, la pecadora se los lava y además con lágrimas. Él no ha besado, ella besa. Él no ha ungido, ella derrama perfume. (…)

Este mismo método se lo enseñó Nuestro Señor al P. Cardaveraz en una aparición a este Padre, Apóstol del Co­razón de Jesús:

«Me enseña Su Majestad a consa­grarle y ofrecerle con humilde y fer­viente corazón las acciones y obras opuestas a las que los pecadores come­ten, como es:

Ofrecerle traer mi mente y corazón fijos en su divina presencia, no pensando sino en mi Dios, ni queriendo sino sola y únicamente a mi Dios; por los peca­dos que ellos cometen olvidándose de Dios y no amándole, y por los pensa­mientos y deseos torpes que ellos admi­ten y consienten.

Ofrecer a Su Majestad la modestia de mis ojos, por los pecados que ellos cometen con la vista: esto especialmen­te en las partes públicas, donde se co­meten más pecados de este género.

Ofrecerle mi silencio dentro y fuera del colegio, en cuanto esto se compade­ce con mis reglas y las de la caridad, por los muchos pecados que con sus malas lenguas y palabras cometen los hombres en todas partes y de tantos modos.

Ofrecerle cuantas penitencias hicie­re, y hacer todas las que mi Superior o Padre espiritual me aprobaren, y ha­cerlas con el mayor espíritu que yo pueda, aplicándolas por los pecados que los hombres cometen contra Dios con los regalos y deleites de la carne; y re­frenar mis apetitos, por la libertad y desenfrenamiento que ellos dan a los suyos.

Ofrecerle mis dolores y enfermeda­des por los gustos en que ellos emplean su salud y fuerzas; y consagrarle con grande afecto mis pasos hacia Su Ma­jestad, por los que los pecadores dan hacia los vicios y pecados, alejándose de su Creador y Señor.

Ofrecerle, con grande resignación y amor, mi vida y cuanto hay dentro y fuera de mí, por los que se rinden al demonio y se le ofrecen por esclavos; ofrecerle mi vida por cada una de las almas, con deseo, cuanto es de mi parte, de morir, y volver a morir tantas veces cuantas almas peligran en su salvación, deseando perder la vida eterna.

Ofrecer al Señor mis deseos de seguir a Jesús humilde, por los soberbios y am­biciosos; abrazarme con todo afecto a la pobreza de Jesús en todo y por todo, por los avarientos, codiciosos y los que están abrazados con las riquezas del mundo, y así de otras virtudes opuestas a sus vicios.

Ofrecerle todo esto con las mayores veras de mi corazón, con el mayor afec­to, deseo, fervor, espíritu, aliento, pure­za de intención y resignación de la voluntad que me sea posible; para con­traponerme en todo al estudio y ahínco con que los pecadores ofenden al Señor con todo cuanto tienen. »

La penitencia reparadora

Entre todas las obras de reparación ocupa lugar singular una que sirve para reparar cualquier clase de ofensa. Se llama penitencia. La palabra penitencia se puede entender en dos sentidos: uno es el de penitencia de corazón, es decir, arrepentimiento y apartamiento de los afectos desordenados del corazón. Ésta es necesaria cuando se trata de reparar los pecados propios, como primera dis­posición. (…) Hay otra clase de penitencia repara­dora y es la corporal, que va desde el dominio de los actos desordenados de los cinco sentidos y la curiosidad hasta las sublimes locuras de austeridad de los Santos. Este campo es el de la gene­rosidad personal de cada uno.

¿Por qué la penitencia sirve para reparar cualquier pecado? Porque cual­quier pecado sirve para realizar un gus­to, para satisfacer al amor propio, y por eso cualquier sufrimiento sirve para re­parar y contrarrestar el pecado. ¿Cómo se puede mostrar a alguien que se le ama mejor que sufriendo por él?

Pero además hay aquí un gran mis­terio, que es el misterio de la Reden­ción. Jesucristo quiso redimir al mundo por el sufrimiento y la Cruz: «Así era preciso, dijo el Señor a los discípulos de Emaús, que Cristo padeciese y de este modo entrase en la gloria.» Pues desde que Jesús sufrió, y la Cruz fue sellada con el sello de la Redención, para colaborar en la obra de Jesucristo y para reparar los pecados del mundo, ayudando a la Redención en la extensión de sus frutos, se hace necesario buscar el sufrimiento. La Cruz es la clave de la obra sobrenatural y sin cruz no hay salvación. (…)
El dolor reparador

Entre las penitencias que reparan el placer de los pecados, no se puede ne­gar que ocupa un lugar especialísimo el dolor. Jesucristo quiso reparar los pecados del mundo por el dolor físico de su Cuerpo, medido palmo a palmo con los látigos, las espinas y la Cruz. (…)
Los dolores y enfermedades que nos vienen: he aquí una fuente de repara­ción. Fuente cuyo caudal está siempre abierto sobre la vida.

Los dolores buscados voluntariamen­te: he aquí la fuente donde corren a beber los generosos, los ardientes, los amigos íntimos de Jesucristo.


La Santa Misa reparadora

Pero entre todas las obras que tienen capacidad de reparar delante de Dios, ninguna es comparable a la Santa Misa. Porque en ella el reparador no somos nosotros, sino que nos valemos del gran Reparador, que es Jesucristo.

Jesús, víctima por los pecados del mundo, es ofrecido al Eterno Padre so­bre el altar, también de nuevo víctima, aunque incruenta, por los pecados del mundo. Se reproduce, esta es la pala­bra, pero sin Sangre dolorosamente derramada, el sacrificio del Calvario.

Y fácilmente podemos comprender: ¿qué comparación pueden tener nues­tros dolores y sufrimientos, aun acep­tados con un corazón generoso, con la oblación del Cuerpo y de la Sangre Sacrosantos de Jesús, nacida de la ge­nerosidad del Divino Corazón incompa­rable? Nuestros propios sufrimientos se hacen de valor mucho más subido si los ánimos con los del Corazón de Jesús.

Y en la Santa Misa, sobre el altar, esto es lo que hacemos. (…)

Ofrezcamos nuestro corazón sobre la patena cuando el sacerdote ofrece la Hostia Sagrada. Ofrezcámoslo unido al Corazón de Jesucristo y para reparar los pecados del mundo entero o algunos particulares que nosotros conocemos. Y en primer lugar los nuestros propios. (…)


2.- Continuación con la meditación y reflexión sobre las letanías. Reflexiones complementadas con revelaciones del Corazón de Jesús.
"Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones"
Jesucristo es rey de los corazones. Sabemos que durante su actividad mesiánica en Palestina el pueblo, al ver los signos que hacía, quiso proclamarlo rey.
Veía en Cristo un justo heredero de David, que durante su reino llevó a Israel al culmen del esplendor.
2. Sabemos también que ante el tribunal de Pilato Jesús de Nazaret, a la pregunta: "¿Tú eres rey...?" respondió: "Mi reino no es de este mundo... Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 33. 36-37).
3. En este mundo Cristo es rey de los corazones. Nunca quiso ser soberano temporal, ni siquiera sobre el trono de David.
Sólo deseó ese reino que no es de este mundo y que, al mismo tiempo, en este mundo se arraiga por medio de la verdad en los corazones humanos: en el hombre interior.
Por este reino anunció el Evangelio e hizo grandes signos. Por este reino, el reino de los hijos y de las hijas adoptivos de Dios, dio su vida en la cruz.
4. Y confirmó de nuevo este reino con su resurrección, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles y a los hombres en la Iglesia.
De este modo Jesucristo es el rey centro de todos los corazones.
Reunidos en Él por medio de la verdad, nos acercamos a la unión del reino, donde Dios "enjugará toda lágrima" (Ap 7, 17), porque será "todo en todos" (1 Cor 15, 28) Domingo 25 de agosto de 1985
Carta Encíclica QUAS PRIMAS del Papa Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey
I. La realeza de Cristo
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad (1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.
Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob (3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra (4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud (5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra (6).
8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre (7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra (8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente (9); y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible (10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin (12), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey (13) y públicamente confirmó que es Rey (14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra (16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas (18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos (19).
c) En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.


Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza (20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha (21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande (22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo (23).
II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
a) Triple potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer (24). Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad (25). El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo (26). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
b) Campo de la realeza de Cristo
a) En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
b) En lo temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales (27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano (28).
c) En los individuos y en la sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos (29).
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos (30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido» (31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. (…).
18. Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. (…) ¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre (33).
Corazón de Jesús en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia

Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón, tomada de la Carta a los Colosenses (2, 3), nos hace comprender la necesidad de ir al Corazón de Cristo para entrar en la plenitud de Dios.

2. La ciencia, de la que se habla, no es la ciencia que hincha (cf. 1 Co 8, 2), fundada en el poder humano. Es sabiduría divina, un misterio escondido durante los siglos en la mente de Dios, Creador del universo (Ef 3, 9). Es una ciencia nueva, escondida a los sabios y a los entendidos del mundo, pero revelada a los pequeños (Mt 11, 25), ricos en la humildad, sencillez, pureza de corazón.

Esta ciencia y esta sabiduría consisten en conocer el misterio de Dios invisible, que llama a los hombres a ser partícipes de su divina naturaleza y los admite a la comunión con El.

3. Nosotros sabemos estas cosas porque Dios mismo se ha dignado revelárnoslas por medio del Hijo, que es sabiduría de Dios (1 Co 1, 214).

Todas las cosas que hay en la tierra y en los cielos, han sido creadas por medio de El y para El (Col 1, 16). La sabiduría de Cristo es más grande que la de Salomón (Lc 11, 31). Sus riquezas son inescrutables (Ef 3, 8). Su amor sobrepasa todo conocimiento. Pero con la fe somos capaces de comprender. Juntamente con todos los santos, su anchura, su largura, altitud y profundidad (Ef 3,18).

Al conocer a Jesús, conocemos también a Dios. El que le ve a Él, ve al Padre (Jn 14, 9). Con El apareció el amor de Dios en nuestros corazones (Rm 5, 5).

4. La ciencia humana es como el agua de nuestras fuentes: quien la bebe, vuelve a tener sed. La sabiduría y la ciencia de Jesús, en cambio, abren los ojos de la mente, mueven el corazón en la profundidad del ser y engendran al hombre en el amor trascendente; liberan de las tinieblas del error, de las manchas del pecado, del peligro de la muerte, y conducen a la plenitud de la comunión de esos bienes divinos, que trascienden la comprensión de la mente humana (Dei Verbum, 6).

5. Con la sabiduría y la ciencia de Jesús, nos arraigamos y fundamentamos en la caridad (Ef 3, 17). Se crea el hombre nuevo, interior, que pone a Dios en el centro de su vida y a sí mismo al servicio de los hermanos.

Es el grado de perfección que alcanza María, Madre de Jesús y madre nuestra: ejemplo único de criatura nueva, enriquecida con la plenitud de gracia y dispuesta a cumplir la voluntad de Dios” “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y por esto, nosotros la invocamos como “Trono de la Sabiduría”. 1 de setiembre, 1985

Corazón de Jesús en quien habita toda la plenitud de la divinidad

2. Ayer, mediante la solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz, la Iglesia entera se abrió una vez más hacia este Corazón en el que “habita toda la plenitud de la divinidad”.

El misterio de Cristo: Dios-Hombre, tiene una elocuencia particular cuando miramos a la Cruz: ¡He aquí al Hombre! ¡He aquí el Crucificado! ¡He aquí al Hombre totalmente despojado! ¡He aquí al Hombre “destrozado a causa de nuestros pecados”! ¡He aquí al Hombre “cubierto de oprobios”!.

Y, al mismo tiempo: ¡he aquí el Hombre-Dios! En El habita toda la plenitud de la divinidad. ¡De la misma naturaleza que el Padre! Dios de Dios. Luz de luz. Engendrado, no creado. El Verbo Eterno. Uno en la divinidad con el Padre y con el Espíritu Santo.

3. Cuando el centurión, en el Gólgota, traspasó con una lanza el Crucificado, de su costado salió sangre y agua. Este es el signo de la muerte. El signo de la muerte humana del Dios inmortal.

4. Al pie de la Cruz se encuentra la Madre. La Madre Dolorosa. La recordarnos al día siguiente de la Exaltación de la Cruz. Cuando el costado de Cristo fue traspasado por la lanza del centurión se cumplió en Ella la profecía de Simeón: “Y a ti una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 25).

Las palabras del profeta son un anuncio de la definitiva alianza de los Corazones: del Hijo y de la Madre; de la Madre y del Hijo. “15 de septiembre, 1985


1. Reunidos para el Ángelus, recordamos hoy las palabras del Profeta Isaías, que se refieren al futuro Mesías, es decir Cristo.
El Profeta dice:
"Sobre él se posará el espíritu del Señor, / espíritu de ciencia y discernimiento, / espíritu de consejo y valor, / espíritu de piedad y temor del Señor. / Le llenará el Espíritu de temor del Señor" (Is 11, 23).
Estas palabras se han cumplido en Jesús de Nazaret, a quien el Padre ha ungido y ha mandado al mundo. Así, pues, Él ha venido lleno del Espíritu Santo y de poderío.
Después de la resurrección Cristo "exhaló" este Espíritu Santo sobre los Apóstoles diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22).
2. Hoy en la basílica de San Pedro un grupo de Jóvenes ha recibido el sacramento de la confirmación.
Al administrarles este sacramento, he extendido la mano sobre ellos pronunciando las siguientes palabras:
"Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste por el agua y el Espíritu Santo a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor".
La misma plegaria ―haciendo referencia a las palabras de Isaías― la pronuncian los obispos de todo el mundo, en diversas lenguas cuando administran a los bautizados el sacramento de la confirmación.
3. Mediante esta plegaria perseveramos ―de generación en generación― en una unión ininterrumpida con el Cenáculo, donde Cristo Resucitado "exhaló" sobre los Apóstoles y dijo: "Recibid el Espíritu Santo".
Mediante esta plegaria, a partir del día de Pentecostés, la Iglesia "toma" el Espíritu Santo de Cristo crucificado y resucitado. Lo "toma" por así decirlo de este Corazón, en que "habita toda la plenitud" del Espíritu Santo para todas las generaciones de la humanidad, para todo hombre.
Con esta plenitud del Espíritu Santo, Cristo ha venido al mundo, se ha revelado a sus contemporáneos. Con esta plenitud permanece, glorificado, a la derecha del Padre: Él, soberano y centro de todos los corazones.
4. Proclamemos en el mes de junio las palabras de las letanías:
Corazón de Jesús, en quien habita toda la plenitud de la divinidad...
Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido...
Nos unimos en esta oración con María, que conoce mejor que nadie esta "plenitud" y sabe tomar de ella más plenamente. Domingo 15 de junio de 1986
Corazón de Jesús en quien el Padre halló sus complacencias

Rezando así, meditamos en aquella complacencia eterna que el Padre tiene en el Hijo: Dios en Dios, Luz en Luz.

Esa complacencia significa también Amor: este Amor al que todo lo que existe le debe su vida: sin Él, sin Amor, y sin el Verbo- Hijo, “no se hizo nada de cuanto se ha hecho”. (Jn 1, 3).

Esta complacencia del Padre encontró su manifestación en la obra de la creación, en particular en la del hombre, cuando Dios “vio lo que había hecho y he aquí que era bueno... era muy bueno” (cf. Gn 1, 31)

¿No es, pues, el Corazón de Jesús ese “punto” en el que también el hombre puede volver a encontrar plena confianza en todo lo creado? Ve los valores, ve el orden y la belleza del mundo. Ve el sentido de la vida.

2. Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias. Nos dirigimos a la orilla del Jordán.

Nos dirigimos al monte Tabor. En ambos acontecimientos descritos por los Evangelistas se oye la voz de Dios invisible, y es la voz del Padre:

“Este es mi hijo amado, en quien tengo mi complacencia. Escuchadle.” (Mt 17, 5)

La eterna complacencia del Padre acompaña al Hijo, cuando El se hizo hombre, cuando acogió la misión mesiánica a desarrollar en el mundo, cuando decía que su comida era cumplir la voluntad del Padre.

Al final Cristo cumplió esta voluntad haciéndose obediente hasta la muerte de cruz, y entonces esa eterna complacencia del Padre en el Hijo, que pertenece al íntimo misterio del Dios- Trino, se hizo parte de la historia del hombre. En efecto, el Hijo mismo se hizo hombre y en cuanto tal tuvo un corazón de hombre, con el que amó y respondió al amor. Antes que nada al amor del Padre.

Y por eso en este corazón, en el Corazón de Jesús, se concentró la complacencia del Padre.

Es la complacencia salvífica. En efecto, el Padre abraza con ella- en el corazón de su Hijo- a todos aquellos por los que este Hijo se hizo hombre. Todos aquellos por los que tiene el corazón. Todos aquellos por los que murió y resucitó.

En el Corazón de Jesús el hombre y el mundo vuelven a encontrar la complacencia del Padre. Este es el corazón de nuestro Redentor. Es el corazón del Redentor del mundo. 22 de junio, 1986
Corazón de Jesús de cuya plenitud todos hemos recibido

Nos unimos, pues, al Corazón de la Madre, que desde el momento de la concepción conoce mejor el corazón humano de su divino Hijo: “De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia”, así escribe el Evangelista Juan (Jn. 1, 16).

2. ¿Qué es lo que determina la plenitud del Corazón?

¿Cuándo podemos decir que el corazón está pleno? ¿De qué está lleno el Corazón de Jesús? Está lleno de amor.

El amor decide sobre esta plenitud del corazón del Hijo de Dios, a la que nos dirigimos hoy en la oración.

Es un Corazón lleno de amor del Padre: lleno al modo divino y al mismo tiempo humano. En efecto, el Corazón de Jesús es verdaderamente el corazón humano de Dios- Hijo. Está, pues, lleno de amor filial: todo lo que Él ha hecho y dicho en la tierra da testimonio precisamente de ese amor filial.

3. Al mismo tiempo el amor filial del Corazón de Jesús ha revelado- y revela continuamente al mundo el amor del Padre. El Padre, en efecto, “tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Jn 3, 16) para la salvación del hombre, para que él “no perezca, sino que tenga la vida eterna” (ib.).

El Corazón de Jesús está por tanto lleno de amor al hombre. Está lleno de amor a la creatura. Lleno de amor al mundo.

¡Está totalmente lleno!

Esa plenitud no se agota nunca. Cuando la humanidad gasta los recursos materiales de la tierra, del agua, del aire, estos recursos disminuyen, y poco a poco se acaban.

Se habla mucho de este tema relativo a la exploración acelerada de dichos recursos que se lleva al cabo en nuestros días. De aquí derivan advertencias tales como: “No explotar sobre medida”.

Muy distinto sucede con el amor. Todo lo contrario sucede con la plenitud del Corazón de Jesús.

No se agota nunca, ni se agotará jamás.

De esta plenitud todos recibimos gracia sobre gracia. Sólo es necesario que se dilate la medida de nuestro corazón, nuestra disponibilidad para sacar de esa sobreabundancia de amor.

Precisamente para esto nos unimos al Corazón de María. 13 de julio, 1986
Corazón de Jesús deseo de los eternos collados

A lo largo de estos domingos, cuando nos congregamos para la plegaria del mediodía, rezamos las letanías del Sagrado Corazón en unión particular con la Madre de Jesús.

El Angelus dominical es, en efecto, nuestra cita de oración con María. Junto con Ella recordamos la Anunciación, que fue ciertamente un acontecimiento decisivo en su vida.

Y he aquí que, en el centro de este acontecimiento, descubrimos el Corazón. Se trata del amor del Hijo de Dios, que desde el momento de la Encarnación comienza a desarrollarse bajo el Corazón de la Madre junto con el Corazón humano de su Hijo.

2. ¿Es este Corazón “deseo” del mundo?

Mirando el mundo tal como visiblemente nos rodea, debemos constatar con San Juan que está sometido a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16).

Y este “mundo” parece estar lejos del deseo del Corazón de Jesús. No comparte sus deseos. Permanece extraño y, a veces, respecto a Él.

Este es el “mundo”, del que el Concilio dice que está “esclavizado bajo la servidumbre del pecado” (Gaudiurn et Spes, 2). Y lo dice de acuerdo con toda la revelación, con la Sagrada Escritura y con la Tradición (e incluso, digamos también, con nuestra experiencia humana).

3. Sin embargo, contemporáneamente, el mismo “mundo” ha sido llamado a la existencia por amor del Creador, y este amor le mantiene constantemente en la existencia. Se trata del mundo como el conjunto de las creaturas visibles e invisibles, y en particular “la entera familia humana” con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive” (Gaudium et Spes, 2).

Es el mundo que, precisamente a causa de la “servidumbre del pecado”, ha sido sometido a la caducidad- como enseña San Pablo- y, por ello, gime y siente dolores de parto, esperando con impaciencia la manifestación de los hijos de Dios, porque sólo por este camino se puede liberar realmente de la esclavitud de la corrupción, para participar de la libertad y de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rm. 8,19- 22).

4. Este mundo- a pesar del pecado y la triple concupiscencia- está orientado al amor, que llena el Corazón humano del Hijo de María.
Y por ello, uniéndonos a Ella, pedimos: Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados, lleva a los corazones humanos, acerca a nuestro tiempo esa liberación que está en el Evangelio, en tu cruz y resurrección: ¡Que está en tu Corazón! 20 de julio, 1986.

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