sábado, 1 de febrero de 2014

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización
PRIMERA PARTE: Consideraciones generales 3

Capítulo I En la actual providencia Dios quiere ser glorificado por medio de la divinización del hombre 3
§ 1. Dios ha hecho todo para su gloria, la cual quiere conseguir principalmente haciendo felices a las criaturas racionales y comunicándose a ellas. 3
§ 2. Naturaleza de esa felicidad: la felicidad misma de Dios, o el orden sobrenatural. 3 §
3. Declárase qué sea el orden sobrenatural. 4
§ 4. El plan sobrenatubal, pues, del hombre es su divinización, la cual no debe confundiese con el panteísmo. 4
§ 5. Obligación que tiene el hombre de alcanzar su fin. Medio 1.°: la gracia, principio y medida de nuestra divinización. 4
§ 6. Medio 2°: la gloria, coronamiento de nuestra divinización. 5
§ 7. En que se confirma por la escritura y santos padres que la gracia nos diviniza. 5
§ 8. Precísase y resúmese la doctrina de nuestra divinización por medio de la gracia y de la gloria. 5
§ 9. Insístese en la realidad de nuestra divinización. 6
§ 10. Nuestra deificación consiste principalmente en la posesión de la persona misma del Espíritu Santo. 6
§ 11. Resumen. 6

Capítulo II: Dios quiere ser glorificado por Jesucristo 7
§ 1. El verbo Encarnado, mediador entre Dios y los hombres en orden a la realización de los planes del eterno sobre la humanidad. 7
§ 2. El verbo Encarnado fin de toda la creación. 7
§ 3. Jesucristo causa de armoniosa unidad en la naturaleza, y, por ende, de perfección y felicidad. 8
§ 4. Explánase más a la larga que cristo es nuestro fin perfeccionador. 8
§ 5. Jesucristo es, por voluntad de Dios padre, nuestro fin, para que le glorifiquemos glorificando a su Hijo. 8
§ 6. Las humillaciones y la cruz fueron los preámbulos obligados del glorioso reinado de Cristo. 8
§ 7. Resumen: Conclusión del Concilio provincial del Puy, celebrado el año 1873.

Capítulo III: La adopción divina, forma general de nuestra divinización 9
§1. Doble aspecto de nuestra divinización: la adopción divina y la incorporación en Jesucristo. 9
§ 2. La adopción divina efecto de la liberalidad de Dios 10
§ 3. Esclavitud y filiación. 10
§ 4. El hombre de la naturaleza y el hombre de la gracia. 11
§ 5. Razón de los privilegios del hombre de la gracia. 11
§ 6.Diferencia entre la adopción divina y la humana. 12
§ 7. Elementos de la adopción divina. 12 § 8. Consecuencias prácticas de la verdad de nuestra adopción divina. 12

Capítulo IV: LA INCORPORACIÓN EN JESUCRISTO, FORMA PARTICULAR DE NUESTRA DIVINIZACIÓN. 13
§ 1. En la actual providencia Dios quiere que nuestra divinización se obre por Jesucristo. 13
§ 2. Realízase nuestra deificación por medio de la incorporación en Cristo. 13
§ 3. Ilústrase, con la comparación del cuerpo humano, la verdad en el párrafo precedente asentada. 13
§ 4. ¿Por qué se atribuyen a Cristo las funciones de cabeza y a los fieles las de miembros del cuerpo místico que con él forman? 14
§ 5. En que se declara qué quiere decir Cuerpo Místico de Jesucristo. 14
§ 6. Cómo se pierde la vida divina, o la incorporación en Cristo. 14
§ 7. Diferencia entre las sociedades humanas y el Cuerpo Místico de Jesucristo. 15
§ 8. Importancia de la doctrina del Cuerpo Místico en las enseñanzas de San Pablo. 15
§ 9. Conclusiones de la doctrina expuesta: 1. la jerarquía de funciones en el Cuerpo Místico. 16
§ 10. Conclusiones: 2. obrar de una manera digna del cuerpo cuyos miembros somos. 16

Capítulo V: NUESTRA DIVINIZACIÓN ES LA OBRA PROPIA DEL CORAZÓN DE JESÚS 16
§ 1. Nuestra deificación es un hecho comprobado e indubitable. 16
§ 2. ¿Somos hechos partícipes de la divina naturaleza por el Corazón de Jesús? 17
§ 3. ¿Quién es Jesucristo? 17
§ 4. ¿Por cuál de sus dos naturalezas nos salvó Jesucristo? 17
§ 5. Jesucristo sacerdote por excelencia, soberano pontífice de la humanidad. 18
§ 6.¿En qué sentido se atribuye nuestra santificación al Corazón de Jesús? 18
§ 7. ¿Por qué decir «Corazón de Jesús», y no «Jesucristo»? 18
§ 8. El Corazón de Jesús principio inmediato de mi santificación. 19
§ 9. Plan de la segunda y tercera parte. 19

El Corazón de Jesús obra nuestra divinización

PRIMERA PARTE: Consideraciones generales

Capítulo I En la actual providencia Dios quiere ser glorificado por medio de la divinización del hombre
§1. Dios ha hecho todo para su gloria, la cual quiere conseguir principalmente haciendo felices a las criaturas racionales y comunicándose a ellas.
§ 2. Naturaleza de esa felicidad: la felicidad misma de Dios, o el orden sobrenatural.
§ 3. Declárase qué sea el orden sobrenatural. El orden es la acomodación de los medios a un fin determinado, y sus elementos son el fin y los medios. El fin sobrenatural consiste en la comunicación que Dios hace de su propia felicidad.
§ 4. El plan sobrenatural del hombre es su di¬vinización, la cual no debe confundiese con el panteísmo.
§ 5. Medio 1° para alcanzar el fin: la gracia, principio y medida de nuestra divinización. La gracia es la semilla de la gloria; una y otra están compuestas de los mismos elementos; mas éstos, imperfectos en la primera, llegan a su perfección en la segunda. La unión con Dios por la gloria encierra la clara visión de Dios por su propia luz, la unión con Dios por medio de su mismo amor, y, en fin, el goce de la felicidad propia de Dios. También en la gracia encontraremos estos tres géneros de unión: por la fe nos hará conocer a Dios con su propia luz; por la caridad nos hará amarle con su propio amor, y por la esperanza nos hará tender a la felicidad de Dios.
§ 6. Medio 2°: la gloria, coronamiento de nuestra divinización. Los actos de las virtudes teologales, que son las principales formas de la gracia, no difieren de los actos por los cuales el alma bienaventurada goza de la gloria, sino en cuanto los primeros tienen como ausente el objeto que los segundos tienen presente.
§ 7. En que se confirma por la escritura y santos padres que la gracia nos diviniza. El justo de la tierra, como el bienaventurado del cielo, es en realidad un ser divinizado, y su divinización es tan real y cierta, que los Santos Doctores se apoyan en ella para demostrar la divinidad del Espíritu Santo, que es su autor.
§ 8. Precísase y resúmese la doctrina de nuestra divinización por medio de la gracia y de la gloria. La vida sobrenatural es una vida verda¬deramente divina. Conserva en toda su integridad su ser, su personalidad, sus propias facultades; mas añádense a ellas las virtudes, que son como ciertas facultades sobrenaturales; con estas virtudes se une Dios mismo substancialmente al cristiano y hácele verdaderamente participante de su naturaleza. Hay en la gracia como en la gloria, algo creado y algo increado. Así como en el cielo las almas bienaventuradas, iluminadas por los res¬plandores del Verbo de Dios, reciben en sí mismas una claridad que las hace semejantes a este divino sol y capaces de unirse a Él; así en la tierra, el alma, unida por la gracia al Espíritu Santo, recibe en sí misma, ya por movimientos pasajeros, ya por cualidades permanentes, el influjo del Divino Espíritu. Mas, así como en el cielo el lumen gloriae no impide que la unión del alma con el Verbo de Dios sea inmediata, así, en la tierra, la gracia crea¬da no impide que el alma se una inmediatamente al Espíritu Santo.
§ 10. Nuestra deificación consiste principalmente en la posesión de la persona misma del Espíritu Santo.

Capítulo II: Dios quiere ser glorificado por Jesucristo
§ 1. El verbo Encarnado, mediador entre Dios y los hombres en orden a la realización de los planes del eterno sobre la humanidad.
§ 2. El verbo Encarnado fin de toda la creación. En el plan que tenía Dios, dice Santo Tomás, de elevar las cosas creadas a su más alto grado de perfección, nada más sabio y atinado podía ocurrírsele que unir el Verbo de Dios, principio de todo, a la naturaleza humana, última criatura en la obra de los seis días, a fin de componer un Hombre-Dios en quien y a quien todo se reduce.
§ 3. Jesucristo causa de armoniosa unidad en la naturaleza, y, por ende, de perfección y felicidad. El Corazón de Jesucristo es la solución de todos los enigmas, que sin Él hubieran sido insolubles.
§ 5. Jesucristo es, por voluntad de Dios padre, nuestro fin, para que le glorifiquemos glorificando a su Hijo.

Capítulo III: La adopción divina, forma general de nuestra divinización
§1. Doble aspecto de nuestra divinización: la adopción divina y la incorporación en Jesucristo.
§ 3. Esclavitud y filiación. La forma común que reviste esencialmente la divinización de los espíritus creados es la adopción divina. «A cuantos la recibieron, dice San Juan, les dio poder de ser hechos hijos de Dios; los cuales son nacidos, no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios». El esclavo es extraño a la familia del señor.
§ 4. El hombre de la naturaleza y el hombre de la gracia. Tal es el hijo y tal el esclavo. Ahora bien, la diferencia que separa el uno del otro es precisamente la que distingue el orden natural del sobrenatural, el hombre de la naturaleza, del hombre de la gra¬cia.
§ 5. Razón de los privilegios del hombre de la gracia. Lesio: «Así, pues, como Jesucristo es Hijo de Dios en cuanto recibe del Padre la naturaleza divina por la unión hipostática, así el cristiano es con toda razón llamado hijo de Dios, porque recibe esa misma naturaleza por la unión de la gracia. Hay, sin embargo de eso, gran diferencia entre estas tres maneras de poseer la vida divina: el Verbo divino la ha recibido de tal manera que ella le pertenece esencialmente y por identidad; la hu¬manidad de Jesucristo, por la unión hipostática, la posee substancialmente; pero no se une a las almas justas sino por una unión accidental, la unión de la gracia santificante. »Esta gracia no es, pues, la forma principal que nos hace hijos de Dios, sino la divinidad misma que se nos comunica.
§ 7. Elementos de la adopción divina. Cornelio a Lapide: «Nuestra justificación y nuestra adopción consisten totalmente en la caridad y en la gracia inherentes al alma, las cuales encierran en sí mismas y llevan consigo al Espíritu Santo, autor de la gracia y de la caridad. No se puede, en efecto, separar del Espíritu Santo la gracia de adopción, ni el Espíritu Santo que nos adopta, de la gracia por la cual somos adoptados: de la misma manera que el rayo de luz no puede separarse del sol, ni el sol del rayo de luz, y como tampoco en éste puede separarse la luz del calor, ni el calor de la luz. El Apóstol nos muestra la unión de todas las cosas cuando nos dice que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». § 8. Consecuencias prácticas de la verdad de nuestra adopción divina. «¡Vosotros sois hijos de Dios! ¡Acordaos de vuestra dignidad!

Capítulo IV: LA INCORPORACIÓN EN JESUCRISTO, FORMA PARTICULAR DE NUESTRA DIVINIZACIÓN.
§ 1. En la actual providencia Dios quiere que nuestra divinización se obre por Jesucristo.
§ 2. Realízase nuestra deificación por medio de la incorporación en Cristo. Jesucristo, Cabeza de los cristianos; los cristia¬nos, miembros de Jesucristo.
§ 3. Ilústrase, con la comparación del cuerpo humano, la verdad en el párrafo precedente asentada. El principio de esa vida en nosotros es el alma racional. San Agustín. Lo que nuestro espíritu, esto es, nuestra alma es para nuestros miembros, eso es el Espíritu Santo para los miembros de Jesucristo y para el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia.
§ 4. ¿Por qué se atribuyen a Cristo las funciones de cabeza y a los fieles las de miembros del cuerpo místico que con él forman? La cabeza es, pues, para todos los otros miembros, centro de sentimiento y principio de movi¬miento.
§ 5. En que se declara qué quiere decir Cuerpo Místico de Jesucristo. Jesucristo es muy realmente la cabeza mística cuyos miembros somos nosotros. En el cuerpo místico de Jesucristo hay tan¬tas substancias y personas como miembros. Pero éstos viven todos de una sola y misma vida; y por el Espíritu Santo, principio de ella, están entre sí más estrecha e indisolublemente unidos que los miembros del cuerpo.
§ 6. Cómo se pierde la vida divina, o la incorporación en Cristo.No todo pecado separa de ese modo al cristiano del cuerpo de Jesucristo. Un miembro puede estar enfermo; puede también estar paralizado y permanecer, con todo, unido al cuerpo. Así, el miembro de Jesucristo puede ser atacado de la enfermedad del pecado venial; puede también ser privado, por el pecado mortal, de la vida de la gracia, y sin embargo pertencer aún a esa divina Cabeza. Dos la¬zos nos unen a ella: el de la fe, que nos hace cristianos, y el de la caridad, que nos hace santos. Si estos dos lazos se rompieran, no tendríamos ningún medio de salvación; pero, aun cuando hubiéramos tenido la desgracia de perder con la caridad la salud y vida sobrenatural, el cuerpo del Salvador, al cual permanecemos unidos por la fe, nos proveería de medios poderosos para recobrar estos bienes inestimables. No hay que desesperar de la salud de un miembro que está aún unido al cuerpo; pero el que ha sido cortado, no es susceptible ni de cu¬ración, ni de remedio».
§ 7. Diferencia entre las sociedades humanas y el Cuerpo Místico de Jesucristo. En el cuerpo de Jesucristo los miembros que, como hombres, tienen cada uno su vida propia, no tienen, como cristianos, sino una sola y misma vida: la vida de Jesucristo, y por cierto su vida sobrenatural, o sea la que resulta de la unión de su alma con el Espíritu de Dios, no la que es efecto de la unión de su alma con su cuerpo. Comunicándonos realmente su Espíritu, hácenos participantes de su gracia.
§ 8. Importancia de la doctrina del Cuerpo Místico en las enseñanzas de San Pablo. Jesucristo ha resucitado, luego todos nosotros resucitaremos. Dicen los Santos Padres, Jesucristo, según San Pablo, es nuestra Cabeza, nos¬otros sus miembros; nosotros formamos, pues, un solo cuerpo; ahora bien, este cuerpo resucitado ha de ser vivo y perfecto; luego es conveniente que, donde está la Cabeza, estén también los miembros. No pudiendo los miembros estar separados de la Cabeza, si nosotros no hemos de resucitar, tam¬poco Jesucristo ha resucitado; y si Jesucristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. San Pablo hace, pues, de la verdad de nuestra incorporación en Nuestro Señor la base del edificio religioso, el apoyo de nuestra fe, la prenda de nuestra esperanza.
§ 9. Conclusiones de la doctrina expuesta: 1. la jerarquía de funciones en el Cuerpo Místico. San Pablo, en la epístola a los Efesios, en la que explica la incorporación en Jesucristo, saca dos conclusiones im¬portantísimas. La primera es que no podemos tener todos el mismo oficio y por consiguiente la misma repartición de gracias. ¿Cuál es el origen, la causa de esas diferentes vocaciones, de esa distribución desigual de gracias? Advierte Santo Tomás, la causa primera de la diversidad viene de Dios, el cual da diferentemente los dones de su gracia, a fin de que de esta diversidad de grados nazca la belleza de la Iglesia; de la misma manera que, en la naturaleza, ha esta¬blecido diversos grados en la perfección de los se¬res, para que el todo sea perfecto.
§ 10. Conclusiones: 2. obrar de una manera digna del cuerpo cuyos miembros somos. La segunda conclusión que saca San Pablo es que, por ser miembros de Jesu¬cristo, debemos mostrarnos dignos del cuerpo cu¬yas partes somos. ¿No sa¬béis que vuestros cuerpos son los miembros de Jesucristo?.

Capítulo V: NUESTRA DIVINIZACIÓN ES LA OBRA PROPIA DEL CORAZÓN DE JESÚS
§ 1. Nuestra deificación es un hecho comprobado e indubitable. La fe nos injerta en Cristo, tallo de Dios; el bautismo nos comunica su savia, los sacramentos nos bañan con su rocío, la palabra divina nos envía su luz, la gracia nos mece con su brisa, la Iglesia nos cul¬tiva con sus manos.
§ 2. ¿Somos hechos partícipes de la divina naturaleza por el Corazón de Jesús? Nuestra divinización es, pues, un hecho compro¬bado e indubitable. Preguntémonos si el cristiano puede tener el consuelo de decir que su deificación es obra del Corazón de Jesús; si tiene derecho a decir del Corazón de Jesús lo que San Pedro aplica simplemente a Jesucristo: «Por Él hemos sido hechos participantes de la naturaleza di¬vina»
§ 3. ¿Quién es Jesucristo? «Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos». Pues todos saben que, en la persona del Divino Salvador, hay dos naturalezas, y que, Dios como su Padre, por su naturaleza divina, es, por la humana, hombre como nosotros. Pero, si todos saben esto, no todos lo entienden igualmente. La humanidad de Jesucristo es absolutamente de la misma naturaleza que la nuestra; porque nos dice San Pablo: «al hacerse nuestro hermano, se hizo semejante a nosotros en todas las cosas, excepto el pecado». Su naturaleza humana es como la nuestra, compuesta de alma y cuerpo unidos substancialmente; en Él, como en nosotros, el alma vivifica el cuerpo, lo mueve, lo gobierna con una perfecta libertad. La persona del Verbo de Dios diviniza esta natura¬leza humana, no obrando en ella, sino comunicán¬dola su propia substancia. Jesucristo-Hombre es Dios, porque su humani¬dad subsiste divinamente; pero sus potencias hu¬manas son tan libres en sus acciones, como si fuera simplemente hombre.
§ 4. ¿Por cuál de sus dos naturalezas nos salvó Jesucristo? Las dos contribuyeron a esta obra, aunque de diferente manera. Tres condiciones eran necesarias para asegurar nuestra salvación: que nuestras faltas fueran ex¬piadas, que se nos obtuviera la gracia y que la gracia fuera derramada en nuestras almas. La hu¬manidad del Salvador cumplió las tres condiciones: como hombre expió nuestras faltas; como hombre nos mereció y comunicó la gracia; pero a cada una de estas tres condiciones la divinidad une el precio infinito, sin el cual hubieran sido absolutamente ineficaces. «Su humanidad nos santifica, dice Santo Tomás, pero ella recibe de la divinidad la virtud de obrar nuestra santificación». Los Santos Doctores explican en ese sentido el nombre de Cristo, que el Hijo de Dios quiso tomar al mismo tiempo que el de Jesús. Este se refiere más especialmente a la primera condición de nues¬tra salvación, a la expiación de nuestras faltas; el nombre de Cristo tiene una relación más directa con la tercera condición, es decir, con la santificación de nuestras almas. En efecto, Cristo significa ungido; el aceite de la unción es el símbolo de la gracia del Espíritu Santo. § 6.¿En qué sentido se atribuye nuestra santificación al Corazón de Jesús? Sabemos muy bien que el Corazón de Jesús, por su unión con la divinidad, posee la virtud de santificarnos; así que no excluímos de esta obra la divinidad de Jesucristo, pero nuestro pensamiento se va directamente a su humanidad.
§ 7. ¿Por qué decir «Corazón de Jesús», y no «Jesucristo»? A este Divino Nombre, que les representa la persona entera, gustan de añadir el apelativo especial de Corazón, con el fin de fijar mejor sus pensamientos. Jesucristo es el Salvador misericordioso, pero también el Dios Altísimo, el Señor todopoderoso, el Juez terrible. Cuando digo el Corazón de Jesús, veo al Salvador, si es posible, más cerca de mí; miro en El la manera con que quiere unirse a mí y cómo me invita a unirme a Él. Descubro en Él el principio inmediato de mi santificación.
§ 8. El Corazón de Jesús principio inmediato de mi santificación. El Hombre-Dios tenía, como nosotros, movimientos naturales y necesarios, y actos libres. ¿Por cuál de esas potencias ha sido nuestro Salvador? ¿Nos ha rescatado necesaria o libremente? ¿Obra aún nuestra santificación necesaria o li¬bremente? El Corazón de Jesús es, en verdad, el hogar de la vida divina; el centro del mundo sobrenatural; y dado que el mundo natural no haya sido creado y no exista sino con miras al orden divino, el Corazón de Jesús, principio de todos los movimientos y de toda la armonía de este orden, es en un sentido muy verdadero el centro de la creación.
§ 9. Plan de la segunda y tercera parte. Podremos mostrar a las almas cristianas que el Corazón de Jesús es la fuente de la vida divina que circula en nuestras venas; que lo es por la Encarnación, por la Redención, por la gracia, por los sacramentos, por la justificación, por el mérito, por la gracia actual; en una palabra, por todos los medios divinos que, como otros tantos canales, nos comunican la vida divina y nos deifican. Creemos que ningún estudio es más apto que éste para hacernos considerar en su verdadero pun¬to de vista la devoción al Corazón de Jesús, hacer¬nos barruntar su incomparable excelencia y saborear su inefable dulzura.

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