viernes, 21 de noviembre de 2014

“Las esperanzas de la Iglesia” - P. Ramière S.J.: Plan de la obra

Sesión 1.- El plan de la obra: leyes de la providencia; tendencias sociales;  y profecías y revelaciones privadas LAS ESPERANZAS DE LA IGLESIA

El plan de la obra.

Es una expresión del  anhelo que tenía el P. Ramière S.J. del reinado de Jesucristo no sólo en los individuos sino en las sociedades, y especialmente en la sociedad civil.

Según San Pablo el Señor quiere que todos los hombres se salven y que, para ello, vengan al conocimiento de la verdad, y el Señor mismo encarga a los apóstoles que prediquen, por sí y por sus sucesores, el Evangelio a toda criatura, claro que con el fin de que todos crean y por la fe sean salvos.

Las Esperanzas de la Iglesia son precisamente una manifestación del optimismo con que el P. Ramière S.J. miraba la consecución de este ideal.

Objeto y Fundamento de esas "esperanzas de la Iglesia".

a) El objeto de las esperanzas de la Iglesia es su triunfo en este mundo; una reconciliación de la sociedad civil con la Iglesia. Esto espera el P. Ramière S.J. después de fijarse en la expresión de esta esperanza por Pío IX tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.

En cuanto al alcance y al tiempo en que esto sucederá, dice el P. Ramière S.J. que no estamos en disposición de resolver estas cuestiones con certeza"

El Padre Ramière no espera un período de milenarismo, ni material, ni meramente espiritual (o metafórico); sino simplemente una real manifestación de la verdad y santidad de la Iglesia en el mundo.

b} El fundamento de esas esperanzas consiste en las mismas leyes providenciales por las que Dios rige al mundo; en las tendencias e ideales de los espíritus y de las sociedades; y en las promesas explícitas de Dios, formuladas ya en el Antiguo ya en el Nuevo Testamento, y en otras hechas a los Santos y autorizadas por la Iglesia, que las ha examinado y aprobado.


1.ª Parte: Leyes Providenciales

Dios ha creado el mundo, lo conserva y lo gobierna para su propia gloria, que obtiene mediante la comunicación de su bien a todos los seres y, en concreto, al hombre, que consiste en su divinización, mediante la transformación de la gracia de Cristo, que comunica al hombre la vida del Señor Jesús, y florece al fin en la consumada, perfecta y dichosa vida de la patria eterna.

Por lo que a las sociedades como tales concierne, estima el Padre Ramière, y con razón, que también tienen como fin la divina glorificación.

Esta sólida y prudente teología de las sociedades, tan manifiesta en la Historia Sagrada, apoyada en las tres verdades indiscutibles:

Þ      que las naciones, como tales, tienen una finalidad señalada por Dios, que es la divina glorificación;
Þ      que esa divina glorificación se realiza en el tiempo, pues sólo en el tiempo existen las colectividades terrestres;
Þ      que la sanción correspondiente a la conducta colectiva no puede darse sino en este mundo; excluye el sueño de una pervivencia de la sociedad como tal en la existencia gloriosa de la patria eterna y en una vida colectiva ultraterrena.

Los pueblos como tales han de glorificar también a Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan, reconociendo su realeza suprema y absoluta y sometiéndose amorosamente a sus santas y saludables leyes.

Ese reino de Jesucristo en cada individuo y en la sociedad se ha de establecer por medio de la Iglesia.

La consumación del reinado de Jesucristo en el mundo se alcanza cuando la Sociedad Civil se organiza cristianamente.

2.a Parte: Tendencias de los espíritus y de las sociedades.

En la segunda parte el Padre Ramière examina las tendencias o aspiraciones de los espíritus, de la sociedad civil de su tiempo y de la misma Iglesia. Cuanto a las primeras, las reduce a una fundamental, la de garantizar el respeto a la dignidad humana, y a varias otras que tienen por objeto las diversas libertades en que esa dignidad se concreta: de religión y de conciencia, de pensamiento, de acción política, de asociación, de expresión; y asimismo la igualdad y la fraternidad. Trío: libertad, igualdad y fraternidad, en cuyo nombre se hizo la gran revolución francesa.

3.a Parte: Las promesas divinas.

Profecías del Antiguo y Nuevo Testamento

En la tercera parte examina los más decisivos fundamentos de las esperanzas de la Iglesia: las promesas de Dios expresadas: unas, en los hechos del Antiguo y del Nuevo Testamento, otras en los oráculos de los profetas; otras, en las comunicaciones a los Santos de la ley nueva.

Esas profecías son la expresada en el Génesis, 3, 15, sobre la victoria contra la serpiente, las promesas hechas a los patriarcas sobre el nacimiento del Salvador del mundo y sobre las bendiciones que derramará sobre todas las naciones, explicadas por los salmos, por Isaías y otros profetas, por Daniel y por San Juan.

A la luz de aquel gran principio de hermenéutica: "las palabras de los Sagrados libros deben ser entendidas en su sentido obvio y natural, siempre que ese sentido no sea contrario a otra proposición más clara de las mismas Escrituras, a la tradición eclesiástica o al testimonio manifiesto de la razón".

Señales para esperar: profecías de santos, la devoción al Corazón de Jesús y la formulación de la esperanza en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.

a) las profecías de Santa Hildegarda que considera preludio de las bendiciones derivadas de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

b) Los tiempos actuales, desde el siglo XVIII en adelante, se caracterizan por la llamada del Espíritu Santo a la vida interior sobrenatural de incorporación a Jesucristo; y es precisamente la devoción al Sagrado Corazón de Jesús el medio providencial sugerido por Él mismo y tan recomendado por la Santa Iglesia, para progresar en ese conocimiento de lo más íntimo y bello de Jesucristo y en el consiguiente amor.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, bien entendida, no es una práctica particular de devoción. Es la religión entera.

Las seguridades de redención que esta preciosa devoción nos ofrece, son un especial argumento en favor de las esperanzas de la Iglesia.

c) La definición del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María es para el Padre Ramière un decisivo argumento en favor de sus esperanzas. Lo es, en primer lugar, porque así lo proclama el Papa en la bula "Inneffabilis Deus".

Después, porque cree natural que la maternidad de María respecto del cuerpo místico de Jesucristo ha de traducirse en una especial eficacia santificadora de todos sus miembros.

Y finalmente porque estima que el dogma de la Inmaculada Concepción de María armoniza en el hombre moderno su aspiración a lo perfecto con la conciencia de su real miseria.

Pío IX "Nos esforzamos con certísima esperanza y firme confianza en creer que la beatísima Virgen... querrá lograr con su patrocinio que la Santa Madre Iglesia Católica, superadas todas las dificultades y disipados todos los errores, en todas partes y entre todas las gentes, de día en día más se robustezca, florezca y reine "de mar a mar, y desde el río hasta los confines del orbe", disfrute de plena paz, tranquilidad y libertad, a fin de que los reos obtengan perdón, los enfermos salud, los débiles fortaleza, los afligidos consolación, los necesitados auxilio, y todos los equivocados, desvanecidas las tinieblas de su mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia, y se forme un solo redil bajo el único Pastor".

El Padre Ramière espera que pronto llegará la hora de esa divinización del mundo, hecha visible en el reinado social de Jesucristo..

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