El P.
Ramière S.J recuerda que los
profetas han indicado dos grandes
señales que han de preceder a
acompañar el cumplimiento de esas predicciones. Primera,
la paz de la Iglesia; y segunda, a santidad.
También señalan el tiempo en que esto sucederá: cuando los hijos de Israel se volviesen
al Señor y reconociesen por su Dios a Jesús
Falta conocer sus circunstancias y aprender o de los
santos profetas, o de otros escritores inspirados, cuáles deben ser la
naturaleza, extensión, prerrogativas del triunfo que nos permiten esperar para
nuestra Madre.
1. — Primera prerrogativa: la paz de la Iglesia
La primera de las prerrogativas que todos los
profetas concuerdan en atribuirle es la
paz, una paz universal,
completa, durable, una perfecta seguridad.
1.1.- Las palabras de los profetas.
Isaías dice que, cuando
la montaña de Sión cubra la tierra entera y, de su cumbre, la palabra divina se derrame como un río
sobre el universo, los pueblos,
instruidos por ella en sus verdaderos intereses, trocarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, que ya no
se verá a las naciones desenvainar la espada contra las naciones y gastar
en preparativos de guerra la mejor parte de sus fuerzas (Is 2, 4).
El profeta Miqueas muestra
la montaña de Sión elevada por
encima de todas las montañas y dominando todas las colinas, hace ver a todos los pueblos corriendo a
ella, animándose a escuchar sus
palabras y a caminar por los
senderos de su ley; finalmente representa su autoridad acabando con las
diferencias de los pueblos, adueñándose de su ardor bélico e induciéndoles a cambiar sus espadas en
arados y sus lanzas en almocafres. No sólo ya no combatirán las naciones contra las naciones, sino que ya no se
enseñará el arte militar. Cada
hombre podrá sentarse tranquilamente
a la sombra de su higuera y de su viña, sin que nadie vaya a molestarle, porque la palabra de Dios se ha dejado oír
(Mich 4, 1-3).
Los demás profetas también describen la paz que ha de acompañar
al completo triunfo del Rey Salvador; "Florecerá en su tiempo la justicia, y suma paz hasta que se apague la luna", dice David (Ps 71, 7). "Venid, contemplad los prodigios del Señor,
qué de maravillas hizo sobre la tierra. Él
aleja las guerras de los confines de la tierra, hace trizas los arcos y rompe las lanzas, echa al fuego las
rodelas. Basta ya: reconoced que yo soy
Dios. Que domino entre los gentiles y domino en la tierra." (Ps
45, 9-11) "Quitaré,
dice Oseas, de su boca los nombres de los Baales, para que no vuelvan nunca a mencionarlos por sus
nombres. En aquel día haré en favor de ellos concierto con las bestias
del campo, con las aves del cielo y
con los reptiles de la tierra, y
quebraré en la tierra arco, espada y
guerra, y haré que reposen seguros."
(Os
2, 19-20) "Alégrate con alegría grande, hija de Sión",
exclama Zacarías, fuera de sí al
contemplar ese espectáculo encantador. "Salta de júbilo hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey. Justo
y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará
los carros de guerra de Efraín y los caballos de Jerusalén, y será roto el arco
de guerra, y promulgará a las gentes la paz, y será de mar a mar su señorío, y
desde el río hasta los confines de la tierra." (Zac 9, 9-10).
1.2.- Las palabras de los profetas deben
entenderse en su sentido obvio.
La gran regla de la interpretación de las
Sagradas Escrituras es la de entenderlas en su sentido natural y obvio,
mientras éste no sea contrario a verdades ciertamente establecidas. ¿Tienen dos sentidos las profecías citadas?
Cuando anuncian una paz que se ha de
extender hasta los confines de la tierra,
una seguridad tan perfecta que se quebrantarán las armas guerreras y que
se pondrá fin a los combates, ¿no nos hablan con bastante claridad?
Para rechazar esta interpretación, única
natural, se ve uno obligado, dice el
P. Ramière S.J. se ve uno obligado, a demostrar que está en contradicción con alguna verdad cierta, o
de razón, o de fe. En efecto, la naturaleza humana está de tal modo formada que
no puede prestarse a ese acuerdo perfecto de ideas, de intereses, de
tendencias, única base posible de una paz universal. Pero, los profetas tienen buen
cuidado de advertirnos que dicha paz será un milagro de la diestra del
Altísimo
1.3.- Explicaciones que entiende el P. Ramière S.J. que se
apartan del sentido obvio
1.3.1.- Refutación de Tertuliano.
La primera interpretación es la de Tertuliano, según la cual Jesucristo ha establecido en este mundo la
paz, en cuanto ha condenado toda
guerra. Esta opinión, dice el P.
Ramière S.J, que es manifiestamente contraria
a la tradición cristiana y al derecho natural, y que tiene además el inconveniente de no poder adaptarse al texto inspirado, el cual no promete al reino del Mesías una paz de derecho,
sino una paz de hecho.
El P. Ramière S.J., en base a esta observación considera también falsas las interpretaciones
de Cornelio Alápide, Ribera, y Gaspar Sánchez. Según los dos primeros, el Salvador ha establecido la paz en cuanto que las guerras no son el fruto de su doctrina; el tercero añade que esta doctrina conduce, por el contrario, a los hombres a vivir en paz y a sofocar las
causas de disensiones. La cuestión
consiste en saber si, hasta dicho día, habrá
tenido suficiente poder sobre los hombres para hacer cesar sus luchas e
inducirles a consagrar a las artes útiles de la paz las fuerzas que hubieron
gastado ante las guerras. Eso es
precisamente lo que los profetas nos anuncian; ese dichoso estado de cosas
no es aún conocido en la tierra, luego se debe considerar que esas profecías no se han cumplido todavía.
1.3.2.- Refutación de Orosio, discípulo de san Agustín
y de san Jerónimo.
Dice Orosio, que las
guerras se han hecho más raras y
menos mortíferas, desde la venida de
Jesucristo, y eso precisamente quisieron decir los profetas cuando
anunciaron la paz universal. Negamos
primeramente, dice el P. Ramière S.J., que
la paz universal y la menor frecuencia de las guerras sean lo mismo. Si Orosio hubiese vivido después del invento de la pólvora y de
esas máquinas guerreras cada vez más mortíferas, si hubiese visto suceder a la invasión de los bárbaros, las guerras con los pueblos del Norte, a éstas las cruzadas, a éstas las guerras de religión,
a éstas las guerras dinásticas, a
éstas las convulsiones revolucionarias,
¿se hubiera atrevido a afirmar como un
hecho evidente que las guerras se han hecho menos frecuentes y menos mortíferas
después de Jesucristo? Esta explicación propuesta por Orosio no es admisible sino
en un sentido y es que las guerras
no pueden dejar de ser más raras a medida que la sociedad humana se someta con
más docilidad al influjo de la religión de Jesucristo.
1.3.3.- Refútase la
opinión de los que refieren los textos proféticos a una paz anterior a los
tiempos mesiánicos
Hay otros intérpretes que convienen en buscar esta paz en los tiempos anteriores a su venida; y así, algunos de ellos suponen que se trata de la paz disfrutada por el pueblo de Dios en el reinado de Ezequías y de la cual se
habla en el segundo libro de los
Paralipómenos (2 Paral 32, 22).
Esta opinión no supera
el examen; primeramente porque la paz de Ezequías se limitó al reino de Judá y estuvo muy lejos de extenderse a toda la tierra; en segundo lugar, porque fue de muy
corta duración y no hizo que las
naciones dejasen de forjar armas y
ejercitar el arte militar; en tercer
lugar, porque el profeta Miqueas,
que vivía en tiempo del rey Ezequías,
anuncia dicha paz como prometida a la
tierra para lo porvenir, en vez de describirla como realizada en su tiempo;
en cuarto lugar, porque algunos otros
profetas que la predicen vivieron después de Ezequías; finalmente, porque nada es más claro que la conexión de esta
paz con el reinado del rey Mesías.
San Jerónimo consideraba que esta paz del Mesías es la
gran paz de que disfrutó el mundo a la venida misma del Salvador, cuando Augusto cerró solemnemente el templo de
Jano. Los doctores más recientes la han
rechazado casi unánimemente, sea
porque la paz de Augusto no tuvo la universalidad y estabilidad prometida
a la paz del Mesías, sea porque no fue en modo alguno el fruto del
advenimiento y de la doctrina de ese Rey Salvador, como la paz de que hablan los profetas.
1.3.4.- Refútase la interpretación alegórica de las
palabras de los profetas.
El P. Ramière S.J,
considera varias interpretaciones alegóricas de estas profecías. Así, cita a
Gelatino que transporta al cielo la paz
cuyo principio debe ser para nosotros el Mesías. Otra interpretación,
basada en la autoridad de San Basilio,
que entiende esa paz por la pacificación
de las almas y su reconciliación con Dios.
Dice el P. Ramière
S.J. que estas dos interpretaciones
místicas son admisibles, si se apoyan
en el sentido literal como en su base; mas
son inadmisibles desde el momento en que se les quita ésta, y se intenta proponerlas como sustitutivos
del sentido literal, único capaz de
conservar a las palabras de los profetas su verdad.
El P. Ramière S.J,
afirma que si no queremos dar un mentís a la palabra divina, hay que decir que
el mundo está destinado a gozar, durante un largo período, de una paz
universal, que él deberá al triunfo de la Iglesia de Jesucristo sobre la
idolatría, sobre el judaísmo, sobre los errores, y que esta paz dichosa,
preludio de la gran paz del cielo, durará hasta el último combate que ha de
cerrar la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra.
2. — Segunda prerrogativa del
reino universal de la Iglesia: la santidad
No se trata tan sólo de
una santidad de derecho, sino también
la santidad de hecho de la
que estarán revestidos sus miembros, y
que será el resultado de la abundancia de
la gracia y de una providencia especial de Dios. No obstante, el P. Ramière S.J. afirma que la santidad universal de los hombres,
durante el último período de la existencia del mundo, habrá de tener diversos grados y que pueda estar
sujeta a excepciones. Pero, de las profecías parece deducirse claramente que todos o casi todos los hombres serán cristianos;
y, que todos o casi todos los cristianos
conformarán su vida con los preceptos del Salvador y de su Iglesia.
2.1.-
Textos Proféticos
Þ Los últimos capítulos de la profecía de Isaías están llenos de
la descripción de las gracias y
bendiciones, fuente para el mundo entero dicho triunfo. Ya no se
contenta con presentarlo bajo la figura de un diluvio de luces que ha
de inundar la tierra y destruir en
ella todos los animales dañinos; (Is 11, 9) ya no nos dice tan sólo que el Salvador de Sión la rodea de su santidad
como de una avenida, y ya no permite
el paso por sus puertas sino a la
nación justa que guarda la verdad; que los
errores antiguos se han disipado y que en su lugar se ha establecido la paz de
las almas, (Is 26, 1-3) sino
que promete a Jerusalén, en nombre de Dios, que toda la vileza y suciedad que en ella hay será transformada.
Þ En esta misma época, se
cumplirá en toda su extensión la profecía de Jeremías. Yahvé pondrá su ley en
el corazón de Israel y será su pueblo. Todos conocerán a Yahvé pequeños y
grandes Ier 31, 33-34
Þ También entonces se realizarán plenamente las predicciones de Daniel y de San Juan: el poder, el
honor, y la realeza serán dadas al Hijo del Hombre; todos los pueblos; todas las
tribus y todas las lenguas le servirán. Dan 7, 13-14.
Þ El poder de la bestia será destronado hasta el fin de
los tiempos. Is 26 Su imperio será destruido como
se destruye una piedra molar lanzada al
fondo del mar, para no levantarse hasta
el cabo de mil años. Apoc. 17-18 Entonces
no solamente todas las naciones que Dios ha hecho acudirán y adorarán a su Señor Ps 85, 9 sino cada uno de sus miembros le adorará desde
donde esté; Soph 2,11
Þ Entonces se
cumplirá la predicción del mismo
Divino Salvador: todas las ovejas
que le pertenecen, pero que no han
entrado todavía en su redil, serán
en él introducidas con su gracia y
escucharán su voz, y no habrá más
que un redil como no hay más que un pastor. Io 10, 15.
Þ Entonces Dios escuchará plenamente la plegaria que, conforme a su mandato, todos los cristianos le dirigen cada día, hace ya casi dos mil
años, y que no puede resultar siempre fallida: venga a nos el tu reino, hágase
tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Þ Entonces finalmente la Iglesia acabará de cumplir la gloriosa misión que ha recibido de
completar la Encarnación del Verbo de
Dios. Por un supremo esfuerzo del
poder vital que recibe del Espíritu
Divino, y que ejercita por medio de
sus apóstoles, sus doctores y sus
pastores, como por otros tantos órganos, inducirá a todos los hombres a que se abracen en la unidad de una misma
fe y en el reconocimiento del Hijo de Dios; y dará a su cuerpo místico la plenitud de su crecimiento y la
perfección de su madurez. (Eph 4, 11).
2.2.-
Debe admitirse el sentido obvio de
las palabras proféticas
La dificultad no está tanto en percibir el sentido natural
y obvio que presentan los textos sagrados, como
en conseguir de los hombres que consientan en admitir dicho sentido en
presencia del mentís que parece darles el estado presente de la humanidad.
2.2.1.- Dos escuelas contrarias al sentido obvio
Los intérpretes que
pertenecen a la primera de las dos
escuelas, forzados a confesar que no se han realizado todavía, procuran diferir su realización hasta la eternidad.
San Jerónimo se inclina a este modo de pensar, y se apoya en las palabras de Isaías:
"Tus días ya no tomarán su luz del
sol, y tus noches no necesitarán de los resplandores de la luna."
Este sentido es tan
poco admisible, continua el P. Ramière S.J., que San Jerónimo lo rechaza por
erróneo en el capítulo primero de su comentario sobre Isaías; en él,
efectivamente, habiendo citado expresamente el capítulo sexagésimo de dicho profeta, dice: "Sé que algunos intérpretes entienden por
Judea y Jerusalén la Iglesia del cielo, y suponen que el Salvador, cuyo lugar ocupa aquí Isaías, nos anuncia, bajo la figura de Jerusalén librada de su cautividad, nuestra futura ascensión a la montaña santa
de la eternidad; mas rechazamos
dicha interpretación como contraria a la fe cristiana y nos atenemos al sentido
literal que nos obliga a referir a
la Iglesia de Cristo todo lo que
esos soñadores refieren a la celestial
Jerusalén."
No niega, sin embargo, que haya en esas predicciones rasgos que deban ser entendidos
metafóricamente, como la subida de
la montaña, que significa, según él, la
vuelta a la justicia.
La segunda escuela es la de los autores que deducen de ellos que las magníficas promesas en ellos
encerradas se han realizado, lo hacen
contra los que afirman que se cumplirán en el cielo. Dice el P. Ramière S.J. que
se declara su adversario y aduce
contra ellos textos todavía más claros que los que ellos oponen a sus
contrarios. ¿Cuándo se ha llenado la
tierra de la ciencia del Señor como por un nuevo diluvio que cubre todo con sus
fecundas aguas? ¿cuándo la nueva Raquel ha contemplado en su seno a todos
sus hijos llenos de vida, y cuándo le ha sido posible deponer el dueño de los
que había perdido?
Señala el P. Ramière
S:j. que esta segunda interpretación no
es más admisible que la primera; las dos son igualmente
fuertes para combatirse, pero también
dan pie a insolubles objeciones.
Entrambas, sin embargo, tienen su parte
de verdad, precisamente aquella en que se
aproximan a la interpretación literal; la
primera demuestra manifiestamente que las promesas hechas a la Iglesia no se han realizado todavía; la segunda
prueba con no menor evidencia que la realización de esas promesas no se dejará para la eternidad; de
consiguiente podemos con todo
derecho deducir que tendrán su cumplimiento en el tiempo, y que llegará día en que todos los pueblos
estarán sometidos a la Iglesia, y
todos sus hijos a la ley de Jesucristo.
2.2.2.- Examínase el parecer de
Suárez
Suárez está en contra de la conclusión del P. Ramière S.J., motivo por el cual dice que se ve
precisado a examinar las razones que
pone. Alega tres obstáculos a la
conversión general del mundo: la
experiencia, la libertad del hombre
y las parábolas del Evangelio. La
experiencia, que nos muestra al mal
luchando siempre contra el bien en el mundo; la libertad del hombre, que, pudiendo inclinarse a los dos lados, no empujará jamás a todos los hombres del
lado del bien; finalmente las
parábolas evangélicas que nos presentan
a la Iglesia de la tierra bajo la imagen de una red que contiene peces buenos y
malos, y de una reunión de vírgenes
la mitad de las cuales se deja llevar de las ilusiones de la locura, mientras la otra mitad sigue los consejos
de la prudencia.
A los que creyesen refutar
suficientemente las pruebas que hemos acumulado, dice el P. Ramière S.J., oponiéndonos el estado presente del mundo y la dificultad de la transformación que
aguardamos, no tenemos que
responderles sino que el poder de Dios llega mucho más lejos de
lo que pueden concebir los hombres, que
la conversión de todo el universo no es más imposible que el primer
establecimiento del cristianismo, que
la extensión de los frutos de la Encarnación a la humanidad entera no exige
mayor esfuerzo del poder divino que la realización misma de este misterio
y que, dado éste, su consumación, lejos de ser un misterio nuevo, es, por el
contrario, de suma conveniencia.
Mas las parábolas evangélicas ¿no manifiestan en
Dios una voluntad muy contraria? Si
todos los hombres llegan un día a cumplir la ley de Dios, la Iglesia ya no será semejante a la red
que se llena de peces buenos y malos; ya
no habrá entonces vírgenes locas; ya
no habrá cizaña en el campo del padre de familia. —Lo confesamos; mas ¿cómo se nos probará que las parábolas de
que se trata se refieren a todos los tiempos de la Iglesia? No hay cosa
menos evidente, pues pueden muy bien referirse a uno de los estados por los
cuales ha de pasar sucesivamente. Por el contrario, tenemos otras parábolas que nos representan en todo su conjunto las
vicisitudes por las que debe pasar y son, por cierto, manifiestamente favorables a nuestro sentir: como el grano de mostaza que, por su lento pero continuo crecimiento,
extiende sus ramas por encima de todas
las plantas que le rodean; como la
levadura, es decir, la doctrina santa, que una mujer, la Iglesia, mezcla
con cierta masa de harina y que se apodera poco a poco de ella hasta hacerla
fermentar toda.
********************************************************************
Nota.
De acuerdo con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia
sobre exegesis de la Sagrada Escritura, hay que considerar los sentidos literal
o histórico; y espiritual, que
puede ser alegórico, moral y anagógico. Si tenemos en cuenta los sentidos de los
textos de la Sagrada Escritura, no son incompatibles estas interpretaciones si
no se arguyen unas contra las otras.
De aquí que el P.
Igartua S.J. que admiró del P. Ramière S.J. esta obra de las Esperanzas de la
Iglesia hasta el punto de hacer su tesis doctoral sobre esta cuestión, se fijó
en el Magisterio de la Iglesia y en especial en el posterior a la definición
del dogma de la Inmaculada Concepción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario