domingo, 23 de septiembre de 2007

Conferencia sobre el P. Igartua en Bilbao, 15-09-2007, y 3

4.- Movimiento espiritual de fe: CREDO.

P. Igartua tuvo una iniciativa institucional, tal vez menos conocida que sus libros. Durante los últimos años del pontificado de Pablo VI, y a pesar de la proclamación del «Credo del Pueblo de Dios», se apre¬ciaba en algunos círculos el empeño de poner en en¬tredicho algunas verdades de fe e incluso el ataque a algunas en concreto. Se puede recordar, por ejemplo, los referentes a la virginidad de María.

Como una necesidad para nuestro tiempo, el P. Igartua alentó, en aquellos momentos, la creación de un movimiento espiritual de fe católica, derivado del Apostolado de la Oración. El nombre muy significativo: CREDO.

Su finalidad, «ayudar a promover y confirmar con la oración y la palabra la fe de sus miembros, en fidelidad a la Iglesia Católica Romana, así como a realizar esta fe en su vida cristiana y apostólica».

La norma de conducta se centraba en «aceptar sin vacilar todas las enseñanzas del Papa, como Maestro de la Iglesia, sobre puntos doctrinales, morales o litúrgicos». Además, se hace profesión pública de adhesión al “Credo del Pueblo de Dios” de Pablo VI (30-VI-1968).

Principios doctrinales

Los principios doctrinales los agrupa en dos aspectos de la fe: la fe como virtud teologal y la fe como entrega a Dios.

La fe como virtud teologal

La fe, católicamente entendida, es en primer lugar una virtud teologal, distinta de la esperanza y la caridad, aunque unida con ellas. Es el fundamento y raíz de la justificación cristiana por la gracia santificante, como enseña el Concilio de Trento, y consiste en creer que es verdad lo que Dios ha revelado, aceptando y sometiéndose a la autoridad de Dios que revela.

Como tal virtud teologal es un hábito que produce actos del hombre movido por la gracia de Dios. En estos actos el hombre acepta y cree verdades concretas o contenidos dogmáticos, como por ejemplo el misterio de la Trinidad, el de la Encarnación o el de la Eucaristía.

Estos contenidos de la fe teologal, revelados por Dios y cuyo conjunto forma el llamado «depósito de la fe», son enseñados por la Iglesia, que es intérprete y Maestra auténtica de los mismos, como Cuerpo de Cristo y en fidelidad a su Cabeza. En la Iglesia tiene este oficio de enseñar la Jerarquía episcopal, según la disposición de Cristo al encomendarlo a sus Apóstoles, y goza de una particular asistencia del Espíritu Santo para ejercitarlo.

Esta asistencia del Espíritu Santo garantiza, en determinadas formas de enseñar, aun la misma infalibilidad del cuerpo episcopal en comunión con el Papa, que es su cabeza visible y de toda la Iglesia. El Obispo de Roma, Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, goza de esta asistencia del Espíritu Santo en plenitud por particular carisma, otorgado por el mismo Señor a Pedro y sus Sucesores para bien de la Iglesia Universal y Católica, según enseñan los Concilios Vaticano I y II, siguiendo toda la tradición.

La plenitud infalible se da cuando habla ex cátedra definiendo una verdad de fe. Pero siempre que actúa como Maestro de la Iglesia o de sus fieles tiene la particular asistencia del Espíritu, aunque no sea de manera infalible. Por ello la mejor garantía de la verdad que hay en la Iglesia es mantenerse unido a todas las enseñanzas del Papa, aunque sea en diverso grado de obligación. Este es el espíritu del movimiento CREDO.

La fe como entrega total a Dios

La fe puede ser considerada también, como enseña la manera de hablar de la Escritura, como entrega total del hombre a Dios por la esperanza y la caridad, cuyo fundamento es, en la unión de la gracia santificante (Rom 10,16; 1 Cor 13,13). En este sentido influye en la vida entera del creyente en gracia de Dios. Todo acto de fe es un acto sobrenatural que produce aumento de gracia en el alma, uniéndola más con Dios.

La fe puede permanecer en el alma, aunque ésta pierda por el pecado la gracia y la caridad, siendo de este modo la condición que hace posible la recuperación de la gracia por el arrepentimiento y la confesión. La fe se pierde por pecados directos contra la misma fe, y es el estado más desgraciado del hombre, aunque la puede recuperar por la divina misericordia, que siempre se ofrece al hombre en esta vida para su salvación.

La fe, cuando es muy viva, hace florecer toda la vida cristiana, especialmente la oración. Todos los santos han sido hombres de viva fe.
Oración diaria de Credo

1. Sagrado Corazón de Jesús - por medio del Corazón 1nmaculado de María - y en unión con el santo sacrificio del altar, sacramento de la fe - te ofrezco las oraciones, obras y sufrimientos de este día por la Iglesia - y por el Papa y sus intenciones y especialmente para que llegue pronto el día en que según tu promesa - se haga un solo rebaño y un solo pastor.
2. Renuevo mis promesas del bautismo - de permanecer fiel a la integridad de la fe - y también a todas las enseñanzas del Papa como Maestro de la Iglesia Católica - en especial al «Credo del Pueblo de Dios».
3. Y para confirmar esta fidelidad y para reparar las faltas de fe que haya en la Iglesia - digo con amor y agrade¬cimiento ante Ti: el Credo Apostólico.


Conclusión. Las columnas de su vida y obra: la devoción al Corazón de Jesús, la devoción a la Virgen y la fidelidad al Papa.

El 17 de octubre de 1985 cumplió los 50 años de jesuita, por ello, el 9 de noviembre de ese mismo año tuvimos un retiro en la casa de ejercicios de Portugalete. En la homilía, además de recordar a las personas que influyeron en su vocación y sus cargos apostólicos, señaló, como centro de su vida religiosa, sus tres amores: el amor al Papa, a la Inmaculada y al Corazón de Jesús resucitado.

Su devoción al Corazón de Jesús, junto con su aprecio hacia la Sábana Santa imagen verdadera del mismo Jesucristo, hizo que en el recordatorio del evento pusiera “La herida del Costado de Jesús y la Sangre derramada, en la Sábana Santa de Turín”. En el reverso escribió: La fotografía muestra, en color original, la impresión directa de la Herida del Costado y de la Sangre derramada, como se hallan en la Sábana Santa. (…) El óvalo inclinado en la parte superior es la herida abierta por la lanza. No se ha cerrado nada por ser ya cadáver al herirlo. El resto es la sangre que ha fluido. El triángulo blanco es un simple remiendo del lienzo, para cubrir el agujero causado por plata fundida en un incendio. La gota ardiente atravesó varios dobleces del lienzo plegado, pero providencialmente los remiendo son marginales a la imagen, y la encuadran.

También aparece el siguiente texto: “Un soldado abrió con la lanza el costado y salió sangre y agua” (Jn 19,34) y de la oración de San Ignacio “Alma de Cristo”: “Sangre de Cristo, embriágame; Agua del costado de Cristo, lávame; Dentro de tus llagas escóndeme”.

En aquella ocasión nos leyó dos poesías de la Cantata a la Creación, del grupo denominado la Rosa de Oro, tituladas: la Sonrisa, y Sangre y Agua.


«SONRISA»
Sobre el altar radiaba una sonrisa,
¡oh inefable visión!, en paz inmaculada y luz precisa
tras la consagración.
Como una espada hirió el profundo centro
donde guardo el amor, y me dejó clavado tan adentro
su desnudo temblor.
Las lágrimas los ojos arrasaron,
y no supe decir lo que absortos los ojos contemplaron
en aquel sonreír.
¡Oh sello singular de mi fortuna,
sonrisa virginal,
torna a brillar, serena y oportuna, en la hora principal!






«SANGRE Y AGUA»
Arde la llama viva dentro del Corazón divinizado.
Un dulce soplo aviva el resplandor que llena su costado.
¡Está muerto y aspira, y una infinita vida en él respira!
Ha llegado la lanza, con la punta de hierro pecadora,
a herir donde no alcanza sino el amor que en lo secreto mora.
¡Está muerto, y aún ama, y se despierta la celeste llama!
Con ímpetu de fuente derrámase la llama en sangre y agua.
¡Cómo va la corriente que del océano de amor desagua!
¡Está muerto, y convida con las sagradas fuentes de la vida!
En el íntimo pecho siento brotar la fuente misteriosa,
que establece su lecho como allá en Siloé tan silenciosa.
¡Está muerto, y tardíos de mi dolor y amor corren los ríos!






En el mes de julio de 1985, en los ejercicios espi¬rituales que dirigió el P. Igartua en el Tibidabo, en la casa «Mater Salvatoris», para los miembros de «Schola Cordis Iesu», dijo que ésos serían los últimos ejer¬cicios que iba a dar, no se le notaba nada raro, pero él “presentía” algo. En el mes de diciembre de aquel mismo año, es decir, un mes después de celebrar los 50 años de vida religiosa, sufrió un fuerte ataque al corazón, estando a las puertas de la muerte.

Después de ese ataque al corazón, que ya le marcó hasta el fin de sus días, nos habló de tres momentos de su vida, en los que había experimen¬tado dones místicos, no dijo que fueran los únicos, vino a decir que tuvieron lugar en momentos muy signifi¬cativos de su vida religiosa y de su actividad apostólica. El primero, durante su profesión de jesuita, nos dijo que vio el «Corazón lleno de espinas». El segundo, en Burgos, durante la misa de una consagración de familias al Corazón de María, vio «la sonrisa de la Virgen». El tercero, en Lourdes, durante una visita que hizo al santuario con motivo de un viaje a Lovaina, «la Virgen le señaló el Corazón de Jesús en respuesta a su pregunta acerca del origen de lo que sentía en aquel momento»


Murió el día 14 de septiembre de 1992 día de la Exaltación de la Santa Cruz festividad que centra la atención en lo más nuclear de su espiritualidad y obra apostólica.

Estos fueron los últimos momentos de su vida, que conocemos gracias al que era superior de la Comunidad de los jesuitas de Deusto y que los comentó en la homilía del funeral:

“El sábado por la tarde todavía (el día 12) fue a dar la Bendición del Santísimo a los enfermos de la Institución benéfica del Sagrado Corazón, en Archanda, a donde iba asiduamente todos los miércoles y sábados del año.

Y el domingo (el día 13) por la tarde, después de recibir la Comunión, a las 11 de la noche, charlando conmigo, y viendo próximo su fin, me dijo: «Te voy a leer lo que acabo de escribir». Decía así: «Hoy con 79 años, sufro un problema importante en mi salud. Me cuesta articular las palabras y tragar. Mucha fatiga. ¿Corazón? Plena lucidez. Fiat voluntas tua».

Y así, con esta disposición, a la mañana siguiente (el día 14) después de recibir la Unción, recibió también la llamada definitiva del Padre Dios”.