3.- Una referencia significativa en su vida y apostolado: El P. Enrique Ramière S.J.
Si tratáramos de encontrar una vocación apostólica precedente a la del P. Igartua en la Compañía de Jesús, tenemos que re¬cordar la figura del P. H. Ramiére, jesuita del siglo XIX, gran teólogo del Concilio Vaticano I, cofundador y sobre todo difusor del Apostolado de la Oración.
La mejor manera de cumplir el «Encargo suavísimo», dado a la Compañía de Jesús, en la persona de San Claudio de la Colombiére —La propagación de la devoción al Corazón de Jesús— según el carisma de Paray-le-Monial revelado a Santa Margarita, fue para el P. Igartua S.J. fomentar e impulsar el Apostolado de la Oración del que fue Director Nacional.
San Claudio y el apostolado de la oración, junto con su lema «Adveniat Regnum tuum», ocupan gran parte de su obra escrita y la que no trata directamente del tema está en relación con él.
La vinculación de la persona del P. Igartua al carisma apostólico del P. Ramiére se pone de manifiesto en la conferencia que pronunció en el colegio Máximo de Oña de la Compañía de Jesús, el 3 de diciembre de 1944, para conmemorar el primer centenario del apostolado de la Oración.
Lo que cita el P. Igartua del P. Ramiére, se le podría aplicar a él: «Mi vocación de jesuita se me ha aparecido de nuevo en toda su divina sencillez. En cada instante de mi vida no he tenido más que una cosa que hacer: ser otro Jesucristo; y para reproducir en mí al divino Maestro, tengo su Espíritu, que está constan¬temente ocupado en inspirarme sus pensamientos, sus sentimientos, su lenguaje, sus obras» .
Del P. Ramiére, el P. Igartua se fija en dos de sus obras: «El Apostolado de la Oración» y «las Esperanzas de la Iglesia». Le reconoce al jesuita francés el mérito de haber identifica¬do el Apostolado de la Oración con la devoción al Corazón de Jesús. Los compara al alma y al cuerpo. El P. Ramiére califica la devoción del Corazón de Jesús como «un trato de íntima amistad entre el Divino Corazón y los corazones de los hombres» y el Apos¬tolado de la Oración, como «la abnegación caballeresca al servicio de Jesucristo». Basado en estas proposiciones, el P. Igartua pone de manifiesto la vinculación de la espiritualidad del apostolado de la Oración y la de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice el P. Igartua:
«se puede decir que el Apostolado de la Oración es la práctica perenne de los Ejercicios, la verdadera quinta semana, porque aquella «abnegación caballeresca» al servicio de Jesucristo que define el Apostolado parece un eco del grito del caballero ante el llamamiento del rey eternal, y la eficacia que los Ejercicios buscan está en unir al hombre con Jesucristo, sentido y amado in¬ternamente, hasta llegar a la cumbre de los Ejercicios, en el «Tomad, Señor y recibid toda mi libertad...» cuyo espíritu es también el de la perfecta práctica del Apos¬tolado» .
El Apostolado de la Oración, «adveniat regnum tuum»
Tuvo siempre muy presente la importancia del Apostolado de la Oración y fue tarea apostólica en sus escritos dar a conocer su espiritualidad y su importancia publicando la traducción de la obra «El Apostolado de la Oración» del P. Ramiére con el título Podemos cambiar el mundo que sugiere su confianza en la eficacia apostólica de esta obra.
Para él, «El Apostolado de la Oración» ofrece un sistema de espiritualidad claro y sencillo, fundamentado en las bases mismas de la re¬ligión católica».
Vivir con la Iglesia
En el libro Vivir con la Iglesia expone la espiritualidad del Apostolado de la Oración. Consta de tres partes: 1a parte: El Plan divino de Redención, los principios teológicos de la espiritualidad; 2ª parte: Nuestra colaboración al Plan divino, los elementos prácticos de la espiritualidad y 3a parte: Conquista del reino de Dios, el dinamismo de la espiritualidad.
Leamos un texto muy central:
«Jesucristo es el Rey de la tierra, cuyo derecho ha conquistado con su muerte. La cruz es la insignia de su poder real, y con la mano en alto convoca a los hombres para la grande empresa. Su Corazón, lleno de amor, la planeó durante los muchos años de su vida escondida, siguiendo la voluntad de su Padre. En el libro de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola lo ha expresado en la meditación del Rey eternal... «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre, por tanto, quien quisiera venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» .
«La Iglesia nació del Corazón herido del Redentor. La gracia santificante ha fluido de aquella herida, a lo largo de tantos siglos, sobre las almas.
El Espíritu Santo ha sido dado desde Pentecostés al mundo, como un don de aquel Divino Corazón que dijo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba, porque de mi entraña brotan ríos de agua viva... en la empresa de de redimir y salvar al mundo para Dios, no puede estar ausente el sagrado corazón... Si Jesucristo es Rey, su Corazón es el Corazón de un Rey. De su Corazón salen las órdenes, a El se rinden los homenajes. El Cuerpo Místico de Cristo tiene Corazón Real» .
Las contraseñas del Apostolado de la Oración que le garantizan como obra de Dios, dice el P. Igartua que son tres: La devoción al Corazón de Jesús, la ternura para con la Virgen María y el amor inconmovible al Papa de Roma.
“La Esperanza Ecuménica de la Iglesia”: «un solo rebaño y un solo Pastor»
El impacto que le produjo la obra «Las Esperanzas de la Iglesia» del P. Ramiére que supuso el punto de partida de su libro más tabajado —La esperanza ecu¬ménica de la Iglesia— se pone de manifiesto en la citada conferencia. Se pregunta el P. Igartua ¿por qué se llama con este sugestivo título: «Las Esperanzas de la Iglesia» y añade: «La tesis del autor es demostrar que Jesucristo, y con El su Iglesia, han de obtener un gran triunfo no sólo en la vida eterna, sino también en esta temporal» . El apoyo más próximo se lo había dado Pío IX en la bula dogmática de la definición de la Inmaculada Concepción.
Después de proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Pío IX, hablando en nombre de toda la Iglesia, expresó con las siguientes palabras lo que él esperaba como resultado del triunfo decretado a su augusta Reina:
“Nos, con firmísima y absoluta confianza, nos esforzamos en conseguir de la Bienaventurada Virgen María, que se digne otorgarnos que la Iglesia, desaparecidas todas las dificultades y deshechos todos los errores, florezca en el universo entero, para que todos los extraviados vuelvan al camino de la verdad, y se forme un solo rebaño y un solo pastor”
El P. Igartua, desde el principio, recibe la tesis del P. Ramiére de «Las Esperanzas de la Iglesia», capta su trascendencia y tiene motivos para pensar en la proxi¬midad de su realización. Por eso, profundiza en la Escritura y el Magisterio de la Iglesia que le condujo a escribir La Esperanza Ecuménica de la Iglesia y, a la vez, a vivir con interés e intensidad todos los acon¬tecimientos mundiales que podían presagiar la proximi¬dad del cumplimiento de tal esperanza. Tenía muy presente que en este siglo había tenido lugar, por ejemplo, la formación del Estado de Israel, la conquista de Jerusalén, y tenía muy presente también, la situación de la fe en los países de origen cristiano.
La esperanza Ecuménica de la Iglesia —basada en la promesa del mismo Cristo: «Se hará un sólo rebaño y un solo pastor»— y El Mundo será de Cristo son los libros que forman parte de lo que hemos llamado segunda fase de sus obras, ampliación de la idea inicial expresada en el Misterio de Cristo Rey.
La tesis de estos dos libros, como dice el P. Igartua: «es deducida de los documentos del Magisterio eclesial: antes del fin del mundo, la humanidad habrá formado, de manera moralmente completa, un solo rebaño y un solo pastor, es decir, una sola Iglesia o confesión re¬ligiosa católica».
Estudia, además, «la radicación de esta afirmación de los documentos eclesiales en la Sagrada Escritura, según los mismos documentos y una exégesis precisa». Y añade que «Nos parece haber establecido tal tesis como doctrina cierta de la Iglesia». Es por ello una aportación doctrinal y de documentación de Magis¬terio de la Iglesia de gran valor.
Así como en La Esperanza ecuménica de la Iglesia se lleva realiza una investigación metódica sobre la Esperanza del Reino de Cristo, en El Mundo será de Cristo, es un desarrollo histórico de la esperanza según los últimos pontífices, desde Pío IX hasta Pablo VI y Juan Pablo II. En este libro presenta la marcha hacia el Reino universal de Cristo en los diversos aspectos que posee con carácter ecuménico: la unión de las iglesias orientales y cristianas en general, y la dimensión verdaderamente universal del Reino de Cristo.
El P. Igartua era consciente de que el acontecimiento eclesial más significativo del siglo XX, el Concilio Vaticano II, fue impulsado por la esperanza del cum¬plimiento de la promesa de Cristo de unidad religiosa. En efecto, recuerda que el Papa Juan XXIII en su primera Encíclica «ad Petri Cathedram», del 29-6-1959, había dicho:
«Esta sua¬vísima esperanza (se hará un solo rebaño y un solo Pastor) nos ha llevado ya y nos ha impulsado ardien¬temente al propósito anunciado públicamente de reunir un concilio ecuménico».
Así pues, el cumplimiento y realización de la realeza de Cristo, contenida en la devoción a Cristo Rey, la «devotio moderna», fue lo impulsó a la Iglesia a convocar el Concilio Vaticano II.
Ante la proximidad de la realización del reino de Cristo
La conciencia de vivir una época singular en la historia de la humanidad y su devoción a la Virgen le hicieron centrar su atención en Fátima, muchos años antes de que tuvieran lugar los acontecimientos del atentado del Papa Juan Pablo II, sus visitas de agradecimiento y súplica de protección para la humanidad, las consa¬graciones del mundo al Corazón Inmaculado de María, llevadas a cabo por Juan Pablo II, sobre todo, la realizada de modo colegial con todos los obispos del mundo, y la beatificación de Jacinta y Francisco.
Dejó escrito, aunque no publicado, un libro sobre «Fátima y el fin del mundo». Sostenía con certeza la intervención de la Virgen en los acontecimientos últimos. Se basaba en la carta de Pío IX a los obispos del mundo pidiendo parecer sobre la conveniencia de la definición del dogma de la Inma¬culada Concepción: «Si tenemos alguna esperanza, sepamos que de Ella la recibimos, pues tal es la voluntad de Aquel que quiso todo lo obtuviésemos por María».
La sospecha de que el mundo se encuentra en unos tiempos singulares, tal vez próximo a su fin, le llevó a interesarse mucho por la conocida profecía de San Malaquías, la de los lemas de los Papas, pues nos acercamos al fin de la lista. Sin entrar en detalles, podemos recordar los últimos lemas que corresponden a los Papas de nuestra época: Pastor et nauta: Juan XXIII; Fos florum: Pablo VI; De medietatae lunae: Juan Pablo I; De labore solis: Juan Pablo II; Gloria olivae: Benedicto XVI; In persecutione extrema: XXXX; y Petrus Romanus: XXXXX.
El P. Igartua era consciente de que la Iglesia vive en la espera del último instante, sin que por ello dejase de interesarse por este mundo temporal, que sabía caduco y pasajero, pero ordenado a su propia renovación eterna con sus habitantes los hombres, según confiesa Pedro: «Esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según las promesas de Dios» (2. Pe. 3,13). Y estaba al tanto de los tiempos porque «Cuando veáis suceder estas cosas (las señales del fin), miradlas y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención» (Lc. 21,28).
Dice el P. Igartua que «Tenemos ya ciertas llamativas señales del final acercamiento, algunos sucesos histó¬ricos acontecidos ya, que, al menos bastante probable¬mente, son premisas necesarias del fin.
Lo hemos ad¬vertido en el libro La Esperanza Ecuménica de la Iglesia, al presentar algunos documentos pontificios que decla¬ran como presentes algunas señales del fin del mundo» . «Especialmente... la presencia de un nuevo factor de muy grande importancia en la historia humana con¬temporánea, que es la formación del Estado de Israel en el año 1948 (...) todo esto da a la situación presente profundos augurios de época decisiva en la historia del mundo» . Sería muy interesante leer el libro escrito pero no publicado que antes hemos mencionado, la vuelta de resucitado y sus señales, tomando como referencia el capítulo 24 de San Mateo.
Recoge los siguientes testimonios magisteriales relativos a los acontecimientos finales narrados en el Apocalipsis:
SAN PIO X: «Se puede temer, por las cosas que suceden, que el hijo de perdición del que habla el Apóstol (el Anticristo) está ya en este mundo» (Supremi Apostolatus, 1903).
PIÓ XI: «Parece que se anuncia, por los presentes sucesos, el principio de los dolores que traerá el hombre de pecado» (el Anticristo) (Miserentissimus Redemptor, 1928).
PIÓ XI: «Se acercan próximos los tiempos que vaticinó nuestro Señor: Puesto que abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos» (la gran apostasía) (Miserentissimus Redemptor, 1928).
PIO XII: «Ven Señor Jesús. Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana» (14).