martes, 20 de noviembre de 2007

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

Afirmaciones Mesiánicas de Jesús

En este capítulo nos proponemos recoger los testimonios puestos por los evangelios en boca del propio Jesús acerca de su mesianidad, de ser él aquel Mesías o Cristo que Israel esperaba.

La mesianidad quedará afirmada si se afirma de alguno de los títulos del Mesías, que hemos mencionado que Jesús se los atribuye de manera clara e ineludible. Entendemos siempre que el Mesías que Jesús afirma no es un Mesías político, sino religiosa y trascendente, sin que por ello identifiquemos esta mesianidad con la misma divinidad afirmada.

Al decir que Jesús afirma tal mesianidad, conforme al relato evangélico y su atribución de tales palabras a Jesús, todavía no queda confirmado que las hubiese dicho

Manifestaciones a sus discípulos

Según el evangelio de Juan, que da detalles muy precisos de los días que siguieron al bautismo de Jesús, después del testimonio del Bautista, Jesús debió manifestarse a sus principales y primeros discípulos, desde la entrevista personal con ellos, como Mesías de Israel.

Tales primeros discípulos fueron con certeza Andrés y su hermano Simón, que será Pedro (Jn1, 40-41). Ignoramos el nombre del acompañante de Andrés en el primer encuentro, pero en general, y con razón nos parece, los exegetas se inclinan por el autor del mismo evangelio, Juan el evangelista, quien parece haber callado su nombre propio por discreción.

Da muchos detalles, incluso detalla la hora del encuentro de Andrés y su acompañante con Jesús: “Era la hora décima aproximadamente”, es decir, como las cuatro de nuestro reloj, pues el día comenzaba a las seis de la mañana, y la hora nona eran las tres nuestras, en que Jesús murió.

Los cuatro primeros conocedores de Jesús fueron así las dos binas de apóstoles: Andrés-Pedro, Juan-Santiago el Mayor. Según el evangelista le siguieron Felipe, y traído por él Natanael, que es Bartolomé en la lista apostólica (Jn 1, 43-45)

Andrés y su compañero estuvieron con Jesús, siguiendo su amable invitación: “Venid a ver dónde vivo” (Jn 1, 39), y prolongaron la entrevista al menos hasta primeras horas de la noche. Aquellas horas imborrables fueron para ellos las del gran descubrimiento: “Hemos encontrado al Mesías”, dijo de sopetón Andrés a su hermano Simón (Jn 1, 41). ¿De dónde sacó tal convicción enérgicamente expresada? No hay otra respuesta que de la conversación con Jesús que les debió hacer ver su realidad mesiánica de algún modo convincente.

Felipe también, después de haber conocido a Jesús fue a hacer participante de su gran descubrimiento a su amigo Natanael, y se le comunicó de esta forma: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y los Profetas, y es Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Jn 1, 45)

Esta seguridad del hallazgo, trascendental para un israelita fiel, proviene sin duda de la entrevista que ha mantenido con el propio Jesús. El tercer testimonio, ya más directo, de la entrevista de Natanael con Jesús provoca la misma convicción en el nuevo interlocutor. Cuando le dice “Te he visto cuando estabas bajo la higuera”, causó tal estupor en el nuevo visitante que le hizo exclamar: “Maestro, Tú eres el Rey de Israel” (Jn 1, 49), es decir, el Cristo o Mesías esperado. Jesús no rechaza su confesión. Así el encuentro con los seis primeros discípulos que serán apóstoles está marcado por la revelación mesiánica hecho por Jesús a ellos.

En este mismo terreno del grupo de los apóstoles, pero ya constituidos en el grupo elegido, está enmarcada la célebre “confesión de Pedro”. Los tres sinópticos nos han dado de ella tres versiones algo diferentes en su mismo núcleo central, aunque coincidentes en el suceso. No vamos a tratar ahora del aspecto de confesión de la divinidad que aporta Mateo, y con el cual coincide Juan en su capítulo sexto, como veremos más adelante. Solamente examinamos el aspecto de confesión mesiánica del Cristo. (…) Al menos debemos convenir en que Pedro proclamó la mesianidad de Jesús, con estas palabras que son común denominador de los tres textos: “Tú eres el Cristo” (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20).

Es la breve fórmula de Marcos. Lucas añade una palabra, que quizás es decisiva: “El Cristo de Dios”. Es sabido que Mateo lleva la explicitación hasta la confesión de “Hijo de Dios”

Resultaría difícil negar que Jesús proclamó, según los evangelistas, al aceptar la declaración de Pedro, que él era el Cristo. En Marcos les prohíbe que lo vayan diciendo (Mc 8, 30), Lucas hace lo mismo, y Mateo pone en boca de Jesús una expresa y grande alabanza para Pedro por la confesión.

Todavía tenemos, en cuanto al grupo selecto de los Doce, palabras expresas de Jesús en los evangelios, que se refieren a su mesianidad.

En todos la pregunta de los apóstoles obtiene un mismo resultado, que es el anuncio de los sucesos de la caída de Jerusalén y del fin del mundo o segunda venida del Mesías en gloria.

El es el Cristo.

Manifestación a otras personas singulares

Encontramos en los evangelios que Jesús hizo la clara y determinada manifestación de ser el Cristo o Mesías esperado por Israel a otras personas particulares fuera del círculo apostólico, lo cual por cierto no pudo ser ignorado de los apóstoles que iban con él.

El primer caso notable es el de la mujer de Samaría en Juan. Es cierto que Juan con los otros apóstoles no oyó directamente la manifestación de Jesús, pues había ido al pueblo con sus compañeros para adquirir provisiones, dejando a Jesús solo junto al pozo de Jacob descansando. Pero la mujer después dio testimonio de esta revelación sorprendente recibida por ella, al convocar al pueblo para que acudiese a Jesús, quien permaneció así en contacto con el pueblo durante dos días (Jn 4, 40) y el resultado fue que le aceptaron como “Salvador del mundo” (Jn 4, 42).

Ella dijo, al parecer para disimular su perplejidad de conciencia descubierta: “Sé que viene el Mesías (o sea, advierte el evangelista, el Cristo). Cuando él venga nos explicará estas cosas”. Y Jesús le respondió: “Yo soy. El que hablo contigo” (Jn 4, 25-26). La mujer estupefacta dejó el cántaro junto al pozo y corrió al pueblo: “Me ha dicho todo lo que he hecho en mi vida. ¿No será éste el Cristo?” (Jn 2, 29).

El otro caso que nos presenta Juan es el de Marta en la resurrección de su hermano Lázaro, relato también admirablemente dramatizado en el diálogo y situaciones.

Jesús va a Betania muerto ya Lázaro (…) “Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo” (…) Esta afirmación de Marta sobre la mesianidad de Jesús, y trascendente por lo que se añade, es plena y absoluta. Es un Mesías que ha venido de Dios, es el Mesías o Cristo.

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