martes, 20 de noviembre de 2007

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

El proceso político ante Pilato

La acusación de ser el Cristo, o proclamarse tal sin serlo, es la que llevan ante el gobernador romano para el juicio. En el fondo de la estrategia sacerdotal ante Pilato late desde el principio la formulación que harán, según Juan, en el momento decisivo: “Todo el que se hace a sí mismo rey se opone al emperador” (Jn 19, 12).

Consta así en los evangelios que la acusación formal ante Pilato, que los sacerdotes de común acuerdo plantearon, es la de mesianismo. El reo se ha proclamado rey de Israel al proclamarse Cristo. Lucas es el que mejor ha planteado la plenitud de la fórmula acusatoria: “Provoca la rebelión de nuestro pueblo, prohíbe dar tributo al César, y dice que él es el Cristo (o Rey)” Lc 23, 2; Mt 27, 11-14; Mc 15, 2-4). La triple acusación contenida en la fórmula es eficaz ante los romanos. Si la rebelión es la primera acusación, la prohibición de pagar el tributo es la segunda. Finalmente, la acusación de proclamarse rey, en la alucinación del mesianismo deseado y esperado, está en el fondo de todas estas actuaciones, como lo estará en la defensa desesperada que los celotes y judíos harán en Jerusalén contra Tito cuarenta años más tarde, y en el año 135, por última vez, en la rebelión de Bar-Kochebá, el Hijo mesiánico de la estrella. Es pues una acusación certeramente formulada para destruir a Jesús ante Pilato.

Por lo mismo, tomando el punto más grave de la acusación, Pilato hace la primera pregunta a Jesús sobre este punto: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Mt 27, 11; Mc 15, 2; Lc 23, 3). La respuesta clara y terminante de Jesús fue rotunda: “Tú lo dices”, que equivale a la plena afirmación. Juan introduce la misma pregunta de Pilato (Jn 18, 38). Matiza luego la respuesta de Jesús, introduciendo un diálogo admirable, en el que Jesús advierte sutilmente al presidente que la acusación formulada por los judíos tiene doble sentido, y no precisamente el que Pilato supone. (…) Pilato hace la misma pregunta en Juan que en los sinópticos, y obtiene la misma respuesta afirmativa: “¿Luego eres rey?”, ya que confiesas tener un reino. “Tú lo dices, yo soy Rey”, es también aquí la respuesta de Jesús (Jn 18, 37)

Aquí introduce Lucas, único en esto, el episodio de Herodes, del que sin duda tiene testimonio por alguna fuente personal. Es un intento de Pilato de zafarse del problema, al oír la acusación de que la rebelión comenzó en Galilea, el lugar clásico de las rebeliones, de donde es originario Jesús en la creencia general, y donde ciertamente ha vivido y reclutado sus primeros discípulos. Ahora el asunto ha llegado ya a Judea y Jerusalén. Herodes, que era rey de Galilea bajo los romanos, se hallaba precisamente en Jerusalén aquellos días, seguramente por ser la Pascua (Lc 23, 6-7). Pero Herodes, ante el absoluto silencio de Jesús, cuyos labios no se despegaron una sola vez en el palacio del asesino del Bautista, tomó el asunto como cosa de ridículo, al verse envuelto en ello. Devolvió el preso a Pilato, con su opinión de que se trataba de un alucinado (…) Pilato recobró el preso y el problema.

La causa de Jesús no ofrecía base real para la acusación, sino solamente pretexto, que aprovecharon los sacerdotes. Jesús se declaró Cristo o Mesías, pero tuvo un gran cuidado en mostrarse ajeno a toda maniobra política. Desde el comienzo de su predicación la centró en la llegada del “Reino de Dios” o del “Reino de los cielos”. Hablaba de un reino espiritual, de obediencia a los mandamientos de Dios, de conversión del corazón, aunque trataba por esto mismo de un verdadero Reino de Dios en los hombres. Reino que tenía su “Rey”, el Cristo o Mesías, que se declaraba él mismo.

Por eso Jesús hubo de insistir en este caso en la diferencia de su reino con los humano-políticos: “Sabéis que los príncipes de las naciones dominan, y los mayores son los más poderosos. Entre vosotros no es así (…) El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a entregar su vida” (Mt 20, 25-28; Mc 10, 42-45). Por todas estas causas, y con suma prudencia, Jesús rechazó el título de rey que le ofrecían. Pues la multitud, tras el admirable prodigio de la multiplicación de los panes, de tal magnitud por la multitud concentrada, clamaba que era “el profeta esperado en Israel, que había de venir al mundo” (Jn 6, 14), y en su entusiasmo por el Cristo o Mesías deseado y esperado le querían proclamar ya rey. Jesús declinó el peligro huyendo al monte en soledad (Jn 6, 15). Pilato conoce estas actitudes (Lc 23, 14-15).

Pilato se halló de nuevo con el problema entre las manos. El astuto procurador temía más a los propios fariseos y sacerdotes conociendo su fanatismo religioso. Y entonces comenzó los intentos de librar a Jesús de la acusación y condena, convencido de su inocencia.

Piensa Pilato en Barrabás (…) Presenta al pueblo el dilema de Jesús o Barrabás, el malhechor o bandido que aguardaba la condena. Piensa al recurrir al pueblo que éste, en su instinto religioso, preferirá siempre a Jesús.

Conoce el presidente la tumultuosa manifestación de los ramos, y los hosannas al “Hijo de David”, y el enfrentamiento de Jesús con los sacerdotes en el templo, arrojando a los vendedores fuera. Puesto que la multitud aclamaba a Jesús, la multitud el elegirá. Intenta una especie de referéndum popular. Propone la pregunta: “¿Quién queréis que os suelte, Barrabás o Jesús, llamado el Cristo?” (Mt 27, 17). Tanto Marcos como Juan sustituyen la palabra Cristo por la de “rey de los judíos”.

Al responder la turba con su grito unánime “persuadida por los sacerdotes”, principales responsables del grito (Mt 27, 20; Mc 15, 11), que preferían a Barrabás, todavía Pilato queriendo salvar su propio gesto, insistió con las mismas palabras ofreciendo la oportunidad de librar a los dos: “¿Y qué haré de Jesús, que es llamado el Cristo?” (Mt 27, 22) Ante el grito de la multitud “Crucifícale, crucifícale”, sólo sabe balbucir como una reflexión interior de su conciencia judicial: “¿Qué mal ha hecho?”

Ordena azotar a Jesús creyendo salvarle de la muerte por este medio. Después de cumplir el cruel oficio, los verdugos inventan un castigo superior (…) Trenzaron una corona de agudas espinas (…) El doloroso episodio, insólito quizás en los anales romanos, muestra de nuevo que el título en juego en el proceso era el de “rey de los judíos” o Mesías-Cristo. Pues impuesta la corona comenzaron con los golpes salvajes los burlescos saludos: “Salve, Rey de los judíos” (Mt 27, 29; Mc 15, 16; Jn 19, 3).

Al llegar el Presidente en busca del pobre reo, el espectáculo le conmovió profundamente al parecer. Lo sacó en esta mismas condiciones ante el pueblo, diciendo: “Mirad el hombre” (Jn 19, 5). Las palabras de Pilato muestran su conmoción humana. Por eso dice: “el hombre”. El nuevo grito, esta vez parece que de solos los sacerdotes y sus afines ante el silencio de sorpresa del pueblo (Jn 19, 6), se alzó como un muro ante Pilato: “Crucifícadle vosotros, que yo no encuentro causa”, y entonces adujeron los sacerdotes la acusación religiosa, la profunda y verdadera, que luego propondremos, sobre la pretensión divina de Jesús. El desconcierto de Pilato fue total. Entrando dentro con el reo comenzó un nuevo interrogatorio, respondido por Jesús con el silencio: “¿De dónde vienes tú?”, y amenazó con su autoridad para matar. Jesús responde. “Esa autoridad te ha sido dada de arriba. Por eso, mayor culpa tienen los que me han entregado a ti” (Jn 19, 8-11). La sublime excusa de Jesús en la cruz sobre la ignorancia de sus enemigos (Lc 23, 34), aquí cubre misericordiosamente a Pilato, pero no a ellos.

Los últimos intentos de Pilato por salvar a Jesús se producen ente la nueva dimensión divina que entrevé en el proceso, como estertores agónicos de su voluntad de salvarle, y por temor religioso. Al notarlo los sacerdotes vuelven a la acusación política (…) “Si sueltas a éste no eres amigo del Emperador, pues todo el que se hace rey a sí mismo se opone al César” (Jn 19, 12). Oída esta directa interpelación Pilato ha tomado su decisión a favor de su condición de funcionario, frente a su conciencia. Su irritación interior por su fracaso se torna en punzante ironía. Decís que se hace rey, pues bien: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn 19, 14). El humano y conmovido “el hombre” se ha convertido en el irónico y dramático “el rey vuestro” (…) “¿A vuestro rey he de crucifiar?” – No tenemos más rey que el César” (Jn 19, 15). El drama se ha consumado en las conciencias de ellos como en la de Pilato. Este cede por temor político, ellos renuncian y se someten por afán de venganza. Queda así planteada la causa de Jesús en el dramático desarrollo del proceso como una causa mesiánica. Jesús será condenado como rey de los judíos, como Mesías y Cristo.

Declarada la sentencia, el título de la causa fue escrito según costumbre, para llevarlo al lugar del suplicio y ponerlo sobre el reo ajusticiado para conocimiento popular. En una tabla de madera es grabado el título de la causa en tres lenguas: en la línea superior en arameo o hebreo, en la siguiente en griego, en la inferior en latín. Las tres lenguas usadas en el país, la del pueblo palestino, la de la cultura genera, la de la justicia romana, son empleadas para público testimonio: “Jesús Nazareno Rey de los judíos”. El testimonio atravesará los siglos, y hará saber a todas las gentes que Jesús es, y se ha proclamado, “Rey de los judíos”, que significa Cristo-Mesías (Mt 27, 36; Mc 15, 26; Lc 23, 38; Jn 19, 19).

No escribas Rey de los judíos, sino que él ha dicho: Soy el Rey de los judíos”; pero el presidente (…) contestó secamente: “Lo escrito, escrito queda” (Jn 19, 21-22). Así ha llegado hasta nosotros, como un resto de sublime naufragio y tesoro de suprema arqueología, lo que quedó inscrito por la mano grosera de algún soldado o carpintero.

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