martes, 20 de noviembre de 2007

AULA: P. JUAN MANUEL IGARTUA S.J. - CURSO: “EL MESÍAS JESÚS DE NAZARET”

“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”

El proceso de Jesús: el Sanedrín

La culminación del testimonio mesiánico de Jesús se produce ante el tribunal supremo de Israel, llamado el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, que lo era este año Caifás, yerno del anterior Anás (Lc 3, 2). El testimonio de Jesús ante el Sanedrín adquiere todo su dramatismo de cuestión mesiánica, cuestión central en Israel. Hallamos la escena en los tres evangelios sinópticos, relatada de manera semejante, con algunas variantes de menor importancia. Juan no relata la escena, como no ha relatado algunas otras también de suma importancia en los sinópticos. La principal razón de omitirlas parece ser precisamente el haber sido conocidas en la iglesia por aquellos evangelios de manera clara.

Juan en su evangelio presenta ya a los judíos acosando a Jesús en la fiesta de las Encenias, en el invierno anterior a la Pascua en que iba a morir (Jn 10, 22-23), con la pregunta clave: ¿Eres el Cristo? “Si eres el Cristo dínoslo. ¿Hasta cuando va a tenernos en suspenso? Dínoslo claramente” (Jn 10, 24)

La gran preocupación de los enemigos oficiales de Jesús en estos meses anteriores a su muerte y al juicio del Sanedrín era ésta. La respuesta de Jesús, por lo demás sin afirmar, fue suficientemente abierta: “Os lo he dicho y no me creéis” (Jn 10, 25). Jesús, pues, en su respuesta, según Juan, había ya confirmado en público su pretensión mesiánica.

La primera cuestión planteada era: ¿Eres el Cristo o Mesías esperado? ¿Te tienes por tal?. La pregunta se hacía, señala Juan, en el invierno que precedía a la última Pascua de la muerte.

Trajeron testigos para la acusación formal (en el tribunal) y sin duda querían testimonios de esta pretensión mesiánica. Pero los testigos no fueron constantes o concordes (…)

Entonces entró directamente en acción el mismo Sumo Sacerdote, Caifás, enfrentado autoritariamente al reo, le conminó a declarar este punto clave. El silencio de Jesús ante los testimonios aducidos contra él, que no han conseguido llevar a la confesión del propio reo, le obliga a plantear la pregunta.

Mt (26, 63-64) – “Dinos si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. “Tú lo has dicho”
Mc (14, 61-62) – “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito (Dios)”. “Yo soy”
Lc (22, 66-67) – Si tú eres el Cristo, dínoslo”. “Si os lo digo no me creeréis”.


Advertimos que Mateo y Marcos han unido en la pregunta del Sumo Sacerdote la doble cuestión del Cristo y del Hijo de Dios. Lucas, quizás con más crítica, ha puesto separadas ambas cuestiones. Para él primero fueron los sacerdotes del Consejo quienes plantearon la pregunta del Cristo, y luego el Sumo Sacerdote la del Hijo de Dios, a la cual da Jesús respuesta positiva. Pero también en Lucas, como se ve, a la del Cristo da suficiente respuesta con su aparente evasiva: “Si os lo digo no me creeréis”. Pues es claro que si lo hubiese negado le hubiesen creído todos, y el juicio podía haber acabado allí.

Se pueden ver, en la presentación de las tres frases que hemos transcrito, una diferencia de Lucas con los otros dos. Pues Lucas solamente propone en esta pregunta la cuestión del título de Cristo o Mesías, y los otros dos la han profundizado añadiéndole el elemento de divinidad, al decir, “el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt), y “el Cristo, el Hijo del Bendito (Dios)” (Mc)

Basta que retengamos ahora que la pregunta capital del juicio encerraba como elemento primero básico la de “el Cristo”. Aunque, por lo dicho, los tres proponen este mesianismo con profundidad trascendente.

En resumen dejamos sentado que Jesús, según los tres evangelistas, ha afirmado ser el Cristo en la pregunta oficial y jurídica que se le ha propuesto en nombre de la autoridad religiosa. Sabía que era causa de muerte segura en tal ambiente para él, principalmente porque iba doblada con la referente al origen divino. No ha vacilado ante la muerte, y ha dado testimonio a su propia verdad.

Los evangelistas, después de este juicio previo al de Pilato, nos presentan a los sacerdotes llevando la acusación de la proclamación de “el Cristo”, o sea “el rey” de Israel, ante el tribunal político y civil. En la custodia en que los guardianes le vendaron los ojos, y jugando a un juego miserable le daban bofetones y golpes diciendo: “Profetiza, Cristo, ¿quién te ha herido?.

Ya al pie de la cruz, y obtenido el triunfo de la crucifixión pública, los sacerdotes son presentados ironizando entre sí con el título de Cristo o Rey: “El Cristo, el Rey de Israel, que baje de las cruz para que veamos y creamos” (Mc 15, 32; Mt 27, 42)

Aparece pues con gran claridad la postura sacerdotal tanto en el juicio como después de él, haciendo cuestión central de la afirmación de ser el Cristo o Mesías, que Jesús había formulado.

En realidad, a los sacerdotes no les bastaba para condenar a Jesús acusarle de proclamarse Cristo o Mesías, pues esta acusación la quisieron anular por su parte al pedir al procurador romano que modificase el título escrito de la condena, como veremos en seguida. Era el celeste trasfondo de su mesianismo lo que rechazaban. Era, en rigor, la proclamación de divinidad lo que condenaban, de la cual hablaremos mas adelante.

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