“EL MESIAS DE ISRAEL EN LOS EVANGELIOS”
Los evangelios documentos pospascuales
Los evangelios reflejan ciertamente la fe respirada en el ambiente de la comunidad primitiva de la Iglesia, cuyos jefes venerados eran los apóstoles, a los que luego se añadió con la misma categoría Pablo (Act 1, 13.26; Gal 2, 9; 1 Cor 9, 1). De esta unidad de fe exigida a la iglesia apostólica habla Pablo a los Corintios: “Tanto yo como los apóstoles esto hemos predicado, esto habéis creído” (1 Cor 15, 11), que es lo que “vosotros recibisteis, por lo cual so salváis” (1. Cor 15, 1-2). Y a los Gálatas: “Aunque yo mismo, o un ángel del cielo, os predique distintas de las que yo os prediqué, sea anatema. Os lo vuelvo a repetir: si alguno os predica un evangelio distinto del que recibisteis sea anatema” (Gal 1, 8-9).
La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en la comunidad pospascual
Respecto al punto que es el centro de nuestro interés en este estudio, la divinidad mesiánica de Jesús, es cosa cierta que ésta era la fe común y el centro nuclear de la fe apostólica después de la pascua, siendo testigos de la resurrección de Jesús. Ha resucitado y es Señor o Dios. Veamos este aspecto Pedro, Juan y Pablo.
Pedro da testimonio directo de su fe en su primera carta apostólica. Llama a Dios “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (1, 3), y habla del “Espíritu de Cristo” (1, 11). En la carta Jesús aparece nombrado como “Jesucristo”, hasta diez veces, y otras diez con el simple nombre mesiánico de “Cristo”. En el libro de los Hechos de Lucas, el nombre más utilizado para designar a Jesús, además de su propio nombre es el de “Señor”, Kyrios, que es el que sustituye generalmente al nombre divino de Yahvéh.
Hay dos documentos muy importantes que revelan la fe de Pedro apóstol. Son la segunda carta de Pedro y el evangelio de Mateo griego
En la segunda de Pedro se menciona el hecho de la transfiguración, y en el evangelio de Mateo el de la confesión de Pedro y la transfiguración que le sigue. Ambos testimonios proclaman la fe de Pedro en la divinidad de Jesús (…)
La fe de Juan aparece en su primera epístola con claridad precisa. En ella nombra a Jesús el Cristo, Jesucristo, y declara que “Jesús es el Cristo” (1 Jn 2, 22; 5,1). Esta es su fe mesiánica. Hasta 22 veces emplea el nombre de Hijo en relación al Padre.
Tras su conversión Pablo, después de bautizado por Ananías, se dirigió a la Sinagoga y comenzó a predicar que “Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo” (Act 9, 19-22) (…) esta fe en la divinidad de Jesús era la condición necesaria exigida para el bautismo (…) Mesianidad y divinidad de Jesús como fe básica. Pablo en sus cartas da a Jesús el nombre de Cristo, ya solo ya en la forma de “Jesucristo”, más de cuatrocientas veces. Y casi doscientas veces el nombre de “Señor” o Kyrios. Título que es propuesto como condición de la fe (Rom 10, 6). Presenta a Jesús como Juez del mundo, como Sacerdote, como sentado junto al Padre en la gloria, como Vida y Luz y autor de los milagros.
Especialmente significativos son sus célebres “himnos cristológicos”. Filipenses y Colosenses, admirable de inspiración y grandeza, sea que lo toma de un himno cantado por la comunidad, sea que lo compone ahora él, escribe: “Es imagen de Dios invisible (…) en El han sido creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra (…) todas han sido creadas por El y para El, y El es anterior a todas las cosas, y todas se fundan en El” (Col 1, 15-17)
Dejando de lado (…) otros pasajes (…). Podemos con certeza asegurar, y no parece que nadie pueda discutirlo, que en la comunidad apostólica pospascual Jesús de Nazaret es proclamado y creído Hijo de Dio y verdadero Dios.
Esta fe de la comunidad apostólica es la que a través de los siglos ha llegado intacta hasta hoy, cuando se sigue expresando la fe en Jesús Hijo de Dios y Dios verdadero, con la misma fuerza y claridad. Las desfiguraciones que intentaron, como el error en que cayeron durante varios siglos los que se desviaron, fueron corregidas por la Iglesia en sus Concilios, desde Nicea hasta Calcedonia y Constantinopla III pasando por Efeso y Constantinopla I y II.
La fe en la divinidad mesiánica de Jesús de Nazaret en los evangelios
En aquel ambiente pospascual brotaron los escritos evangélicos. Y los mismos evangelistas, que recogen las palabras y los hechos de Jesús en su vida mortal, y su resurrección y vida inmortal manifestada en apariciones a sus discípulos proclaman también ellos su propia fe de cristianos.
Marcos inicia su evangelio con este título: “Principio del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios” (Mc 1, 1).
Juan comienza el suyo con la admirable declaración de esta fe: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios (…) Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1, 1.14); y lo termina en el primer epílogo diciendo: “Estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios” (Jn 20, 31).
En cuanto a Mateo, al iniciar el evangelio, tras la genealogía humana de Jesús, con el relato de la concepción virginal, dice que se cumplió así el anuncio profético de Isaías (…) terminando su evangelio con la proclamación paritaria de las tres Personas de la Trinidad en la fórmula del bautismo (Mt 28, 19).
Lucas, por su parte, que en la genealogía hace descender a Jesús de Adán y a éste de Dios, presenta al ángel Gabriel anunciando a María: “El Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35), y termina su evangelio de la vida con la palabra de Jesús que llama a Dios Padre al morir (Lc 23, 46), anunciando por Jesús la próxima venida del Espíritu (Lc 24, 49), cuando Jesús se dispone a subir al cielo en su ascensión; y en fin, continúa su obra con el libro de los Hechos, en el que hemos visto proclamada por los apóstoles la divinidad de Jesús de manera clara.
Así los cuatro evangelistas testimonian también personalmente la fe de la comunidad cristiana en que viven, y expresan la fe común con la propia.
El problema crítico: comunidades pospascual y prepascual
Esta proclamación, que se muestra tan claramente en la comunidad apostólica pospascual, de la fe en el divinidad de Jesús, ¿qué raíz tiene, de dónde proviene? Tal es el problema crítico. ¿Fue el propio Jesús, como parece obvio, el que la infundió en ellos con sus palabras propias en vida?; o acaso, ¿ha brotado en ellos tras la resurrección?
La crítica ha fijado la atención en la diferencia de la comunidad pospascual y la prepascual.
La crítica racionalista solamente acepta esta fe de la comunidad pospascual como fe subjetiva, fundada en la convicción, sin realidad histórica correspondiente, de las apariciones de Jesús resucitado. Ante tales apariciones, explicadas de diversos modos, pero nunca por ellos de manera objetiva exterior, los apóstoles llegaron a la convicción de que Jesús era Dios, y así lo pregonaron. Tal es, en último término, aquello en que se han de resumir las teorías críticas que no aceptan la divinidad de Jesús. Y entonces, los evangelios, que recogen las palabras de Jesús en que se trasluce su divinidad proclamada, son redacciones hechas de las palabras de Jesús a la luz de los acontecimientos pospascuales.
Se puede y debe afirmar que no eran las mismas la claridad y firmeza de la fe apostólica, antes y después de la resurrección de Jesús. Esta se ha convertido en el fundamento de la misma fe total, como en su centro (1Cor 15, 14.17). Juan dice que al ver los lienzos del sepulcro “vio y creyó” (Jn 20, 8). Lucas dice que Jesús “abrió el sentido de inteligencia de las Escrituras” a los apóstoles después de su resurrección (Lc 24, 45-46). La luz de Pentecostés hizo aún más clara y firme la fe apostólica.
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